AQUELLO AÚN VA EN ESTO

Fuimos obligadamente españoles, fuimos obligadamente franquistas. Fuimos suyos, fuimos él, ese vacío negro. Aprendimos luego a odiarnos, pues lo odiamos a él, que era nosotros, nos había hecho de su misma sustancia. Dejamos de ser españoles, pues éramos antifranquistas, antinos otros mismos, y nos instalamos en el vacío, en el nihilismo cáustico.

Aprendimos más tarde un modo nuevo de ser españoles contra él, al cabo éramos la «anti-España». Nos unió la herida. La herida siempre existe, solo se puede tratar con ella de dos maneras: negándola y, por tanto, envileciéndose, o bien asumiéndola y obteniendo de ella fuerza y conocimiento para superarla. Antifranquistas todos. Los republicanos perseguidos y el conjunto de los antifranquistas creamos un nuevo espacio cívico, nacional, otra España. Ese espacio es parte de muchos de nosotros y es en esa memoria y en esa cultura donde podemos vernos. Y por eso luchamos inevitablemente contra la España franquista.

Esa España que se perpetúa hoy en nuestras televisiones, instituciones, política, escuelas. Cuando hablamos de «España» no hablamos de lo mismo Aznar y su partido y los otros; somos «los otros». Y las dos Españas se disputan su existencia, pues la existencia del doble es un conflicto trágico. Negamos la España que nos enseñaron en la escuela, la España monolingüe, homogénea, de esencias, eterna... Esa gran mentira que para existir tuvo que liquidar antes a la mitad de la ciudadanía.

Pero hacer ver que la sociedad somos todos, que todos existimos, unos y otros, es justamente lo contrario a que intentar imponer una visión faccional. Y ahí todos debiéramos hacer una autocrítica: la denuncia del nacionalismo criminal de los militares insurrectos y del régimen de Franco no quita que los demás tengan responsabilidades. Si hay algo inmaduro, infantil, es la izquierda española que se mira en un espejo beatífico, que se ve simplemente como víctima sin mácula. Víctima sí, pero si bien la República fracasó por la insurrección golpista tenía dentro enormes problemas sociales, pero también discursos políticos antidemocráticos entre los que decían sustentarla. Todos los discursos políticos tienen su pasado: nacionalistas españoles, otros nacionalistas, anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos, monárquicos..., todos tenemos pasado y debemos asumirlo y examinarlo para no ser hipócritas, pues la hipocresía es la muerte invisible pero segura de la democracia.

Si no nos aceptamos tal y como somos, si somos incapaces de vernos en el espejo, no solucionaremos nuestros problemas nunca, los arrastraremos siempre. No se entiende lo que ha ocurrido en la política española durante la segunda legislatura de Aznar, con su mayoría absoluta, si no se acepta que ésta es una sociedad troquelada por el franquismo. Y que por ello ha aceptado ser gobernada de un modo franquista por un falangista. Los españoles no son incautos engañados que pensaban que este señor era un demócrata y que luego les salió rana, y se lo fueron perdonando. Todos sabemos quiénes son. Los que se niegan a condenar la sublevación de los militares del 36, los que desentierran los muertos de la División Azul pero se niegan a desenterrar a los asesinados por los franquistas, los que reintroducen a diario la escuela «nacional-católica», los que subvencionan a la Fundación Francisco Franco para que siga exaltando la memoria y la obra de ese personaje, los que han generalizado el trabajo precario que impide levantar una vida propia... Esos que parecen franquistas, ¿no será que lo son?

Al fin y al cabo, ¿no es esta España un país donde sigue abierto al culto fascista un santuario que guarda las tumbas de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco con gran pompa, pagada con dinero público, y con misas regulares oficiadas por curas católicos? La respuesta es «sí». Esta España es la que anuncia el crimen y el fascismo como patrimonio nacional.