Capítulo 36
Chakliux salió de la tienda con las primeras luces y caminó con las armas en ristre. Estrella dormía, por lo que despertó a Yaa y le explicó en voz baja que daría una vuelta para asegurarse de que el campamento estaba a salvo. Aunque no mencionó a los cazadores de Río Cercano, la mirada despierta de Yaa le demostró que había entendido. Se llevó a Mordedor y recorrieron el campamento.
Mordedor levantó el morro varias veces y olisqueó el viento, pero no ladró. Al llegar a la tienda de la sangre de la luna, Chakliux apretó los labios y silbó quedamente. Mordedor gimió, el narrador le apoyó la mano en el hocico y Aqamdax se asomó a gatas.
—Estamos a salvo —explicó la mujer cuando lo vio.
—¿Estamos?
—Anoche Lezna se reunió conmigo.
Chakliux paseó la mirada por el campamento y no percibió movimientos entre las tiendas. Se acuclilló e hizo señas a Aqamdax. Ésta salió del cobertizo y, tiritando, se cubrió los hombros con las manos. Chakliux se estiró para acomodarle la capucha de la parka y bajó el brazo sin tocarla. Aqamdax terminó de ponérsela y la melena le cayó sobre la cara. Dejó escapar una risilla que hizo sonreír al narrador.
—¿Cinco días? —preguntó Aqamdax.
Más que a las jornadas que tardarían en llegar a la aldea de invierno, la pregunta aludía al momento en que la tomaría como esposa.
—Puede que seis —repuso Chakliux—. Ten cuidado. No volveré a hablar contigo hasta que lleguemos a la aldea. Alguien nos vio en la sauceda y se lo contó a Hombre de Noche. —Atemorizada, Aqamdax abrió desmesuradamente los ojos—. Por la noche quédate en la tienda de la sangre de la luna. Avísame si te amenaza. —Le entregó un cuchillo de cazador, de hoja larga—. Mató a tu hijo. No permitas que haga lo mismo contigo.
—Chakliux, ¿tienes más cuchillos? —preguntó la narradora con la voz embargada por el llanto—. Es más probable que quiera matarte a ti.
El narrador palmeó la funda atada a su pierna y estiró el cuello de la parka para que viese el cuchillo que llevaba en el interior. Se irguió y señaló a Mordedor con el mentón.
—Es un buen perro y me ayudará a vigilar.
—No te separes de él —sugirió Aqamdax.
—Espera, lo he traído para ti.
—Es el perro de Ghaden y…
—¿Crees que Ghaden se opondrá? —Sonrió y meneó la cabeza—. Tengo que irme. No corras riesgos.
Chakliux regresó a su tienda y se reunió con Estrella —que seguía durmiendo—. Yaa y Ghaden. Ayudó a los niños a embalar las provisiones y los hizo salir mientras despertaba a Estrella. De esa manera fue el único que soportó sus protestas por perturbar los sueños que, según decía, fortalecían a la criatura que llevaba en el vientre.
Aqamdax y Lezna caminaban a uno y otro lado de Mordedor y conducían los perros de sus respectivos maridos, que tiraban de sendas angarillas. A mediodía volvió a nevar con más insistencia y en mayor cantidad que el día anterior. El viento arreció y exhaló el aroma del invierno. Caminaban con las gorgueras de piel sobre la cara, y a través de los túneles de las capuchas de las parkas sólo se veían los ojos. La nieve era húmeda, y con frecuencia tuvieron que hacer un alto para romper las bolas de hielo que se solidificaban en las patas de los perros.
Aqamdax se preguntó si pararían tan temprano como la víspera, pero Chakliux los mantuvo en movimiento y se percató de que lo hacía por ella. Se preguntó quién los habría visto y por qué se lo habría comentado a Hombre de Noche. ¿Tenía enemigas entre las mujeres del campamento? Estrella le guardaba rencor, pero si los hubiera visto los habría increpado, probablemente con el cuchillo en la mano.
Cruzaron varios arroyos poco profundos. Aqamdax se había puesto las botas de aleta de foca y se ocupó de que Ghaden y Yaa calzasen las suyas. Aunque Lezna y ella caminaban en último lugar, el marido de Lezna solía acercarse para comprobar que seguían el ritmo del resto de los aldeanos, y en los riachuelos tanto él como Sok esperaban a que todos hubieran pasado.
Durante la jornada de caminata con la pesada mochila a la espalda Aqamdax no vio a Chakliux. Por la tarde, Sok comunicó alas mujeres que avanzarían hasta que se pusiera el sol. Aunque oyó sus gritos y el estrepitoso desacuerdo de Estrella, se alegró de que fuese así. Cuanto más camino recorrieran antes llegarían a la aldea de invierno.
Cuando el cielo empezó a oscurecer por el este, la nevada se había convertido en una lluvia de copos dispersos.
—Pronto nos detendremos —consideró Lezna. Se le formaron hoyuelos en las mejillas, y añadió—: Cuando era esclava de los de Río Cercano muchas noches soñaba con nuestra aldea de invierno.
—¿Sabes que los hombres de Río Cercano quemaron los refugios después de vuestra partida? —preguntó Aqamdax.
—Sí. Se jactaban de haberlo hecho.
—K’os no hizo ningún disparate al trasladaros con los de Río Cercano.
Lezna meneó la cabeza como si estuviera en desacuerdo.
—Durante la primera luna que pasé en Río Cercano de buena gana habría vivido entre cenizas con tal de estar con los míos. ¿Sientes lo mismo en lo que se refiere a los Cazadores del Mar?
—Los echo de menos y añoro el mar, pero no tengo más familia que una mujer a la que considero tía, una narradora viejísima llamada Qung. Regresaría por ella, pero están mis hermanos Ghaden y Yaa y… —Calló bruscamente pues había estado a punto de mencionar a Chakliux. Simuló acomodarse las tiras de la mochila que le rodeaban los hombros y concluyó—: Verás, tengo familia aquí, entre los de Río Primo.
—Perdí a mi padre en el combate. Hace dos veranos murieron mi madre y su criatura recién nacida, pero tengo a mi tía Taza Vacía, a Hombre de Noche y a Estrella. Su abuela era hermana de mi abuelo.
—Y tienes a tu marido —puntualizó Aqamdax.
Lezna guardó silencio. Como la capucha le cubría la cara Aqamdax no supo si estaba contenta o contrariada. Al final Lezna habló con voz quebrada, como si llorara:
—Me cuesta creer que eligiera acompañarme. Estuve a punto de quedarme para no dejarlo. Cuando llegué al campamento de caza de los Primos tenía el corazón partido, y sabía que una parte de mi espíritu se había quedado con mi esposo. ¿Crees que los hombres lo aceptarán?
—Los que no sean necios le darán una buena acogida. Además, Sok y Chakliux están aquí y han combatido con los de Río Cercano.
—Chakliux se crio en la aldea de Río Primo y Sok es su hermano.
—Tienes razón. Chakliux me explicó que a menudo se celebran matrimonios entre los Primos y los de Río Cercano.
—No tantos como antes…
Los gritos interrumpieron el comentario de Lezna. Aqamdax se detuvo y sujetó los fardos de Mordedor para que permaneciese a su lado. Al principio supuso que gritaban para celebrar la decisión de montar el campamento, pero de pronto vio que Yaa corría hacia ellas.
—¿Son los de Río Cercano? —inquirió.
—No, se trata de Estrella —repuso Yaa, entre jadeos—. Chakliux decidió que vadearíamos el río y acamparíamos en la otra orilla. Chakliux y Primera Águila ayudaban a las mujeres, que cruzaban de una en una, pero Estrella no quiso esperar.
—¿El río se la llevó? —inquirió Aqamdax.
—No. Había terminado de cruzar y escalaba la escarpada ribera. Es de grava, resbaladiza y en lo alto hay álamos balsámicos. Tallo Retorcido dijo que los árboles se ofendieron por la descortesía de Estrella, que se adelantó a las ancianas, aunque Taza Vacía insiste en que el río quiere su espíritu a cambio de Ghaden, que no se ahogó en el campamento de los caribúes.
—¿Se cayó? —preguntó Aqamdax y meneó la cabeza impacientada por las excesivas palabras y las absurdas explicaciones de Yaa.
—Se cayó una rama de los árboles. —Yaa levantó la mano y se palmeó la nuca—. Le pegó aquí. Se deslizó hasta el río, pero Chakliux la sacó. Alguien dijo que había muerto.
Aqamdax se quitó la mochila, pero Lezna la sujetó de la espalda de la parka y dijo:
—No puedes ir. Ya hay bastantes maldiciones sin que el poder de tu sangre de la luna acreciente los problemas. Espera a que Hombre de Noche te llame.
Aqamdax no logró dominar el temblor de sus manos. Se acuclilló junto a Mordedor, hundió la cara en el espeso pelaje del cogote del perro y entonó una suave canción por Estrella y por la criatura de Chakliux que crecía en el vientre de Estrella.
Aldea de Cuatro Ríos
Los hombres saludaron a gritos al entrar en la aldea y Cen se alegró de haber participado en la caza del caribú en lugar de realizar un viaje comercial. Los cazadores no se arriesgaban a trocar carne o pescado que sobraban en verano a menos que supiesen los caribúes que cobrarían para alimentar a sus familias. ¿Quién se quedaba en las aldeas de invierno durante las cacerías de otoño? Sólo permanecían las ancianas. ¿Quién iba a los campamentos de pesca? Nadie. Por consiguiente, convenía salir a cazar y regresar con los fardos llenos al refugio caldeado y a los brazos de una esposa fuerte.
Las mujeres los recibieron con vibrantes cantos de celebración. Cen escrutó los rostros ocultos por las capuchas de las parkas y la ligera nevada. Por fin reconoció a Gheli y al bulto de la parka en el que se resguardaba su hija.
Cen deseó estrecharla en sus brazos. Tenía muchas ganas de pasar con ella el invierno en el refugio. Tal vez engancharía uno o dos perros, se dirigiría río abajo hasta la aldea de los Primos con la esperanza de encontrar a Ghaden e intentaría convencerlos de que trocasen al niño por la carne que les permitiría vivir hasta la primavera.
Tendría que haber ido mucho antes, pero sabía que los Primos estaban molestos porque había elegido no luchar contra los de Río Cercano. A decir verdad, ¿qué otra cosa podía hacer? El primer hombre de Río Cercano que mataron, incluso antes del ataque, era ni más ni menos que el chamán. No podía quedarse y luchar después de semejante maldición.
Lo perdonarían porque les llevaría carne en las famélicas lunas invernales. Hasta entonces pasaría las noches con su esposa y jugaría con la hijita que reivindicaba como propia.
Aguardó con los cazadores a que las mujeres terminaran de cantar, se acercó a Gheli y vio su sonrisa. La abrazó, pues los hombres de Cuatro Ríos eran con sus esposas más abiertos que los cazadores de otras aldeas.
Gheli se quitó la capucha de la parka y el mercader vio la cara redonda de su hija, oscura como la de la madre. La pequeña hizo pucheros, pero cuando Cen le acarició la mejilla sonrió y entrecerró los ojos.
—Cen, me alegro de que hayas vuelto.
Esa voz femenina no pertenecía a Gheli, y Cen tuvo la sensación de que se le helaban los huesos: se trataba de K’os.
Estaba junto a Gheli y le apoyaba una mano en el hombro. Se había colocado la capucha de la parka detrás de las orejas, y su rostro lucía tan perfecto y hermoso como siempre, al tiempo que su cabellera brillaba por los copos de nieve que acababan de caer.
El mercader no pudo dejar de mirarla, y la vio tal como estaba cuando lo visitaba en sueños, ardiente y ágil en sus brazos. Después la recordó con Observador del Cielo, con Tikaani, con todos los hombres a los que había dado placer, e incluso con su esposo Ardilla de Suelo. Más le valía estar satisfecho con una buena esposa que preocuparse constantemente por una mujer como K’os.
Miró a Gheli para averiguar si estaba enfadada o celosa y vio que sonreía.
—¿Conoces a K’os? —preguntó Cen.
—Somos amigas —repuso Gheli.
—¿Amigas? —repitió, pues se sorprendió de que alguien considerase amiga a K’os.
—Te daba por muerto —intervino K’os—. En la aldea de Río Primo todos pensamos que habías muerto, incluido tu hijo Ghaden.
A Cen se le partió el corazón cuando mencionó a Ghaden.
—¿Mi hijo está a salvo? —inquirió.
Percibió la mirada triunfal de K’os. La mujer era mejor comerciante que los hombres que habían dedicado toda una vida al trueque. K’os se encogió de hombros.
—¿Has venido a la aldea con tu esposo? —inquirió Cen, desviando la conversación del tema de su hijo.
—Está buscando marido —acotó Gheli—. Le basta con ser segunda esposa de un buen cazador.
Esa conversación no debía tener lugar en medio de la aldea, entre cánticos y gritos de celebración, pero Cen percibió sinceridad en la mirada de Gheli y supo que, de alguna manera, K’os había ganado su lealtad.
Rodeó la cintura de su esposa y le dijo al oído:
—Tengo ganas de pasar un rato en el refugio de mi esposa. —Observó a K’os y añadió, señalando con el mentón a un joven alto y delgado—. Se llama Cogeáguilas y necesita esposa.
Sin darle tiempo a responder, Cen guio a Gheli en medio del gentío y la condujo hasta el refugio, dejando a K’os bajo la nevada.
Pueblo de Río Primo
Chakliux se acercó a Estrella y creyó que estaba muerta. Se encontraba cabeza abajo, con el torso metido en el río. Su pie de nutria se deslizó por la orilla de grava hasta que tocó el agua. Se sentó al lado de su esposa. La cogió de los hombros y la apoyó en sus piernas. Primera Águila y Reidor la sujetaron y la trasladaron a lo alto de la orilla. Chakliux los siguió y, cuando la depositaron en el suelo, se arrodilló a su lado y le apoyó los dedos en el cuello. No le encontró el pulso. Tenía la piel fría y los labios lívidos.
—¡Estrella! —la llamó—. Estrella, si mueres tu criatura también morirá.
—Había mirado hacia el cielo al pronunciar aquellas palabras, como si intentara convencer al espíritu de Estrella de que retornase al cuerpo.
La mujer permaneció inmóvil y Chakliux advirtió que no respiraba. Apoyó la oreja en su pecho e intentó oír su corazón, pero el tumulto del río era muy estrepitoso. Escrutó los rostros de cuantos lo rodeaban, hizo señas a Tallo Retorcido y la oyó murmurar algo acerca de la voracidad del río que se cobraba un alma a cambio de los caribúes.
Tal vez tuviera razón, pero ¿de qué servían sus palabras, salvo para acrecentar el poder del río? ¿Qué otro miembro del campamento sabía algo de medicinas? No contaban con un chamán que reclamase el espíritu de Estrella.
Volvió a inclinarse sobre su esposa, susurró cosas sobre la criatura y oró para que sus palabras la ayudasen a regresar. De repente Estrella tosió y se sacudió espasmódicamente.
—Su espíritu intenta volver —aseguró Tallo Retorcido.
Estrella tuvo otro ataque de tos y Chakliux creyó percibir el ruido del río en sus pulmones. Si lograban sacar el agua su espíritu dispondría del espacio necesario y retornaría a su cuerpo.
—¿Conoces alguna medicina para limpiar los pulmones? —preguntó a Tallo Retorcido. La anciana negó con la cabeza. Chakliux reparó en Yaa, cuya pequeña cara estaba fruncida y pálida, y le dijo—: Ve a buscar a Aqamdax. Ha trabajado con K’os y tal vez conozca algunas medicinas.
Envió a Primera Águila y a Hombre de Noche a ayudar a sus esposas con los perros y se dispuso a esperar. Se preguntaba si querría ver a Aqamdax por las medicinas o por el consuelo que le proporcionaría.
—¡Chakliux quiere verte! —gritó Yaa a Aqamdax.
—¿Estrella está viva? —se interesó Lezna.
—Me parece que sí. Necesita medicinas. Tienes que cruzar el río. Lo he vadeado dos veces. No es profundo, pero la corriente es muy fuerte.
Primera Águila y Hombre de Noche desengancharon los perros y lo atravesaron con las angarillas. Los canes los siguieron, salvo Mordedor, que correteó por la orilla arriba y abajo y se puso a gemir. Aqamdax lo azuzó para que vadease el río, pero Mordedor se dio la vuelta al momento de haberse internado y regresó a la orilla. Se sentó, levantó el morro y aulló.
—Dejadlo. No tardará en venir —gritó Hombre de Noche—. Ya ha cruzado ríos más anchos.
Ese comentario hizo que Aqamdax estuviese a punto de regresar a buscarlo, pero Primera Águila recordó:
—Chakliux quiere que ayudes a Estrella.
Aqamdax entrelazó su brazo con el de Lezna y aferró a Yaa del hombro. Vadearon el río y se sujetaron mutuamente mientras la corriente cubría sus botas y les llegaba hasta las rodillas. A Aqamdax se le embotaron las piernas, pero mantuvo la vista fija en el río, como si por el simple hecho de mirarlo pudiese dominarlo.
El día tocaba a su fin; el sol se hundía en el horizonte, y Aqamdax se apartó la capucha de la cara y abrió mucho los ojos para ver lo mejor posible, pero el río seguía a oscuras, como si sus pies estuvieran sumergidos en piedra negra. Lezna jadeaba a cada paso que daba, y a Aqamdax se le aceleró el corazón a ráfagas, como si las alas de los pájaros vibrasen en su pecho.
Por fin las mujeres de la otra orilla las ayudaron y Chakliux sujetó con firmeza los brazos de Aqamdax, que volvió la vista atrás y vio a Mordedor en la otra ribera. Lo llamó, pero Chakliux se la llevó y los aldeanos formaron un pasillo para que avanzasen.
Aqamdax se detuvo junto a Estrella, que respiraba lenta y débilmente; tenía los ojos cerrados y los labios amoratados.
Tallo Retorcido y varias mujeres se arrodillaron a su lado.
—Hemos hecho lo que hemos podido —explicó Tallo Retorcido—. Has vivido con K’os. ¿Recuerdas alguna medicina para limpiar los pulmones?
—Caléndula de las marismas —respondió Aqamdax en tono sereno—. El problema es que no tengo.
Tallo Retorcido se puso en pie y preguntó a Yaa:
—Hija, ¿conoces una planta llamada caléndula de las marismas? —La niña sólo tenía ojos para Estrella y no respondió hasta que la anciana repitió la pregunta—. Hija, ¿me has oído?
—Conozco la caléndula de las marismas, pero no sé dónde recogerla salvo en la aldea de invierno.
—En sitios húmedos, siempre crece en sitios húmedos —precisó Tallo Retorcido—. No ha nevado lo suficiente para matarla. Tal vez la encuentres cerca del río.
—Pídele a Sok que te acompañe —sugirió Chakliux a Yaa—. El sol se ha puesto y no debes alejarte sola del campamento.
Aqamdax apoyó la mano en el vientre de Estrella con la esperanza de notar los movimientos de la criatura. Chakliux colocó la mano junto a la suya.
—La criatura duerme —aseguró Aqamdax—. Sólo es eso, está dormida.