DESCONCIERTO Y MALESTAR

Sabios, no yo, tiene la política que hagan diagnóstico y pronóstico del importante cambio en la política española; no sobra que opinemos también los que no entendemos ya que el equivocarse está al alcance de todos. Por otro lado, mi interés no es arreglarle el problema a ningún aparato de partido sino proponer una modestísima consideración.

«La economía, estúpido», le gritaba algún maleducado a un político americano. Bueno, pues la moral. La izquierda española desde la Transición fue muy científica y moderna, y eso es imprescindible, pero se olvidó de la moral. Pensó que bastaba demostrar que sabía gestionar lo que había y guiñarle el ojo cínicamente a los votantes, «somos los vuestros». Y funcionó, votar a los socialistas fue una fórmula mágica, siendo quien siempre habías sido si les votabas te veías moderno y progresista; ser de izquierdas consistía en votarles. Pero la izquierda históricamente nunca ha sido un equipo que aspira a gobernar bajo una etiqueta sino, antes que nada, una lectura moral de la Historia y de la sociedad; no una elucubración historicista más sino una impugnación de la injusticia estructural nacida de sentimientos fuertes, rabia y compasión.

La izquierda política debe ser sensata, racional y capaz de gestionar eficazmente esta sociedad existente, pero no se es de izquierdas por una convicción racional sino por dolor o por amor. La izquierda antifranquista, porque venía de una terrible herida, aunque andaba en toscas alpargatas y estaba llena de dogmatismos, sabía esto, pero la izquierda nacida de la Transición, aunque tenía muchos estudios y masters, no sabía esto. Y por eso llegó a gobernar tanto, sí; y por eso lo hizo de esa manera.

Creo que la tarea de la izquierda era proponer un modelo de ciudadano con responsabilidad individual, una ética de individuos solidarios, y no engordar buenos consumidores homologados internacionalmente. Se trataba de dar un ejemplo ideológico y moral educador, no criar generaciones bien alimentadas de activos consumidores formadas en un gran vacío ideológico y moral. La izquierda existente se ha ocupado estos años de conquistar y retener el poder, y la ideología y la moral desde la izquierda se ha refugiado en las ONG y en la frustración de esas personas que no les han querido votar. Durante su gobierno vaciaron de ideología la sociedad y ahora carecen de autoridad moral ante ella. Desideologización y desmoralización. La ideología, la ética y la moral no eran «modernos» o racionales, lo moderno era el escepticismo y el cinismo. Pues bueno, pero la pretensión de modernez extrema puede llevar a uno a ser muy carca.

Cualquier intento de levantar una izquierda debe dialogar con el presente, pero también recordar la memoria de las corrientes históricas libertarias y justicieras. Y considerar la raíz, una propuesta ideológica y moral.

Pero esta verdadera crisis de toda la política española no solo cuestiona a la izquierda, sino que también afecta a los nacionalismos de las nacionalidades históricas y al nacionalismo español. Además de una denuncia del desprestigio de la oposición, hace unos días también se ha expresado el nacionalismo español. La demanda nacionalista de Cataluña y el País Vasco se ha expresado casi exclusivamente a través de dos partidos conservadores que estos años pasados, especialmente los cuatro últimos, han hecho una política que, siendo discutible, como todas, se ha expresado para España con un lenguaje a veces ofensivo y mezquino.

Creo que cuando esos nacionalismos se han manifestado con franqueza, en la Declaración de Barcelona, a pesar de que por ello fueron dura y sectariamente atacados, han acertado y que se han equivocado cuando han alardeado de someter o casi chulear al Gobierno. Porque una demanda, si se le permite ser explicada, con el tiempo puede ser comprendida, pero una ofensa tarda más en olvidarse. Y ello ha sido muy astutamente utilizado por el partido gobernante, que ha gestionado esas torpezas y las ha engordado y alimentado hasta conseguir este resultado electoral: «el Gobierno de España ya no seguirá siendo humillado por los vascos y catalanes». Y con ello han contraído una dura responsabilidad histórica los «populares», pues han deslegitimado gravemente a dos partidos ante el conjunto del Estado y, sobre todo, a sus votantes y a su demanda política. Demanda legítima y, además, justa. Pasada la batalla hay que gobernar, y no se debe gobernar como se hacen las batallas.

Los partidos vemos que pasan, pero las tendencias históricas son muy tozudas y continúan. Detrás de estos partidos «nacionalistas», mañana pueden ser otros como antes han sido otros distintos. Hay una reivindicación nacional a la que España debe permitir expresarse adecuadamente, no solo porque es necesario sino porque además es justo.

Gobierne quien gobierne debe empezar ya a educar a la población en que aquí vivimos ciudadanos diversos y que España, como todo en la vida, no es eterna, aunque sí una realidad que tiene su historia pero que las nacionalidades históricas también la tienen. Las propias ideas de Estado y de nación hoy son lo bastante confusas como para pegarse por ellas. Precisamos modos flexibles de entender los espacios sociales que permitan convivir en un mismo lugar a personas con identidades nacionales diversas, contrarias o que carezcan de ella. Pero conviene conocer que la idea de pertenencia a una comunidad histórica y cívica no solo es una realidad que no desaparece, sino que además es la agenda del día; aunque haya particulares que legítimamente no lo sientan así. En todo caso, debería replantearse el papel de Madrid en la vida española, podría y debería ser un escaparate de una realidad plural.

En cualquier caso, sea desde la derecha o desde la izquierda, no concibo otra forma de gobernar que no sea desde la buena fe para entender al otro y a los otros y educar a los ciudadanos en ello.