Agradecimientos
Sin orden ni concierto: a mi abuelo Guillermo, que me descubrió las noveluchas casposas de Marcial Lafuente Estefanía, los chatos de vino y me hizo amar las pelis del Oeste (ahora debe estar remojándose el gaznate con Sam y cantando el «Butterfly mornings»). A Lluís Ventura, Óscar Masllovet y Juan Carlos Giménez, que prestaron cada uno una de las películas que me faltaban. A Daniel Lardín, hermano y amigo, y al resto de la familia, que va es costumbre y necesidad. A Hernán Migoya, que me paso el Playboy con la lamosa entrevista a Peckinpah y que unas páginas más allá mostraba las deliciosas vergüenzas de Barbara Hershey. A Joan Álvarez y a Óscar Troho, que estuvieron atentos a los retoques finales. A David Weddle, por escribir esa estupenda biografía del genio y ponerle un titulo tan bonito (Si se mueven… ¡matalos!). Y ya metidos en la onda, pues a mis amistades viriles, susceptibles de verse traicionadas en cualquier momento, y a las mujeres que solazaron las noches de verano en que escribí el presente, ciertamente menos que las que hicieron lo propio con Peckinpah, pero vaya, que uno todavía es joven. Salud para todos.