CLAVE: OMEGA, THE LAST PICTURE SHOW

Peckinpah durante una pausa del rodaje de su último trabajo, Clave: Omega.

La última película de Peckinpah pudo haber sido una adaptación de Snowblind, una detallada biografía de un traficante de cocaína. Sam llamó a un viejo amigo, Mike Corey, para que le hiciese de productor. «Iremos a Colombia la semana que viene para encontramos con los inversores y buscar localizaciones», le dijo en su primer encuentro. «Por supuesto yo sabía por qué Sam quería hacer una película en Colombia, no era estúpido. Él quería establecer su propia conexión en el mercado de la cocaína. Eso era al menos tan importante como la propia película. Yo podía ver que el potencial de problemas era ilimitado, pero en la mirada de Sam se leía un subtexto que decía: “¿No tienes cojones para venir conmigo?”». La experiencia fue terrorífica. Un destacado actor del que se mantiene el nombre en secreto aceptó trabajar en la película y encaminó la financiación hacia un par de contactos que tenía en Bogotá, que resultaron una siniestra mafia que le dedicó a Sam una fiesta de bienvenida con políticos, militares, patibularios tipos armados y sospechosos personajes de la alta sociedad local, y se tiró de los pelos cuando Sam y Corey les especificaron el contenido de la película. Los mafiosos persuadieron intimidatoriamente al norteamericano de que no podía hacer aquella película de ninguna manera, aunque en los primeros momentos Peckinpah se enfrentó a ellos desde el arrojo que le proporcionaba la droga. Corey vivió en su viaje a Sudamérica varios momentos en que creyó que iban a matarle. Cuando por suerte pudo regresar a L.A. no se despegó de su Magnum 357 ni para dormir, ya que sentía que el asunto era tan serio que podían haberle seguido. Sam no volvió a mencionar el tema y Corey se enteró después de que en realidad nunca había comprado los derechos de Snowblind.

El 18 de mayo de 1979 Sam Peckinpah sufrió un ataque cardíaco de gravedad y tuvo que ser operado de urgencia. Los médicos le instalaron hasta tres marcapasos y les fue difícil controlar a Sam que, víctima de delírium trémens, se revolvía salvajemente y arrancaba los cables que le conectaban. Cuando salió del hospital, dos semanas después, acompañado por su abogado y amigo Joe Swindlehurst y su esposa, acudió con ellos al bar del hotel donde se hospedaba. El matrimonio pidió zumo de naranja. «¡Sandeces —gritó Sam—, queremos Ramos Fizzes!». Sam tragó el Ramos Fizzes, un combinado de ginebra con clara de huevo y otros ingredientes, y de pronto, aún con restos de huevo en su bigote, se aferró el pecho, gritó ahogadamente y se cayó del taburete quedando tendido en el suelo. «Pensamos que había muerto —recuerda Swindlehurst—. Mi mujer empezó a llorar, estábamos allí mirando al muy hijo de puta. De verdad, no podíamos creerlo. Y de repente no se pudo aguantar más y empezó a reírse de nosotros».

En febrero de 1981 Sam tuvo su primer nieto, Theo, hijo de Sharon y su marido Richard Marcus, y en el verano de ese año recibió una llamada de su mentor, Don Siegel, con la propuesta de encargarse de la segunda unidad de la película que estaba dirigiendo, Jinxed (1982), con Bette Midler y Rip Torn. Sam aceptó de inmediato y trabajó con interés (llegó a confeccionar un storyboard, el más detallado que Siegel dice haber visto nunca, con su asistente Walter Kelley, algo que raramente hacía para sus propias películas). Como afirma Kelley, Sam quería probarse a sí mismo ante Siegel.

Peter Davis y William Panzer, especializados en exploits de bajo presupuesto, le ofrecieron dirigir una adaptación de la novela de Robert Ludlum The Oesterman weekend, escrita para la pantalla por Alan Sharp (La venganza de Ulzana [Ulzana’s raid; Robert Aldrich, 1972]. La noche se mueve [Night moves; Arthur Penn, 1975]). Sam solicitó una reescritura, pero en cuanto los productores leyeron sus primeras veinte páginas de trabajo le prohibieron tocar una línea más del libreto; igualmente vetaron el reparto que el director quería, con James Coburn al frente, y a su montador Lou Lombardo, elecciones con las que creían que Sam compraba una base de poder desde la cual entablar una posible lucha contra ellos. El reparto de Clave: Omega se compuso de actores que llegaron a cobrar por debajo de su salario por la oportunidad de trabajar con Peckinpah: John Hurt, Craig T. Nelson. Dennis Hopper, Meg Foster y Burt Lancaster. El rodaje, localizado en Los Ángeles y alrededores durante cuarenta y cuatro días, se presupuestó en 6.699.192 dólares, y se terminó dentro del plazo y del presupuesto, por el interés de Sam por demostrar a la industria que era capaz de trabajar dentro de sus necesidades. Pero Dios los cría, el viento los amontona y los productores aguantan el chaparrón: durante los ocho meses de montaje Peckinpah trabajó con el editor David Rawlins, otro cocainómano como él, en una colaboración que provocó las únicas peleas reseñables con los productores. La película se estrenó en noviembre del 83 con una acogida pública y crítica razonablemente satisfactoria.

Una de espías, Clave: Omega, una trama de espionaje como despedida.

IDEAS DE RECUPERACION Y NECESIDAD DE REPOSO

Después de una gira promocional de Clave: Omega por Europa minada de borracheras penosas el director regresó a los USA y abandonó la bebida, no volviendo a probar un trago en el que era su último año de vida. Por entonces tomaba Seconal para calmar la ansiedad y ayudarse a dormir, y todavía esnifaba coca aunque nunca en las cantidades industriales de otras épocas. En los primeros ochenta murieron varias personas importantes en su vida: William Holden, Robert Ryan, Warren Oates, Jerry Fielding, Strother Martin y Fem Peckinpah, su madre, que falleció con sus facultades mentales deterioradas poco después de que Sam se reconciliase con ella. El director haría lo propio con su hijo Matthew, con el que tampoco había mantenido relaciones boyantes. A Matthew se le puede ver en cinco de las películas de su padre.

En esos tiempos la persona de Peckinpah fue motivo de premios que homenajeaban su contribución al género del western (Golden Boot Award, Cowboy Hall of Fame), se publicaron varios libros dedicados a su obra y se organizaron multitud de retrospectivas y cine-fórums en universidades y asociaciones cinéfilas. Momentos de recuperación que Peckinpah describió como muy gratificantes.

Antes de Clave: Omega, un día, Sam le pidió a Walter Kenney que le recomendase una buena peluquería, este le envió al salón O’Connor, en Malibú, donde conoció a Carol O’Connor, una peluquera de 33 años que se enrolaría de extra en su última película y con la que compartiría su último año de vida. El acaramelamiento era evidente a todas luces; en un momento del rodaje Burt Lancaster se acercó a la chica y le dijo «sabes, este hombre está loco por ti». Sam empezó a cortejarla, juntos salían a cenar y tenían conversaciones sobre libros, iban al cine… Sam le dijo a su nuevo amor que si algún día le veía beber, cogiera la puerta y se marchase. Los mimos, las flores, el champán y los atentos cuidados parecían no esfumarse nunca. «Sam me dijo una vez algo que siempre ha sido un tesoro para mí: que yo le estaba dando el mejor año de su vida. Y puedo decir que él me dio a mí el mejor año de mi vida».

A la vez que Peckinpah se oxigenaba sentimentalmente, en 1984 Charisma Records decidió filmar un documental de una hora para promocionar el primer álbum de Julian Lennon en el que se debían recoger sesiones de grabación, conciertos, etc. Martin Lewis, el productor asignado para el trabajo, quería un director con capacidad para tomar perspectiva, no uno de esos chavales especializados en videoclips. Buscó a Alan Rudolph y a Robert Altman, pero ninguno estaba disponible. Dennis Delrogh, un amigo, crítico de cine de L.A. Weekly, sugirió a Sam Peckinpah. «¿Estás de broma? —respondió Lewis—. Me imagino lo que haría, el documental empezaría con una recreación a cámara lenta de la muerte de John Lennon». Pero Delrogh insistió y le habló de las posibilidades creativas y artísticas de Peckinpah más allá de sus conocidas muestras cinematográficas. El proyecto del documental, por el que Sam se mostró entusiasta, se paralizó por problemas ajenos al realizador, pero sus servicios fueron requeridos para facturar (en 35mm) un par de videoclips del cantante. «Sam nunca había visto la MTV —decía Carol O’Connor—, y la idea de hacer dos películas de dos minutos le parecía ridícula», sin embargo pareció encontrarle el interés y rodó los vídeos en tres días en un pequeño estudio de N Y y los montó en otros tres. Sam llamó a Lou Lombardo desde NY el día antes de empezar «Mierda, tío, odio esto y no sé qué coño hago aquí», y Lombardo le respondió: «Escucha, Sam, tú inventaste esa mierda. ¿Recuerdas los montajes con fotogramas fijos que hiciste en The losers (uno de los capítulos que dirigió para el Dick Fowell Theater)? La primera vez que lo vi me caí de la silla. Haz esos vídeos. Lo que vas a hacer lo has inventado tú». Los productores quedaron contentos y los vídeos funcionaron estupendamente. Ésa fue la última vez que Peckinpah se situó tras las cámaras, aunque proyectos hubo otros.

Unos productores independientes de San Francisco le encargaron la reescritura de un guión que él también quería dirigir, On the rocks, sobre pandillas rivales que luchaban por el control de la isla de Alcatraz. Sam se centró mucho en ese guión con la ayuda de Carol. La chica se esforzaba y Sam le propuso dejar la peluquería y trabajar para él a horario completo y cobrando por ello. En principio aceptó, pero en breve se dio cuenta de que ni quería ni podía depender de él, así que se mostró algo desentendida y se encendieron las tensiones. Una noche surgieron los viejos fantasmas de Sam: «¡No eres mejor que las demás. Eres una puta como todas!». Carol nunca le había visto así. La pareja se reconcilió mínimamente, pero Sam la quiso poner celosa y se puso a trabajar en el texto con una antigua secretaria y amante suya. Pronto llamó a Carol para decirle cuanto la quería. Ella también le amaba, pero Sam la había herido y no podían continuar unidos. Sam siguió con On the rocks al lado de su viejo colega Silke, que no pudo negarse a colaborar al comprobar que uno de los personajes se llamaba como él.

El anochecer de 1984 sorprendió a Peckinpah con unos terribles dolores en el pecho que urgieron su ingreso hospitalario. Allí padeció su último ataque cardíaco y murió el 28 de diciembre. Dos de las mujeres imprescindibles en su vida le acompañaron en ese momento: su hermana Fem Lea y Begoña Palacios.

MI PERRO HERMANO INDIO

En el Festival de San Sebastián de 1970 el escritor y cineasta español Gonzalo Suárez presentó su película Aoom, que no obtuvo una recepción demasiado positiva. «[…] Estaba a punto de dejar San Sebastián. Se me acercó entonces una chica americana. “El señor Peckinpah quiere ver su película”, me dijo. Me quedé perplejo. Circunspecto. Pero no cerré la maleta.

»Peckinpah había venido a San Sebastián para presentar La balada de Cable Hogue. Se decían de él muchas cosas. Se había pegado de hostias en los pasillos del hotel con Stella Stevens. Se había hecho pis en el escenario. Un médico tenía que inyectarle todas las mañanas para que pudiera ponerse en pie. Yo solo sabía que Duelo en la alta sierra había gravitado emocionalmente sobre mí desde hacía años y que Cable Hogue era el más maravilloso western lírico y épico de todos los tiempos. ¿Para qué quería Peckinpah ver Aoom? ¿Y por qué?

»Aquel mismo día intenté organizar una proyección. No lo conseguí. El Festival se estaba desmantelando y no había sala disponible. Se lo dije. Al día siguiente él se iba a Londres para preparar el rodaje de Perros de paja y yo me iba a Asturias para intentar olvidar. “Me quedo —dijo Peckinpah—. Quiero ver la película”. Y se quedó. Me quedé. Vimos Aoom. En un recóndito cine de barrio. De descuajaringadas butacas. A las diez de la mañana. Él tenía que coger el avión unas horas después. Pero no lo cogió.

»Se vino con Héléne y conmigo a Asturias. Ése fue el principio de una larga y turbulenta amistad». Así narraba Suárez (en el número 12 de la revista Casablanca) su primer encuentro con Peckinpah, que fructificaría en colaboraciones conjuntas que nunca llegaron a materializarse en imágenes.

Fueron varios los proyectos nonatos o cancelados de Peckinpah. No llegó a hacer Summer soldiers, un guión de Robert Culp que había de producir John Calley, sobre un grupo de mercenarios modernos involucrados en una revolución en una remota isla caribeña; ni el western The greaser, ni Crow killer de John Milius (que se convertiría en Las aventuras de Jeremiah Johnson [Jeremiah Johnson; Sidney Pollack, 1972]) ni Deliverance, sobre la novela de James Dickey (el escritor intentó, sin suerte, convencer a la Warner para que Peckinpah la llevase al cine, pero sería John Boorman quien lo hiciera en 1973). Otras piezas literarias que a Sam le habría encantado adaptar para la pantalla eran Play it as it lays de Joan Didion o Sometintes a Great Notion de Ken Kesey. En los últimos setenta Peckinpah fundó una compañía productora con Ted Post y Martin B. Cohe, para la que había de dirigir King of the nothing, un proyecto del que no volvió a saberse. Antes de dirigir Clave: Omega bromeaba en una entrevista sobre su siguiente proyecto: «Es un encargo muy difícil. El regreso de Garganta Profunda. Es duro conseguir los derechos…». Se recuerda, también, el guión que le encargó Walt Disney en la línea de Raíces profundas (Shane; George Stevens, 1953), Little britches, que fue rechazado por su exceso de violencia y la escasez de perros; «de la violencia me hago responsable —dijo el director—, pero no de que no haya perros».

Con Gonzalo Suárez, a quien Peckinpah llamaba su «perro hermano indio» quedó pendiente la versión cinematográfica del libro del primero Doble dos, en cuyo guión trabajaron juntos. A la muerte del director, que mereció un acto en memoria en el Director Guild Theater de Sunset Boulevard donde prensa, televisión y casi cuatrocientos fans y colaboradores suyos subieron al escenario para hablar del maestro, relatar anécdotas vividas junto a él, cantarle canciones o recitar poemas sobre su persona. Suárez le dedicó una sentida necrología en El País Artes del 5 de enero del 85:

«(…) Ahora dicen los que no le conocen, que murió. Ellos no saben que no vivía en ningún sitio. No podía morir. No tenía casa. Dormía en los hoteles. No murió. Solo se cambió de habitación […]».