Capítulo veintidós
El esperado encuentro con su madre la había dejado sin energías durante su primera semana de estancia tras su regreso. Permanecían conversando hasta altas horas de la madrugada y jamás imaginó que pudiera estar hablando precisamente con ella del amor que sentía por un escocés. Era tan injusto que su padre no hubiera vivido para haber tenido el privilegio de conocer a Liam. Sabía que habrían compartido las mismas esperanzas, sueños e ideales y lo más importante de todo: para él habría sido como el hijo que nunca pudo tener.
A mediados del mes de julio, Murray & MacBride se habían puesto en contacto con ella después de haber recibido su actualizado currículo tras su especialización en una universidad europea. A primeros de agosto había pasado a formar parte de la plantilla fija de abogados del bufete. El día doce de ese mismo mes se había instalado en un pequeño apartamento de un dormitorio en Marina District. Hablaba con Liam cada dos días para ponerse al corriente de todas las novedades. Cuando le habló de la despedida de su última función en el Traverse advirtió el temblor de su voz. Amy imaginó lo duro que debía de haber sido, aunque Liam le confesó que era aún más duro ver pasar los días sin poder tenerla en sus brazos. Escuchar su voz suponía una inyección de ánimo para comenzar el día siguiente. La noche que le comunicó que ya estaba instalada definitivamente en su pequeño nido Liam le comunicó igualmente que ya tenía un billete de ida para San Francisco para el sábado siguiente. Sólo faltaban ocho días para que Edimburgo y San Francisco se unieran.
Cuando lo distinguió a lo lejos esquivando a la multitud que se congregaba a su alrededor, Amy salió corriendo en su busca. A pesar de que habían transcurrido poco más de dos meses, mostraba un aspecto mucho más maduro y sosegado. Tenía de nuevo el cabello un poco más corto y ligeramente engominado. Había un renovado brillo en su mirada, probablemente reflejo de sus sentimientos ante la aventura que estaba a punto de comenzar. Estaba sencillamente irresistible. Liam la elevó del suelo con un fuerte abrazo y con unos besos que no pasaron desapercibidos para la afluencia de viajeros que pasaban por su lado.
La toma de contacto de Liam con su nueva ciudad fue un flechazo. Contemplaba y atendía ensimismado todas y cada una de las explicaciones que Amy le daba sobre los lugares que iban dejando atrás a medida que conducían hacia su nuevo domicilio. Cuando se adentraron en Marina District para dirigirse al apartamento que ambos compartirían en Filmore Street fue verdaderamente consciente del paso que había dado y parece ser que Amy le había leído el pensamiento.
—Al principio será un cambio brusco —le dijo a medida que introducía su llave en la cerradura y abría la puerta al que sería su nuevo hogar— pero terminarás amando esta ciudad igual que yo terminé amando Edimburgo.
—Si es tan fácil como amarte a ti entonces ya tengo todo el camino hecho.
Amy lo besó en el umbral, de nuevo conmovida por sus palabras. Lo tomó de la mano dejando el equipaje en el rellano de la entrada para adentrarse en su acogedor refugio.
Un pequeño salón alegremente amueblado y pintado en un relajante color verde que contrastaba con el blanco inmaculado de los techos y puertas compartía espacio con una cocina más grande que aquélla que ambos habían disfrutado en Drummond Street.
De un rápido vistazo Liam observó, entre otros detalles, unas bonitas láminas enmarcadas de preciosas fotografías de Escocia tomadas por ambos durante sus viajes por todos los rincones del país.
—Es una especie de ventana a Escocia —le dijo Amy—. Será como si estuviéramos en ambos sitios a la vez.
—Ha sido todo un detalle —añadió visiblemente agradecido.
Tiró de su mano para enseñarle el cuarto de baño con bañera y no ducha. A continuación, el dormitorio de unas chispeantes paredes color fresa y un adorable mobiliario que a Liam le encantó.
—Has estado trabajando duro por lo que veo. Para ser un apartamento de alquiler en el que sólo llevas dos semanas cualquiera diría que llevas aquí instalada toda tu vida.
—El casero es irlandés. Cuando le he confesado que mi chico de Escocia venía a vivir conmigo se ha desvivido por hacer que esté todo a punto. He tenido mucha suerte. De todos los que he visto por esta zona éste era sin duda el que más merecía la pena. Estaba muy bien equipado y aunque es pequeño, tiene su encanto. Mi ligero toque personal ha hecho el resto. Quería darte una sorpresa y que estuviese todo perfecto.
—Lo está, vaya si lo está. Pero debes de estar agotada. Tu regreso, el trabajo, la búsqueda del apartamento, la mudanza. Me siento un poco culpable de no haber estado aquí para ayudarte con todo esto.
—Me ha venido muy bien estar ocupada. Si no lo hubiera estado, te aseguro que me habría lanzado desde el Golden Gate. Pero no te preocupes porque tu penitencia llegará en breve cuando te pida que me cocines todo aquello que te he enseñado.
—Bueno… he visto que por el barrio hay algunos restaurantes que nos pueden sacar de más de un aprieto. —Bromeó pasándole un brazo por los hombros.
—Contaba con algo así. Ése era otro de los requisitos en mi búsqueda —le dijo riendo.
Liam permaneció un rato mirándola.
—¿Qué piensas? —le preguntó echándole los brazos al cuello.
—Estoy aquí contigo, en un lugar perfecto gracias a ti y en una ciudad que me temo me va a gustar y mucho. No puedo creer en mi buena suerte. —Retiró un rebelde mechón castaño que caía sobre aquella piel canela. Estaba preciosa con aquel vestido blanco de tirantes.
—¿Quién iba a decirme aquel día que me crucé contigo en Drummond Street que casi un año después estaríamos viviendo juntos en San Francisco? —Los ojos de Amy mostraron un punto de melancolía, pero sus labios se expandieron en una amplia sonrisa.
—¿Crees que estamos cometiendo una locura? —le preguntó.
—La locura sería haberte dejado en Edimburgo. Estoy ahora mismo en brazos de un escocés condenadamente guapo de metro noventa, preciosos ojos azules y un cuerpo de infarto, que además de ser inteligente y encantador, es abogado y también actor. Y para colmo, parece ser que encima me quiere.
—¿He oído bien? ¿Has dicho «parece ser»? —Le hizo un sensual gesto mientras la rodeaba por la cintura con firmeza—. Veo que todavía no te ha quedado claro lo que siento por ti, así que tendré que hacer un sacrificio y hacerte una vez más una demostración —enterró sus labios en la curva de su cuello— para aplacar tus dudas de una vez por todas.
Amy se retorció en sus brazos soltando una apagada risita.
—Liam, no… vamos… —Una nueva risa se le escapó cuando sintió las manos sobre su trasero—. Tienes que deshacer tu equipaje y dentro de dos horas mi madre nos espera para cenar… —Sintió de nuevo sus labios sobre su boca para silenciarla y lo consiguió. Después sintió como retiraba uno de los tirantes de su vestido para acariciar con sus labios su hombro desnudo.
El equipaje tuvo que esperar y, por supuesto, llegaron tarde a la cena de bienvenida de su madre.
El encuentro entre Liam y Emily MacLeod fue tal y como Amy había esperado. Su madre se interesó muchísimo por todo lo relacionado con su faceta de actor lo cual supuso para Liam todo un honor. Esta vez fue él quien escuchó con desmesurado interés las anécdotas de la infancia y adolescencia de Amy. Recordaron viejos tiempos contemplando algunas fotos y se quedó prendado de la belleza de Amy cuando era un bebé y más tarde cuando tan sólo era una niña en los brazos de su padre. Fue en ese momento cuando la miró y supo que ella le había leído el pensamiento. De repente se había visto reflejado en aquella fotografía. Eran demasiado jóvenes para ni siquiera planteárselo pero Liam se hizo la misma pregunta.
¿Sería algún día el padre de sus hijos? Por la mirada que le dedicó Amy supo que esperaba de corazón que así fuese.
La mayor parte del domingo la pasaron haciendo algo de turismo por la ciudad. Partieron por la mañana temprano hacia Fisherman’s Wharf para tomar un pequeño barco crucero de una hora aproximada de duración para experimentar junto a Liam toda la belleza escénica de la bahía de San Francisco pasando por debajo del Golden Gate Bridge y disfrutando de las vistas de Sausalito, Angel Island y Alcatraz. Después almorzaron en Fog Harbor Fish House. El primer tour turístico lo finalizaron visitando el San Francisco Maritime National Historical Park. Por último y aprovechando la relativa cercanía de Filmore Street, dieron un paseo por los alrededores de los jardines del Fine Arts Palace.
—Estoy agotado. —Se tumbó en el sofá después de haberse dado una ducha mientras Amy andaba trasteando en la cocina—. Deja lo que estás haciendo y túmbate aquí conmigo.
—Ya voyyyy… no seas impaciente. Termino de trocear esta lechuga para la cena y estoy contigo.
Liam terminó levantándose y fue hasta ella.
—Eso puedo hacerlo yo después, ¿vale?
—¡Vaaale! —Tiró de ella con una pícara sonrisa para llevarla de nuevo hasta el sofá. Amy se recostó sobre su torso, relajada y reconfortada por su brazo protector. Suspiró—. Ahora me estoy dando cuenta de que yo también estoy agotada.
—Me has hecho pasar un día memorable. Este clima es maravilloso. No me extraña nada que lo echaras tanto de menos en Escocia.
—Me alegro de que te haya gustado. Nos quedan miles de cosas por hacer y preciosos lugares que visitar. Tengo que devolverte todo lo que hiciste por mí en Escocia. He de reconocer que fuiste un guía excelente.
—Sólo trataba de impresionarte contándote viejas historias.
—Pues lo conseguiste. Si algo me gustó de ti es que eres un perfecto contador de historias. Me puedo pasar horas escuchándote sin pestañear y eso es un logro, te lo aseguro.
—Pues tengo otra historia que contarte.
—Adelante, soy toda oídos.
—En mi vuelo de escala en Londres conocí a Clyde Fraser.
Amy levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Clyde Fraser?
—Es periodista de la cadena NBC en Londres aunque empieza a hacer pinitos en la industria del cine colaborando en algunas producciones independientes y buscando algún que otro talento.
—¿De veras? ¿Y cómo lo has conocido?
—Él ya me conocía —respondió con una sonrisa— porque estuvo en el Traverse el día del estreno de La verdad sobre Peter.
En esta ocasión Amy se colocó en la posición adecuada para no perder detalle de lo que le estaba contando.
—¿Te vio actuar?
Liam asintió con una leve sonrisa de triunfo.
—¿Y qué hacía en Edimburgo?
—Fue expresamente a verme.
—No me estarás gastando una broma, ¿verdad?
—Las buenas críticas de El vecino de al lado llegaron a sus oídos y quiso comprobarlo personalmente.
—¿Y? —El rostro de Amy estaba radiante en aquellos instantes.
—Estaba en Los Ángeles esta semana. Como no tenía ningún teléfono que proporcionarle, él me entregó su tarjeta. En un par de semanas volará a San Francisco y ha insistido en que tenemos que hablar de mi futuro.
—Instalaremos una línea a la mayor brevedad. Eso es… eso es genial. Maldito granuja. —Le zurró en el hombro—. ¿Por qué no me habías dicho nada hasta ahora?
—No llevo aquí ni cuarenta y ocho horas, cariño —respondió riendo.
—Por lo que más quieras, guarda esa tarjeta bajo llave. Ni se te ocurra perderla.
—No la perderé, te lo prometo. —Le encantaba verla en ese estado permanente de desenfrenado júbilo.
—Dios… es sencillamente extraordinario. ¿Sabes lo que supone que alguien relacionado con la industria del cine al otro lado del Atlántico tenga conocimiento de lo bueno que eres?
—Lo sé. Sé que es un fantástico comienzo, pero no lancemos campanas al vuelo. Este mundo es muy duro y lo sabes.
—Lo sé —dijo acurrucándose de nuevo bajo su brazo— y sé que nos queda a ambos mucho camino por recorrer, pero también sé que lo vas a lograr.
Liam la besó en la frente con ternura.
—Gracias por tu voto de confianza.
—Confío en que seguirás queriéndome igual cuando pises la alfombra roja.
—Sabes de sobra que así será.
—¿Incluso cruzándote a diario o trabajando con bellezas espectaculares?
—Incluso así.
—¿Y cómo estás tan seguro?
—Por mucho que quisiera no podría volver a amar a nadie que no fueras tú por una sencilla razón. Te lo has llevado todo de mí y te garantizo que no me quedaría absolutamente nada para entregar a nadie más.
Amy levantó la cabeza para encontrarse con aquel rostro y aquellos ojos que adoraba hasta la locura y lo besó larga y profundamente. No sabía en ese momento hasta qué punto sus palabras pronunciadas eran del todo ciertas.