Capítulo 4
La senda del ciervo

Después de haber bendecido la caverna, empecé a ejercer de nuevo mi labor de mujer pájaro. Entre mis funciones estaba la de observar a los miembros de la tribu y reflexionar sobre el estado anímico de la tribu. Pero, ¿qué tribu? Definitivamente debía encontrar un nombre para denominar a nuestro clan, pero no se me ocurría ninguno.

Entre las mujeres las tres hermanas Yegua, Dorin y Onta formaban un grupo sólido que incluía también a la pequeña Ogu. Se aferraban al antiguo orden de las cosas y no parecían muy dispuestas a admitir cambios. De vez en cuando Yegua nos recordaba que era la mayor de todas y que sería la primera mujer de nuestra tribu en convertirse en una Anciana Madre. Por consiguiente, cada vez que tenía que tomar una decisión, me veía obligada a consultarlo con ella. Ya ella parecía bastarle.

A Elann la vigilaba permanentemente, aunque no volvió a causar problemas. Por supuesto estaba muy unida a su madre y trataba a sus tías, incluida Onta, con sumo respeto y amabilidad. Al mismo tiempo se mostraba muy agradecida hacia Birkin pero, sobre todo, había trabado una estrecha amistad con Sauce. Birkin, en cambio, se pegaba más a mí. Todas nosotras nos respetábamos y nos tratábamos con amabilidad, como correspondía y raras veces había tiranteces.

Puesto que Birkin era cazadora, Barn y ella eran una excepción entre las parejas, pues pasaban mucho tiempo juntos y lo compartían todo. Por su parte Barn, Herat y Ciervo constituían el grupo de los cazadores jóvenes. Todos sabíamos que Barn nunca sintió simpatía hacia Godain y tenía que vigilar que no existieran conflictos entre ambos. Pedernal y Reno, que eran algo mayores, impedían, con la sensatez y prudencia que les caracterizaba, que los jóvenes retaran abiertamente a los dos jefes, Wika y Godain. Eso me producía una gran satisfacción. Wika era un buen líder y todos lo respetábamos y confiábamos en él.

Godain, en cambio, todavía provocaba en algunos sentimientos encontrados. Estaba claro que él, junto con el Hombre de la Cornamenta, nos había salvado la vida y todo el mundo se sentía agradecido. Los cazadores de mayor edad aprovechaban cualquier oportunidad para demostrar que lo apreciaban y lo valoraban. Los jóvenes lo respetaban, aunque muchas veces lo hacían a regañadientes. Las mujeres, excepto yo, se mantenían distantes y no acababan de fiarse de él. El Hombre de la Cornamenta, que tan a menudo se apoderaba de él, les resultaba muy inquietante. Además Godain no mostraba ningún reparo en comportarse como el compañero de la mujer pájaro, algo que antes hubiera resultado inimaginable.

¿Y qué pensaban de mí? Creo que me apreciaban, aunque nunca disfruté del respeto y el prestigio de Imtu. En muchos aspectos había infringido el antiguo orden de las cosas, como por ejemplo, al tener un compañero o al eliminar la tradición de los hogares fijos. Además, hasta aquel momento tampoco había dirigido ninguna ceremonia importante, y en vez de eso había presenciado sin hacer nada como los hombres celebraban su fiesta de la caza delante de nuestra caverna. A pesar de todo lo que había ocurrido, a los ojos de algunos todavía tenía que demostrar que podría ser una mujer pájaro fuerte y en la que pudieran apoyarse en los momentos difíciles. Era consciente de que la actitud de la mayoría de la tribu hacia mí era amable, pero expectante.

Pero ¿cómo era yo realmente? Me llevaba bien con todos, por un lado me podía apoyar en Yegua lo que se refería al mantenimiento del antiguo orden y en las novedades principalmente en Birkin. Pero sin duda la persona a la que más unida estaba era a Godain y, no era de extrañar que la tribu lo considerara algo fuera de lo común. Sin embargo aquello no iba a cambiar aunque yo —y tal vez también él— no acababa de sentirme plenamente feliz. Lo amaba con la misma intensidad de siempre, pero tenía momentos en que me resultaba incomprensible y poco accesible. Por otro lado sabía que él me correspondía, pero en lo más profundo de su corazón también me tenía miedo.

Godain y Ravan, la mujer cuervo y el chamán. Dos personas que juntas formaban un único ser.

Pero luego estaba… aquella otra historia. La que existía entre el Hombre de la Cornamenta y Vairani. También dos fuerzas pero… cada vez que llegaba a este punto mis pensamientos se bloqueaban. Era como si llegara a un umbral y no me atreviera a traspasarlo. Dentro había algo que no podía ver y tampoco quería hacerlo.

No obstante no tenía ningún control sobre mis sueños. Una y otra vez se repetía aquel instante en el que el Hombre de la Cornamenta y yo nos habíamos mirado. Él y yo. Yo, Vairani. Era verano y estábamos solos frente al calor del sol y el sonido del viento en las hojas de los árboles. Nos acercábamos el uno al otro y él me rodeaba con sus brazos y me besaba en la boca. Era una sensación extraña, sentía como si me quemara y me derritiera, pero al mismo tiempo era muy dulce y tierno. Su piel estaba helada, y la mía ardiendo. Yo era la bailarina del fuego, ligada a Udonn. la Madre Tierra. Él era el viento huracanado, el Señor de las bestias, que vivía en el oscuro cielo nocturno. Juntos personificábamos todo lo existente. Queríamos amarnos, convertirnos en uno solo y llenar todo el universo con nuestro éxtasis.

En aquel momento siempre me despertaba, con los ojos llenos de lágrimas y temblando de deseo. Quería pensar que se trataba sólo de un sueño, pero era mucho más que eso. Se trataba de dos fuerzas que estaban midiéndose en silencio, omnipresente y que aumentaba lentamente.

Todavía estaba en suspenso. Algo estaba preparándose y yo no podía evitarlo.

¿Qué sucedería?

★ ★ ★

—Lo peor ya ha pasado. Podemos conseguirlo —opinó Wika. Acto seguido mordió el pedazo de carne de caballo que tenía en la mano, escupió un trozo de ternilla y continuó—: Estamos preparados para el invierno y deberíamos superarlo sin problemas —en voz baja, más para sí mismo que para los otros, murmuró—: ¡Ojala supiéramos cómo están las cosas en las montañas de los avellanos!

—En caso de que sigan vivos, la próxima tormenta de fuego acabará con todos ellos, y también con nosotros —añadió Yegua con amargura.

—No creo que tengamos que enfrentarnos a otra tormenta de fuego —dijo Godain pensativo—, la destructora roja no puede estar furiosa para siempre, alguna vez tendrá que agotarse su rabia. ¿Tú que crees, Ravan?

—Yo no creo que vuelva a suceder una tragedia de estas características, o al menos nosotros no lo viviremos. Sin embargo siento todavía una tensión y una inquietud. Todavía hay algo… que hacer, tal vez está luchando contra algo… o por algo. Su cólera tiene que ver con el Hombre de la Cornamenta. Antes de que se pueda resolver el conflicto… una especie de paz entre ellos, todavía tienen que pasar muchas cosas. Las cosas cambian y se establecerá un nuevo orden de las cosas. Esto nos afecta también a nosotros, nos corresponde una parte de esta lucha —tras una pequeña pausa continuó—: Creo que deberíamos celebrar una ceremonia, para calmar definitivamente a la serpiente de fuego y para pedirle que vuelva definitivamente al interior de la montaña. Y también para dar las gracias a Udonn por habernos salvado.

A continuación todos reflexionaron en silencio sobre la propuesta. Unos cuantos asintieron con la cabeza. Ravan observó con detenimiento los rostros hundidos y demacrados que, tras un par de días comiendo lo suficiente, empezaban a recuperar su color natural, y en aquel momento sintió un fuerte deseo de librar a los miembros de la tribu del miedo que sentían y de infundirles valor y confianza.

Mientras estaba absorta en la contemplación de…, el rostro de Godain se había oscurecido. Sus palabras cortantes sacaron a la mujer pájaro de sus reflexiones.

—¿Es eso lo único que se te ocurre? ¿Dar las gracias a Udonn? ¿Pretendes reconciliarte con Vairani, a pesar de que fue ella la que enfureció al Hombre de la Cornamenta?

De pronto el ambiente distendido que había prevalecido durante toda la velada desapareció y la situación se volvió tensa. Fue como si se hubiera abierto una brecha entre los hombres y las mujeres y de pronto eran como dos grupos enfrentados. Ravan, todavía ensimismada en sus sentimientos miró a su compañero sin comprender muy bien de lo que estaba hablando. Godain guiñó los ojos y entonces se transformó.

—¿Es necesario que os recuerde quién os envío el mensaje de que debíais escapar de las montañas de avellanos? ¿De verdad creéis que podéis seguir con vuestra vida y vuestras ceremonias como si nada hubiera pasado? ¿Apropiaros de la caverna y consagrarla a Udonn? ¿Manejar a los hombres a vuestro antojo? ¡Si ahora mismo estáis aquí sentadas es gracias al Ciervo Sagrado! ¡Vuestra Gran Madre no os ha salvado de nada! —a continuación miró a Ravan y dijo—: En cuanto a ti, mujer pájaro, no necesitas volar con tu cuervo para averiguar cómo están las cosas en la caverna del Fresno, o en el clan de los Castores, o en la orilla del Maionn. Sabes de sobre que han muerto todos, que murieron miserablemente bajo la tormenta de fuego y la lluvia venenosa porque decidieron confiar en la protección de Udonn.

—¡No! —gritaron las mujeres—. ¡Dinos que no es cierto, Ravan! ¡Por favor! ¡Di que no es verdad lo que dice Godain!

Afligida la mujer cuervo miró sus rostros pálidos y aterrados. Entonces se retiró el pelo de la frente y dijo:

—Si, me temo que tiene razón. Durante la tormenta de fuego tuve una visión en la que Imtu guiaba a los miembros de la tribu del Fresno hasta el reino de Ana. Hubiera preferido que os enterarais de una forma menos cruel.

Godain bajó la cabeza. Por primera vez desde que lo conocían parecía avergonzado.

Fuera de sí Yegua agarró a la joven por los hombros y la sacudió con fuerza.

—¿Imtu y todos los demás? ¿Nuestras Ancianas Madres? ¿Enebro, Marra y Lluvia? ¿Y también Asko? —en aquel momento su voz se quebró—. ¿Y qué me dices de los niños…?

Ravan se quedó sentada y no respondió.

—Entonces es cierto. Están todos muertos —susurró Yegua—. Perecieron de la forma más cruel. Muertos de hambre y de sed, quemados vivos.

—No. No fue así —dijo Ravan—. Cuando Imtu se dio cuenta de que no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir, arrojó sobre todos ellos la red de Ana. Se enfrentaron a la muerte con serenidad y la Gran Madre los acogió con afecto.

—¡Basta! ¡No quiero seguir escuchando estupideces! —gritó Godain con ojos llameantes, completamente poseído por el Hombre de la Cornamenta—. El caso es que murieron porque la Gran Madre no acudió en su ayuda. Sus fuertes brazos y su confortable regazo no os proporcionan la seguridad que necesitáis. No me importa si las mujeres sois incapaces de verlo, pero quiero dejar claro que los hombres no estamos dispuestos a someternos nunca más a vuestra Udonn ni a volver a sentarnos en la segunda fila.

Respirando con dificultad acabó.

En aquel momento debía llegar el castigo de Vairani. Truenos, relámpagos, la tormenta de fuego y la lluvia de lodo. Hombres y mujeres agacharon la cabeza y se quedaron mirando al suelo.

Ravan se levantó de golpe y empezó a sentir como crecía en su interior el fuego de la bailarina. Dispuesta a someter a Godain alargó la mano hacia él y respiró hondo. Sentía las negras alas sobre su cabeza.

—¡Ya basta! —dijo Birkin de repente.

El efecto de sus palabras fue como si alguien hubiera detenido una cascada.

La sorpresa fue tan grande que incluso Ravan y Godain estuvieron a punto de volver a su estado natural y se quedaron en silencio mirando a la joven. Todos los allí presentes se quedaron mirándola.

—Esto no puede seguir así —continuó Birkin con calma—. No podéis seguir invocando a los dos grandes espíritus cada vez que existe alguna desavenencia en la tribu, comenzar una lucha entre vosotros y dividir a la tribu. Es muy peligroso. No podemos permitirnos que esto suceda pues queremos vivir en común y os necesitamos a los dos. Debe haber otro modo de solucionarlo.

Ravan empezó a recordar algo. ¿No había tenido pensamientos parecidos hacía mucho tiempo, en la cabaña de Imtu?

De pronto perdió las fuerzas y cayó de rodillas.

Entonces miró fijamente a Godain y vio que él todavía luchaba por librarse del Hombre de la Cornamenta. A continuación dijo:

—Tienes razón, Birkin. Es más, has sido muy valiente y te agradezco mucho tus palabras. Esta lucha entre dos mundos va a acabar con nosotros.

Los rostros petrificados del resto de la tribu se relajaron un poco. Alguien colocó un poco de leña en el fuego y comenzó a remover las brasas.

Ravan miró de nuevo a su compañero y experimento un sentimiento de amargura y decepción. Cansada continuó:

—Estos continuos enfrentamientos no tienen ningún sentido. Lo único que sacamos en claro es que el chamán y el Hombre de la Cornamenta nunca descansarán. Jamás. Por fin lo he entendido. Ni siquiera aprecia nuestros acercamientos, y exige cada vez más. Las mujeres hemos honrado al Ciervo sagrado, asistimos a la ceremonia de la caza ¡e incluso nos sentamos en la segunda fila! Además hemos renunciado a la distribución de la caverna en hogares fijos. Pero a él no le basta. Quiere suplantar a Udonn, que lo es todo, la dueña de la vida y de la muerte y también de la vuelta a la vida. Quiere someter a las mujeres y hasta que no lo consiga no estará satisfecho. Pero yo no pienso permitírselo —entonces miró a Godain y dijo—: Estás muy equivocado, chamán. Él no es el único al que debemos agradecer nuestra salvación. Jamás hubiéramos sobrevivido a esta segunda desgracia si el cuervo no nos hubiera mostrado la cabaña. Él os guió hasta la hembra de alce y le enseñó a Birkin dónde estaban los caballos. Hasta ahora llevaba un tiempo pensando que, a pesar de sus diferencias, Vairani y el Hombre de la Cornamenta coincidían en una cosa, en la voluntad de salvarnos. Sin embargo, ya no estoy tan segura. Estoy harta de tu rabia, de tu estrechez de miras, de tus absurdas amenazas y de tus ansias de dominación. Me entran ganas de volver al antiguo orden de las cosas y expulsarte de nuevo de la tribu. Sabes muy bien que tengo poder para hacerlo, pero Birkin tiene razón, no podemos permitírnoslo. Debe haber otra forma para solucionarlo.

Sin embargo no se le ocurría nada más. Estaba demasiado cansada. Entonces bajó la cabeza.

Godain la miraba con desconfianza y su rostro mostraba un evidente gesto de desagrado.

—Lo único que exigimos es que…

—¡Cállate! Sólo sabes exigir y exigir. Coge tus cazadores y márchate. Sin duda las cosas os irían mucho mejor sin las mujeres. Por fin viviréis libres y felices.

—Ravan…

—¡No! No quiero seguir escuchándote. Ya basta. Cuando llegue la primavera, si es que conseguimos sobrevivir al invierno, tú y yo nos iremos al bosque. Tú te irás hacia el este y yo hacia el norte. Pasado un tiempo, si así debe ser, nos encontraremos y aclararemos lo que hay entre Vairani y el Hombre de la Cornamenta. Hasta entonces quiero que te comportes y que no siembres cizaña. ¿Me has entendido?

Era evidente que el chamán todavía tenía algo que objetar, pero algo en la actitud de la mujer cuervo le impidió hacerlo. Apretó los labios con fuerza y asintió a regañadientes. Los hombres se miraron con altivez y Wika sacudió la cabeza de forma más que evidente.

«No debería haberlo humillado de ese modo.»

Aquella noche Ravan durmió sola en un lecho que se había preparado precipitadamente en la cámara lateral. Entonces volvió a tener el mismo sueño. El Hombre de la Cornamenta la abrazó con pasión e impaciencia y se inclinó sobre ella. Entonces ella le golpeó en la cara.

Cuando se despertó estaba temblando. Jamás se había sentido tan desgraciada, tan sola y engañada y traicionada. Entonces sintió una fuerte presión en el estómago. A continuación se dio la vuelta, se cubrió con la manta y se echó a llorar.

★ ★ ★

Desde hacía tres días estaba cayendo una terrible tormenta de nieve sobre la colina. Nadie podía salir, pero en la caverna se estaba caliente, y había suficiente comida. No obstante todos estaban callados y abatidos. Los hombres y las mujeres mantenían las distancias en la medida en que aquel reducido espacio lo permitía.

Ravan se había llevado todas sus cosas a la cámara y dormía allí sola. Naturalmente tenía todo el derecho a hacerlo, pero era extraño. Aunque las mujeres nunca habían estado muy de acuerdo con el hecho de que tuviera un compañero, ninguna de ellas se alegraba de aquella ruptura. La pobre mujer pájaro estaba extremadamente pálida y apenas hablaba. Aun así participaba en los trabajos y en las comidas y se mostraba muy amable con todo el que se dirigía a ella.

Al acabar la cena Yegua cubrió el fuego de cenizas, pero las parejas no parecían tener mucha prisa por compartir los lechos. Los cazadores pulían sus armas y las mujeres cosían algunas piezas de ropa o contemplaban en silencio las pocas brasas incandescentes.

Wika rompió el hielo.

—Parece que la tormenta está cediendo. Esta noche helará. Poco antes del amanecer, antes de que salga el sol, iremos a cazar.

Los ojos de los hombres brillaron de emoción y sus rostros mostraban una sensación de alivio. Birkin suspiró y, cuando Barn la miró interrogante, negó con la cabeza y se puso la mano sobre el abultado vientre.

—¿Nos dividiremos en pequeños grupos? —preguntó Pedernal.

—No. Iremos todos juntos. Acordaos de coger también los arpones y lanzas de recambio.

Nadie preguntó que gran animal se suponía que iban a cazar. Lo único importante era que por fin iban a salir de allí.

Para su sorpresa poco antes de salir el sol ya habían cazado un jabalí. Hacía mucho frío y su respiración jadeante se convertía en vaho al salir de sus bocas. Si un plan previo habían confiado en la casualidad, y en poco tiempo ya tenían una buena pieza yaciendo a sus pies. Parecía que la vida les empezaba a sonreír. Teniendo en cuenta que todavía era bastante temprano, hubieran podido descuartizar el animal y volver a la caverna. Sin embargo Wika decidió que debían encender un fuego y descansar un poco. Godain le hizo un gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. Una tertulia tranquila, lejos de las mujeres, era justo lo que necesitaban.

Asaron el corazón, el hígado y algunos trozos del estómago.

—Diréis lo que queráis —dijo Pedernal entusiasmado mientras se acariciaba la barba con los dedos llenos de grasa—, pero no hay nada como comer carne fresca alrededor de un fuego de caza.

Los cazadores sonrieron y asintieron con la boca llena. Wika arrojó a Runn un trozo de cartílago y se quedó mirando cómo ella la masticaba sin ningún esfuerzo entre sus potentes mandíbulas.

—Ojala siempre fuera como ahora —dijo Barn.

—¿A qué te refieres? —preguntó Pedernal con un buen trozo de comida en la boca.

—Pues porque, en general, todo es muy sencillo. Mirad a vuestro alrededor. La tierra, los árboles, las rocas. Lo bien que huele. El río, el cielo, las nubes. Animales para cazar. Lo tenemos todo y las cosas son exactamente como debían ser. Sólo necesitamos salir y recoger nuestra parte. Y luego podríamos volver, cada uno con su compañera, y disfrutar de la vida. Los enfrentamientos, las peleas y el malestar con las mujeres, son cosas que no necesitamos. Y tampoco tengo ganas.

Godain se sintió aludido y tomó la palabra.

—Desde que dejamos las montañas de avellanos la situación de los hombres no ha cambiado mucho ¿no creéis? Las mujeres siguen tomando demasiadas decisiones sobre nuestras vidas y también sobre la caverna. Al menos eso es lo que opina el Hombre de la Cornamenta.

Barn, Herat y Ciervo se intercambiaron miradas. Ciervo respondió:

—A veces me pregunto qué problema tienes con las mujeres, Godain. A mí nadie me gobierna. Hago lo que quiero.

—El Hombre de la Cornamenta…

—¡Vamos, Godain! ¡Deja de escudarte en el Hombre de la Cornamenta! —contraatacó Barn—. Durante todo el tiempo que Asko fue nuestro chamán, siempre recibimos sus mensajes, y nunca estaban en contra de las mujeres. Por lo visto es algo que sólo pasa contigo.

—¿Desde cuándo es costumbre que los jóvenes sean los primeros en intervenir en la asamblea de cazadores? —preguntó Wika—. Os recuerdo que estáis hablando con el hombre que nos ha salvado la vida. Como mínimo le debéis un cierto respeto.

Los jóvenes recibieron la reprimenda bajando la vista y conteniendo la rabia.

Pedernal, con su habitual actitud conciliadora opinó:

—De todos modos, deberías dejarles hablar, Wika. Aprecio y respeto mucho a Godain, pero Barn tiene parte de razón. Ni siquiera estamos del todo seguros de tener suficiente comida para superar el invierno y vuelven a surgir los viejos enfrentamientos con las mujeres. Eso no es bueno.

Wika sopesó las palabras de Pedernal y respondió:

—Aun así creo que Ravan se tomó demasiadas libertades. Debería haber sido más respetuosa con Godain y con el Hombre de la Cornamenta. No estoy dispuesto a que nos traten como si fuéramos niños, ni por parte de la mujer pájaro ni de las Ancianas Madres.

—Pero Godain la desafió, y con muy malos modos —añadió Herat—. Al fin y al cabo las mujeres han demostrado estar dispuestas a renunciar al antiguo orden de las cosas y a acercarse a nosotros.

—Además —dijo Reno—, no deberíamos hacer enfadar a esa… mujer de fuego. Ya hemos visto cómo es capaz de asolar toda la tierra. No me importa reconocer que le tengo miedo.

—¿Qué piensas tú de todo esto? —preguntó Wika dirigiéndose al chamán.

Godain respiró hondo.

—Sí, hermanos, en cierto modo tenéis razón. Aun así nuestro pacto con el Hombre de la Cornamenta sigue vigente. Hoy mismo nos ha enviado una buena pieza de caza, y ninguno de nosotros ha resultado herido durante la caza. Yo también tengo miedo de la destructora, pero el Hombre de la Cornamenta ya nos ha salvado una vez de ella. ¿Cómo podéis ignorar sus deseos? Su poder es enorme y sin duda cada vez es más capaz de enfrentarse al de ella. Volverá a mostrar su cólera si ve que las mujeres vuelven a reclamar sus antiguos derechos. Y precisamente eso es lo que acaban de hacer. Está claro que todos, incluido yo, queremos vivir en paz con ella, pero será más fácil si cada uno de nosotros le deja claro a su compañera que los tiempos han cambiado y que no se dejará someter nunca más. Ésa es mi opinión —a continuación se quedó callado y se puso a remover las brasas.

Todos los cazadores se quedaron impresionados por sus palabras, incluido Barn.

—De acuerdo —murmuró entonces el joven—, pero primero habrá que ver cómo se lo toma la tuya.

Godain fingió que no lo había oído, pero Barn siguió en sus trece.

—Tú nunca estás satisfecho, siempre quieres cambiar algo, conseguir algo. A mí me basta con seguir viviendo mi vida. Ahí está la diferencia.

—Tienes razón —respondió el chamán— ahí está la diferencia. No lo hago por mí, sino por todos nosotros. Incluso por ti, aunque todavía no seas capaz de entenderlo.

La discusión continuó durante largo rato, hasta que las brasas se consumieron, pero no consiguieron llegar a un acuerdo. Al final Wika hizo un gesto para disolver la asamblea, pero Barn se las arregló para intervenir por última vez.

—Me gustaría añadir algo más, hermanos. Debemos ser razonables y no llevar las cosas demasiado lejos. Una vez que se ha roto una lanza, no es posible arreglarla. No está muy claro lo que podemos ganar de esto, pero sí tenemos mucho que perder —seguidamente se puso en pie y se acercó al arbusto de avellanas donde había apoyado su lanza. Godain le siguió con la mirada.

★ ★ ★

Las mujeres también acogieron con satisfacción el hecho de encontrarse sola, pero mientras tejían unas esteras a la luz del atardecer, su conversación tomó otros derroteros.

—La pasada noche, mientras dormía, vi a nuestra madre, Lluvia —comentó Yegua con su áspera voz—. Vagaba sin rumbo fijo, bajo una tormenta de nieve. No podía descansar en paz porque no tenía una tumba.

—¿Te dijo algo? —quiso saber Ravan.

—No, solamente me miró con rabia, como si quisiera reprocharme algo.

Dorin rompió a llorar.

Onta se colocó la mano sobre la espalda dolorida y dijo:

—Me gustaría mucho que nuestra madre pudiera reencarnarse en mi hija pero, ¿cómo va a encontrarnos? ¿Cómo la invitaremos a participar en la ceremonia de las antepasadas si no tiene tumba?

Incluso la joven Birkin estuvo de acuerdo.

—Estoy convencida de que la criatura que crece en mi vientre también es una niña. ¡Qué contentas estarían mi madre y mi abuela! —A continuación frunció el ceño—. ¿Cómo podemos hacer que nuestras hijas crezcan unidas a la tribu si ni siquiera sabemos lo que ha sido de nuestras madres y de las demás ancianas? No somos más que hojas arrastradas por el viento, sin raíces y sin un lugar donde aferramos.

Aquella idea era tan horrible que resultaba difícil de soportar. Aun así Ravan estaba sorprendida del terrible impacto que había producido en ellas la noticia de la muerte de los miembros de la tribu del Fresno. En aquel momento lo entendió todo. Ella sabía desde hacía tiempo que en las montañas de los avellanos nadie había sobrevivido, pero nunca había comentado con nadie sus horribles visiones. Su actitud había permitido que las mujeres se aferraran a una última esperanza, por muy improbable que pudiera resultar. Y de repente sus sueños se habían roto. Estaba claro que había que hacer algo, tanto por los muertos como por los vivos. Pero ¿qué?

«Hasta ahora jamás había sucedido nada igual. Imtu no me preparó para afrontar algo así. De todos modos no sirve de nada lamentarse, tengo que encontrar una solución.»

Entonces, intentando que su voz sonara lo más calmada posible, anunció:

—No falta mucho para que llegue el solsticio de invierno. Celebraremos la ceremonia de nuestras antepasadas e invitaremos a nuestros muertos, no sólo a las Madres y a todas las mujeres, sino también a los hombres y los niños. Nos despediremos de ellos y les encontraremos un lugar donde puedan descansar sus espíritus.

Un destello de esperanza iluminó los cansados rostros de las mujeres.

—¿Se puede invitar a los hombres a que vengan… desde el otro lado? ¿Desde el lugar donde cazan? —preguntó Sauce.

—Tendré que intentarlo. Sin duda será una búsqueda complicada pero, con la ayuda del cuervo, quizás lo consiga.

Yegua sacudió la cabeza implacable.

—Ravan, parece que no acabas de entender que no había nadie para enterrarlos. Eso significa que ninguna de las mujeres encontró el camino hasta la caverna de Ana. En cuanto al lugar donde se encuentran los hombres, sólo Udonn lo sabe. ¿Cómo piensas invitarlos a la ceremonia si ni siquiera han sido enterrados? —en aquel momento comenzó a temblarle la voz—. Incluso los huesos de Pekum andan por ahí, sin una tumba, y eso es lo peor que le podía pasar —era la primera vez desde su muerte que había pronunciado el nombre de su compañero.

Ravan se puso la capa sobre los hombros y respondió:

—Tienes razón, Yegua. Habrá que pensar algo. Para invitar a los muertos necesitamos saber dónde se encuentran y, sobre todo, el lugar al que deben volver. De lo contrario, al acabar la ceremonia, se quedaran entre nosotros sin que podamos verlos. Eso no debe pasar, los dos mundos se entremezclarían y la tribu correría peligro. De todos modos estoy convencida de que, a pesar de todo, Imtu los llevó a todos a la caverna de Ana. Os prometo que a partir de ahora y hasta el día de la ceremonia intentaré dar con ellos y averiguar lo que tengo que hacer.

De momento no podía hacer nada más. Yegua no parecía muy convencida, su mirada sombría lo hacía más que evidente. La actitud de las demás también evidenciaba escepticismo, y también miedo. Ravan intentó mostrarse tranquila. No podía permitirse mostrar inseguridad y tampoco quería hablar demasiado.

«Tengo que encontrar una solución convincente. Es fundamental. No sólo por mi lugar en la tribu, sino también por el futuro de todos nosotros. Si no lo consigo jamás volverán a confiar en mí.»

★ ★ ★

El tiempo continuó inestable. A la tormenta de nieve le siguieron un par de días muy fríos, después las temperaturas se suavizaron. El cielo seguía cubierto y un creciente viento del oeste arrastraba continuamente densas nubarrones. Poco después la interminable lluvia comenzó a mezclarse con nieve y por las noches helaba.

Ravan pasaba mucho tiempo en su cámara. Una y otra vez sacaba el calendario y pasaba el dedo por las muescas. Estaba impaciente por volar con el cuervo, pero le parecía casi imposible acertar con la noche de luna llena. Desde que dejaron la caverna del Fresno no habían vuelto a ver con claridad ni la luna, ni el sol, ni las estrellas. Los días más claros se percibía una mancha más clara entre los densas nubes, pero eso era todo. ¿En qué momento del año se encontrarían? Lo único que le servía de guía eran las oscilaciones de la temperatura. Calculaba que todavía faltaba aproximadamente una luna para los días más oscuros y fríos del invierno.

¡Ojala hubiera tenido alguien con quien poder hablar de sus problemas! En aquel momento le vino en mente el rostro sombrío y lúgubre de Godain pero, con todo el dolor su corazón, se empeñó en deshacerse de aquella imagen.

No. No tenía sentido alargar más los preparativos. Aquél era un caso de emergencia. Tal vez si se lo pedía, el cuervo aparecería a pesar de que no fuera luna llena. No tenía elección, debía intentarlo. Quizás lo encontraba allí mismo, en la cámara.

«¡Ya basta de cavilaciones!»

Ravan miró a su alrededor. Sólo podía hacer una cosa. En primer lugar tapó la entrada con una piel. A la altura del suelo quedó una rendija para que entrara suficiente aire. Ayudada por una antorcha humeante levantó un pedestal de piedras junto a la pared, aproximadamente de un palmo de altura. A continuación colocó un poco de tierra arcillosa sobre la superficie. En la pared posterior colocó una sencilla figura de la Gran Madre con el pico de pájaro. Delante colocó el calendario lunar, una pluma de cuervo, un cuenco de corteza de abedul con un par de avellanas y una lámpara de piedra sin estrenar. Luego se lavó con agua de la pila y se puso la corona de plumas. Cuando terminó ya había anochecido y la antorcha hecha con resina prácticamente se había consumido.

Ravan encendió la mecha de la lámpara, introdujo una piedrecilla blanca en el primer agujero del calendario e intentó con todas sus fuerzas evocar el brillante disco de la luna llena.

Como no se atrevía a encender un fuego en una cámara tan pequeña, colocó una minúscula brizna de artemisa sobre la lámpara e inspiró su aroma. Mientras contemplaba la llama y respiraba hondo se sumergió en sí misma y empezó a rezar y a esperar al cuervo.

«Gran Madre Udonn, pálida Ana, roja Vairani, protectora de mi tribu. Te pido que me vuelvas a enviar tu mensaje después de este largo viaje y te ruego que respondas a mis preguntas.»

Entonces esperó impaciente, pero nada sucedió. Repitió su plegaria una y otra vez, pero nada.

«No puedo más.»

Así pasó toda la noche, y al llegar el alba, se tumbó y se quedó dormida.

El cuervo estaba posado en una rama desnuda y su silueta se distinguía delante de la luna llena.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué el cielo está tan despejado? Entonces ¿es verdad que hay luna llena?

—Todas las noches hay luna llena. Has olvidado muchas cosas, mujer cuervo.

—Pero… sigo viva ¿verdad?

—Efectivamente. Hasta ahora no has querido utilizar mi regalo. Has demostrado una gran valentía.

—Toda la tribu ha demostrado una gran valentía. Escúchame, cuervo. Sabes muy bien por qué te he llamado. Se trata de nuestros muertos. ¿Cómo puedo encontrarlos e invitarlos a la ceremonia? ¿Cómo puedo celebrar una fiesta como es debido? Y lo que es más importante ¿a dónde puedo enviar a sus espíritus para que no nos hagan daño?

—¿Eso es todo?

—No. Hay una cosa más. Quiero sabe cómo debo llamar a nuestra tribu.

—Antes de nada deberás responderme a una pregunta. ¿Dónde buscarías a los muertos?

—A las mujeres, sin duda, en las caverna de Ana. Pero quizás no esté allí, pues no han sido enterradas. En cuanto a los hombres… No tengo ni idea de dónde se encuentra el lugar donde van a cazar. No sé dónde vive el… el Hombre de la Cornamenta —al nombrarlo Ravan sintió un nudo en la garganta, pero su mirada se mantuvo imperturbable.

—Mujer pájaro, ya no eres una niña. ¿No se te ha ocurrido pensar que la caverna de Ana no existe?

—¿Qué?

—La caverna de Ana, la montaña de Vairani, el río Egar, las montañas de avellanos, la corona de plumas y la máscara de ciervo. Se trata sólo de visiones.

—¿Acaso pretendes que pierda la razón?

—¿Quieres volar conmigo? Pues ven.

Ravan siguió las brillantes alas negras y juntos volaron por encima de una tierra verde y azul, bañada por el sol, hasta que llegaron a una pradera cubierta de flores y empezaron a descender. De pronto vio a Imtu que la saludaba con una expresión bondadosa. También estaba Marra, que le sonrió con una expresión mucho menos severa que antes. Luego divisó a Asko y a Trom, que parecían muy felices juntos y los niños, mucho mayores, más sanos y con buen aspecto.

Ravan se posó sobre una rama cubierta de hojas y de la que colgaban hermosos racimos de flores blancas. El cuervo la miraba desde una rama un poco más arriba.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué me dices?

—Me gustaría desprenderme de mi figura de cuervo y convertirme de nuevo en mujer cuervo. Así podría hablar con ellos.

—Puedes hacerlo, pero yo te propongo algo mejor. ¿Por qué no te desprendes de todo, incluido tu cuerpo de mujer?

—Porque dejaría de existir.

—Eso ya lo veremos. Tú no lo pienses, hazlo y basta.

—Cuervo, por el amor de Udonn, ¿cómo quieres…?

—Hazlo.

Y entonces lo hizo. Lo real se volvió irreal, las figuras y las formas desaparecieron y sin embargo todavía se percibían. Se podían ver pero, al mismo tiempo estaban ausentes.

De pronto sintió como si una sabiduría invadiera su mente, aunque era consciente de que nunca podría expresarlo con palabras. Sin embargo, en aquel momento, lo entendió todo.

«Ahora lo entiendo. Nosotros observamos todo lo que nos rodea y le damos nombre: la tierra, el fuego, el agua, el aire. Pero no es real, al menos no como nosotros creemos. Ni los animales ni las plantas, ni el hombre ni la mujer, ni la vida ni la muerte. No, eso son sólo cosas de niños, que sólo nos interesan a nosotros. Experimentamos el tejido de Udonn pero, precisamente…

«Entonces eso significa que no existe un lugar concreto donde debo buscar a los muertos. Ni una tumba, ni una caverna, ni una montaña. Se trata de un encuentro. Yo los llamo y ellos acuden. Así de sencillo.

»Para encontrarnos con los espíritus de nuestros antepasados basta con imaginarnos un lugar de encuentro. Puede ser cualquiera… Incluso la cosa más insignificante… hasta una brizna de hierba… o mejor, algo más tangible… un guijarro…»

En aquel momento escuchó una risa y preguntó:

—¿Vairani? ¿Estás ahí?

Entonces se puso a bailar y a volar con el cuervo. A continuación besó la luna y se dio cuenta de que era libre.

Ravan se despertó sobresaltada y sintiéndose ligera como una pluma y sin poder evitar sonreír. Pero, ¿por qué?

Entonces lo recordó todo y supo lo que tenía que hacer.

★ ★ ★

Godain no le quitaba ojo de encima a la mujer pájaro. Mientras lo hacía fingía que estaba concentrado en la flecha que tenía entre sus manos y que estaba envolviendo con floema, no dejaba escapar ni uno de sus movimientos.

Hacía muchos días que dormía solo bajo sus mantas e intentaba ignorar a Ravan. ¿Realmente la pelea que tuvieron alrededor de la hoguera era tan imperdonable? No podía entender por qué se mostraba tan dura con él. Conocía al Hombre de la Cornamenta y sus pretensiones. Además, aunque estuviera tan enfadada, ¿Por qué tenía que pagarlo con él? ¿Con su compañero? Nunca, desde que se conocían, se había mostrado tan distante.

«No me importa. No la necesito para nada. En realidad estoy mejor así. El Hombre de la Cornamenta tiene razón. Ellas sólo saben causar problemas. El hombre está mejor solo.»

De todos modos… sería muy difícil si tuviera que elegir entre el Hombre de la Cornamenta y la mujer cuervo.

El solo hecho de plantearse una elección semejante era una muestra de que estaba perdiendo la cabeza. Sin embargo no podía desprenderse de esa idea. Godain se sorprendió deseando poder salir al exterior, a perderse en un lugar donde sólo estuviera él, la tierra y el cielo. A veces estaba harto de todas aquellas complicaciones. En momentos como aquél entendía muy bien por qué Barn no quería saber nada de cambiar las cosas.

Aquel día Ravan parecía otra. La tarde anterior todavía estaba pálida y callada y, por la noche desapareció en su cámara y tapó la entrada y estuvo toda la noche con la luz encendida. De vez en cuando se la oía murmurar algo y luego cantar. Godain no había podido pegar ojo.

«Eso no quiere decir que me preocupe por ella. Las mujeres pájaro saben cuidarse muy bien solas. Sin embargo, cuando se debe tomar una decisión importante que afecte a la tribu, deberían hablar con el chamán y… ¡Bah! ¡Qué tontería!

»Sin embargo esta mañana, su rostro está radiante. Ha sonreído a todos los miembros de la tribu. Excepto a mí, naturalmente.

»¡Ah! ¡Maldita sea!»

En aquel momento Godain se sacó una astilla de la mano con los dientes y siguió trabajando, ignorando el dolor.

Por el rabillo del ojo contempló cómo Ravan se ponía la ropa de abrigo, agarraba su venablo y una bolsa de cuero y se marchaba. Nadie se atrevió a preguntarle nada.

El chamán no quiso precipitarse. Acabó su trabajo con esmero, dejó la flecha a un lado y se puso en pie. Ni siquiera intentó engañarse a sí mismo sobre sus intenciones. Aprovechó que dos de los cazadores dejaban la caverna para ir a cazar y se unió a ellos. Muy pronto se quedó atrás y se encaminó por un sendero que llevaba hasta el bosquecillo de abedules siguiendo las huellas de Ravan.

La mujer cuervo se encontraba a la orilla del Egar. Se movía de un lado a otro, agachándose y levantándose sin cesar, como si estuviera recogiendo algo.

«¿Estará buscando piedras? ¿Para qué?»

Godain se ocultó tras un montículo arenoso y continuó observándola. Un desagradable viento del noroeste inclinaba la hierba que crecía junto al río.

Llegado el momento, cuando parecía que había reunido suficientes piedras en su bolsa de cuero, Ravan se giró en dirección hacia donde él se encontraba. El viento hizo que sus cabellos le taparan el rostro. Entonces Godain se levantó.

Ravan no pareció sorprendida. Parecía totalmente indiferente. ¡A veces la odiaba tanto!

—¿Por qué me has seguido?

—¿Quién dice que te he seguido?

—¡Godain! ¡Por favor!

—De acuerdo. Te he seguido. Quería hablar contigo sin que nadie nos molestara.

—¿De qué?

—De lo que pasó aquel día junto al fuego, cuando se presentó el Hombre de la Cornamenta.

—¿Qué sentido tiene hablar de eso ahora? No va a cambiar nada. Él seguirá atacándome, mejor dicho, atacándonos. Jamás llegará a un acuerdo con las mujeres.

—Es posible. No tengo ni idea. Pero quiero que me expliques qué fue lo que sentiste aquel día. Quiero entender por qué estás tan furiosa e indignada, y por qué no se te pasa. También me gustaría saber por qué tu rabia no sólo se dirige hacia él, sino también hacia mí. Hace mucho que conoces al Hombre de la Cornamenta, pero sus palabras nunca te habían ofendido tanto. Hay algo que no entiendo. ¿Me lo puedes aclarar?

Ravan se quedó mirando a su compañero pensativa. Hasta aquel momento no tenía la más mínima intención de embarcarse en una discusión con él, pero la actitud de Godain le ablandó el corazón. Sabía muy bien lo que hacía. Había hecho lo único que podía, abrir una pequeña rendija en su corazón, preguntarle por sus sentimientos. Con aquello no había contado. Aunque lo conocía mejor que a ningún otro ser humano, todavía era capaz de sorprenderla.

Lentamente dejó su venablo y su bolsa y se puso en cuclillas al abrigo de la pendiente. En aquel momento dos patos pasaron volando a poca altura, cruzaron el río y se posaron junto al cañaveral.

—Escúchame bien Godain. Entre nosotros existe una relación muy estrecha. Nos hemos convertido en hombre y mujer, compañero y compañera. Para conseguirlo tuvimos que renunciar al antiguo orden de las cosas.

El chamán sonrió inconscientemente y también el rostro de Ravan mostró un atisbo de sonrisa.

—Sin embargo, a pesar de lo que hay entre nosotros, está también el Hombre de la Cornamenta, al que tú te sientes muy unido, y también Vairani, la bailarina de fuego, que vive en mi interior. No sé cómo, pero es así. Entre estas poderosas fuerzas existe una lucha de poder, una especie de enfrentamiento, pero también una intensa atracción. ¿Entiendes a lo que me refiero?

Godain asintió con la cabeza, pero no dijo nada.

—El caso es que el Hombre de la Cornamenta la busca, la llama y ella se muestra dispuesta a responderle y a acercarse a él. Sin embargo, cuando esto sucede, él se revuelve contra ella sin previo aviso, le muestra toda su rabia e intenta destruirla. Eso es lo que yo llamo una traición. Por este motivo quiero que sepas que, o llegan a un acuerdo por el cual él la respeta y deja de comportarse como un salvaje, o se produce una ruptura definitiva que aumentará la distancia entre ellos. Eso implicaría también una ruptura entre nosotros, pues estamos demasiado ligados a ellos como para ignorar lo que sucede.

Durante un buen rato los dos se quedaron callados y sólo se oía el ruido de las olas.

—Entonces era eso —dijo finalmente Godain—. Ella había dado un paso para acercarse a él y, en lugar de reconocerlo y alegrase por ello, la atacó y la ofendió. Por eso no puede perdonarlo.

—Así es.

—¿Crees que existe la posibilidad de una reconciliación?

—No lo sé, Godain.

—Una cosa está clara, necesitamos saber si, a partir de ahora, su relación estará basada en la guerra o en la paz.

—Exactamente. Es una cuestión fundamental para el futuro de nuestra tribu, e incluso para el mundo entero. La más importante, quizás. Por eso me enfurece tanto la actitud intransigente y grosera del Hombre de la Cornamenta.

—Bueno, Ravan, te agradezco mucho que me hayas hablado así. No puedo prometerte nada, pero… tal vez recibe el mensaje. Yo seguiré pensado en lo que hemos hablado. Tal vez pueda… podamos resolverlo todo de forma satisfactoria.

—Al menos debemos intentarlo. Cuando llegue la primavera nos reuniremos de nuevo, tú y yo, e iremos al bosque para ver como se resuelve todo.

La mujer pájaro se puso en pie, cogió sus cosas, y se dispuso a marcharse.

—¿Ravan?

—Dime.

—Todavía falta mucho para que llegue la primavera. ¿Realmente es necesario…? —Godain se mordió el labio inferior se quedó mirando fijamente un punto al otro lado del río.

—¿Qué?

Godain tuvo que hacer un esfuerzo por continuar su frase.

—¿…que tengamos que dormir separados hasta entonces? Quiero decir… quizás podríamos volver a estar juntos, tú y yo solos, sin el Hombre de la Cornamenta y sin Vairani… últimamente está haciendo mucho frío por la noche, ¿no crees?

¿Cómo era posible? Ravan sacudió la cabeza con incredulidad, pero fue incapaz de reprimir una sonrisa. Cuando se le acercó y la rodeó con sus brazos, ella no opuso resistencia.

★ ★ ★

Naturalmente, ningún miembro de la tribu hizo ningún comentario sobre el hecho de que Godain y yo volviéramos a dormir juntos, pero sus rostros mostraban alivio y satisfacción. Era evidente que su forma de pensar respecto a nuestra relación había cambiado. Yo estaba muy sorprendida, pero Godain se limitaba a sonreír satisfecho.

Cuando tuve la sensación de que había llegado la época más oscura del invierno, anuncié que íbamos a celebrar la ceremonia de las antepasadas.

Al anochecer me retiré a la cámara y los demás tomaron asiento alrededor del lugar donde se encendía el fuego y donde ya estaban preparados los trozos de leña. Entre todos habían limpiado y ordenado la caverna y olía a resina de pino y a las pocas y valiosas ramas que las mujeres habían cortado. Habían adornado mi ajada capa de diario con algunas plumas blancas y negras y al ponérmela recordé con nostalgia el maravilloso manto ceremonial que había tenido que abandonar en la caverna del Fresno. A continuación me puse mi nueva corona, elaborada con ramas de avellano y engastada con tres plumas de cuervo. Sobre mi pecho pendía el colgante de conchas que, tras haberlo limpiado y pulido, se mostraba reluciente. También eran nuevas las garras de cuervo que había atado a las tiras de cuero y que colgaban junto a las conchas. Días antes había salido a buscar piedras de color rojo para realizar el pigmento, y no tardé mucho en encontrarlas, lo que interpreté como una señal de que Vairani aprobaba lo que estaba haciendo.

A continuación cogí con ambas manos el nido con las piedras de los espíritus y me situé junto a los demás en el lugar que me correspondía. Con cuidado lo coloqué delante de mí, sobre una estera, sin más explicaciones. Todos se quedaron sorprendidos, pues jamás habían visto nada parecido.

Era exactamente un nido de pájaro, hecho de ramas y hierba y adornado con pinas, plumas y bayas rojas. En su interior estaban las piedras lisas y ovaladas que habían recogido a la orilla del río y que posteriormente habían pintado de color rojo y blanco, los colores de la vida y de la muerte. Había conseguido la pasta roja mezclando las piedras de color con agua, con tierra de color marrón y con mi propia sangre. Para probarla había sumergido en ella las yemas de los dedos y había presionado con ellas la pared de la cámara. La imagen de aquellas huellas me produjo una gran satisfacción. Eran la prueba de que allí había estado un ser humano.

El color blanco de la muerte había sido mucho más difícil de conseguir. Después de mucho tiempo buscando encontré junto al río unas piedras de color claro que se rompían con facilidad y que, con mucho esfuerzo, podían llegar a mezclarse con agua. Para conseguir que el color se fijara a las piedras tuve que utilizar un poco de savia de pino.

Una vez que consideré que habían tenido tiempo para familiarizarse con las piedras, comencé la invocación de Ana-Udonn. Poco después percibimos su intimidatoria presencia, aunque llena de bondad, y continué:

—También a vosotras, antepasadas y madres, os invito a participar en nuestra ceremonia. Vosotras nos disteis el regalo de la vida. Os ruego que os hagáis presentes.

Hasta aquel momento mis palabras se ajustaban a lo que establecía la tradición, pero entonces llegó la novedad:

—Y por último invito a los espíritus de todos aquellos que murieron en la caverna del Fresno, muy lejos de aquí, ya sean mujeres, hombres o niños. Venid a nuestra caverna y compartid con nosotros esta noche. Ha sido muy difícil encontraros, pues no tenéis una tumba, pero el cuervo me guió hasta el lugar donde os encontrabais. Vosotros habéis aceptado mi invitación y os habéis apoderado de estas piedras, que han sido bañadas durante mucho tiempo por las aguas del río Egar hasta que tomaron esta forma. Estas piedras representan a cada uno de vosotros, y han sido decoradas con el color blanco de la muerte y el rojo de la vida y del nacimiento. A partir de ahora permaneceréis para siempre en la cámara sagrada de nuestra caverna y, si alguna vez tuviéramos que trasladarnos a otro lugar, os llevaríamos con nosotros. Os pedimos que participéis como invitados en nuestra ceremonia, para que podamos honraros y despedirnos de vosotros. Después volveréis a las piedras y descansaréis para siempre. No os quedaréis vagando por aquí, molestándonos o haciéndonos sufrir. Concederéis vuestra fuerza y vuestro amor a la tribu y os quedaréis en el lugar que os corresponde hasta el día en que podáis volver a través del vientre de una de nuestras madres. Ahora venid, honradnos con vuestra presencia y aceptad nuestras ofrendas.

A continuación fui sacando del nido una piedra tras otra, la alcé con ambas manos y pronuncié el nombre de cada uno de ellos.

—Imtu… Enebro… Lluvia… Marra… Estrella… Misal… Llama… Farin… Fliss y su hijo… Baya Roja y su hija… Asko… Trom… Funk… Zorro… Oso… Ril… Espan… Kitz… Dede… Pili… Sosa… Ari… Bata… Pekum… Tori… Pau…

En aquel momento se produjo el milagro. Como había sucedido en años anteriores la estancia se llenó de los espíritus invisibles. Lentamente entré en trance y vi a todos aquellos a los que había conocido y amado y contemplé satisfecha cómo se acercaban y se sentaban entre nosotros. Me hubiera gustado mucho haber podido invitar a los muertos de la tribu de los Salmones y la de los Castores, pero yo no era su mujer pájaro y no pude encontrarlos. En el momento que llamaba a Pekum y a Tori pude oír la voz de una mujer que sollozaba. Una vez que coloqué de nuevo todas las piedras en el interior del nido, volví a mi estado habitual. Los hombres tenían una expresión seria y las mujeres lloraban, pero todos ellos parecían aliviados.

Seguidamente celebramos la despedida de los muertos y les presentamos nuestras ofrendas. Después recité la historia de la estirpe de Udonn, pero esta vez había introducido algunos cambios.

—…Lluvia, de la tribu del Fresno, tuvo tres hijas y las llamó Yegua, Dorin y Onta.

Yegua tuvo una hija y la llamó Elann, y vive con su compañero Wika.

Dorin vive con su hija Ogu y con su compañero Pedernal.

Onta, que ha sido bendecida por Udonn, vive con su compañero Reno.

Birkin, la cazadora, que ha sido bendecida por Udonn, vive con su compañero Barn.

Elann vive con su compañero Ciervo.

Sauce, que proviene de la tribu de los Salmones, vive con su compañero Herat.

…Pino tuvo una hija, la mujer cuervo. Udonn la escogió para que fuera mujer pájaro. Vive con su compañero Godain, que fue escogido por el Hombre de la Cornamenta para ser chamán.

La Gran Madre Tierra nos regala la vida y ha llamado este lugar la Caverna del Ciervo.

La tribu del Ciervo será fuerte y prolífica.

Nos inclinamos ante ti, Udonn, y honramos al Hombre de la Cornamenta.

Cuando acabé la fórmula de la despedida miré a mi alrededor. Los rostros de los hombres se habían transformado por completo. Creo que algunos de ellos tenían los ojos llenos de lágrimas. Habían escuchado la historia de la estirpe de Udonn y, por primera vez, en ella aparecían sus nombres.

Yegua se acercó a mí y me dio un largo abrazo. Me resultaba increíble que, tras tantos sufrimientos, nuestra tribu pudiera volver a sentirse en paz y llenos de felicidad.

Poco después comenzó la celebración. Godain me sonrió con ternura y Wika me puso la mano en el hombro. Los cazadores estaban encantados con el nombre del clan, pues hacía honor al Ciervo Sagrado y al vínculo con el Hombre de la Cornamenta, pero también las mujeres estaban satisfechas, pues les recordaba al día en que Udonn se encarnó en una hembra de Ciervo.

A partir de entonces las piedras de los espíritus estuvieron custodiadas en la cámara auxiliar y veneradas por todos nosotros, y los muertos jamás molestaron a los vivos.

★ ★ ★

Días después se demostró que, en realidad, habíamos celebrado la ceremonia de los antepasados demasiado pronto. El invierno comenzó y lo hizo de forma brusca. Por aquel entonces Onta dio a luz a una niña. Después de lo mucho que le había costado concebirla, el parto se desarrolló sin problemas, a pesar de que ya tenía veintidós años. Incapaz de hablar por la emoción, se quedó mirando ensimismada la carita enrojecida de su pequeña. Reno estaba radiante y acariciaba con ternura sus minúsculos deditos. Había nacido un nuevo ser, sin duda aquello era un signo de esperanza. La tribu del Ciervo saldría adelante.

Ravan llamó a la niña Illa y las mujeres presentaron regalos para la madre.

También Elann se acercó a ella y le colocó dos huevos de pájaro en el regazo.

—Tienes una hija preciosa —dijo en voz baja, sin atreverse apenas a mirar a su tía a los ojos.

La felicidad hizo que Onta olvidara antiguos rencores y cogiera la mano de su sobrina.

—Todos los días pido a la Gran Madre que también tú recibas su bendición.

Elann tragó saliva e intentó decir algo, pero sólo fue capaz de apretar con fuerza la mano de Onta.

El primer hijo de Birkin nació una semana después, tras un parto largo y complicado. El pequeño recibió el nombre de Hemo. Tenía unos fuertes pulmones y su potente llanto llenaba toda la caverna. Godain celebró una fiesta para recibirlo en la que participaron todos, incluidas las mujeres.

En el exterior se oía el bramido de una tormenta que arrojaba grandes cantidades de nieve contra las paredes de la caverna. La tribu hizo todo lo que estaba en sus manos para mantener caliente el lugar y para que las madres pudieran cuidar y alimentar a sus pequeños. Al final ambos superaron los primeros días, que solían ser los más críticos, y a partir de entonces crecieron sin problemas. Prácticamente nadie se había atrevido a esperar que las jóvenes madres hubieran dado a luz dos niños sanos después de las penurias que habían pasado. No sólo era un milagro sino que, sobre todo, era una muestra de que Udonn se había propuesto cuidar de todos ellos.

★ ★ ★

El invierno de aquel año se estaba haciendo mucho más largo de lo normal y llegó un momento en que los miembros de la tribu del Fresno se preguntaron si alguna vez llegaría la primavera. En ocasiones el frío disminuía y, tras unos días húmedos y sombríos en los que parecía que la nieve comenzaba a derretirse, volvía un período aún más frío que traía consigo tormentas de hielo. Hasta donde alcanzaba la vista no había ni rastro de hierba y los árboles mostraban pequeños brotes que no parecían dispuestos a abrirse. A pesar de la gran abundancia de víveres que habían conseguido almacenar, los miembros de la tribu empezaron a sufrir los temibles estragos del hambre y todos ansiaban un poco de comida, luz y calor.

Una mañana en que la nieve parecía empezar a derretirse, aunque sin mucho entusiasmo, sucedió algo extraordinario. Los miembros de la tribu estaban sentados alrededor del fuego bebiendo un poco de caldo caliente y, de pronto, vieron un haz de luz dorada extrañamente luminoso que entraba en la caverna. ¡Había salido el sol! Uno tras otro se precipitaron al exterior y dirigieron sus macilentos rostros al cielo. Era cierto. Se había abierto una brecha en la densa capa de nubes y se divisaba un pedacito de cielo de color azul. Y allí estaba. Era real. ¡Ni más ni menos que el reluciente sol! Por unos instantes el marrón y el blanco que cubrían toda la tierra brillaron en todo su esplendor. Hombres y mujeres se quedaron allí de pie, con los ojos entornados y llenos de lágrimas. Tardaron un poco en atreverse a celebrarlo abiertamente, pero al final comenzaron a abrazarse entre lágrimas de felicidad. El alma de Ravan se liberó de un gran peso. Entonces todavía existía, era el sol. Y sin duda también la luna.

A pesar de todo los momentos como aquél eran muy escasos y el cielo volvió a oscurecerse y, al igual que durante el otoño, se sucedieron los días de lluvia convirtiéndolo todo en un inmenso barrizal que por las noches se transformaba en una especie de costra brillante. Siguió haciendo mucho frío pero, de tanto en tanto, el sol volvía a brillar, a veces hasta por un par de horas. Lo suficiente para que empezara a formarse una delgada capa de hierba.

A partir de entonces Ravan por fin pudo calcular sin equivocarse las diferentes fases de la luna, que ocasionalmente aparecía entre las nubes llenando de felicidad a la mujer pájaro. Resultaba difícil averiguar en qué luna se encontraban pues nada parecía concordar con lo que ella conocía. ¿Era posible que aquel año hubiera habido dos lunas del hielo o dos de la lluvia? No tenía más remedio que observar la obra de Udonn y esperar a que todo volviera a la normalidad.

Catorce días después Ravan celebró en la cámara la primera ceremonia de la luna nueva desde que había emprendido el viaje. El hecho de encontrarse sola le produjo una enorme tristeza, pero tendría que resignarse hasta que no hubiera una Anciana Madre en la tribu.

★ ★ ★

Tal y como había predicho Godain, los animales que provenían del oeste huyendo de la desgracia, empezaron a instalarse en aquellas tierras en las que las plantas empezaban a crecer. Con ello aumentó también la posibilidad de cazar. Una tarde, poco antes de la luna llena, los hombres organizaron una partida de caza a través de las tierras cenagosas. Birkin se despidió de Barn con un abrazo y se quedó observando su marcha con envidia. Con un poco de suerte al año siguiente podría dejar a su hijo al cuidado de Onta e unirse al resto de cazadores pero, en aquel momento, era impensable imaginar a una mujer con los pechos hinchados y llenos de leche participando en una cacería.

El primer objetivo de los cazadores era una colina que estaba coronada por tres robles muy próximos entre sí. Godain la había descubierto en uno de sus paseos en solitario.

Era el lugar ideal y el momento oportuno para celebrar una ceremonia de caza. Wika rodeó el área sagrada con varas de avellano y los demás buscaron leña seca y encendieron el fuego. Godain realizó la danza ritual con unas ramas atadas a la cabeza en substitución de la máscara de ciervo.

El Hombre de la Cornamenta apareció y habló a través de él. No se mostró tan furibundo como era habitual en él, y tampoco hizo reproches ni exigencias. Justo antes de abandonar el cuerpo de Godain miró por encima de las cabezas de los hombres, como si estuviera buscando algo.

Les envió una manada de ciervos, y como ofrenda les pidió la más hermosa cornamenta, que fue entregada al chamán al finalizar la provechosa cacería. Aquella noche Godain se sentó en la cámara de Ravan y estuvo trabajando con ahínco hasta que consiguió una hermosa y reluciente máscara para sus rituales.

★ ★ ★

Pasado un tiempo llegó la luna de las hojas verdes, pero aquel año no habría ceremonia de las vírgenes. Todavía pasarían muchos años hasta que se pudiera celebrar una. La pequeña y callada Ogu apenas tenía seis inviernos, y no había más niñas en la tribu, exceptuando a la hija de Onta. En vez de eso los miembros de la tribu del Ciervo presentaron ofrendas a Udonn, bailaron, cantaron y le rogaron encarecidamente que les bendijera con más niños. La Gran Madre escuchó sus plegarias.

Las noches de luna llena, antes de ir a dormir, la caverna rebosaba expectación, casi como antiguamente. A nadie se le escapaba que las mujeres volvían a compartir con sus compañeros algo más que la comida y la batalla del día a día.

La noche de luna llena tras la fiesta de las vírgenes la caverna se llenó de ruidos de placer y el desayuno del día siguiente, tal y como era costumbre, fue algo más abundante de lo normal. El ambiente era distendido, casi se podría decir que exultante. Las mujeres hablaban con esperanza de la posibilidad de recibir la bendición de Udonn.

—En mi caso, ya ha sucedido —comentó Elann mientras acercaba a su compañero un cuenco lleno de albondiguillas de verduras.

—¿En serio? ¿Desde cuándo?

—Desde hace una o dos lunas, creo.

Radiante y con las mejillas sonrosadas la joven recibió las felicitaciones y los abrazos de sus compañeras. Sabía de sobra que las demás llevaban tiempo preocupadas por ella, y de pronto su alivio se convirtió en un mar de lágrimas. Ravan también estrechó fuertemente las manos de la que había sido su enemiga y en aquel momento sintió que Elann se había librado por fin del peso de lo que había sucedido en el pasado.

Esa misma luna Sauce anunció su embarazo y poco después también Birkin, a pesar de que su hijo Hemo todavía era muy pequeño. Desgraciadamente poco después perdió a la criatura que llevaba en su seno, y las demás pudieron comprobar que presentaba diversas malformaciones. Le faltaban los brazos y la espalda presentaba una forma extraña. Birkin perdió mucha sangre y tardó mucho tiempo en recuperarse. La joven debilitada y que se movía con dificultad no se parecía en nada a la hábil cazadora de un tiempo atrás.

No obstante Illa y Hemo crecían sin problemas y toda la tribu cuidaba con esmero de las dos embarazadas.

★ ★ ★

—¿Habéis visto lo verde que está todo? ¿No os parece precioso? Acordaos del año pasado. ¡Quién iba a decir que nuestros ojos volverían a ver una nueva primavera!

—Tienes toda la razón, Onta. ¡Y quién iba a decir que volveríamos a sentarnos alrededor de una piel de oso con un raspador en la mano! Desde aquella primera cacería, después de que Wika volviera a la tribu del Fresno con los jóvenes cazadores, no habíamos vuelto a comer carne de oso. Debemos estar muy agradecidos a Udonn y al Hombre de la Cornamenta —la mujer pájaro aprovechaba la más mínima ocasión para infundir ánimos a las mujeres y para trasmitirles sensación de seguridad. Para variar, Yegua echaba a perder todo lo que ésta había conseguido.

—Cazamos un oso y ya os creéis que no puede pasarnos nada malo. ¡No os penséis que ya lo hemos conseguido! Miraos bien. Estamos en la época más cálida del año, tenemos comida de sobra y, sin embargo, seguimos delgados, sin fuerzas y permanentemente enfermos. ¿Qué pasará si el próximo invierno se presenta tan frío como el que acabamos de pasar?

—Yo no estoy enferma y débil. Dos de nosotras están embarazadas y tenemos niños —objetó Onta.

Ravan suspiró. Tanto ella como Elann y Sauce se encontraban relativamente bien, y poco a poco estaban recuperando su vitalidad de antaño. Sin embargo Yegua y Dorin todavía estaban tristes y parecían haber perdido la esperanza. Tras la fiesta de los antepasados las cosas mejoraron durante un tiempo pero, poco a poco, Yegua volvió a caer en la amargura y arrastró con su actitud a su hermana. Birkin, por su parte, todavía sufría las consecuencias del aborto, tanto físicas como psíquicas, sin embargo de sus labios jamás salía una queja.

Una de las funciones de la mujer pájaro era animar y consolar a todo aquel que lo necesitara, pero a veces Ravan encontraba esta tarea de lo más desesperante.

Yegua no hizo caso a la objeción de Onta y siguió refunfuñando de aquel modo testarudo y pesimista que resultaba tan difícil de soportar.

—Sí, tenemos niños pero, aunque tuviéramos más, son demasiado pequeños. Existe un intervalo de no sé cuantos años. Cuando empecemos a envejecer ¿quién cuidará de nosotros y se ocupará de los diferentes trabajos? ¿Quién saldrá a cazar con los hombres cuando les empiece a fallar la vista y no puedan correr tan rápido como antes?

Ravan suspiró.

—Los cazadores se encuentran mejor que nunca —respondió Elann. Reciben casi la misma cantidad de comida que las madres y se visten con las mejores piezas de ropa para salir al exterior.

—De todos modos envejecerán —insistió Yegua—, y en esta época difícil los inviernos desgastan el doble.

Dorin estuvo de acuerdo con ella. Ambas eran las mujeres de mayor edad de la tribu y había que tener muy en cuenta sus opiniones.

La mujer pájaro sabía que sus argumentos no eran infundados. Sin duda, de vez en cuando se producían magníficos acontecimientos como los nacimientos, algunas fructíferas cacerías y pequeños progresos, sin embargo no se podía decir que gozaran de la tranquila armonía de su vida anterior.

Sencilla y llanamente, había consumido todas sus fuerzas. Se podía apreciar en muchas cosas, por ejemplo, en las armas y herramientas que utilizaban cotidianamente. Se elaboraba sólo los utensilios realmente necesarios y nadie se molestaba en pintarlas o en realizarle las muescas en honor a Udonn o al Hombre de la Cornamenta. Además, por aquella zona no había piedras rojas para elaborar el pigmento y Ravan había encontrado sólo un par y tampoco tenía energía suficiente para continuar la búsqueda. Las figuritas que representaban a Udonn las realizaba con barro o tierra arcillosa, y no con huesos o trozos de cuerno como hacía Imtu. Aun así se encontraba mejor que cualquier otro miembro de la tribu, incluido Godain, pues empezaba a sacar provecho de las muchas noches que había transcurrido junto al cuervo. Las fuerzas que había reunido beneficiaban a la tribu, pero, por lo visto, no bastaban para alejar la sombra de la preocupación, el miedo y el cansancio.

«No podemos seguir así. Tengo que hacer algo, de lo contrario estamos perdidos. Debemos encontrar algo que nos devuelva la esperanza y la seguridad, las ganas de vivir y, por qué no, el espíritu de lucha. Todos nosotros lo necesitamos pero, especialmente, Yegua y Dorin.»

De pronto la mujer pájaro fue consciente de que aún no había conseguido ganarse del todo la confianza absoluta de la tribu. Tendría que superar una prueba de fuego y tal vez había llegado el momento de enfrentarse a ella.

—Vamos a celebrar una ceremonia —dijo entonces.

—¿Qué tipo de ceremonia? —Todos los rostros se giraron hacia ella, incluso los de las dos hermanas mayores. Aquello era una buena señal.

—No puede faltar mucho para que llegue el calor. Deberíamos empezar con los preparativos para la gran fiesta del solsticio.

—Pero… ¿cómo? ¿En qué consistirá la celebración? Ya no existen hogares que repartir.

—Tienes razón, Birkin pero… contaré la historia del gran viaje de nuestros antepasados y también… la de nuestro largo viaje. Nuestras vidas han cambiado mucho, y por eso debemos cambiar también nuestras fiestas —a continuación anunció decidida—: ¡Aprovecharemos el solsticio para celebrar la fiesta de la vuelta a la vida! —En aquel momento Ravan sintió como su espíritu, que llevaba mucho tiempo dormido, empezaba a recibir el torrente de imágenes y pensamientos que tan familiar le resultaba.

De improviso supo que había llegado el momento de llevar a cabo lo que había dicho el pasado otoño. Debía producirse el encuentro entre Vairani y el Hombre de la Cornamenta. Entonces miró a su alrededor.

—¿Dónde está Godain? ¿Alguien lo ha visto?

—Ha salido con Reno y Wika. Iban a recoger ramas de abedul para el cobertizo.

Apenas regresaron Ravan llevó a su compañero a un lado y estuvo hablando un buen rato con él. Al llegar la noche anunció:

—Godain y yo vamos a pasar un tiempo fuera, lejos de aquí. Godain marchará hacia el este, y yo hacia el norte, buscando una señal. Si finalmente nos encontramos, recibiremos un importante mensaje para la tribu del Ciervo.

Los miembros del clan se miraron entre sí, confundidos.

—Será muy extraño que no esté ninguno de vosotros —murmuró Yegua. Los demás le dieron la razón—. ¿No podríais hacerlo uno después del otro, primero tú y después Godain?

Ravan no cedió.

—No es posible, es así como debe ser. Tenemos una misión que cumplir, y debemos hacerlo juntos. Mientras estemos fuera tú, Yegua, ejercerás las funciones propias de una anciana madre y contarás con el apoyo de Wika, que por algo es el jefe de los cazadores. Es Udonn la que ha decidido que nos marchemos, y ella cuidará de nosotros.

Cogieron sólo lo más indispensable y salieron por la mañana temprano. La luna menguante tenía un color anaranjado y se encontraba justo encima de los arbustos de la colina que había al oeste. Caminaron juntos hasta la orilla del río y se quedaron allí de pie, justo en la línea donde las olas golpeaban los guijarros de la orilla.

La mujer cuervo y el chamán se encontraban el uno frente al otro mirándose con intensidad, como si quisieran retener para siempre la imagen del otro. Entonces, sin ni siquiera rozarse y sin decir una palabra, se separaron. Godain comenzó a caminar por la orilla en dirección este, Ravan cruzó el río y se dirigió hacia el norte. Ninguno de los dos miró hacia atrás.

La mujer pájaro sabía exactamente el camino que debía de seguir y lo hizo sin prisa pero sin pausa. Ante sus ojos se extendía una tierra verde, con sinuosas colinas e iluminada por el sol. Al llegar la tarde se detuvo a descansar a la sombra de un fresno. Satisfecha apoyó la cabeza en la lisa superficie de su tronco y se perdió en la contemplación del juego de luces y sombras que formaban sus hojas en forma de pluma. Entre sus ramas se divisaba a lo lejos una cadena de montañas de color azul grisáceo. ¿Debería dirigirse hacia allí? Estudió la posición del sol y, efectivamente, las montañas se encontraban en el noroeste. Además, sentía que la línea de la cima le hablaba, la llamaba, ejercía una fuerte atracción sobre ella. No había duda que aquél era el destino final de su viaje.

Ravan decidió que por aquel día ya había caminado bastante y que había llegado el momento de descansar. A la mañana siguiente partió llena de paz y de felicidad. Conforme se acercaba descubrió que existía un espacio entre las montañas y, sin pensárselo dos veces, se introdujo a través de una profunda hendidura en la roca y empezó a ascender por un lateral que estaba flaqueado de pinos. Aunque el sol brillaba, hacía fresco y un poco de viento. De tanto en tanto, cuando llegaba a uno de los altiplanos protegidos que desde la distancia parecían casi como si reposaran unos en otros formando una terraza, descansaba un poco y contemplaba satisfecha e impresionada el extenso paisaje de suaves colinas que se extendía ante sus ojos.

Dos días después alcanzó una hondonada ovalada protegida por unas extrañas rocas y por unos arbustos que parecían invitarle a quedarse. El ala oeste estaba protegida por un terraplén de cantos rodados y el suelo arenoso estaba cubierto de hierba y de maleza. Ravan examinó el lugar detenidamente. A poca distancia descubrió algo que jamás hubiera esperado encontrar teniendo en cuenta la sequedad y la altura del terreno: un pequeño riachuelo que descendía abriéndose paso entre las rocas.

Aquél era el lugar que había estado buscando. Agradecida levantó su campamento, se sentó y se dispuso a esperar y a comenzar el ayuno.

Poco después sintió como si el tiempo se hubiera detenido. Plenamente satisfecha comenzó a disfrutar de la experiencia de libertad que le proporcionaba su tranquila respiración y el latido de su corazón. De vez en cuando el cuervo sobrevolaba el lugar, pero no había nada de que hablar.

★ ★ ★

Muy pronto Godain recuperó el ritmo al que estaba habituado a caminar en sus innumerables viajes y empezó a disfrutar de los destellos del sol sobre el agua cuando se abría una pequeña brecha en las nubes. Al llegar la noche capturó una carpa de agua dulce, encendió un fuego y la coció en las brasas de la hoguera envuelta en hojas. Una vez satisfecho se quedó profundamente dormido mientras escuchaba el dulce batir de las olas contra las piedras.

Cuando se despertó había amanecido. Era una mañana fría y todo estaba cubierto de rocío. Miró con atención a su alrededor, se quedó pensando y esperó en vano algún tipo de señal del Hombre de la Cornamenta. Al final decidió seguir el cauce del río, al menos hasta que no sintiera una llamada que le indicara lo contrario. Intentaba convencerse a sí mismo de que todo saldría bien pero, en lo más profundo de sí mismo, se preguntaba cómo iba a encontrar a Ravan si no recibía ninguna señal.

El sol estaba en el oeste y, aunque todavía no estaba muy cerca del horizonte, Godain empezó a buscar un buen lugar para acampar y donde fuera fácil pescar. En aquel lugar el río era bastante más ancho que junto a la caverna del Ciervo. Mientras examinaba la cenagosa orilla pudo contemplar delante de él la alargada sombra de su cuerpo.

De repente se sobresaltó, se puso la mano sobre las cejas y miró hacia lo lejos. No, no se había equivocado, entre el grupo de árboles surgía una columna vertical de humo. ¡Allí había gente! ¿Cuánto tiempo había pasado sin que encontraran a ningún forastero?

Cuidando mucho su porte se acercó a los arbustos que rodeaban el bosquecillo. Tal vez ya lo habían avistado. No se atrevió a dejar su lanza en el suelo, pero la colocó con la punta hacia abajo, para demostrar que iba en son de paz. No se movía absolutamente nada. Cuando el olor a tierra, madera y humo le llegó hasta la nariz, se detuvo y profirió el grito profundo y gutural que solían utilizar los hombres que viajaban para hacerse notar.

—¡Hoooooh!

Al instante las ramas se movieron y un hombre surgió de los arbustos. Debía tener más o menos la misma edad del chamán, algo mayor de los veinticinco inviernos. Éste se quedó expectante, medio escondido tras el tronco de un roble, y el juego de luces y sombras que creaba el sol en la maleza apenas permitía distinguirlo. Godain sonrió con gesto amable y le mostró la mano abierta. El otro asintió, salió de su escondite y se acercó a él lentamente. Tenía todo el aspecto de tratarse de un joven pescador. ¿Estaría solo? Parecía una persona que inspiraba confianza, alto, delgado, con el pelo castaño oscuro y lo llevaba recogido en una cola de caballo. Tenía una cicatriz que le atravesaba toda la mejilla derecha y que le llegaba hasta la barbilla. Alrededor del cuello llevaba un colgante compuesto de dos hileras de diminutas conchas de color claro.

Instantes después los dos se encontraban sentados alrededor del fuego, comiendo y conversando amigablemente. A pesar de lo temprano que era, el desconocido ya había pescado una impresionante cantidad de percas y tímalos y no tuvo ningún inconveniente en compartirlo. Además sacó de su bolsa dos tortas de semillas que provocaron que a Godain se le hiciera la boca agua.

El chamán se sorprendió al comprobar que todavía era capaz de recordar los rudimentos de la lengua que se hablaba en aquella región y que habían estado escondidos en algún lugar de su mente y las palabras prácticamente salían solas de su boca. El desconocido estaba entusiasmado. Se llamaba Jaschi, pertenecía a la tribu de los lucios y había salido solo a pescar para poder reflexionar sobre su futuro. Desde la gran desgracia su tribu estaba pasando muchas dificultades. A pesar de que siempre habían tenido suficiente pescado para comer, muchos habían enfermado y estaban muy débiles. Su compañera había muerto y no había ninguna otra mujer con la que pudiera unirse. Por las insinuaciones que este mascullaba Godain intuyó que habían muerto muchos y también habían sufrido muchas disputas respecto al rango de los miembros de la tribu. Estaba claro que la suerte había abandonado para siempre aquella tribu.

A continuación le tocó el turno a Godain y habló del clan del Ciervo y de la caverna a dos días de caminata en dirección oeste y también de las montañas de avellanos y de la huida de la gran desgracia. Jaschi escuchó atentamente mientras de vez en cuando se introducía un trozo de pescado en la boca. Se le ocurrían nuevas preguntas sin parar pero lo que más le interesaba era si en la tribu del Ciervo había mujeres sin compañero.

—No, todos… todas las parejas estar formadas. De todos modos poder venir a visitar, ¿sí? Ahora verano, bueno para caminar. Tú poder conocer todos.

Godain comprobó con satisfacción que Jaschi estaba considerando seriamente su propuesta. Sin duda la gustaría la caverna del Ciervo. Por otro lado, a la tribu no le vendría mal otro cazador que además fuera tan diestro pescando. Tal vez una de las mujeres podría estar interesada en tomarlo como segundo compañero. «Excepto Ravan, claro está», se dijo a sí mismo mientras reprimía una sonrisa. De todos modos, aunque no lo quisiera ninguna de las mujeres, aquello tampoco tenía por qué ser un inconveniente. La época en que los hombres solos no tenían cabida en la caverna había terminado.

La pregunta de Jaschi le devolvió a la realidad.

—Y tú, ¿a dónde te diriges? —Hablaba marcando cada sílaba.

¿Cómo podía explicárselo? Godain señaló el triángulo que llevaba en la frente y que le identificaba como chamán.

—Yo… ir al bosque. Soledad… buscar señal… ¿tú entender?

El rostro del pescador se iluminó de repente.

—¡Ah! Buscas una señal del cielo, para tu tribu ¿verdad?

¿Del cielo? ¿Qué diantre querría decir? Aun así se trataba de algo que concernía a su tribu, de modo que asintió vacilante.

—Tengo una barca —continuó Jaschi—, Mañana temprano te llevaré a la otra orilla. Al norte hay… montañas sagradas. Allí van los chamanes y las mujeres pájaro y reciben señales ¿de acuerdo?

—Sí, sí —respondió Godain aliviado—. Muy, muy de acuerdo. ¡Gracias, Jaschi! ¡Gracias!

★ ★ ★

Ravan sintió que se encontraba cerca de allí mucho antes de oír su voz y de verlo. Cuando apareció detrás de las rocas y se detuvo frente a ella, ésta lo saludó con una sonrisa. Aun así Godain no se atrevió a acercarse a ella y a tomarla en sus brazos. Había algo extraño en ella que le obligaba a mantener la distancia.

Era por la mañana temprano. El día anterior había lloviznado, pero en aquel momento se había levantado una ligera bruma. Hacía un calor sofocante y el cielo estaba cubierto de una delgada capa de nubes color gris claro. La noche anterior Godain había acampado un poco más abajo, a los pies de un pequeño pino, sin saber que el objetivo de su viaje se encontraba tan cerca.

Ravan hizo un gesto con la mano indicándole que podía sentarse junto a ella y el chamán tomó asiento. Por el rabillo del ojo descubrió un toldo de cuero tensado en diagonal a las rocas y que había servido para protegerla de la lluvia del día anterior. Delante de ellos estaban los restos de una pequeña hoguera que había sido rodeada de guijarros y cubierta de cenizas. La mujer cuervo se sentó sobre su capa y apoyó la espalda sobre las rocas.

«¡Que hermoso lugar! No. En realidad es mucho más que eso. Es un lugar sagrado. Las fuerzas invisibles están presentes.»

Hasta aquel momento ninguno de los dos había abierto la boca. Godain agarró la boga de agua y le ofreció un trago a su compañera. Ella bebió un poco y se la devolvió.

—Pronto será luna llena —dijo ella.

Él asintió y siguió con los ojos un ave rapaz que volaba en círculos en lo alto de aquel cielo grisáceo.

—¿Qué se supone que hacemos aquí? —preguntó él.

—¿Tú qué crees?

—No lo sé. Fuiste tú quien decidió que teníamos que encontrarnos.

—De momento simplemente tenemos que esperar. Descansa un poco, debes estar exhausto. No resulta fácil llegar hasta aquí.

—¿Y tú cuándo llegaste?

—Hace un par de noches.

—Mmmm. No estoy cansado —dijo Godain poniéndose en pie—. Voy a echar una ojeada.

Ravan asintió.

—A la vuelta hay agua.

El chamán se giró y, justo antes de echar a andar, dio una patada a una piedrecita. Ravan se quedó mirándolo. Tenía los hombros tensos y sus bruscos movimientos daban a entender que estaba conteniendo la rabia.

Había llegado el momento.

A pesar de la altura a la que se encontraban, el aire era extrañamente húmedo y pegajoso. La luna, a la que le faltaba muy poco para ser llena, se encontraba en el sudoeste e iluminaba el lugar con una trémula luz plateada. Godain sintió como si oyera un zumbido casi imperceptible. El fuego junto al que estaban sentados parecía a punto de extinguirse.

«Que más se puede esperar, teniendo en cuenta la mísera maleza de este lugar.»

Ni siquiera él mismo sabía muy bien de dónde provenía aquella rabia que ardía en su interior. En aquel momento se mordió los labios y, con gesto de desagrado, arrojó otra rama a la hoguera.

«Debo controlarme. No puedo provocar una discusión en este lugar tan especial. ¡Te lo ruego, Hombre de la Cornamenta! ¡Deja de atormentarme! De todos modos, esta maldita luna sacaría de quicio a cualquiera. ¿Por qué diantre habré venido?»

Ravan estaba sentada al otro lado y cantaba en voz baja. ¡Amaba tanto a aquella mujer! Nadie se podía imaginar hasta qué punto. No obstante, en ocasiones, también la odiaba. En aquel momento, por ejemplo. El odio que sentía era tan intenso que tenía ganas de hacerle daño y de hacer pedazos aquella actitud tranquila y relajada.

En aquel momento apretó los puños y comenzó a respirar profundamente… una vez, y otra…

De pronto Ravan dejó de cantar.

—Quiero que me cuentes algo —dijo.

—¿Cómo?

—Hace mucho tiempo que siento curiosidad por todo lo que viviste antes de llegar a nuestra tribu. Nunca me has hablado de ello. ¿Te apetecería hacerlo ahora? Tenemos todo el tiempo del mundo, y nadie puede venir a molestarnos.

—¿En serio crees que me voy a pasar esta noche irreal contándote mi vida? ¡Las mujeres sois realmente increíbles! —respondió Godain sacudiendo la cabeza con desprecio.

—¿Las mujeres? ¿Qué otra mujer ves por aquí?

—Escúchame bien, Ravan. Será mejor que no sigas por ahí. Deja de hablarme con tu típica arrogancia y de tratarme como si fuera un niño estúpido. ¡Y no te pienses que he venido hasta aquí para someterme a tu… a esa pérfida mujer…! Si es eso lo que estás esperando, hemos hecho el viaje en balde.

—No, Godain. No es eso lo que estoy esperando —respondió la mujer pájaro con dulzura—. No tienes que someterte a ninguna mujer, y ninguna mujer debe someterse a ti. Por eso precisamente estamos aquí.

—¿Ah sí? Conque tú sabes por qué estamos aquí…

—Sí, chamán. Lo sé. Y ahora ¡mírame a los ojos!

Godain la miró con desconfianza, y entonces la vio. Estaba seguro de que aquello iba a pasar, que de alguna manera intentaría seducirlo. Pero esta vez no se saldría con la suya. Sin apartar la vista sintió como la fuerza del Hombre de la Cornamenta crecía en su interior.

—Sé bienvenido —dijo Vairani.

Su sonrisa le cortó la respiración.

—Llevas mucho tiempo buscándome, Hombre de la Cornamenta. Pues bien, aquí me tienes.

—¿Qué quieres de mí? —Su voz sonaba especialmente brusca.

—Nada. No quiero nada de ti. En realidad parece que seas tú quien quiere algo de mí.

A lo lejos se oyó el llanto de un niño, un niño pequeño, que tenía frío y estaba abandonado.

Vairani dejó de sonreír y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tienes razón, han sucedido cosas espantosas —murmuró—. Las mujeres hemos descuidado algunas cuestiones importantes y por eso me alegro de que tú estuvieras ahí.

—¿Te estás burlando de mí?

—No, estoy hablando muy en serio. Te necesito. Soy yo la que te ha llamado. No obstante desconozco las consecuencias de esto, si emplearás tu fuerza para hacer el bien o para el mal. De todos modos, quizás eso sea lo de menos, aunque tal vez a los humanos no les guste oírlo.

—No entiendo ni una palabra de lo que me hablas.

—Lo sé, pero no pasa nada —Vairani hizo una pausa y continuó—: Ahora quiero que me expliques una cosa. Durante la ceremonia de la caza dijiste que querías algo y que volverías a cogerlo. Mientras lo decías me buscabas con la mirada. No me lo niegues. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de mí?

—En realidad no lo sé exactamente. En ocasiones creo que quiero amarte, y en otras sólo quiero exterminarte. Tal vez me gustaría poder hacer las dos cosas a la vez.

—¡Deja de decir estupideces! Sabes muy bien que no puedes exterminarme, del mismo modo que yo no puedo exterminarte a ti. Además, aunque pudieras ¿qué sería de ti si yo no existiera? ¿De veras crees que te gustaría?

—No. Eso es algo que me resulta absolutamente inconcebible —murmuró—. ¡Está bien! Lo admito. Tú eres lo que siempre he estado buscando. Sólo contigo me siento… completo. Y eso es algo que jamás te podré perdonar. Desde tiempos inmemoriales he querido liberarme de tu omnipotencia, de tu omnipresencia, pero ahora sé que no es posible.

El dolor y la pena que se reflejaba en su oscuro rostro era también un suplicio para la mujer. Ella se le acercó, le puso las manos sobre el torso desnudo y empezó a acariciarlo suavemente.

—¡Sí que es posible! Pero no del modo en que tú crees, Hombre de la Cornamenta. Jamás lo conseguirás enfrentando a los hombres contra las mujeres. Sin embargo, sé que seguirás intentándolo. Más adelante hablaremos de nuevo sobre esto.

—¿Y ahora cuales son tus intenciones? Pretendes domesticarme ¿verdad?

—No, eso no tendría ningún sentido. Me gustaría que te deshicieras de todo ese odio que te reconcome y que fueras capaz de respetarme y de amarme del mismo modo que yo te respeto y te amo. Por eso te abro mis brazos, pero esa no es la única razón. Yo también siento una gran atracción por ti, por tu poder. Ambos podemos causarnos mucho placer mutuo, pero también mucho daño. ¿Tú que prefieres?

—¿Realmente tengo elección?

—Tal vez… al menos, en este momento…

Él soltó una sonora carcajada y sacudió la cabeza.

—Entonces prefiero que nos demos placer, mujer de fuego. Acepto tu invitación y haré todo lo que tú quieras. ¡Absolutamente todo! Pero ya veremos quien de los dos resulta vencedor al final.

—Si existe un final y si todavía estás pensando en la victoria, entonces lo tendrás. Pero, si soy yo la que resulta vencedora, esta palabra dejará de tener significado.

—¡Oh! ¡Eres tan hermosa! —dijo él rodeándola con sus brazos.

★ ★ ★

Las mujeres estaban recogiendo hierbas mientras conversaban preocupadas sobre la ausencia de Ravan y Godain.

—¿Y si no vuelven nunca más? Puede que estén heridos —dijo Birkin—, o incluso muertos.

Sauce se apoyó la mano a la altura de los riñones y dijo:

—Pero no sabemos dónde buscarlos. No conocemos la región y tampoco sabemos lo lejos que han ido.

—Hace ya media luna que se marcharon—añadió Yegua—. Wika también cree que deberíamos hacer algo.

Elann se irguió y tomó la palabra.

—Aquel día en que Barn y Birkin salieron a buscarme tampoco sabían en qué dirección debían ir. Sin embargo lo intentaron y, de no haberlo hecho, yo no estaría aquí hoy.

—Tienes razón —opinó Yegua—. No podemos esperar más. Mañana un par de hombres partirán hacia el este y hacia el norte, o tal vez será mejor que vayan en parejas. Runn les acompañará.

La noche transcurrió entre deliberaciones sobre la búsqueda del la mujer pájaro y del chamán. En el exterior se había desatado una fuerte tormenta y el agua caía a raudales. De pronto Runn echó a correr hacia la entrada de la caverna, se situó delante de la mampara contra el viento y empezó a gruñir. Los cazadores se pusieron en pie y agarraron sus lanzas. Entonces los gruñidos de Runn se transformaron en aullidos de alegría y empezó a agitar la cola.

La mampara contra el viento se abrió. Ravan y Godain se encontraban de pie junto a la entrada y en aquel momento se apoyaron contra las rocas completamente exhaustos. La caverna se llenó del olor a cabellos mojados y a cuero. Los dos estaban pálidos y enjutos y sus ojos brillaban de un modo extraño. Los miembros de la tribu los recibieron con los brazos abiertos, aunque algo asustados. Por su aspecto cualquiera hubiera dicho que acababan de volver del más allá.

En realidad el clan jamás debía enterarse de lo cerca que habían estado de la muerte. Habían cedido sus cuerpos a Vairani y al Hombre de la Cornamenta y se habían zambullido en una experiencia carnal, una especie de éxtasis en la que el tiempo y el espacio se desvanecieron por completo. A partir de aquel momento no había razón alguna para romper aquel encantamiento, aquella simbiosis extraterrenal. Hubieran podido seguir así, entregados el uno al otro, hasta morir de agotamiento.

Sin embargo Ravan sintió de repente unas señales lejanas de miedo y preocupación que invadieron su cuerpo y que hicieron despertar su verdadero yo.

«La tribu. La caverna. Yegua. Elann. Wika. Birkin. Los niños.»

Con gran esfuerzo entreabrió los ojos y levantó ligeramente la cabeza. Godain yacía junto a ella, con el cuerpo reclinado sobre las rocas. Jamás, ni siquiera tras sus apasionados encuentros en el bosque, lo había visto tan feliz y relajado. La joven esbozó una tierna sonrisa, pero entonces volvió a sentir aquel intenso dolor. Era como si tuviera fuego en la garganta y como si la piel estuviera agrietada y a punto de resquebrajarse. Además percibía un fuerte calambre en el estómago vacío pero, por encima de todo aquello prevalecía algo fundamental: la sed. Instintivamente estiró el brazo y agarró la bolsa de agua, pero no tuvo fuerzas para levantarla. Entonces desató la correa que lo sujetaba y la abrió. Estaba vacía y seca. Casi de forma inconsciente, movida por el instinto de supervivencia, se arrastró como pudo hasta el arroyo que había detrás de las rocas llevando consigo la bolsa. Fue un recorrido largo y fatigoso, con muchas interrupciones, pero al final consiguió llegar a su objetivo y bebió, bebió y bebió.

Seguidamente se puso en pie con las piernas temblorosas, abrió la bolsa y la llenó hasta la mitad. Entonces se desmayó.

Cuando volvió en sí la sombra que formaban las rocas en el suelo era algo más alargada. ¿Qué era lo que tenía en mente? ¡Ah sí! El agua, para Godain. Intentó desplazarse hasta él con la bolsa, pero era imposible, pesaba demasiado. Entonces se rindió y se dejó caer en el cálido suelo arenoso.

En un estado de semiinconsciencia escuchó una voz en su mente que decía: «Tal vez ya esté muerto».

Aquella idea fue como una punzada que le empujó a reunir las fuerzas necesarias para llegar hasta su amado. Sin saber muy bien cómo, consiguió acercarse a él con la bolsa y ponerle la mano sobre el torso desnudo. Estaba caliente y subía y bajaba de forma casi imperceptible.

«¡Gracias, Udonn!»

Con sumo cuidado vertió unas cuantas gotas sobre sus labios agrietados y éstos se movieron ligeramente. Godain tragó un poco, tosió y abrió los ojos. Ella le dio un poco más de agua y él bebió.

—¿Por qué me despiertas?

—Tenemos que volver, Godain.

—¿Volver? ¿A dónde?

—A casa. A la caverna del Ciervo, con nuestra tribu. Nos están esperando. Seguramente estarán preocupados.

«¿Había tenido siempre aquella voz tan áspera? Con cada palabra que pronunciaba sentía que le abrasaba la garganta, como si se hubiera tragado un puñado de ascuas.»

Poco a poco Godain recuperó el conocimiento y empezó a retorcerse de dolor con las manos en el estómago. Poco después aquel intenso dolor se desvaneció. Godain respiró hondo y se puso en pie.

—Necesitamos comer algo —dijo él.

—Pero aquí no hay nada.

—En mi hatillo debe haber un poco de pescado… creo. Del que me dio Jaschi.

—¿Quién?

Godain abrió su zurrón y extrajo una masa hedionda y grisácea cuajada de gusanos. Reprimiendo una blasfemia la arrojó a los arbustos y se limpió las manos con un poco de arena.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ravan.

—Será mejor que bebamos un poco más de agua. Cuando nos encontremos mejor, saldremos a buscar algunas hierbas comestibles.

—Jamás lo conseguiremos.

—Habrá que intentarlo.

Y después de todo aquello, por fin se encontraban en la caverna, sentados junto al fuego y saboreando un estofado mientras el resto de la tribu les observaba con curiosidad. No tardaron mucho en saciar su hambre y en dejar a un lado los cuencos de madera. La tensión se palpaba en el ambiente. Godain sonrió y, con un gesto con la cabeza, cedió la palabra a la mujer pájaro.

—Cuando llegue el solsticio celebraremos la ceremonia de la vuelta a la vida —anunció la joven—. Ya falta poco. Godain y yo os indicaremos cómo se desarrollarán los preparativos. Estoy convencida de que nos hará mucho bien a todos.

★ ★ ★

Después de tanto tiempo se volvía a oír el sonido familiar de los tambores. Una docena de delgadas siluetas se habían congregado alrededor de las vibrantes llamas de la hoguera. Desde aquella noche de invierno en que habían celebrado la ceremonia de los antepasados, no habían vuelto a vivir nada comparable a aquel recogimiento y la emocionante espera previa a una celebración. Toda la atención se centraba alrededor de la mujer pájaro que lucía una corona nueva, elaborada con ramas de avellano y cubierta de piedras rojas y plumas negras. Sobre su pecho relucía su valioso collar de conchas acompañado de las garras del cuervo. La capa también era nueva, la habían confeccionado las mujeres y presentaba un ribete de plumas negras y blancas.

La mujer cuervo se cuidó mucho de que la tensión no creciera demasiado. Como quien no quiere la cosa comenzó a relatar la historia del Gran Viaje de la estirpe de Udonn:

—La Gran Osa de las Cavernas nos dijo que debíamos emigrar…

Parecía mentira que tan sólo hubiera trascurrido un año desde que oyó aquellas mismas palabras de la boca de Imtu. La profunda tristeza que le invadió hizo que su voz se debilitara, pero ella luchó por sobreponerse.

«¡No! ¡Ahora no! ¡No en este día!»

Ravan reprodujo la historia siguiendo la antigua tradición pero, al llegar al final, introdujo algunos cambios. Emocionados, los miembros de la tribu escucharon el relato de la gran tormenta de fuego, de la división de la tribu, de la huida hacia el este y del nacimiento de la tribu del Ciervo. Aquélla era su propia historia, algo que habían experimentado en sus propias carnes y que, a partir de aquel momento, se repetiría por siempre en las ceremonias del solsticio.

Según la tradición, al acabar la historia de la estirpe de Udonn debería haberse realizado el reparto de los hogares, pero éstos ya no existían. No obstante los miembros del clan tenían la sensación de que algo importante iba a suceder y concentraron toda su atención en la mujer cuervo.

La joven hizo un gesto a Godain y éste abandonó el círculo con discreción. Entonces Ravan se dirigió a la tribu y anunció:

—Mis queridos miembros de la tribu del Ciervo, ha llegado el momento culminante de la ceremonia. Ahora comeremos algo, no demasiado, y llevaremos a los niños a dormir. Godain y yo hemos preparado una bebida muy especial y cada uno de nosotros recibirá un vaso. Después esperaremos a ver qué sucede.

De nuevo comenzaron a sonar los tambores.

Había llegado el momento de permitir que la tensión aumentara hasta llegar al punto de ebullición.

Vista desde fuera, Ravan trasmitía serenidad, pero en su interior empezaba a sentirse conectada con el otro mundo y a percibir la presencia de Vairani. La joven se preguntó si Godain, que estaba fuera, escondido en algún lugar, sentía con la misma intensidad la presencia del Hombre de la Cornamenta.

Cuando aquella fuerza se hizo más intensa, la mujer cuervo se acercó al fuego, levantó los brazos hacia el cielo y comenzó la invocación.

—Gran Madre. Gran Madre Udonn. Gran Madre. Aquí estamos. Te honramos. Tú nos das la vida, Gran Madre…

El resto de los miembros de la tribu se unió al cántico y todos sintieron que Udonn estaba allí con ellos. La mujer cuervo le presentó las ofrendas que había preparado y le agradeció su presencia.

—Estamos celebrando la ceremonia de la vuelta a la vida, tal y como tú nos lo has pedido. Te honramos y te pedimos que cuides de nosotros.

Entonces sintió las alas del cuervo sobre su cabeza y percibió el poder de Udonn-Vairani que crecía y crecía en su interior, como una oleada que la invadía y la arrastraba consigo. Ravan, la persona, se fue haciendo cada vez más pequeña y más lejana, como si se encontrara en el fin del mundo.

Se había transformado en Udonn, en Vairani, en la vida misma. Entonces comenzó a balancearse y poco a poco se puso a bailar agitando los cabellos y bañada por la luz de la hoguera. A continuación comenzó a cantar:

—Ven, Hombre de la Cornamenta. Ven a mí. Ven con nosotros, Ciervo Sagrado. Entra en nuestro círculo. Nosotros te llamamos. Ven… Ven… Ven…

Entonces apareció. Empezó a bailar alrededor del fuego, golpeando el suelo con sus pezuñas mientras las afiladas puntas de su cornamenta se elevaban en el cielo nocturno. Sus ojos eran como estrellas brillantes. Ravan lo miró, se puso a bailar con él y se dejó llevar por el fuego de la pasión.

El baile desenfrenado y salvaje del Hombre de la Cornamenta se hizo cada vez más pausado mientras hablaba con aquella voz profunda que resonaba a lo lejos. Ella no entendía nada de lo que decía, tan sólo oía el batir de las alas del cuervo y el latido de su corazón mientras se dejaba llevar por el ardiente deseo y comenzaba a sentir la humedad entre sus piernas.

Vairani y el Hombre de la Cornamenta se encontraban el uno frente al otro. Él estaba completamente desnudo, con el cuerpo cubierto de sudor y su miembro viril apuntando hacia ella. La mujer de fuego dejó caer la capa que cubría sus hombros y se acercó a él. A continuación se cogieron de las manos, temblado de emoción y respirando con dificultad. Entonces se abandonaron y se dejaron caer. Vairani atrajo hacia sí al Hombre de la Cornamenta y él la penetró con fuerza y se sumergió en su vientre, en el centro del universo. Desenfrenados y jadeantes, la mujer cuervo y el chamán continuaron entrelazados, como si estuvieran sordos y ciegos, sin percibir nada excepto la vida misma, sagrada y fértil. El intenso grito de placer de la mujer cuervo que retumbó más allá de las montañas, confirmaba y prometía que la vida seguiría adelante, eternamente, más allá de la vida y de la muerte.

Cuando, al amanecer del día siguiente, volvieron en sí, no había nadie que hubiera podido traerles un poco de agua fresca. El fuego de la hoguera se había consumido y seis parejas desnudas yacían dormidas con los cuerpos entrelazados bajo los arbustos que rodeaban el lugar. Todo estaba tranquilo y, por lo visto, los niños seguían dormidos tranquilamente en el interior de la cabaña.

La mujer cuervo y el chamán se miraron con una sonrisa. Ravan encogió los hombros de frío y su compañero la rodeó con sus brazos.

★ ★ ★

Tras la ceremonia la tribu parecía cambiada, todos parecían alentar nuevas esperanzas y ganas de vivir. En una ocasión sorprendí a Dorin cantando, e incluso Yegua aprendió de nuevo a sonreír.

Desde aquella noche invocamos a las grandes fuerzas durante la ceremonia del solsticio. El año del primer encuentro pasaría a ser conocido como el año de la vuelta a la vida. Antes los años pasaban sin que nos diéramos cuenta pero, a partir de entonces, resultó importante que cada año fuera recordado por algún acontecimiento especial que acabaría dándole nombre. Los miembros de la tribu esperaban que yo los enumerara en el orden preciso y se dirigían a mí cuando, en las conversaciones alrededor del fuego, se producía alguna confusión.

Ésa es la razón por la que tuviste que aprenderte de memoria los nombres de todos los años, para que éstos no se pierdan jamás.

Aquel año y los siguientes Udonn continuó otorgando su bendición a nuestras mujeres, a pesar de que la comida seguía siendo escasa. No había suficientes animales salvajes, a pesar de que seguían llegando animales que provenían del oeste ocupando las regiones vacías. Sin embargo los hombres tenían que recorrer grandes distancias y correr muchos más riesgos que antes para conseguir algo de carne. Por suerte contaban con la ayuda de Runn, la loba, y de sus descendientes, cuya participación en las cacerías se había vuelto imprescindible.

El día que desapareció en el bosque y ya no volvió más, estábamos tan preocupados y tristes como si hubiéramos perdido a un miembro de la tribu. ¡Nos habíamos acostumbrado tanto a su presencia!

No obstante, después de muchas lunas, apareció de repente en la entrada de la caverna. Todos la recibimos con gran alegría, pero sobre todo Yegua, que no cabía en sí de gozo.

Aquel mismo año, el de la vuelta a la vida, Sauce y Elann dieron a luz dos niños, a los que llamaron Unuk e Issan. Al año siguiente nacieron tres más entre los que se encontraba Moro, el hijo de Onta, que presentaba diversas deformidades y que murió poco después. Su espíritu también recibió una pequeña piedra y un lugar en la cámara sagrada.

Después, para sorpresa de todos, fue Yegua la que tuvo una hija, a la que llamó Tori en honor a la que había perdido, y que salió adelante sin problemas. Y por fin naciste tú, mi niña: Gadra, la hija de Dorin. Desde el principio llamaron la atención tu vitalidad, tus hermosos ojos negros y el mechón de pelo rojo… ¡Parece que fue ayer!

Aquel segundo año me di cuenta de que, sin que nadie lo hubiera notado, habíamos abandonado la costumbre de distinguir entre nombres de niños y nombres de adultos. Todos los miembros de la tribu mantenían su primer nombre para siempre, como si fuera demasiado complicado habituarse a uno nuevo.

Hasta entonces apenas había oído hablar de niños que morían antes de nacer o de los que venían al mundo con alguna deformidad, pero por aquella época empezó a suceder casi todos los años. De todos modos debíamos aceptar la voluntad de Udonn pues, al fin y al cabo, la tribu recibía su bendición con mucha frecuencia. Por suerte, la mayoría de los niños nacían sanos y salían adelante sin problemas, pero había que alimentarlos. El alimento y la seguridad se convirtieron en lo más importante, ¡qué digo! en la única cosa realmente importante en nuestras vidas.

★ ★ ★

Al final del verano, durante una de sus expediciones, Wika y Pedernal se toparon con un cazador que viajaba solo. Wika lo examinó de arriba abajo y le preguntó cortésmente de dónde provenía y a donde se dirigía. El desconocido respondió con un torrente de sonidos incomprensibles. Wika sacudió la cabeza con pesar y los dos se quedaron pensativos.

De pronto el joven se llevó el dedo a la frente y dibujó un triángulo entre sus cejas. A continuación preguntó:

—¿Godain?

En aquel momento Wika lo entendió todo.

—¡Tú debes ser Jaschi!

El caminante asintió varias veces con la cabeza.

—¡Sé bienvenido! Godain se alegrará mucho de verte.

La tribu del Ciervo se alegró mucho de recibir a su primer huésped y durante los días siguientes a su llegada Godain tuvo mucho que traducir, aunque Jaschi aprendió rápido. Ogu, con sus seis años estaba fascinada al ver que podían enseñar algo a un adulto y muy pronto se convirtió en su amiga y en una incansable maestra. También los hombres se llevaban bien con él, resultaba muy útil en las cacerías, era un excelente pescador y un buen compañero. Además, era capaz de construir unas excelentes canoas de cuero. Para sorpresa de todos, jamás había oído hablar del Hombre de la Cornamenta, pero siempre escuchaba atentamente cuando alguien lo mencionaba y preguntaba mucho por él. Al principio intentó contarles cosas sobre el cielo, pero nadie entendía de lo que estaba hablando, y acabó dejándolo por imposible.

Las mujeres también sentían simpatía por Jaschi. Sauce y Elann dormían de vez en cuando con él, pero ninguna de ellas se mostró interesada en tomarlo como segundo compañero. Aun así, cuando llegó el invierno y preguntó si podía quedarse, los miembros de la tribu no sólo estuvieron de acuerdo, sino que se alegraron de que así fuera.

No hubo necesidad de esperar hasta el siguiente solsticio de verano para admitirlo oficialmente en el clan del Ciervo, sino que Ravan aprovechó la celebración de la ceremonia de los antepasados. Después de la fiesta se instaló de forma permanente en un lugar cerca de la entrada.

★ ★ ★

El invierno llegó demasiado pronto, tras un verano frío y lluvioso. No se volvió a repetir un milagro como el de la gran cacería de caballos del año anterior, pero el grupo de los cazadores —fortalecido por la presencia de Jaschi y ocasionalmente también por la de Birkin, que podía dejar a su pequeño con Onta— organizó innumerables partidas de caza con resultados más que satisfactorios.

La segunda parte del invierno trajo consigo grandes nevadas. Durante días, e incluso semanas, nadie podía salir de la caverna y los miembros de la tribu empezaron a pasar hambre. No obstante resultaba mucho más fácil de soportar que la hambruna del invierno anterior y todos lograron sobrevivir sin problemas, es más, Birkin volvió a quedarse embarazada.

La primavera se presentó de forma repentina y aquel año, por primera vez desde la terrible desgracia, el cielo volvía a ser azul y se oía cantar a los pájaros. La nieve se derritió tan deprisa que el río se desbordó. Los jóvenes intentaron ayudar a Jaschi a poner a salvo su barca cuando, de repente, llegó una fuerte corriente de agua de color marrón que arrastró consigo a Ciervo. Los cazadores encontraron su cadáver días más tarde en una pequeña pradera escondido entre la maleza.

Fue un duro golpe y una gran pérdida para la tribu. Elann, que tenía una relación maravillosa con él, lloró su muerte durante muchos días.

Ravan se encargó de que el funeral se celebrara lo antes posible y, aunque nunca se había tocado ese tema, nadie esperaba que Ciervo fuera enterrado con sus posesiones tal y como establecía el antiguo orden de las cosas. La tribu no podía permitirse prescindir de aquellas valiosas armas y de los diversos utensilios. El cazador tan sólo se llevó consigo su colgante de dientes de ciervo, una sencilla lanza y un amuleto tallado que Godain colocó junto a él. A pesar de todo, era un consuelo que la mujer pájaro preparara para él una pequeña piedra pintada de rojo y blanco.

Tal y como todos esperaban, Elann acabó tomando como compañero a Jaschi y él se fue a dormir junto a ella y al pequeño Issan.

A pesar de ello el vacío que dejó la muerte de Ciervo resultaba muy doloroso y ninguno de ellos lo olvidaría jamás. No obstante su pérdida no iba a ser la peor preocupación que le esperaba a la tribu del Ciervo aquel año que acabaría conociéndose como el año de la desdicha.

★ ★ ★

Al final del verano los jabatos resultaban una presa de lo más apetecible, pero habrían necesitado una jabalina y era posible que la madre estuviera acechando dispuesta a atacar a cualquiera que pretendiera hacer daño a sus crías. ¿Realmente podía permitirse poner en riesgo las vidas de dos cazadores para acabar cazando uno de ellos o, como mucho, dos? Para conseguirlo había que ser muy rápido, tener mucha puntería y, una vez alcanzado el objetivo, agarrarlo y desaparecer a toda prisa.

Reno, al que se le hacía la boca agua sólo de pensar en saborear un tierno y jugoso asado de jabalí, miró a Godain con expresión interrogante. Runn estaba quieta, en silencio, olfateando el lugar y dispuesta a atacar en cualquier momento. Godain sacudió la cabeza y le hizo un gesto para que volviera atrás. El joven bajó la cabeza y se retiró a hurtadillas. De repente uno de los pequeños echó a correr y pasó junto a él convirtiéndose en un objetivo de lo más deseable. Instintivamente, sin pensárselo dos veces, el chamán agarró el venablo y lo alcanzó. Inmediatamente después Reno arrojó su lanza y derribó una segunda cría.

El animal lanzó un inesperado chillido increíblemente penetrante.

«Espero que no hayamos cometido un error.»

Pero Godain no tuvo mucho más tiempo de pensar. De improviso algo le golpeó por detrás, lo tiró al suelo y, mientras le soltaba un bufido apestoso en la cara, lo atravesó con los colmillos y comenzó a pisotearle las costillas. Debía tratarse de la mismísima muerte que le agarraba, le desgarraba y le hacía pedazos.

Los chamanes morían así. ¿Dónde lo había oído?

Entonces oyó un grito. Sin duda debía tratarse de Reno. ¿O había sido él mismo?

En aquel momento sintió la proximidad de un lobo que empezaba a gruñir de una manera amenazante, justo en su oído. Era Runn. Sus mandíbulas se cerraron con fuerza y empezó a tirar fuerte de algo.

Los ojos se le llenaron de sangre y entonces se hizo el silencio. Ya no sentía ningún dolor. Una repentina oscuridad hizo que todo se desvaneciera.

★ ★ ★

Al anochecer, cuando la loba entró en la caverna renqueante, sangrando y gimiendo, las mujeres en seguida comprendieron que algo terrible había sucedido. Aquella tarde los hombres se habían divido en pequeños grupos tomando diferentes caminos. Godain y Reno habían salido acompañados de Runn. Ravan había sabido que se dirigían al bosque de encinas con intención de cazar venados.

¡Godain! Antes de que su cerebro tuviera tiempo de ponerse en marcha, la mujer pájaro ya había echado a correr. Si apenas detenerse agarró su venablo y una bolsa llena de agua que estaba colgada de la percha de cuerno de ciervos.

—¡Onta, Elann, Sauce! ¡Venid conmigo! Las demás quedaos aquí. ¡Runn! ¡Busca a Godain! ¡Busca! —gritó. El animal la miró con sus avispados ojos y pareció entender lo que se esperaba de ella, y también que era mucho más importante que el cansancio y el dolor. Cuando el resto de las mujeres estuvieron listas para partir, la mujer pájaro ya había desaparecido siguiendo a la loba a través de los arbustos.

Ravan no hubiera sabido explicar cómo se las arreglaron para llegar al claro del bosque pero, a pesar de la oscuridad de la noche, en seguida divisó a los dos hombres. Se encontraban a cierta distancia el uno del otro, y yacían sobre las hojas húmedas que cubrían el suelo y que habían sido revueltas por los jabalíes. Rápidamente se precipitó sobre Godain, le cogió por los hombros, le dio la vuelta y lanzó un grito. Tenía la parte derecha del rostro cubierta de sangre que provenía de una herida que tenía en la sien. ¿Tendría roto el cráneo? ¿Y qué pasaría con su ojo? ¿Estaría vivo todavía? Temblando le colocó la mano sobre el corazón mientras se ponía a rezar. Nada.

«¡Vairani, te lo suplico! ¡Por favor!»

En aquel momento sintió un débil latido, casi imperceptible. Aliviada rompió a llorar, pero de pronto se contuvo. No había tiempo para lágrimas. Seguidamente examinó con precaución el cuerpo inconsciente de su amado. La mano derecha estaba destrozada, y también presentaba heridas importantes en la rodilla y en la pierna. Estaba cubierto de arañazos y magulladuras, debía tener al menos dos costillas rotas y había perdido mucha sangre, Sin embargo lo más peligroso era la herida de la cabeza. Habría que limpiarla de forma provisional y vendarla hasta que pudieran llevarlo a la cueva donde disponía de agua caliente y de hierbas medicinales para la fiebre. Sería mejor hacerlo cuanto antes, aprovechando que estaba inconsciente y que no sentiría dolor. Ravan se había concentrado exclusivamente en su compañero y se afanaba en proporcionarle agua y hojas de consuelda mayor. Cuando hubo concluido los primeros auxilios, empezó a buscar ramas para construir una camilla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, mientras Elann la ayudaba diligente sin abrir la boca, Onta y Sauce estaban arrodilladas junto al cuerpo de Reno.

—¿Cómo se encuentra? —gritó entonces.

Onta no respondió y permaneció inmóvil como si no hubiera oído la pregunta.

—¡Onta! ¿Qué sucede? ¿No sabéis cómo ayudarle?

—Ya no necesita ayuda —dijo Sauce.

★ ★ ★

Wika estaba con la mirada perdida, reflexionando sobre el futuro de la tribu. Tras un período en el que parecía que las condiciones de vida empezaban a mejorar, de repente se encontraban sumidos en una situación crítica. Habían salido de las montañas de avellanos con siete cazadores. Después se les había unido un miembro de la tribu de los Salmones, y hacía poco había venido uno más. Sin embargo habían perdido a tres: a su hermano Pekum, a Ciervo y ahora también a Reno. Godain estaba gravemente herido y, incluso si lograba sobrevivir, la pérdida del ojo no sería un inconveniente para seguir ejerciendo como chamán, pero sin duda no podría cazar nunca más. Esto suponía que la responsabilidad de proporcionar carne para la tribu recaía en sólo cinco hombres: Pedernal, Barn, Herat, Jaschi y él mismo. Un número muy reducido teniendo en cuenta que había que mantener a siete mujeres y siete niños. A no ser que ocurriera un milagro, estaban condenados a una muerte segura.

Entonces miró a su alrededor. Los miembros de la tribu eran conscientes de la situación y deambulaban por la caverna con las cabezas gachas, como aturdidos. Realizaban sus tareas de forma automática, del mismo modo que se ocupaban de Godain o que acompañaron a Reno hasta su tumba. Indolentes como si no fueran más que almas en pena. La desesperación y el desánimo habían vuelto a apoderarse de la tribu.

A todo ello había que añadir la preocupación por la salud de Godain, que se encontraba entre la vida y la muerte y que se pasaba las horas delirando por culpa de la fiebre. Sólo de pensar que pudiera morirse, Wika sentía un escalofrío.

Ravan luchaba como una posesa por salvar la vida de su compañero. El miedo a perderlo había hecho que se concentrara exclusivamente en él, el resto del mundo era como si no existiera. Repetía sus plegarias casi ininterrumpidamente y se comportaba como si fuera a dejar de respirar si lo perdía de vista un momento. El único momento en que se separó de su lado y dejo que lo cuidara Yegua, fue durante el entierro de Reno.

Wika entendía cómo se sentía, pero las cosas no podían seguir así, la tribu necesitaba alguien que les guiara. Había que hacer algo. Godain dormía pero su sueño era agitado y de vez en cuando hablaba en voz alta, pero no podía hacer nada por ayudarlo y la única que podía hacer algo por él era la mujer pájaro.

El jefe de los cazadores se irguió, se puso en pie y se acercó al lecho de Godain.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó con voz queda.

—Un poco mejor. La infusión de hojas de saúco está haciendo efecto y la fiebre ha empezado a bajar.

—¿Sobrevivirá?

—Tiene que hacerlo —dijo Ravan cerrando los ojos por un instante.

—Me gustaría hablar contigo, mujer cuervo.

—¿Conmigo? ¿De qué?

—De nosotros. De la tribu. De lo que va a pasar a partir de ahora. Mira a tu alrededor. Los miembros del clan están desesperados.

—Ahora no, Wika —respondió la joven—. No puedo dejarlo solo.

—Lo siento, Ravan, pero ha llegado el momento de que me escuches. ¿No te acuerdas de lo que siempre decía Imtu? La mujer pájaro tiene el deber de servir a toda la tribu. Ella siempre se comportó de acuerdo con esta norma.

Ravan levantó la vista y se apartó los cabellos de su pálido rostro.

—¿Imtu? Sí. Tienes razón, Wika. Te agradezco mucho que me lo hayas recordado —a continuación añadió—: Esta noche nos reuniremos para hablar de esto. Díselo a los demás.

★ ★ ★

Acabada la cena, los abatidos miembros de la tribu se quedaron junto al fuego en silencio. Ravan estiró una vez más la manta que cubría a Godain, se puso en pie y se acercó a ellos. A continuación tomó asiento en un lugar donde pudiera vigilar muy de cerca al enfermo.

—Tenemos que hablar —comenzó—. Todos vosotros conocéis la delicada situación en la que nos encontramos. Muy pronto acabará el verano, las hojas ya han empezado a volverse amarillas. Necesitamos urgentemente almacenar provisiones, pero sólo contamos con cinco cazadores. Es posible que, con ayuda de Udonn, Godain sobreviva, pero durante mucho tiempo no podrá salir a cazar. Quizás no pueda hacerlo nunca más. Como podéis imaginar esto dificulta mucho las cosas —a continuación hizo una pausa intentando dar con las palabras adecuadas—. No obstante, a pesar de que somos pocos, lucharemos por sobrevivir del mismo modo que lo hemos hecho hasta ahora. Y esta vez también lo conseguiremos. Udonn-Vairani y el Hombre de la Cornamenta nos ayudarán. A partir de ahora debemos decidir las medidas que tomaremos para superar el invierno. Hombres y mujeres debemos reflexionar al respecto y todas las propuestas serán bienvenidas.

A continuación se produjo una pausa. Birkin fue la primera en intervenir. A sus pies estaba la segunda lanza de Barn. Había estado puliéndola y tenía los dedos apoyados en el mango.

—Yo saldré a cazar con los hombres más a menudo —dijo dirigiéndose a Wika—. Estoy algo desentrenada, y al principio tendréis que tener paciencia. Aun así haré todo lo que esté en mi mano.

—Muchas gracias, Birkin —respondió Wika—. Contigo seremos seis cazadores que deberán cazar para otras tantas mujeres y sus hijos. Eso ayudará mucho. Pero, ¿y tu hijo? Además ¿no estás…?

—Yo me ocuparé de Hemo —dijo Onta—. Al fin y al cabo se pasa el día con Illa.

—En cuanto a mi embarazo —añadió Birkin en respuesta a la pregunta que no se había atrevido a hacer Wika—, no tiene por que ser ningún problema.

—De acuerdo.

Ravan se quedó mirando a Onta. Le maravillaba la actitud fuerte y decidida de aquella joven que había perdido a dos hijos y ahora a su compañero. Sus ojos estaban rodeados de grandes ojeras y tenía los hombros contraídos. Aun así no estaba dispuesta a rendirse pues debía cuidar de su pequeña Illa. Tal vez era tan fuerte precisamente por todas las desgracias que había tenido que sufrir.

Pedernal se aclaró la garganta.

—Tendremos que organizar una gran partida de caza. Hace mucho que no aparece ningún caballo pero creo que en las montañas del norte hay un par de manadas. Todavía es pronto para la Gran Cacería, pero podríamos intentar capturar un par de caballos y conservar su carne para el invierno. Estamos gastando demasiadas energías en cazar animales pequeños. Sin embargo, si nos marchamos, tendrán que participar todos los hombres y no quedará nadie para realizar los trabajos más pesados ni para proteger la caverna. ¿Creéis que os las podríais arreglar solas durante un par de días?

Las mujeres se quedaron pensando unos instantes y asintieron. Yegua tomó la palabra para hablar en nombre de todas ellas.

—Sí —dijo con la voz ahogada—. No os preocupéis por nosotras. Además, cuando regreséis, las mujeres saldremos a recolectar y también estaremos fuera varios días. Ya hemos recogido la mayor parte de las bayas y frutos de los alrededores y tendremos que alejarnos un poco. Mientras estáis fuera aprovecharemos para preparar varios cestos.

Elann estuvo de acuerdo.

—Necesitamos sobre todo nueces y avellanas y para eso tendremos que desplazarnos hasta las lindes de los bosques. Además tendremos que excavar en busca de raíces, pues este año han crecido muchas más plantas que el pasado.

—Yo me quedaré aquí —intervino Sauce—. Alguien tiene que cuidar de los niños y puedo dedicarme a trenzar redes. Se me da muy bien, en la tribu de los Salmones todos lo hacíamos. Cuando Godain se encuentre mejor quizás pueda venir conmigo y con Ravan a pescar al río. Para pescar con redes no hace falta tan buena vista como para cazar.

—Tienes razón —opinó Herat—. El Egar no es tan grande como el Maionn y tampoco conocemos los mejores lugares pero, si pescamos con redes, conseguiremos muchos más peces que si lo hacemos con cañas o con la lanza. Hasta ahora Sauce y yo no habíamos comentado nada porque ahora pertenecemos a la tribu de los ciervos pero, dadas las circunstancias…

—Dadas las circunstancias debemos aprovechar todo las oportunidades que se nos presenten —concluyó Ravan dándole la razón.

—En lo que se refiere a la pesca —intervino Jaschi—, me gustaría hacer un par de sugerencias. Si construimos otra barca os podría enseñar a guiarla. De este modo podríamos ir en busca de los peces. Conozco un par de sitios donde abundan las truchas, lucios, percas y siluros. Además, también hay cangrejos.

—¿Y si al llegar nos encontramos con gente de tu antigua tribu? —reflexionó Wika.

Jaschi se encogió de hombros.

—En ese caso tendríamos que ponernos de acuerdo con ellos. De todos modos no creo que encontremos a nadie, se han vuelto muy… perezosos. Hace tiempo que renunciaron a seguir luchando…

De pronto todos se quedaron callados. ¿Qué pasaba con una tribu si, al llegar los momentos difíciles, renunciaba a seguir luchando?

Ravan observó que Barn llevaba un rato intentando contenerse, pero al final se decidió a dirigirse al jefe de los cazadores.

—Escucha, Wika, llevo mucho tiempo queriendo que me expliques cómo se construye un arco y que me enseñes a utilizarlo. Junto al río hay una gran cantidad de gansos y patos, y debo reconocer que, tanto en los cañaverales como en la espesura del bosque… el arco y las flechas resultan mucho más útiles que la lanza. Normalmente la caza de aves no es lo más apetecible para un buen cazador, pero…

—Quizás yo también podría construir un par de arcos pequeños —opinó Birkin—. Creo que podría ser una buena arma de caza para las mujeres. Tal vez alguna otra también estaría interesada en probar…

—Yo lo haré —respondió Elann solícita.

—Cuando yo era niña se me daba bastante bien usar el arma arrojadiza —añadió Yegua.

Ravan escuchó con atención sin decir nada, pero asintiendo con la cabeza ante cada nueva sugerencia. Estaba profundamente emocionada.

—Estoy de acuerdo con todos vosotros y me encantará acompañaros a pescar cuando Godain… se encuentre mejor. Además, quiero que sepáis que estoy muy orgullosa de vosotros y que me siento muy honrada de ser la mujer pájaro de la tribu del Ciervo. Hace un momento estaba convencida que todo había acabado, que se habían agotado nuestras fuerzas y que esta vez seríamos incapaces de salir de este bache. Ahora sé que estaba equivocada. Incluso en momentos tan difíciles para todos, todavía somos capaces de encontrar nuevos caminos. Eso es precisamente lo que nos salvará. Udonn estará con nosotros y el Hombre de la Cornamenta…

—Ahora que lo mencionas —interrumpió Wika—, antes de salir de cacería deberíamos celebrar una ceremonia para invocar al Ciervo Sagrado. Sin embargo nuestro chamán no está en condiciones de llevarla a cabo. Se me ha ocurrido que quizás tú estarías dispuesta a dirigirla y a presentar las ofrendas. Nosotros lo prepararíamos todo y te ayudaríamos…

La mujer cuervo se quedó sin palabras y se limitó a asentir con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta que le impedía expresar lo que sentía.

★ ★ ★

Los miembros de la tribu del Fresno hicieron lo posible y lo imposible por salir adelante y todos y cada uno de ellos dieron lo mejor de sí mismos. Se produjeron algunos fracasos y sufrieron diversos reveses, pero los superaron con perseverancia y aportando siempre nuevas ideas. Todos tenían muy presente que la supervivencia del clan dependía de su ingenio y su pericia y fue así como consiguieron superar el invierno sin sufrir más pérdidas. Muy pronto todo el mundo se acostumbró a ver a Birkin, Elann y Onta con el carcaj a la espalda dirigiéndose a cazar patos.

Las heridas de Godain acabaron curándose y poco a poco recuperó las fuerzas. Había perdido el ojo derecho y tampoco veía bien con el otro, además cojeaba ligeramente. Estaba claro que debía olvidarse por completo de su labor de cazador. A Ravan le espantaba la idea de que pudiera perder su rango y convertirse en una carga para la tribu pero, sorprendentemente, eso no ocurrió. Continuó dirigiendo las ceremonias y hablando en nombre del Hombre de la Cornamenta.

Tras aquella larga convalecencia lo notó algo cambiado, como si una parte de él se hubiera quedado en la tierra de los muertos. Pasaba mucho tiempo solo en la cámara tallando varas y pequeños amuletos que adornaba con diferentes muescas y símbolos. A menudo le resultaba difícil hablar con él y en ocasiones no le respondía o murmuraba cosas ininteligibles. Pero el lazo que le unía a él era tan fuerte que no le importaba lo más mínimo.

Los cazadores lo honraban y honoraban como si fuera el mismísimo Hombre de la Cornamenta en persona y seguían sus consejos al pie de la letra. Aunque todavía le faltaba mucho para ser un anciano, la enfermedad había hecho que sus cabellos se volvieran blancos, lo que producía un extraño contraste con su la oscura piel de su rostro. A pesar de ello su poder no decreció, sino que se hizo aún mayor.

★ ★ ★

Al inicio del tercer año, cuando todavía era invierno, Birkin dio a luz a una hermosa niña a la que llamó Dina.

Sin embargo ella no fue la que dio nombre a aquel año, pues lo llamamos el año del encuentro con la tribu de los lucios. A principios de verano levantamos un campamento en la parte superior del río para pescar truchas. Jaschi nos había indicado el lugar, por eso no nos sorprendimos cuando una tarde se nos acercaron un par de pescadores de su antigua tribu. Tenían muy mal aspecto y llevaban las ropas destrozadas. Nuestro compañero tenía mucha razón cuando explicó que las cosas no les iban nada bien. Realmente daban la impresión de haber dejado de luchar. Les invitamos a pescar con nosotros y al acabar les dimos una parte del botín, que ellos aceptaron agradecidos.

Iban acompañados de un perro delgaducho con el pelo de color oscuro y al que se le marcaban todas las costillas. Tenía el hocico y las orejas de un tono más oscuro y el rabo curvado hacia arriba. Los miembros de la tribu de los lucios nos contaron que habían pertenecido a un viejo pescador que había muerto el año de la tormenta de fuego. Desde entonces nadie se ocupaba de él, pero se había quedado merodeando alrededor de la caverna y alimentándose de las sobras y los desperdicios. Runn se mostró interesada por él y todos nos quedamos atónitos cuando, una tarde, los encontramos apareándose. De pronto se me ocurrió que quizás Vairani también trasmitía su pasión y su deseo a los animales. Cuando emprendimos el camino de vuelta, el pobre animal decidió seguirnos y nosotros le pusimos el nombre de Dille.

De vuelta a la caverna del Ciervo, mientras conversábamos al calor de la lumbre, Jaschi comentó:

—He de reconocer que me siento muy satisfecho de pertenecer a esta tribu —a continuación miró a Elann y en sus labios se dibujó una sonrisa. Ésta le correspondió con el mismo gesto de cariño.

Dos lunas más tarde Runn tuvo cachorros. Se trataba de cuatro machos y nos llamó la atención que ninguno de ellos tenía aspecto de lobo. Sus hocicos eran más cortos, y también las patas. Dos de ellos tenían el pelo más claro que Runn, pero con las orejas oscuras, y a uno se le curvaba la cola hacia arriba como si fuera la rama de un avellano. Un día, mientras observaba como Dilk cuidaba de ellos con mucha paciencia pensó: ¿Era posible que Udonn se hubiera inspirado en él para crearlos? ¿Y por qué lo habría hecho? En realidad entre las personas también se daban casos en que los hijos de una mujer se parecían a su compañero o a otro de los cazadores. En aquel momento pensé en Birkin que se parecía tanto a Trom, teniendo en cuenta que ella era una mujer joven y él un anciano cazador. Aquello debía significar algo, pero no conseguía entender qué. Tal vez un día le preguntaría al cuervo.

El cuarto año, mi querida Gadra, fue el de la muerte de Dorin. Tu madre murió tras dar a luz un niño con malformaciones. Después de que aquel cuerpecito sin vida saliera de su vientre, no dejó de sangrar. De entre sus piernas manaba un delgado reguero que no conseguíamos detener. Al día siguiente, simplemente dejó de respirar.

Por entonces tú tenías tan sólo dos inviernos y no eras consciente de lo que había sucedido, pero para los adultos supuso una terrible pérdida. Era la primera vez que moría una de las madres de la tribu y el dolor y la pena permanecieron entre nosotros durante mucho tiempo.

A partir de entonces tu tía Yegua se ocupó de de ti y de tu hermana Ogu. Lo sé, era una mujer muy estricta, pero siempre cuido muy bien de vosotras. Ella siempre repetía que Udonn le había quitado a tres hijos y que al final le había permitido criar a otros tres. Trabajaba sin descanso, pero parecía muy feliz y daba la impresión de haberse reconciliado con su destino. Recuperó su antigua fuerza aunque nunca volvió a ser la mujer rellenita de antaño. Además le faltaban dos dientes.

Pasado un tiempo, y teniendo en cuenta que la muerte de Dorin había hecho que Pedernal se quedara solo, sugerí que Onta lo tomara como compañero. Tras reflexionar un poco, ella estuvo de acuerdo.

—¿Te resulta difícil? —le pregunté.

—Sí… bueno, en realidad no, pero sabes muy bien que nunca encontraré a nadie como Reno. Era el mejor de todos y nunca lo olvidaré.

Entonces me di cuenta de que nadie se planteaba la posibilidad de que los hombres y mujeres opinaran sobre si querían o no formar una pareja, tal y como hacían antiguamente las Ancianas Madres. Tendría que ser yo quien lo hiciera, y sin duda lo haría, pero más adelante. En aquellos momentos lo único importante era conseguir sobrevivir un invierno tras otro.

Aquel año Birkin dio a luz a su tercer y último hijo, el pequeño Kuru. Sauce tuvo una hija a la que llamó Pirit y tanto las madres como sus pequeños salieron adelante sin problemas.

El quinto año fue el año en que Yegua dejó de sangrar. Aquel hecho la convirtió en la primera Anciana Madre de la tribu del Ciervo. Yo me alegré especialmente porque a partir de aquel momento ya no tendría que celebrar sola las noches de luna llena. Desde entonces éramos cuatro los que gobernábamos el clan: Yegua, como Anciana Madre, Godain como chamán, Wika, en calidad de jefe de los cazadores y yo como mujer pájaro.

Aquel año Elann tuvo un segundo hijo, pero murió a los pocos días.

El sexto año fue el de la abundancia. Teníamos tanta cantidad de comida y de plantas comestibles que nos costaba creerlo.

Onta dio a luz a su hija Nedi y Elann tuvo otro niño, Tott, que salió adelante sin problemas.

El séptimo año desde la terrible desgracia fue el del regreso a las montañas de avellanos.

★ ★ ★

Los miembros de la tribu del Ciervo se acercaron con precaución a la caverna que un día había pertenecido al clan del Fresno. Desde lejos se veía que era imposible que estuviera habitada, la entrada estaba cubierta de enredaderas y ramas de endrino, pero siempre existía la posibilidad de que algún animal salvaje hubiera decidido instalarse en su interior. Paso a paso se acercaron, olfatearon el lugar y revolvieron la maleza con las lanzas, pero no pasó nada. A continuación atravesaron los matorrales que un día habían servido para delimitar el recinto interior del exterior. Habían brotado unos pequeños sauces y a sus pies comenzaban a crecer algunas plantas trepadoras.

Salvo el muro este, las antiguas paredes de ramas trenzadas de la parte anterior de la caverna se habían derrumbado, y las placas del suelo habían reventado. La mampara que en el pasado se había utilizado para proteger la entrada, estaba tirada en el suelo y no quedaba ni rastro de las tiras de cuero que se utilizaban para sujetarla. Tanto el sol como la lluvia podían acceder al interior sin problemas. De las esteras y pieles que en otro tiempo habían servido para hacer el lugar más confortable no quedaba ni rastro.

Wika, Pedernal y Barn agarraron firmemente sus lanzas y atravesaron con cautela el pasillo que conducía a la antigua caverna. Parecía vacía. De repente se quedaron petrificados. Desde un hueco de la pared les sonreía una calavera. Con el corazón en un puño Wika se acercó a ella. Junto al cráneo había algunos jirones de piel de reno que en algún momento debieron de ser de color blanco, un par de vértebras y un fragmento de un colgante de mujer que mostraba la cabeza tallada de una mujer pájaro. Los tres hombres se quedaron en pie intentando serenarse.

—¿Habéis encontrado algo? —preguntó Ravan abriéndose paso para ver de qué se trataba. Pedernal le mostró el hueco y también ella se quedó paralizada con los ojos muy abiertos.

—Imtu… —musitó.

Los cazadores siguieron caminando hacia el interior y muy pronto volvieron a detenerse cuando percibieron el olor a leña quemada. Provenía de la cámara de atrás, la que antiguamente había pertenecido a Imtu. De repente Ravan sintió un atisbo de esperanza, que se desvaneció inmediatamente cuando echó un vistazo al interior por encima del hombro de Wika. En el centro había una hoguera encendida y junto a ella estaba sentado un hombre delgado, con un aspecto sucio y descuidado envuelto en la piel de algún animal. Entre sus despeinados cabellos y su barba mal cortada asomaban unos ojos aterrorizados que se quedaron mirando a los recién llegados.

Wika esperó respetuosamente a que dijera algo, pero éste no abrió la boca. Durante un buen rato nadie se movió y sólo se oía el crepitar de las llamas.

Finalmente el jefe de los cazadores levantó la mano y dijo:

—Yo te saludo, hermano, en nombre del Hombre de la Cornamenta. Me llano Wika y pertenecemos a la tribu del Ciervo. ¿Estás solo?

El aludido no respondió y siguió observándolos sin moverse de su sitio. Entonces su rostro delgado y cubierto de mugre pareció estremecerse. Wika miró a Pedernal con expresión interrogante.

—Escucha —intervino Barn—, no pretendemos hacerte ningún daño. Hace mucho tiempo vivíamos en esta caverna, por aquel entonces pertenecía al clan del Fresno. Hemos estado mucho tiempo lejos de aquí, pero por fin hemos vuelto —como el otro siguió sin reaccionar, el joven preguntó—: ¿Entiendes lo que hablamos?

Una vez más la pregunta quedó sin respuesta. El hombre paseaba la mirada de uno a otro, como si se sintiera acosado. Parecía un animal que había caído en una trampa. Los cazadores estaban desconcertados y tampoco Ravan sabía qué hacer.

Mientras tanto fue llegando el resto del grupo y empezaron a amontonarse en la entrada de la cámara. El hombre, que pareció sorprendido del número de personas, tragó saliva y agarró el colgante que pendía sobre su pecho. Ravan siguió con atención sus movimientos y guiñó los ojos para verlo mejor.

«No puede ser.»

—¿Tejón?

El desconocido se sobresaltó y se quedó mirando a la mujer pájaro. Ravan dio unos pasos hacia delante, se agachó junto a él y le cogió las manos.

—¿De verdad eres Tejón? ¿No te acuerdas de mí? Soy Ravan…

El hombre abrió la boca como si intentara decir algo, pero luego la volvió a cerrar. Entonces movió la cabeza en señal de asentimiento. De pronto un reguero de lágrimas comenzó a correr por sus mejillas arrugadas y cubiertas de ceniza. Entonces se anudó su sucia capa y, con los dedos temblorosos, mostró a Ravan el colgante de huesos de tejón que llevaba desde que era un joven cazador. Ravan volvió a agarrar con fuerza sus manos encallecidas.

—¿Has estado viviendo aquí solo? ¿Todos estos años? —preguntó conmovida.

Tejón volvió a asentir.

Entonces Wika se acercó a él y le colocó la mano sobre el hombro para tranquilizarlo.

—No te preocupes —susurró—. Ahora hemos vuelto. Estamos aquí para quedarnos.

Nunca consiguieron averiguar cómo se las había arreglado Tejón para sobrevivir a la gran desgracia y volver al arroyo de los juncos. Lo que estaba claro era que llevaba varios años viviendo allí. Ravan intentó sonsacarle si al volver había hallado algún cadáver y si había enterrado a alguien pero, cuando lo guió hasta el hueco en la pared y le preguntó por el cráneo se alteró tanto que Ravan tuvo que desistir. Probablemente, antes de que volviera, algún animal carroñero se había llevado los huesos del resto de la tribu excepto los pocos que estaban en el hueco y que seguramente él los había colocado allí y después se había olvidado de ello. Desgraciadamente tendrían que aprender a vivir con ello. Por suerte tenían las piedras de los espíritus.

Tejón había perdido para siempre la capacidad de hablar, pero podía cazar y hacerse entender por medio de gestos y de algunos sonidos simples. Además resultó muy útil para las tareas de la caverna, e incluso demostró una gran destreza para determinados quehaceres. Cuando Wika alababa sus logros su rostro mostraba un asomo de sonrisa, pero todo lo que tenía que ver con los hábitos cotidianos y con el trato con los demás le producía auténtico terror. En aquellos momentos se quedaba paralizado, respiraba con dificultad y los ojos parecían salírsele de las órbitas. Muy pronto todos se dieron cuenta y le dejaban en paz hasta que, un tiempo después, comenzó a relajarse. Durante muchos años vivió solo sin pareja al margen de su nueva tribu hasta que un día, durante una cacería, un uro lo mató de una embestida. Los miembros de la tribu del Ciervo lo enterraron junto a su colgante de huesos de tejón.

★ ★ ★

Tras su llegada mujeres y hombres se concedieron dos días de descanso para recuperar fuerzas después de su largo viaje. Después se pusieron manos a la obra y limpiaron la antigua caverna, reconstruyeron la parte anterior y se prepararon para el invierno. Las parejas se pusieron de acuerdo entre sí para distribuir el espacio. Nadie mencionó siquiera la idea de los hogares y Ravan pensó que quizás debía hablar con las mujeres sobre ese asunto, pero acabó dejándolo.

Ella y Godain se instalaron en la cámara posterior y se construyeron una cabaña en el exterior donde antiguamente se levantaba la residencia de verano de Imtu, de la que no quedaba ni rastro.

Poco antes de que llegaran las primeras escarchas del otoño ya tenían todo preparado. Entonces invocaron a Udonn-Vairani y al Hombre de la Cornamenta y les consagraron la caverna del Ciervo y los alrededores que, a partir de entonces, se convirtieron en el hogar de la tribu. A continuación celebraron una fiesta bañaba por los suaves rayos del sol otoñal que iluminaba las ramas cubiertas de hojas.

El de Senn, la hija de Sauce, fue el primer nacimiento tras el regreso a las montañas de avellanos.

★ ★ ★

Durante las noches de invierno tuvimos tiempo suficiente para comentar con todo detalle lo acontecido durante el largo viaje de vuelta al arroyo de los juncos. En aquel momento, cuando ya había pasado todo, nos resultaba difícil comprender cómo habíamos tenido el valor de emprender el camino de regreso.

Ya en otoño del año anterior habíamos empezado a pensar con añoranza en la tierra en que habíamos nacido y a preguntarnos qué aspecto tendría, y en invierno, durante la luna del hielo, volé con el cuervo y éste me mostró las sinuosas colinas de las montañas de avellanos. Habían recuperado su verdor, el agua de arroyo volvía a ser clara, y había animales para cazar, bayas y frutos. Cuando regresé le conté a los demás lo que había visto y todos nos sentimos invadidos por la nostalgia aunque nos intimidaba la idea de tener que enfrentarnos a un viaje tan duro y extenuante.

A pesar de todo, no renunciamos del todo a la idea de llevarlo al cabo algún día y Udonn continuó enviándonos señales alentadoras. Incluso Godain, que no provenía de la caverna del Fresno, se mostraba partidario de volver.

—Al Hombre de la cornamenta le gustaba aquel lugar. Aquella tierra siempre nos ha hablado —dijo en una ocasión con aquel tono enigmático que solía utilizar cuando se dirigía a nosotros. Al llegar la primavera empezamos a prepararlo todo, a pesar de que no se había tomado una decisión conjunta. Fuera lo que fuera lo que nos esperaba allí, queríamos volver a casa.

No obstante, llegado el momento, nos resultó muy difícil despedirnos de la caverna junto al río Egar. Todos los niños excepto Ogu habían nacido allí y algunos de nuestros miembros habían encontrado la muerte en aquellas tierras extrañas y allí se encontraban sus sepulturas. Aquello hacía que nos sintiéramos muy unidos a aquel lugar.

Al llegar la luna de las hojas verdes emprendimos la marcha. Esta vez íbamos mejor preparados, conocíamos nuestro objetivo y no teníamos que enfrentarnos al miedo a morir en un desierto de lodo. Cuando llegamos al otro lado de las montañas de pinos examinamos con detenimiento la tierra que se extendía ante nuestros ojos. Había cambiado mucho, la vegetación de las colinas y valles estaba compuesta de praderas, pequeños arbustos y algunos árboles jóvenes y delgados. Los densos bosques de olmos, encinas, abedules y fresnos ya no existían. En las zonas donde la tierra era más húmeda, crecían delgados sauces y algunos muy alisos. Afortunadamente los arbustos de avellanas seguían allí y estaba cargados de frutos.

Había pequeños senderos y huellas que indicaban que todavía existían animales, pero no tantos como antes. Por lo visto las manadas de caballos habían desaparecido definitivamente y tampoco había nada que indicara la existencia de osos pardos. Quizás más adelante encontrarían el camino de vuelta.

Por lo demás la tierra estaba completamente deshabitada. Años atrás, durante nuestra huida, habíamos encontrado algunos poblados, pero esta vez no había ni rastro de vida humana. ¿Seríamos los únicos en aquella inmensidad? ¿Viviríamos solos para siempre? La sola idea de que aquello pudiera ser cierto nos aterrorizaba.

A pesar de los cambios en el paisaje, los cazadores no tuvieron problemas para encontrar el camino de vuelta. Llegamos a la parte alta del Maionn, seguimos el curso del río pero no llegamos hasta la caverna de los Salmones, sino que nos desviamos antes y nos encaminamos directamente hacia el oeste movidos por el deseo irrefrenable de averiguar cuanto antes cómo estaba todo en el que había sido nuestro hogar.

Un cálido día de verano llegamos por fin al arroyo de los juncos. Los niños corrieron hacia la orilla, bebieron sus frescas aguas y se divirtieron salpicando y chapoteando. Los adultos, por el contrario, nos quedamos de pie, en silencio, comparando aquel verde valle bañado por el agua y por la luz del sol, con la imagen de muerte que se había grabado en nuestras mentes para siempre. Al final bebimos un poco y seguimos su curso ondulante hasta llegar a la caverna, donde encontramos al hombre mudo.

Cuando nos instalamos éramos seis mujeres, seis hombres —siete con Tejón— y trece niños, entre los que había cinco varones que, con un poco de suerte, acabarían convirtiéndose en fuertes y valerosos cazadores. Al año siguiente, o quizás dos años después, Ogu se convirtió en mujer en la fiesta de las vírgenes. Por entonces tú tenías cinco años, Gadra, y ya destacabas por tu fuerza y tu mirada despierta.

En primavera Wika y Pedernal descubrieron la caverna de los Castores. Estaba vacía y un grupo de zorros se había instalado en su interior. Más adelante fue Herat el que encontró con Wika el lugar donde vivía la tribu de los Castores. Allí encontraron a alguna gente, aunque eran desconocidos. Se trataba de la tribu de las nutrias, un pequeño grupo que provenía del sudeste y que constaba de cinco cazadores, tres mujeres y un par de niños. No sabían nada de los antiguos habitantes de la caverna y les contaron que habían encontrado un campamento parcialmente destruido y un puñado de huesos. Al llegar el otoño nos reunimos con ellos para celebrar una Gran Cacería que resultó muy agradable y fructífera. Nos entendíamos muy bien con ellos aunque no conocían a Udonn y extrañamente veneraban a una gran cazadora de nombre Ardein. No obstante, tras la terrible desgracia, había tan poca gente que dábamos las gracias a la Gran Madre por cada pequeño grupo que encontrábamos.

Más adelante Ogu tomó como compañero a Wilm, un hombre de la tribu de las nutrias, y tuvo dos hijas.

De este modo la vida siguió adelante y los años transcurrían uno tras otro. Ya casi nadie se acordaba del Antiguo Orden de las Cosas, que antiguamente gobernaba nuestra tribu. Parecía como si fuera otro tiempo, otro mundo. Los hombres y las mujeres vivían juntos, trabajaban duro para salir adelante y celebraban juntos las ceremonias. Mientras tanto seguían naciendo niños y el clan se fue haciendo cada vez mayor.

Tras el regreso pasaron otros siete años hasta que, de repente me puse a pensar que ya habían cumplido veintinueve inviernos y ya no era una mujer joven. Había llegado el momento de pensar en elegir una sucesora y comenzar a instruirla. No quería esperar a ser tan anciana como lo era Imtu cuando empezó a enseñarme todo lo que sabía. Mi joven mujer pájaro debía tener tiempo suficiente para hacer suyos todos mis conocimientos y para reunir la suficiente experiencia mientras yo todavía estuviera sana y fuerte.

El cuervo me dijo que no debía preocuparme por ese tema porque Udonnn-Vairani ya se había encargado de elegir a la joven más adecuada. Entonces comencé a observar a la tribu y me di cuenta de que tenía razón. A partir de entonces sólo tenía que esperar a que ella viniera a mí.

★ ★ ★

«Tengo que hablar con ella. No puedo seguir postergándolo.»

Gadra se retiró con decisión la melena de color rojizo y se la ató con un nudo. A continuación se puso la falda de mimbre que le había tejido su tía Yegua, sacó el guijarro de color verde de su escondite secreto y lo apretó con fuerza en su puño. Era liso, estaba caliente y parecía como si latiera débilmente. Aquélla era la respuesta, la valiosa señal que le había enviado Udonn. Había llegado el momento. Se alegraba de que las demás estuvieran ocupadas y no la pudieran ver. Con la piedra en la mano, que estaba húmeda de sudor por los nervios y la excitación, se dirigió a la cabaña de Ravan. La puerta estaba abierta. Gadra se aclaró la garganta.

—Adelante, pequeña mía.

Con el corazón latiendo a toda velocidad la joven entró en la estancia y se agachó junto a la hoguera. Godain no estaba y Ravan esperaba relajada. La muchacha reunió todo el valor de que fue capaz y la miró a la cara.

En aquel momento, al observarla tan de cerca, se dio cuenta por primera vez de que la mujer pájaro estaba envejeciendo. Sus cabellos se habían vuelto grises y había cogido algo de peso. Gadra se acordaba muy bien de cómo era su aspecto dos años antes. En la vida diaria era pequeña y poco llamativa, pero cuando se ponía la corona de plumas durante las ceremonias parecía más alta e imponente. Era la sabia, poderosa y respetada mujer pájaro, que con sus poderes mágicos había conseguido sacar adelante a la tribu durante los años de la terrible desgracia; la que guiaba al clan del Ciervo junto a su compañero Godain; la que se transformaba en Vairani durante la fiesta del solsticio y celebraba la unión con el Hombre de la Cornamenta. Aquella mujer callada que tenía justo delante era un ser extraordinario.

«¿Cómo se me ha ocurrido pensar que yo podría ser como ella? ¡Ojala me tragara la tierra! Será mejor que le pida un amuleto protector y me vuelva por donde he venido.»

—¿Y bien, Gadra? —dijo entonces Ravan—. Creo saber para qué has venido. La Gran Madre te ha llamado ¿verdad? Quiere que te conviertas en mujer pájaro y que te pongas al servicio de la tribu. ¿Tengo razón?

La joven casi se quedó sin respiración cuando la oyó expresarse una forma tan directa su profundo y secreto deseo. ¿Realmente era todo tan simple?

—Creo que sí —respondió con el corazón en un puño.

Ravan hizo un gesto con la cabeza.

—¿Qué tienes ahí, en la mano?

Gadra le mostró la piedra de color verde. Ravan la cogió y la acarició pensativa.

—¿Qué edad tienes exactamente?

—He sobrevivido doce inviernos.

—Sí. Esa es una buena edad. Llevo un tiempo observándote. Tendrás que aprender muchas cosas, como por ejemplo, a volar con tu pájaro protector… con el ganso salvaje, creo. O tal vez con el arrendajo. Y también a celebrar la luna llena, con Yegua, con Onta y conmigo. Además deberás memorizar la historia de la estirpe de Udonn para que nunca se pierda y para enseñarla a tu sucesora.

—¿Quiere eso decir que puedo… que quieres… que estás de acuerdo? —el rostro de Gadra se sonrojó y sus ojos brillaban de alegría.

Ravan sonrió.

—¿De verdad quieres ser mujer pájaro?

—Más que ninguna otra cosa en el mundo.

—Vivirás conmigo en la cabaña. No creas que será fácil. Udonn te pondrá a prueba. A veces puede resultar muy duro. Y luego tendré que trasmitirte los recuerdos, incluso las terribles experiencias que vivimos cuando se produjo la tormenta de fuego que estuvo a punto de exterminar a la tribu del Fresno. ¿Estás dispuesta a afrontarlo?

—Sí, lo estoy.

Es cierto. Se ve que es así. De todos modos, cuando Udonn te llama, no tienes elección. Ve y recoge tus cosas.

★ ★ ★

Dos años más tarde Gadra se arrodilló ante Ravan en la Caverna sagrada e inspiró aquel humo abrasador. Durante varios días y sus correspondientes noches vio, experimentó y sufrió en sus propias carnes los recuerdos de la tribu del Fresno, la irremisible muerte de unos y la huida de los otros, su amarga lucha por sobrevivir y los inicios de la caverna del Ciervo. Con eso terminó el periodo de aprendizaje. La mujer cuervo le había trasmitido todo lo que sabía. Estaba lista para la consagración. Faltaba poco para la ceremonia de la vírgenes en la que Tori y Dina se convertirían en mujeres jóvenes y Gadra en mujer pájaro.

Ravan recordó aquella noche de luna llena, muchos, pero que muchos años atrás, cuando la pequeña Kini se convirtió en la mujer cuervo. Su período de aprendizaje había comenzado del mismo modo que acababa de terminar el de Gadra. Pero no había reglas fijas, cada mujer pájaro lo llevaba a cabo como mejor le parecía.

—Si quieres podrás tener un compañero. Eso es algo que antes, cuando Imtu me consagró, no era posible. ¿Has pensado en alguien?

Para sorpresa de Ravan, Gadra respondió sin dudar:

—Quiero a Hemo.

«Hemo. ¿Quién si no?»

En aquel momento le vino en mente la imagen del hijo mayor de Birkin, que llevaba un año recibiendo las enseñanzas de Godain para convertirse en chamán. Su rostro recordaba mucho al de su madre, pero algo más anguloso. Tenía mucha fuerza de voluntad, era inteligente… pero también orgulloso. Físicamente era un joven alto, de hombros anchos y con una sonrisa encantadora que gustaba mucho a las mujeres.

—¿Lo sabe él?

—Sí. Nos pusimos de acuerdo el verano pasado. En un principio surgió de él. Ya sabes, él sería chamán y yo mujer pájaro. Me dijo que sería como Godain y tú… aunque, claro, no se puede comparar… —De pronto Gadra se sintió abochornada. La mujer cuervo se quedó mirando pensativa a su sucesora, a la que siempre había creído conocer muy bien.

—¿Te parece mal? —preguntó entonces la joven—. Si es así, preferiría no tomarlo como compañero.

—No, no me parece mal. Simplemente estaba pensando en lo mucho que ha cambiado todo desde que era joven. ¿Cuándo será nombrado chamán?

—Este año, cuando llegue el otoño, se convertirá en cazador, durante la Gran Cacería. Tiene quince inviernos, uno más que yo. Lo que no sabemos es cuando se convertirá en chamán. Todo depende de Godain.

Ravan asintió con la cabeza, pensativa y cambió de tema.

—¡Venga! Vamos a echar un vistazo a las ofrendas que han preparado las mujeres para la ceremonia de las vírgenes.

★ ★ ★

Por la mañana cayó una fuerte granizada que preocupó mucho a los miembros de la tribu. Udonn solía utilizar la lluvia y las tormentas para avisar de que se había elegido mal el día para una ceremonia. Sin embargo el día se acabó despejando y por la tarde se congregaron todos bajo el sol delante de la Caverna de Udonn.

Los tambores empezaron a sonar, como había sucedido muchos años atrás, y de nuevo dos jóvenes desnudas, asustadas y temblorosas estaban sentadas junto al fuego.

Tori, la hija de Yegua, era una joven alegre, con el pelo oscuro.

Dina, la hija de Birkin era rubia y tenía el carácter reservado de su madre.

Y luego estaba Gadra, la hija de Dorin, que tenía el pelo rojo, los pechos firmes y las cadera prominentes.

Tres ancianas madres salieron en fila de la caverna con Ravan, la mujer pájaro, a la cabeza.

Con el pigmento rojo Yegua cubrió el cuerpo de su amada hija con los círculos y espirales sagrados. A continuación le colocó el colgante, le entregó la bolsa con sal y hierbas curativas y la presentó ante la tribu. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

Acto seguido le tocó el turno a la Anciana Madre Onta que ayudó a levantarse a la joven Dina y se encargó de convertirla en mujer. Birkin, a la que le faltaban un par de años para convertirse en Anciana Madre, miró a su hija con cariño y también dejó escapar alguna lágrima. Tenía los dedos entrelazados con los de Barn, que estaba sentado a su lado.

«Recuerdo perfectamente la noche en que nos convertimos en mujeres y Ravan fue elegida para ser mujer pájaro. ¿Se habrá acordado también ella, en este momento tan especial?»

Si hubiera podido leer sus pensamientos, Ravan hubiera intercambiado una mirada con su amiga Birkin. Su rostro mostraba un asomo de sonrisa.

Pero en aquel momento le correspondía a ella continuar la ceremonia. Con un afilado cuchillo de pedernal la mujer pájaro se hizo una pequeña incisión en el brazo y dejó que la sangre fluyera sobre la pasta de color rojo. A continuación pasó el cuchillo y el cuenco y todos los miembros de la tribu repitieron su gesto.

Gadra se puso en pie. Ravan decoró el cuerpo de la muchacha con una serie de signos en forma de uve.

—Hasta ahora eras una niña, ahora eres una mujer. Has sido marcada con la pintura con nuestra sangre. Tú hablas con la Gran Madre, con el Hombre de la Cornamenta y con los espíritus. Udonn te ha elegido para que te conviertas en su sierva. Eres una mujer pájaro. Aquí tienes la cadena de conchas del color de la luna, la capa y la corona de ramas de avellano. Tú vuelas con el ganso salvaje. Vuelas, cantas y tienes el poder de curar a los enfermos.

El resto de la tribu comenzó a entonar el cántico rítmico mientras hacían sonar los tambores y maracas.

—Vuelas, cantas y tienes el poder de curar a los enfermos…

Entonces acabó todo. Hombres, mujeres y niños abandonaron el lugar en fila india y regresaron a la caverna. Ravan iba en último lugar.

La mujer ganso salvaje se quedó a solas con la luna.

★ ★ ★

—Ahora es una mujer pájaro y estás al mismo nivel que yo.

Ravan se sentó sobre un tronco de árbol que estaba tumbado en el suelo y miró las nubes color violeta que flotaban sobre las colinas y detrás de las cuales desaparecía la esfera solar. Entonces miró a Godain, que estaba apoyado en un abedul. A la luz del atardecer su rostro, cubierto de cicatrices, parecía una máscara de madera pulida. El viento apartó el mechón de pelo gris que cubría el lugar donde hacía mucho tiempo había estado su ojo derecho. Había envejecido pero, de algún modo, no había cambiado nada…

—¿Crees que será una buena mujer pájaro? —preguntó él.

—Nunca se sabe. El futuro nos lo dirá. Espero que sea lo suficientemente fuerte. De todos modos, me alegro de que haya alguien que pueda relevarme en mis tareas. Así tendré más tiempo para otras cosas.

Godain asintió como si entendiera muy bien a lo que se refería.

—Yo también podré hacerlo cuando tengamos un segundo chamán. ¡A propósito! Uno de los jóvenes de la tribu de las nutrias quiere convertirse en mi pupilo. ¿Lo sabías?

—¿En serio? —Ravan sacudió la cabeza—. ¿Realmente quieres cargar con más responsabilidades? Hemo estará listo muy pronto. ¿Cuándo tendrá lugar la ceremonia? He sabido que en otoño se convertirá en cazador.

—Sí, Hemo —suspiró Godain—. Aprende rápido y quizás el año que viene podría consagrarlo y librarme de una parte de mi trabajo. Sin embargo…

—Sin embargo ¿qué?

—No estoy muy seguro de que haya nacido para ser chamán. Es inteligente, tenaz, y sabe lo que quiere, pero hay algo en él que no acaba de gustarme. Además, es muy ambicioso. Aspira a ser el miembro más importante de la tribu y que todos lo admiren. Y eso no me gusta. No me hago a la idea de que se vaya a convertir en mi sucesor.

—Gadra lo quiere como compañero.

—¿Ah sí? En realidad es muy típico de él. La mujer pájaro y el chamán durmiendo bajo la misma manta. Eso le aseguraría el mayor rango.

—Estoy de acuerdo contigo, Godain, pero, una vez que hayas acabado de enseñarle todo lo que sabes, no podrás negarle la consagración. ¿Cómo se lo explicarías a los demás? Se montaría un gran revuelo. Piensa en su madre, Birkin… ¡y en Barn!

Desde el año de la tormenta de fuego Godain y Barn mantenían una relación distante, aunque de respeto mutuo. Barn se había convertido en un cazador de mediana edad que gozaba de mucho prestigio entre los miembros la tribu. Hemo y Kuru, el otro hijo de Birkin, formaban una piña con él. Wika se estaba haciendo mayor y muy pronto Barn se convertiría en el jefe de los cazadores. ¿Qué pasaría si Godain ofendía de ese modo al hijo de su compañera?

—Mira Ravan, cada vez que pienso en estas cosas me entra un enorme cansancio. Me encantaría encontrar un sucesor en nuestra tribu y que tú y yo pudiéramos escaparnos al bosque más a menudo. Además, me alegraría de que el Hombre de la Cornamenta dejara de apoderarse de mi cuerpo para dirigirse a la tribu y que me sustituyera por alguien más joven. Sabes que a veces me duele el pecho y estoy seguro de que proviene de aquella piedra que tenía en el corazón y que tanto me pesaba. Creo que sería mejor que no realizara la danza ritual con tanta frecuencia. Me resulta agotador. Sí, amor mío, nos estamos haciendo viejos —suspiró—. ¡Está bien! En otoño del año que viene tendrá lugar la consagración de Hemo y además me ocuparé de instruir a ese otro joven, como se llama, Kirtun. Luego dejaré que sea el Hombre de la Cornamenta quien decida. Al fin y al cabo he cumplido con mi deber y soy libre. Entonces tú y yo pasaremos más tiempo fuera. La tierra todavía tiene muchas cosas que enseñarnos.

—Sí, eso es cierto. ¡Oh, Godain! ¡Me apetece tanto! ¿Sabes? A veces sueño que estamos todavía en nuestra caverna en el este y que partimos en busca de las montañas sagradas… ¿Te acuerdas?

El chamán asintió y se sentó junto a ella. En silencio escucharon juntos la música del viento del atardecer en la cimas de los árboles hasta que se hizo completamente de noche.

★ ★ ★

Estaba atado fuertemente al árbol, mirando hacia abajo, y esperando la muerte. Era otoño y las hojas de color amarillo del roble bailaban ante sus ojos. Su fuerza de voluntad era mayor que el dolor y que el miedo, de modo que no gritó. Simplemente esperó.

«El Hombre de la Cornamenta vendrá. Él me guiará a través de las puertas de la muerte y me mostrará el más allá. Él me elegirá a mí, a Hemo. Recibiré sus señales y sus mensajes y me convertiré en el guía de la tribu del Ciervo.»

Poco después le estalló la cabeza. Entonces dejó de pensar. Colores, formas, ruido de cosas que se despedazaban como si fueran astillas partiendo en todas direcciones. Entonces unas manos le agarraron, tiraron de él con fuerza y lo arrastraron por lugares en los que nunca había estado. Bocas que hablaban, cantaban y emitían sonidos extraños. Ritmos fríos, fuertes y violentos, como latigazos. El tiempo se detuvo.

No se enteró de que estaba gritando, ni tampoco de que alguien se acercó, soltó las correas y lo dejó caer al suelo.

Cuando se despertó un hombre le levantó la parte superior del cuerpo y le hizo beber un líquido amargo. En seguida recobró el conocimiento y volvió a su forma habitual. Hemo reconoció el rostro que estaba inclinado sobre él. Los mechones de pelo blanco. La cicatriz en el ojo.

—Godain… —susurró—. ¿Soy yo…? ¿Era yo…?

—Eso sólo lo sabes tú —le dijo el chamán—. ¿Has encontrado al Hombre de la Cornamenta? ¿Se ha apoderado de tu cuerpo?

Hemo parpadeó y miró al horizonte. A continuación miró fijamente a su maestro y sin dudar respondió:

—Sí.

★ ★ ★

La noche de luna nueva, en la caverna sagrada, las Ancianas Madres, Yegua, Onta y Sauce, se habían reunido alrededor de una agradable hoguera que despedía un delicioso aroma a enebro y artemisa en espera de que Ravan les informara sobre la fiesta del solsticio.

—Se celebrará con la próxima luna llena. Godain y yo dirigiremos la ceremonia, como siempre. Sin embargo, esta vez, el encuentro entre Vairani y el Hombre de la Cornamenta lo llevaran a cabo Gadra y Hemo.

Gadra tragó saliva y comenzó a retorcerse los dedos.

«Hemo estará contento. Lleva mucho tiempo esperando este momento. Pero yo…»

—¿No sería mejor esperar un año más? —preguntó la joven mujer pájaro—. No tenemos mucha experiencia. Hemo fue consagrado el pasado otoño y sólo han pasado tres años desde que me nombraste mujer pájaro.

—Mi niña —dijo Ravan con dulzura—, yo sólo llevaba un año consagrada cuando tuve que guiar a la tribu huyendo de la gran tormenta de fuego. Por aquel entonces era mucho más joven de lo que tú eres ahora. Además, Godain ha nombrado a Hemo su sucesor. Ahora es vuestro turno y poco a poco tendréis que ir adquiriendo responsabilidades. No me parece bien demorarlo. Tenéis la enorme suerte de poder crecer como un árbol que va echando raíces y dejando que sus ramas crezcan. No obstante… —añadió mirándola fijamente a los ojos— si existe una buena razón por la cual no debáis encontraros como Vairani y el Hombre de la Cornamenta, éste es el momento de decírmelo.

Gadra se mordió el labio inferior.

«No puedo hablar mal de mi compañero. De todos modos no tengo nada en contra suya. Es sólo esa extraña sensación… Llevamos tres inviernos viviendo juntos pero, honestamente, debo admitir que apenas sé nada de él. Sólo conozco su fachada, pero no se nada de su interior. Sin embargo, al principio, tenía la sensación de que estábamos muy unidos…

»¡Qué diferencia con Kirtun! Mantiene las distancias conmigo para no acrecentar el odio que siente Hemo hacia los "comedores de peces", y apenas hemos hablado, pero siento como si pudiéramos leernos el pensamiento. Él también se convirtió en chamán el año pasado, pero a nadie se le ha ocurrido que sería un buen Hombre de la Cornamenta para mí…»

En aquel momento Gadra sintió un intenso calor que le recorría todo el cuerpo y rápidamente intentó pensar en otra cosa.

«Todos esperan que Kirtun vuelva pronto a la tribu de las Nutrias para convertirse en su chamán, de manera que no tiene sentido seguir dándole vueltas o impedir que mi compañero participe en el ritual por culpa de la confusión que yo siento. Al fin y al cabo yo soy una mujer pájaro y él un chamán al que Godain ha elegido como sucesor. Si el Hombre de la Cornamenta está dispuesto a hablar a través de él, ¿quién soy yo para decir lo contrario?»

—No —respondió secamente esquivando la mirada de Ravan—. No existe ninguna razón. Si vosotros creéis que es lo correcto, no hay más que hablar.

★ ★ ★

La mujer pájaro estaba desnuda y su cuerpo ardía en llamas. El poder de Vairani se había apoderado de ella.

—Ven, Hombre de la Cornamenta. Ven a mí. Ven, Ciervo Sagrado. Ven…

En aquel momento entró en escena. Caminaba de forma ampulosa, con la cornamenta sobre la frente recién tatuada, bailando y golpeando el suelo, con el cuerpo cubierto de sudor y de grasa de ciervo.

Entonces se acercó más, y más…

Gadra abrió los brazos para recibirlo cuando de repente, sin previo aviso, salió del trance y miró al chamán con los ojos muy abiertos. Aquél… aquél no era el Hombre de la Cornamenta. Se trataba de Hemo, sólo Hemo, nada más.

«¡Gran Madre! ¿Qué debo hacer? ¡Él no está! ¡Ayúdame!»

Entonces lanzó una mirada desesperada a Ravan, que estaba sentada en el lugar de honor. La anciana mujer pájaro se puso en pie. Al instante se alzó también Godain. ¿Es posible que fueran a atacarla?

Demasiado tarde. Gadra cayó de rodillas y se cubrió el rostro con las manos. Un murmullo asustado se extendió entre los allí reunidos.

Fue entonces cuando Hemo, que estaba dando vueltas alrededor del fuego, se dio cuenta de que algo no iba bien.

—¿Qué pasa? —preguntó con su voz de siempre.

De pronto se sintió asustado y decepcionado, y poco a poco sus sentimientos se transformaron en rabia.

—¿Qué ha sucedido? —insistió cada vez más nervioso—. ¡Eh, Gadra! ¿Qué haces en el suelo? ¡Levántate!

Godain se quedó mirando a su sucesor.

«Tenía que haberlo imaginado. Aun así, me resulta imposible de creer. ¿Cómo pudo engañarme de ese modo?»

—Hemo —dijo suavemente—, el Hombre de la Cornamenta no ha estado aquí.

—¿Qué?

—Que no ha estado aquí.

—¿Qué quieres decir con eso? Tú me has visto bailar. Todos lo han visto. ¡Sabes de sobra que ha estado aquí!

—No se trata solamente de eso, Hemo. No es una cuestión de ver o no ver.

—¡Tonterías! Todo hubiera ido de maravilla de no ser por Gadra. ¿Qué tipo de mujer pájaro se comporta así? Si no eres capaz de cumplir con tus obligaciones, necesitaremos otra sucesora para la anciana mujer cuervo.

—Eso no te corresponde a ti decidirlo —le espetó Ravan. Su voz tenía un tono metálico. Le estaba costando un enorme esfuerzo contenerse. La rabia se estaba apoderando de ella. En aquel momento se colocó junto a Gadra y la ayudó a levantarse. Godain sacudió la cabeza conmocionado.

—Hemo, en lo que se refiere a sucesores, es evidente que eres tú el que debe ser sustituido.

—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó sorprendido. A continuación añadió—: ¡Ah, claro! ¡Ahora lo entiendo todo! Quieres que Kirun ocupe mi lugar. Sé que ha estado intentando ganarte y ahora aprovechas la ocasión para librarte de mí. Pero te ha salido mal la jugada porque no pienso consentirlo ¿me has oído? Yo soy tu sucesor y el «comedor de pescado» tendrá que volverse a su apestosa tribu antes de que…

De pronto soltó un gallo y, rojo de rabia continuó culpando a todo el mundo de lo que había pasado. Sin embargo su enojo sonaba fingido y artificial. En sus ojos se podía leer el miedo que sentía. Godain no se inmutó. Kirtun, que estaba sentado en la segunda fila, tampoco se movió.

Hemo se dio la vuelta y dijo:

—Madre, Barn ¿vais a quedaros ahí sentados viendo como este anciano me arrebata mis derechos? Probablemente ni siquiera se le puede seguir llamando chamán, porque ha perdido todos sus poderes.

Birkin sacudió la cabeza con gesto de preocupación, pero Barn se acercó al hijo de su compañera y miró a Godain con actitud desafiante.

—No me parece que Hemo haya hecho nada equivocado durante la danza. Estoy seguro de que el Hombre de la Cornamenta estaba a punto de llegar. El error lo ha cometido Gadra que, como siempre, no ha sabido cumplir con su parte.

—Barn —replicó Godain con un suspiro—, eso es algo que quizás tú no seas capaz de ver. Pero yo te aseguro que el Hombre de la Cornamenta no sólo no estaba en Hemo, sino que nunca lo estará. Y un encuentro carnal con Vairani sin su presencia no ayuda a la tribu. No sirve absolutamente de nada. ¿Me entiendes?

—Entiendo perfectamente lo que dices, pero no me creo ni una palabra. Lo único que sé es que eres un anciano y que Hemo es joven. Tal vez el problema está en que no quieres compartir tu poder. Quizás no puedes soportar tener a un joven chamán a tu lado y prefieres a ese joven delgaducho y pálido de la tribu de las Nutrias porque nunca podrá estar a tu altura, y mucho menos superarte.

Godain cerró los ojos. Le costaba respirar y su rostro se puso blanco.

Gadra alzó la cabeza y dijo:

—Es posible que haya cometido un terrible error, pero Godain tiene razón. El Hombre de la Cornamenta no ha venido y tampoco quería venir. Hemo nos ha engañado a todos. No es ningún chamán y a partir de hoy tampoco será mi compañero. En nombre de Vairani, cuyo poder está en mí, juro como mujer pájaro de la tribu del Ciervo que jamás reconoceréis al Hombre de la Cornamenta en este individuo.

—¿Qué os habéis…? —comenzó a decir Barn.

En aquel momento el Hombre de la Cornamenta se apoderó de Godain y, ante los ojos de la tribu, su cuerpo creció y empezó a despedir un intenso calor. Como si les hubiera cortado las piernas de golpe, hombres y mujeres se pusieron de rodillas.

—¿Quién ha puesto en duda mi palabra? —preguntó con aquella voz de ultratumba—. ¿Quién de vosotros pretende… convertirse en Hombre de la Cornamenta? —A continuación pasó la mirada por encima de los presentes y finalmente se topó con Hemo. Tenía los ojos desorbitados y temblaba ostensiblemente. El Hombre de la Cornamenta dio un paso hacia él y después otro. El joven retrocedió, se dio la vuelta y echó a correr a trompicones, apartando a los presentes. Finalmente desapareció en la espesura del bosque.

El Hombre de la Cornamenta se quedó de pie observando furibundo cómo se esfumaba entre la maleza. A continuación se giró lentamente y miró fijamente a Kirtun. El joven se echó a temblar, pero no se movió de su sitio. Con los brazos extendidos lo señaló y dijo:

—¡Tú, joven cazador! ¡Tú tienes el poder! ¡Tú… y esa joven mujer pájaro! ¡La hermosa mujer de fuego! Muy pronto celebraremos la ceremonia… y la fiesta de vuelta a la vida. Vosotros sois míos, y yo vivo en vosotros.

Godain se desplomó y el Hombre de la Cornamenta abandonó su cuerpo. Los hombres rodearon al anciano chamán y también Ravan intentó abrirse paso, pero Gadra la agarró del brazo. Su rostro cubierto de lágrimas mostraba una mezcla de humildad y determinación.

—Ravan… yo tengo la culpa de todo. Jamás debí permitir que sucediera esto. Probablemente no soy la más adecuada para ser mujer pájaro… Si tú quieres, esta misma noche te devolveré la corona.

La mujer cuervo sacudió la cabeza y le frotó con cariño sus frías manos.

—Tú no tienes la culpa de nada. Aunque lo hubieras intentado, jamás podrías haberlo impedido. No estaba en tus manos. Esta noche has superado una difícil prueba y serás una gran mujer pájaro. Vairani está en ti y tú misma has oído las palabras del Hombre de la Cornamenta: la fiesta se celebrará, y además muy pronto. Kirtun y tú llevaréis a cabo el encuentro entre las dos grandes fuerzas y todo se arreglará. Estoy convencida de que así será. ¿Acaso no lo sientes tú también?

Gadra sonrió y abrazó a su maestra.

—¡Te estoy tan agradecida!

Ravan asintió con cariño e hizo un gesto a Kirtun, que estaba unos pasos más allá.

—Ocúpate de Gadra. Tengo que ir a ver cómo se encuentra Godain.

A continuación se acercó al grupo de cazadores, que seguían agachados en torno al cuerpo del chamán.

—¿Y bien? ¿Cómo está?

Los hombres abrieron un pasillo para que pudiera acercarse. Wika le sujetaba la cabeza y tenía el rostro descompuesto.

—Está muerto —dijo.

★ ★ ★

A partir de aquel momento todo transcurrió como si fuera un sueño. Ravan preparó una piedra para el espíritu de Godain y celebró una ceremonia para invitarle a instalarse en ella. Sin embargo, mientras se preparaba a guiar al muerto hasta el lugar del los enterramientos, llegaron los hombres y le pidieron cortésmente que les permitiera realizar un ritual diferente que él mismo les habían enseñado en vida.

Sorprendida Ravan siguió a los cazadores junto con el resto de las mujeres mientras llevaban el cadáver hasta las cima de su colina y lo tumbaban sobre un montón de leña. Ninguna de ellas podía creer lo que estaba viendo cuando presenciaron como Wika cogía su hacha de obsidiana y separaba la cabeza de Godain de su cuerpo para introducirla en una bolsa de cuero. La mujer cuervo se cubrió la cara con las manos y comenzó a gemir.

A continuación los hombres vertieron sobre él un cuenco de madera lleno de aceite y le prendieron fuego al mismo tiempo desde las cuatro esquinas. Kirtun se encargó de realizar las oraciones, pero Ravan apenas entendió nada de lo que decían. Hablaban del Hombre de la Cornamenta, del Ciervo Sagrado y de un gran hombre inmortal cuya gran sabiduría guiaría a los hombres en el futuro.

La mujer cuervo estaba como narcotizada. Miró a Gadra con expresión interrogante, pero ella parecía aceptar con resignación aquel increíble ritual. Seguramente Kirtun le había informado de lo que iba a suceder. Sin embargo nadie le había dicho nada a ella. «Me he convertido en una anciana. Mi misión ha terminado.»

★ ★ ★

—¿Qué habéis hecho con su cabeza? —preguntó a Wika días más tarde.

—La hemos llevado a un lugar secreto donde permanecerá para siempre para que podamos honrarla y pedirle consejo. Nosotros le llevamos ofrendas y él habla con nosotros.

—Y ¿cómo lo hace?

—A través de Kirtun.

—¿Puedo acompañaros?

La respuesta de Wika apenas le sorprendió.

—Se trata de un lugar sagrado al que sólo pueden acceder los cazadores. Son órdenes del Hombre de la Cornamenta.

Ravan apretó fuertemente los labios y se marchó sin decir nada. Naturalmente los hombres intentaban mantener sus secretos, al fin y al cabo, era comprensible. Pero había algo más. Su objetivo era ir debilitando poco a poco la influencia de Udonn y Vairani en las Ancianas Madres y en sus compañeras y crear un mundo a su medida. Godain y ella, su compañera, había pasado la vida muy cerca el uno del otro, procurando crear una relación de unidad, y ahora descubría que durante todos estos años había estado transmitiendo a los hombres una serie de cosas de las que ella jamás había oído hablar.

Aquello le producía un enorme dolor. Pero, aun así, sabía muy bien que nadie podría acabar con el enorme poder de la Gran Madre. Un día, dentro de mucho tiempo, los hombres acabarían entendiéndolo. Hasta entonces podían suceder muchas cosas, y Ravan se alegraba de no tener que presenciarlas.

★ ★ ★

En lo alto de la colina, en el lugar en el que habían quemado su cuerpo, los cazadores colocaron una gran piedra en posición vertical en recuerdo de Godain. En el lateral habían grabado una serie de líneas que recordaban a la cornamenta de un ciervo.

Ravan lo presenció todo sin decir nada. Al fin y al cabo intentaban, a su manera, mantener vivo su recuerdo. ¿Lo conseguirían? ¿O acabarían olvidándose de él?

Pero no, no lo olvidaron. Al contrario, el recuerdo del chamán fue aumentando con los años. Se cantaban canciones alrededor del fuego sobre la sabiduría de aquel hombre de un solo ojo y muchas veces resultaba difícil distinguir si trataban de Godain o del mismísimo Hombre de la Cornamenta. Algunos comentaban:

—En realidad no está muerto. Se ha quedado entre nosotros y, aunque no podamos verlo, podemos encontrarnos con él y pedirle consejo.

Ravan se dio cuenta de que todos ellos necesitaban creer que así era. Ella misma también sentía la necesidad de ir a algún lugar a encontrarse con él. Sin embargo sabía con seguridad que él vivía en su corazón.

★ ★ ★

Han pasado muchos inviernos desde la muerte de Godain, pero su recuerdo permanece vivo. Los cazadores hablan mucho de él.

Wika y Yegua han muerto, y Pedernal es un anciano. Barn es ahora el guía de la tribu y se comporta de forma cortés conmigo y con Onta, Sauce, Elann y Birkin, que por algo son las ancianas madres. Incluso nos consulta las cuestiones importantes que conciernen a la tribu. Los jóvenes, en cambio, preguntan poco por las madres y prefieren seguir las indicaciones de Barn y Kirtun.

Tras la fiesta del solsticio Hemo abandonó la tribu y nunca más volvió. Al fin y al cabo, los hombres viajan… o al menos así era antes.

Gadra vive feliz con Kirtun y muy pronto también ella se convertirá en Anciana Madre. Una de sus hijas es una niña tímida y reservada con la mirada reflexiva. Le puse el nombre de Imtu y muy pronto la propia Gadra se ocupara de instruirla para que se convierta en mujer pájaro.

En la tribu de las nutrias también hay una joven mujer pájaro en la que arde el fuego de Vairani. Yo fui la que la educó y consagró hace un par de años.

A los ojos de la gente siempre seré la gran mujer cuervo y todos me honran y me respetan, aunque, en realidad, apenas digo nada y ellos tampoco me preguntan. A mí no me importa. Soy feliz de poder disfrutar al fin de cierta libertad y la aprovecho lo mejor que puedo.

No obstante la tribu agradece que, durante las ceremonias importantes, sea yo quien invoque a la Gran Madre. En esos momentos siento cómo me rodean las alas del cuervo y sé que, con mi ayuda, los demás también son capaces de percibirlo. Esta experiencia les deja muy impresionados, pero luego se olvidan fácilmente.

A veces, cuando me doy cuenta de la forma tan respetuosa en que me trata Gadra tras una de estas ceremonias, no puedo evitar sonreír.

—No es como tú crees —le digo entonces—. En realidad es muy sencillo, tan sencillo como el canto de los mirlos en las ramas del serbal.

Estoy segura de que ella misma lo descubrirá cuando llegue el momento. Es una buena mujer pájaro y nunca deja de aprender. Además se ocupa con gran tesón de que los hombres no se tomen demasiadas libertades.

A menudo pienso en el pasado. Sin duda nuestra vida es mucho peor de lo que era antes, pero los jóvenes no conocen otra cosa y soportan mal la severidad y las privaciones. Los hombres jóvenes —siempre me olvido de sus nombres—, son muy hábiles con la elaboración de armas, y siempre están inventando nuevos utensilios. Para ellos es tan importante como la caza en sí.

Yo no entiendo mucho de esas cosas pero, por lo visto, ahora se procura que las flechas, los buriles y los cuchillos sean cada vez más pequeños. Las herramientas grandes que utilizábamos antiguamente se consideran antiguas, e incluso les hace reír. Ahora existen una gran variedad de minúsculas puntas que se unen a mangos de madera, de cuerno o de hueso utilizando resina de abedul. Ésa es otro de sus inventos. Herat y Unuk, el hijo de su compañera, son los únicos que conocen el secreto de su elaboración. Los hombres pasan horas y horas delante del fuego discutiendo sobre estos asuntos. Las mujeres, mientras tanto, se sientan al otro lado y hablan de embarazos, de niños y de fiestas. Todo sigue como antes y, al mismo tiempo, las cosas han cambiado mucho.

Desde la muerte de Godain duermo sola en la cámara posterior de la caverna o en la cabaña de verano. Kirtun y Gadra se han construido una segunda cabaña un poco más lejos, junto al taller de las herramientas.

Mis bienes más preciados se encuentran a buen recaudo en la antigua caverna —el cuenco con las piedras de los espíritus, la capa, la corona y el bastón perforado, así como la flauta de sauce, el tambor y las maracas—. Ahora sé lo fácilmente que puede arder una cabaña. Por supuesto, el colgante de conchas siempre va conmigo.

Hace mucho tiempo que Jonn, mi perro lobo y también mi gran amigo, no se separa de mí. Tras muchos años acompañándome en mis paseos por el bosque, el también ha envejecido y ahora pasa el tiempo tumbado junto al fuego con la cabeza sobre las patas.

No me falta de nada. Gadra y las demás mujeres me proporcionan alimentos suficientes y leña para mantener el fuego. Vienen todos los días a visitarme. A veces me piden medicinas para el cuerpo, oraciones para el espíritu, preguntas para sus respuestas e información sobre el significado de sus sueños, aunque yo siempre les digo que Gadra es tan capaz como yo. En realidad prefiero estar sola, pues así puedo reflexionar sobre el tejido sagrado. Muy pronto Ana vendrá a buscarme y, una vez que haya descansado durante un tiempo en su caverna, volveré a nacer en el cuerpo de otra persona. Una vez, y otra, y otra.

Tal vez mi amado Godain y yo podamos regresar juntos y entonces me encargaré de mantener vivo el recuerdo de Udonn, tal y como ella me ha pedido.

★ ★ ★

—Ha llegado el momento —dijo el cuervo—. Lo sabes ¿verdad?

Ravan asintió.

—Mis cabellos blancos y mis huesos doloridos me lo recuerdan todos los días. Estoy lista, es más, me alegro de poder volver a la caverna de Ana y… descansar —la anciana sonrió con ternura—. Tú, en cambio, no has cambiado nada en todos estos años. Tus alas siguen siendo negras y todavía brillan a la luz de la luna —añadió mirando pensativa sus misteriosos ojos negros.

—¿Hay algo que te gustaría terminar, mujer cuervo?

—No, todo ha terminado. Ya nada me retiene aquí. Puedo irme en cualquier momento.

—Entonces quiero que mires atrás y me digas qué es lo realmente importante después de todos estos años.

—La tribu ha sobrevivido. Eso es, sin duda, lo más importante. Yo he contribuido a que así fuera, pero Imtu y Godain me ayudaron mucho. ¿Crees que podrían venir a recogerme?

El cuervo no respondió y sus ojos negros como bayas se quedaron mirando impasibles a la mujer pájaro.

Ravan exhaló un suspiro y continuó:

—El antiguo orden de las cosas ya no existe. Ahora es el Hombre de la Cornamenta quien guía a los hombres, pero no sé hacia donde. Aun así, sé que nadie podrá detenerlos y hacerles volver a nuestra antigua forma de vida. Nadie. Es así como debe ser, tal vez obedezca a algún fin. Yo misma ya no pertenezco a este mundo. Mi tiempo se ha acabado y muy pronto se olvidarán de mí. Quizás eso debería entristecerme, pero, extrañamente, no es así. Tal vez porque sé… porque en mi interior siento…

—¿Sí? —preguntó el cuervo.

—…porque siento que llegará un momento en que los hombres necesitarán recurrir de nuevo a mi recuerdo.

—¿Por qué?

—Porque han perdido y olvidado todo lo que de verdad importa. Porque tienen hambre y están desesperados. Porque sus manos y sus corazones están vacíos.

—¿Y qué harás para remediarlo?

—Les recordaré que la tierra está viva y que habla con nosotros. Que Udonn nos está observando y que debemos tratarla con un profundo respeto, incluso cuando aparezca en forma de la pálida Ana o de la roja Vairani. Les diré que no existe nada más importante que la unión de la tierra, los animales y las plantas, el cielo, el sol y la luna, y que los hombres están ligados irremisiblemente a este tejido sagrado que los alimenta y les permite crecer. Si se olvidan de esto, pasarán hambre y grandes penurias, aunque dispongan de alimentos suficientes.

—Está bien —dijo el cuervo—, ésa será tu misión. ¿Estás segura de que ha quedado grabada de tal forma en tu interior que jamás se perderá, aunque olvides quién eras y todo lo que has vivido?

—Sí.

—Entonces ven conmigo. ¡Mira!

Ravan dirigió la vista hacia donde le indicaba el cuervo y vio que, más allá de la luna, se extendía un puente luminoso. A los pies de éste se encontraba Godain con la mano extendida hacia ella. En aquel momento una ráfaga de viento le retiró sus negros cabellos de la cara. Tenía dos ojos. En él no quedaba ni rastro del Hombre de la Cornamenta. Era sólo Godain.

Más allá divisó la silueta familiar de Imtu, que resaltaba débilmente en el cielo nocturno. Ravan se puso a temblar de alegría y de impaciencia y una gran felicidad se apoderó de ella e inundó el mundo entero. En aquel preciso instante el cuervo echó a volar y la mujer pájaro agarró la mano de Godain y lo siguió.

Fin