CAPÍTULO
II
EL DESARROLLO ARMÓNICO DEL NIÑO
Cuando pongas el pie sobre este suelo empezará una carrera y un asedio: no pierdas la sonrisa mientras te clavamos las infinitas reglas de este juego.
L. A. GARCÍA MARTÍN[8]
Desde que nuestro hijo nace iniciamos un camino a su lado. Según como lo transitemos propiciaremos un desarrollo armónico y feliz de nuestro hijo o no. De nosotros depende.
La familia —los padres— es el núcleo social en el que los seres humanos iniciamos nuestra educación a todos los niveles, tanto emocional (puesto que en ella aprendemos a querer y a ser queridos, a ser consolados y a consolar, a ser escuchados y a escuchar, a dirimir nuestras diferencias, etcétera) como social (ya que aprendemos a relacionarnos con los demás, empezando por nuestros padres y hermanos), así como de aprendizajes más «académicos» (¿qué son, si no, el aprendizaje de la lengua materna y de los primeros conceptos?).
Pero para que todo eso se dé dentro del núcleo familiar de una forma constructiva y pueda fomentar que el menor desarrolle todas sus capacidades, ha de producirse una serie de requisitos en la crianza desde que el niño nace y que abarcan diversas etapas de su vida.
EL PERIODO DEL HÁBITAT PRESERVADO (O A 6 MESES)
El resto de la vida es una lucha por volver a este momento.
L. A. GARCÍA MARTÍN
¿Qué es el hábitat preservado y por qué?
Cuenta Eduard Punset[9] que, mirando unas ecografías con el ginecólogo Stuart Campbell, exclamó:
—¡Qué aburrimiento permanecer nueve meses encerrado en el vientre de la madre (…)!
—Te equivocas —respondió de inmediato el doctor Campbell—. Nunca volverá a ser tan feliz en toda su vida. El feto está dentro del útero en un entorno templado protegido de la luz y del ruido; oye los sonidos de la madre y el latido de su corazón. Está muy a gusto.
Y así es: cuando nace, el bebé viene de alojarse en el mejor aposento de este mundo: el vientre de su madre. Un lugar en el que no existe el hambre, ni el frío, ni el calor, ni la soledad… Y cuando sale necesita lo mismo, porque, al fin y al cabo, un recién nacido no es nada más que un feto con unos segundos más de vida, y sus necesidades no han cambiado tanto. Requiere un entorno que emule en lo posible la vida intrauterina. A esto se denomina «exterogestación».
Usted se preguntará: ¿y por qué nacemos tan vulnerables? ¿Por qué nuestro recién nacido no puede desplazarse como las crías de las cebras? ¿Por qué no se agarra a su madre sin caerse, como los gorilas?
Somos primates; no hace mucho aún nos parecíamos bastante a nuestros primos los gorilas. Los primates no andan erguidos (de pie) y suelen apoyarse (en mayor o menor grado) en las manos. Andan como agachados. Imagínese a usted pasando por un túnel con el techo muy bajito. Pues así.
Cuando nos pusimos de pie, nuestras pelvis y caderas se vieron en la necesidad de hacerse más estrechas y basculadas hacia delante para sostenernos de pie. Si usted se ha imaginado antes andando por el túnel de los pitufos y ahora sale al exterior, notará cómo su cadera y su pelvis se mueven hacia adelante conforme se va poniendo de pie.
Bien. Ese estrechamiento de las caderas provocó que el canal del parto (el lugar entre los huesos de la cadera por el que salen los niños) también se estrechara. ¿Cómo parir bebés cabezones[10] con una cadera estrecha? Pues adelantando el momento de nacer. Se supone que es por eso por lo que los humanos nacemos entre seis y doce meses antes de lo que lo hacíamos cuando todavía no andábamos erguidos.

Figura 1. EVOLUCIÓN DE LOS CRÁNEOS

Figura 2. EVOLUCIÓN DE LA ESPECIE HUMANA
Por eso nuestro pequeño bebé necesita recrear lo mejor posible las condiciones que tenía en el útero de su madre, puesto que es expulsado de ahí antes de lo que le correspondería.
Otro factor por el que necesitamos esa exterogestación durante los primeros meses es por el hecho de ser una especie altricial. Los animales tienen varias formas de poner en práctica la crianza: altriciales, que necesitan el cuidado de otros para sobrevivir porque no pueden moverse ni alimentarse por sí mis mos durante un periodo sustancial después del nacimiento, como nosotros; y precociales, aquellos cuyas crías son capaces de ver, oír, ponerse en pie y realizar las demás funciones propias del individuo adulto desde prácticamente el nacimiento. Por tanto, estas especies requieren menores cuidados maternos y son capaces de unirse a las actividades de los individuos adultos en pocos días, como los caballos.
Si exponemos ejemplos extremos: por un lado tenemos a los peces, que ponen muchos huevos, no cuidan a ninguno y sobreviven los que Dios quiere; por otro están los gorilas, que invierten mucho tiempo en el cuidado de sus hijos porque tienen embarazos muy largos y de una sola cría; otros que conocemos son los marsupiales, como los canguros, que una vez que nacen deben permanecer un tiempo más en la bolsa de mamá.
El periodo del hábitat preservado hace referencia a esta etapa de vida de nuestro hijo, entre los 0 y los 6 meses, en la que necesita que se recreen las condiciones que tenía cuando estaba en el útero. Esta necesidad se fundamenta en las tres premisas que hemos explicado anteriormente:
- Porque lo hemos tenido durante nueve meses en unas condiciones excepcionales en el útero y no está preparado para afrontar ese cambio de una forma tan rápida.
- Porque nacemos antes de tiempo y necesitamos una exterogestación de unos seis meses como mínimo.
- Porque somos altriciales y necesitamos cuidados.
- Un cuarto factor sería el desarrollo del cerebro en estas edades. Dada su importancia, lo detallamos en el siguiente apartado.
El desarrollo del cerebro de 0 a 6 meses
Nuestro cerebro es un órgano muy complejo y con múltiples partes.

1. Médula espinal
2. Bulbo raquídeo
3. Cerebelo
4. Amígdala
5. Hipotálamo
6. glándula pituitaria
7. Tálamo
8. Corteza cerebral
9. Cuerpo calloso
Para facilitar al máximo la comprensión, las podemos agrupar en tres grandes apartados:
A. Cerebro primitivo.
B. Cerebro emocional.
C. Cerebro superior.
Asimismo, representamos el cerebro con nuestro puño cerrado y con el dedo gordo escondido dentro de la palma de la mano[11], de esta forma:

A. La parte que estaría en nuestra muñeca y al final de la palma de la mano y que en el dibujo del cerebro corresponde a los primeros números (1, 2, 3) sería nuestro cerebro más primitivo, llamado también cerebro reptiliano. Es el responsable de nuestras funciones más básicas: nodulación del latido del corazón, respiración, temperatura, marcha automática… Controla nuestra supervivencia, autopreservación y reacciones más instintivas.
Este primer nivel cerebral lo tienen todos los animales; nuestro bebé, como descendiente de ellos, también.
B. La parte que formaría nuestro dedo gordo, que en el dibujo del cerebro estaría representada por los números 4, 5, 6, 7, 9, es la responsable de nuestras emociones y sentimientos y de parte de nuestra memoria (la inmediata, la implícita).
Este segundo nivel (el cerebro emocional) también lo tienen los bebés y los mamíferos, pero no así otros animales «inferiores» en la escala evolutiva, como peces y reptiles.
C. La última parte, la más exterior y que correspondería al dorso de la mano y los dedos (en el dibujo del cerebro es el número 8), es el cerebro más moderno, aquel que sólo poseemos los mamíferos y que los humanos tenemos más desarrollado. De él depende el lenguaje, el razonamiento, el pensamiento, la memoria a largo plazo y la memoria episódica.
Este tercer «cerebro» está incompleto cuando nacemos; de hecho, la mielinización del córtex cerebral no se da hasta los 2-3 años. Por eso los niños no hablan correctamente antes de esas edades y por esa misma razón no podemos recordar nada de nuestra primera infancia.
¿Qué deducimos de todo esto? Que el niño es un ser emocional. Que su cerebro más desarrollado es el sistema límbico y, por eso, ante cualquier amenaza a su seguridad va a explotar y a reaccionar con exageración.
Por eso los niños lloran cuando «sólo» tienen hambre o cuando algo les causa dolor, como la simple rozadura de una etiqueta en el cuello. Nosotros no entendemos por qué pasa eso; total, no es para tanto. Lo que sucede es que nosotros sabemos que eso no tiene importancia puesto que más tarde o más temprano vamos a comer o nos quitaremos el jersey en cuanto lleguemos a casa. Pero los niños no saben cuándo va a terminar su sufrimiento; dependen de que alguien haga caso a su llanto y les atienda.
Una vez una amiga mía tenía hipo, cosa sin importancia y que ya había tenido otras veces. Pero esta vez estaba muy nerviosa porque tenía un examen oral y no sabía cuándo iba a finalizar.
Nuestros bebés no controlan a los adultos y, en cambio, como seres altriciales, dependen exclusivamente de ellos. Eso, más el desconocimiento de cuándo va a finalizar su «sufrimiento» debe de ser terrorífico.
Nuestro cerebro no está terminado en el momento de nacer porque, como ya hemos dicho, lo hacemos antes de tiempo; el cerebro del bebé tiene todas sus partes pero con pocas conexiones. Es como cuando compras un ordenador y el software que lleva es prácticamente nulo, hay que instalar los programas.
Asimismo, el mayor cerebro humano obliga a que los bebés nazcan «antes de tiempo», precozmente y computen sus redes neuronales a partir de los estímulos que perciben en sus primeros años de vida[12].
Por tanto, dependiendo de cómo se programe el cerebro del bebé, así será su vida adulta, puesto que las experiencias que se repiten quedan «grabadas inconscientemente» (recuerden que los bebés no tienen memoria explícita hasta los 3 años). «Se comprenderá, pues, que en los humanos sea tan determinante la estimulación cerebral a partir de la exposición del individuo al entorno físico, social y cultural[13]».
Conforme al funcionamiento del cerebro se determina la evolución de una persona. En el momento de nacer el cerebro humano es extremadamente inmaduro; y se desarrolla de forma espectacular hasta los 2-3 años de edad[14]. Por eso, aunque nazcamos iguales, no lo somos, ni siquiera los hermanos criados de la misma manera, si bien cuantas más experiencias similares tengamos, más posibilidad habrá de parecernos.
De hecho, es cierto que nacemos con el número máximo de neuronas, pero sin conectar. Estas neuronas se van conectando y ramificando (eso es la neuroplasticidad, muy grande en niños porque están en periodo de realizar muchas conexiones, mientras que es menor en los adultos) dependiendo de las experiencias vividas.
Y aquí radica la importancia de dichas vivencias y el trato que reciban nuestros bebés desde el primer momento:
El que el niño o la niña se sienta atendido, satisfecho y estimulado influye decisivamente en la construcción de su tejido nervioso, enriqueciendo sus arborizaciones dentríticas y creando mayor contingente de sinapsis o, contrariamente, frustrando su desarrollo si es deficientemente atendido[15].
¿Ven la importancia de atender al bebé tal y como lo necesita? Si lo hacemos así, las estructuras que se graban en su cerebro son de tranquilidad, sin estrés, de autoestima, con mayores ramificaciones… En cambio, si usted graba en su hijo los circuitos de la espera sin final (el niño no sabe cuándo termina su sufrimiento), el estrés y el miedo, su personalidad tendrá déficits en algún área.
Si en el pasado se ha estimulado cierto patrón, aumenta la probabilidad de activar un perfil similar en el futuro. (…) este proceso general se denomina desarrollo cerebral «dependiente de la experiencia[16]»
El neurólogo Donald Hebb lo explica diciendo que las neuronas que se excitan conjuntamente en un momento del tiempo tenderán a excitarse conjuntamente en el futuro.
Imagine por un momento esta escena:
Los primeros contactos que tiene el bebé con el pecho materno suministran ya mucha información al cerebro. El bebé apoya la mano en el pecho y percibe el tacto de su piel cálida, de su volumen y consistencia. Con los labios succiona el pezón obteniendo alimento y un líquido dulzón que le sacia el hambre, la sed y le proporciona placer. Al quedar satisfecho se relaja y se duerme (…). Con el olfato percibe el olor de la leche y el de la madre (…). Mientras que con la vista aprende a distinguir el pecho materno (…). Progresivamente, el niño integra todas estas percepciones en los circuitos de su cerebro, asociándolas a los distintos estados de placer y satisfacción[17].
Si usted estimula los centros de placer de su bebé, este se sentirá más satisfecho, crecerá más seguro, pero también será más inteligente porque estos mecanismos de placer se reproducirán más fácilmente ante otras experiencias de aprendizaje (es lo que hemos grabado en nuestra mente), y ya se sabe que lo que se aprende con satisfacción y placer se aprende mejor: «todos sabemos que aprendemos con mayor facilidad aquello que nos produce satisfacción (placer), y que nos es enseñado con afecto y cariño[18]».
Ahora vayamos al otro extremo: niños que viven en un entorno que pueden percibir como hostil, que se les hace esperar para responder a sus necesidades o con afecto limitado a unas horas. Es decir, un niño que vive inseguro y con miedo porque no controla la situación.
Como dice Eduard Punset:
Una vez se establecen estos circuitos como respuesta al miedo, la reacción tiende a perpetuarse automáticamente (…). Es muy difícil desprogramar estos circuitos por dos motivos básicos: en primer lugar, el miedo se almacena de forma casi indeleble en nuestro cerebro, y, en segundo lugar, reaccionamos de forma instintiva ante esta emoción (…). Como se ha dicho antes. Muchos miedos almacenados en la infancia son inconscientes y perduran siempre[19].
A estos procesos se les denomina de memoria implícita. Esta es una memoria de la que no tenemos consciencia (por eso no recordamos nada de cuando éramos bebés), está desprovista del «recuerdo», del tiempo. Es como una impronta que graba en nuestro cerebro unos caminos que después tendemos a perpetuar.
Así pues, el hecho de que una persona sea incapaz de pedir un aumento de sueldo puede ser porque ha adquirido desde pequeño la idea de que no es merecedor de que le valoren. El hecho de no saber pedir ayuda es porque ha aprendido que nadie se la va a dar porque a veces de pequeño lloraba pidiéndola y nadie le hacía caso (esto se llama indefensión aprendida y lo presentan muchos niños a los que se ha tardado en atender o se les ha dejado llorar).
No responda a su bebé y hará un adulto que no pregunta, deje llorar a su bebé y tendrá un adulto que no sabe quejarse adecuadamente porque la forma natural de hacerlo ha quedado truncada y alterada en él. El llanto es un proceso comunicativo que no debería ser manipulado nunca.
¿Cómo preservar el hábitat?
Desde el momento en que el bebé viene al mundo hemos de poner las condiciones para que se sienta «como en casa». Por lo tanto, lo que necesita el bebé es la no separación de su madre desde el momento del parto, por ser ella quien le ha acompañado durante nueve meses; la alimentación a demanda, por ser como lo estaba haciendo hasta entonces, y el contacto siempre que sea posible, ya que antes se encontraba en un abrazo permanente en el útero de su madre. Todo lo demás: pañales, cunas, etcétera, es secundario; puede que también importante, pero secundario.
Muchas de las madres que optan por esta forma de crianza suelen llevar a sus bebés a cuestas, cargados en mochilas o bandoleras de tela, dándoles cariño y contacto continuos, tanto de día como de noche (ya que duermen con ellos). También les dan alimentación a demanda. No tiene más.
Solamente con eso el bebé se sentirá satisfecho y atendido, eliminará el miedo y el estrés en su vida. Será feliz.
¿Qué se le transmite al bebé con el hábitat preservado?
Muchas veces he estado de invitada en casas ajenas. En muchos casos mis anfitriones se han desvivido por agasajarme: me han preparado una habitación confortable, han cocinado algo especial para mí… Y yo pienso: soy importante y valiosa para ellos, puesto que se han tomado muchas molestias para que esté bien. En otros casos, el trato es correcto pero frío, y pienso: no soy importante para ellos, se esmeran para no quedar mal pero no les importo. Podría pasar (de momento es una hipótesis en mi caso) que se me invitara y me trataran mal (no me dieran de comer, ni un lugar donde dormir, no me hicieran caso…) y pensaría: me odian, me han hecho venir para tratarme mal, ¿qué les he hecho yo?
Lo mismo le sucede a nuestro bebé: necesita que le digamos lo valioso que es para nosotros. La consigna más importante que puede grabar en su mente es «soy valioso».
El menor requiere y reclama cuidados y atenciones. Aquellos niños que los reciben de forma satisfactoria desarrollan una mayor autoestima; serán niños y adultos emocionalmente fuertes. Los que no tengan esa suerte generarán personalidades inseguras, aunque, a veces, para que no se les note, las disfracen en forma de violencia y agresividad; piensan que la mejor defensa es un buen ataque.
Cuando los progenitores son egoístas y no cumplen con dedicación y afecto esta función, se pueden frustrar algunas expectativas del desarrollo generando dificultades en la maduración y en la interrelación del niño con el entorno natural y social[20]
Un bebé con el hábitat preservado acaba de nacer y piensa: «¡He acertado viniendo aquí! ¡Me hacen caso, me quieren, se desviven por mí!», y por eso es un bebé feliz, porque tiene tranquilidad, seguridad y ausencia de miedo, ya que sabe que nada malo le va a pasar, como hasta ahora, y si pasara sabe que le ayudarán con premura. Los circuitos que se graban son positivos, duran toda la vida y configuran la base de un apego seguro:
Un bebé que disfruta de un apego saludable y seguro ha contado con la experiencia repetida de respuestas protectoras (…) y de atención previsibles en su madre, respuestas que han sido codificadas implícitamente en el cerebro (…). Dado que estas experiencias repetidas han sido previsibles y que, cuando se han producido interrupciones en la comunicación madre-bebé, la madre ha reparado con relativa rapidez y eficacia las rupturas, este bebé afortunado ha sido capaz de desarrollar un modelo mental seguro y organizado de su relación emocional. Su memoria implícita anticipa que el futuro seguirá aportándole tal comunicación contingente[21].
En cambio:
Un bebé con apego inseguro puede haber experimentado a sus progenitores como menos previsibles, emocionalmente distantes o incluso como temibles. Estas experiencias también se codifican implícitamente y en la mente del bebé se crea una representación generalizada de esta relación que puede caracterizarse por la incertidumbre, la distancia o el miedo[22]
De usted depende qué se graba en la mente de su bebé y cómo responderá cuando sea mayor con estos circuitos que se quedaron marcados en su recuerdo más olvidado.
Principales preocupaciones de los padres en este periodo
La inversión parental.
Somos una de las especies que dedica más inversión parental (es decir, tiempo que ocupan los padres en la crianza de sus hijos), aunque no la que más: las gorilas suelen estar unos siete años portando a sus bebés consigo.
Muchos padres se quejan del tiempo que reclaman sus bebés. Por el hecho de andar de pie pagamos un precio: nuestros bebés necesitan de nosotros más tiempo.
Al adoptar la postura erguida el canal de parto se estrechó y un bebé de un año de gestación sería muy cabezón para nacer. Por eso nacemos antes, muy prematuramente, y se nos debe cuidar más tiempo.
El hecho de saber que su bebé es así, que no es que quiera tomarle el pelo, hará que usted se sienta más segura con lo que hace y, por lo tanto, más tranquila.
Y si quiere más consejos prácticos puede mirar en el capítulo IV el apartado dedicado a la organización y gestión del tiempo en familia. De momento hay soluciones prácticas como llevar al bebé atado a su cuerpo, así puede cuidarlo y tener las manos libres para hacer otras actividades.
Cuanto antes, ¿es mejor?
Juan José y Mercedes acuden a consulta y cuentan: «Vamos a sacar al bebé (de 3 meses) de la habitación porque ya nos han dicho que “cuanto antes es mejor” para los niños. Debe aprender a dormir solo».
Les respondí: «¿Por qué no le quitáis ahora el pañal también? Ya se sabe, ¡cuanto antes mejor! y debe aprender a usar el váter».
Palidecieron. Quitar el pañal a los 3 meses iba a dificultar mucho la tarea de la madre; en cambio, el hecho de no hacer caso al niño por la noche iba a facilitar su vida.
Muchas veces se utiliza el argumento de que «cuanto antes, mejor» para que los padres se atrevan a poner en práctica actitudes hacia sus hijos que no tienen ninguna base lógica ni científica.
Nadie quita un pañal a los 3 meses porque sabe que el bebé no está preparado para ello. Su desarrollo cerebral no le permite hablar, controlar esfínteres, pensar y razonar antes de los 2-3 años. Por eso, cualquier aprendizaje que necesite de alguno de estos procesos psicológicos no va a ser adquirido hasta esa edad, aunque lo practique desde la cuna. No enseñe a escribir a su hijo de 2 meses (es tiempo perdido); en cambio, si empieza después de los 2-3 años tiene más posibilidades de que lo aprenda en un corto espacio de tiempo.
¿Enseñamos a llevar coches a nuestros niños de 10 años? Los adultos pensamos que no están capacitados para asumir una responsabilidad tan grande hasta los 18; en cambio, sí pensamos que pueden hacer sin problema cosas más complejas como tener técnicas de estudio, el autocontrol emocional y la adquisición y respeto a todas las normas (¡a los 10 años es mucho más fácil que conduzcan un coche de forma correcta, créame! Rételo a una carrera de coches en un videojuego y verá).
Si usted aún es de los que opina que «cuanto antes, mejor», antes de sacar a su hijo de la habitación, antes de retrasarle las tomas de pecho, antes de dejarle solo para que se acostumbre, por favor: quítele el pañal, enséñele a leer, a encender la tele, etcétera. Si no está preparado para esto, tampoco lo estará para lo otro.
¿Se malcrían?
El concepto de malcriarse tiene dos significados.
Por un lado, el niño que se acostumbra a una cosa y pensamos que no se le podrá cambiar: «Es que si le dejo dormir en mi cama no lo podré sacar nunca». ¿Usted cree que si lo acuesta en una cuna no lo podrá sacar nunca? Nadie ha pensado que los niños puedan «engancharse» de por vida a una camita de 40 × 100 cm, pero todo el mundo está de acuerdo en que se pueden «enganchar» a una de 135 × 200 cm. Los niños no saben de medidas de camas y tienen tantas posibilidades de engancharse a la cuna como a la cama de matrimonio. Si fuera así, acuéstelo siempre en una de matrimonio, que estará mejor visto de mayor que si siempre duerme en una cuna.
Si usted es de los que cree que si se acostumbran a algo nunca más lo va a cambiar, acostúmbrele desde que nace a lo que hacemos los mayores: no le ponga pañal nunca, no le dé chupete, no le vicie a tomar biberones (el pecho se lo puede dar, pues no está mal visto entre los adultos que se deseen las tetas, se tenga el sexo que se tenga). Por supuesto, nada de cochecitos de paseo, que luego no quieren andar nunca.
Ya hemos visto que los niños no poseen capacidad de razonar y memoria de lo que está pasando antes de los 3 años; por lo tanto, la palabra malcriar no sirve para los pequeños.
Puede que su hijo se acostumbre a dormir en un determinado lugar, a pasear con la abuela, a jugar con su patito, pero eso no quiere decir que esté malcriado o viciado. Simplemente muestra sus preferencias. Si hay alguien moldeable, adaptable y flexible, ese es un niño. Lo sé, trabajo con ellos. Con tiempo y cariño se pueden convencer y se dejan modificar.
Pero lo más importante es que si usted no lo hace, el niño lo hará por usted: es imposible obligar a un niño a quedarse para siempre en la cuna o en la cama de sus padres. Es imposible obligarle a que toda la vida tome el pecho o el biberón o a que se quede con el chupete. Es imposible impedirle que un día quiera quitarse el pañal.
De la misma forma que ningún adulto continúa durmiendo en la cuna, su hijo dejará la cama de sus padres. De la misma forma que ningún adulto continúa con el chupete, su hijo se destetará solo. De la misma forma que ningún adulto continúa con el pañal, su hijo también lo dejará.
Nada hay tan cambiante como los intereses de un niño cuando se hace mayor. No deje de darle algo o de hacer algo sólo por el miedo a que nunca pueda retirar esa costumbre en su hijo.
El segundo significado de malcriarse está relacionado con el egoísmo: sólo piensa en él. «No tiene nada grave, pero quiere que esté pendiente de él: me toma el pelo», dicen algunos padres.
En cuanto a esta conducta de desear estar bien y reclamarlo sin importar nada más, hay cuatro grupos de personas que la realizan. En tres es normal y sólo en una es patológico y perverso.
Las tres «normales» son los bebés, los adultos enfermos y algunos ancianos. Estos tres grupos desean estar bien y reclaman cuidados sin atender muchas veces a nada más.
En el caso del niño es porque necesita preservar su hábitat y lo reclama por encima de todo: si no lo tiene, se cree morir. Siente que su vida está amenaza da, que lo que necesita no le es dado. No le toma el pelo cuando deja de llorar ante su madre que le coge en brazos: sólo quería eso y por eso ya no llora. Si su madre le vuelve a dejar en la cuna, volverá a llorar. Pero no toma el pelo a nadie; es su forma de decirle lo que necesita. Por eso, cuando lo tiene, calla, y cuando le falta, llora.
En el caso del adulto enfermo y del anciano es algo derivado de la enfermedad o de la vejez: «Cuando sufrimos una crisis febril nos sentimos aturdidos e indefensos y, como el bebé, no deseamos otra cosa que recibir alimento, saciar la sed, recibir cuidados y dormir; no nos interesa otra cosa[23]».
El único caso en que resulta una cosa perversa es en el adulto normal: «La variante perversa puede observarse en los adultos que atropellan a los demás persiguiendo la satisfacción exclusiva de sus intereses, lo que en términos psicológicos llamaríamos narcisismo[24]».
Así pues, si su hijo reclama alguna cosa, por algo será. Él no sabe de días ni de noches, ni de si es importante para usted o no; él sólo sabe que quiere eso y lo pide. Conforme pase el tiempo será capaz de esperar, será más autónomo y reclamará menos, pero sobre todo ya sabrá qué es lo que se considera importante o no para los adultos y obrará en consecuencia.
En cambio, los adultos ya conocemos esas cosas. Por lo tanto, nosotros sí podemos hacerlas o no para manipular. Y algunos padres las hacen egoístamente para que la gente les deje hacer lo que ellos quieran. Si observa en algún padre conductas de ese tipo: «Quiero descansar por encima de todo y todos», «Ahora quiero que no me moleste nadie», «Ven cuando yo te lo mando», etcétera, normalmente también podrá observar que critica en su hijo lo que él hace, con la salvedad de que su hijo no lo hace con la misma intención que él.
El hábitat preservado debe durar mientras el menor así lo pida: normalmente llega un momento en que el bebé quiere dejar los brazos de su madre y ser depositado en el suelo, en donde empieza a sentarse o a gatear. Ningún bebé permanece eternamente en brazos de su madre.
EL PERIODO DEL TIEMPO RESPETADO (7 A 24 MESES)
Las personas hervimos a diferentes temperaturas.
ANÓNIMO
¿Qué es tiempo respetado y por qué?
Los niños que han recibido los cuidados adecuados y a los que se les ha preservado su hábitat van creciendo y necesitan sentir además que son respetados en aquello que realizan. Pero no sólo en lo que hacen, sino en el tiempo que tardan en hacerlo. Cada niño tiene su ritmo, y querer forzarlo hace que el niño sienta que hace mal las cosas. La introducción forzada de alimento, los métodos traumáticos para que el niño duerma y los castigos severos ante el control de esfínteres van a provocar un menoscabo de la autoestima del menor.
Entre los 7 y los 24 meses, la mayoría de niños suelen presentar ansiedad. Para el profesional entrenado es fácilmente observable mediante tests musculares, o con la forma de garabatear cuando ya son algo mayores. ¿Por qué? Pues porque se les obliga a ir a un ritmo sin tener en cuenta el suyo. Como citaba al principio de este apartado, «las personas hervimos a diferentes temperaturas»; esto es, cada una necesita un tiempo distinto para hacer y adaptarse a las cosas. Los niños también.
Pero con los niños no se tiene en cuenta. Es normal saber andar entre los 11 y los 18 meses, pero como usted tenga un bebé que no sepa andar alrededor del año ya le van a mirar mal. La enuresis (hacerse pipí) no se considera problemática hasta pasados los 5 años, pero como su hijo vaya a la escuela con 3 años y lleve pañal le mirarán mal.
Los niños entre 7 y 24 meses son forzados en los aspectos más importantes de su vida, ya que en esa edad es cuando se dan los mayores aprendizajes de un niño[25]:
- La alimentación complementaria.
- La deambulación (gatear, andar).
- La superación de la angustia de separación.
- El control de esfínteres.
Pero no se respetan sus tiempos y el día en que el niño cumple los 7 meses nos lanzamos como locos a una carrera para que tome papillas, o llegados los 2 años queremos sacar el pañal cueste lo que cueste en un par de días. Total, si otros lo consiguen, ¿por qué no el nuestro? Pues no tiene por qué ser así: cada niño tiene su tiempo.
El problema radica en que cuando un bebé nace, la sociedad les regala a los padres dos valiosos objetos virtuales para su crianza: un cronómetro y un aro. Así, desde que el niño nace, el juego consiste en hacerle pasar por el aro al mismo tiempo que los demás. Es decir, llega el séptimo mes y, como la mayoría ya come papilla, el nuestro es obligado a tomarla, cuando la lactancia debe ser mayoritaria hasta el año y la papilla sólo es un «extra[26]». Resulta que llega el segundo año y nos ponemos como locos a quitarle el pañal sin mirar si está preparado: un niño no preparado, en lugar de controlar esfínteres, lo único que hace es contracturar la musculatura de la pelvis y realiza un mal aprendizaje.
No cree un problema donde no lo hay. Antes de forzar a su hijo, busque bien los periodos «normales» de adquisición de cada una de estas metas y no se deje guiar por los valores más frecuentes, ya que cada niño tiene su ritmo. Los otros niños son ordinarios, pero el suyo es extraordinario.
El tiempo respetado es la necesidad que tiene el niño de que se respete su tiempo de adquisición por varios motivos:
- Porque no hacerlo le produce ansiedad.
- Porque los periodos normales son más amplios de lo que se suele decir.
- Porque el cerebro del niño en esta etapa sólo tiene memoria implícita. La grabación de esos momentos de sufrimiento, debido a que es forzado, reñido o castigado por no adquirir unas metas para las que no está preparado, dejan una huella indeleble en él.
¿Cómo respetar el tiempo?
Hay que estar muy atentos al bebé y a sus señales. Él irá indicando el camino de cada una de estas metas. Por si no sabe verlo, su pediatra le indicará el momento más frecuente; cuando llegue ese día, intente estar más atento. Respecto a las principales metas que hemos comentado (comida, sueño, control de esfínteres y retirada del pañal), puede encontrar sugerencias en la tercera parte del libro.
¿Qué se le transmite al bebé con el tiempo respetado?
Un bebé al que se le respeta su ritmo de adquisición siente que es considerado, que lo que hace normalmente está bien. Si a usted le dijeran que hace las cosas bien, ¿no sentiría crecer su autoestima por momentos? Nuestros hijos también.
En cambio, si le dice que debe comer más, que debe dormir mejor, que haga menos pis… ¿no cree que su autoestima bajará?
Si su hijo se mueve dentro de una normalidad, no lo dude y respete sus tiempos y su ritmo.
El tiempo respetado no puede ir separado de la preservación del hábitat. Así, un niño al que en un primer momento se le dijo que era valioso, y ahora además sabe que se le respeta y que hace las cosas bien, será un adulto fuerte emocionalmente, seguro, con una sana autoestima y un apego sólido hacia sus progenitores.
Principales preocupaciones de los padres en este periodo
- La provocación. Imaginen a un bebé de 8 meses sentado a la mesa. Coge un vaso de cristal y lo lleva hacia el borde mientras nos mira. Cuando lo vemos es demasiado tarde, el vaso está en el suelo hecho añicos. Le regañamos. Pero él no entiende: «Mamá se debe equivocar, con lo bonito que ha sido todo. Seguro que me regaña por otra cosa. Es imposible que sea por esto».
Al día siguiente se repite la historia. El niño coge el vaso y mira a su madre mientras lo lleva hacia el borde. La madre le dice: «¡No!»; pero el niño se ríe y sigue sin hacerle caso porque piensa: «Mamá, espera, si es bonito… Se cae y salen más trozos y hace ruido… Yo te lo muestro». Puede que la madre siga diciendo «¡No!» y el niño, mirándola con cara de pillo, llevará poco a poco el vaso hacia el borde hasta que la madre se lo quite o el niño pare y se quede contrariado.
La experiencia del niño es que aquello no es malo (incluso es divertido) y no entiende el daño que encierra aquella acción. Seguramente esta escena se repetirá más veces, puesto que la única forma que tiene de saber si una cosa está bien o mal es haciéndola y mirando en la cara de sus padres el resultado de lo que ha hecho.
El próximo día que lo haga sus padres comentarán: «Lo ves, ¡nos provoca! Ya le hemos dicho que no, ya se lo hemos quitado varias veces y él lo sigue haciendo, y encima lo hace poco a poco y se ríe mientras nos mira».
Este comportamiento suele tenerlo también con sus juguetes. Coge uno y lo tira. «¡Qué divertido, hace ruido y encima viene mamá y me lo devuelve!». La segunda vez la mamá ya le dice que no lo haga más, pero se lo recoge; y la tercera vez el niño coge el juguete, mira a la madre con cara de diversión y poco a poco le muestra sus intenciones de volverlo a tirar. No la está provocando, sino que juega con ella, como los perritos a los que les tiramos un palo, «yo tiro y tú recoges»; pero aparte está diciéndole a su madre: «¿No ves lo divertido que es esto?». Y como su madre le está dando a entender con su cara que no le parece divertido, él quiere comprobar si es por el juguete («¡No puede ser que por esto mi madre se ponga así; voy a repetirlo porque le voy a enseñar que no hay de qué preocuparse!»).
Ya lo ven, lo que son simples comprobaciones sobre si una cosa está bien o mal, o si su madre puede ver las cosas igual que lo hace él podemos interpretarlas como un reto, una provocación o una puesta a prueba. Pero no es eso.
EL PERIODO DE LA COMPRENSIÓN (2 A 4 AÑOS)
Si de veras llegáramos a comprender, ya no podríamos juzgar.
MALRAUX
De 2 a 4 años debemos dejar muy claro a nuestros hijos que les comprendemos (aunque a veces no aceptemos sus actos). Es la época en la que se inicia la independencia (a su manera, claro) y es un momento en que pretenden hacerlo todo ellos solos y llevando la contraria. Debemos comprender eso antes de corregir sus actos, puesto que, aunque sean contrarios a nuestros principios, ellos no los hacen para «fastidiar» sino para probar cosas nuevas y experimentar con el entorno.
Este periodo es también el de las rabietas, porque el niño quiere empezar a ser autónomo y se disgusta cuando alguien le coarta sus ideas o su libertad.
Es la etapa en la que el niño va adquiriendo la memoria explícita, aquella que los adultos solemos entender por memoria: la capacidad de evocar un recuerdo, de recordar algo o a nosotros haciendo algo. Por eso ya son capaces de evocar la imagen de su madre aunque no esté y pueden pasar un rato sin su presencia, superando así la angustia de separación tan típica del periodo anterior. Por eso, en la mayoría de los casos, los niños suelen empezar la escolarización entre los 2 y los 4 años.
En este momento el cerebro del niño experimenta un cambio muy sustancial, puesto que finaliza la mielinización del córtex cerebral. ¿Se acuerdan? El córtex era la parte de nuestro cerebro que se encargaba del lenguaje, la memoria explícita, el razonamiento y el pensamiento.
Debido a todo esto, suele ser un periodo difícil, y los problemas de comportamiento se disparan debido a la incomprensión de los padres ante un niño con unos razonamientos muy primitivos.
¿Cómo comprender?
Las formas de pensar y de razonar de nuestro hijo están empezando; no pensemos, pues, que las vamos a entender a la primera. Pero si damos unas pistas podremos tolerar mejor algunos de sus comportamientos.
- Estar sin ser.
A los niños de estas edades se les pide que estén en un lugar, pero que no se comporten como niños. Deben estar pero no ser niños. Eso es casi imposible porque aún no son capaces de interiorizar todas las normas de comportamiento que se necesitan para hacerlo. Si usted va a una reunión y quiere llevarse a su hijo, sepa que puede que no se comporte como usted espera y que realice algún comportamiento infantil «normal», como correr, levantar el tono de voz, jugar, etcétera, que a lo mejor usted percibe como mal comportamiento. Nada más lejos: se comporta perfectamente, como lo que es, un niño. Déjele ser un niño mientras sea un niño. Ya tendrá tiempo para hacer de adulto. De hecho, nos pasamos más tiempo siendo adultos que niños.
- Tiempo presente vs. Tiempo futuro.
Los padres tenemos unas ideas de la educación que queremos dar a largo plazo a nuestros hijos, pero para ellos la idea de «mañana» o «el futuro» puede quedar muy lejana. Los padres que quieren que su hijo coma verdura lo hacen porque saben que les va a beneficiar en el futuro, pero el niño simplemente no la quiere hoy. No entiende el plan nutricional que han elaborado sus padres, sólo sabe qué le apetece más hoy o qué no. Cuando queremos que un niño ordene su habitación lo hacemos porque queremos que en el futuro sepa organizarse; en cambio, el niño no quiere hacerlo hoy, pero quizás no tiene inconveniente en hacerlo otro día. «Nos toma el pelo: hay días en que lo hace y días en que no quiere». No, no es eso, no quiere tomarnos el pelo (repase el último apartado de la preservación del hábitat y se dará cuenta de que no se malcrían ni nos quieren tomar el pelo), aunque es cierto que un día le apetecerá más hacer una cosa y otros no. Él no ve si es una mejora en su futuro; sólo percibe un incordio en el presente. Con el tiempo aprenderá a ver el tiempo futuro y a anticipar lo que se espera de él y a ver qué acciones le van a favorecer más en el futuro.
- La comunicación no verbal.
Lo niños captan con una rapidez y certeza inauditas la verdad o falsedad en las personas. Cuántas veces alguien se ha dirigido al niño mintiéndole: «Tranquilo, ven conmigo que no pasa nada» y el niño no se lo ha creído (y bien que ha hecho, porque lo que querían hacer era llevarlo dentro de una clase sin su madre). Cuántas veces una enfermera que pretende pinchar a nuestro hijo lo ha mirado y con voz de falsete le ha dicho: «¡Ay, qué niño más guapo! Ven que no voy a hacerte daño». Seguramente el niño ha contestado: «¡Tonta!», y la señora se ha sentido ofendida y así se lo dice a la madre, que a su vez regaña al niño. El niño en ese caso no quería insultar a la señora; tan sólo ha visto claramente que mentía y ha pensado: «Queridísima señora, me estoy dando cuenta de que miente, sus movimientos y gestos me lo demuestran, pero usted no sólo piensa que me lo tragaré, sino que si no lo hago me va a pinchar, así que para demostrarle mi desacuerdo con su comportamiento voy a buscar en mi limita do repertorio infantil una palabra que exprese lo que siento. A ver… ¡Ah, sí! ¡Tonta!».
¿Qué palabra puede tener en su repertorio un niño pequeño para estos casos? Pues eso: «tonta», «burra», «déjame en paz»… Pero el proceso que le lleva a decirla es más complejo y no tiene nada que ver con el resultado.
- La sintonización y la empatía.
En el capítulo IV hablaremos de la empatía, así que, a pesar de que son muy parecidas, vamos a explicar más la idea de sintonización. La sintonización es el arte de entender qué quiere el niño y dárselo, si se puede, o buscarle una alternativa aceptable para el niño y para nosotros. La forma en que lo tratemos dará lugar a distintos tipos de apego. Veamos algunos ejemplos en palabras de Siegel[27]:
Un niño de 14 meses quiere subirse a una mesa en cuya parte superior hay una lámpara.
- Una posible respuesta parental sería decir «¡No!» y sacar al niño al jardín, donde su impulso de encaramarse pueda ser «sintonizado».
- Otra respuesta sería no advertir el intento del niño, escuchar el sonido de la lámpara caer al suelo, y seguir sin hacerle caso o como mucho decirle que no lo vuelva a hacer sin prestarle atención.
- Una tercera respuesta podría ser gritar «¡No!» y echar una reprimenda al niño, hacerle sentir culpable y después distanciarse de él porque nos ha decepcionado.
- Un cuarto enfoque sería enfurecerse y arrojar la lámpara al suelo, justo a los pies del niño, para enseñarle lo que podría haber pasado y pedirle que no vuelva a hacerlo nunca más.
(…) Estas cuatro respuestas parentales se asociarían con los vínculos de apego de seguridad, evitación, ambivalencia y desorganización, respectivamente. Como queremos fomentar en el niño un apego seguro, la sintonización y empatía hacia el menor deberían guiar nuestras acciones educativas.
EL PERIODO DE LA DISTANCIA EMOCIONAL ASIMILABLE (4 A 6 AÑOS)
Lo opuesto del amor no es el odio, sino la indiferencia ante los sufrimientos ajenos.
E. PUNSET
Entre los 4 y los 6 años es la etapa en que se atreven a separarse de casa, de la familia (empieza la escolarización en la mayoría). Los hay muy aventureros, que enseguida se adaptan a todo, pero también hay algunos a los que les cuesta más.
Hay cosas insuperables de entrada para muchos niños: el primer día de cole, una noche sin sus padres, su primera representación teatral, ir de excursión… Algunos lo aceptan con facilidad, pero a otros les cuesta. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo ayudarles a que se decidan a hacer cosas que temen?
Si hemos seguido hasta el momento todos los apartados anteriores, entre los 4 y los 6 años tendremos un hijo/a que será capaz de afrontar esos momentos; algunos lo lograrán antes y otros después, porque ya hemos dicho que cada niño hierve a diferente temperatura. Unos estarán preparados a los 4 años y otros a los 6. Incluso algunos harán algunas cosas a los 4 y otras a los 6.
Pero puede que su hijo sea más inteligente (¿por qué no?) que los otros y tenga más miedo. El miedo en la infancia va ligado a niños más inteligentes que la media: se dan cuenta del peligro con más facilidad y ven problemas donde quizás no los haya («¿Y si entra un señor a robar?») porque su cabeza es capaz de elaborar más hipótesis ante un hecho y de ver peligros en donde a otros les daría igual.
También puede pasar que su hijo tenga miedos a causa de algún problema de alejamiento de su base segura, es decir, sus padres. Así ocurre con los niños hospitalizados, los que sufren la separación de sus padres, los que no han sido respetados en su tiempo de adquisición o que no tuvieron la suerte de tener un hábitat preservado, en definitiva, los que sufren déficit de amor o exceso de experiencias semitraumáticas en su corta vida.
Sea como sea, puede que su hijo tenga miedo de enfrentarse a cierto tipo de situaciones. ¿Cómo conseguir que lo haga?
En primer lugar hay que averiguar su Zona Emocional Cubierta (aquello a lo que se enfrenta sin problema y que llamaremos ZEC) y diferenciarlo de su Zona Emocional a Cubrir (aquello que no puede asumir de ninguna forma y que llamaremos ZEAC). Por ejemplo, el caso de una niña que debe participar en una representación escolar y tiene miedo (eso es su ZEAC) pero participa sin problema en representaciones en casa (eso es su ZEC).
Una vez que conocemos la zona emocional que tiene cubierta (la que no tiene cubierta ya la hemos averiguado por la cara del niño cuando le hemos explicado lo que tiene que hacer), vamos a trabajar en la parte del medio que nos queda, la distancia emocional a cubrir (que llamaremos DEAC). Veamos:

Figura 3
Pero esta distancia es a veces muy grande para el niño. Y no podemos hacerlo en un solo paso.
A partir de aquí debería trabajarse siempre con el niño desde el respeto, partiendo de su zona emocional cubierta para pasar gradualmente a la ZEAC.
Puede que el niño no sea capaz de ir contento el primer día a la guardería (zona emocional a conseguir), pero es capaz de hacerlo si su madre se queda un rato (zona emocional cubierta). ¿Cómo conseguimos que se quede sin su madre? A lo mejor lo puede hacer de un salto: cuando su madre lleve unos días con él ya le permitirá marcharse (véase Figura 4). Pero si no es así tendremos que trabajar en la DEAC de forma gradual: a lo mejor primero se tendrá que quedar la madre un ratito con él, luego ya se podrá poner más alejada, con otros niños o hablando con la señorita, para finalmente salir de la vista del niño (véase Figura 5).

Figura 4
Es decir, en el primer caso la forma de trabajar la distancia emocional a cubrir sería con un solo salto, puesto que lo asimilaría el niño de esta forma:
En cambio, en el segundo ejemplo, como el niño no está preparado para afrontar el cambio tan brusco, deberemos averiguar las posibles distancias asimilables e ir estirando poco a poco para que el niño lo acepte.
Sería algo así:

Figura 5
Los «saltos» son la distancia emocional asimilable para el menor. Si todo lo que le pedimos y enseñamos se encuentra dentro de una distancia emocional asimilable para el niño, nuestro hijo avanzará en la consecución de sus metas de una forma segura.
¿Qué le transmitimos al niño entendiendo su distancia emocional asimilable?
Le estamos diciendo «entendemos y aceptamos tus limitaciones y estamos aquí para ayudarte a superarlas de una forma que no te resulte desagradable». Muchos padres quieren que sus hijos vayan rápidos e intentan que se adapten a situaciones a «grandes saltos», de la noche a la mañana. Pero ello genera inseguridad en el niño e incomprensión («mis padres no saben lo que me molesta esto», «no me entienden»).
Si queremos niños seguros, trabaje usted sobre sus distancias emocionales a cubrir (DEAC) mediante «saltos» a su medida, es decir, mediante distancias asimilables por el niño.
Los padres (o personas queridas por el niño, como abuelos, maestros, etc…) son los que dan seguridad al niño para que realice estos saltos animándole en todo momento, acompañándole mientras los hace y reconociendo su esfuerzo siempre que se pueda.
La mayor parte de los aprendizajes importantes de esta vida los hacemos junto a alguien que nos guía por una zona que nosotros no seríamos capaces de transitar sin su ayuda, adaptando los aprendizajes al nivel que podemos asimilar en cada momento. ¿Por qué no hacer lo mismo con las emociones?
PARA SABER MÁS
ACARÍN, N., El cerebro del rey, RBA, Barcelona, 2005.
PUNSET, E., El viaje a la felicidad, Destino, Barcelona, 2005.
—, El viaje al amor, Destino, Barcelona, 2007.
SIEGEL, D. J., La mente en desarrollo, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007.
RESUMEN
- El desarrollo armónico del niño se da cuando facilitamos las condiciones óptimas de crianza desde que nace.
- El periodo del hábitat preservado (0 a 6 meses) da como resultado un niño que se siente valorado, y eso hará que sea un adulto fuerte, capaz, con una alta autoestima.
- El periodo del tiempo respetado (7 a 24 meses) transmite a nuestro hijo la idea de que es respetado en lo que hace y de que normalmente hace las cosas bien. Por tanto, su autoestima crece y su seguridad se afianza; sus conexiones neuronales son sanas.
- El periodo de la comprensión nos lleva a poder entender a nuestro hijo en un momento en que sus conductas suelen ser difíciles (rabietas) porque ha empezado su camino a la independencia: ya tiene más de 2 años y su razonamiento, lenguaje y pensamiento se ponen en marcha cada día con más fuerza.
- El periodo de la distancia emocional asimilable nos habla del miedo de muchos niños a enfrentarse por primera vez a una cosa. Los padres deberíamos averiguar qué es lo que el niño ya puede soportar (zona emocional cubierta) y trabajar la distancia emocional a cubrir en pequeños saltos que el niño pueda asimilar (distancia emocional asimilable).
- Hacer lo anterior de una forma más agresiva puede provocar que se activen los circuitos del miedo grabados en su infancia más lejana, y que esas experiencias sean más difíciles de asumir.