Epílogo
El último niño tolerado

Los árboles no crecen tirando de las hojas.

J. M. HOFFMAN

Creo que hemos perdido la concepción de la infancia como algo excepcional y diferente en cada niño intentando que nuestros hijos sigan unas estadísticas que no están hechas con ellos ni para ellos. En cuanto algún niño no sigue las normas o no hace lo mismo que todos y en el mismo momento, ya tenemos un problema.

Cuando yo era pequeña, si un niño era muy movido le decían a su madre: «¡Vaya, el chaval va para futbolista!». Y si era retraído y le gustaba leer le decían: «Menudo lumbreras, ¡este te va a sacar notarías!». Y todos felices. Pero ahora no. Actualmente al que es muy movido se le aplicarán técnicas para que deje de serlo o se le apuntará a yoga infantil, y al retraído se le animará a hacer deportes de equipo como el fútbol. Así pues, el primero nunca acabará siendo ese magnífico atleta que batirá el récord de los cien metros lisos y nunca disfrutará con la meditación trascendental; y el niño retraído seguirá siendo el más patoso de su equipo y perderá el tiempo en entrenamientos en lugar de desarrollar su actividad mental.

Queremos niños iguales que hagan lo mismo, sin valorar aquello que hay de excepcional en cada uno. Al parecer, el éxito radica en hacer que un chico se comporte como la mayoría, en lugar de ver la potencialidad de su comportamiento. Puede que tengamos un aventurero o un gran profesor de meditación entre nosotros, ¡pero no se puede permitir! Al movido se le pondrán límites a su actividad y al reflexivo se le animará a «pensar» menos y a hacer más deporte. ¡Cuántos talentos se pierden intentando que los niños no desarrollen aquello que ningún otro posee, porque han de hacer lo que hacen todos los demás!

Lo peor, quizás, no es esta inmersión de los niños en el gris de la mediocridad, puesto que no toleramos el blanco y el negro; lo más triste es que estamos contemplando la infancia como una enfermedad, puesto que toda separación de la norma se entiende como una patología. Jean-Marc Louis[151] afirma que los padres y educadores ceden demasiado a menudo a ese sueño del niño perfecto y normalizado. Y es eso, sólo un sueño, un constructo falso hecho con tablas y matemáticas, que debería ser orientativo, sí, pero nada más. Solamente se consideran niños aceptables si se encuentran en la parte central de la campana de Gauss[152], pero ¡la derecha y la izquierda de la campana existen y son normales!

Dice Louis[153]:

En la mayoría de los casos, estos juicios tienen como origen una mala información de los adultos respecto a la psicología del niño, y la ignorancia de las manifestaciones de las etapas que determinan la evolución en la infancia y adolescencia. Cuando los alumnos no están a gusto en su colegio, cuando no asimilan los contenidos, situamos el problema en ellos sin cuestionar un sistema que puede estar fallando (…).

Todos los niños son excepcionales. No hay ninguno igual y cada uno tiene unas particularidades maravillosas, como los distintos colores del arco iris. Pero nos perdemos en el mar de la seguridad y la comodidad: si un niño hace lo que hacen los demás, suponemos que ya hemos triunfado como padres o educadores. Pero, a menudo, no es así; simplemente cambiamos niños extraordinarios por niños ordinarios.

Hemos de iniciar un camino de tolerancia y comprensión hacia el niño normal con sus particularidades. No todos los niños siguen el mismo camino ni a la misma velocidad, pero no nos hemos de angustiar, simplemente es preciso observar y esperar. La desesperación que produce en algunos adultos el hecho de que su hijo no encaje con su idea de niño perfecto produce en el niño, a menudo, una falta de autoestima («No soy bueno, lo hago mal todo») e incluso una rebeldía por demostrar que estamos equivocados («Ahora te vas a enterar»). De la incomprensión adulta surgen los problemas psicológicos que ellos pueden sufrir; y de ahí, también, nuestra responsabilidad frente a ellos: nuestra comprensión es su medicina.

Como psicóloga, he de decir que es cierto que existen niños con patologías que deben ser tratados, pero no me refiero a estos casos. Es importante hacer un buen diagnóstico y mostrar a los padres y educadores la realidad, porque muchas veces pretenden que acojamos en terapia a niños que no la necesitan.

Hay muchas situaciones «complicadas» que se atribuyen a un comportamiento anormal del niño que, como hemos visto a lo largo del libro, se pueden solucionar simplemente comprendiéndole y adaptando la dinámica familiar a la nueva situación, generalmente transitoria. En vez de eso, los padres pueden tender a pensar que el problema es del niño y no harán nada por cambiar ellos. Así, en la consulta, observo continuamente que las situaciones que tienen peor pronóstico no son aquellas en las que el pequeño está peor (en cualquier sentido), sino aquellas en las que los padres son más inflexibles, más egoístas o menos empáticos. Aun así, el profesional debe intentar no ceder a la presión de los padres por «reconducir una conducta» (léase «hacer pasar por el aro») y no dar la razón a los padres, ya que esto no hace más que reforzar su idea de que es el niño el que «lo lleva mal».

Como hemos visto en estas páginas, las cosas que debe hacer un niño de 0 a 6 años son muchísimas y muy importantes. Es muy fácil que en alguna de ellas sea distinto al resto (tarde más en retirar el pañal, caminar, se despierte más veces…). Esto no quiere decir que sea un niño normal o patológico. Enfocándolo con el prisma oportuno, cualquier niño puede parecer patológico. Durante la Revolución francesa, en el reinado del terror, Robespierre acostumbraba a decir: «Dadme tres frases de un hombre y le monto un juicio». Con los niños puede pasar algo parecido: si los padres, cuidadores o educadores hacen hincapié en lo que se aparta de lo normal (que a menudo no es ni tan siquiera lo normal, sino su idea de lo normal), pueden pensar que tienen un niño patológico y, por tanto, cuentan con la justificación necesaria para intentar cambiarlo por todos los medios.

Por todo ello, hay que intentar evitar la medicalización de los niños. El que su hijo se haga pipí en la cama a los 5 años no es un problema de salud; esto es fácil de entender. El que su hijo se aburra en clase y quiera salir al patio cuando no toca tampoco es un problema de salud. Dar medicación no pienso que sea una buena idea, ya que si seguimos por este camino será difícil encontrar un niño que no haya que tratar de alguna manera.

Pienso que como resumen, e hilvanando las ideas principales del libro, se puede establecer que el mejor tratamiento es la prevención, la mejor prevención es la comprensión y, para que haya una buena comprensión, es imprescindible que haya empatía, predisposición a comprender y amor.

Ya no toleramos a nuestros hijos, nos cuesta ver la parte divertida de las particularidades de cada uno. En la entrega de los Premios Goya de 2009, el director Javier Fesser dio las gracias a sus padres porque lo habían criado «con cariño, amor y buen humor». Tres ingredientes magníficos que no deberían faltar en una crianza feliz.