MUCHOS PASAPORTES

Y como solo las personas primitivas son una sola persona, y los demás contemporáneos somos varios dentro de nosotros, mantengo como puedo rostros diversos. Entre otras muchas cosas, entre otras querencias, manías, afectos, identidades, soy un europeo que es gallego y también español; pero todo ello a mi manera, siempre a mi manera. Y no está en mi mano cambiar eso, todo ello es parte de mí. Y aunque quisiera no podría, en el fondo de mí, renunciar a nada; no se puede renunciar a lo que se es.

Pero además reconozco que hay en mí, como en todo escritor, pues nuestro trabajo es mirar hacia atrás, por un lado la añoranza y la busca de unidad, de descenso a una raíz imaginada, imposible regreso a través de la ignorancia a la inocencia; y por otro lado un afán de extenderme, de despedazamiento. Los afectos quizá nos hagan más humanos, mejores, pero también sentir afecto por muchas cosas o gentes es abrirse, proyectarse en muchas direcciones distintas, o sea, romperse. Y no puedo evitar vivir sintiendo afecto por personas, lugares, países. Así que viajo y vuelvo con el deseo de tener otro pasaporte más. Y ese lado mío que se dispara hacia todos lados no quiere que desaparezcan los pasaportes, no quiere que desaparezcan los lugares, que se homogeneicen y disuelvan; lo que quisiera es tener el pasaporte de aquellos países nuevos de los que uno se va enamorando. Uno va acumulando nacionalidades, pedazos de pertenencia.

En todo caso, por las dos principales lenguas en que vivo, y por condicionantes personales, políticos y sociales, me muevo en dos ámbitos distintos pero imbricados, Galicia y España. Y ello me lleva a hacer mi trabajo con esas dos lenguas, o sea, a ser crítico con Galicia y con España. Pero reconozco que aunque no fuese escritor mi historia familiar y personal y mi modo de ser me llevarían igualmente a preocuparme por esos dos ámbitos y a ser crítico con ellos. El jugar en dos tapetes puede inducir a ocultar cartas o a engaños, y creo que eso ha existido mucho en la vida pública española por todas partes en estos años, pero estoy convencido de que el único diálogo posible es desde la franqueza. Por ello he intentado decir lo mismo en Madrid que en Galicia. Seguramente eso me ha hecho ganar antipatías en todas partes (es una de las cosas que mejor se me dan).

Mi desazón constante me ha hecho, para mi propio enfado, pues la reflexión enturbia la contemplación y mirar hacia fuera impide mirar hacia dentro, escribir una y otra vez sobre temas sociales y políticos. Me reconozco un carácter arbitrista, pretendo argumentar visiones corregidas de la realidad, y debe saberse que el arbitrismo siempre es una respuesta a una realidad que nos hace padecer, es ni más ni menos que una forma de expresión beligerante. Y, escriba sobre el tema que escriba, comprendo que pretendo convencer a quien lea mis argumentos y desvelar lo que considero verdadero rostro de lo criticado. Y quien quiere intervenir, corregir la realidad social, lo hace hoy a través de la prensa. La prensa, si es libre, es el lugar de la civilidad. Cuando sirve al poder, en cambio, es parte del sistema de dominación totalitario sobre el ciudadano. Porque creo en la libertad de expresión y todavía creo en el papel de la prensa, que ha sido quien me ha hecho ciudadano: escribo para opinar.