GRUPO SALVAJE, O DE CÓMO PECKINPAH PISÓ LA CIMA Y SE LLEVÓ ALGÚN DISGUSTO

A finales de 1967 Feldman y Peckinpah se trasladaron a San Blas, en el oeste de Méjico, cerca de Santa Cruz, para hacer localizaciones para The diamond story. Una tormenta los obligó a permanecer tres días encerrados en el hotel y aprovecharon para leer un guión que Sam había traído consigo, escrito por Walon Green, sobre una historia de Roy Sickner, un especialista amigo de Lee Marvin. Se trataba de un western de lo más burdo que contaba la historia de un grupo de bandidos embarcados en la Revolución Mejicana. A Marvin, por lo que fuera, le había gustado la historia y se mostró dispuesto a encarnar al líder. El título del guión había tomado el nombre de la banda de Butch Cassidy: The Wild Bunch. Se estaba gestando la obra más recordada de toda la filmografía de Sam Peckinpah. Productor y director le vendieron la moto a Hyman, convencidos de que con los cambios y arreglos convenientes. The Wild Bunch podía llegar a ser un bombazo absoluto en la taquilla, y la idea de un contrato doble con Lee Marvin para las dos películas era de lo más tentador, ya que el actor acababa de ganar el Oscar por La ingenua explosiva (Cat Ballou; Elliot Silverstein, 1965) y tenía recientes dos exitazos como Los profesionales (The professionals; Richard Brooks, 1966) y Doce del patíbulo. Peckinpah cobraría 72.000 dólares por reescríbir el guión y 100.000 dólares por dirigirlo. Motivadísimo y seguro de poder convertir aquel texto en un guión fabuloso, acudió a Jim Silke para que le ayudase con la reescritura, pero éste no se encontraba en condiciones de colaborar con él en ese momento. Resignado a trabajar en solitario, el guión de Grupo salvaje fue transformándose en una pieza maestra más allá de todo convencionalismo, habitada por personajes vivos, con un pasado, un presente y, aunque a veces incierto, un futuro; con motivaciones, dudas, pasiones, causas y efectos. Y mucha violencia. En la primavera de 1968, Peckinpah había hecho de Grupo salvaje, conjugando elementos, como él mismo reconoció más tarde, de The dice of God, Mayor Dundee, Villa cabalga y otros de sus trabajos, «una tragedia shakespeariana a partir de un spaghetti western de lo más simple» (David Weddle dixit). Expuesto el guión a examen ante la MPAA, la Warner recibió el siguiente comunicado; «En su forma actual esta historia es demasiado violenta y contiene demasiado lenguaje ordinario, lo que nos hace dudar sobre si una película basada en ese material puede ser aprobada por el código de producción. No obstante, sin dudar que revisarán el material y atenuarán los elementos excesivos, creemos que, bajo la calificación SUGGESTED FOR MATURE AUDIENCES, podemos aprobar la película». Feldman se limitó a aconsejar a Peckinpah que se cubriera las espaldas versionando por duplicado las cinco o seis escenas en que se incluía la palabra «goddamned» (la traducción corresponde a la interjección ¡maldita sea!, pero literalmente es la contracción, mucho más gráfica que en castellano, entre «god»: dios, y «damn»: maldito, condenado); «no es que yo sea muy religioso —decía Feldman—, pero para alguien puede representar un sacrilegio, creo que ese es el único punto delicado». Pero como de costumbre, los problemas no llegaban solos: Lee Marvin acababa de firmar con la Paramount para trabajar en el musical La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint your wagon; Joshua Logan, 1969) por la friolera de 1.000.000 dólares y, aconsejado por su agente Meyer Mishkin, Grupo salvaje no era una elección adecuada después de dos títulos de acción violenta. Por suerte Hyman estaba tan entusiasmado con el guión que se propuso sacarlo adelante aun sin la estrella prevista. Burt Lancaster, James Stewart, Charlton Heston, Gregory Peck, Sterling Hayden, Richard Boone y Robert Mitchum recibieron copia, pero fue William Holden quien prestó su físico al majestuoso personaje de Pike Bishop. Holden no vivía su mejor momento, sus últimos trabajos (Álvarez Kelly [Edward Dmytryk, 1966] y La brigada del diablo [The devil’s brigade; Andrew V. McLaglen, 1968]) no funcionaron en taquilla como debieran, el alcohol también había hecho mella en él y atrás quedaban los días dulces de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard; Billy Wilder, 1950), Nacida ayer (Born yesterday; George Cukor, 1950) o El puente sobre el río Kwai (The bridge on the river Kwai; David Lean, 1957). Pero para Peckinpah Pike Bishop era lo que William Holden en esos momentos. El resto del reparto se saldó como sigue (entre paréntesis se indican los actores considerados en principio para cada papel): Deke Thomton: Robert Ryan (Richard Harris, Arthur Kennedy, Henry Fonda, Ben Johnson, Van Heflin, Brian Keith), Dutch: Ernest Borgnine (Steve McQueen, George Peppard, Charles Bronson, James Brown, Alex Cord, Robert Culp, Sammy Davis Jr.), Freddie Sykes: Edmond O’Brien (Jason Robards, Walter Brennan, Lee J. Cobb, Elisha Cook. Jr., William Demarest, Paul Fix, Andy Clyde), Ángel: Jaime Sánchez (Robert Blake), Lyle Gorch: Warren Oates (Oates y su esposa temían tirar por la borda su matrimonio, que ya estuvo al borde de la quiebra durante los tres meses en que se involucró en Mayor Dundee, pero el espléndido guión y la admiración que Oates le profresaba a Peckinpah le hicieron aceptar. El divorcio no llegó hasta que la película estuvo estrenada): Tector Gorch: Ben Johnson; Coffer: Strother Martin; T.C.: L.Q. Jones; General Mapache: Emilio «Indio» Fernández. Jorge Russek sería el teniente Zamorra y Alfonso Arau (entonces conocido en latinoamérica por sus trabajos televisivos y más tarde por sus labores en la dirección) el teniente Herrera («Peckinpah me contó que con mi papel había querido homenajear a Alfonso Bedoya, el bandido mejicano de El tesoro de Sierra Madre»).

La extrema Grupo salvaje tampoco se libró de los cortes en la sala de montaje.

Sam partió junto a Chalo González, tío de Begoña Palacios con el que conservaba una buena amistad, en busca de localizaciones a Méjico; allí, en el estado de Coahuila, encontraron los decorados adecuados en los alrededores de las ciudades de Parras y Torreón, que serían transformadas en localidades cercanas a la frontera tejana de 1914. Grupo salvaje se presupuestó en 3.451.420 dólares y setenta días de rodaje. El equipo se reunió en Parras, en el Hotel Rincón de Montero, a mediados de marzo; el rodaje empezaría el día 25. Antes Peckinpah se encargó de comentar y discutir cada uno de los personajes con los actores y de convencer a Holden para que luciera un bigotillo como el suyo en pantalla. El cineasta demostró su especial habilidad para dirigir actores consiguiendo de todos ellos interpretaciones brillantes y sentidas; Emilio Fernández, ya sexagenario, rechazó ser sustituido por un especialista, se hizo colocar los detonadores y él mismo interpretó la escena de su muerte, correspondida con un aplauso de todo el equipo. La disciplina de Sam durante los cuatro meses que siguieron fue de lo más asombrosa: después de la jornada de nueve horas él seguía trabajando en cualquier aspecto de la producción con el resto del equipo hasta la medianoche, a las cuatro se despertaba (normalmente con el guión en la mano) y empezaba a planificar las tomas del día, a las siete o las ocho se reunía con el fotógrafo Lucien Ballard (con el que no había vuelto a trabajar desde Duelo en la alta sierra) y acudían juntos a la localización correspondiente. Si Sam probó el alcohol durante ese tiempo fue siempre en ocasiones concretas y aisladas. Estaba dispuesto a parir una obra maestra desde el principio. Eso sí, no se privó de un par de rolletes con las actrices mejicanas Yolanda Ponce y Aurora Clavel, que más tarde le escribirían apasionadas cartas a Los Ángeles pidiéndole dinero.

Los 63 extras y los 23 caballos de los primeros días se convirtieron en 230 figurantes y 56 caballos; el director cada vez pedía más y sus exigencias perfeccionistas abarcaban todos los apartados de la producción. Cuando el equipo de efectos especiales hacía las pruebas de disparos con los habituales detonadores, Peckinpah interrumpió su faena con una pistola cargada con munición auténtica: «¡No, no, no y no; el efecto que yo quiero es este!», gritaba mientras disparaba a diestro y siniestro. Los detonadores fueron sustituidos por otros de mayor calibre y rellenados con sangre y pedazos de carne. En cuestión armamentística se utilizaron 239 rifles, revólveres, automáticas y escopetas, y alrededor de 90.000 cargas de munición de fogueo. Escenas como la del puente dinamitado sobre Río Grande (Río Nazas, en realidad), en la que cinco caballos y sus jinetes vuelan por los aires, se rodó sin ningún tipo de efecto especial fotográfico, Peckinpah quería el mayor realismo posible y lo consiguió arriesgando el pellejo de sus especialistas (cada uno cobró 2.000 dólares por la escena); Joe Canutt (de una legendaria dinastía de especialistas) recuerda haberle dicho a «ese hijo de puta de Peckinpah que nunca volvería a trabajar para él». Aunque hubo sustos, los especialistas y los caballos sobrevivieron, la única pérdida fue una cámara, una Arriflex, de las seis que estaban situadas para la toma, que acabó en el agua al romperse la barcaza que la transportaba. Cliff Coleman coreografió con maestría las escenas de batalla, que también requirieron media docena de puntos de vista («La batalla del porche sangriento», como la llamaba el equipo, llevó doce días de rodaje). Sam lo tenía todo controlado, si alguien no funcionaba lo despedía (hasta veintidós miembros del equipo fueron enviados de vuelta), y si encontraba un ángulo de cámara mejor en el último segundo antes de rodar, lo aprovechaba a sabiendas del esfuerzo y el tiempo que eso representaba. A los seis días de rodaje había plantado la cámara ciento treinta y una veces (raramente rodaba más de tres o cuatro tomas de una escena). A Feldman empezaba a ponerle nervioso la costosa meticulosidad del director y sus continuas peticiones a producción, pero el material rodado que ya habían podido visionar en la Warner había dejado totalmente maravillados a los ejecutivos; Hyman estaba convencido de poder tener entre manos una de las mejores películas de la historia del cine.

Esta vez Peckinpah se curó en salud y se aseguró el montaje de la película, rechazando, incluso, los montadores impuestos por el estudio y solicitando a Lou Lombardo, un editor experimentado en televisión con el que había trabajado en Noon Wine, con el que colaboró durante seis meses, quince o dieciséis horas al día, a partir de la última semana de junio en que terminó el rodaje, para montar en Méjico una cantidad de metraje a considerar. Lombardo llamó a otro editor de TV, Robert Wolfe, para que echara una mano, y juntos atendieron las órdenes del director, confiado en los tres preestrenos que le correspondían por contrato. «Creo que ese fue el montaje y doblaje más completo de todos los tiempos —se atrevía a decir Feldman—. No puedo creer que haya nadie tan cuidadoso y detallista para eso como Sam». (Paul Schrader, vista la película en su estreno, le comentó a Peckinpah que el montaje era tan bueno como el de cualquier cinta de samurais de Kurosawa; «Yo creo que es mejor», respondió el realizador). Peckinpah, que quería que cada arma tuviera su sonido de disparo individual, obligó a la Warner a grabar hasta un centenar de nuevos efectos de disparos, ya que el estudio estaba dispuesto a utilizar los mismos que usaron en Dodge, ciudad sin ley (Dodge city; Michael Curtiz, 1939). El director pedía más tiempo y dinero; «dadle cualquier cosa que pida», dijo Hyman visto el material.

En septiembre estuvo lista una primera copia de Grupo salvaje con una duración de 225 minutos, y durante los siguientes tres meses Lombardo y Feldman se encargaron de reducirla a 170, siempre con el visto bueno del director. «Cada fotograma que quitábamos era oro puro», recuerda Lombardo. Los primeros pases públicos no oficiales (en escuelas de cine y ante la totalidad del equipo de La balada de Cable Hogue, que ya estaba en marcha por entonces), con la cinta aún manca de banda musical y de algunos efectos de sonido, fueron un éxito rotundo, pero a la película todavía le sobraban unos veinte minutos; Lucien Ballard se quejó de que las supresiones reducían la majestuosidad de su fotografía en Scope, pero Peckinpah entendía que la Warner no podía comercializar un western de tres horas y tenía conciencia de que algunos recortes lograban intensificar la narración. A su pesar cortó algunas escenas de violencia extremada, ya que por encima de todo quería que su historia llegara al máximo de gente posible. La música de la película la escribió Jerry Fielding (cuya primera grabación orquestada le pareció pretenciosa e inadecuada a Peckinpah: «Yo quería Méjico, ¿y qué es lo que tengo? Viena»), y se complementó con canciones de Julio Corona (Chalo González se recorrió todas las cantinas y burdeles del norte de Méjico buscando a este auténtico bebedor de tequila). Por fin, tras un año de posproducción, en mayo del 69 la primera copia de Grupo salvaje, con un metraje de 151 minutos y 3.642 cortes de montaje (la media en el cine americano de la época era de seiscientos), estuvo a punto para sus tres pases de prueba. Las reacciones fueron variadas, pero nadie se mantuvo impasible. Aparte un grupo de monjas que huyó despavorido a los pocos minutos de empezar la película, el sesenta por ciento de la audiencia se sintió ofendido por su violencia, un diecisiete o dieciocho por ciento encontraron la película excelente y un veintidós o veintitrés por ciento se situaron entre las dos opiniones. Miembros del equipo que asistieron a esos pases aseguran que las opiniones negativas de la gente, escritas en las tarjetas dispuestas al efecto, no se correspondían con su disfrute durante el visionado. Ken Hyman, contra cualquier pronóstico basado en la lógica comercial, mantuvo su confianza en la cinta, consciente en todo momento de que aquello era una obra maestra indiscutible. Las quejas de la audiencia tomaron forma epistolar con destino al Congreso, que a su vez informó a la MPAA. Los guardianes de la moral pública amenazaron con estigmatizar con una «X» a la película si no se realizaban diversos cortes concernientes al lenguaje obsceno y a su contenido sangriento. Peckinpah cortó otros seis minutos de la cinta, más de lo que Feldman o Hyman consideraban necesario. Finalmente la película consiguió la calificación «R» (no apta para menores de 17 años sin acompañamiento adulto). La distribución se planteó como un gran acontecimiento a partir de copias en 70mm y banda sonora estéreo (lo que por entonces no era demasiado habitual); así se llegó a hacer en algunas salas, sin embargo Ben Kalmenson, el jefe de distribución americano, creyó que la película era un western más, y demasiado largo. Feldman y Peckinpah cortaron un minuto y veintiséis segundos de un flash-back que revelaba que Pike Bishop había perdido a la única mujer que había amado; sin concretar, le dijeron a Kalmenson que habían acortado la película, y cuando el tipo volvió a verla dijo que así era mucho más ágil. Bueno, sorteadas las manías y caprichos de cada uno, el estreno mundial de Grupo salvaje tuvo lugar el 28 de junio en las Bahamas, en el marco del International Film Festival de la Warner (en realidad un evento creado para promocionar sus estrenos veraniegos) provocando reacciones escandalizadas y animadversiones varias. Al día siguiente, en la rueda de prensa de la película, Holden, Borgnine, Feldman y compañía se vieron bombardeados, ante la ausencia de Peckinpah, por preguntas del tipo ¿qué razón de ser tiene esta película?, ¿por qué tanta sangre? y otras que intentaron responder desde el sentido común y la mínima hipocresía moral. A la media hora llegó Peckinpah y se integró al cuestionario de la prensa; «Mr. Peckinpah, ¿por qué ha hecho esta película?, ¿qué quería decir con ella?, ¿cuál es la razón de tanta violencia?», «No tengo nada que decir, la película habla por sí misma». «Entonces ¿por qué estamos en esta rueda de prensa?». «Ésa sí es una buena pregunta», respondió el realizador. Una semana después la película estaba en los cines avalada por una campaña publicitaria en televisión, radio, periódicos, revistas… En Sunset Boulevard se colocaron dos vallas gigantescas, y solo en Tejas, en las primeras semanas de promoción se gastaron 200.000 dólares. Merece la pena atender un resumen de las consideraciones críticas vertidas por algunos colegas de Peckinpah en el momento del estreno:

«Fuimos testigos de una increíble obra de arte. Nos quedamos totalmente aturdidos, abrumados. Duelo en la alta sierra fue una señal inequívoca de una nueva aproximación al western. Fue como el principio del fin, y Grupo salvaje fue el fin. Como una llamarada gloriosa. Esperábamos algo realmente increíble, pero aquello nos sorprendió: era mucho más de lo podíamos esperar». Martin Scorsese.

«Vi Grupo salvaje el segundo o el tercer día después de su estreno en Hollywood Boulevard. Fui porque George Lucas la había visto y me había dicho: “¡Es la mejor película que se ha hecho nunca, es mejor que Centauros del desierto (The searchers; John Ford, 1956), es mejor que cualquier otra, tienes que verla!”. Así que fuimos juntos a verla, y me gustó. Allí había una parte de Peckinpah fuera de control, y eso me gustaba. Entonces llegó esa maravillosa escena en que están sentados y el viejo dice, “Todos soñamos con volver a ser niños, incluso los peores de nosotros. Tal vez los peores más que nadie”. No podre olvidar esa frase nunca en la vida. (…) Grupo salvaje está llena de momentos como ese». John Milius.

«Nunca había visto un western semejante. Es una película extraordinaria. (…) Tiene un reparto perfecto y todas las actuaciones están llenas de pasión y tristeza. Eso era lo más grande del cine de Peckinpah, la tristeza que habitaba en todos sus personajes». Alex Cox.

Grupo salvaje, que demostró, como dijo el director Ron Shelton, que una película de acción puede ser tan inteligente como una obra de Shakespeare, obtuvo una recaudación que pudo calificarse de razonable por debajo de lo merecido a causa de una errónea política de distribución. Terminada, estrenada y distribuida, aún hubo de dar un disgusto a su director. En 1969 la Warner Bros. fue vendida a Steve Ross; Ted Ashley tomó el puesto presidencial y Ken Hyman fue reemplazado por John Calley (Calley fue uno de los responsables del despido de Peckinpah en El rey del juego, aunque el director nunca le guardó rencor y siempre creyó a Ransohoff el único culpable). Ashley, mucho menos romántico y cinéfilo que Hyman, o al menos más práctico, se solidarizó con los exhibidores y llegó a la conclusión de que Grupo salvaje era demasiado larga, diez minutos demasiado larga. Con Sam en Hawaii montando La balada de Cable Hogue, a Felman se le encargó la cruel amputación: flashbacks que explicaban los fracasos pasados de Bishop y su relación con Deke Thornton, una batalla entre las tropas de Mapache y las de Pancho Villa, parte del diálogo a la luz de la hoguera entre Bishop y Engstrom y algunas imágenes en la villa de Ángel. Feldman afeitó ocho minutos sin creer haber afectado al conjunto, de hecho creía haberla mejorado, y veintidós años más tarde, antes de morir, confesaba no haberse arrepentido nunca de aquello. El gran error de Feldman fue el no haber consultado su acción sobre la película con Peckinpah, que se enteró del expolio por unos periodistas y sintió en sus carnes la traición de un amigo. La película no se pudo disfrutar en toda su esencia hasta su edición en vídeo, a excepción de algunos pases en universidades y otros foros de la copia íntegra que conservaba el realizador y que solía acompañar de conferencias resentidas. La película aspiraba a un puñado de nominaciones al Oscar pero solo consiguió dos, la banda sonora musical de Jerry Fielding y el guión de Sickner, Green y Peckinpah; ambas estatuillas le fueron arrebatadas por Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and Sundance Kid; George Roy Hill, 1969). El montaje no fue candidato a ningún premio, aunque de los ciento cincuenta montadores pertenecientes a la Academia, solo cinco acudieron al pase de la película organizado por la agencia de prensa. La película se hizo con el primer premio en Cannes, el Gran Premio del Festival de Bruselas y la Diosa de Plata al Mejor Filme Extranjero en el Mexican Film Festival.

A principios de los 90 Martin Scorsese, Roben Harris, Garner Simmons y Paul Seydor presionaron a la Warner para un estreno de la versión del director. En 1993 el estudio anunció un estreno en 70mm de la película totalmente restaurada y con su banda sonora estéreo de seis pistas. Todo un acontecimiento que se vio sorprendentemente frustrado cuando, al presentar la nueva copia a la MPAA para su reclasificación, la película mereció un «NC-17» (el equivalente a la «X» de su tiempo), lo que imposibilitó el nuevo lanzamiento comercial.

LA BALADA DE CABLE HOGUE: EL WESTERN AMABLE

Sam vivía su época de mayor éxito. En su vida privada retomó sus hábitos alcohólicos y puteros, la mayoría de sus secretarias se pluriempleaban como amantes, las desprejuiciadas aspirantes a estrella abundaban y hasta las novias o esposas de sus colegas eran presa fácil para el seductor. En su vida profesional, ya se ha dicho, rodaba La balada de Cable Hogue mientras Grupo salvaje estaba en posproducción. Sam había comprado los derechos del guión escrito por John Crawford y Edmund Penney en 1967, y aprovechando lo contentos que tenía a los jefes con la evolución de Grupo salvaje se lo envió a Hyman, que de inmediato dio el visto bueno para la preproducción. Sam retocó el libreto ayudado por Gordon Dawson (que también fue el productor asociado sin crédito de la película), añadiendo escenas cómicas y puliendo diálogos entre otras cosas. La película se rodó en el Valle de Fuego, al este de Las Vegas, y en Arizona, en treinta y seis días con un presupuesto de 880.000 dólares. Los problemas más graves fueron los meteorológicos, con tormentas que obligaron a interrumpir el rodaje varios días, y el genio de Sam, que despidió a treinta y seis miembros del equipo (ayudantes de dirección, operadores, conductores, maquilladores…), una media de un despido diario de no ser por que el rodaje se alargó diecinueve días (el presupuesto se sobrepasó en ¡casi tres millones de dólares!). Peckinpah llegó a despedir a su hija Sharon, que estaba encargándose del documental en 16mm sobre el rodaje, y a su novio Gary Weis. Gary se enteró de que Sam planeaba hacer estallar un lagarto vivo para una escena de la película, e indignado montó una campaña bajo el lema «¡Salvad al lagarto!». Notas anónimas empezaron a aparecer en el coche de Sam o en el tablón del hotel donde se colgaban las noticias de rodaje para el equipo, con textos como «Matar un lagarto en jueves supone mala suerte durante cientos de años. Firmado: Akira Kurosawa». Gary siempre firmaba las notas con los nombres de los ídolos de Sam. Por supuesto, la elogiable incorrección política de Sam dio con las tripas de la lagartija por los aires cuando llegó el momento y la parejita fue despedida por dar la brasa.

La balada… había sido aceptada en la Warner por Ken Hyman, pero cuando la empresa renovó su plantilla los nuevos ejecutivos no confiaron demasiado en la película, que juzgaron demasiado larga, irregular y con un final deprimente desde el momento en que vieron un primer montaje de dos horas y media (Frank Santillo montó con Peckinpah) en el que todavía faltaba completar la banda sonora con las canciones de Richard Gillis y limpiar el metraje en media hora. Pero la copia final de un par de horas tampoco gustó a la cúpula, y si bien los pases de prueba complacieron a un público que osciló entre las calificaciones de buena y excelente, el estudio estrenó la película con poco interés y publicidad mínima, provocando la lógica irritación del director, que denunció a sus mecenas en ruedas de prensa y entrevistas varias por atentar contra su reputación.

La balada de Cable Hogue