5. Consecuencias prácticas y carácter general del revisionismo

En el primer capítulo hemos intentado demostrar que la teoría bernsteiniana, en lo que a sus fundamentos teóricos se refiere, priva al programa socialista de su base material y trata de darle una base idealista. Pero ¿qué ocurre cuando la teoría se traslada a la práctica? A primera vista, su práctica no parece diferir de la seguida hasta ahora por la socialdemocracia. Los sindicatos, la lucha por reformas sociales y la democratización de las instituciones políticas es habitualmente el contenido formal de la actividad del partido socialdemócrata. Pero la diferencia no estriba en el qué, sino en el cómo.

En la situación actual, la lucha sindical y la práctica parlamentaria están consideradas como los medios de educar y conducir poco a poco al proletariado hacia la toma del poder político. Sin embargo, en la concepción revisionista, esa conquista del poder se ve imposible e inútil, por lo que el partido sólo debe considerar los resultados inmediatos de su actividad sindical y parlamentaria, es decir, la mejora de la situación material de los trabajadores, la limitación paulatina de la explotación capitalista y la ampliación del control social. Si se prescinde del objetivo de la mejora inmediata de la situación de los trabajadores —común a ambas concepciones, la habitual hasta ahora en el partido y la revisionista—, la diferencia entre ellas, en pocas palabras, es que, para la primera, la lucha sindical y política es importante porque prepara al proletariado para la tarea de construir el socialismo, es decir, crea el factor subjetivo de la transformación socialista; en cambio, para Bernstein, es importante porque la lucha sindical y política limita gradualmente la explotación capitalista, despoja progresivamente a la sociedad capitalista de su carácter capitalista, la impregna de un carácter socialista, es decir, lleva adelante, en un sentido objetivo, la transformación socialista.

Examinando la cuestión con más detalle, puede verse que las dos concepciones son diametralmente opuestas. En la concepción habitual del partido, la lucha sindical y política permite que el proletariado comprenda que es imposible que tal lucha cambie de forma fundamental su situación y que debe inevitablemente conquistar el poder político. La concepción de Bernstein, en cambio, parte del supuesto de que es imposible conquistar el poder político, por lo que la implantación del socialismo sólo puede venir de la mano de la actividad sindical y política.

Según la concepción bernsteiniana, el carácter socialista de la lucha sindical y política reside en que su influencia socializa gradualmente la economía capitalista. Pero, como hemos tratado de demostrar, esta influencia es una fantasía. El Estado y la propiedad capitalistas van en direcciones opuestas. Por tanto, la actividad práctica cotidiana de la socialdemocracia pierde, en última instancia, toda relación con el socialismo. La lucha sindical y política adquiere su relevancia y su auténtico carácter socialista en la medida en que socializa el conocimiento del proletariado, su conciencia, y ayuda a organizarlo como clase. Pero si es considerada como un instrumento de socialización de la economía capitalista, no sólo pierde su usual eficacia, sino que también deja de ser una herramienta para preparar a la clase obrera para la toma del poder.

Constituye, por tanto, una equivocación completa que Eduard Bernstein y Konrad Schmidt se consuelen pensando que reducir la lucha del partido al trabajo sindical ordinario y a la obtención de reformas sociales no significa abandonar el objetivo último porque cualquier paso en aquel terreno repercute sobre éste, nos acerca a él, dado que la meta socialista reside inherentemente, como una tendencia, en cualquier avance.

Éste es el caso en la táctica actual de la socialdemocracia alemana, donde la aspiración consciente y firme a la conquista del poder político precede y orienta las luchas sindicales por reformas sociales. Separar esta aspiración previa del movimiento y considerar las reformas sociales como un fin en sí mismo no nos lleva a la realización del objetivo último del socialismo, sino que nos aleja de él.

Konrad Schmidt confía simplemente en una especie de movimiento mecánico que, una vez en marcha, ya no puede detenerse por sí solo, por la simple razón de que comiendo se abre el apetito, y en que la clase obrera no se dará por satisfecha con reformas mientras no se realice la transformación socialista. Este último supuesto es evidentemente correcto, como nos lo garantiza la insuficiencia de la propia reforma social capitalista, pero la conclusión que de él se extrae únicamente podría ser cierta si en verdad se pudiera pasar del orden social actual al socialista a través de una sucesión ininterrumpida de reformas sociales cada vez mayores. Esto, por supuesto, es una ilusión. La sucesión se interrumpe muy pronto por razón de la naturaleza misma de las cosas, y los caminos que a partir de ese punto puede seguir el movimiento son múltiples.

Lo más probable es un cambio de táctica con el fin de alcanzar, a toda costa, resultados prácticos de la lucha, es decir, reformas sociales. Y tan pronto como el principal objetivo de nuestra actividad sean los resultados inmediatos, la irreconciliable posición principista de clase, que sólo tiene sentido en el marco de una política que se propone la conquista del poder, se convertirá en un estorbo.

Las consecuencias directas de esto serán una «política de compensaciones» —o sea, una política de compromisos, de toma y daca— y una actitud conciliadora con «visión de Estado». Pero el movimiento no puede verse parado por mucho tiempo. Puesto que bajo el capitalismo las reformas sociales son, se aplique la táctica que se aplique, una vía muerta, la consecuencia lógica de tal programa será la desilusión con la reforma social, es decir, la arribada al tranquilo puerto en el que echaron anclas los profesores Schmoller y compañía estudiando soluciones a gusto de las dos partes, quienes, después de navegar por las aguas de las reformas sociales, terminaron dejándolo todo en manos de Dios[27].

El socialismo no surge automáticamente y bajo cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera, sino que sólo puede ser consecuencia de las cada vez más agudas contradicciones de la economía capitalista y del convencimiento, por parte de la clase obrera, de la necesidad de superar tales contradicciones a través de una revolución social. Si se niega lo primero y se rechaza lo segundo, como hace el revisionismo, el movimiento obrero se ve reducido a mero sindicalismo y reformismo, lo que, por su propia dinámica, acaba en última instancia llevando al abandono del punto de vista de clase.

Esta consecuencia también es evidente si estudiamos el carácter general del revisionismo. Es obvio que el revisionismo no descansa sobre la misma base que las relaciones de producción capitalistas y no niega las contradicciones del capitalismo, como hacen los economistas burgueses; al contrario, al igual que la teoría marxista, parte de la existencia de esas contradicciones. Pero, sin embargo, el punto central de la concepción revisionista —y a la vez su diferencia fundamental con la concepción socialdemócrata hasta el momento— es que no basa su teoría en la superación de esas contradicciones como resultado del desarrollo inherente al capitalismo.

La teoría revisionista equidista de dos extremos: no pretende elevar las contradicciones del capitalismo al máximo para poder eliminarlas mediante la acción revolucionaria, sino que quiere atenuar esas contradicciones. Así, los cárteles empresariales y la desaparición de las crisis disminuirán la contradicción entre producción e intercambio, la mejora de la situación del proletariado y la preservación de las clases medias debilitará la contradicción entre capital y trabajo, y el aumento del control público y el progreso de la democracia suavizarán la contradicción entre el Estado de clase y la sociedad.

La táctica habitual de la socialdemocracia no consiste en esperar la agudización extrema de las contradicciones capitalistas hasta que se produzca un cambio, sino que la esencia de toda táctica revolucionaria consiste en, apoyándose en la dirección del desarrollo capitalista una vez ésta es conocida, extraer las orientaciones necesarias para la lucha política, a fin de llevarla a sus últimas consecuencias. Así, la socialdemocracia combate en todo momento el proteccionismo y el militarismo, sin esperar a que hayan demostrado de forma evidente su carácter reaccionario. Bernstein, en cambio, no basa su táctica en la perspectiva de agudización de las contradicciones a resultas del desarrollo del capitalismo, sino en la perspectiva de su dulcificación. Él mismo lo expresa del modo más acertado cuando habla de la «adaptación» de la economía capitalista. Ahora bien, ¿cuándo sería correcta esta concepción? Todas las contradicciones de la sociedad actual son el resultado del modo de producción capitalista. Si el capitalismo se sigue desarrollando en la dirección en que lo ha hecho hasta ahora, sus contradicciones inherentes, lejos de atenuarse, se agravarán. Las contradicciones del capitalismo sólo se podrían atenuar si el propio modo de producción capitalista frenase su desarrollo. En una palabra, la premisa fundamental de la teoría de Bernstein es la interrupción del desarrollo capitalista.

Con ello, sin embargo, su teoría se sentencia a sí misma, y por partida doble. En primer lugar, pone al descubierto su carácter utópico con respecto al objetivo último socialista, dado que desde un principio está bien claro que el estancamiento del desarrollo capitalista no puede conducir a una transformación socialista, confirmándose así nuestro análisis de las consecuencias prácticas de dicha teoría; en segundo lugar, la teoría de Bernstein revela su carácter reaccionario con respecto al rápido desarrollo del capitalismo que está teniendo lugar actualmente. Se plantea aquí la pregunta: a la vista de este desarrollo capitalista real, ¿cómo explicar o, más bien, cómo caracterizar la posición de Bernstein?

En el primer capítulo creemos haber demostrado la falsedad de las premisas económicas en que Bernstein sustenta su análisis de las relaciones económicas actuales, esto es, su teoría de la «adaptación» capitalista. En esa sección vimos que el crédito y los cárteles no se podían considerar como «medios de adaptación» de la economía capitalista, al igual que la desaparición momentánea de las crisis o la preservación de las clases medias tampoco se podían considerar como síntomas de la adaptación capitalista. Ahora bien, además de su carácter erróneo, todos los detalles mencionados de la teoría de la adaptación comparten un rasgo característico: la teoría de Bernstein no contempla los fenómenos de la vida económica en su relación orgánica con el desarrollo capitalista en su conjunto, en sus conexiones con todo el mecanismo económico, sino que los ve separados de estas conexiones, los aísla de su contexto económico, como piezas sueltas de una máquina sin vida.

Por ejemplo, su concepción del efecto adaptador del crédito. Si se considera el crédito como una fase natural superior de las contradicciones inherentes a la distribución capitalista, entonces es imposible verlo como un «medio de adaptación» mecánico y externo al propio proceso de intercambio, exactamente igual que el dinero, la mercancía o el capital no pueden ser considerados «medios de adaptación» del capitalismo. Sin embargo, el crédito es un eslabón orgánico de la economía capitalista en una etapa determinada de su desarrollo, exactamente igual que el dinero, la mercancía y el capital. Y como ellos, también es al mismo tiempo un eslabón imprescindible de todo el mecanismo y un instrumento de destrucción, dado que agudiza las contradicciones internas del capitalismo. Lo mismo puede decirse de los cárteles y de los modernos medios de comunicación.

La misma concepción mecánica y antidialéctica subyace en el modo en que Bernstein interpreta la desaparición de las crisis como un síntoma de la «adaptación» de la economía capitalista. Para él, las crisis son simples «trastornos» del mecanismo económico, que funcionaría bien si no se produjeran. Sin embargo, las crisis no son «trastornos» en el sentido habitual de la palabra, puesto que sin ellas la economía capitalista no se podría desarrollar. Si las crisis son el único método posible —y, por tanto, el normal— que tiene el capitalismo de resolver periódicamente el conflicto entre la ilimitada capacidad de expansión de la producción y los estrechos límites del mercado, entonces las crisis resultan ser manifestaciones orgánicas inherentes a la economía capitalista.

Un progreso «sin trastornos» de la producción capitalista encierra para ésta un peligro mayor que las propias crisis: la caída continua —no a resultas de la contradicción entre producción y distribución, sino del aumento de la productividad del trabajo— de la tasa de beneficio. Esta caída muestra una tendencia sumamente peligrosa a imposibilitar la entrada en la producción a los capitales pequeños y medianos, limitando así la formación de nuevos capitales y, por tanto, las inversiones. Y son precisamente las crisis, la otra consecuencia del mismo proceso, las que facilitan —a través de la depreciación periódica del capital, el abaratamiento de los medios de producción y la paralización de una parte del capital activo— el aumento de la tasa de beneficio, ya que crean nuevas posibilidades de inversión, lo que hace progresar la producción. Las crisis, pues, sirven para avivar el fuego del desarrollo capitalista, de forma que su desaparición definitiva —y no momentánea, como nosotros pensamos— del proceso de formación del mercado mundial no contribuiría a que la economía capitalista prosperase, como cree Bernstein, sino que la abocaría directamente al estancamiento. Debido a la visión mecanicista que caracteriza a la teoría de la adaptación, Bernstein olvida tanto la necesidad de las crisis como la necesidad de nuevas y cada vez mayores inversiones de pequeños y medianos capitales, razón por la cual, entre otras cosas, interpreta el continuo renacimiento del pequeño capital como un signo del cese del desarrollo capitalista, y no como una manifestación del desarrollo capitalista normal, que es lo que en realidad es.

Existe, sin embargo, un punto de vista desde el cual todos los fenómenos citados se manifiestan tal como los presenta la «teoría de la adaptación»: el punto de vista del capitalista individual, que ve los hechos de la vida económica distorsionados por las leyes de la competencia. El capitalista individual ve las diferentes partes orgánicas del todo económico como entidades independientes, y las ve solamente en la medida que le afectan a él, y por tanto las considera como meros «trastornos» o meros «medios de adaptación». Para el capitalista individual, las crisis son meros trastornos cuya desaparición le otorga un plazo de vida más largo, el crédito es un medio de «adaptar» sus insuficientes fuerzas productivas a las exigencias del mercado y el cártel al que pertenece elimina realmente la anarquía de la producción.

En una palabra, la teoría de Bernstein de la adaptación del capitalismo no es más que una generalización teórica de las concepciones del capitalista individual. ¿Y qué otra cosa son estas concepciones, en su expresión teórica, sino lo esencial y característico de la economía vulgar burguesa? Todos los errores económicos de esta escuela descansan precisamente sobre la equivocación de considerar como propios del conjunto de la economía capitalista ciertos fenómenos de la competencia tal y como los ve el capitalista individual. Igual que hace Bernstein con el crédito, la economía vulgar entiende el dinero como un ingenioso «medio de adaptación» a las necesidades del intercambio y busca en los propios fenómenos del capitalismo el antídoto contra los males de este sistema. La economía vulgar cree, al igual que Bernstein, en la posibilidad de regular la economía capitalista y, como la teoría bernsteiniana, su objetivo en última instancia es la suavización de las contradicciones del capitalismo y la reparación de sus heridas. En otras palabras, acaba suscribiendo un modo de proceder reaccionario, en vez de revolucionario, y por ello acaba en una utopía.

En conjunto, la teoría revisionista se puede caracterizar así: una teoría del estancamiento del movimiento socialista basada en una teoría del estancamiento capitalista propia de la economía vulgar.