Agradecimientos
La elaboración y publicación de este libro jamás hubiera sido posible de no haber contado con la desinteresada colaboración un gran número de personas. Dado que resultaría imposible nombrarlos a todos ellos, me gustaría aprovechar estas líneas para agradecerles todo su apoyo y hacerles saber que jamás olvidaré su inestimable colaboración.
En primer lugar quisiera dar las gracias a mi marido Thomas Dittenhöfer, que durante tantos años ha sido mi gran apoyo, por la paciencia con la que ha soportado los períodos en los que me «sumergía en la edad de piedra» y durante horas, días, e incluso semanas, era prácticamente imposible hablar conmigo.
A Thomas Lautwein, mi amigo desde hace muchos años y mi compañero de investigación tanto en el mundo real como en el imaginario, le debo una gran cantidad de consejos sobre el desarrollo del mundo de las ideas en occidente. Él ha sido, y es, mi principal consejero en lo que se refriere a la literatura especializada.
Por su parte Katharina Remer me proporcionó información de un valor inestimable sobre las técnicas artesanales, como por ejemplo, en lo que se refiere a la elaboración de tejidos. Junto a ella, a Birgit Wozniak y a otras amigas, realicé innumerables reuniones de trabajo en las que pude adquirir amplios conocimientos sobre el chamanismo, sus rituales y las técnicas de inducción al trance.
Asimismo merece una mención especial Manfred Frenzel, que ha supervisado mi trabajo y que me acompaña desde hace años en el descubrimiento de mí misma y en mis diferentes procesos de aprendizaje demostrando una gran comprensión.
Igualmente le debo dar las gracias a Hildegund Fischer-Giebfried, probablemente la bibliotecaria más amable del norte de Baviera, y que, junto a sus compañeras del centro cultural de Hafurt, me consiguió, como por arte de magia, un gran número de publicaciones especializadas muy difíciles de encontrar.
Sin duda no puedo sino considerarme una persona muy afortunada por haber podido contar con la experiencia y el buen hacer de unos expertos tan comprometidos con su trabajo como mi agente, Román Hocke, y los lectores Uwe Neumahr y Uta Rupprecht.
Finalmente también merecen un premio en forma de sabrosa galletita mis dos schnauzer negros, Gandalf y Fritz. Si no me hubieran obligado a sacarlos a pasear al campo dos veces al día, hiciera frío o calor, probablemente no existiría «la mujer cuervo». Por lo tanto les corresponde ocupar un lugar privilegiado en el tejido de Udonn…