Capítulo 21

Chakliux percibió el temblor de la tierra con su pie de nutria y no tardó en ver a Grita Alto, que corría hacia el campamento y anunciaba:

—¡Los caribúes! ¡Llegan los caribúes! ¡Los caribúes!

—¿Dónde? —preguntó Chakliux, y oyó que Sok, Hombre de Noche y varias mujeres se hacían eco de sus palabras.

—Por el oeste, llegan por el oeste y giran hacia el sur. Algunos se han echado ya al río.

Los cazadores echaron a correr; empuñaron lanzas y arpones y se dirigieron río arriba, no sin antes haber pedido a las mujeres que se congregaran aguas abajo, donde la profundidad era escasa, ancho el río y la corriente lenta.

Las aldeanas también corrían cargando cuerdas al hombro y cogiendo mochilas llenas de cuchillos y buriles de despiece.

A la luz de la luna Chakliux comprobó que se trataba de una manada mixta de caribúes, que encabezaba una hembra de grandes dimensiones, acompañada de una cría. Nadaban con la cabeza y el pecho en alto, fuera del agua, y la cola corta erguida. Permitieron el cruce de la hembra y la cría, que no fueron alanceadas. Si mataban a la que los guiaba, ¿cómo sabrían los caribúes dónde tenían que ir el siguiente año? ¿Quién los conduciría hasta el campamento de Río Primo?

Aparecieron otras hembras, y después los machos. Los cazadores permanecieron en las orillas y unos pocos se aventuraron en las aguas someras. La primera pieza de Chakliux fue una hembra. Era vieja y tenía la cornamenta rota. El narrador arrojó la lanza al lomo desprotegido y le seccionó la espina dorsal. La piel de pelos huecos la mantuvo a flote y la corriente la arrastró río abajo hasta el sitio en el que aguardaban las mujeres.

En lugar de mirar atrás, los caribúes que consiguieron cruzar el río escalaron la orilla como pudieron y siguieron su camino como si nada sucediese, como si ese río fuera igual a los otros que habían atravesado.

El segundo objetivo de Chakliux era un macho joven, muy valioso por la carne y la piel. El animal había logrado evitar a otros cazadores y nadaba en dirección a Chakliux. Éste permanecía inmóvil y con la lanza a punto. Cuando lo avistó, el caribú puso los ojos en blanco, intentó cambiar el rumbo y ofreció un blanco fácil en la base del cuello. Fue un lanzamiento excelente, pero la punta de la lanza quedó encajada entre dos vértebras. Chakliux hundió con todas sus fuerzas el mango de abedul, perdió el equilibrio y cayó al río. La corriente lo arrastró entre las reses muertas que flotaban aguas abajo. Su pie de nutria detectó un tronco sumergido, se aferró a él para sostenerse hasta que logró recuperar el equilibrio. Vadeó las aguas hasta los bajíos, cogió otra lanza de las que llevaba a la espalda y se preparó para cobrar la siguiente pieza.

Durante el vadeo del río alanceó tres puñados de hembras, varias crías y dos machos jóvenes antes de que los adultos se acercaran. Cubiertas con las cicatrices de años de lucha, las pieles de éstos servían, sobre todo, para tiendas y refugios; el celo estaba próximo y la necesidad de aparearse agriaba la carne. Chakliux sólo mató dos machos adultos, y la manada terminó de cruzar el río. Fue una buena cacería, en la que nadie resultó herido y cobraron muchas piezas.

Repentinamente Sok rio y se llevó las manos a las rodillas; los otros cazadores también rieron y, aunque sabía que eran carcajadas de alegría, en cuanto dzuuggi, Chakliux comprendió que también debían expresar gratitud. Entonó un antiguo canto de alabanza que tanto los hombres de Río Primo como los de Río Cercano conocían.

Los cazadores se sumaron a su cántico: Observador del Cielo, cuya mano de arrojar la lanza estaba vendada y goteaba sangre; Grita Alto, que después de la cacería era más hombre que niño; Sok, Hombre de Noche, Coge Más y Reidor, cada uno de ellos con una historia que contar.

Observador del Cielo había arrastrado hasta la orilla la primera hembra cobrada. Los cazadores pidieron a Chakliux que se acercase. Alabó la carne del animal, ayudó a Coge Más a quitar el corazón y el hígado y los repartió de forma equitativa.

Mientras comían los cazadores olvidaron sus palabras jactanciosas y rindieron honores en silencio. Chakliux cogió su parte. La sangre empapó sus manos, y la carne calentó su boca e hizo desaparecer de su cuerpo el frío y el cansancio de la cacería.

Aqamdax aguardaba con las mujeres, más abajo del vado y del campamento. Habían escogido un tramo ancho de bancos de arena donde la corriente discurría con más lentitud y se habían apostado en las orillas. Permaneció cerca de Estrella para cerciorarse de que no cometía ningún disparate. Yaa no había vuelto; sabía que Sok le había pedido que permaneciese en el árbol de vigilancia hasta que hubieran pasado los caribúes. Era una suerte que tardara tanto, pues eso significaba una manada numerosa en lugar de unos pocos ejemplares dispersados en el extremo de un grupo que pasaba a medio día de caminata hacia levante o poniente.

—Lo más bonito de los caribúes es que flotan —le explicó Tallo Retorcido, que al hablar mascaba las palabras como si estuviera comiendo—. Has de pensar sobre ello porque es tu primera cacería.

Tallo Retorcido llevó un trozo de peluda piel de caribú a la orilla del río y lo arrojó al agua. Se mantuvo a flote hasta que la corriente lo hizo desaparecer de la vista.

—Son animales terrestres —continuó—. Cuando se meten en el río, los espíritus del agua quieren echarlos. Acarrean mucho olor a hierba y a tierra, por lo que el río los hace flotar y los mantiene en la superficie para que vean el camino que conduce a la tierra.

Varias mujeres lanzaron gritos y Aqamdax vio lo mismo que ellas: las reses muertas que se acercaban flotando en aguas teñidas por la sangre que manaba de ellas. Casi todos los ejemplares eran hembras. Aqamdax observó a Taza Vacía y a Tallo Retorcido, que se metieron en el río hasta la cintura, enrollaron una cuerda en la cornamenta alargada de una hembra y la arrastraron a la orilla. Las restantes mujeres apostadas de ese lado las ayudaron a sacar la pieza del agua.

Estrella aferró el brazo de Aqamdax, y ésta reparó en un caribú que se deslizaba hacia ellas. Lo sujetaron de la cornamenta y lo subieron a la orilla. Tallo Retorcido llamó a Aqamdax. Otro caribú flotaba río abajo y, tras él, otro más. Aqamdax sujetó el primero y, al hacerlo, notó que el río la arrastraba. El ejemplar era un macho grande, de cuello ancho, cuyas franjas de pelaje oscuro se veían casi negras a la luz de la luna. Mientras lo empujaba hacia la orilla advirtió que las mujeres se metían en el agua. Volvió la vista atrás y comprobó que el río bajaba repleto de caribúes, que flotaban como una balsa que se extendiera de una ribera a la otra.

Aunque estaba cansada y aterida, Aqamdax se animó y sintió ganas de cantar. Con tanta carne, el invierno no sería tan cruel. ¿Qué le había dicho Chakliux? Cada cazador necesita cincuenta caribúes al año, algunos cobrados en primavera y otros en otoño, para disponer de suficientes alimentos, refugios, prendas de abrigo y aceite.

Llevó el caribú a rastras hasta la orilla y se dispuso a buscar otro; decidió internarse hasta el centro del río, pues era joven y fuerte. Con cada caribú que conseguía, el cántico de gratitud resonaba en su corazón. Y con él florecía otro canto: «¡Esposa de Chakliux! ¡Esposa de Chakliux!».

Yaa estuvo observando que los últimos caribúes hubieran salvado la loma, y todavía esperó un rato más. No quería maldecir la suerte de ninguno de los cazadores ni provocar que los caribúes regresaran por donde habían llegado, pero al final se desató y echó un último vistazo a su alrededor.

Alboreaba, y el sol comenzaba ya a trepar por el cielo. Yaa se agarró a la rama en la que estaba sentada, descendió y en ese instante vio que algo se movía en la tundra. Suspiró. Probablemente se trataba de unos caribúes rezagados que seguían los pasos de la manada principal. Volvió a sentarse en la rama. Estaba harta del árbol y deseaba participar en el despiece, pero si había más caribúes seguiría esperando, tal como le había dicho Sok.

Se protegió los ojos con la mano, frunció el entrecejo y se percató de que lo que había visto no eran caribúes, sino hombres. Tres cazadores se acercaban desde el noroeste. ¿Eran de Río Cercano? ¿Qué hacían ahí? ¿Acaso los de Río Cercano pensaban presentarse y robar la carne después de que los de Río Primo hubieran matado los caribúes?

Su presencia no auguraba nada bueno. Los de Río Cercano sabían que los Primos reclamaban ese lugar. Desde tiempos inmemoriales los caribúes habían cruzado ese río, a veces en grandes manadas y otras sólo unos pocos, pero siempre lo habían hecho y los de Río Primo los habían capturado en ese vado. Al menos así se lo había explicado Estrella. ¿Iban a enzarzarse en una lucha una vez más?

Apoyó la mejilla en el tronco del árbol. El aroma fresco y penetrante la serenó, pero siguió oyendo su respiración ronca y agitada, como si hubiese corrido. Por último percibió gritos débiles y vio que los cazadores dirigían las lanzas hacia la loma, hacia los árboles más altos que se elevaban en el centro. ¿Acaso sabían que estaba allí? ¿Cómo se habían enterado?

De pronto Yaa se percató de que eran demasiado pequeños para ser cazadores del Río. Se trataba de niños, y el del medio cojeaba. ¿Ardilla no se había torcido el tobillo pocos días antes? A su lado avanzaba su hermano Palo Negro.

Dada su condición de niña, Sok no le había enseñado las señales de los ojeadores. Sin embargo, aunque simulaba ocuparse de cosas de mujeres, en el campamento había prestado atención cada vez que Sok se las explicaba a Ghaden.

Cerró los ojos, reflexionó e intentó recordar la señal para referirse al caribú. Elevaban tres veces hacia el cielo la lanza o un palo. Sí, era la señal. Siguió oteando, ardiéndole los ojos por el esfuerzo de intentar avistar algo tan lejano.

Poco después tuvo la certeza de que veía la señal. Estaba segura de que cada chico esgrimía un palo y apuntaba tres veces al inicio. ¿Qué debía hacer? No había nadie para transmitir la noticia, y los niños aún estaban a gran distancia. Además, cuando llegasen al campamento lo encontrarían vacío y no sabrían qué dirección habían tomado los suyos.

Descendió del árbol y corrió hacia el río.

Estrella fue la primera mujer en reconocer a Yaa, pues era la única que no estaba inclinada sobre un caribú. Elevó la voz con un gemido tan parecido a los gritos mortuorios que todas se sobresaltaron.

—¿Qué pasa? —preguntó Aqamdax y Estrella señaló a Yaa—. ¡Yaa! ¿Te encuentras bien?

—¡Los niños! ¡Los niños! ¡Ardilla! ¡Palo Negro! ¡Cola de Caribú!

Aqamdax se dio cuenta de que Yaa había corrido mucho, pues hablaba con la respiración entrecortada. Se acercó a la muchacha y la sujetó de los hombros.

—Procura no hablar —urgió—. Respira hondo. Vuelve a respirar hondo. Cálmate. Ya está. Dime, ¿qué ha pasado?

—Estaba… estaba en el árbol… y esperaba como me dijo Chakliux… y entonces vi a Ardilla, a Palo Negro y a Cola de Caribú… Hicieron la señal del caribú. Estaban muy lejos y Grita Alto había ido a ayudar a los cazadores, así que vine y…

—¿Caribúes? ¿Has dicho que se acercan caribúes? ¿Vienen más caribúes? —la interrumpió Tallo Retorcido.

Las mujeres formaron un corro alrededor de Yaa.

—Tenemos que hablar con Chakliux —opinó Estrella y por una vez Aqamdax estuvo de acuerdo.

—¿No debería ir Yaa? —sugirió Llamadora de Pájaros.

—Es la única de nosotras con edad suficiente para acudir sola y que aún no conoce la sangre de la luna.

—Acarreará una maldición —se lamentó Estrella.

—Déjate de maldiciones —espetó Tallo Retorcido. Miró a sus compañeras y poco después observó los caribúes que habían sacado del río—. ¿Alguna de vosotras ha despellejado ya un caribú?

—Nosotras —replicó Taza Vacía.

—Traed la piel —ordenó Tallo Retorcido.

Taza Vacía y su hermana Pájara Amarilla trajeron el pellejo, con el lado de la carne doblado hacia dentro.

—Abridla —ordenó—, y cubrid a Yaa con ella.

La joven se estremeció cuando las hermanas colocaron la piel sobre sus hombros. Ni siquiera la habían raspado una vez, por lo que estaba llena de grasa y de vasos sanguíneos cortados.

—Ya está. El río creerá que es un caribú y no habrá maldiciones —aseguró Tallo Retorcido.

—Tendríamos que entonar un cántico —sugirió Estrella.

Las mujeres intercambiaron miradas, pues no sabían qué cantar.

—Aqamdax, tú eres narradora —señaló Tallo Retorcido—. Entona un canto.

Las primeras canciones que Aqamdax recordó fueron las que había aprendido en su aldea, y se preguntó si las palabras de los Primeros Hombres serían adecuadas para los caribúes. Probablemente no servirían. Entonces recordó un canto que le había enseñado Chakliux, un cántico de gratitud de los del Río.

Aunque sólo se trataba de una canción infantil, Aqamdax la entonó y las mujeres no tardaron en unir sus voces. ¿Existe algo mejor que la gratitud? ¿Hay algo más poderoso que las alabanzas?

Aqamdax se dio cuenta de que Yaa temblaba. Dedujo que no era por el frío, ya que la piel de caribú no tardaría en ayudarla a superar el vadeo del río. Probablemente temblaba de nerviosismo, azorada ante la perspectiva de tener que ir sola hasta el territorio de caza de los hombres.

En cuanto concluyó el cántico, Yaa emprendió la marcha, caminando y corriendo cuanto podía bajo el peso de la incómoda piel de caribú. Aqamdax entonó otro canto que sólo interpretó para sus adentros, una canción de fortaleza y valor destinados a su hermana pequeña, la portadora de la buena nueva.