2. La adaptación del capitalismo

Según Bernstein, los medios más importantes que posibilitan la adaptación de la economía capitalista son el crédito, los avanzados medios de transporte y comunicación y los cárteles empresariales.

El crédito cumple diversas funciones en la economía capitalista, siendo las más importantes la expansión de la producción y la facilitación del intercambio. Cuando la tendencia inherente a la producción capitalista a expandirse ilimitadamente choca con los límites de la propiedad privada o con las restringidas dimensiones del capital privado, el crédito aparece como el medio de superar, de modo capitalista, esos obstáculos. El crédito fusiona en uno solo muchos capitales privados (sociedades por acciones) y permite que cualquier capitalista disponga del capital de otros (crédito industrial). Como crédito comercial, acelera el intercambio de mercancías, es decir, el retorno del capital a la producción, ayudando así a todo el ciclo del proceso productivo. Es fácil comprender la influencia que estas dos funciones principales del crédito tienen sobre la formación de las crisis. Si bien es verdad que las crisis surgen de la contradicción entre la capacidad de expansión —la tendencia al aumento de la producción— y la limitada capacidad de consumo, el crédito es precisamente, a la vista de lo dicho más arriba, el medio de conseguir que esa contradicción estalle con la mayor frecuencia posible. Para empezar, incrementa desproporcionadamente la capacidad de expansión, convirtiéndose así en el motor interno que constantemente empuja a la producción a rebasar los límites del mercado. Pero el crédito es un arma de dos filos: primero, como factor del proceso productivo, origina la sobreproducción, y después, como factor del intercambio de mercancías, destruye durante las crisis las fuerzas productivas que él mismo creó. A las primeras señales de estancamiento, el crédito se contrae y abandona el intercambio precisamente cuando a éste más indispensable le sería; y allí donde todavía subsiste, resulta inútil e ineficaz. Y reduce al mínimo la capacidad de consumo del mercado.

Además de estos dos resultados principales, el crédito también influye de otras maneras en la formación de las crisis: constituye el medio técnico para hacer accesible a un capitalista los capitales ajenos y es un acicate para el empleo audaz y sin escrúpulos de la propiedad ajena, es decir, para la especulación. Como medio alevoso de intercambio mercantil, el crédito no sólo agrava las crisis, también facilita su aparición y expansión, al transformar todo el intercambio en un mecanismo extremadamente complejo y artificial que es fácilmente perturbado a la menor ocasión, dada la escasa cantidad de dinero en metálico sobre la que se sustenta.

Por tanto, lejos de ser un instrumento de eliminación o atenuación de las crisis, es un factor especialmente poderoso para la formación de las mismas. Y no puede ser de otro modo si pensamos que la función del crédito, en términos generales, es eliminar las rigideces de las relaciones capitalistas e imponer por doquier la mayor elasticidad posible, a fin de hacer a todas las fuerzas capitalistas lo más flexibles, relativas y mutuamente sensibles que se pueda. Con esto, el crédito facilita y agrava las crisis, que no son otra cosa que el choque periódico de las fuerzas contradictorias de la economía capitalista.

Esto nos lleva a otra cuestión: ¿Cómo es posible que el crédito aparezca, en general, como un «medio de adaptación» del capitalismo? Al margen de cómo se conciba, dicha «adaptación» únicamente puede consistir en la capacidad para eliminar cualquiera de las relaciones contrapuestas de la economía capitalista, es decir, para eliminar o debilitar alguna de sus contradicciones, proporcionando así campo libre, en un momento u otro, a las otrora fuerzas reprimidas. De hecho, es el crédito precisamente el que agudiza al máximo las contradicciones de la economía capitalista actual. Agudiza la contradicción entre el modo de producción y el modo de distribución, dado que intensifica al máximo la producción, pero paraliza el intercambio al menor pretexto. Agudiza la contradicción entre el modo de producción y el modo de apropiación, dado que separa la producción de la propiedad, es decir, convierte el capital que interviene en la producción en capital «social», pero al mismo tiempo transforma una parte del beneficio en un simple título de propiedad, bajo la forma de interés del capital. Agudiza la contradicción entre las relaciones de propiedad y las relaciones de producción, dado que expropia a muchos pequeños capitalistas y concentra en muy pocas manos una cantidad enorme de fuerzas productivas. Y, finalmente, agudiza la contradicción entre el carácter social de la producción y la propiedad privada capitalista, en la medida en que hace necesaria la intervención del Estado en la producción.

En una palabra, el crédito reproduce las contradicciones fundamentales del capitalismo, las lleva al paroxismo y acelera su desarrollo, empujando así al mundo capitalista a su propia destrucción. La primera medida de adaptación del capitalismo, en relación con el crédito, tendría que ser, por tanto, su abolición, hacerlo desaparecer. De hecho, el crédito no es un medio de adaptación, sino un medio de aniquilación, de la mayor trascendencia revolucionaria. Este carácter del crédito ha inspirado, incluso, planes de reformas «socialistas», de algunos de cuyos defensores, como Isaac Péreire en Francia, dijo Marx que eran «mitad profetas, mitad sinvergüenzas[10]».

Igual de insuficiente resulta ser, si se lo examina bien, el segundo «medio de adaptación» de la producción capitalista, las alianzas empresariales, que según Bernstein conseguirán contener la anarquía y evitar las crisis mediante la regulación de la producción. Todavía no se han estudiado detenidamente las múltiples consecuencias del desarrollo de los cárteles y de los trusts, pero anuncia un problema que sólo se puede solucionar con la ayuda de la teoría marxista. Pero una cosa sí es cierta: cabría hablar de contención de la anarquía capitalista por medio de las alianzas empresariales si los cárteles, trusts, etc., se inclinasen hacia una forma general y socializada de producción, posibilidad que está excluida debido a la naturaleza de los mismos.

El objetivo económico real y el resultado de las alianzas empresariales es eliminar la competencia dentro de una determinada rama de la producción, puesto que dicha eliminación influye en la distribución de los beneficios obtenidos en el mercado, haciendo que aumente la porción correspondiente a esa rama. La alianza sólo puede elevar los porcentajes de beneficios dentro de una rama industrial a costa de las otras, por lo cual ese aumento no puede ser general. La extensión de las alianzas a todas las ramas importantes de la producción hace desaparecer su influencia.

Además, dentro de los límites de su aplicación práctica, las alianzas empresariales tienen un efecto contrario al de la eliminación de la anarquía industrial. En el mercado interior, suelen obtener un incremento de su tasa de beneficio, al hacer producir para el extranjero, con una tasa de beneficio mucho más baja, las cantidades suplementarias de capital que no pueden emplear para las necesidades internas, o sea, vendiendo las mercancías en el extranjero mucho más baratas que en el mercado doméstico. El resultado es la agudización de la competencia en el extranjero, el aumento de la anarquía en el mercado mundial, es decir, precisamente lo contrario de lo que se pretendía conseguir. Un ejemplo ilustrativo es la historia de la industria mundial del azúcar.

En general, consideradas como manifestaciones del modo de producción capitalista, las alianzas empresariales deben ser vistas como una fase del desarrollo capitalista. No son, en esencia, más que un medio del modo de producción capitalista para contener la fatal caída de la tasa de beneficios en ciertas ramas. ¿De qué método se valen los cárteles para alcanzar este fin? Del método de no utilizar una parte del capital acumulado, es decir, el mismo método que, bajo otra forma, se aplica en las crisis. Sin embargo, el remedio y la enfermedad se parecen como dos gotas de agua. De hecho, el primero sólo puede considerarse el mal menor hasta cierto punto. Cuando los mercados comiencen a contraerse y el mercado mundial haya alcanzado sus límites y esté agotado, producto de la competencia entre los países capitalistas —momento que tarde o temprano se alcanzará—, la parte improductiva del capital comienza a adquirir tales proporciones que el remedio se transforma en enfermedad y el capital, ya muy «socializado» a través de las alianzas, tenderá a convertirse de nuevo en capital privado. Al aumentar las dificultades para encontrar mercados, cada porción individual de capital acaba prefiriendo probar suerte por libre. Las alianzas estallan entonces como pompas de jabón, dando paso a una libre competencia más aguda[11].

En general puede decirse que las alianzas empresariales, al igual que el crédito, son fases determinadas del desarrollo capitalista, que en última instancia sólo aumentan la anarquía del mundo capitalista y manifiestan y hacen madurar sus contradicciones internas. Al intensificar la lucha entre productores y consumidores, como podemos observar especialmente en Estados Unidos, los cárteles agudizan la contradicción entre el modo de producción y el modo de distribución. Agudizan asimismo la contradicción entre el modo de producción y el modo de apropiación, por cuanto enfrentan de la forma más brutal al proletariado con la omnipotencia del capital organizado y, de esta manera, agudizan la contradicción entre capital y trabajo. Agudizan, por último, la contradicción entre el carácter internacional de la economía mundial capitalista y el carácter nacional del Estado capitalista, dado que siempre van acompañados por una guerra arancelaria general, lo que agrava las diferencias entre los diversos países capitalistas. A todo esto hay que añadir el efecto directo y altamente revolucionario de los cárteles sobre la concentración de la producción, el progreso técnico, etc.

Por tanto, desde el punto de vista de sus efectos finales sobre la economía capitalista, los cárteles y los trusts no sirven como «medios de adaptación». Al contrario, aumentan la anarquía de la producción, estimulan contradicciones y aceleran la llegada de un declive general del capitalismo.

Ahora bien, si el crédito, los cárteles y demás no consiguen eliminar la anarquía de la economía capitalista, ¿por qué durante dos decenios, desde 1873, no hemos tenido ninguna gran crisis comercial? ¿No es ésta una señal de que, en contra del análisis de Marx, el modo de producción capitalista ha logrado «adaptarse», al menos en sus líneas generales, a las necesidades de la sociedad?

[En nuestra opinión, la actual bonanza en el mercado mundial tiene otra explicación. En general se cree que las grandes crisis comerciales globales ocurridas hasta ahora son las crisis seniles del capitalismo esquematizadas por Marx en su análisis. La periodicidad más o menos decenal del ciclo de producción parecía ser la mejor confirmación de este esquema. Esta concepción, sin embargo, descansa sobre lo que, a nuestro juicio, es un malentendido. Si se hace un análisis más exhaustivo de las causas que han provocado las grandes crisis internacionales acontecidas hasta el momento, se podrá advertir que, en conjunto, no son la expresión del envejecimiento de la economía capitalista, sino todo lo contrario, son el producto de su crecimiento infantil. Un repaso breve de su evolución basta para demostrar desde un principio que en los años 1825, 1836, 1847, el capitalismo no pudo producir aquellos periódicos e inevitables choques de las fuerzas productivas con los límites del mercado a causa de su madurez, como se desprende del esquema marxista, puesto que por aquel entonces el capitalismo se hallaba en pañales en la mayoría de los países.][12]

En efecto, la crisis de 1825 fue el resultado de las enormes inversiones de capital para construir carreteras, canales y plantas de gas durante la década precedente, especialmente en Inglaterra, donde la crisis estalló. La crisis siguiente de 1836-39 también fue el resultado de las gigantescas inversiones en nuevos medios de transporte. La crisis de 1847 se produjo por la febril construcción de ferrocarriles en Inglaterra —en sólo tres años (1844-47), el Parlamento otorgó concesiones por valor de ¡1500 millones de táleros[13]!—. En estos tres casos, la crisis sobrevino tras el establecimiento de nuevos cimientos para el desarrollo capitalista. En 1857, la causa fue la apertura de nuevos mercados para la industria europea en América y Australia a consecuencia del descubrimiento de las minas de oro y la amplia expansión del ferrocarril, siguiendo las huellas de Inglaterra, especialmente en Francia, donde de 1852 a 1856 se construyeron líneas férreas por valor de 1250 millones de francos. Finalmente, como es sabido, la gran crisis de 1873 fue la consecuencia directa del enorme auge de la gran industria en Alemania y Austria, que siguió a los acontecimientos políticos de 1866 y 1871[14].

Por tanto, en todos los casos, el motivo de la crisis comercial fue la repentina expansión de la economía capitalista, y no su contracción. El hecho de que aquellas crisis internacionales se repitieran cada diez años fue meramente externo y casual. El esquema marxista de la formación de las crisis, tal como lo exponen Engels en el Anti-Dühring y Marx en los tomos I y III de El capital, es válido para todas las crisis sólo en la medida que pone al descubierto su mecanismo interno y sus causas generales de fondo.

En conjunto, el esquema marxista se adapta mejor a una economía capitalista plenamente desarrollada, en la que se presupone la existencia de un mercado mundial. Solamente en este caso las crisis pueden originarse de un modo mecánico en el movimiento interno propio de los procesos de producción y distribución, como se desprende del análisis marxista, y sin necesidad de que una conmoción repentina en las relaciones de producción y de mercado actúe como estímulo. Si analizamos la situación actual de la economía, tendremos que reconocer que todavía no hemos llegado a la etapa de la madurez completa del capitalismo que se presupone en el esquema marxista de la periodicidad de las crisis. El mercado mundial aún se está creando: Alemania y Austria sólo entraron en la fase de la auténtica gran producción industrial a partir de 1870, Rusia ha ingresado a partir de 1880, Francia continúa siendo en gran parte un país de producción artesanal, los países balcánicos aún no han roto en gran medida las cadenas de la economía natural y América, Australia y África tan sólo a partir de 1880 han entrado en un régimen de intercambio comercial vivo y regular con Europa. Si bien es cierto, por un lado, que ya hemos superado las crisis, por así decirlo, juveniles producidas hasta 1870 a consecuencia del desarrollo brusco y repentino de nuevas ramas de la economía capitalista, también lo es que, por otro lado, aún no hemos alcanzado el grado de formación y agotamiento del mercado mundial que puede producir un choque fatal y periódico de las fuerzas productivas contra los límites del mercado, es decir, que puede producir las verdaderas crisis seniles del capitalismo. Nos encontramos en una fase en que las crisis ya no son el producto del ascenso del capitalismo, pero todavía tampoco son el producto de su decadencia. Este período de transición se caracteriza por el ritmo débil y lento de la vida económica desde hace casi veinte años, en el que cortos períodos de crecimiento se alternan con largos períodos de depresión.

[Pero de los mismos fenómenos que han ocasionado la ausencia temporal de crisis se deriva que nos acercamos inevitablemente al comienzo del final, al período de las crisis últimas del capitalismo. Una vez que el mercado mundial haya alcanzado, en líneas generales, un alto grado de desarrollo y que ya no pueda crecer por medio de ningún aumento brusco, al tiempo que crece sin parar la productividad del trabajo, se inicia un conflicto más o menos largo entre las fuerzas productivas y las barreras del intercambio, que, al repetirse, será cada vez más violento y tormentoso. Y si algo resulta especialmente adecuado para acercarnos a ese periodo, para establecer con rapidez el mercado mundial y agotarlo también con igual rapidez, ello es precisamente esos mismos fenómenos, el crédito y los cárteles, sobre los que Bernstein construye su teoría de los «medios de adaptación» del capitalismo.][15]

La creencia de que la producción capitalista pueda «adaptarse» a la distribución presupone una de estas dos cosas: o el mercado mundial puede crecer infinita e ilimitadamente o, por el contrario, las fuerzas productivas ven tan frenado su desarrollo, que no pueden superar los límites del mercado. La primera opción es materialmente imposible y la segunda se enfrenta al hecho de que los constantes avances técnicos crean a diario nuevas fuerzas productivas en todas las ramas de la producción.

Todavía hay un fenómeno que, según Bernstein, contradice la evolución del capitalismo como se ha expuesto: la «resuelta infantería» de las medianas empresas. En ellas ve Bernstein un signo de que el desarrollo de la gran industria no actúa de un modo tan revolucionario y no concentra tanto la industria como se derivaría de la teoría del hundimiento. Bernstein es aquí, de nuevo, víctima de su propia falta de comprensión. Porque es entender muy erróneamente el proceso de desarrollo de la gran industria esperar del mismo que vaya a hacer desaparecer la mediana empresa.

De acuerdo con Marx, la misión de los pequeños capitales en la marcha general del desarrollo capitalista es ser los pioneros del avance técnico, y ello en dos sentidos: introduciendo nuevos métodos de producción en ramas ya arraigadas de la producción y creando ramas nuevas todavía no explotadas por los grandes capitales. Es completamente falso creer que la historia de la mediana empresa capitalista es una línea recta hacia su gradual desaparición. Por el contrario, el curso real de su desarrollo es puramente dialéctico y se mueve constantemente entre contradicciones. Las capas medias capitalistas, al igual que la clase obrera, se encuentran bajo la influencia de dos tendencias opuestas, una que tiende a elevarla y otra que tiende a hundirla. La tendencia descendente es el continuo aumento en la escala de la producción, que periódicamente supera las dimensiones de los capitales medios, expulsándolos repetidamente de la arena de la competencia mundial. La tendencia ascendente es la desvalorización periódica de los capitales existentes, que durante cierto tiempo rebaja la escala de la producción, en proporción al valor de la cantidad mínima de capital necesaria, y además paraliza temporalmente la penetración de la producción capitalista en nuevas esferas. No hay que imaginarse la lucha entre la mediana empresa y el gran capital como una batalla periódica en la que la parte más débil ve mermar directamente el número de sus tropas cada vez más, sino, más bien, como una siega periódica de pequeñas empresas, que vuelven a surgir con rapidez solamente para ser segadas de nuevo por la guadaña de la gran industria. Ambas tendencias juegan a la pelota con las capas medias capitalistas, pero al final acaba por triunfar la tendencia descendente, a diferencia de lo que ocurre con el proletariado.

Sin embargo, este triunfo no se manifiesta necesariamente en una disminución del número absoluto de medianas empresas, sino en el progresivo aumento del capital mínimo necesario para la subsistencia de las empresas en las ramas viejas de la producción y en la constante reducción del lapso de tiempo durante el que los pequeños capitalistas se benefician de la explotación de las ramas nuevas. De todo esto se deriva, para el pequeño capitalista individual, un cada vez más corto plazo de permanencia en las nuevas industrias y un cada vez más rápido ritmo de cambio en los métodos de producción y en la naturaleza de las inversiones; y para las capas medias en su conjunto, un proceso cada vez más rápido de cambio en la posición social.

Esto último lo sabe muy bien Bernstein y procede a comentarlo. Pero lo que parece olvidar es que en eso consiste la ley misma del movimiento de la mediana empresa capitalista. Si se admite que los pequeños capitales son los pioneros del progreso técnico y si es verdad que éste es el pulso vital de la economía capitalista, entonces resulta que los pequeños capitales son parte integral del desarrollo capitalista y que únicamente podrán desaparecer cuando dicho desarrollo desaparezca. La desaparición gradual de la mediana empresa —en el sentido absoluto de la estadística matemática, que es de lo que habla Bernstein— no significaría el avance revolucionario del desarrollo capitalista, como Bernstein cree, sino su ralentización y estancamiento: «La tasa de beneficio, es decir, el crecimiento relativo de capital, es importante ante todo para los nuevos inversores de capital, que se agrupan por su cuenta. En cuanto la formación de capital recayera exclusivamente en manos de algunos grandes capitales (…) el fuego vivificador de la producción acabaría apagándose, se consumiría[16]».

[Los medios de adaptación bernsteinianos resultan, pues, ineficaces, y los fenómenos que él considera como síntomas de la «adaptación» se han de atribuir a causas completamente distintas.][17]