Capítulo 4

Kaylee estaba delante del armario en la habitación de su hermana. Pero ¿es que Catherine no tenía nada de ropa que tuviera algo de gracia? Volvió a rebuscar entre las perchas. Verde salvia, dorado viejo, ¡marrón, por Dios bendito! Y ni una sola prenda con la que le dieran a una ganas de ponerse unos tacones y menear un poco la cadera. ¿Cómo podía Cat ponerse aquellos pingos? Con un hondo suspiro de desesperación, Kaylee se quitó el ajustado y reluciente top púrpura para ponerse una aburrida blusa de color bronce. Vale que el tono le iba muy bien a la cara. Pero desde luego no hacía justicia a sus hermosos pechos ni a su diminuta cintura.

En fin. En el caso de que los vecinos la viesen, debían creer que se trataba de Catherine. Kaylee necesitaba un lugar para recobrar el aliento mientras pensaba qué hacer a continuación.

Reconoció al cazarrecompensas por el día en que había aceptado el préstamo para su fianza. El tipo no le había dicho ni una palabra en el despacho, pero a ella nunca se le pasaba por alto un hombre sexy, y aquel grandullón tenía sex appeal para dar y regalar.

Ese día se había escondido en el garaje de un vecino hasta que McKade se llevó a Catherine. Luego volvió a hurtadillas a casa de su hermana y rebuscó en todos los escondrijos típicos de Catherine hasta encontrar la llave para entrar. Mientras abría la puerta de atrás, la asaltó un fugaz sentimiento de culpa por el lío en que había metido a su hermana. Pero Catherine sabría apañárselas. Era capaz de apañárselas en cualquier situación. Kaylee era la que siempre necesitaba ayuda.

Sin embargo, ahora que se encontraba en el dormitorio de Catherine comenzaba a dudar de sus actos. Se dijo que a su hermana no le pasaría absolutamente nada. Aquello significaría un día de su vida, dos como mucho. Qué demonios, hasta viajaría gratis a Miami, donde aclararía sin ningún género de dudas su verdadera identidad.

Pero fue la idea de que Cat se acercara a Miami lo que puso nerviosa a Kaylee. ¡Por Dios! ¿En qué estaba pensando? Sanchez tenía influencias, contactos: conocía a gente de todas las calañas y posiciones, sobre la que ejercía diversos grados de autoridad. Sin duda inventaría alguna historia y correría la voz de que la andaba buscando. Y si alguien de los juzgados, por ejemplo, veía a su hermana gemela, Sanchez no se pararía a preguntarle su nombre.

No dudaría ni un instante y se aseguraría de que Catherine no volviera a respirar. ¡Dios, Dios! Esta vez la había cagado del todo.

Lo último que Kaylee esperaba mientras paseaba nerviosa por la casa unas horas más tarde era ver a Bobby LaBon aparcando delante de la casa.

«¡Me ha encontrado! ¿Cómo demonios ha podido encontrarme?» Su primer impulso fue echar a correr. Pero se dominó. «¡Piensa!» Tenía que hacer lo que habría hecho Cat. Tenía que ser Catherine.

Kaylee se quedó quieta. Sí, eso era. Tenía que ser Catherine.

Se apresuró hacia el cuarto de baño y se quitó el maquillaje. Se pasó un cepillo por el pelo y se lo recogió en una descuidada coleta. Luego, abrochándose hasta el cuello la blusa de Catherine, volvió corriendo hacia la puerta. Respiró hondo varias veces y abrió antes de que Bobby llamase o echase abajo la puerta de una patada o lo que fuera que tuviera en mente. Kaylee fue a coger el periódico que habían dejado en el porche con anterioridad. Al enderezarse, dio un respingo.

—¡Ah! Hola. ¿Puedo ayudarle en algo?

Él la recorrió con la vista de arriba abajo.

—He venido a por ti, nena.

—¿Cómo dice? —Kaylee se felicitó por su tono de voz. Era el tono de Cat, el que tanto a ella como a su padre les impulsaba a decir: «Jooderr, Cat, hija, anímate».

Bobby frunció el ceño.

—¿Kaylee?

—No, soy Catherine. La hermana de Kaylee. ¿Quién es usted? ¡Eh! —protestó cuando él la apartó de un empujón para entrar en la casa. ¡Dios santo! ¿Qué haría Catherine en esa situación? Kaylee fue derecha al teléfono y consiguió marcar el nueve y el uno antes de que él colgara con dos dedos.

—Quiero ver alguna prueba de que eres quien dices ser —pidió.

Kaylee no tuvo que pensárselo dos veces: sabía cuál sería la reacción de Catherine ante eso. Alzó el mentón en un gesto idéntico al que haría su hermana.

—¡Eso ni lo sueñe! —dijo en un tono gélido—. Esta es mi casa y yo no tengo que demostrarle quién soy. —Y estiró de pronto el brazo con gesto imperioso para señalar hacia la puerta—. ¡Salga ahora mismo de aquí!

Él sacó una pistola. No la apuntó con ella, pero la amenaza quedaba implícita.

—Enséñame una prueba.

Por otra parte, su hermana jamás había sido inflexible hasta el extremo de la estupidez. Con el mentón alzado, Kaylee se dirigió hacia el salón, donde le entregó dos fotografías enmarcadas de una de las estanterías. Una era una foto muy sexy de ella, donde tenía un aspecto fantástico.

—Kaylee —dijo. La otra era una foto de su hermana en la playa. El rostro era de lo más parecido al de la otra fotografía, pero las diferencias eran también evidentes—. Yo.

A continuación sacó del bolso de Catherine la cartera donde estaba el carnet de conducir. Se lo tendió a LaBon y se pasó la mano por delante del cuerpo, indicando la ropa. Bobby tenía razones de sobra para saber que en circunstancias normales Kaylee no se habría puesto aquello ni loca.

—También soy yo.

Bobby la miró detenidamente, deteniéndose en la tersa longitud de sus piernas.

—Preciosa.

«¡Pero serás hijo de puta! ¡Asqueroso mujeriego!» Kaylee necesitó un gran esfuerzo para quedarse quieta y devolverle una mirada inexpresiva. «Si no tuviera tanto miedo a que me hagas daño, te mataría.»

—¿Dónde está Kaylee?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Quién es usted?

—Bobby LaBon. Su novio —añadió.

—Ah, sí, he oído hablar de ti. Pero ¿qué haces aquí? —Solo podía haber una razón, ¿no?, teniendo en cuenta la pistola que llevaba. «¡Ay, Bobby!»—. ¿Os habéis peleado?

—Mira, no te hagas la tonta conmigo. Llevo todo el día siguiéndola y sé que ha estado aquí. Te lo voy a preguntar por última vez: ¿Dónde está? —repitió—. No me obligues a sacar otra vez la pistola.

—No sé dónde está. —Y al ver que él la miraba entornando los ojos, supo que había cometido un error.

Repasó a toda prisa lo sucedido; la cabeza le daba vueltas. ¡Mierda! Había sido la voz. Había hablado con aquel tono ronco en el que tanto había trabajado durante años para convertirlo en una segunda naturaleza.

Él se acercó con gesto amenazador.

—Muy bien, Kaylee, ¿qué está pasando aquí? Reconocería esa voz en cualquier parte.

A pesar de estar aterrorizada, le satisfizo saber que Bobby era capaz de diferenciarla de su hermana gemela. Sin embargo no estaba dispuesta a admitir nada.

—Catherine —le corrigió en un tono helado—. Me llamo Catherine.

—Y una mierda. Hace un momento casi me la pegas, pero ahora ya sé quién eres. —Su tono se suavizó—. Escucha, nena. No vengo de parte de Sanchez ni del Cadenas ni de ningún otro. No he venido a hacerte daño. He venido porque recibí tu nota y estaba preocupado por ti.

Por dentro Kaylee suspiró de alivio, pero por fuera mantuvo su compostura.

—Sí, desde luego. Por eso me has sacado la pistola.

—¿Cómo? ¿Esto? —Bobby miró el arma y la guardó—. Era solo para llamar tu atención cuando aún pensaba que eras tu hermana. Joder, si ni siquiera la tenía. La compré cuando volví a Miami y leí tu nota. Y era para protegerte, preciosa, no para hacerte daño.

—Estoy segura de que eso sería muy tranquilizador, señor LaBon, si yo fuera mi hermana. Pero no lo soy. Por última vez, me llamo Catherine.

—¿Ah, sí?

Y antes de que Kaylee se diera cuenta, Bobby la había agarrado por los antebrazos para estrecharla contra su pecho.

—Muy bien, pues vamos a hacer un pequeño experimento —sugirió. Y la besó.

Y siguió besándola y besándola… hasta casi ahogarla. Kaylee hizo todo lo posible, pero los hombres con carácter eran su debilidad, y jamás había sido capaz de resistirse a los besos de Bobby.

Para cuando él alzó la cabeza, Kaylee se había quedado sin fuerzas. De no haber sido porque él seguía sujetándola, estaba segura de que se hubiera desmoronado en el suelo como un muñeco de trapo.

Bobby se la quedó mirando, también con los párpados pesados.

—Hola, preciosa —la saludó con voz ronca, relamiéndose el labio—. Te he echado de menos.

Aquello la hizo volver de sopetón a la realidad. Se echó hacia atrás, unió las dos manos y lanzó un golpe apuntando a su cabeza como si fuera una bola que pensara enviar a las gradas.

Bobby se agachó, y los puños de Kaylee rebotaron a un lado de su cabeza. De haber tenido los reflejos un poco más lentos, el golpe le habría tirado al suelo.

—Joder, Kaylee —protestó, frotándose la sien—. ¡Podías haberme matado!

—¡Me han detenido por tu culpa! Me dijiste que el coche era tuyo, y me han detenido.

—Sí, lo siento. No sé qué pasó.

—Yo sí sé lo que pasó. ¡Que tú robaste el coche y yo he pagado el pato!

—Oye, que yo no he robado nada. Es que estaba ahí abandonado, cantando un canto de sirena, y yo sabía que Babette estaba fuera de la ciudad, así que… bueno, lo tomé prestado, eso es todo. Pensaba devolverlo, pero cuando tuve que irme se me ocurrió pensar en lo monísima que estarías tú al volante y se me olvidó que el coche no era mío. Fue un error inocente, Kaylee.

—Y una mierda. ¿Y quién demonios es esa tal Babette? ¿Qué tienes tú que ver con ella? Cuando vino a la comisaría, después de que me detuvieran, tuve la impresión de que te conocía.

—Ya, bueno… —Bobby la miró con recelo—. En cierto modo, sí. Es, bueno… una ex novia.

—¿Una ex novia? —Kaylee estaba furiosa—. ¿Una ex novia? ¡No te creo, Bobby! ¡Joder, no me lo puedo creer! No puedo creerme que me he estado acostando con un tío capaz de salir con una tía que se llama Babette.

—Fue hace mucho tiempo, preciosa.

—Me da igual que fuera en el siglo pasado. Tienes un mal gusto espantoso. Y además, ¿qué le pasa a esa tía?

—Pues que es el perro del hortelano. Cuando rompimos no le importó en absoluto, pero cuando vio que la había sustituido por una mujer de bandera, no pudo soportarlo. Seguro que en cuanto te vio supo que no podría competir contigo ni en belleza ni en estilo, y se puso verde de envidia.

—¡Venga ya, Bobby! Estoy metida en un buen lío por tu culpa. Necesito ayuda, no piropos.

—Vamos a solucionarlo todo, preciosa.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo? ¿Es que no leíste la nota que te dejé? ¡Oí a Sanchez y al Cadenas hablando de un asesinato! No puedo volver a Florida, y tú tampoco eres el tipo más honrado del mundo. —De pronto se le ocurrió una idea y se quedó mirando a Bobby con gesto calculador, con los ojos entornados—. Así que has venido solo porque quieres que te perdone, ¿no? ¿Esa es la única razón? ¿Quieres que te dé un beso y nos reconciliemos?

—Más que nada en el mundo. —Bobby se acercó y se inclinó un poco para que sus rostros estuvieran al mismo nivel, rodeando a Kaylee con su calor y su olor, pasándole las manos por los brazos arriba y abajo.

Ella notó que se le debilitaban las rodillas e hizo un esfuerzo por luchar contra ello.

—Bueno, me lo pensaré —dijo por fin—. En cuanto me ayudes a rescatar a Catherine.

Bobby se enderezó, dejando caer las manos a los costados.

—¿Rescatarla de qué?

Kaylee se lo explicó brevemente.

—No debería haber dejado que se la llevara, Bobby. Pero yo lo único que quería era escapar. Ahora tenemos que salvarla.

—¿Tú estás loca?

Ella alzó una ceja.

—Supongo que entonces se acabó lo del beso y la reconciliación.

Bobby se pasó los dedos por el pelo.

—¡No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra!

—Tú no tienes que entender nada. Esas son mis condiciones. Cat me decía que por una vez le gustaría ver que me responsabilizo de los líos en los que me meto. Pues bien, Bobby, en este lío me he metido por tu culpa. Así que decide. ¿Me vas a ayudar o no?

—Vale, vale, lo que tú digas. ¿Cómo se llama el cazador de recompensas?

—¿Y cómo quieres que lo sepa?

—¿Que no lo sabes? ¿Y cómo esperas que yo…? Da igual. Déjame pensar un momento.

Durante un rato guardaron los dos silencio. Bobby hacía crujir distraídamente sus nudillos, haciendo que Kaylee se estremeciera.

—¡Bobby, por favor!

—¡Calla! Estoy intentando pensar.

Kaylee puso los ojos en blanco, pero no dijo nada.

Al cabo de un rato, Bobby la miró.

—A ver, ¿cómo se llamaba el fiador? —En cuanto Kaylee se lo dijo, él preguntó—: ¿Dónde está el teléfono?

—Hay uno en la cocina. ¿Por qué? ¿Qué piensas hacer?

—Llamar a Scout Bell en Miami. Ese tío es un genio de la informática. Con el nombre del fiador, podrá saber quién es tu cazarrecompensas. Y una vez que sepa el nombre, lo meterá en los archivos de la compañía aérea para averiguar en qué vuelo viajan el tío ese y tu hermana.

—Ah, buena idea. —Kaylee agarró el bolso de Catherine para rebuscar en la cartera. Le agradó ver que contenía uno de sus artículos favoritos: una visa oro—. Tú ponte a ello, que yo vuelvo en un momento.

Bobby se paró en seco de camino a la cocina para volverse a mirarla.

—¿Adonde coño vas?

—De compras. Mírame, Bobby. —Y abrió los brazos mirando con disgusto la blusa color bronce—. ¡Tengo que comprar algo de ropa decente!