Hollywood Confidencial

Los increíbles casos de Dan Turner, el detective de Hollywood

Actrices secuestradas para la trata de blancas cuyas cabezas saltan cercenadas cuando intentan escapar, reinas de la belleza fulminantemente asesinadas por el mismo premio que recogen en sus brazos desnudos, estrellas del cine de terror que creen estar convirtiéndose en los monstruos que interpretan en pantalla, planes para matar a nuestro enemigo desde más allá de la tumba, fracasados actores de Serie B que dirigen siniestras organizaciones criminales... ¡Bienvenidos a Hollywood! Pero el Hollywood de la más delirante y pura pulp fiction, el de un tipo llamado Dan Turner, que, sin duda, haría palidecer de bochorno a colegas como Sam Spade o Philip Marlowe, quienes se apartarían de su lado, profundamente disgustados por tener que reconocer que se dedican al mismo negocio.

Porque, ciertamente, Dan Turner, el detective de Hollywood, es la vergüenza de su profesión. Uno de esos prívate eyes que proliferaron no en las prestigiosas páginas de Black Mask, el rey de los pulps de crimen y misterio, donde vio la luz la novela negra moderna, sino en las de otras publicaciones mucho menos alabadas por la crítica: los Spicy Pulps, es decir, los pulps «picantes», donde todos los géneros y temáticas propios de la literatura popular —ciencia ficción, aventura, western, crimen, terror, romance, deporte...— se teñían de verde para ofrecernos su (perversión netamente sexy y bien subida de tono. El pulp sicalíptico, que hubieran podido decir sus colegas de la bohemia española y madrileña. Aquí fue donde nació Dan Turner, en las páginas del número dos de Spicy Detective —Detective picante, no se olvide—, de junio de 1934... Había nacido también un mito de la edad dorada del pulp, cuyas aventuras (¡¡¡alrededor de trescientas...!!!) seguirían publicándose en esta revista hasta 1943, cuando la misma cambió su nombre por el de Speed Detective, disminuyendo su contenido sexual ante la presión de la censura y la debacle de los pulps eróticos y sangrientos. Dan Turner se amoldó rápidamente y siguió resolviendo crímenes en el «nuevo» magazine hasta su definitiva desaparición en febrero de 1947. Entre tanto, su popularidad había crecido de tal forma que, desde enero de 1942, tenía su propia pulpblicación: Hollywood Detective, que duraría ni más ni menos que hasta octubre de 1950, cuando la bancarrota de la industria pulp era ya irreversible, y su mundo delirante pasaría directamente al universo del libro de bolsillo —los pocket books— y los cómics, dando lugar a una nueva etapa en la larga, infame y fundamental historia de la literatura popular. A lo largo de esos años, Dan Turner se había erigido en todo un modelo —no precisamente moral, claro— del género hardboiled, llevado a la pantalla en 1947 por Lesley Selander en Blackmail, una genuina Serie B producida por Republic, que goza de la fama de ser considerada una de las peores películas de detective privado duro en la historia del cine negro. También había sido convertido en personaje de cómic, primero por Max Plaisted en una serie de tiras que aparecían en el propio Hollywood Detective Magazine, y más tarde por el memorable Adolphe Barreux, con guiones del propio creador del personaje, Robert Leslie Bellem.

Algo habrá que decir acerca de este tipo, claro. ROBERT LESLIE BELLEM (1894 ó 1902—1968) es uno de esos miembros de la fauna pulp que no dejan de asombrar a quienes penetran en sus territorios agrestes y salvajes. Antes de convertirse en fecundo autor para las amarillentas páginas de estas publicaciones, había trabajado como periodista, locutor radiofónico —de anuncios comerciales— y, no sin provecho, extra cinematográfico. Cuando se transformó en escritor de pulp, se convirtió también en uno de los más rápidos y prolíficos de un negocio donde un hombre valía lo que la velocidad de sus dedos frente a la máquina de escribir, y existían competidores tan salvajes en liza como Hugh B. Cave —que escribió unos ochocientos relatos sólo en la década de los 30—; Arthur J. Burks —del que se afirmaba que podía escribir entre uno y dos millones de palabras al año—; el también periodista y editor Norvell W. Page, que comenzó escribiendo westerns y no contento con convertirse en autor de decenas de aventuras del héroe vigilante «The Spider» bajo el seudónimo de Grant Stockbridge, creó además héroes de ciencia ficción, espada y brujería, y al detective hardboiled Bill Cárter, también para las páginas de Spicy Detective Stories—, el infatigable Lester Dent, que escribió en menos de veinte años más de ciento cincuenta novelas del célebre «Doc Savage», con el nombre de marca de Kenneth Robeson, creando todo un «modelo maestro» de cómo escribir pulp fiction, conocido como «La Fórmula Lester Dent», pero a quien se le acredita también como uno de los creadores del genuino estilo Black Mask, con dos historias de detectives: “Sail” y “Angelfish”, publicadas en 1936. O los más famosos E. Hoffman Price y L. Ron Hubbard, que entre cientos y cientos de páginas publicadas encontraron tiempo para convertirse en orientalistas y aprender chino, el primero, e inventar la Dianética y fundar la Iglesia de la Cienciología, el segundo.

Nuestro hombre no les iba a la zaga. Se calcula que en su momento de mayor esplendor no escribía menos de un millón de palabras anuales y, lo que es más sorprendente, vendiendo todas y cada una de ellas. Una estimación prudente de la obra de Bellem nos da una cifra aproximada de unas tres mil historias para pulps, dos novelas y más de sesenta guiones de cómic. Naturalmente, utilizó múltiples seudónimos —entre ellos Ellery Watson Calder (sin comentarios), John A. Saxon, Harley L. Court, Anthony Gordon, Jerome Severs Perry o Franklin Charles (este último para escribir en colaboración con el autor de novela negra Cleve F. Adams)—, y también creó otros personajes, detectives como Nick Ransom, Cliff Downey y Duke Pizzatello, de los cuales sólo el primero tuvo cierto éxito, aunque sin hacer sombra ni por un momento al gran Dan Turner.

En cualquier caso, el coto de caza favorito, ya que no privado, de Bellem fueron los ya citados Spicy Pulps, que editaba en su mayoría la Culture Publications (¡qué deliciosamente irónico nombre!): Spicy Detective, Spicy Adventure, Spicy Western y, muy especialmente, Spicy Mystery, uno de los más populares Weird Menace Pulps, donde la violencia y la sangre no desmerecían del contenido erótico, sino más bien al contrario. De hecho, nuestro autor fue también habitual de este género1, publicando con regularidad en Mystery Tales, Detective Stories y otras truculentas revistas por el estilo, aunque su éxito y asiduidad en las páginas «picantes» acabó por ganarle el mote de «el Shakespeare de los Spicy Pulps». Cuando el mercado del papel amarillo se vino completamente abajo, Bellem no tuvo problema alguno para integrarse en la nómina de escritores que invadieron las series de televisión, pasando a trabajar en shows tan famosos como El Llanero Solitario, Las aventuras de Superman (el serial catódico de los años 50), Perry Masón, etcétera, etcétera.

Pero su verdadera inmortalidad se la debe, desde luego, a Dan Turner. Aunque pertenece al universo secreto de la peor y más barata pulp fiction, aquella que rara vez llega en forma de libro a las estanterías de bibliotecas y librerías, la que se resiste incombustiblemente a la dignificación cultural, que tantas veces se apropia de la literatura de género —tantas veces desvirtuándola y privándola de atractivo—, formando en las filas del más genuino subproletariado de la novela popular que imaginarse pueda2, lo cierto es que el detective de Hollywood ha seguido presente en series de cómic modernas —como la que le dedicara Eternity Comics, en 1991, con una miniserie de cuatro números, con guiones de John Wooley basados en historias originales de Bellem, y arte de Kevin Turna y Gary Dumm—, en reediciones hechas por aficionados impenitentes, y hasta en un largometraje para televisión, The Raven Red Kiss—Off (1990), dirigido por Christopher Lewis, con Marc —«V»— Singer en el papel del detective, y escrito también por John Wooley —se nota que es un fan, ¿no?—, que pasó, eso sí, sin pena ni gloria, además de numerosas páginas webs dedicadas al personaje en los últimos años. Para llegar ahora a este pequeño librito que el lector tiene entre sus manos, a punto de llenarse de sangre y restos de pólvora, primera edición, que yo sepa, del personaje en nuestro país.

¿Cuál es el motivo de esta inmortalidad? Muy sencillo: Dan Turner es irresistible e irresistiblemente divertido. Resulta difícil, si no imposible (como muy bien argumenta el experto en pulp Kevin Burton Smith3), saber si Bellem era consciente o no de estar llevando los tópicos del género hardboiled, en realidad todavía de reciente invención, hasta extremos prácticamente autoparódicos. Yo me inclino a creer que sí. Al contrario de Hammett o, sobre todo, Chandler, que se preocupaban seriamente por el hecho de estar creando una nueva dirección en la literatura policíaca y criminal, y se planteaban toda suerte de serias disquisiciones tanto éticas como estilísticas, Bellem escribe para el más directo consumo y en las páginas de los más abyectos pulps. Ello le sirve, precisamente, para poder actuar con total libertad y radicalizar de forma salvajemente frívola los aspectos más característicos ya de la serie negra, en concreto aquellos ligados al personaje del detective, el prívate eye, duro, violento y cínico.

Dan Turner es más duro que el turrón de Alicante, bebe tal cantidad de alcohol —esencialmente whisky Vat 69— que podríamos rebautizarlo Dan Esponja, su dedo es más rápido que el gatillo de cualquier villano; su cerebro, a pesar de los resacones de órdago, es ágil como una pantera, y todas las chicas caen rendidas en sus brazos. ¡Y qué chicas! No olvidemos que la mayoría de las aventuras de Dan Turner se escribieron para los rijosos Spicy Pulps. No hay mujeres feas en el mundo de Dan Turner: rubias, morenas, pelirrojas, delgadas, entraditas en carnes, maduras, jovencitas, debutantes, estrellas de cine, esposas engalladas... Da igual. Todas son bombones ligeros de ropa, todas son explosivas, y todas pueden —y deben— acabar haciendo el amor con el detective de Hollywood, que deja a 007 a la altura de un maduro galán achacoso. Es decir, Dan Turner es el pluscuamperfecto detective hardboiled, hasta un grado tan exacerbado que no puede resultar sino paródico e inevitablemente divertido, como sólo ha llegado a serlo después el Mike Hammer televisivo interpretado por Stacy Keach, en los primeros años 80. En más de un sentido, Bellem se adelantó en su cinismo galopante, excesos autorreferenciales y efectos paródicos a la novela negra americana —y el cine— de los 50 y 60, que con escritores como Richard S. Prather y su detective Shell Scott; Marvin H. Albert y su Pete Sawyer; John D. MacDonald y su Travis McGee, o Donald Westlake y su desastroso ladrón Dortmunder, llevaron el hardboiled A humor o a la inversa. Al igual que filmes como Harper, investigador privado (Harper; Jack Smight, 1966), Hampa dorada (Tony Rome, Gordon Douglas, 1967), Marlowe, detective muy privado {Marlowe, Paul Bogart, 1969), Más oscuro que el ámbar (Darker than Amber, Robert Clouse, 1970), Un diamante al rojo vivo (The Hot Rock, Peter Yates, 1972) o Shamus (Buzz Kulik, 1973), hacían lo propio, usando a estos escritores y otros como base literaria o proponiendo una relectura irónica de los clásicos del género.

Y luego están los argumentos. Puro serial. Si todavía Hammett tiene algunos elementos propios del folletín y la novela de misterio por entregas —el maleficio familiar y la sociedad secreta de La maldición de los Dain, la misteriosa y exótica estatuilla de El Halcón Maltés, etcétera—, Bellem, encallecido en las sangrientas y delirantes arenas del Menace Pulp, es capaz de, en apenas veinte páginas, poner en danza rayos diabólicos, tratantes de blancas, inverosímiles complots para eliminar a la competencia en un concurso de belleza, criminales enmascarados, traiciones, persecuciones en coche y tiroteos, apenas interrumpidos para dejar espacio a la pasión más (discretamente, es sólo spicy no porno) desatada, y finalizar con una explicación aturullada perfectamente acorde con el resto del delirio precedente. Generalmente, ante la sorpresa del Teniente de Homicidios Dave Donaldson, experto en equivocarse de culpable para mayor gloria de su, al parecer, amigo Dan Turner.

Otro buen motivo para rescatar las aventuras del detective creado por Bellem, y no poco importante, es su escenario: el Hollywood de los años 30 y 40,» que el autor conocía de sobra, entre otras cosas gracias a sus trabajos anteriores como reportero y actor de reparto. Dan Turner es el tipo al que hay que acudir si trabajas en el show business y tienes un problema. Especialmente, si el problema es que quieren apiolarte. Que tus socios, esposa o novia te traicionan —o tú a ellos—, que estás siendo chantajeado por algún viejo amigo, enemigo o por alguna amante despechada. Si eres productor o director y tu estrella está bajo sospecha, ha desaparecido o, peor, ha aparecido más fría que un rosbif. Los relatos de Bellem están llenos de guiños para los lectores de la época, habituados a los chismes de Hollywood y sus estrellas. En varios de los aquí reunidos, quien esté familiarizado con aquel viejo Hollywood Babilonia de la Era Dorada reconocerá alusiones a los típicos astrólogos de Tinseltown, estilo Cheiro o Criswell (“El caso del horóscopo”), a estrellas de la época como Nancy Carroll (“Las estrellas mueren de noche”) o Bela Lugosi (“La maldad del monstruo”), y a las reinas del chismorreo cinematográfico en la prensa, como Louella Parsons o Hedda Hopper (“El caso del horóscopo”), entre otras muchas posiblemente imposibles de descifrar para nosotros, pero quizá obvias en su día. Estamos en un Hollywood tan exagerado como el propio Turner, donde todo son celos mortales, pasiones prohibidas, complots maquiavélicos, chantajes, estrellas sin escrúpulos y toda suerte de productores, directores, especialistas, actores de segunda y actrices con cuerpos de primera, que se engañan, traicionan y asesinan constante y conspicuamente entre sí. De cada uno de los relatos aquí incluidos, James Ellroy podría sacar el argumento para una de sus novelas de quinientas páginas... Probablemente sin que el resultado fuera mucho mejor, lo cual dice algo de las virtudes del viejo formato pulp.

Pero, finalmente, lo que ha permitido que este detective de cuarta categoría (regional: Hollywood) perdure y tenga una legión de fieles admiradores es el estilo desenfadado y lleno de inventiva del propio Bellem. En efecto, sin importarle demasiado la verosimilitud de los casos y mucho menos la profundidad psicológica (esto es crimen pulp, amigos, si queréis del otro, para eso está Dostoyevsky, que lo hacía mucho mejor que los suecos, por cierto), el creador de Dan Turner pone todo su genio e ingenio a la hora de llevar también el lenguaje típico del hardboiled hasta terrenos que ningún ser humano había pisado jamás. Escritos en la sempiterna primera persona de todo detective noir que se precie de serlo, los casos de Bellem son auténticos casus linguae, donde este hace un empleo del slang—el argot, para los afrancesados— tan ingenioso como imparable. Es el reino absoluto de la metáfora chusca, porque para Turner/Bellem nada es tan simple como una chica, un asesinato, un cadáver o una pistola. Para describir su trabajo como investigador puede desde inventar un nuevo verbo —«detectiveo»— hasta decantarse por los más típicos y habituales epítetos de «husmeabraguetas», «husmeabragas» o «hurón privado». Una chica nunca es (sólo) una chica, sino una «palomita», «muñequita», «bombón de cañón doble», «monada rubia», «frau», «pastelito» o «gatita», entre otros sustantivos que llevan incluido el adjetivo en sí mismos. Las casas, propias o ajenas, son «chozas», «madrigueras», «covachas» o «iglús». El whisky es «el elixir de las Tierras Altas» o «la medicina de las Tierras Altas». Los pechos de una muchacha pueden ser «pulgas juguetonas», y el puñetazo de un gorila un «torpedo peludo». Estar sobrio es también estar «dolorosamente sobrio», pero estar muerto es lo mejor, porque suele consistir en estar «más muerto que un huevo frito» o «tan muerto como los bonos de guerra Confederados». Fumar es «encender otro clavo más para mi ataúd». Constantemente, Turner nos da pruebas de una sabiduría callejera tan milenaria y eficaz como los proverbios chinos de Charlie Chan, por ejemplo, esta joya: «que una gata incube sus crías en un horno no las convierte en galletas». Un absoluto chorreo de frases chispeantes, adjetivos rebuscados, símiles absurdos, palabras callejeras improbables e imposibles, unas cuantas de invención propia, que a veces parecen dignas de los Hermanos Marx. Fue este estilo disparatado, rápido y felizmente desprejuiciado el que ganó a Bellem la admiración del gran humorista S. J. Perelman —guionista, precisamente, de algunas de las mejores películas de los Marx—, columnista habitual del New Yorker y descubridor, por ejemplo, de la novela Trampa 22 de Joseph Heller, hoy todo un clásico, que hubiera pasado desapercibida de no ser por sus comentarios sobre el libro. Perelman, admirado por Maugham, T. S. Eliot y Woody Allen, en una de sus piezas para el New Yorker, “Somwhere a Roscoe”, cariñosa sátira del género pulp, alabó a Bellem y su estilo, calificando a Dan Turner como «la apoteosis de todos los detectives privados... salido de un cruce entre Ma Barker y el Sam Spade de Dashiell Hammett». Algunos han comparado el uso del slang y el sentido del humor de Bellem, en sus historias del detective de Hollywood, con un Damon Runyon en clave menor4.

Sin más preámbulos —abróchense los cinturones: esta va a ser una lectura movidita—, invito ya al lector a penetrar en el delirante universo del Hollywood pulp de Dan Turner y Robert Leslie Bellem. Un viaje en el tiempo, sin pretensiones ni excusas, a un mundo más simple, donde todos los detectives son duros e ingeniosos (aunque les lluevan las palizas), todas las chicas guapas y fáciles (aunque puedan matarte), todos los polis torpes, y donde el crimen siempre paga —aunque no siempre las cosas salgan bien para los inocentes: eso es el hardboiled, oigan—. Un universo amarillento y desvaído por el paso de los años, que, sin embargo, reaparece lleno de frescura y en el que los diálogos siempre chispean, las pistolas ladran plomo, los coches corren a velocidad de vértigo —unos sesenta kilómetros por hora de entonces— y el alcohol a raudales.

Les propongo el regreso a un noir esencialmente divertido, formato relato corto, en un momento en el que para escribir novela negra parece que hay que rellenar, por fuerza, quinientas páginas con dramas personales, desgracias familiares y tristezas sociales y psicológicas ad infinitum (y adnauseam), bajo la triste lluvia de sórdidas y aburridas ciudades escandinavas —cuando no aparecen autores americanos capaces de convertir a nuestros viejos detectives o duros polis en hermanitas de la caridad políticamente correctas—, para hacer pasar el género por buena literatura (sí, «buena» la han hecho...). Es decir: el antídoto perfecto para recuperar el sentido de la maravilla, el entretenimiento y la esencia netamente pulp de una literatura que, al fin y al cabo, nació en aquellas absurdas y baratas páginas amarillas destinadas al consumo de las masas «incultas». Hoy, paradójicamente, puede que no haya ejercicio tan exquisitamente sofisticado y perverso como, precisamente, disfrutar del regusto camp, políticamente incorrecto y kitsch, de las aventuras de Dan Turner, el detective de Hollywood.

P. D.: Estos son sólo cinco relatos escogidos de entre lo mejor y más representativo del personaje, que se ofrecen al lector ordenados cronológicamente, indicando la revista de procedencia original, para que pueda apreciarse la evolución de este y del estilo de su autor —cómo pasa de unos inicios netamente Spicy, con toques de serial y genuino gore al estilo Menace Pulp, a una cada vez mayor prestidigitación lingüística, disminución del sexo y la sangre, mayor elaboración en las tramas y aumento del humor, en vena también cada vez más hardboiled—Pero como se dijo más arriba, existen unas trescientas historias de Dan Turner... Así que, ya saben, si quieren que vuelva, no tienen más que decirlo y sus deseos —y los míos— se harán realidad, y les aseguro que nuestros editores se volverán tan locos como unas maracas.

Jesús Palacios

Gijón, 23 de junio de 2011