Capítulo siete
—He dicho que he preparado té de sobra, ¿te apetece una taza?
Liam regresó al presente. Su padre, apoyado de brazos cruzados en el marco de la puerta de entrada, le hablaba.
—Oh, perdona. Sí, claro, tomaré una taza. Pero creo que lo haré dentro. Aquí ya estaba empezando a congelarme —respondió Liam a medida que cerraba el cuaderno y se levantaba.
Tomaron asiento en el sofá que había junto a la chimenea. Liam rodeó su taza con ambas manos para volver a entrar en calor mientras cavilaba sobre aquel último pensamiento de Amy plasmado sobre el papel. Cuando el primer trago del relajante líquido se deslizó por su esófago tuvo, por primera vez en mucho tiempo, una extraña sensación de paz y equilibrio.
Ella nunca lo supo, pero aquel día Liam bajaba por las escaleras que había en el lado opuesto del atrio justo en el momento en que ella se disponía a salir del edificio acompañada por su amigo Daniel Harris. La reconoció de inmediato. También juraría haberla visto entre el público el día de su actuación en el Traverse. Era imposible olvidar aquel cabello color castaño claro recogido en una coleta que dejaba escapar sin querer algunos mechones desordenados sobre su bronceado rostro. Un rostro que contrastaba a la perfección con el brillo de sus pequeños pero expresivos ojos verdes, la naturalidad de sus movimientos, su peculiar estilo y la afectuosidad siempre patente en su mirada. Estaba lejos de ser perfecta. Sin embargo, Liam tenía la certeza de que ni siquiera ella era consciente de que aquella serie de pormenores, una vez ligados entre sí, daban como resultado a un ser que se diferenciaba extraordinariamente del resto.
—Llevamos cuatro días juntos prácticamente todo el día. Espero que no se te haya hecho muy largo —le decía Amy a Daniel mientras paseaban de regreso a su apartamento.
Era un tipo realmente encantador. Había recorrido con ella gran parte de la ciudad y resultó ser una magnífica guía. Salvando el horario de trabajo de Daniel, el resto de la jornada lo había pasado en su compañía desde el mismo día en que se conocieron. No se podía decir que existiera una química fuera de lo común entre ambos. Lo que era innegable era la atracción física y sabía que no tardaría mucho en dar sus frutos. El exotismo de sus ojos, que a veces parecían insondables, le daba ese toque misterioso que volvía locas a las mujeres. Daniel podía resultar indescifrable pero, sin duda, resultaba irresistible. Habían cenado en un italiano de Nicolson Street. Aparte de la cerveza previa de los aperitivos, se habían bebido una botella de vino entre los dos. Y los efectos estaban comenzando a hacer estragos.
—Por desgracia para mí el tiempo pasa demasiado rápido contigo, Amy. Me gustaría que los días tuvieran como mínimo cuarenta y ocho horas —le dijo con una turbadora mirada mientras se paraba junto a la puerta de su apartamento.
—Mañana se me acaban estas pequeñas vacaciones. ¿Estás seguro de que seré buena compañía después de tanto derecho penal, medioambiental…? ¿No te hartarás de mí?
Daniel no dijo nada. Se limitó a sonreírle mientras llevaba la mano a su mejilla para después deslizarla suavemente hasta el borde de su mandíbula y así levantar su rostro hacia él. Al principio fue un simple beso en la punta de su fría nariz. Sintió cómo él rozaba su labio inferior con la punta de la lengua. Amy recibió el sabor dulce de su boca con una intensidad que no esperaba. Debería haberse resistido pero sabía que estaba acabada cuando notó sus expertas manos sobre su nuca y su espalda. Esta vez desvió sus labios hacia el lóbulo de su oreja y se detuvo allí unos instantes para hundir su rostro en la curva de su cuello. Volvió a sellar sus labios una vez más y Amy le acarició el cabello mientras se fundía en su boca. Daniel se separó de ella tratando de controlar su respiración.
—Creo que esto te aclarará cualquier duda respecto a si estoy o no harto de ti —declaró Daniel con voz entrecortada.
Aquélla fue una de las muchas noches que Daniel Harris pasaría en el número 5 de Drummond Street.
El mes de octubre estaba llegando a su fin. Cada día le suponía un mayor esfuerzo salir de la cama para enfrentarse a las frías temperaturas. Por lo menos, las mañanas que se despertaba al lado de Daniel se sentía agasajada, porque además de que tenía la caballerosidad de prepararle el desayuno, sabía que no era la única que tenía que abandonar el calor de su edredón.
La noche anterior Daniel le había pedido que se quedara en Market Street con él, pero Amy se negó alegando como excusa el hecho de que tenía muy abandonadas las prácticas de Derecho Medioambiental y debía ponerse al día. Además, el seminario de Derecho de Propiedad Intelectual y Nuevas Tecnologías comenzaba dentro de una semana. Los días empezaban a resultarle cortos con tanta actividad. Hablaba con su madre tres veces por semana para ponerle al día de todos los acontecimientos. Ya le había hablado de Daniel, aunque tampoco había querido entrar en muchos detalles. Estaba feliz y su madre así lo percibía a través de su voz, y también triste por no poder pasar Acción de Gracias junto a ella. Lo peor serían las fiestas de Navidad. Sabía que las pasaría acompañada de toda la familia. Pero la ausencia de su padre se sumaba a la de ella. Lamentablemente su economía no podía hacer frente también a otro par de vuelos a San Francisco. La beca de Standford cubría el curso completo, pero no todos los gastos de comida y alojamiento. Afortunadamente había ahorrado durante dos años consecutivos trabajando por horas en un bufete de Montgomery Street.
Continuaba compartiendo fantásticas veladas con todos los amigos de Jill y Mel, los cuales quedaron fascinados cuando supieron que estaba saliendo con el guaperas de Harris. A Jill le sorprendía que estuviera durando tanto porque, desde su punto de vista, Daniel no tenía nada en común con ella. Lo que no le confesó a su prima es que ella a veces también se había hecho esa pregunta.
A pesar del clima tan diferente, Amy tuvo que reconocer que se había adaptado totalmente a la forma de vida escocesa. Se preguntó cómo reaccionaría cuando volviera a San Francisco porque con demasiada frecuencia tenía la impresión de que la readaptación no sería tan fácil como creía.
Cuando terminaron las clases de aquel día, aprovechó para almorzar con Mel, Daniel y Valerie. Jill no pudo salir del banco porque, como era costumbre, a fin de mes siempre se acumulaba el trabajo. Quedaron en verse en un café cercano a Grassmarket para tomar algo rápido porque después quería pasar el resto de la tarde en la biblioteca buscando documentación.
Mel la esperaba sentado junto a Valerie saboreando una cerveza en una mesa cerca de la entrada y le hizo una seña cuando la vio. Se dirigió hacia donde estaban y les dio un tierno abrazo a ambos.
—¡Estás fantástica! El frío te sienta mejor que el sol californiano, ¿sabes? —le dijo Valerie.
—No escucharé lo que has dicho —dijo riéndose—. ¿No ha llegado Daniel? —le preguntó.
—No llevamos aquí ni cinco minutos —respondió Mel.
Amy se deshizo de la bufanda, el gorro y su abrigo y se sentó de espaldas a la entrada.
—Mientras, voy a pedirme una cerveza. —Se volvió a levantar para dirigirse hacia la barra.
—Hablando del rey de Roma… —susurró Mel.
Amy miró distraída hacía la puerta del local en el momento en el que entraba Daniel acompañado por alguien que no tuvo tiempo de ver porque el camarero reclamaba su atención.
—Una cerveza y el menú de hoy también, por favor.
Echaba un vistazo a los entrantes cuando notó en su cintura las inconfundibles manos de Daniel y su voz que decía:
—Hola preciosa.
Se volvió hacía él para plantarle un beso en la boca en el mismo instante en que se percataba de que el acompañante con el que había entrado charlando amigablemente era nada más y nada menos que Liam Wallace.
—¿Llevas mucho rato esperando? —le preguntó.
—No. Acabo de llegar. —De repente, se puso nerviosa. No quería mirar a Liam, pero inevitablemente sus ojos se desviaban hacia donde él estaba.
—Amy, te presento a Liam; un viejo amigo. Él era el protagonista en aquella obra del Traverse que fuiste a ver el día de tu llegada y que tanto te gustó.
Liam le tendió su mano con una clara sonrisa. Ésa era la palabra. Clara, franca y limpia sonrisa. No enigmática como la de Daniel.
—Es un placer, Amy. Me alegro de que te gustara la actuación. —Sujetó su mano con moderado afecto.
Su voz sonaba igual de poderosa que cuando interpretaba y los ojos los tenía aún más bonitos de lo que recordaba. Tenía una melena oscura y ondulada que le daba un toque bohemio y despreocupado a la vez que refinado. Era delgado pero esbelto y de mayor estatura que Daniel. Debía de medir al menos 1,90. Vestía tejanos con un grueso suéter de cuello alto de color negro y una chaqueta de piel.
—El placer es mío —respondió Amy.
—Y ellos son Mel y Valerie. Supongo que te sonarán sus caras de la universidad.
—Sí, creo que os he visto alguna vez —añadió Liam mirándola a ella y no a Mel y a Valerie—. Encantado.
—Lo mismo digo… Bueno ¿qué tal si te unes a nosotros? Nos disponíamos a almorzar —propuso Mel.
—No… gracias. Continuad con vuestro plan. Ya he almorzado. Me he cruzado por la calle con Daniel y, bueno… da igual. Otro día nos vemos y me pones al corriente de todo. Hasta pronto.
—No te marches, por favor. Por lo menos toma un café con nosotros —lo interrumpió Amy con una insistencia que quizás había resultado demasiado evidente.
A Liam le pilló completamente por sorpresa aquel alto en la conversación.
—¿No serás capaz de declinar la invitación de alguien como Amy? —preguntó Daniel en tono bromista.
Liam miró fijamente a Amy. Por un momento creyó que ambos estaban solos en aquel bar.
—Sería un grave error por mi parte no aceptar —le dijo.
Amy regresó a la barra para retirar su cerveza con el objetivo de evitar que todos notaran cómo el color de sus mejillas subía de tonalidad.
—Fantástico, ¡ahora todo el mundo a la mesa! —exclamó Valerie.
Liam resultó ser una caja de sorpresas. A pesar de su imponente aspecto, desprendía una sencillez y una espontaneidad difíciles de ocultar. Tenía un sentido del humor bárbaro. Era un gran conversador y lograba mantener en vilo a sus contertulios cada vez que comenzaba a contar alguna historia. Pero cuando era otro quien continuaba con el hilo de la charla, de repente guardaba silencio y lo descubría observando con detenimiento a todos mientras los escuchaba, si bien se delató en más de una ocasión cuando desviaba su genuina mirada hacia ella aunque fuese otra persona quien tomaba la palabra.
Era un año mayor que Amy. Se había licenciado también en Derecho por la Universidad de Edimburgo. Curiosamente, también iba a hacer el curso de posgrado en Derecho Internacional, pero se estaba preparando los exámenes para colegiarse y estaba echando una mano en el despacho de su hermano varias tardes durante la semana. Así que no podría asistir a las clases hasta finales de año. Amy le ofreció toda la ayuda que fuera a necesitar mientras no pudiera asistir y él aceptó encantado su ofrecimiento.
Se despidieron esperando verse de nuevo el próximo fin de semana y cada uno se encaminó hacia el lugar de sus respectivos trabajos. Valerie, Mel y Liam tomaron la dirección contraria a la de Daniel y Amy. Cuando se dirigían calle abajo Amy no pudo evitar mirar hacia atrás y Liam tampoco pudo evitarlo. Le dedicó una cálida sonrisa y por primera vez Amy le correspondió de la misma manera.