Capítulo uno
La azafata volvió a dedicarle una preciosa sonrisa mientras atendía la petición de la señora de mediana edad que tenía sentada justo a su lado. Afortunadamente, se había pasado la mayor parte del viaje dormitando y su hija, que debía de ser la persona más tímida y prudente sobre la faz de la tierra, sólo se limitó a comentarle lo bien que le sentaba a Liam su nuevo aspecto. La gente no dejaba de sorprenderle. A pesar de que estaba claro que era él quien estaba sentado allí esperando para aterrizar en unos escasos veinte minutos, nadie se le había echado encima en busca de un autógrafo o pidiéndole un hijo. Le estaban mostrando un respeto sin límites, aunque prefería no cantar victoria. Sabía que levantaría mucha expectación el hecho de que hubiera burlado la vigilancia de sus vigilantes. Prefería no pensar en la que habría montado Clyde cuando se hubiera enterado de su jugada. Estaba seguro de que había sido capaz de plantarse en la torre de control del aeropuerto para ponerse en contacto con la tripulación y cerciorarse de que, efectivamente, iba sano y salvo en ese vuelo. Seguramente tendría más de una llamada esperándole en cuanto pusiera los pies en Edimburgo.
El avión inició su descenso y Liam tragó saliva. Volvió a la realidad, al motivo de aquel regreso a su Escocia natal. Esta vez no se trataba de un viaje cualquiera. Desde que abandonó la tierra que le vio nacer, a finales del verano del 94, había regresado siempre que su familia y sus obligaciones lo habían requerido. No faltó a la boda de su hermana Jane ni a la de su hermano Keith. No se había perdido el bautizo de sus sobrinos ni el sexagésimo cumpleaños de sus padres. Había pasado allí las vacaciones navideñas siempre que su agenda se lo permitía. Trató de no descuidar esas pinceladas de realidad. Necesitaba de aquellos contactos, aquellos paisajes, aquellos silencios, aquella lluvia estival seguida de un sol radiante o aquel frío que cortaba la respiración. Si hubiera carecido de todo eso, no sabía cómo habría podido seguir prorrogando su estancia en Estados Unidos. Probablemente habría tirado la toalla. Todos se desvivían para hacer que volviera. Pretendían en todo momento terminar con sus aspiraciones. Por una parte, se deshacían en halagos hacia su desmesurado talento innato y aún por descubrir, demandando de esos ciegos yankees un poco más de sentido común porque le consideraban un actor inmejorable e insuperable. Pero por otra, le suplicaban que renunciara y que volviera a sus orígenes y a su profesión. Justo cuando estaba a punto de claudicar, Clyde, que por entonces había dejado el periodismo para montar su propia productora en la ciudad de Nueva York, le sugirió que se presentara a una audición para una obra en Broadway. Así lo hizo y obtuvo el papel protagonista.
Aquélla fue su primera y auténtica oportunidad. La obra El novelista se estrenaba en septiembre de 1998 y a partir de ese instante su vida y su suerte cambiaron de forma extremadamente radical. Clyde Fraser se convertiría en su sombra. Del teatro pasó a la televisión; con una serie que batió los récords de audiencia en todo el país y cuyos derechos se vendieron a cientos de cadenas televisivas de todo el mundo. De ahí al cine. Sólo llevaba en su currículo cinco películas. Por una de ellas, Delito de omisión, había ganado el Globo de Oro al mejor actor principal y por la última, El juicio final, en la que interpretaba a la perfección la vida de un nazi arrepentido, estaba doblemente nominado al Oscar como mejor actor y productor.
Volvió a sentir un nuevo descenso del avión en su vientre. Un estremecimiento le recorrió toda la espina dorsal. No quería hacer frente al dolor que lo embargaba. Hacía casi dos años que no había vuelto a casa, al lugar del que quizás nunca debió salir. Quiso borrar de su mente el instante de su vida en el que recibió la desoladora noticia de la enfermedad de su madre. Sólo se había dignado a volar hasta Edimburgo para estar junto a ella unos pocos minutos en aquella triste habitación de hospital. No pudo soportarlo y huyó despavorido hacía el aeropuerto para volver a Nueva York. Sabía que debería haber permanecido allí y la angustia de haber querido hacerlo y no haberlo logrado lo mantuvo atormentado durante muchas noches.
Su hermana Jane le había tenido al corriente del estado de su madre en todo momento, si bien estaba convencido de que no lo estaba haciendo de buen grado. Debería haber subido en uno de tantos aviones privados que tenía a su disposición para estar allí junto a ellos, pero no lo había hecho. Lo había pospuesto una y otra vez durante un par de semanas por la mejoría que parecía existir hasta que el inevitable aunque esperado desenlace había tenido lugar. Tras una aparente mejoría, su madre había fallecido a los sesenta y cuatro años de edad la pasada madrugada. Las lágrimas acudieron desesperadas a sus ojos pero él las borró de inmediato con la ayuda de una servilleta de papel.
Había tenido una acalorada conversación con Clyde antes de despegar de Los Ángeles. La triste noticia los había pillado a ambos fuera de combate. Liam quiso salir del país de inmediato y quería hacerlo solo, a lo que evidentemente Clyde se opuso rotundamente.
Un chófer y un guardaespaldas contratados por su socio, a pesar de la oposición de Liam, lo esperaban a la entrada de Scottish Green, su morada californiana, para llevarlo al aeropuerto donde un jet privado de Miramax Studios lo trasladaría hasta la ciudad de Londres. Otro avión privado lo llevaría directamente desde allí hasta Edimburgo.
—La noticia no se ha filtrado y sabes de sobra que hay parcelas de mi vida privada que afortunadamente ni el más avispado de los paparazzi ha conseguido revelar. La prensa sabe que mi vida al otro lado del Atlántico es intocable. Si ellos lo respetan, ¿acaso tú no deberías hacer lo mismo?
—Maldita sea, Liam, no se trata de respeto. Desde el día que decidiste dedicarte a esto sabías que vivir aislado sería sencillamente algo insostenible. Reconozco que eres de los pocos que casi lo ha conseguido y no sabes el mérito que eso supone. No puedes hacer y deshacer a tu antojo como últimamente vienes haciendo. Ya sufriste las consecuencias de ello hace tiempo y no necesito recordarte el resultado. Sabes que no es prudente en estos momentos.
Liam le volvió la espalda al tiempo que apoyaba su frente sobre el cristal de las gigantescas puertas correderas que comunicaban con su jardín. Contemplaba sin ver el perfecto verdor que rodeaba la magnífica piscina de su residencia en Palm Canyon.
—Harás un sencillo comunicado de prensa cuando yo te lo diga y lamento manifestarte que en este preciso instante los resultados que puedan derivarse de mi escasez de prudencia es lo que menos me afecta.
—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —Clyde depositó su botella de cerveza sin alcohol ya vacía sobre la mesa más cercana y se acercó a él.
—Estoy pensando en tomarme un descanso —respondió Liam sin mirarlo.
—No es el mejor momento y tienes que seguir con la promoción, pero si quieres tomarte unos días para estar con tu familia, hazlo. No te vendrá mal.
—No estoy hablando de tomarme unas vacaciones.
Esta vez Liam se giró y se enfrentó a la mirada sombría de Clyde que lo observaba atentamente sin pestañear.
—Acaba de fallecer tu madre y estás afectado. No tomes decisiones precipitadas de las que probablemente a la larga te puedas arrepentir.
—Me conoces y sabes de sobra que una vez que tomo una decisión ya no hay marcha atrás. —Cruzó el salón hasta el comedor. Cogió su móvil, que estaba encima de una mesa, y después fue en busca de su chaqueta.
—No estás enfocando esto de la forma más adecuada —le dijo Clyde mientras lo seguía.
Liam se detuvo en seco y con una opaca mirada lo fulminó.
—Maldita sea, Clyde, mi madre acaba de morir. Han pasado dos años, dos jodidos años en los que no he tenido las agallas suficientes para volver a casa porque estaba empezando a convertirme en una persona que dista mucho de la que era a ojos de toda mi familia. Quisiera que por una vez me dejaras a solas con la poca decencia que me queda.
Le dio la espalda y se encaminó hacia la salida trasera del inmueble.
—¿Se puede saber adónde vas? —preguntó Clyde aún aturdido por el tono y sentido de las palabras que acababa de escuchar. Estaba más que acostumbrado a ese tipo de escenas pero lo que había visto hacía un instante en los ojos de Liam fue algo verdaderamente insólito.
Liam interrumpió su paso acelerado y volvió a regalar a Clyde aquella inexplicable mirada gélida.
—Mario y John me esperan para llevarme al aeropuerto de Heathrow. En cuanto aterricemos en nuestra terminal de Londres, olvídate de que Liam Wallace existe.
Clyde estuvo a punto de decir algo pero cualesquiera que fuesen las palabras que quería pronunciar no fue capaz de articular sonido alguno. Siguió a Liam y subió al vehículo con él.