Lección 1: Los ricos no trabajan por el dinero
—Papá: ¿Puedes decirme cómo volverme rico?
Mi padre dejó a un lado el periódico vespertino: "¿Por qué quieres volverte rico, hijo?" Porque la mamá de Jimmy apareció al volante de su nuevo Cadillac, y ellos se fueron a pasar el fin de semana su casa en la playa. Jimmy invitó a tres de sus amigos, pero Mike y yo no fuimos invitados. Nos dijeron que no nos invitaban porque éramos; “niños pobres".
—¿Ellos dijeron eso? —preguntó mi padre, incrédulo.
—Sí, lo dijeron —respondí herido.
Mi padre meneó la cabeza en silencio, empujó sus anteojos sobre su nariz y volvió a leer el periódico. Yo me quedé a la espera de una respuesta.
Corría el año 1956. Yo tenía, nueve años de edad. Por un capricho del destino, yo asistía a la misma escuela pública a la que los ricos enviaban a sus hijos. El nuestro era un pueblo en una plantación de azúcar. Los gerentes de la plantación y otras personas pudientes del pueblo, como los doctores, los dueños de negocios y los banqueros, enviaban a sus hijos a esa escuela, del primero al sexto grado. Luego de pasar el sexto grado, sus hijos generalmente eran enviados a escuelas particulares. Dado que mi familia vivía a un lado de la calle de esa escuela, yo asistí a ella. Si hubiera vivido en la acera de enfrente hubiera tenido que ir a una escuela diferente, con los hijos de familias como la mía. Luego del sexto grado, esos niños y yo asistiríamos a la secundaria pública y a la preparatoria pública. No había escuela particular para ellos o para mí.
Mi padre finalmente dejó el periódico. Me di cuenta de que estaba pensando.
—Bien, hijo —comenzó lentamente—. Si quieres ser rico, tienes que aprender a hacer dinero.
—¿Cómo puedo hacer dinero —pregunté.
—Bien, hijo, utiliza tu cabeza —me dijo sonriente. Lo que quería decir era: "Eso es todo lo que voy a decirte", o "no sé la respuesta, no me avergüences".
Se forma una sociedad
A la mañana siguiente le dije a Mike, mi mejor amigo, lo que mi padre me había dicho.
Hasta donde sé, Mike y yo éramos los únicos niños pobres en esa escuela. De la misma forma que yo, Mike estaba en esa escuela por un capricho del destino. Alguien había dibujado una línea para definir el distrito escolar y nosotros terminamos en la escuela de los niños ricos. Nosotros no éramos realmente pobres, pero sentíamos como si lo fuéramos porque todos los demás niños tenían guantes de béisbol nuevos, bicicletas nuevas, todo nuevo.
Mi madre y mi padre nos proporcionaban las cosas básicas, como la comida, la vivienda y la ropa. Pero eso era todo. Mi padre solía decir: "Si quieres algo, trabaja para obtenerlo." Nosotros queríamos cosas, pero no había mucho trabajo disponible para niños de nueve años.
—¿Qué hacemos para ganar dinero? —preguntó Mike.
No sé —le dije—. Pero, ¿quieres ser mi socio?
Aceptó y de esa manera, ese sábado por la mañana, Mike se convirtió en mi primer socio de negocios. Pasamos toda la mañana pensando en ideas sobre cómo ganar dinero. Ocasionalmente hablábamos acerca de los "niños ricos" que estaban en la casa de playa de Jimmy, divirtiéndose. Nos dolía un poco, pero ese dolor era bueno, porque nos inspiró a seguir pensando en la manera de ganar dinero. Finalmente, esa tarde una iluminación nos vino a la mente. Se trataba de una idea que Mike había tomado de un libro de ciencia que había leído. Muy emocionados nos dimos un apretón de manos y la sociedad tenía ahora un negocio.
Durante las siguientes semanas, Mike y yo recorrimos el vecindario tocando puertas y preguntando a los vecinos si nos guardarían los tubos de dentífrico usados. Con miradas curiosas, la mayoría asintió con la cabeza. Algunos nos preguntaron qué estábamos haciendo, a lo que nosotros respondíamos: "No podemos decirle. Se trata de un negocio secreto."
Mi madre estaba cada vez más molesta, conforme pasaron las semanas. Habíamos seleccionado un sitio cercano a su lavadora de ropa como el lugar donde almacenaríamos nuestra materia prima. En una caja de cartón que alguna vez contuvo botellas de salsa de tomate comenzó acrecer nuestra pila de tubos vacíos de dentífrico.
Finalmente intervino mi mamá. Le había afectado el espectáculo de los tubos apretados y vacíos. "¿Qué están haciendo, niños?", preguntó. "Y no quiero escuchar nuevamente que se trata de un negocio secreto. Hagan algo con ese desorden o lo voy a arrojar a la basura. "
Mike y yo rogamos y suplicamos, explicándole que pronto tendríamos suficiente material para comenzar la producción. Le informamos que estábamos esperando a que un par de vecinos terminaran de utilizar su pasta de dientes para que nos dieran sus tubos. Mamá nos dio un plazo de una semana.
La fecha para comenzar la producción fue adelantada. La presión estaba sobre nosotros. Mi primera sociedad de negocios estaba siendo ya amenazada con una notificación de lanzamiento de nuestro primer espacio de almacén, por mi propia madre. Correspondió a Mike el trabajo de apresurar a los vecinos para que utilizaran su pasta de dientes, diciéndoles que el dentista de cualquier manera quería que se lavaran más a menudo. Yo comencé a armar la línea de producción.
Un día mi padre llevó a un amigo para ver a dos niños de nueve años con una línea de producción funcionando a toda velocidad en la rampa de acceso a la cochera. Había polvo blanco por todas partes. En una mesa larga había pequeños recipientes de leche que obtuvimos en la escuela, y la parrilla de la familia resplandecía por el fulgor de los trozos de carbón al rojo vivo.
Papá se acercó precavidamente y estacionó su automóvil a la entrada de la rampa, porque la línea de producción obstruía la entrada de su cochera. Conforme él y su amigo se acercaron pudieron ver una olla de acero colocada sobre el carbón, con los tubos de dentífrico derritiéndose. Los tubos estaban hechos de plomo. De manera que una vez removida la pintura colocamos los tubos en la olla de acero, los derretimos hasta hacerlos líquido y sosteniéndola por las asas vertimos el plomo a través de un pequeño agujero en la parte superior de los cartones de leche.
Los recipientes de cartón estaban rellenos de yeso. El polvo blanco que podía verse por todas partes era el yeso antes de ser mezclado con agua. En mi premura había volcado el saco de yeso, y toda el área tenía el aspecto de haber sido golpeada por una tormenta de nieve. Los cartones de leche eran los recipientes para los moldes de yeso.
Mi padre y su amigo observaron mientras vertimos cuidadosamente el plomo derretido a través de un pequeño agujero en la parte superior del cubo de yeso.
—Tengan cuidado —dijo mi padre.
Yo asentí con la cabeza sin levantar la vista.
Finalmente, una vez que terminamos de verter, dejé la olla de acero y sonreí a mi padre.
—¿Qué están haciendo, niños? —nos preguntó con una sonrisa precavida.
—Estamos haciendo lo que me dijiste que hiciera. Nos vamos a volver ricos —le respondí.
—Sí —dijo Mike, sonriente y asintiendo con la cabeza—. Somos socios.
—¿Y qué hay en los moldes de yeso? —preguntó mi padre.
—Mira —le dije—. Esta debe estar lista.
Con un pequeño martillo golpeé ligeramente el sello que dividía el cubo en dos. Levanté la mitad superior del molde de yeso y apareció una moneda de plomo.
—¡Oh, Dios mío! —dijo mi padre—. Están acuñando centavos de plomo.
—Así es —dijo Mike—. Estamos haciendo lo que usted nos dijo. Estamos haciendo dinero.
El amigo de mi padre se dio la vuelta y soltó una carcajada. Mi padre sonrió y sacudió la cabeza. Junto al fuego y a una caja de tubos de dentífrico usados había dos niños pequeños cubiertos de plomo que sonreían de oreja a oreja.
Nos pidió que dejáramos lo que estábamos haciendo y que nos sentáramos en los peldaños frente a la casa. Sonriente, mi padre nos explicó el significado de la palabra "falsificación".
Nuestros sueños se habían desvanecido: "¿Quieres decir que esto es ilegal?", preguntó Mike con voz entrecortada.
—Déjalos —dijo el amigo de mi padre—. Es posible que estén desarrollando un talento natural. Mi padre le clavó la mirada.
—Sí, es ilegal—dijo amablemente mi padre—. Pero ustedes han mostrado una gran creatividad y originalidad de pensamiento. Sigan trabajando. ¡Realmente estoy orgulloso de ustedes! Desilusionados, Mike y yo nos sentamos en silencio cerca de 20 minutos antes de comenzar a limpiar nuestro desorden. El negocio había fracasado el mismo día que inició. Mientras barría el polvo, miré a Mike y le dije: "Creo que Jimmy y sus amigos están en lo cierto. Somos pobres."
Mi padre estaba marchándose cuando dije eso. "Niños", dijo. "Ustedes sólo son pobres si se rinden. Lo más importante es que hicieron algo. La mayoría de la gente sólo habla y sueña con volverse rica. Ustedes han hecho algo. Estoy muy orgulloso de ustedes. Lo diré nuevamente: sigan trabajando. No se rindan."
Mike y yo nos quedamos parados allí, en silencio. Ésas eran palabras muy lindas, pero nosotros todavía no sabíamos qué hacer.
—¿Y por qué tú no eres rico, papá? —pregunté.
—Porque escogí ser maestro de escuela. Los maestros de escuela no piensan realmente en volverse ricos. Solamente nos gusta enseñar. Me gustaría ayudarles, pero yo no sé realmente cómo hacer dinero.
Mike y yo nos dimos la vuelta y continuamos limpiando.
—Ya sé —dijo mi padre—. Si ustedes desean aprender cómo volverse ricos, no me pregunten. Hablen con tu padre, Mike.
—¿Mi papá? —preguntó Mike, con un gesto de sorpresa en el rostro.
—Sí, tu padre —repitió mi papá con una sonrisa—. Tu papá y yo tenemos el mismo banquero, y él se la pasa elogiando a tu padre. Me ha dicho muchas veces que tu padre es muy brillante en lo que se refiere a ganar dinero.
—¿Mi papá? —preguntó Mike nuevamente, incrédulo—. ¿Entonces por qué no tenemos un automóvil bonito y una linda casa como esos niños ricos en la escuela?
—Un carro y una casa bonitos no significan necesariamente que tú eres rico o que conoces la manera de hacer dinero —respondió mi padre—. El papá de Jimmy trabaja para la plantación de azúcar. Él no es muy diferente de mí. Él trabaja para una compañía, y yo trabajo para el gobierno. La compañía le compra el automóvil. La compañía azucarera está en problemas financieros, y es posible que el papá de Jimmy no tenga nada pronto.Tu papá es diferente, Mike. Él parece estar construyendo un imperio, y yo sospecho que en unos cuantos años será un hombre muy rico.
Al escuchar lo anterior, Mike y yo volvimos a emocionarnos. Con nueva energía comenzamos a limpiar el desorden causado por nuestro primer negocio fracasado. Conforme limpiábamos, hacíamos planes sobre cómo y cuándo hablaríamos con el padre de Mike. El problema es que el papá de Mike trabajaba mucho y a menudo no regresaba a casa sino hasta muy tarde. Su padre era propietario de unos almacenes, una compañía constructora, una cadena de tiendas y tres restaurantes. Los restaurantes lo mantenían fuera hasta tarde.
Mike tomó el autobús a su casa después de que terminamos de limpiar. Iba a hablar con su padre cuando llegara a casa esa noche y le preguntaría si le enseñaría la manera de volvemos ricos. Mike prometía llamarme tan pronto como hablara con su padre, incluso si era tarde.
El teléfono sonó a las 8:30 p. m.
—Muy bien —dijo—. El próximo sábado —y colgó. El padre de Mike había aceptado reunirse con Mike y conmigo.
A las 7:30 del sábado por la mañana tomé el autobús para dirigirme a la parte pobre del pueblo.
La lección comienza:
“Les pagaré 10 centavos por hora.”
Incluso de acuerdo con los estándares de salario de 1956,
10 centavos por hora era poco.
Michael y yo nos reunimos con su padre esa mañana, a las ocho. Él ya estaba ocupado y había estado trabajando por más de una hora. Su supervisor de construcción estaba marchándose en su camioneta cuando llegué a la casa sencilla, pequeña y ordenada. Mike me recibió en la puerta.
—Mi papá está en el teléfono y nos pide que le esperemos en el porche trasero.
El viejo piso de madera crujió cuando atravesé el umbral de esa casa vieja. Había un tapete barato a la entrada. El tapete estaba allí para ocultar los años de uso de incontables pisadas que el piso había soportado. Aunque estaba limpio, necesitaba ser reemplazado.
Me sentí claustrofóbico cuando entré a la angosta estancia, que estaba llena de muebles viejos y enmohecidos que hoy en día serían piezas de colección. Dos mujeres, un poco mayores que mi madre, estaban sentadas en el sofá. Con ellas estaba sentado un hombre vestido como obrero. Llevaba pantalones y camisa caqui bien planchados pero sin almidón, y botas de trabajo lustradas. Era aproximadamente 10 años más grande que mi padre; diría que tenía cerca de 45 años de edad. Sonrieron cuando Mike y yo pasamos junto a ellos camino de la cocina, que conducía al porche desde el que se veía el jardín trasero. Yo sonreí tímidamente.
—¿Quiénes son esas personas? —pregunté.
—Oh, ellos trabajan para mi padre. El hombre más viejo dirige los almacenes, y las mujeres son las gerentes de los restaurantes. Y viste al supervisor de construcción, que está trabajando en la construcción de un camino cerca de 50 millas de aquí. El otro supervisor, que está construyendo un grupo de casas, se marchó antes de que tú llegaras—
—¿Y esto sucede todo el tiempo? —le pregunté.
—No siempre, pero con cierta frecuencia —me dijo Mike, sonriendo mientras jalaba una silla para sentarse cerca de mí.
—Le pregunté si nos enseñaría a hacer dinero —dijo Mike.
—Oh. ¿Y qué te dijo? —le pregunté con curiosidad precavida.
—Al principio tenía una expresión divertida en el rostro, y luego dijo que nos haría una oferta.
—Oh —exclamé, meciendo mi silla contra la pared. Me senté allí, con la silla apoyada contra el muro.
Mike hizo lo mismo.
—¿Sabes en qué consiste la oferta? —le pregunté.
—No, pero lo averiguaremos pronto.
Repentinamente el padre de Mike irrumpió en el porche abriendo la puerta cubierta por un mosquitero. Mike y yo nos levantamos de un brinco, no por respeto sino porque nos asustamos.
—¿Están listos, chicos? —preguntó Mike mientras jalaba una silla para sentarse con nosotros.
Asentimos y jalamos nuestras sillas para alejarlas del muro y sentamos frente a él.
Se trataba de un hombre grande, de cerca de 1.80 m de estatura y 92 kilogramos de peso. Mi padre era más alto, de aproximadamente el mismo peso y cinco años mayor que el de Mike. Eran parecidos, aunque no del mismo origen étnico. Es posible que tuvieran una energía similar.
—Mike dice que ustedes quieren aprender a hacer dinero. ¿Es eso cierto, Robert?
Asentí con la cabeza rápidamente, pero ligeramente intimidado. Él tenía mucho poder detrás de sus palabras y su sonrisa.
—Muy bien, he aquí mi oferta. Yo les enseñaré, pero no lo haré a la manera de un salón de clases. Ustedes trabajaran para mí y yo les enseñaré. Si no trabajan para mí, yo no les enseñaré. Puedo enseñarles más rápidamente si trabajan, y estaré desperdiciando mi tiempo si ustedes sólo quieren sentarse y escuchar, como hacen en la escuela. Ésa es mi oferta. Tómenla o déjenla.
—Ah... ¿Puedo hacer una pregunta antes? —intervine.
—No. Tómenla o déjenla. Tengo mucho trabajo como para desperdiciar mi tiempo.
Si no pueden tomar una decisión con firmeza, nunca aprenderán a hacer dinero. Las oportunidades van y vienen. Una habilidad importante consiste en ser capaz de saber cuándo es necesario tomar decisiones rápidas. Ustedes tienen la oportunidad que pidieron.
La escuela comienza o ha terminado en 10 segundos —dijo el padre de Mike con una sonrisa fastidiosa.
—Acepto —dije.
—Acepto —dijo Mike.
—Bien —dijo el padre de Mike—. La señora Martin estará aquí en 10 minutos. Una vez que haya terminado con ella, ustedes la acompañarán a la tienda y comenzarán a trabajar.
Les pagaré 10 centavos por hora y trabajarán tres horas cada sábado.
—Pero yo tengo un juego de softball hoy —le dije.
El papá de Mike bajó el tono de su voz: "Tómala o déjala", dijo.
—Acepto —respondí, escogiendo trabajar y aprender en lugar de jugar al softball.
30 centavos después
A las 9:00 horas de una bella mañana de sábado, Mike y yo estábamos trabajando para la señora Martin. Ella era una mujer amable y paciente. Siempre dijo que Mike y yo le recordábamos a sus dos hijos que habían crecido y se habían marchado. Aunque era amable, creía en el trabajo duro y nos mantuvo trabajando. Era la encargada de asignar nuestras tareas. Pasamos tres horas quitando latas de las repisas y sacudiendo cada lata con un plumero para quitarle el polvo, y luego volviendo a colocarla en orden. Era un trabajo terriblemente aburrido.
El padre de Mike, a quien ahora llamo mi padre rico, era dueño de nueve de esas pequeñas tiendas, con grandes estacionamientos. Eran una versión temprana de pequeños supermercados, los 7-Eleven. Se trataba de pequeñas tiendas de vecindario, donde la gente compraba artículos básicos como leche, pan, mantequilla y cigarrillos. El problema era que aquél era Hawai antes de la introducción del aire acondicionado y las tiendas no; podían cerrar sus puertas debido al calor. En lados opuestos de la tienda las puertas debían permanecer totalmente abiertas, hacia la calle y al estacionamiento. Cada vez que un automóvil pasaba por la calle o entraba al estacionamiento, el polvo se levantaba y entraba a la tienda.
Por lo tanto, teníamos un empleo en tanto no hubiera aire acondicionado.
Durante tres semanas Mike y yo trabajamos bajo las órdenes de la señora Martin durante tres horas. Al mediodía nuestro trabajo estaba terminado y ella dejaba caer tres monedas de 10 centavos en nuestras manos. Ahora bien, a la edad de nueve años a mediados de la década de 1950, 30 centavos no era una cantidad emocionante. Los libros de tiras cómicas costaban 10 centavos, por lo que yo generalmente gastaba mi dinero en tiras cómicas y me iba a casa.
Al llegar el miércoles de la cuarta semana yo estaba listo para renunciar. Había aceptado el trabajo sólo porque quería aprender a hacer dinero con el papá de Mike, y me había convertido en un esclavo por 10 centavos la hora. Además de lo anterior, no había visto al papá de Mike desde el primer sábado.
—Voy a renunciar —le dije a Mike a la hora del almuerzo. El almuerzo escolar era miserable. La escuela era aburrida, y ahora no tenía siquiera mis sábados. Pero en realidad eran los 30 centavos lo que me molestaba.
Esta vez Mike sonrió.
—¿De qué te ríes? —le pregunté con molestia y frustración.
—Papá dijo qué esto iba a ocurrir. Me pidió que nos reuniéramos con él cuando estuvieras listo para renunciar.
—¿Qué? —le pregunté indignado—. ¿Estaba esperando que se me agotara la paciencia?
—Algo parecido —dijo Mike—. Papá es diferente. Su manera de enseñar es distinta a la de tu papá. Tu mamá y tu papá hablan mucho. Mi papá es un hombre reservado, de pocas palabras. Espera al sábado. Le diré que estás listo.
—¿Quieres decir que me ha puesto a prueba?
—No, realmente no. Pero puede ser. Papá te explicará el sábado.
Esperando mi turno el sábado
Estaba listo para encararlo, y estaba preparado. Incluso mi verdadero padre estaba enojado con él. Mi verdadero padre, aquel a quien llamo mi padre pobre, pensó que mi padre rico estaba violando las leyes de trabajo infantil y que debía ser investigado.
Mi padre pobre y educado me dijo que yo debía reclamar lo que me merecía. Al menos 25 centavos por hora. Mi padre pobre me dijo que si no obtenía un aumento, yo debía renunciar inmediatamente.
—Tú no necesitas ese maldito empleo de cualquier manera —dijo mi padre pobre, con indignación.
A las ocho de la mañana del sábado atravesé la misma puerta desvencijada de la casa de Mike.
—Toma asiento y espera tu turno —dijo el padre de Mike cuando entré. Se dio la vuelta y desapareció en su pequeña oficina, próxima al dormitorio.
Miré a mi alrededor y no vi a Mike por ninguna parte. Me sentí extraño y me senté cautelosamente junto a las mismas mujeres que habían estado allí cuatro semanas antes.
Me sonrieron y se recorrieron para hacerme lugar en el sofá.
Pasaron 45 minutos, y yo estaba muy enojado. Las dos mujeres se habían entrevistado con él y se habían marchado 30 minutos antes. Un caballero más viejo también esperó allí 20 minutos y se había ido.
La casa estaba vacía y yo estaba sentado en una estancia oscura y enmohecida en un bello y soleado día en Hawai, esperando hablar con un tacaño que explotaba a los niños. Yo podía escucharlo mientras trabajaba en su oficina, hablando por teléfono, ignorándome. Estaba listo para marcharme, pero por alguna razón me quedé.
Finalmente, 15 minutos más tarde, exactamente a las nueve de la mañana, mi padre rico salió de su oficina y sin decir nada me hizo una señal con la mano para que entrara en su privado.
—Entiendo que quieres un aumento o vas a renunciar —me dijo mi padre rico, mientras se dejaba caer en su silla.
—Bueno, usted no está respetando su parte del acuerdo —le espeté, al borde de las lágrimas. Era realmente aterrador para un chico de 9 años de edad enfrentar a un adulto.
"Me dijo que me enseñaría si yo trabajaba para usted. Bien, he trabajado para usted. He trabajado muy duro. He dejado de asistir a mis juegos para trabajar para usted y usted no ha honrado su palabra. No me ha enseñado nada. Usted es un tramposo, como dicen todos en el pueblo. Usted es codicioso. Usted quiere todo el dinero y no le interesan sus empleados. Me ha hecho esperar y no me ha mostrado el menor respeto. Yo soy solamente un niño pequeño y merezco ser tratado de mejor manera.
Mi padre rico se meció hacia atrás en su silla, con la barbilla apoyada en las manos, mirándome. Era como si me estuviera estudiando.
—No está mal —me dijo—, En menos de un mes ya suenas como la mayoría de mis empleados.
—¿Qué? —le pregunté. Sin comprender lo que él decía, continué con mis agravios—.
Yo pensé que usted iba a respetar su parte del trato y que iba a enseñarme. ¿En vez de eso quiere usted torturarme? Eso es cruel. Realmente cruel.
—Te estoy enseñando —dijo mi padre rico suavemente.
—¿Qué me ha enseñado? ¡Nada! —le dije enojado—. Usted no ha hablado conmigo ni siquiera una vez desde que acepté trabajar a cambio de cacahuates. Diez centavos por hora. ¡Ja! Yo debería notificar al gobierno. Tenemos leyes sobre el trabajo infantil, ¿sabe? Mi papá trabaja para el gobierno, ¿sabe?
—¡Guau! —dijo mi padre rico—. Ahora suenas igual que la mayoría de las personas que solían trabajar para mí. Personas que he despedido o que han renunciado.
—Entonces, ¿qué tiene usted que decir? —le exigí, sintiéndome muy valiente a pesar de ser un niño pequeño—. Usted me mintió. Yo he trabajado para usted, y usted no ha honrado su palabra. No me ha enseñado nada.
—¿Cómo sabes que no te he enseñado nada? —preguntó mi padre rico con calma.
—Bueno, nunca ha hablado conmigo. He trabajado durante tres semanas, y usted no me ha enseñado nada —, dije en sollozos.
—¿Enseñar significa dar una lección? —preguntó mi padre rico.
—Bueno, sí —respondí.
—Esa es la manera en que te enseñan en la escuela —me dijo sonriendo—. Pero ésa no es la manera en que la vida te enseña, y la vida es la mejor maestra. La mayor parte del tiempo la vida no te habla. Sólo te empuja de un lugar a otro. Con cada empujón te dice:
"Despierta, hay algo que quiero que aprendas".
"¿De qué está hablando este hombre?", me pregunté en silencio. ¿Los empujones de la vida quieren decir que la vida me está diciendo algo? Ahora sabía que debía renunciar a mi empleo. Estaba hablando con alguien que debía estar encerrado.
—Si aprendes las lecciones de la vida, te irá bien. Si no, la vida simplemente continuará empujándote de aquí para allá. La gente hace dos cosas. Algunos simplemente se dejan llevar de un lado a otro. Otros se enojan y devuelven el empujón. Sin embargo, lo devuelven en contra de su jefe, de su empleo, de su marido o su esposa. Ellos no saben que es la vida quien los está empujando.
Yo no tenía idea de qué quería decir.
—La vida nos empuja de un lado a otro. Algunos se rinden. Otros luchan. Unos cuantos aprenden la lección y siguen adelante. Reciben con beneplácito los empujones de la vida. Para estas personas, eso significa que necesitan y quieren aprender algo.
Aprenden y siguen adelante. La mayoría renuncia, sólo unos cuantos, como tú, luchan.
Mi padre rico se puso de pie y cerró una ventana de madera decrépita que necesitaba reparación. "Si aprendes esta lección, te convertirás en un joven sabio, rico y feliz. Si no la aprendes, pasarás toda tu vida culpando a tu trabajo, tu salario bajo o a tu jefe por tus problemas. Vivirás tu vida en espera de un golpe de suerte que resuelva todos tus problemas de dinero."
Mi padre rico me observó para constatar que yo estaba escuchando. Sus ojos se encontraron con los míos. Nos miramos mientras un torrente de comunicación fluía entre nuestros ojos. Finalmente aparté la vista, una vez que había absorbido su último mensaje. Yo sabía que él estaba en lo cierto. Yo lo estaba culpando, y era yo quien le había pedido aprender. Estaba luchando.
Mi padre rico continuó: "O si eres la clase de persona que no tiene agallas, que se rinde cada vez que la vida lo empuja. Si eres ese tipo de persona, vivirás toda tu vida jugando a lo seguro, haciendo las cosas correctas, reservándote para un acontecimiento que nunca ocurrirá. Y luego morirás, siendo un viejo aburrido. Tendrás muchos amigos que realmente te querían porque eras un tipo bueno y trabajador que pasó su vida jugando a lo seguro, haciendo las cosas correctas. Pero la verdad es que habrás dejado de manera sumisa que la vida te empujara. En lo más profundo estabas aterrorizado ante la idea de correr riesgos. Realmente deseabas ganar, pero el miedo a perder era más grande que la emoción de ganar. Muy adentro, tú y sólo tú sabrás que no te atreviste. Elegiste jugar a lo seguro."
Nuestros ojos volvieron a encontrarse. Durante 10 segundos nos miramos, y sólo apartamos la vista una vez que el mensaje había sido recibido.
—¿Usted me ha estado empujando de un lado a otro?
—Algunas personas podrían decir eso —dijo mi padre rico, mientras sonreía—. Yo diría que sólo te di a probar el sabor de la vida.
—¿Qué sabor de la vida? —le pregunté, todavía enojado, pero ahora intrigado. Incluso listo para aprender.
—Ustedes dos fueron las primeras personas que me han pedido que les enseñe cómo hacer dinero. Tengo más de 150 empleados y ni uno solo de ellos me ha preguntado lo que sé sobre el dinero. Me han pedido un empleo y un cheque por su salario, pero nunca que les enseñe sobre el dinero. De manera que la mayoría pasará los mejores años de sus vidas trabajando por dinero, sin comprender realmente por qué trabajan.
Me senté a escuchar con atención.
—Así que cuando Mike me dijo que tú querías aprender cómo hacer dinero, decidí diseñar un curso parecido a la vida real. Yo podría hablar hasta quedarme sin aliento, pero tú nunca escucharías nada. De manera que decidí dejar que la vida te diera un empujón para que tú pudieras escucharme. Por eso es que te he pagado sólo 10 centavos.
—¿Entonces cuál es la lección que he aprendido al trabajar por sólo 10 centavos por hora? —le pregunté—. ¿Que usted es un tacaño y que explota a sus trabajadores?
Mi padre rico se meció en la silla y se rió a carcajadas. Finalmente, cuando dejó de reírse dijo: "Sería mejor que cambiaras de opinión. Deja de culparme y de pensar que yo soy el problema. Si consideras que yo soy el problema, entonces debes cambiarme. Si te das cuenta de que tú eres el problema, entonces, debes cambiar, aprender algo y hacerte más sabio. La mayoría de la gente quiere que todos los demás cambien, excepto ellos mismos. Déjame decirte: es más fácil que tú cambies a que cambien los demás."
—No comprendo —le dije.
—No me culpes por tus problemas —dijo mi padre rico, cada vez más impaciente.
—Pero usted sólo me pagó 10 centavos.
—¿Entonces qué has aprendido? —preguntó mi padre rico, sonriente.
—Que usted es un tacaño —dije con una sonrisa burlona.
—¿Ves? Piensas que yo soy el problema —dijo mi padre rico.
—Pero lo es.
—Bien, mantén esa actitud y no habrás aprendido nada. ¿ Qué opciones tienes?
—Bueno, si no me paga más o me muestra más respeto y me enseña, renunciaré.
—Bien dicho —dijo mi padre rico—. Y eso es exactamente lo que la mayoría de la gente hace. Renuncian y se van a buscar otro empleo, una mejor oportunidad y un salario más alto, pensando realmente que el nuevo empleo o el mejor salario va a resolver el problema. En la mayoría de los casos no es así.
—¿Entonces qué resolverá el problema? —pregunté—. ¿Aceptar esos miserables 10 centavos por hora y sonreír?
Mi padre rico sonrió.
—Eso es lo que hacen otras personas. Aceptar la paga a sabiendas de que ellos y sus familias pasarán problemas financieros. Pero eso es todo lo que hacen, esperar a que llegue un aumento pensando que más dinero va a resolver el problema. La mayoría simplemente lo acepta y algunos buscan un segundo empleo y trabajan más duro, pero nuevamente aceptan una paga pequeña.
Me senté contemplando el suelo y comencé a comprender la lección que me daba mi padre rico. Podía sentir el sabor de la vida. Finalmente levanté la vista y repetí la pregunta: "¿Entonces, qué resolverá el problema?"
—Esto —me dijo dándome unos golpecitos suaves en la cabeza—. Lo que tienes entre los oídos.
Fue en ese momento que mi padre rico compartió conmigo el punto de vista fundamental que lo separaba de sus empleados y de mi padre pobre, y que lo condujo eventualmente a convertirse en uno de los hombres más ricos de Hawai, mientras mi padre pobre, con su alta educación, tuvo problemas financieros durante toda su vida. Era un punto de vista singular que hizo la diferencia a lo largo de toda su vida.
Mi padre rico repitió este punto de vista una y otra vez, y yo lo denomino "lección número uno":
"Los pobres y la clase media trabajan para ganar dinero, los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos."
Esa radiante mañana sabatina aprendí un punto de vista completamente diferente a lo que me había enseñado mi padre pobre. A la edad de nueve años me di cuenta de que mis dos padres querían que yo aprendiera. Ambos me alentaban a estudiar pero no a estudiar las mismas cosas.
Mi padre bien educado me recomendó que hiciera lo que él hizo: "Hijo, quiero que estudies duro, obtengas buenas calificaciones para que puedas encontrar un trabajo seguro en una compañía grande. Y asegúrate de que tenga excelentes beneficios." Mi padre rico quería que yo aprendiera cómo funciona el dinero para que lo pusiera a trabajar para mí. Yo aprendería esas lecciones a lo largo de la vida con su guía, y no en un salón de clases.
Mi padre rico continuó con mi primera lección: "Estoy contento de que estés enojado por trabajar a cambio de 10 centavos por hora. Si no te hubieras enojado y hubieras aceptado contento, te hubiera dicho que no podría enseñarte. Mira, el verdadero aprendizaje demanda energía, pasión, un deseo ferviente. La ira es una gran parte de esa fórmula, dado que la pasión es ira y amor combinados. En lo que se refiere al dinero, la mayoría de las personas quieren jugar a lo seguro y sentirse seguras. Así que la pasión no las guía. Lo hace el miedo."
—¿Entonces es por eso que aceptan un trabajo con un salario bajo? —le pregunté.
—Sí —dijo mi padre rico—. Algunas personas dicen que yo exploto a la gente porque no les pago tanto como la plantación de azúcar o como el gobierno. Yo digo que la gente se explota así misma. Es su miedo, no el mío.
—¿Pero no piensa usted que debería pagarles más? —le pregunté.
—No tengo por qué hacerlo. Y además, ganar más dinero no resolvería su problema. Considera el caso de tu padre. Él gana mucho dinero y aún así no puede pagar sus cuentas. La mayoría de la gente, cuando gana más dinero, sólo se endeuda más.
—Así que por eso es que me paga 10 centavos por hora —le dije sonriente—. Es parte de la lección.
—Así es —sonrió mi padre rico—. Mira, tu papá fue a la escuela y obtuvo una excelente educación con el fin de conseguir un salario bien pagado. Y lo hizo. Sin embargo, todavía tiene problemas de dinero porque nunca aprendió nada sobre el dinero en la escuela. Además de eso, él cree que trabaja por dinero.
—¿Y usted no lo hace? —pregunté.
—No, en realidad no —dijo mi padre rico—. Si quieres aprender a trabajar para ganar dinero, entonces permanece en la escuela. Ése es un magnífico lugar para aprender a hacer eso. Pero si quieres aprender cómo hacer que el dinero trabaje para ti, entonces yo te enseñaré a hacerlo. Pero sólo si quieres aprender.
—¿No quisieran todos aprender eso? —le pregunté.
—No —dijo mi padre rico—. Simplemente es más fácil aprender a trabajar por dinero, especialmente si el miedo es la emoción primaria cuando se discute el tema del dinero.
—No comprendo —dije frunciendo el ceño.
—No te preocupes por eso ahora. Sólo considera que es el miedo lo que hace que la mayoría de la gente trabaje en un empleo. El miedo a no poder pagar sus cuentas. El miedo a ser despedidos. El miedo a no tener suficiente dinero. El miedo a comenzar de nuevo. Ese es el precio de estudiar para aprender una profesión u oficio, y luego trabajar por dinero. La mayoría de la gente se convierte en esclavo del dinero, y luego se enojan con su jefe.
—¿Aprender a hacer que el dinero trabaje para uno es un curso de estudio completamente diferente? —pregunté.
—Absolutamente —respondió mi padre rico —. Absolutamente.
Nos sentamos en silencio en aquella hermosa mañana sabatina en Hawai. Mis amigos deberían haber comenzado su juego de la Liga Infantil. Sin embargo, por alguna razón, yo estaba agradecido de haber decidido trabajar por 10 centavos la hora. Sentí que estaba a punto de aprender algo que mis amigos no aprenderían en la escuela.
—¿Listo para aprender? —preguntó mi padre rico.
—Absolutamente —dije con una sonrisa.
—He mantenido mi promesa. Te he estado enseñando desde la distancia —dijo mi padre rico—. A los nueve años has probado el sabor de lo que significa trabajar por dinero. Simplemente multiplica tu último mes por 50 años y tendrás una idea de lo que la mayoría de la gente hace toda su vida.
—No comprendo —dije.
—¿Cómo te sentiste cuando esperabas tu turno para verme? ¿Una vez para ser contratado y una vez para pedir más dinero?
—Horrible —le dije.
—Si escoges trabajar por dinero, eso es la vida para la mayoría de la gente —dijo mi padre rico—. ¿Y qué sentiste cuando la señora Martin depositó tres monedas de 10 centavos en tus manos por el trabajo de tres horas.
—Sentí que no era suficiente. Parecía como si no fuera nada. Estaba desilusionado — le dije.
—Y esa es la manera en que la mayoría de los empleados se sienten cuando miran sus cheques. Especialmente luego de pagar impuestos y otras deducciones. Al menos tú obtuviste el 100 por ciento.
—¿Quiere usted decir que la mayoría de los trabajadores no reciben su paga completa? —le pregunté asombrado.
—¡Por el amor de Dios, no! —dijo mi padre rico—. El gobierno siempre toma su parte primero.
—¿Cómo lo hacen? —le pregunté.
—Impuestos —dijo mi padre rico—. Te gravan un impuesto cuando ganas dinero. Te gravan un impuesto cuando gastas el dinero. Te gravan un impuesto cuando ahorras el dinero. Te gravan un impuesto cuando mueres.
—¿Por qué permite la gente que el gobierno les haga eso?
—Los ricos no lo permiten —dijo mi padre rico con una sonrisa—. Los pobres y la clase media lo hacen. Puedo apostarte que yo gano más que tu papá, pero que él paga más en impuestos.
—¿Cómo es posible? le pregunté. A los nueve años de edad eso no tenía sentido para mí—. ¿Por qué permitiría nadie que el gobierno le hiciera eso?
Mi padre rico se sentó en silencio. Creo que quería que yo escuchara en vez de que farfullara entre dientes.
Finalmente me calmé. No me gustaba lo que estaba escuchando. Sabía que mi padre se quejaba constantemente sobre lo mucho que pagaba en impuestos, pero no hacía nada al respecto. ¿Lo estaba empujando la vida de un lado a otro?
Mi padre rico se balanceó suave y silenciosamente en su asiento, mirándome simplemente.
—¿Listo para aprender? —preguntó.
Asentí con la cabeza lentamente.
—Como dije, hay mucho que aprender. El aprendizaje sobre la manera de hacer que el dinero trabaje para ti es una materia de estudio para toda la vida. La mayoría de la gente asiste a la universidad durante cuatro años y su educación termina. Yo sé de antemano que mi estudio del dinero continuará a lo largo de mi vida, simplemente porque mientras más descubro, más me doy cuenta de que necesito saber. La mayor parte de las personas nunca estudian ese tema. Van al trabajo, obtienen sus cheques, hacen su balance personal y hasta ahí. Además de lo anterior, se preguntan por qué tienen problemas de dinero. A continuación piensan que con más dinero resolverían el problema. Pocos se dan cuenta de que es su falta de educación financiera lo que constituye el problema.
—¿De manera que mi papá tiene problemas de impuestos porque no comprende el dinero? —le pregunté confundido.
—Mira —dijo mi padre rico—. Los impuestos son sólo una pequeña sección del aprendizaje sobre la manera de hacer que el dinero trabaje para ti. Hoy yo sólo quería saber si todavía tienes la pasión para aprender sobre el dinero. La mayoría de la gente no la tiene. Van a la escuela, aprenden una profesión, se divierten en su trabajo y ganan mucho dinero. Un día se despiertan con grandes problemas de dinero y a partir de entonces no pueden dejar de trabajar. Ese es el precio de sólo saber cómo trabajar por el dinero en vez de estudiar cómo hacer que el dinero trabaje para uno. ¿Así que todavía tienes la pasión por aprender? —me preguntó mi padre rico.
Asentí.
—Bien —dijo mi padre rico—. Ahora vuelve al trabajo. Esta vez no te pagaré nada.
—¿Qué? —le pregunté asombrado.
—Me escuchaste. Nada. Trabajarás las mismas tres horas cada sábado, pero esta vez no te pagaré 10 centavos por hora. Dijiste que querías aprender a no trabajar por dinero, así que no voy a pagarte nada.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando.
—Ya he tenido esta conversación con Mike. Él ya está trabajando, desempolvando y colocando latas sin cobrar. Es mejor que te apresures y regreses al trabajo.
—Eso no es justo —le grité—. Usted debe pagarme algo.
—Dijiste que querías aprender. Si no aprendes esto ahora, crecerás para parecerte a las dos mujeres y al hombre más viejo que estaban sentados en mi estancia, trabajando por dinero y con la esperanza de que no los despida. O como tu padre, ganando mucho dinero sólo para terminar endeudado hasta las orejas, con la esperanza de que más dinero resolverá el problema. Si eso es lo que deseas, volveré a nuestro trato original de 10 centavos por hora. O bien puedes hacer lo que la mayoría de la gente hace. Quejarse de que no reciben suficiente pago, renunciar y buscar otro empleo.
—¿Pero qué hago? —pregunté.
Mi padre rico me dio un suave golpecito en la cabeza: "Usa esto", dijo, “si lo utilizas correctamente, pronto me agradecerás por darte una oportunidad, y te convertirás en un hombre rico.”
Me quedé allí, aún sin creer qué trato tan simple había estado manejando. Yo había acudido a pedir un aumento y ahora me decía que siguiera trabajando sin pago.
Mi padre rico me dio otro golpecito en la cabeza y repitió: "Usa esto. Y ahora vete de aquí y regresa al trabajo."
LECCIÓN 1
Los ricos no trabajan por dinero
No le dije a mi padre pobre que no me estaban pagando. No hubiera comprendido, y no quería tratar de explicar algo que yo mismo no comprendía.
Durante tres semanas más Mike y yo trabajamos durante tres horas cada sábado, a cambio de nada. El trabajo no me molestaba y la rutina se hizo más sencilla. Fue perderme el juego de béisbol y no poder pagar unos cuantos ejemplares de tiras cómicas lo que me colmó la paciencia.
Mi padre rico se paró por la tienda al mediodía de la tercera semana. Escuchamos la entrada de su camioneta en el estacionamiento y el ruido del motor cuando la apagó.
Entró a la tienda y saludó a la señora Martin con un abrazo. Luego de averiguar cómo marchaban las cosas en la tienda, se inclinó sobre el congelador de helado, sacó dos paletas y nos hizo una señal a Mike ya mí.
—Vamos a caminar, niños.
Cruzamos la calle, esquivamos algunos automóviles y caminamos a través de un campo cubierto de césped donde unos cuantos adultos jugaban softball. Al sentarnos en una mesa de picnic alejada, nos ofreció a Mike ya mí los helados.
—¿Cómo les va?
—Muy bien —dijo Mike.
Yo asentí con la cabeza.
—¿Han aprendido algo ya? —preguntó mi padre rico.
Mike y yo nos miramos, nos encogimos de hombros y agitamos la cabeza al mismo tiempo.
Evitar una de las trampas más grandes de la vida
—Bien, es mejor que ustedes comiencen a pensar, niños. Están contemplando una de las lecciones más importantes de la vida. Si aprenden la lección disfrutarán de una vida plena de libertad y seguridad. Si no aprenden la lección, terminarán como la señora Martin y la mayoría de las personas que juegan al softball en este parque. Ellos trabajan muy duro a cambio de poco dinero, se aferran a la ilusión de la seguridad en el empleo, esperan con ilusión sus tres semanas de vacaciones cada año y una miserable pensión tras 45 años de trabajo. Si eso les entusiasma, les daré un aumento a 25 centavos por hora.
—Pero ésas son personas buenas y trabajadoras. ¿Se está usted burlando de ellas? le pregunté.
Una sonrisa apareció en el rostro del padre rico.
—La señora Martin es como una madre para mí. Yo nunca sería tan cruel. Es posible que suene cruel porque estoy haciendo mi mejor esfuerzo para señalarles algo a ustedes dos. Quiero expandir sus puntos de vista, de manera que puedan ver una cosa. Se trata de algo que la mayoría de las personas nunca tienen la ventaja de ver, debido a que su visión es demasiado estrecha. La mayoría de las personas no perciben la trampa en que se encuentran.
Mike y yo nos sentamos sin estar seguros de su mensaje. Sonaba cruel y, sin embargo, podíamos sentir que trataba desesperadamente que aprendiéramos algo.
Sonriente, mi padre rico dijo: "¿No suenan bien 25 centavos por hora? ¿No hace que su corazón lata más rápidamente?"
Lo negué, pero en realidad sí lo hacía: 25 centavos por hora era mucho dinero para mí.
—Muy bien, les pagaré un dólar por hora —dijo mi padre rico, con gesto burlón.
Ahora mi corazón estaba comenzando a latir aceleradamente. Mi cerebro decía: "Tómalo, tómalo." No podía creer lo que estaba escuchando. Sin embargo, no dije nada.
—Muy bien, dos dólares por hora.
Mi pequeño cerebro y mi corazón de niño de nueve años de edad casi explotaron. Después de todo corría el año de 1956, y recibir dos dólares por hora me haría el niño más rico del mundo. No podía imaginar ganar tanto dinero. Quería decir "sí". Quería cerrar el trato. Podía ver una bicicleta nueva, un guante de béisbol nuevo y la adoración de mis amigos cuando les enseñara el efectivo. Además de eso, Jimmy y sus amigos ricos no podrían llamarme pobre nunca más. Sin embargo me las arreglé para que mi boca permaneciera callada.
Es posible que mi cerebro se haya sobrecalentado y en él haya reventado un fusible. En lo profundo de mi ser realmente deseaba esos dos dólares por hora.
El helado se había derretido y me corría por la mano. La paleta se había terminado, y bajo el palillo había una mezcla pegajosa de vainilla y chocolate que las hormigas estaban disfrutando. Mi padre rico miraba a los dos niños que lo observaban con los ojos bien abiertos y los cerebros vacíos. Él sabía que nos estaba poniendo a prueba, sabía que había una parte de nuestras emociones que querían aceptar la propuesta. Sabía que el alma de cada ser humano tiene un punto débil, lleno de necesidades, que puede ser comprado. Y sabía que el alma de cada ser humano también tenía una parte fuerte y decidida que nunca podría ser comprada. Era sólo cuestión de saber cuál era más poderosa. Había puesto a prueba miles de almas a lo largo de su vida. Él ponía a prueba las almas cada vez que entrevistaba a alguien para un empleo.
—Muy bien, cinco dólares por hora.
Repentinamente se produjo un silencio en mi interior. Algo había cambiado. La oferta era demasiado grande y se había vuelto ridícula. No había muchos adultos que ganaran más de cinco dólares por hora en 1956. La tentación desapareció y se produjo la calma. Lentamente voltée a mirar a la izquierda para ver a Mike. Él me miró. La parte débil y necesitada de mi alma estaba en silencio. La que no tenía precio se apoderó de mí. Se produjo una calma y una certeza sobre el dinero en mi cerebro y en mi alma. Yo sabía que Mike también había alcanzado ese punto.
—Bien —dijo suavemente mi padre rico—. La mayoría de las personas tienen un precio. Y tienen un precio debido a las emociones humanas llamadas miedo y codicia. En primer lugar, el miedo a quedarnos sin dinero nos motiva a trabajar duro y una vez que recibimos nuestro cheque, la codicia y el deseo nos hace pensar en todas las cosas maravillosas que el dinero puede comprar. De esa manera se establece un patrón.
—¿Qué patrón? —pregunté.
—El patrón de levantarse, ir a trabajar, pagar las cuentas, levantarse, ir a trabajar, pagar las cuentas... sus vidas son guiadas para siempre por dos emociones, el miedo y la codicia. Si les ofrecen más dinero, ellos continúan el ciclo e incrementan sus gastos. A eso le llamo "la carrera de la rata".
—¿Hay otra manera? —preguntó Mike.
—Sí —dijo suavemente mi padre rico—. Pero sólo unas cuantas personas la encuentran.
—¿ Y cuál es esa manera? —preguntó Mike.
—Eso es lo que espero que ustedes descubran mientras trabajan y estudian conmigo.
Esa es la razón por la que eliminé toda forma de pago.
—¿Alguna pista? —preguntó Mike—. Estamos cansados de trabajar duro, especialmente a cambio de nada.
—Bien, el primer paso consiste en decir la verdad —dijo mi padre rico.
—No hemos estado mintiendo —señalé.
—Yo no dije que ustedes estuvieran mintiendo. Sólo afirmé que hay que decir la verdad —reviró mi padre rico.
—¿La verdad acerca de qué? —le pregunté.
—Sobre cómo se sienten —dijo mi padre rico—. No tienen que decírselo a nadie más.
Sólo a ustedes mismos.
—¿Quiere decir que la gente que está en este parque, la gente que trabaja para usted, la señora Martin, no lo hacen? —le pregunté.
—Lo dudo —dijo mi padre rico—. En vez de eso, sienten miedo de no tener dinero. En lugar de enfrentar el miedo, reaccionan sin pensar. Reaccionan emocionalmente en vez de utilizar sus mentes —dijo mi padre rico, dando un golpecito suave en nuestras cabezas—.
Luego tienen unos cuantos dólares en las manos y nuevamente las emociones de alegría, deseo y codicia se apoderan de ellos, y otra vez reaccionan en lugar de pensar.
—Así que sus emociones constituyen sus pensamientos —dijo Mike.
—Correcto —dijo mi padre rico—. En vez de decir la verdad sobre cómo se sienten, reaccionan a su sentimiento y no piensan. Sienten el miedo, van a trabajar con la esperanza de que el dinero eliminará el miedo, pero no es así. Ese miedo los tortura y vuelven a ir a trabajar con la esperanza de que el dinero calmará sus miedos, y nuevamente no lo hace. El miedo los tiene en esta trampa de trabajar, ganar dinero, trabajar, ganar dinero, esperando a que el miedo desaparezca. Sin embargo, cada mañana al levantarse, ese viejo miedo se despierta con ellos. Para millones de personas, ese miedo los mantiene despiertos durante toda la noche y les provoca una velada de inquietud y preocupación. De manera que se levantan y van a trabajar, con la esperanza de que el cheque de su salario eliminará el miedo que corroe su alma. El dinero dirige sus vidas y ellos se niegan a decir la verdad: el dinero controla sus emociones, y por lo tanto, sus almas.
Mi padre rico se sentó en silencio y dejó que asimiláramos sus palabras. Mike y yo escuchamos lo que nos dijo, pero no comprendimos totalmente en realidad a qué se refería. Yo sólo sabía que a menudo me había preguntado por qué los adultos se apuraban tanto para ir a trabajar. No parecía ser muy divertido y nunca parecían estar contentos, pero algo los mantenía apresurados.
Una vez que se dio cuenta de que habíamos entendido tanto como era posible, mi padre rico dijo: "Yo quiero que ustedes eviten esa trampa, chicos. Eso es en realidad lo que quiero enseñarles. No sólo a ser ricos, porque ser rico no resuelve el problema."
—¿No lo hace? —pregunté sorprendido.
—No, no lo hace. Déjenme terminar con la otra emoción, que es el deseo. Algunos le llaman codicia, pero yo prefiero llamarle deseo. Es perfectamente normal desear algo mejor, más bonito, más divertido o emocionante. De manera que la gente también trabaja por dinero debido al deseo. Ellos desean tener dinero por la alegría que creen que pueden comprar. Sin embargo, la alegría que el dinero proporciona a menudo dura poco y pronto necesitan más dinero para obtener más alegría, más placer, más comodidad, más seguridad. Por eso siguen trabajando y creen que el dinero aliviará sus almas que están atormentadas por el miedo y el deseo. Pero el dinero no puede hacer eso.
—¿Incluso la gente rica? —preguntó Mike.
—Incluso la gente rica —dijo mi padre rico—. De hecho, la razón por la que muchas personas ricas son ricas no es debido al deseo sino al miedo. Ellos realmente creen que el dinero puede eliminar ese miedo de no tener dinero, de ser pobre, por lo que amasan grandes fortunas, sólo para darse cuenta de que el miedo empeora. Ahora tienen miedo de perderlo todo. Tengo amigos que siguen trabajando a pesar de que tienen mucho dinero. Conozco gente que tiene millones y que tiene más miedo ahora que cuando eran pobres. Están aterrados de perder todo su dinero. El miedo que los llevó a ser ricos empeoró. Esa parte débil y llena de carencias del alma está gritando a voz en cuello en realidad. Ellos no desean perder sus grandes mansiones, los automóviles, el alto nivel de vida que el dinero les ha proporcionado. Les preocupa lo que dirán sus amigos si pierden todo su dinero. Muchos de ellos están desesperados desde el punto de vista emocional y son neuróticos, a pesar de que parecen ricos y tienen dinero.
—¿Entonces es más feliz un hombre pobre? —le pregunté.
—No, no lo creo —respondió mi padre rico—. Evitar el dinero es un acto tan psicótico como ser atraído por el dinero.
Como si lo hubieran llamado, el limosnero del pueblo pasó al lado de nuestra mesa, se detuvo junto al bote de basura y revolvió su interior. Los tres le miramos con interés, a pesar de que antes sólo lo hubiéramos ignorado.
Mi padre rico sacó un dólar de su cartera y le hizo un gesto al viejo. Al ver el dinero, el pordiosero se acercó inmediatamente, tomó el billete, agradeció profusamente a mi padre rico y se alejó extasiado con su nueva fortuna.
—Él no es muy diferente a la mayoría de mis empleados —dijo mi padre rico—. He conocido a muchas personas que dicen "oh, a mí no me interesa el dinero". Sin embargo, trabajan en sus empleos durante ocho horas diarias. Ésa es una negación de la verdad. Si no les interesara el dinero, ¿entonces por qué están trabajando? Esa forma de pensar es probablemente más psicótica que la de una persona que acumula el dinero.
Mientras estaba sentado allí, escuchando a mi padre rico, mi mente recordó las incontables ocasiones en que mi propio padre había dicho: "A mí no me interesa el dinero." Él decía eso frecuentemente. También se cubría diciendo siempre: "Yo trabajo porque amo mi empleo."
—¿Entonces qué hacemos? —pregunté—. ¿No trabajar por dinero hasta que haya desaparecido todo vestigio de miedo y codicia?
—No, eso sería una pérdida de tiempo:—dijo mi padre rico—. Las emociones son lo que nos hace humanos, lo que nos hace seres reales. La palabra "emoción" equivale a energía en movimiento. Sé fiel acerca de tus emociones, y utiliza tu mente y emociones en tu favor, no en contra tuya.
—¡Guau! —exclamó Mike.
—No te preocupes por lo que digo. Mis palabras tendrán más sentido conforme pasen los años. Tan sólo debes observar tus emociones, en vez de reaccionar ante ellas. La mayoría de la gente no sabe que son sus emociones las que impulsan sus pensamientos. Tus emociones son tus emociones, pero tú debes aprender a formar un pensamiento propio.
—¿Puede usted darme un ejemplo? —le pedí.
—Desde luego —respondió mi padre rico—. Cuando una persona afirma "necesito encontrar un empleo", lo más probable es que sea una emoción lo que crea la idea. El miedo a no tener dinero genera esa idea.
—Sin embargo, la gente necesita dinero si tienen cuentas por pagar —le dije.
—Claro que sí— dijo sonriente mi padre rico—. Lo que yo digo es que es el miedo lo que a menudo genera el pensamiento.
—No comprendo— dijo Mike.
—Por ejemplo— dijo mi padre rico—. Si surge el miedo a no tener suficiente dinero, en vez de salir inmediatamente a buscar un empleo para ganar unos dólares con los cuales eliminar el miedo, podrían formularse la siguiente pregunta: "¿Será un empleo la mejor solución a este miedo a largo plazo?" En mi opinión, la respuesta es "no". Especialmente cuando consideras la duración de la vida de una persona. Un empleo constituye una solución de corto plazo para un problema a largo plazo.
—Pero mi papá siempre dice: "Quédate en la escuela, obtén buenas calificaciones, para que puedas encontrar un empleo seguro", le dije, un tanto confundido.
—Sí, comprendo que diga eso —dijo mi padre rico mientras sonreía—. La mayoría de las personas recomiendan lo mismo y es una buena idea para muchas de ellas. Pero la gente hace esa recomendación principalmente debido al miedo.
—¿Quiere usted decir que mi padre dice eso porque tiene miedo?
—Sí —dijo mi padre rico—. Está aterrado de que no podrá ganar dinero y no tendrá un lugar en la sociedad. No me malinterpretes. Él te ama y desea lo mejor para ti. Y creo que su miedo está justificado. Es importante tener una educación y un empleo. Pero eso no controlará el miedo. Mira, el mismo miedo que le hace levantarse por la mañana para ganar unos cuantos dólares es el miedo que le hace ser tan fanático de que asistas a la escuela.
—¿Entonces qué recomienda usted? —le pregunté.
—Quiero enseñarte a dominar el poder del dinero. No a tenerle miedo. Y eso no lo enseñan en la escuela. Si no lo aprendes, te conviertes en un esclavo del dinero.
Finalmente comencé a comprender. Él quería que ampliáramos nuestra visión. Que fuéramos capaces de ver lo que la señora Martin no podía ver, lo que sus empleados no podían ver, ni siquiera mi padre. Utilizó ejemplos que entonces sonaron crueles, pero yo nunca los he olvidado. Mi visión se expandió ese día, y pude comenzar a ver la trampa que espera a la mayoría de las personas.
—Mira, todos somos empleados en última instancia. Simplemente trabajamos en niveles diferentes —dijo mi padre rico—. Yo sólo deseo que ustedes tengan la oportunidad de evitar la trampa. La trampa es causada por esas dos emociones: miedo y codicia. Utilícenlas en su favor, no en su contra. Eso es lo que quiero enseñarles. No estoy interesado en enseñarles cómo hacer una montaña de dinero. Eso no controlará ni el miedo ni el deseo. Si no logras controlar el miedo y el deseo, y te vuelves rico, serás solamente un esclavo bien pagado.
—¿Entonces cómo evitamos la trampa? —le pregunté.
—La principal causa de la pobreza o de las dificultades financieras es el miedo y la ignorancia, no la economía o el gobierno de los ricos. Es un miedo e ignorancia autoinfligidos lo que mantiene atrapada a la gente. Así que ustedes vayan a la escuela y obtengan sus títulos universitarios. Yo les enseñaré cómo mantenerse fuera de la trampa.
Las piezas del rompecabezas estaban apareciendo. Mi padre bien educado recibió una gran instrucción e hizo una gran carrera. Pero la escuela no le enseñó cómo manejar el dinero o sus miedos. Me quedó claro que yo podía aprender cosas diferentes e importantes de mis dos padres.
—Has estado hablando acerca del miedo a no tener dinero. ¿Pero cómo afecta nuestro pensamiento el deseo de tener dinero? —preguntó Mike.
—¿Cómo se sintieron cuando los tenté con un aumento de sueldo? ¿Notaron cómo crecía su deseo?
Lo aceptamos.
—Al no ceder ante sus emociones, fueron capaces de retrasar sus reacciones y pensar. Eso es la más importante. Siempre tendremos emociones de miedo y codicia. A partir de ahora, es muy importante que ustedes utilicen sus emociones para su ventaja y para el largo plazo, y no simplemente dejar que sus emociones los controlen al controlar su pensamiento. La mayoría de las personas utilizan el miedo y la codicia en contra de sí mismas. Ése es el principio de la ignorancia. La mayor parte de las personas pasan sus vidas persiguiendo el cheque del salario, el aumento de sueldo y la seguridad en el empleo debido a sus emociones de deseo y miedo, sin realmente cuestionarse adónde los conducen sus pensamientos controlados por las emociones. Es como la imagen de un burro que jala una carreta, con su dueño balanceando una zanahoria frente a su nariz. El propietario del burro puede ir a donde quiere ir, pero el burro está persiguiendo una ilusión. Mañana sólo habrá otra zanahoria para el burro.
—¿Quieres decir que cuando comencé a imaginar un nuevo guante de béisbol, dulces y juguetes, eso era como la zanahoria para el burro? preguntó Mike.
—Sí. Y conforme te haces más viejo, tus juguetes se vuelven más caros. Un nuevo coche, un yate y una gran casa para impresionar a tus amigos —dijo mi padre rico con una sonrisa—. El miedo te hace salir por la puerta y el deseo te llama. Te seduce para que te acerques a las rocas. Ésa es la trampa.
—¿Entonces cuál es la respuesta? —preguntó Mike.
—Lo que intensifica el miedo y el deseo es la ignorancia. Ésa es la razón por la que las personas con mucho dinero a menudo tienen más miedo conforme se hacen más ricas. El dinero es la zanahoria, la ilusión. Si el burro pudiera ver la totalidad de la imagen, posiblemente volvería a pensar la opción de perseguir la zanahoria.
Mi padre rico explicó a continuación que la vida humana es una lucha entre la ignorancia y la iluminación.
Explicó que una vez que una persona deja de buscar información y conocimiento de sí mismo, la ignorancia se apodera de ella. Esa lucha es una decisión momento a momento: aprender para abrir o cerrar la propia mente.
—Mira, la escuela es muy, muy importante. Vas a la escuela a aprender una habilidad o profesión y de esa manera convertirte en un miembro que aporte algo a la sociedad. Cada cultura necesita maestros, doctores, artistas, cocineros, hombres de negocios, oficiales de policía, bomberos, soldados. Las escuelas los capacitan con el fin de que nuestra cultura crezca y florezca —dijo mi padre rico—. Desafortunadamente, para muchas personas la escuela es el fin, no el principio.
Se produjo un largo silencio. Mi padre rico estaba sonriendo. Yo no comprendí todo lo que dijo ese día. Pero como la mayoría de los grandes maestros, cuyas palabras continúan enseñándonos durante años, a menudo mucho después de que se han ido, sus palabras todavía me acompañan el día de hoy.
—He sido un poco cruel el día de hoy —dijo mi padre rico——. Cruel por una razón. Yo quiero que ustedes recuerden siempre esta conversación. Quiero que siempre piensen en la señora Martin. Quiero que siempre piensen en el burro. Nunca olviden; debido a que sus dos emociones, el miedo y el deseo, pueden conducirlos a la trampa más grande de la vida, si no están conscientes de que dichas emociones pueden controlar su pensamiento. Pasar tu vida con miedo, sin explorar tus sueños, es cruel. Trabajar duro para ganar dinero y pensar que el dinero te permitirá comprar cosas que te harán feliz también es cruel. Despertar a la mitad de la noche, aterrado por las cuentas por pagar, es una forma horrible de vivir. Vivir una vida definida en función de la cantidad que aparece en tu cheque de sueldo no es realmente vivir. Pensar que un empleo te hará sentir seguro es mentirte a tí mismo. Eso es cruel, y ésa es la trampa que tú debes evitar, de ser posible. Yo he visto la manera en que el dinero gobierna la vida de las personas. No dejes que eso te ocurra. Por favor, no dejes que el dinero gobierne tu vida.
Una pelota rodó debajo de nuestra mesa. Mi padre rico la levantó y la arrojó a los jugadores.
—¿Y qué tiene que ver la ignorancia con la codicia y el miedo? —pregunté.
—La ignorancia sobre el dinero es lo que causa tanta codicia y miedo —dijo mi padre rico—. Déjame poner algunos ejemplos. Un doctor que desea ganar más dinero para mantener mejor a su familia, eleva sus honorarios. Al elevar sus honorarios, hace que el cuidado de la salud sea más caro para todos. Ahora bien, eso causa más daño a la gente pobre, por lo que los pobres tienen peor salud que aquellos que tienen dinero. Dado que los doctores elevan sus honorarios, los abogados incrementan los suyos. Como los abogados incrementan sus honorarios, los maestros de escuela quieren un aumento, lo que incrementa nuestros impuestos, etcétera. Pronto se producirá una brecha tan terrible entre los ricos y los pobres que el caos se desatará y otra gran civilización se derrumbará. Las grandes civilizaciones se han derrumbado cuando la brecha entre los poderosos y los débiles era demasiado grande. Estados Unidos está en ese mismo camino, demostrando una vez más que la historia se repite porque no aprendemos de ella. Sólo memorizamos fechas y nombres históricos, pero no aprendemos la lección.
—¿No se supone que los precios deben subir? —pregunté.
—No en una sociedad educada con un gobierno bien dirigido. Los precios deberían bajar en realidad. Desde luego, eso sólo es verdadero en la teoría. Los precios suben debido a la codicia y el miedo causados por la ignorancia. Si las escuelas le enseñaran a la gente sobre el dinero, habría más dinero y precios más bajos, pero las escuelas se enfocan solamente en enseñar a la gente a trabajar por el dinero, y no la manera de controlar el poder del dinero.
—¿Pero no tenemos buenas escuelas de negocios? —preguntó Mike—. ¿No me has alentado a que vaya a la escuela de negocios para obtener una maestría? ;
—Sí —dijo mi padre rico—. Pero con frecuencia las escuelas de negocios capacitan a los empleados para que se conviertan en sofisticados contadores de habichuelas. ¡Dios impida que un contador de habichuelas se apodere de un negocio! Todo lo que hacen es mirar los números, despedir empleados y acabar con el negocio. Yo no sé porque contrato contadores de habichuelas. En todo lo que piensan es en recortar los costos y elevar los precios, lo que ocasiona más problemas. Es importante contar las habichuelas. Me gustaría que más personas lo supieran, pero tampoco constituye la imagen completa — agregó enfadado mi padre rico.
—¿Entonces existe una respuesta? —preguntó Mike.
—Sí —dijo mi padre rico—. Aprende a utilizar tus emociones para pensar, no pienses con tus emociones. Cuando los muchachos dominan sus emociones, primero al aceptar trabajar gratis, me doy cuenta de que hay esperanza. Cuando resistieron sus emociones al tentarles con más dinero, nuevamente estaban aprendiendo a pensar a pesar de la carga emocional. Ése es el primer paso.
—¿Por qué es tan importante ese primer paso? —pregunté.
—Bien, eso te corresponde averiguarlo a ti. Si desean aprender los llevaré al terreno espinoso. Se trata del lugar que casi todos los demás evitan. Yo los llevaré al lugar que la mayoría de la gente tiene miedo de visitar. Si vienen conmigo, abandonarán la idea de trabajar por dinero y aprenderán a hacer que el dinero trabaje para ustedes.
—¿Y qué obtendremos a cambio si vamos con usted? ¿Qué si aceptamos aprender de usted? ¿Qué obtendremos? —le pregunté.
—Lo mismo que Briar Rabbit* —, dijo mi padre—. Liberarse del Tar Baby.
—¿Existe un terreno espinoso? —pregunté.
—Sí —dijo mi padre rico—. El terreno espinoso es nuestro miedo y nuestra codicia.
Vencer al miedo y enfrentar nuestra codicia, nuestras debilidades, nuestras necesidades, es la manera de salir de él y el camino es por medio de la mente, al escoger nuestros pensamientos.
—¿Escoger nuestros pensamientos? —preguntó Mike, intrigado.
—Sí. Escoger lo que pensamos en vez de reaccionar a nuestras emociones. En vez de simplemente levantarte e ir a trabajar para resolver tus problemas, sólo porque el miedo a no tener dinero para pagar tus cuentas te asusta. Pensar consiste en tomar el tiempo necesario para formularte una pregunta como: " ¿ Trabajar más duro constituye la mejor solución a este problema?" La mayoría de las personas están tan aterradas por no decirse a sí mismas la verdad —que el miedo las controla—, no pueden pensar, y en vez de ello salen por la puerta. Tar Baby está al mando. A eso es a lo que me refiero cuando digo que escojan sus pensamientos.
—¿ Y cómo hacemos eso? —preguntó Mike.
—Eso es lo que les enseñaré a hacer. Les enseñaré a tener una gama de ideas para escoger, en vez de reaccionar automáticamente y beber deprisa el café cada mañana para salir corriendo por la puerta. Recuerden lo que dije antes: un empleo es sólo una solución de corto plazo a un problema de largo plazo. La mayoría de las personas sólo tienen un problema en mente, y es de corto plazo. Se trata de las cuentas al final del mes, el Tar Baby. El dinero dirige sus vidas. O debo decir que el miedo y la ignorancia sobre el dinero. De manera que hacen lo que hicieron sus padres, levantarse cada día e ir a trabajar por dinero. Como no tienen tiempo para decir: " ¿existe otra manera?", sus emociones controlan sus pensamientos, en vez de que sea su mente la que lo haga. —¿Puedes decirme la diferencia entre pensar con las emociones y pensar con la mente? —preguntó Mike.
—Oh, sí. La escucho todo el tiempo —dijo mi padre rico—. Escucho cosas como "bien, todos tenemos que trabajar" o "los ricos son ladrones". U "obtendré otro empleo.
Merezco un aumento. No puede usted hacer lo que quiera conmigo". O "me gusta este trabajo porque es seguro". En vez de " ¿Me he perdido de algo aquí?", que rompe con el pensamiento guiado por las emociones y te da tiempo para pensar con claridad.
Debo admitir que se trataba de una gran lección. Saber cuándo una persona está hablando guiado por sus emociones o por un pensamiento claro. Esa fue una lección que me ha sido útil toda mi vida. Especialmente cuando era yo quien hablaba como reacción y no debido a un pensamiento claro.
Conforme regresábamos a la tienda, mi padre rico nos explicó que los ricos realmente "hacían dinero" y no trabajaban para ganarlo. Nos explicó que cuando Mike y yo estábamos forjando monedas de cinco centavos de plomo, pensando que estábamos haciendo dinero, estábamos muy cerca de pensar como piensan los ricos. El problema es que eso era ilegal. Acuñar moneda es legal cuando lo hace el gobierno o lo hacen los bancos, pero no nosotros. Nos explicó que hay formas legales e ilegales de hacer dinero.
Mi padre rico explicó a continuación que los ricos saben que el dinero es una ilusión, verdaderamente como la zanahoria para el burro. Es sólo debido al miedo y la codicia que la ilusión del dinero es mantenida por miles de millones de personas que piensan que el dinero es real. El dinero es realmente una invención. Es sólo debido a la ilusión de confianza y a la ignorancia de las masas que el castillo de naipes se mantiene en pie. —De hecho —dijo—, en muchos sentidos la zanahoria del burro es más valiosa que el dinero.
Habló acerca del patrón oro en que Estados Unidos se encontraba, y del hecho de que cada billete de dólar era en realidad un certificado de plata. Lo que le preocupaba era el rumor de que algún día abandonaríamos el patrón oro y que nuestros dólares no serían ya certificados de plata.
Cuando eso ocurra, chicos, el caos se desatará. Los pobres, la clase media y los ignorantes tendrán sus vidas arruinadas simplemente porque continuarán creyendo que el dinero es real y que la compañía para la que trabajan o el gobierno, cuidará de ellos.
En realidad no comprendimos lo que dijo ese día, pero con el paso de los años comenzó a cobrar sentido.
Ver lo que otros no ven
Conforme se subió a su camioneta, afuera de su pequeña tienda de conveniencia, dijo:
—Sigan trabajando, niños, pero mientras más pronto se olviden de que necesitan de un sueldo, más fácil será su vida como adultos. Sigan utilizando su cerebro, trabajen gratis y pronto su mente les mostrará maneras de hacer mucho más dinero del que yo podría pagarles jamás. Verán cosas que otras personas no ven. Las oportunidades están frente a sus narices. La mayoría de las personas nunca ven esas oportunidades porque están buscando dinero y seguridad y eso es todo lo que obtienen. Al momento en que vean una oportunidad, las verán por el resto de sus vidas. El momento en que hagan eso, les enseñaré algo más. Apréndanlo y evitarán una de las trampas más grandes de la vida. Nunca jamás tocarán ese Tar Baby.
Mike y yo recogimos nuestras cosas en la tienda y nos despedimos de la señora Martin. Regresamos al parque, a la misma banca, y pasamos varias horas pensando y hablando.
Pasamos la siguiente semana en la escuela, pensando y hablando. Durante las siguientes dos semanas seguimos pensando y hablando y trabajando gratis.
Al final del segundo sábado me despedía nuevamente de la señora Martin y me ocupaba de ver el aparador de los libros de tiras cómicas. Lo más duro de no tener siquiera los 30 centavos cada sábado era que no tenía dinero para comprar las tiras cómicas. Repentinamente, cuando la señora Martin estaba diciéndonos adiós a Mike y a 70 mí, noté que hacía algo que nunca antes la había visto hacer. Quiero decir, la había visto hacerlo, pero nunca había prestado atención.
La señora Martin estaba cortando la portada de un número de tiras cómicas a la mitad. Conservaba la mitad superior de la cubierta del libro de tiras cómicas y arrojaba el resto del libro a una gran caja de cartón. Cuando le pregunté qué hacía con las tiras cómicas, me dijo: "las tiro a la basura. Le doy la mitad superior de la cubierta al distribuidor, como crédito por nuevos ejemplares. Él estará aquí en una hora".
Mike y yo esperamos allí durante una hora. Pronto llegó el distribuidor y le pregunté si podíamos quedamos con los números de tiras cómicas. A lo que él respondió: "Pueden quedarse con ellos si trabajan para esta tienda y no los revenden."
Nuestra sociedad fue resucitada. La mamá de Mike tenía un cuarto disponible en el sótano, que nadie utilizaba. Lo limpiamos y comenzamos a apilar cientos de tiras cómicas en ese cuarto. Pronto nuestra biblioteca de tiras cómicas estaba abierta al público. Contratamos a la hermana menor de Mike, a quien le encantaba estudiar, para que fuera nuestra bibliotecaria. Ella le cobraba 10 centavos a cada niño por la admisión a la biblioteca, que estaba abierta de 2:30 a 4:30 todos los días después de la escuela. Los clientes, los niños del vecindario, podían leer tantas tiras cómicas como pudieran en dos horas. Era una ganga para ellos, dado que cada tira cómica les costaba 10 centavos y ellos podían leer cinco o seis en dos horas.
La hermana de Mike revisaba a los niños al salir para asegurase de que no estaban tomando prestados los números de tiras cómicas. También llevaba la contabilidad, anotando cuántos niños acudían diariamente, quiénes eran y qué comentarios tenían. Mike y yo promediamos 9.50 dólares por semana durante un periodo de tres meses. Le pagamos un dólar a la semana a su hermana y le permitíamos leer las tiras cómicas gratis, lo que rara vez hacía porque siempre estaba estudiando.
Mike y yo mantuvimos nuestro acuerdo de trabajar en la tienda todos los sábados y recolectar todas las tiras cómicas de diferentes tiendas. Mantuvimos nuestro acuerdo con el distribuidor de no vender las tiras cómicas. Las quemamos una vez que estaban muy estropeadas. Tratamos de abrir otra sucursal, pero nunca encontramos alguien tan dedicado como la hermana de Mike en quien pudiéramos confiar.
A edad temprana, descubrimos lo difícil que es conseguir buenos empleados.
Tres meses después de que abrimos la primera biblioteca, se desató una pelea en el cuarto. Algunos camorristas de otro vecindario entraron a la fuerza y comenzaron el pleito. El papá de Mike sugirió que cerráramos el negocio. De manera que cerramos nuestro negocio de tiras cómicas y dejamos de trabajar los sábados en el pequeño supermercado. De cualquier manera, mi padre rico estaba emocionado porque tenía nuevas cosas que quería enseñarnos. Habíamos aprendido a hacer que el dinero trabajara para nosotros. Al no recibir pago por nuestro trabajo en la tienda, nos vimos obligados a usar nuestra imaginación para identificar una oportunidad para hacer dinero. Al comenzar nuestro propio negocio, la biblioteca de tiras cómicas, estábamos en control de nuestras finanzas, sin depender de un empleador. La mejor parte era que nuestro negocio generaba dinero para nosotros, incluso sin que nosotros estuviéramos físicamente allí. Nuestro dinero trabajaba para nosotros.
En vez de pagarnos con dinero, mi padre rico nos había dado mucho más.