Capítulo 37
Pueblo de Río Cercano
Dii depositó la mochila en el suelo y se estremeció cuando Anaay gritó:
—¿Crees que quiero que montes la tienda aquí? El suelo está mojado. ¡Busca un lugar más adecuado! No te he traído para que me compliques más la vida.
Desde que K’os no estaba con ellos portaba una carga más pesada, casi el doble que la anterior, y aquel día Anaay le había encomendado otro fardo y una piel de caribú. Había atado la piel a las angarillas que arrastraba un perro, pero el exceso de peso hundía la carga en la tundra y la empantanaba en cualquier hoyo húmedo en el que el frío aún no había endurecido la nieve.
A mediodía tenía la espalda y los hombros rígidos de dolor, pero se obligó a no pensar en sus sufrimientos. Cuando se detuvieron para montar el campamento estaba tan exhausta que desató el fardo más pesado que acarreaba y lo dejó caer.
—¿Dónde quieres que monte la tienda? —preguntó a Anaay.
El jefe alzó la mano y Dii se agazapó para suavizar el golpe. Anaay reparó en que hombres y mujeres los observaban y replicó:
—Vete con Flor Azul. Al menos ella tiene dos dedos de frente. Coloca mi tienda junto a la suya.
Flor Azul inclinó la barbilla hacia el este del campamento. Dii cogió el fardo, azuzó a los perros y la siguió. Flor Azul habló con el sobrino que caminaba a su lado y el muchacho corrió a ayudar a Dii con el fardo.
—Esposa, me avergüenzas porque permites que un niño haga tu trabajo —protestó Anaay.
Flor Azul se volvió, apartó de la cara la capucha de la parka y declaró en presencia de todos los aldeanos:
—Anaay, eres tú quien debería avergonzarse. Mi sobrino está cumpliendo las obligaciones del marido. ¿Eres tan ciego que no te has dado cuenta de que tu esposa lleva más carga que nadie y vigila tres perros?
Las palabras de la anciana cargaron de fuerza los brazos de Dii, pero también fue consciente de que Anaay no olvidaría semejante humillación ni permitiría que ella la olvidase.
Pueblo de Río Primo
Yaa buscó a Sok en el campamento y, pese a que preguntó a muchos aldeanos y asomó la cabeza por los lados abiertos de los cobertizos, nadie supo decir dónde estaba.
La caléndula de las marismas crecía cerca de los ríos. Conocía perfectamente la planta, aunque nunca había visto que la utilizaran como medicina. Las hojas onduladas crecían en los tallos que no se levantaban más de un palmo de la tierra. Se desplegaban en círculo, y cada primavera la planta daba flores de color amarillo brillante. Yaa sería perfectamente capaz de encontrarla, sobre todo hallándose tan cerca de un río, de no ser por la nieve.
Se alegró de que fuera Sok en lugar de Tallo Retorcido quien la acompañara. Desde el día en que K’os había estado con ellos, Yaa no hacía más que pensar en qué habitante de Río Primo habría matado a Mujer de Día, la madre de Grita Alto. Había analizado a cada uno de los hombres, si bien las ancianas comentaban en voz baja que el lecho de Mujer de Día era una maraña de esteras y pieles. Había existido demasiado forcejeo para que el asesino fuese un hombre, ya que la habría dominado sin dificultades. Y si no se trataba de un hombre, ¿quién había sido?
Tallo Retorcido era una mujer de palabras tajantes y temperamento vivo. Yaa la había visto gritar colérica por naderías que la mayoría de las mujeres olvidaban después de fruncir el ceño. Había llegado a la conclusión de que tal vez Tallo Retorcido se hubiera desquitado de Mujer de Día descargando sobre ella la derrota de los Primos. Al fin y al cabo, Mujer de Día pertenecía a Río Cercano.
Ghaden, Grita Alto y ella misma habían nacido en la aldea de Río Cercano. ¿Y si Tallo Retorcido era la asesina? ¿Y si presa de la ira decidía matar a otro aldeano de Río Cercano? Una vez más lamentó no disponer de un cuchillo de hoja larga.
—¿Qué haces?
Yaa dio un brinco y chasqueó los dedos enfadada al ver a Ghaden.
—Chakliux me pidió que buscara caléndula de las marismas. ¿La has visto por aquí?
—No. ¿Qué aspecto tiene?
—Olvídalo. ¿A qué has venido?
—Intento convencer a Mordedor de que cruce el río.
—Insiste. Ya vendrá. Déjame en paz, tengo que encontrar…
—Ya lo sé.
Ghaden elevó el tono de voz, llamó al perro y Yaa se alejó. Aunque sólo tenía un palmo de profundidad, la nieve ocultaba casi todas las plantas. Yaa pensó que era una pena que las caléndulas no fuesen más altas. Claro que, por otra parte, era su cercanía a la tierra lo que las volvía eficaces.
Apartó la nieve con los pies y se agachó para distinguir las plantas bajo la luz mortecina. Llegó a la pendiente de la orilla. Aunque no se trataba de un torrente propiamente dicho, en primavera canalizaba el agua del deshielo hasta el río.
Gritó alborozada cuando por fin avistó la mata de caléndulas, con cada hoja coronada de nieve. Como no sabía si Aqamdax quería hojas, tallos o raíces, agarró la planta y tiró. Por el rabillo del ojo vio algo que se movía. Levantó la cabeza y se percató de que Mordedor la había seguido desde la otra orilla. El perro ladró. Yaa abrió la boca para gritarle que se callase, y en ese instante las raíces se soltaron y la muchacha cayó al deslizársele los talones, y aterrizó boca arriba.
Resbaló hacia el río, gritó y oyó a Ghaden. Se le llenaron los ojos y la boca de agua, y el frío le resultó tan impactante que no pudo moverse.
Aldea de Cuatro Ríos
K’os se arropó con las túnicas del lecho y volvió la espalda a Jején, pero la anciana no dejaba de barbotar.
—En esta aldea hay hombres mejores que Cen —aseguraba—. No estás obligada a elegirlo simplemente por ser el primero que conociste. ¿Qué opinas de Rama de Sauce, Salta Muy Lejos y Regalaperros? Primera Lanza, el jefe de nuestros cazadores, tiene cuatro esposas, pero tal vez quiera otra…
Siguió con la enumeración, e incluso llegó a mencionar a su esposo. ¿Escalador de Árboles era mejor que Cen? Deseosa de que Jején cerrara la boca, K’os se apoyó en un codo y masculló:
—¿Qué te hace creer que Cen me interesa? No elegiría la existencia de la esposa de un mercader. ¿Qué mujer desea que su marido pase fuera casi todo el verano y, a menudo, el invierno? Además, soy sanadora, por lo que no necesito marido. Me ganaré la carne con las medicinas que preparo.
—Somos un pueblo sano. En esta aldea la sanadora no ganará mucho —advirtió Jején—. Sé que la medicina que me proporcionaste ha aliviado mis articulaciones, por lo que no me molesta compartir mi refugio. Me alegra contar con la compañía de otra mujer. Mi hija y su esposo convivieron con nosotros hasta el verano pasado. Él la convenció para trasladarse a la aldea de Colinas Negras, donde vive su hermano. Esa hija mía es necia. No encontrará a nadie mejor que yo para cuidar de sus hijos. Regresarán, al menos en primavera. Pero hasta ese momento aquí hay lugar para ti.
—Cuando tu hija regrese ya tendré mi propio refugio —afirmó K’os.
Jején levantó un dedo.
—Tengo una hija y es necia. Tú eres sabia. Cualquiera lo ve. Encontrarás marido. En esta aldea hay muchos hombres. ¿Te he hablado de Visón Gordo? Y eso sin contar con Ojo Pardo. Todavía no lo conoces. Salió con su hermano a cazar caribúes, ellos dos solos. Su hermano tiene una esposa, pero Ojo Pardo ninguna. Es un buen candidato.
K’os volvió a taparse y metió la cabeza bajo el calor de las pieles. Las pieles amortiguaron la voz de Jején, y K’os concentró su mente en Cen y en Hoja Roja y en la mejor manera de abrirse paso hasta el lecho del mercader.
Pueblo de Río Primo
Con la mano apoyada en el vientre de su esposa, Chakliux lanzó una exclamación de alegría. Aqamdax, que había untado con pomada los cortes que Estrella tenía en la cara, bajó las manos hasta su vientre y notó el movimiento de la criatura.
Aunque intentó compartir la alegría de Chakliux, súbitamente la vitalidad de la criatura le recordó a su difunto hijo. Suspiró, se obligó a sonreír y preguntó a Tallo Retorcido si alguna vez había utilizado caléndula de las marismas.
—No —replicó Tallo Retorcido—. Seguro que se trata de algo que K’os aprendió por su cuenta y que mantuvo en secreto.
—Cuando Sok y Yaa vuelvan con la planta, si es que la encuentran, tráemela y prepararé la infusión. No estoy segura de que Estrella regrese con nosotros, pero…
Una voz de hombre la interrumpió. Era Sok, que gritó desde el exterior del cobertizo:
—Me adelanté un trecho para ver qué encontraremos mañana durante la caminata; quería saber si el río había cambiado de curso y si los caribúes andaban por ahí delante. —Entró en el cobertizo y guardó silencio repentinamente. Poco después preguntó—: ¿Qué ha pasado?
—Se partió la rama de un árbol. Al precipitarse, golpeó a Estrella en la nuca y la hizo caer al río.
—¿Yaa y tú habéis encontrado caléndula de las marismas? —preguntó Tallo Retorcido a Sok.
—¿Cómo dices?
—Dije a Yaa que fuera a buscarte —intervino Chakliux—. Le pedimos que buscara caléndula de las marismas, pero no quería que abandonara sola el campamento.
—Me marché en cuanto mi esposa y mis hijos cruzaron el río sanos y salvos —aseguró Sok—. Apenas había avanzado río abajo cuando avisté un alce. Mañana, en cuanto haya luz, lo cazaré.
Chakliux se incorporó.
—Iré a buscar a Yaa. No debe estar muy lejos.
—Quédate con tu esposa; iré yo —propuso Sok.
Sok partió y Tallo Retorcido miró a Aqamdax con el ceño fruncido.
—Deberías estar en la tienda de la sangre de la luna. Yo ayudaré aquí. Si Yaa recoge caléndula, iré a la tikiyaasde y me explicarás lo que hay que hacer.
—Lamento lo ocurrido —declaró Aqamdax; aunque se dirigió a Tallo Retorcido, abrigó la esperanza de que Chakliux se diese cuenta de que esas palabras eran para él.
Salió del cobertizo y caminó hacia el oeste del campamento, donde sabía que Lezna había montado la tikiyaasde. El espacio que mediaba entre la tienda de la sangre de la luna y el campamento estaba a oscuras, pero Lezna había encendido la hoguera y las llamas guiaron a Aqamdax. Al llegar al hogar se acuclilló y aceptó el cuenco de caldo caliente que Lezna le ofreció.
—¿Y Estrella? —se interesó Lezna.
—Está viva y noté que la criatura se movía en su seno, pero creo que su espíritu aún no ha retornado.
—¿Qué ocurrirá si muere? ¿Existe alguna manera de mantener a la criatura con vida?
Era una pregunta sin pies ni cabeza. ¿Alguna criatura sin nacer sobrevivía si la madre moría? Aqamdax recordó la expresión de Chakliux y su mirada cargada de esperanza al sentir que la criatura se movía.
—En mi pueblo se cuentan historias acerca de criaturas que se salvaron pese a que sus madres habían muerto. Abrieron el vientre de la madre y retiraron a los pequeños. Aunque lo hiciéramos, la criatura de Estrella sería demasiado pequeña para sobrevivir. Está en… —Aqamdax hizo silencio y contempló el cielo mientras contaba con los dedos—. Está en la sexta luna de embarazo. —Negó con la cabeza—. Para salvar a la criatura tenemos que salvar a la madre. Vi que K’os empleaba una medicina preparada con caléndula de las marismas. Despeja los pulmones. Tal vez permita recuperar el espíritu de Estrella. No quiero que esta criatura muera. Sería lo mismo que volver a perder a mi hijo.
—Oí comentar a Taza Vacía que tu hijo había muerto —dijo Lezna con tono bajo—. ¿Nació demasiado pronto o reclamaron su espíritu?
—Su padre lo entregó al Lago Abuelo —replicó Aqamdax en tono severo y frío.
Lezna lanzó una exclamación de sorpresa.
—¿El niño era…, no era un niño fuerte?
—Era perfecto y hermoso. Según mi esposo, pertenecía a otro hombre, a alguien que visitó mi lecho antes de que me convirtiera en su esposa. Ese niño era hijo de Hombre de Noche. —A Aqamdax se le quebró la voz.
—Aunque no lo hubiera sido, ¿qué importancia tendría?
—Lezna, odio a Hombre de Noche y no quiero ser su esposa.
Lezna se arrodilló junto a Aqamdax y la abrazó.
—Puedo preguntar a Primera Águila si está dispuesto a tomarte como esposa. Me gustaría que fueses mi hermana. Es un magnífico cazador y jamás mataría a tu hijo, aunque perteneciera a otro hombre.
Aqamdax enjugó las lágrimas de su rostro.
—Eres una buena amiga. Otro me ha propuesto matrimonio.
—¿Chakliux?
—¿Cómo lo sabes?
—Aqamdax, no digas tonterías. Todos lo sabemos. Tu mirada transmite lo que hay en tu corazón, y a Chakliux le ocurre lo mismo.
—Quiero repudiar a Hombre de Noche y Chakliux me aconseja que espere a que lleguemos a la aldea de invierno.
—Es lo mejor que puedes hacer. ¿Para qué acrecentar la maldición que ha caído sobre nosotros?
—No hay tal maldición —aseguró la narradora—. Estrella se recuperará y su espíritu regresará.
—¿Lo dices porque lo sabes o sólo porque deseas que su criatura viva?
Aqamdax no supo qué responder a aquella pregunta.
Lezna calentó nieve en un cuenco de madera y añadió una pizca de polvo de corteza para calambres que sacó de la bolsa que colgaba de su cintura. Revolvió el polvo con el meñique y bebió un sorbo; tras hacer una mueca porque el sabor era amargo, se lo tragó. Ofreció el cuenco a Aqamdax.
—¿Quieres?
—No lo necesito.
—No sangras, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices?
—Porque cuando estamos en la tienda no te veo nunca cambiar la almohadilla que llevas entre las piernas. Ni veo que entierres nada por la mañana o por la noche.
—A veces la mujer necesita estar en el refugio de la sangre de la luna por otros motivos —respondió con cautela.
—A veces las mujeres que son hermanas del alma deben compartir sus secretos —replicó Lezna.
Sok apeló a su esposa Nieve-en-el-Pelo y le hizo varias preguntas sobre la caléndula de las marismas. Al fin y al cabo, los cazadores no sabían nada de la recolección de plantas.
Nieve-en-el-Pelo había adelgazado durante la estancia en el campamento a pesar de que nunca habían contado con tantos alimentos desde que se trasladaron a vivir con los Primos. Sok recordó que su esposa había insistido en llevar al pequeño. Habría sido mejor que se quedara en la aldea de invierno. Ligige’ lo habría cuidado, y seguramente quedaría alguna anciana aún con leche después de haber amamantado a los nietos durante años.
Nieve-en-el-Pelo le pasó un cuenco de carne.
—Tengo hojas secas de caléndula que mi madre me dio antes de que saliéramos de la aldea de Río Cercano. ¿Para qué las quieres?
—¿Sabes que Estrella se cayó en el río?
—¿Hay alguien que no se haya enterado?
—Yo no lo sabía. En cuanto los niños y tú cruzasteis seguí el curso del río. Avisté un alce y…
Nieve-en-el-Pelo se acercó a una de las mochilas colocadas en el lado abierto de la tienda, desató los cordones y sacó una bolsa plana.
—Aquí tienes caléndula de las marismas —lo interrumpió, y le lanzó la bolsa—. ¿Es para Estrella?
Sok se encogió de hombros.
—La pidió Tallo Retorcido.
—Según mi madre, a veces la caléndula ayuda a que el espíritu regrese al cuerpo.
Sok masculló algo y devoró ruidosamente la carne. Flor Azul, la madre de Nieve-en-el-Pelo, se consideraba sanadora, pero en realidad sabía muy poco y sus consejos no eran de fiar.
Dejó el cuenco en el suelo y se chupó los dedos.
—Necesito saber dónde crece, pues Yaa ha ido a buscarla y todavía no ha regresado.
—¿Te refieres a la pequeña Yaa? —inquirió Nieve-en-el-Pelo—. ¿A la hermana de Aqamdax?
—Sí.
—¿Qué haces aquí sentado comiendo? Vete a buscarla.
Sorprendido por el comentario de su esposa, Sok cogió la bolsa de caléndula seca. Nieve-en-el-Pelo se la quitó de las manos.
—Se la llevaré a Aqamdax mientras buscas a Yaa.
Nieve-en-el-Pelo cogió a su hijo, que dormía en el marco de la cuna, y abandonó la tienda. Sok apartó el cuenco y se secó las manos en las polainas. Echó mano de una lanza corta y salió. Caminó hacia el oeste por la vera del río, alejándose del campamento, hasta que la maleza se volvió tan tupida que se vio obligado a regresar.
—¡Chiquilla insensata! —exclamó, y miró hacia arriba como si hablara con las estrellas.
El firmamento estaba tan poblado que el centro parecía blanco. El vaho del aliento se elevaba al encuentro de la luz estelar, y Sok deseó hallarse abrigado en su lecho. No tardaría en encontrar a la niña. Seguramente no se había alejado demasiado. Después regresaría a la tienda, se arroparía con las pieles de la cama y soñaría con el alce macho, cuya ancha cornamenta aún estaba manchada por la sangre del crecimiento.