2. Sindicatos, cooperativas y democracia política

Ya hemos visto que el socialismo de Bernstein consiste en un plan para que los trabajadores participen en la riqueza social, para convertir a los pobres en ricos. ¿Cómo se llevará a la práctica? Sus artículos en Neue Zeit titulados Problemas del socialismo apenas contienen algunas vagas referencias a esta cuestión, pero en cambio en su libro da respuestas satisfactorias. Su socialismo se realizará gracias a dos instrumentos: los sindicatos —o, como él los llama, la democracia económica— y las cooperativas. Por medio de los primeros pretende acabar con los beneficios industriales; por medio de las segundas, con los beneficios comerciales (pág. 118).

Las cooperativas, especialmente las cooperativas de producción, constituyen un híbrido en el seno de la economía capitalista, son pequeñas unidades de producción socializada dentro de la distribución capitalista. Pero en la economía capitalista la distribución domina la producción y, debido a la competencia, la completa dominación del proceso de producción por los intereses del capital —es decir, la explotación más despiadada— se convierte en una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.

Esto se manifiesta en la necesidad de, en razón de las exigencias del mercado, intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle…, en una palabra, practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve.

Tales son los hechos que el propio Bernstein constata pero no entiende, puesto que, junto a la señora Potter-Webb[36], atribuye la decadencia de las cooperativas inglesas de producción a la falta de «disciplina». Pero lo que tan superficialmente y a la ligera se califica como «disciplina» no es más que el régimen absolutista propio del capitalismo, que los obreros no pueden imponerse a sí mismos[37].

De esto se sigue que las cooperativas de productores únicamente pueden sobrevivir dentro de la economía capitalista cuando, valiéndose de un subterfugio, consiguen resolver la contradicción que les es inherente entre modo de producción y modo de distribución, es decir, en la medida en que consiguen substraerse artificialmente a las leyes de la libre competencia. Y esto sólo pueden lograrlo asegurándose de antemano un círculo fijo de consumidores, es decir, un mercado. El medio para ello es la cooperativa de consumo. En esto —y no en la distinción entre cooperativas de compra y cooperativas de venta hecha por Oppenheimer[38]— es precisamente donde reside el secreto, que Bernstein anhelaba descubrir, de por qué las cooperativas de producción independientes se hunden y únicamente sobreviven cuando están respaldadas por una cooperativa de consumo.

Pero si las condiciones esenciales de existencia de las cooperativas de producción en la sociedad actual dependen de las condiciones de existencia de las cooperativas de consumo, entonces las primeras se tienen que limitar, en el mejor de los casos, a pequeños mercados locales y a artículos de primera necesidad, especialmente productos alimenticios. Las ramas más importantes de la producción capitalista, es decir, las industrias textil, del carbón, metalúrgica y petrolífera, así como la construcción de maquinaria, locomotoras y los astilleros, están cerradas a las cooperativas de consumo y, por tanto, también a las de producción. Es decir, que las cooperativas de producción (dejando al margen su carácter híbrido) tampoco sirven como instrumento para una transformación social general porque su implantación a escala mundial supondría la abolición del mercado mundial y la disolución de la economía mundial contemporánea en pequeños grupos locales de producción e intercambio; es decir, por su propia esencia representarían un retroceso desde la economía altamente desarrollada del capitalismo a la economía mercantil medieval.

Pero incluso dentro de los límites de su posible realización en la sociedad contemporánea, las cooperativas de producción se ven reducidas a meros apéndices de las cooperativas de consumo, que con ello se ven situadas en primer plano como agentes de la reforma social propuesta. De este modo, toda la reforma social deja de ser una lucha contra el capital productivo, contra el tronco principal de la economía capitalista, y se convierte en una lucha contra el capital comercial, especialmente contra el pequeño y mediano capital comercial, es decir, en una lucha contra unas meras «ramitas» del árbol capitalista.

Por lo que hace a los sindicatos, que según Bernstein han de convertirse en un medio contra la explotación del capital productivo, ya hemos explicado que no están en situación de asegurar a los trabajadores ninguna influencia decisiva en el proceso de producción, ni en cuanto al volumen de la misma ni en cuanto a sus técnicas.

Con respecto al aspecto puramente económico —«la lucha de la tasa de salario contra la tasa de beneficio», como lo denomina Bernstein—, esta lucha no se libra, como ya se ha explicado también, a campo abierto, sino dentro de los bien definidos límites de la ley del salario, ley que esta lucha no consigue romper, sino a lo sumo hacer cumplir. Esta observación resulta clara también si se examina el problema desde la perspectiva de las funciones reales de los sindicatos.

Bernstein les atribuye, dentro de la lucha general de la clase obrera por su emancipación, el auténtico ataque contra la tasa de beneficio, transformándola poco a poco en «tasa de salario». Pero el hecho es que los sindicatos no están en situación de realizar ninguna ofensiva de carácter económico contra el beneficio porque no son más que la defensa organizada de la fuerza de trabajo contra los ataques del capital, es decir, expresan la resistencia de la clase obrera contra la opresión de la economía capitalista. Y ello por dos motivos.

En primer lugar, porque si la misión de los sindicatos es usar su organización para influir sobre la situación del mercado de la mercancía «fuerza de trabajo», esa influencia se ve superada de continuo a causa del proceso de proletarización de las capas medias, que hace afluir constantemente nueva mercancía al mercado. En segundo lugar, porque si los sindicatos se proponen la elevación del nivel de vida, el aumento de la parte de la clase obrera en la riqueza social, esta parte se ve reducida de continuo, con la inevitabilidad de un proceso de la naturaleza, a causa del aumento de la productividad del trabajo. No es preciso ser un marxista para darse cuenta de esto, basta con haber hojeado alguna vez Sobre la cuestión social, de Rodbertus[39].

En otras palabras, los procesos objetivos de la sociedad capitalista transforman estas dos funciones económicas principales de los sindicatos en una especie de trabajo de Sísifo[40], trabajo que sin embargo resulta imprescindible para que el trabajador pueda llegar a obtener la tasa de salario que le corresponde según la situación del mercado de trabajo, para que se realice la ley capitalista del salario y para paralizar —o, más exactamente, atenuar— los efectos de la tendencia descendente del desarrollo económico.

Pero la conversión de los sindicatos en un instrumento para la reducción paulatina del beneficio en favor del salario presupone las siguientes condiciones sociales: 1) la paralización de la proletarización de las clases medias y del crecimiento de la clase obrera, y 2) la paralización del incremento de la productividad del trabajo. Es decir, en ambos casos —y al igual que con las teorías cooperativistas— requiere un retroceso a condiciones anteriores a las del capitalismo desarrollado.

Por tanto, los dos medios de reforma bernsteinianos, las cooperativas y los sindicatos, son totalmente insuficientes para transformar el modo de producción capitalista. Bernstein intuye esto oscuramente y toma estas proposiciones como meros medios para arañar algo del beneficio capitalista, a fin de enriquecer de este modo a los trabajadores. De este modo renuncia a la lucha contra el modo de producción capitalista y orienta el movimiento socialdemócrata a la lucha contra la distribución capitalista. En su libro, Bernstein define repetidamente su socialismo como la aspiración a una distribución «justa», «más justa» e incluso «todavía más justa», y en el Vorwärts[41] de 26 de marzo de 1899 vuelve a repetirlo.

No se puede negar que el principal motivo que lleva a las masas populares al movimiento socialdemócrata es el reparto «injusto» propio del orden capitalista. Al luchar por la socialización de toda la economía, la socialdemocracia lucha al mismo tiempo por una distribución «justa» de la riqueza social. La única diferencia es que, gracias a las concepciones del marxismo de que la forma de distribución es una consecuencia natural del modo de producción, la socialdemocracia no lucha para cambiar la forma de distribución dentro del contexto de la producción capitalista, sino para abolir la producción capitalista misma. En una palabra, la socialdemocracia trata de implantar la distribución socialista por medio de la eliminación del modo de producción capitalista, mientras que la propuesta de Bernstein es justamente la contraria: luchar contra la distribución capitalista con la esperanza de así implantar paulatinamente el modo de producción socialista.

Y, en este caso, ¿en qué fundamenta Bernstein su reforma social? ¿En determinadas tendencias de la producción capitalista? De ningún modo, puesto que, en primer lugar, Bernstein niega esas tendencias y, en segundo lugar, porque para él la transformación de la producción es efecto, y no causa, de la distribución. Por tanto, la justificación de su socialismo no puede ser económica. Al haber invertido el orden de fines y medios, y con ello las relaciones económicas, Bernstein no puede cimentar su programa sobre fundamentos materialistas, sino que está obligado a recurrir a fundamentos idealistas.

«¿Por qué razón hay que derivar el socialismo de la necesidad económica?», dice Bernstein. «¿Por qué razón hay que degradar la inteligencia, el espíritu de justicia, la voluntad del hombre?» (Vorwärts, 26/3/1899). Para Bernstein, la distribución justa que propone no será consecuencia de la necesidad económica, sino del libre albedrío del hombre; o más precisamente, dado que la voluntad misma no es más que un instrumento, será consecuencia de la comprensión de la justicia, en resumen, de la idea de justicia.

Y así hemos felizmente llegado al principio de justicia, la vieja montura sobre la que cabalgan desde hace milenios, a falta de un medio de transporte histórico más seguro, todos los redentores del mundo, el Rocinante escuchimizado sobre el que todos los Don Quijotes de la historia han galopado hacia la gran reforma mundial, sin sacar al final nada en limpio, excepto algunos varapalos.

La relación entre ricos y pobres como base social del socialismo, el «principio» del cooperativismo como su contenido, la «más justa distribución» como su objetivo, la idea de justicia como su única legitimación histórica… Hace ya más de cincuenta años que Weitling defendió ese tipo de socialismo con mucha más fuerza, mucho más espíritu y mayor brillantez. Hay que recordar que aquel sastre genial aún no conocía el socialismo científico. En cambio, la tarea de remendar y ofrecer hoy al proletariado alemán, como si fuera la última palabra de la ciencia, aquel socialismo de Weitling, que Marx y Engels hicieron trizas en su tiempo, también requiere un sastre… pero nada genial.

Así como sindicatos y cooperativas son los pilares económicos del revisionismo, su presupuesto político más importante es el continuo y progresivo desarrollo de la democracia. Los actuales estallidos reaccionarios se le antojan al revisionismo meros «respingos» casuales y pasajeros que pueden ser ignorados a la hora de establecer las pautas generales de la lucha del movimiento obrero.

[Lo importante, sin embargo, no es la idea que Bernstein, por las seguridades orales o escritas que le hayan dado sus amigos, se hace de la reacción, sino qué conexión interna y objetiva existe entre la democracia y el desarrollo social real.][42]

Para Bernstein, la democracia es una etapa inevitable en el desarrollo de la sociedad moderna. Para él, como para los teóricos burgueses del liberalismo, la democracia es la gran ley fundamental del desarrollo histórico, y todas las fuerzas de la vida política deben estar al servicio de su realización. Pero expresada de este modo absoluto, tal cosa es completamente falsa y no pasa de ser una esquematización pequeñoburguesa y superficial de los resultados de un breve período del desarrollo burgués, los últimos 25-30 años. Si se examina un poco más de cerca el desarrollo histórico de la democracia y al mismo tiempo se considera la historia política del capitalismo, la conclusión es muy distinta.

La democracia se encuentra en las formaciones sociales más diversas: en las sociedades comunistas primitivas, en los estados esclavistas de la Antigüedad y en las comunas urbanas medievales. También nos podemos encontrar con el absolutismo y la monarquía constitucional en los contextos económicos más diversos. Por otro lado, el capitalismo, en sus inicios como producción mercantil, dio lugar a una concepción democrática en las comunas urbanas medievales; posteriormente, al adquirir una forma madura, como manufactura, encontró en la monarquía absoluta su forma política correspondiente; y por último, ya como economía industrial desarrollada, dio origen en Francia, alternativamente, a la república democrática (1793), la monarquía absoluta de Napoleón I, la monarquía aristocrática de la época de la Restauración (1815-30), la monarquía constitucional burguesa de Luis Felipe, nuevamente la república democrática, después la monarquía de Napoleón III y finalmente, por tercera vez, la república. En Alemania, la única institución verdaderamente democrática, el sufragio universal, no es una conquista del liberalismo burgués, sino un instrumento para la fusión política de los pequeños estados, y únicamente en esa medida tiene alguna importancia para el desarrollo de la burguesía alemana, que por lo demás se contenta con una monarquía constitucional semifeudal. En Rusia, el capitalismo prosperó durante mucho tiempo bajo la autocracia oriental, sin que la burguesía haya dado ni la más pequeña muestra de desear la democracia. En Austria, el sufragio universal más bien parece el salvavidas de una monarquía que se hunde y descompone [y en qué escasa medida implica este sufragio una democracia auténtica lo demuestra la vigencia del párrafo 14.][43] Finalmente, en Bélgica, la conquista por el proletariado del sufragio universal se debió sin duda a la debilidad del militarismo, es decir, a la especialísima situación político-geográfica del país, y no es una «porción de democracia» conquistada por la burguesía, sino contra la burguesía.

El progreso ininterrumpido de la democracia, que tanto nuestro revisionismo como el liberalismo burgués consideran como la gran ley fundamental de la historia humana, al menos de la moderna, analizado con más detalle resulta ser una quimera. No se puede establecer ningún vínculo general y absoluto entre desarrollo capitalista y democracia. La forma política siempre es el resultado de la suma total de los factores políticos internos y externos, y abarca toda la escala de regímenes políticos, desde la monarquía absoluta hasta la república democrática.

Por tanto, debemos rechazar el esquema de una democratización progresiva como ley general del desarrollo histórico, incluso en el marco de la sociedad moderna. Contemplando la fase actual de la sociedad burguesa, podemos observar factores políticos que no solamente no confirman la opinión de Bernstein, sino que más bien se orientan hacia el abandono, por la sociedad burguesa, de las conquistas democráticas alcanzadas hasta la fecha.

Por un lado, las instituciones democráticas, y esto es muy importante, ya han cumplido en gran parte la función que les correspondía en el desarrollo burgués. En la misma medida en que fueron necesarias para la unificación de los pequeños estados y el establecimiento de los grandes países modernos (Alemania, Italia), ya han dejado de ser imprescindibles en la actualidad. El desarrollo económico ha ocasionado entre tanto una unión orgánica interna [con lo que ya se puede quitar el vendaje de la democracia, sin peligro para el organismo de las sociedades burguesas.][44]

Lo mismo cabe decir respecto a la transformación de toda la maquinaria político-administrativa del Estado, que ha dejado de ser un mecanismo semifeudal o completamente feudal y se ha convertido en capitalista. Esta transformación, inseparable históricamente de la democracia, ha alcanzado hoy un grado tan elevado que se podrían eliminar todos los ingredientes puramente democráticos de la vida política, como el sufragio universal o la forma republicana del Estado, sin que la administración, las finanzas públicas o la organización militar tuvieran que retornar a las formas anteriores a la revolución de marzo[45].

De este modo resulta que el liberalismo como tal se ha hecho superfluo para la sociedad burguesa, e incluso en muchos aspectos se ha convertido en un verdadero obstáculo. Aparecen aquí dos factores que dominan por completo el conjunto de la vida política de los países contemporáneos: la política mundial y el movimiento obrero, que son distintos aspectos de la fase actual del desarrollo capitalista.

A consecuencia del desarrollo de la economía mundial y la agudización y generalización de la lucha competitiva en el mercado mundial, el militarismo y la supremacía naval se han convertido, como instrumentos de la política mundial, en factores decisivos tanto de la política interior como de la exterior de los grandes estados. Y si la política mundial y el militarismo son una tendencia ascendente en la presente fase del capitalismo, la consecuencia será que la democracia burguesa se moverá lógicamente en una línea descendente. [El ejemplo más convincente: la Unión americana después de la guerra con España. En Francia, la República subsiste gracias principalmente a la situación política internacional, que de momento hace imposible una guerra. Si ésta estallase y, como es de suponer según todos los indicios, resultara que Francia no estaba suficientemente armada conforme a las pautas mundiales, la respuesta a la primera derrota francesa en el campo de batalla sería la proclamación de la monarquía en París. En Alemania, la nueva era del armamentismo a gran escala (1893) y la política mundial inaugurada en Kiao-chou[46] se cobraron de inmediato dos víctimas de la democracia burguesa: el desmoronamiento del centro[47] y la decadencia del liberalismo.][48]

Si la política exterior arroja a la burguesía en brazos de la reacción, otro tanto le sucede con la interior, debido al ascenso de la clase obrera. El propio Bernstein lo reconoce al responsabilizar de la deserción de la burguesía liberal a la «leyenda de la voracidad» socialdemócrata[49], es decir, a los esfuerzos socialistas de la clase obrera. En consecuencia, Bernstein aconseja al proletariado abandonar su aspiración socialista, para conseguir sacar de la madriguera reaccionaria a un liberalismo asustado de muerte. Pero al convertir la abolición del movimiento obrero socialista en condición vital y presupuesto social de la democracia burguesa, Bernstein demuestra también del modo más convincente que esta democracia contradice la tendencia interna de desarrollo de la sociedad contemporánea y que el movimiento obrero socialista es un producto directo de esa tendencia.

Además, al convertir la renuncia al objetivo último del socialismo en condición esencial para el resurgimiento de la democracia burguesa, Bernstein demuestra otra cosa: en qué escasa medida esa democracia burguesa es condición necesaria para el movimiento socialista y su victoria. En este momento, el razonamiento de Bernstein se convierte en un círculo vicioso, su conclusión «devora» a su premisa.

La salida de este círculo es muy sencilla: una vez constatado que, aterrorizado ante el movimiento obrero ascendente y sus fines últimos, el liberalismo burgués ha vendido su alma al diablo, se puede concluir que el movimiento obrero socialista es en la actualidad el único apoyo de la democracia y que la suerte del movimiento socialista no depende de la democracia burguesa, sino que es la suerte de la democracia la que depende del movimiento socialista. Es decir, la democracia no es más viable en la medida en que la clase obrera abandona la lucha por su emancipación, sino en la medida en que el movimiento socialista se robustece lo suficiente para hacer frente a las consecuencias reaccionarias de la política mundial y del abandono burgués de la democracia. Por tanto, quien desee el fortalecimiento de la democracia también debe desear el fortalecimiento del movimiento socialista, y no su debilitamiento; quien abandona la lucha por el socialismo abandona también el movimiento obrero y la democracia.

[Al final de su «respuesta» a Kautsky, en el Vorwärts de 26 de marzo de 1899, Bernstein explica que está completamente de acuerdo con la parte práctica del programa de la socialdemocracia y que únicamente tiene algo que objetar a la parte teórica. Al margen de esto, Bernstein cree poder marchar con pleno derecho junto al partido, pues ¿qué «importancia» puede tener que «en la parte teórica» haya alguna frase que no concuerda con su concepción del proceso? En el mejor de los casos, esta explicación muestra hasta qué punto Bernstein ha perdido el sentido de la conexión entre la actividad práctica de la socialdemocracia y sus fundamentos generales, hasta qué punto las palabras mismas han dejado de tener igual significado para el partido y para Bernstein. En realidad, como hemos visto, las teorías de Bernstein conducen a la elemental evidencia socialdemócrata de que sin fundamentos teóricos la lucha política práctica carece de sentido, de que el abandono del objetivo último socialista hace desaparecer también el propio movimiento.][50]