Capítulo 46

El temporal duró tres días. En ese tiempo Sok permaneció ensimismado, apenas sin hablar, ni siquiera con sus hijos. Pero sí cuidó de sus perros, y en una ocasión salió de caza con Chakliux, aunque sólo atraparon lagópodos.

El viento desplazó finalmente la tormenta hacia el norte, y el sol asomó a través de las capas de nubes y mostró el azul mortecino del cielo invernal. Ni el sol ni el viento eran lo bastante intensos para repeler las nubes, que dos días después reaparecieron, al principio formando una capa tan fina que Aqamdax la confundió con el humo de los hogares. El viento se intensificó y arrojó hielo y frío sobre la aldea. Los perros volvieron a acurrucarse al amparo de los montículos de nieve, y las ancianas se arroparon con pieles de caribú para que el frío, que pretendía llegar a sus huesos, quedase atrapado en el espeso pelaje de los cueros.

La primera noche de aquella nueva tempestad Sok despertó a Aqamdax con sus endechas, y cuando sus gemidos se trocaron en palabras la narradora se dio cuenta de que le hablaba al viento como si fuera su difunta esposa.

Grita Alto gateó hasta el lecho de Aqamdax, en medio de la oscuridad del refugio, y, aunque tenía ocho veranos, se pegó a ella como un crío que despierta después de una pesadilla.

Chakliux se movió junto a Aqamdax, que murmuró:

—Tienes que sacar a Sok de aquí.

—¿Con esta tormenta?

Percibió cólera en el tono de su esposo, y supo que no iba dirigida a ella sino al dolor que desgarraba a Sok. Cogió la mano de Chakliux y la acercó al cuerpo de Grita Alto para que notara cómo temblaba.

—¿Dónde puedo llevarlo? —preguntó Chakliux, ya en tono calmo.

—¿Al refugio de los cazadores? —dijo Aqamdax, planteando la sugerencia como una pregunta.

Chakliux se puso las botas y la parka y ayudó a Sok a vestirse para salir. En cuanto se marcharon, Aqamdax devolvió a Grita Alto a su lecho, sacó a Carga Mucho del marco de la cuna, lo abrazó y cantó las nanas que había aprendido de niña, cuando vivía con los Primeros Hombres.

Chakliux regresó solo a la mañana siguiente.

—¿Sok se ha quedado en el refugio de los cazadores? —se interesó Aqamdax.

—Los hombres le pidieron que narrara historias de cacerías. He vuelto para alimentar a los perros y averiguar si necesitas algo, pero debo regresar.

Aqamdax disimuló su desilusión. Una luna antes Chakliux no era su esposo. Después, sólo se habían atrevido a intercambiar una rápida sonrisa cuando nadie los veía. ¿Cómo iba a quejarse ahora que se pertenecían el uno al otro?

—¿Es muy fuerte la tormenta? —inquirió.

—Como las demás —repuso Chakliux, encogiéndose de hombros en un intento de restarle importancia.

Sin embargo, Aqamdax se dio cuenta de que la cuestión lo preocupaba. Con el mal tiempo, ¿cómo cazarían los hombres? ¿Y cómo mantendrían descubiertas las trampas las mujeres?

Dio de comer a Chakliux y volvió a llenarle el cuenco para que se quedase un rato más. Cuando se fue, la narradora entonó canciones y contó historias para llenar el refugio. Grita Alto le rogó que desgranase más narraciones incluso cuando se quedó ronca de tanto hablar. Más tarde Yaa y Ghaden se presentaron en el refugio, y Aqamdax enseñó a todos los críos un canto de los Primeros Hombres.

Alimentó a los chicos y llevó a Grita Alto al refugio de Llamadora de Pájaros para que lo viese. Aqamdax amamantaba al bebé, y cada día tenía más leche. Con grandes dificultades se dirigió al refugio de Nieve, y dijo a Ghaden y a Yaa que quería que pasasen la noche allí; pero Estrella se presentó con las primeras sombras de aquella misma tarde y regañó a los niños porque la habían inquietado. Como los chicos se lo suplicaron, accedió a que Grita Alto pasase la noche con ellos en su refugio.

Aqamdax hizo frente a la mirada de Estrella y declaró:

—Sabes que no puedo permitir que vaya contigo.

—¿Me confías a tus hermanos y no permites que Grita Alto venga?

—Con mis hermanos no tengo otra opción, pero Grita Alto pertenece a Sok. Tendrás que consultárselo.

—¿Dónde está? Creí que estaría aquí.

—Sok y Chakliux están en el refugio de los cazadores.

—¿El esposo no convive con su esposa? —quiso saber Estrella, y enarcó las cejas para burlarse de Aqamdax.

La narradora no respondió. Sabía la verdad, y lo demás carecía en absoluto de importancia.

—Iré al refugio de los cazadores a pedírselo —decidió Estrella.

Aqamdax se puso las prendas de salir, acomodó al bebé bajo la parka y la acompañó. Se acurrucaron a las puertas del refugio mientras Yaa, Ghaden y Grita Alto entraban. Al cabo de un rato, Chakliux salió y explicó que Sok quería que el niño permaneciera en el refugio de Nieve hasta que hubiera amainado la tormenta.

Estrella puso cara de contrariedad, aferró a Yaa y a Ghaden de las parkas y los arrastró hasta su refugio.

—Espérame —pidió Chakliux a Aqamdax, y acompañó a Estrella.

Aqamdax y Grita Alto aguardaron acurrucados junto al refugio de los cazadores, vueltas las cabezas para resguardarse del viento. Chakliux regresó con expresión seria, pero Aqamdax no preguntó nada ni hizo el menor comentario sobre Estrella. Chakliux los acompañó al refugio de Nieve y estuvo toda la tarde con ellos antes de volver con su hermano.

Esa noche Chakliux soñó que estaba con Aqamdax. Se volvió en el lecho, la rodeó con el brazo para abrazarla y se sentó al despertarse súbitamente. Oyó el ruido que los hombres hacían al dormir y percibió el intenso olor de sus alientos, que despedían el aroma a la carne ingerida la víspera.

Sok no estaba entre las pieles del lecho. Su parka ya no colgaba de los ganchos. Coge Más estaba sentado junto al hogar y arrojaba a las brasas leña muy fina.

—Se ha marchado —explicó a Chakliux.

—¿No se lo has impedido?

—¿Acaso crees que es un niño, y que tenía que habérselo impedido?

—¿Te ha dicho algo?

—Que alguien lo llamaba.

Chakliux se vistió, salió y estudió las pisadas que la nieve todavía no había cubierto. Las más grandes se dirigían al refugio de su hermano, por lo que abrigó la esperanza de que hubiese hecho un alto para recoger alimentos y pertrechos.

En la penumbra Chakliux avistó a Sok, que abandonaba el refugio con la mochila a la espalda. Sin coger un solo perro, echó a andar hacia los escondrijos. La nieve reciente, que el viento aún no había endurecido, llegaba a las rodillas de Chakliux, que tropezó con el pie de nutria. Cayó sobre la nieve, se incorporó y alcanzó a Sok antes de que hubiera llegado a los escondrijos.

Al ver a Chakliux, Sok dijo:

—Mi esposa me llama. Ya no puedo fingir que no la escucho.

—¿Dónde vas?

—A buscarla.

Chakliux aferró el brazo de su hermano y levantó la voz para que sonase por encima del grito del viento.

—¿Y si te llama para que vayas a su mundo? ¿Quién criará a tus hijos? ¿Piensas que tu esposa se los confiaría a otra mujer?

—Si no regreso, son tuyos —repuso Sok, y reanudó la caminata hacia el escondrijo de alimentos.

Chakliux volvió a cogerlo del brazo.

—Iré contigo.

Sok negó con la cabeza.

—Si ambos fuéramos llamados a ese mundo espiritual, ¿quién se ocuparía de mis hijos?

—A mí no me llama.

Sok dio pataditas en el suelo, se quitó la nieve de la gorguera de la parka y finalmente repuso:

—Ven, si tienes que hacerlo.

—Antes de irme tengo que decírselo a Aqamdax.

—Recogeré carne mientras hablas con ella.

Chakliux apretó el hombro de su hermano.

—¿Me esperarás?

—Sí.

El narrador dio media vuelta y corrió hacia el refugio.

Aqamdax amamantaba a Carga Mucho cuando su esposo entró en el refugio. Se sintió tan aliviada de verlo que habló sin darle tiempo a que tomase la palabra.

—Sok estuvo aquí. Algo va mal. Tienes que hablar con él. No quiso decirme nada. Sacó a Carga Mucho del marco de la cuna y le habló al oído. Regaló a Grita Alto una de sus mejores lanzas, la larga que emplea para cazar caribúes.

Chakliux se acuclilló delante de su esposa y la miró a los ojos.

—Lo he visto —replicó—. Cree que su difunta esposa lo llama desde el temporal y dice que debe acudir.

—¿Crees que lo llama? ¿Por qué iba a querer que abandonase a su hijo pequeño? ¿Y si la esposa que lo llama no es Nieve, sino Hoja Roja?

—Voy a acompañarlo.

—¡No! Chakliux, mírame. Tengo que cuidar al bebé, a Grita Alto, a mi hermano, a Yaa… —Percibió la expresión de angustia y preocupación de su esposo y puso fin a sus protestas—. No es la primera vez que me ocupo de los niños, pero no quiero perderte —añadió serenamente—. Te lo ruego, Chakliux…

El narrador la estrechó en sus brazos y susurró:

—Si permito que vaya solo no regresará. Si estamos juntos, al menos existe la posibilidad de que retorne. Cualquiera que sea su decisión, yo volveré. Jamás te abandonaré. Siempre estás en mi corazón.

Cogió las armas y la mochila y salió antes de que Aqamdax pudiera plantear nuevas objeciones. La narradora cogió al rorro con un brazo, reptó por el túnel de entrada y apartó el faldón de la puerta para ver partir a Chakliux, pero la nevada lo engulló y no vio más que la tormenta.

Volvió a internarse en el refugio. Grita Alto estaba agazapado y las rodillas casi le tocaban el mentón. Sostenía la lanza que Sok le había regalado; el extremo romo estaba apoyado en el suelo y la punta señalaba hacia arriba, como si retase al viento.

Aqamdax se sentó a su lado; acomodó al bebé en su pecho y empezó a acunarlo y a canturrearle. De pronto recordó una narración, una ingenua historia sobre gaviotas, y comenzó a contarla. Grita Alto no tardó en apoyarse en ella, con la lanza entre los dos, y Aqamdax siguió desgranando relatos hasta muy entrada la noche.