He decidido incorporar y poner delante de cada cuaderno los versos que me parecen adecuados. Es difícil precisar el tiempo y la acción a los que estos versos se refieren. Pero creo que pueden añadir algo a la atmósfera de las evocaciones.
Tal vez me engañe mi conocimiento del autor, la amistad que me unía a él y mi añoranza de los sitios que evocaba, la mayor parte de los cuales me son familiares.
El autor consigue en su prosa una objetividad curiosa y renuncia a los argumentos, acusaciones y quejas políticas que no harían sino complicar su dolor de vencido con consideraciones a un tiempo amargas y triviales.
Igual que en Crónica del alba, en Hipogrifo violento el autor anima sus recuerdos de la infancia y en ellos se refugia creyéndolos una fortaleza inexpugnable. Otros hombres, los de la esperanza, escapan cuando se ven perdidos, por los problemáticos espacios del futuro y de la ilusión. Esta ilusión es también posible en la reconstrucción y reviviscencia del pasado, a pesar de todas las decepciones.
Como verá el lector, en la narración domina un realismo minucioso. Es lo que da a este cuaderno, como a Crónica del alba, su interés principal.
Valentina sigue presente —en su ausencia— y Pepe con su obstinada voluntad, sus ansiedades y a veces sus dudas y heroísmos fallidos, ensaya el primer contacto con esa sociedad urbana y reglamentada —y difícil— que es un internado católico en todas partes y sobre todo en España.
Como tuve ocasión de hablar con el autor sobre su obra, puedo añadir detalles que tal vez los lectores estimarán. El más importante, en lo que se refiere a esta novela, es que el colegio donde la acción transcurre fue destruido por la aviación alemana. Las furias de la guerra no respetaron nada y el que busque en Reus aquel edificio no encontrará hoy más que un gran solar al lado del llamado Paseo de la Estación, junto a la fábrica de electricidad. La mesa donde Pepe trabajaba y guardaba sus libros, los claustros, la capilla, los patios de recreo y el mágico taller del hermano lego, todo fue destruido por los que decían representar el orden y la civilidad.
Doy el título Hipogrifo violento a estas páginas —el autor no puso títulos a ningún cuaderno— porque esas primeras palabras —el verso primero— de La vida es sueño van bien al carácter de José Garcés y porque la narración ofrece un transcender poético que recuerda el problema de la obra de Calderón. A través de la capilla, los patios de recreo y el mágico taller del hermano lego, Pepe Garcés nos muestra, sin decirlo explícitamente, cómo supo asimilar la lección de ese fraile que no tenía cátedra alguna, y que, sin embargo, fue el único de quien el muchacho aprendió algo. En estas páginas se ve al autor tratando en vano de descorrer el velo de una realidad absoluta sólo accesible a la religión o a la poesía.
Los sonetos que incluyo en este prefacio muestran un reflejo irregular, pero vívido, de la sensualidad de los años primeros, tan estrechamente ligada al paisaje de la tierra natal. Lo mismo que el poema que inserto al final son como una respuesta inefable a las preguntas sugeridas en la prosa que sigue.
A VALENTINA
Me he quedado aquí al lado, deferente
junto al ciprés y al blando solanar
con la risa del último muriente
en lado opuesto y plenilunar.
Cerca de ti yo equívoco y ausente
celando en el reverso de la vida
la esperanza sin voz de la simiente
y la voz sin palabras de la herida.
En esa nuestra infancia de la aldea
—risas sin fondo y pálidos cuadrantes
de sol donde la luna se clarea—
allí nos estaremos igual que antes
mientras que un aire alterno la azotea
de olvidos colgará y ecos distantes.
A menudo hay cierta dureza en la expresión poética de Pepe como en la de mayor parte de la poesía española. No tenemos en España un lenguaje poético ya hecho en el que todos coincidan a través de las escuelas y las edades como sucede en Francia desde Ronsard hasta Hugo y Valéry. No digo que tener ese lenguaje sea mejor. Es en todo caso cuestión de gustos. El de Pepe es un poco violento y desigual, pero la violencia es sólo formal, y oculta un océano de mansa ternura para los seres y las cosas de la creación en la que estamos integrados.
El soneto siguiente —llamémoslo así, aunque es irregular y está fuera de los preceptos— parece referirse a las ruinas del colegio de Reus.
A UNA IMAGEN CAÍDA
Con las carnales hojas del grimorio
rendidas entre el arco y la colina
suspiran por un nuevo adoratorio
a veces juntas la leche y la ontina.
Quédate aquí esperando, peregrina,
del haz del sol haciendo tu cayado
y del vino labial y de la harina
consagrable un amor no averiguado.
Si es verdad que en el ámbito sensible
del ser sin voluntad y su amargura
hay todavía alguna fe posible
deja que llore sobre tu estructura
y mi amor, que es un odio reversible,
sangre te ofrecerá y aves de altura.
Este otro que sigue es en cierto modo una proyección de su dolor de soldado que vuelve al hogar y contempla los muros llenos de alusiones:
EL RECUERDO
Quietos en este hogar mis yos plurales
permitid que me asome a la porfía
de los tiempos del mal y en los anales
de la infancia dejar mi alegoría.
Esta es la hora ya de renunciar
a los grandes recursos, tú lo sabes,
nadie quiere ser él, pero hay que dar
vivas las venas a las negras aves.
Sé de antemano que me voy a ver
a mí mismo tal como me han odiado
los aspirantes al permanecer
en sombra sin relieve limitado
y por los perros del atardecer
paréntesis de luz, yo, devorado.
Por fin este soneto, más fluido y espontáneo:
A VALENTINA
Tú pensarás si vivo o ya no vivo,
yo pregunto qué azar te inmoviliza,
tú mirarás atenta la ceniza,
distraído contemplo yo el calivo.
La brisa en tanto va llegando y triza
en mis ojos la arena del desierto,
creo ver en la tarde el cielo abierto
pero en una ilusión advenediza.
¿Qué hacer aún? A ti y a mí nos echa
de ayer el hierro y en nuestros mañanas
la nada amortajable nos acecha.
Mientras llama el otoño a las ventanas
voy marcando en el agua aquella fecha
floral de nieve y tierna de semanas.
Es el sentimiento solamente una circunstancia del «estar» y no del ser. Es decir, del ser sin circunstancias al que dirige el joven soldado los movimientos de su vida diaria y su material y moral experiencia. (Y también su secreta y vigilante avidez).
Tampoco lo social y político ni otras formas de realidad positiva o interesada aparecen en su narración sino por deducción nacida a menudo del contraste natural de los hechos.