ANEXO 3/4

Transcripción no publicada de la conversación entre el agente R. Grotten y Susan Bidgood Lewinter. 13 de agosto.

Sujeto: 37 años, sus labores, esposa divorciada de Lewinter.

S.B. LEWINTER: Esperaba a un tal señor Bodkin. Cuando me llamaron por teléfono, me anunciaron la visita del señor Bodkin. No le esperaba a usted.

GROTTEN: La esposa de Bodkin tuvo un niño la noche pasada. Por esto me pidieron que viniera en su lugar.

S.B. LEWINTER: ¿Qué ha sido? ¿Niño o niña?

GROTTEN: No lo sé. No me lo han dicho.

S.B. LEWINTER: En estos tiempos, los chicos son mucho más fáciles de manejar, ¿no lo cree usted así, señor Grotten? ¿Tiene usted hijos?

GROTTEN: Pues, sí, los tengo.

S.B. LEWINTER: ¿Chicos o chicas?

GROTTEN: En realidad, un chico y una chica. Y ahora, señora Lewinter…

S.B. LEWINTER: Perdone que le interrumpa, señor Grotten, pero le ruego que me llame señorita. Desde mi divorcio, me hago llamar señorita Lewinter.

GROTTEN: Sí, lo comprendo. Bueno, señorita Lewinter, quisiera hacerle algunas preguntas sobre su ex marido, si me lo permite…

S.B. LEWINTER: ¿Tiene algo que ver con los alimentos? La semana pasada presenté una demanda, pues August lleva un retraso de tres meses en el pago y me dijeron que vendría a verme un oficial del tribunal.

GROTTEN: En realidad, yo…

S.B. LEWINTER: No es que sea cuestión de vida o muerte para mí. Me refiero al dinero, pues tengo algunas rentas para subsistir, pero es una cuestión de principio. La sentencia de divorcio estableció que debía pagarme ciento veinticinco dólares a la semana. No es una cantidad exagerada, ¿verdad? En nuestros días, ciento veinticinco dólares no dan para mucho, cuando se tiene que sostener una casa y educar a dos hijos pequeños, ¿no cree?

GROTTEN: Nosotros no somos del tribunal, señorita Lewinter. Creía que lo habían dicho ya cuando concertaron su entrevista con Bodkin. Es una investigación rutinaria con fines de seguridad.

S.B. LEWINTER: Hubo ya una. La hicieron cuando August se presentó aquí.

GROTTEN: Lo sé, señorita Lewinter, pero tenemos que ponerla al día. Pura rutina, se lo aseguro. Y ahora, ¿le importaría contestar a unas preguntas?

S.B. LEWINTER: ¿No tiene usted nada que ver con los alimentos?

GROTTEN: Absolutamente nada.

S.B. LEWINTER: Comprendo.

GROTTEN: Sin embargo, me interesa el hecho de que se haya retrasado en sus pagos. Antes dijo usted que le debe tres mensualidades. ¿Cómo ha tardado usted tanto en presentar su demanda al tribunal, señorita Lewinter?

S.B. LEWINTER: Si acudiese a los tribunales cada vez que August se retrasa en sus pagos, me tomarían por loca. Hay que conocer a August. Es un hombre muy distraído. Siempre se olvida de los aniversarios, de las invitaciones, de las facturas… y de los alimentos. No se fija en los detalles.

GROTTEN: ¿Trató usted de recordárselos? Me refiero a los alimentos.

S.B. LEWINTER: ¡Oh, Dios sabe cuántas veces lo he hecho! Le he enviado cartas certificadas y telegramas. He hecho todo lo posible, salvo ir a su casa. No podía hacerlo con esa mujer viviendo allí… Y no es que esté enojada, se lo advierto. August tiene derecho a vivir su vida. Pero esa mujer… No sé lo que ha visto en ella.

GROTTEN: Entonces, ¿la conoce usted?

S.B. LEWINTER: Sólo la vi una vez, en una fiesta, antes del divorcio. Ya sé adónde quiere usted ir a parar. No, no la conozco mucho. Pero todos los que la conocen piensan lo mismo de ella. En una palabra, es una arpía.

GROTTEN: No quisiera volver a abrir antiguas heridas, señorita Lewinter, pero ¿cuál fue la causa del divorcio? ¿Qué fue lo que marchó mal?

S.B. LEWINTER: ¡Oh! Es muy complicado. No tendrá usted prisa, ¿verdad? Bien. Entonces, procuraré resumir en pocas palabras una larga historia. Creo que lo que en realidad causó el derrumbamiento del edificio, por llamarlo así, fue que August solía exagerar su propia importancia. No es que fuese exactamente un embustero, compréndalo. Lo que hacía era adornar su propia imagen con una serie de fantasías. Por ejemplo, el asunto de su proyecto de eliminación de residuos. Supongo que era un plan bastante lógico. Pero, oyéndole hablar de él, habríase dicho que era Leonardo da Vinci ofreciendo al mundo la máquina de vapor o alguna de las cosas que inventó aquel pintor. August ansiaba ardientemente ser un hombre importante. Para esto, tenía que forjar una montaña de exageraciones y de verdades a medias. Y cuando alguien pinchaba el globo de sus ilusiones, hubiérase dicho que se desintegraba entre sus manos. En realidad, era muy triste.

GROTTEN: ¿Se había metido en política?

S.B. LEWINTER: ¡Oh, no, nunca! ¿August metido en política? Es algo que nunca le había pasado por la cabeza. Le interesaban las cosas prácticas, su trabajo, sus proyectos, pero nunca la política.

GROTTEN: ¿Le gustaba su trabajo?

S.B. LEWINTER: Me dio la impresión de que sí. Parecía pensar que había causado muy buena impresión a la persona que dirige su sección en el MIT. Parecía creer que sus ideas eran muy bien recibidas.

GROTTEN: ¿Le habló alguna vez de la Unión Soviética?

S.B. LEWINTER: ¿De la Unión Soviética? ¡Dios mío! ¡Creo que ni siquiera sabe dónde está!