2. La evolución del sufrimiento
En biología no se entiende nada, salvo a la luz de la evolución.
Theodosius Dobzhansky
La vida tiene muchas cosas maravillosas, pero también partes duras. Mira las caras que te rodean: seguramente hay una buena cantidad de tensión, decepción y preocupaciones. Y también sabes de tus propias frustraciones y penas. Las punzadas que acarrea vivir van desde cierta soledad y desánimo al estrés moderado, dolor e ira, y aún más, hasta el trauma intenso y la angustia. A todas estas cosas las llamamos sufrimiento. Hay mucho sufrimiento que es suave, pero crónico, como un sentimiento de fondo de ansiedad, irritabilidad y falta de realización. Es natural querer menos de esto. Y, en su lugar, más satisfacción, amor y paz.
Para suavizar los problemas, tienes que entender sus causas. Por eso todos los grandes médicos, psicólogos y maestros espirituales han sido maestros diagnosticadores. Por ejemplo, en sus Cuatro Nobles Verdades, Buda identificaba una dolencia, diagnosticaba su causa (el ansia: una sensación absorbente de necesitar algo), señalaba la cura (liberarse del ansia) y prescribía el tratamiento (el Óctuple Sendero).
Este capítulo examina el sufrimiento a la luz de la evolución para diagnosticar sus fuentes en tu cerebro. Cuando entiendas por qué te sientes nervioso, disgustado, compulsivo, triste o inadaptado, esos sentimientos tendrán menos poder sobre ti. Lo cual por sí solo ya da algo de alivio. Tu comprensión te ayudará también a emplear mejor las «recetas» del resto del libro.
El cerebro evolutivo
• La vida empezó hace unos 3.500 millones de años. Las primeras criaturas multicelulares aparecieron hace unos 650 millones de años. (Cuando tengas un resfriado, ¡recuerda que los microbios tienen casi 3.000 millones de años!). Cuando aparecieron las medusas, hace unos 600 millones de años, los animales se habían hecho tan complejos que sus sistemas sensores y motores tenían que comunicarse entre sí, y este fue el origen del tejido neuronal. A medida que los animales evolucionaron, también lo hizo su sistema nervioso, que lentamente desarrolló un cuartel general en forma de cerebro.
• La evolución aprovecha las capacidades anteriores. Puedes ver la progresión de la vida dentro de tu propio cerebro, en los términos en que lo definió Paul MacLean (1990): nivel de desarrollo de reptil, de paleomamífero y de neomamífero (ver figura 2; todas las figuras son algo inexactas, no pretenden más que ilustrar).
• Los tejidos corticales son relativamente recientes, complejos, conceptualizadores, lentos y difusos por lo que se refiere a la motivación; están asentados sobre las estructuras subcortical y del tronco cerebral, que son antiguas, simples, concretas, rápidas y motivacionalmente intensas. (La región subcortical está en el centro de tu cerebro, bajo el córtex y encima del tronco cerebral; este corresponde aproximadamente al cerebro de reptil que se ve en la figura 2). A lo largo del día, hay una especie de cerebro de lagartija-ardilla-mono en tu cabeza, dando forma a tus reacciones de abajo arriba.
• A pesar de todo, el córtex moderno tiene mucha influencia sobre el resto del cerebro, y ha evolucionado bajo presiones evolutivas para desarrollar las habilidades optimizadas de criar, establecer vínculos estables, comunicar, cooperar y amar (Dunbar y Schultz 2007).
• El córtex está dividido en dos hemisferios conectados por el corpus callosum. Al evolucionar, el hemisferio izquierdo (en la mayoría de las personas) se especializó en el procesado secuencial y lingüístico, mientras el derecho se dedicaba al holístico y visual-espacial; por supuesto, ambas mitades trabajan juntas. Muchas estructuras neuronales están duplicadas, de modo que hay una en cada hemisferio; a pesar de ello, lo normal es referirse a ambas en singular (por ejemplo, el hipocampo).
Figura 2. El cerebro evolutivo
Tres estrategias de supervivencia
A lo largo de cientos de miles de años de evolución, nuestros ancestros desarrollaron tres estrategias fundamentales para la supervivencia:
• crear separaciones para poner fronteras entre ellos mismos y el mundo, y entre un estado mental y otro.
• mantener la estabilidad para tener un equilibrio saludable entre los sistemas físicos y mentales.
• acercarse a las oportunidades y evitar las amenazas para ganar cosas que favorecen la descendencia y resistir a las que no.
Estas estrategias has sido extraordinariamente efectivas para sobrevivir. Pero a la Madre Naturaleza no le preocupa qué te hacen sentir, si dan gusto o dolor. Para motivar a los animales, nosotros incluidos, a seguir estas estrategias y pasar sus genes, las redes neuronales evolucionaron para crear dolor y angustia en ciertas circunstancias: cuando se rompen las separaciones, se pierde la estabilidad, las oportunidades decepcionan y las amenazas se avecinan. Por desgracia, estas circunstancias se dan en todo momento, porque:
• todo está conectado.
• todo está cambiando.
• las oportunidades no se cumplen o pierden su atractivo y muchas amenazas son inevitables (como envejecer y morir).
Veamos cómo todo esto te hace sufrir.
No tan separados
Los lóbulos parietales del cerebro están en la parte superior y posterior de la cabeza (un lóbulo es un abultamiento redondeado del córtex). En la mayoría de las personas, el lóbulo izquierdo establece que el cuerpo es distinto del mundo, y el derecho indica dónde está el cuerpo en relación a las figuras del entorno. El resultado es una suposición automática subyacente del estilo de «estoy separado y soy independiente». Esto es cierto en algunos sentidos, pero hay cosas importantes en las que no.
No tan distintos
Para vivir, un organismo tiene que metabolizar, tiene que cambiar materia y energía con su entorno. Por eso, en un año muchos de los átomos de tu cuerpo son sustituidos por otros nuevos. La energía que empleas en beber un vaso de agua proviene del sol, que llega a ti a través de la cadena alimentaria: en un sentido verdadero, la luz lleva el vaso a tu boca. El aparente muro entre tu cuerpo y el mundo es más bien como la verja de un jardín.
Y entre tu mente y el mundo, ese muro es como una raya pintada en la acera. El lenguaje y la cultura entran y moldean tu mente desde el momento del nacimiento (Han y Northoff 2008). La empatía y el amor te ponen en sintonía naturalmente con otras personas, de modo que tu mente se mueve en consonancia con las suyas (Siegel 2007). Estos flujos de actividad mental son de doble sentido, porque tú también influyes en otros.
Dentro de tu mente, apenas hay barreras de ninguna clase. Todo su contenido fluye, las sensaciones se convierten en pensamientos sentimientos deseos acciones y más sensaciones. Este chorro de conciencia se corresponde con una cascada de fugaces ensamblados neuronales, que se deshacen para dar lugar al siguiente, a menudo en menos de un segundo. (Dehaene, Sergent y Changeux 2003; Thompson y Varela 2001).
No tan independientes
Yo estoy aquí porque un nacionalista serbio asesinó al archiduque Ferdinand, lo que catalizó la Primera Guerra Mundial, lo que a su vez llevó al improbable encuentro de mi madre y mi padre en un baile del ejército en 1944. Claro, hay diez mil razones por las que cualquiera está aquí. ¿Hasta dónde hay que ir? Mi hijo, que nació con el cordón umbilical arrollado en el cuello, está aquí gracias a tecnologías médicas desarrolladas durante cientos de años.
O podríamos ir muy atrás: la mayoría de los átomos de tu cuerpo, incluyendo el oxígeno de tus pulmones y el hierro de tu sangre, nacieron en una estrella. En el universo primigenio el único elemento era el hidrógeno. Las estrellas son reactores nucleares gigantes que machacan átomos de hidrógeno, creando nuevos elementos y liberando muchísima energía al hacerlo. Las que se convirtieron en novas arrojaron su contenido por todas partes. Cuando nuestro sistema solar empezó a formarse, unos 9.000 millones de años después de que empezara el universo, había bastantes átomos grandes para formar nuestro planeta, para hacer las manos que sostienen este libro y la mente que entiende estas palabras. La verdad es que existes porque un montón de estrellas estalló. Tu cuerpo está hecho de polvo de estrellas.
Tu mente también depende de innumerables causas precedentes. Piensa en las personas y acontecimientos que han dado forma a tus opiniones, personalidad y emociones. Imagina que al nacer te hubieran cambiado y te hubieran criado unos tenderos pobres de Kenia o unos petroleros millonarios de Texas, ¿cómo sería tu mente hoy?
El sufrimiento de la separación
Como estamos conectados con el mundo y somos interdependientes de él, nuestros intentos de estar separados e independientes resultan regularmente frustrados, lo que produce señales dolorosas de molestia y amenaza. Aun más, incluso cuando nuestros esfuerzos logran éxito temporalmente, también acarrean sufrimiento. Si consideras al mundo «no-yo en absoluto», es potencialmente inseguro, lo que te hace temerlo y resistirlo. En cuanto dices «soy este cuerpo separado del mundo», las debilidades del cuerpo se convierten en las tuyas. Si piensas que está gordo o no es bonito, sufres. Si lo amenazan la enfermedad, el envejecimiento y la muerte (como a todos los cuerpos), sufres.
No tan permanente
Tu cuerpo, cerebro y mente contienen muchos sistemas que deben mantener un equilibrio saludable. Pero el problema es que las condiciones cambiantes interfieren continuamente con estos sistemas, dando lugar a señales de amenaza, dolor y angustia: en una palabra, al sufrimiento.
Somos sistemas dinámicos cambiantes
Consideremos una única neurona, una que libere el neurotransmisor serotonina (ver figuras 3 y 4). Esta diminuta neurona es parte del sistema nervioso y también de un sistema complejo por derecho propio, que para funcionar requiere de múltiples subsistemas. Cuando se dispara, los terminales del extremo del axón expelen salvas de moléculas en las sinapsis —las conexiones— que hace con otras neuronas. Cada terminal contiene unas 200 burbujitas llamadas vesículas llenas del neurotransmisor serotonina (Robinson 2007). Cada vez que se dispara la neurona, se abren entre cinco y diez vesículas. Como una neurona típica se dispara unas diez veces por segundo, las vesículas de serotonina de cada terminal se vacían cada pocos segundos.
Por tanto, activas maquinitas moleculares tiene que fabricar serotonina nueva, o bien reciclar la liberada que queda flotando alrededor de la neurona. Luego tienen que hacer vesículas, llenarlas de serotonina y moverlas a donde está la acción, en la punta de cada terminal. Un montón de procesos que hay que mantener en equilibrio, con muchas cosas que podrían ir mal... Y el metabolismo de la serotonina es solo uno de los miles de sistemas de tu cuerpo.
Una neurona típica
• Las neuronas son las piezas básicas con las que se construye un sistema nervioso; su función principal es comunicarse entre sí a través de cruces diminutos llamados sinopsis. Aunque hay muchas clases de neuronas, su diseño básico es parecido.
• Del cuerpo de la célula salen unas espinas llamadas dendritas que reciben neurotransmisores de otras neuronas. (Algunas neuronas se comunican directamente mediante impulsos eléctricos).
• Simplificando un poco, la suma de todas las señales excitatorias e inhibidoras que recibe una neurona milisegundo a mili-segundo determina si se dispara o no.
• Cuando se dispara una neurona, una onda recorre su axón, la fibra que se extiende hacia las neuronas a las que envía señales. Esto libera neurotransmisores en las sinapsis con neuronas receptoras, inhibiéndolas o excitándolas para que se disparen a su vez.
Figura 3. Una neurona (simplificada)
• La señal nerviosa es acelerada por la mielina, una sustancia grasa que aísla los axones.
• La materia gris del cerebro se compone mayormente de los cuerpos celulares de las neuronas. También hay materia blanca, formada por los axones y las glías, células que realizan funciones metabólicas de apoyo, como envolver los axones en mielina y reciclar neurotransmisores. Los cuerpos neuronales son como 100.000 millones de interruptores conectados por «cables» axonales en una red intrincada dentro de tu cabeza.
Figura 4. Una sinapsis (aumentada en el recuadro)
La dificultad de mantener el equilibrio
Para mantenerte sano, cada sistema de tu mente y cuerpo tiene que equilibrar dos necesidades antagónicas. Por un lado, debe estar abierto a las entradas [inputs] durante las transacciones en marcha con su entorno local (Thompson 2007): los sistemas cerrados son sistemas muertos. Por otro lado, cada sistema debe preservar una estabilidad fundamental, permanecer centrado en un punto de ajuste y no desviarse mucho de un cierto rango: ni muy caliente ni muy frío. Por ejemplo, la inhibición del córtex prefrontal y la excitación del sistema límbico deben equilibrarse: demasiada inhibición y te sientes agarrotado, demasiada excitación y estás abrumado.
Señales de amenaza
Para conservar el equilibrio de tus sistemas, los sensores registran su estado (como el termómetro de un termostato) y envían señales a los reguladores para restaurar el equilibrio cuando se sale del rango (como encender el horno y apagarlo). La mayor parte de esta regulación es inconsciente, pero algunas señales de que se necesita alguna acción son tan importantes que llegan a tu consciencia. Por ejemplo, si tu cuerpo se enfría demasiado, sientes que te congelas; si se calienta mucho, te parece que te estás cociendo.
Estas señales que se experimentan conscientemente son desagradables, en parte porque suponen una sensación de amenaza, un aviso para actuar antes de que las cosas vayan demasiado lejos y demasiado rápidamente hacia la pendiente resbaladiza. El aviso puede ser suave, una sensación de incomodidad, o fuerte, con alarma y hasta con pánico. De cualquier manera, moviliza tu mente para hacer lo que sea necesario con el fin de restablecer el equilibrio.
A esta movilización normalmente le acompañan sensaciones de ansiedad, que van desde anhelos tranquilos hasta sensaciones desesperadamente compulsivas. Es interesante que la palabra ansiedad en pali, el idioma original del budismo, es tanha, cuya raíz significa sed. La palabra sed lleva la fuerza visceral de las señales de amenaza, aunque no tengan nada que ver con la posibilidad de perder la vida o un miembro, como por ejemplo la posibilidad de ser rechazado. Las señales de amenaza son efectivas precisamente porque son desagradables, porque te hacen sufrir, a veces un poco, a veces mucho. Y deseas que cesen.
Todo está cambiando
A veces las señales de amenaza cesan un rato, justamente el tiempo en que todos los sistemas están equilibrados. Pero como el mundo está cambiando siempre, hay intromisiones sin cuento en los equilibrios de tu cuerpo, mente y relaciones.
Todos los reguladores de tu vida, desde el fondo molecular a la cima interpersonal, tienen que intentar imponer un orden estático en procesos inestables por definición.
Piensa en la variabilidad del mundo físico, desde la volatilidad de las partículas cuánticas a nuestro Sol, que algún día se hinchará y engullirá la Tierra. O en la turbulencia de tu sistema nervioso; por ejemplo, las regiones de tu córtex prefrontal que sostienen la consciencia se actualizan entre cinco y ocho veces por segundo (Cunningham y Zelazo 2007).
Esta inestabilidad neurológica subyace en todos los estados de la mente. Por ejemplo, cada pensamiento implica una partición momentánea del torrente que es el tráfico neuronal en un ensamblaje coherente de sinapsis que tienen que dispersarse en seguida en el fértil desorden que permite que emerjan otras ideas (Atmanspacher y Graben 2007). Fíjate en una sola respiración y experimentarás cómo cambian sus sensaciones, se dispersan y desaparecen casi inmediatamente.
Todo cambia. Esta es la naturaleza universal de la realidad exterior y de la experiencia interior. Por tanto, las interferencias en los equilibrios no acabarán mientras vivas. Pero para ayudarte a sobrevivir, tu cerebro no deja de intentar parar el río, lucha por mantener en su sitio a todos los sistemas dinámicos, por encontrar patrones fijos en este mundo variable, y por construir planes permanentes para condiciones cambiantes. En consecuencia, tu cerebro persigue siempre el instante que acaba de desaparecer, intentando entenderlo y controlarlo.
Es como si viviéramos al borde de una cascada, cada momento corre hacia nosotros —y lo experimentamos nada más como ahora, siempre— y luego, ¡zas!, ha traspasado el borde y desaparecido para siempre. Pero el cerebro está siempre agarrando lo que acaba de irse.
Ni tan agradable ni tan penoso
Para pasar sus genes, nuestros ancestros animales tenían que elegir con acierto muchas veces cada día si debían acercarse a algo o alejarse de ello. Hoy los humanos nos acercamos o evitamos también estados de la mente, además de objetos físicos; por ejemplo, perseguimos la autoestima y eludimos la vergüenza. Pero, con toda su sofisticación, el acercamiento y la huida humanos se hacen en gran medida sobre la misma red de circuitos neuronales que emplea un mono para buscar plátanos o una lagartija para esconderse bajo una piedra.
El tono sentimental de la experiencia
¿Cómo decide tu mente si debe aproximarse a algo o rehuirlo? Supongamos que paseas por el bosque y al doblar un recodo te topas con una forma curva ante ti. Simplificando un proceso complejo, durante las primeras décimas de segundo la luz que rebota en el objeto curvo llega a tu córtex occipital, que es el que maneja la información visual, para ser convertida en una imagen que tenga sentido (ver figura 5). Entonces el córtex occipital envía representaciones de esta imagen en dos direcciones: al hipocampo, para que evalúe si es una potencial amenaza u oportunidad, y al CPF y otras partes del cerebro para un análisis más sofisticado... y lento.
Por si acaso, tu hipocampo compara inmediatamente la imagen con su corta lista de peligros salta-primero-piensa-después. Rápidamente encuentra formas curvas en ella, por lo que envía una alerta muy urgente a tu amígdala: «¡Cuidado!». La amígdala, que es como una sirena de alarma, envía una advertencia general por todo el cerebro y una señal especial rápida a tus sistemas neuronales y hormonales de lucha-o-huye (Rasia-Filho, Londero y Achaval 2000). Exploraremos los detalles de la cascada lucha-o-huye en el capítulo siguiente, lo que nos importa ahora es que aproximadamente un segundo después de ver la forma curva saltas atrás alarmado.
Figura 5. Ves una amenaza o una oportunidad potenciales
Mientras tanto, el poderoso pero relativamente lento CPF ha estado sacando información de la memoria a largo plazo para imaginar si la forma curva es una serpiente o un palo. Pasan unos segundos más y el CPF se fija en la naturaleza inerte del objeto —y en el hecho de que otras personas han pasado por encima sin decir nada— y concluye que no es más que un palo.
Durante todo este episodio, todo lo que experimentabas era agradable, desagradable o neutro. Al principio había vistas neutras o agradables al recorrer el camino, luego miedo desagradable a una serpiente potencial, y por último alivio agradable al darte cuenta de que no era más que un palo. Ese aspecto de la experiencia, si es agradable, desagradable o neutra, se llama en budismo el tono sentimental [feeling tone] (y en la psicología occidental tono hedónico).
Es tu amígdala la que principalmente produce el tono sentimental (LeDoux 1995) y luego lo emite por todas partes. Es una manera sencilla pero efectiva de decirle a tu cerebro completo qué hacer en cada momento: acercarse a las agradables zanahorias, evitar los desagradables palos y pasar de todo lo demás.
Neuroquímicos clave
Son las sustancias químicas principales que afectan a la actividad neuronal de tu cerebro; tienen muchas funciones, aquí señalamos solo las relevantes para el tema de este libro.
Neurotransmisores primarios
• Glutamato: excita las neuronas receptoras.
• GABA: inhibe las neuronas receptoras.
Neuromoduladores
Estas sustancias, a las que a veces también se llama neurotransmisores, influyen en los neurotransmisores primarios. Tienen un efecto poderoso, porque se los libera en abundancia.
• Serotonina: regula el humor, el sueño y la digestión; la mayoría de los antidepresivos intentan aumentar sus efectos.
• Dopamina: está implicada en la sensación de recompensa y en la atención; estimula conductas de acercamiento.
• Norepinefrina: alerta y excita.
• Acetilcolina: estimula el aprendizaje y el estar despierto.
Neuropéptidos
Son neuromoduladores hechos a partir de los péptidos, una clase particular de moléculas orgánicas.
• Opiáceos: amortiguan el estrés, calman y reducen el dolor, producen placer (como el subidón de los corredores); entre ellos están las endorfinas.
• Oxitocina: estimula las conductas protectoras hacia los niños y la vinculación de las parejas; está asociada con la proximidad extasiada y el amor; las mujeres tienen más oxitocina que los hombres.
• Vasopresina: refuerza la vinculación de la pareja; en los hombres puede estimular la agresividad hacia rivales sexuales.
Otros neuroquímicos
• Cortisol: liberado por las glándulas adrenales durante la respuesta al estrés; estimula la amígdala e inhibe el hipocampo.
• Estrógeno: los cerebros tanto de hombres como de mujeres contienen estrógenos receptores; afectan a la libido, el humor y la memoria.
Perseguir zanahorias
Dos sistemas neuronales principales te hacen perseguir zanahorias. El primero se basa en el neurotransmisor dopamina. Las neuronas que liberan dopamina aumentan su actividad cuando encuentras cosas vinculadas a recompensas pasadas; por ejemplo, si encuentras a un amigo al que no has visto en unos meses. Estas neuronas también se aceleran cuando encuentran algo que podría recompensarte en el futuro, como tu amiga diciendo que quiere invitarte a comer. Esta actividad neuronal produce una sensación de deseo motivadora en tu mente: quieres llamar de nuevo a tu amiga. Cuando por fin tienes la comida, una parte de tu cerebro llamada córtex cingulado (que tiene el tamaño aproximado de tu dedo, y está en el borde interior de cada hemisferio) verifica si la recompensa que esperabas (divertirte con tu amiga, buena comida) llega de verdad (Eisenberger y Lieberman 2004). Si es así, el nivel de dopamina permanece estable. Pero si resultas decepcionado (puede que tu amiga esté de mal humor), el cingulado envía una señal que reduce los niveles de dopamina. La caída de dopamina se interpreta subjetivamente como un tono sentimental desagradable, que estimula el ansia (en sentido amplio) de algo que restaure sus niveles.
El segundo sistema, basado en varios otros neuromodula-dores, es la fuente bioquímica de los tonos sentimentales agradables que traen las zanahorias de la vida, las presentes y las anticipadas. Cuando estos químicos del placer —opiáceos naturales (endorfinas incluidas), oxitocina y norepinefrina— invaden tus sinapsis, refuerzan los circuitos neuronales activos, haciendo más probable que se disparen juntos en lo sucesivo. Imagina un bebé intentando comer una cucharada de flan.
Tras muchos fallos, sus neuronas percepto-motoras aciertan, liberando oleadas de químicos placenteros que ayudan a fijar las conexiones sinápticas que crearon el movimiento concreto que llevó la cuchara a la boca.
Esencialmente, este sistema de placer resalta todo lo que lo dispara, empujándote a buscar la misma recompensa otra vez, y refuerza las conductas que te hicieron lograrla. Funciona codo a codo con el sistema dopamínico. Por ejemplo, saciar tu sed es agradable porque desaparece la insatisfacción del nivel bajo de dopamina, y porque el sistema de placer basado en químicos se activa por el vaso de agua fresca en un día caluroso.
El acercamiento conlleva sufrimiento
Estos dos sistemas neuronales son necesarios para sobrevivir. Además se pueden usar para objetivos positivos que no tienen nada que ver con pasar los genes. Por ejemplo, puedes aumentar tu motivación para hacer algo saludable (como el ejercicio) prestando atención a sus recompensas, como las sensaciones de vitalidad y fuerza.
Pero buscar lo agradable también puede hacerte sufrir.
• El deseo en sí mismo puede ser una experiencia desagradable; hasta un anhelo suave es incómodo.
• Cuando no puedes tener lo que deseas, es natural que te sientas frustrado, decepcionado y desanimado, y puede que hasta desesperanzado.
• Cuando cumples un deseo, la recompensa con frecuencia no es tan grande como esperabas. Está bien, pero fíjate atentamente en tu experiencia: ¿está tan buena la galleta... especialmente tras el tercer mordisco? La satisfacción por el buen informe en el trabajo ¿fue muy intensa o duró mucho?
• Cuando las recompensas son buenas de verdad, muchas de ellas tienen un precio alto de verdad: los postres grandes son un ejemplo obvio. Considera también las recompensas de ganar reconocimiento, triunfar en una discusión o conseguir que otros se porten de un modo determinado. ¿Cuál es la relación coste/beneficio de verdad?
• Hasta cuando consigues lo que quieres y es bueno de verdad, y no cuesta mucho (el no va más de las recompensas), cualquier experiencia agradable inevitablemente cambiará y acabará. Hasta las mejores. Se te separa rutinariamente de las cosas que disfrutas, y algún día la separación será permanente. Los amigos se alejan, los hijos se van de casa, la carrera profesional se acaba y por último hasta tu respiración llega a su fin. Todo lo que empieza tiene que acabar, todo lo que está junto será dispersado. Así que las experiencias no pueden ser completamente satisfactorias. No se puede confiar en ellas como base de la felicidad.
Empleando una analogía del maestro de meditación tai Ajahn Chah: enfadarte por algo desagradable es como si te mordiera una serpiente; buscar lo que es agradable es agarrar la serpiente por la cola: antes o después te morderá.
Los palos son más fuertes que las zanahorias
Hasta aquí hemos hablado de los palos y las zanahorias como si fueran iguales, pero en realidad los palos son más fuertes porque tu cerebro está construido más para evitar que para aproximarse. Esto es así porque son las experiencias negativas, no las positivas, las que en general han tenido más impacto en la supervivencia.
Imagina a nuestros ancestros mamíferos esquivando dinosaurios en un Parque Jurásico mundial hace 70 millones de años. Constantemente mirando por encima de su hombro, alertas al más mínimo crujido de una ramita de arbusto, preparados para hacerse estatuas o salir disparados o atacar, según la situación.
O rápido, o muerto. Si se perdían una zanahoria (una oportunidad de comer o de aparearse, pongamos), podrían tener más oportunidades más tarde. Pero si fracasaban en evitar un palo (como un predador), probablemente resultarían muertos, sin oportunidades de más zanahorias. Los que sobrevivieron para pasar sus genes pusieron mucha atención a las experiencias negativas.
Exploremos seis modos en que tu cerebro continúa esquivando palos.
Vigilancia y ansiedad
Cuando estás despierto sin hacer nada en particular, el estado de descanso de tu cerebro activa una «red por defecto», una de cuyas funciones parece ser vigilar tu entorno y tu cuerpo por si hay amenazas (Raichle et al. 2001). Esta consciencia básica está acompañada a menudo por un sentimiento de fondo de ansiedad que te mantiene alerta. Intenta pasear unos minutos por una tienda sin la más mínima incomodidad, tensión o precaución. Es muy difícil.
Esto es comprensible, porque nuestros ancestros mamíferos, primates y humanos eran presas, además de predadores. Además, en la mayoría de los grupos sociales de primates había mucha agresión tanto de machos como de hembras (Sapolsky 2006). Y en las bandas de cazadores-recolectores de homínidos, y luego en las de humanos, en los últimos dos millones de años, la principal causa de muerte en los hombres era la violencia (Bowles 2006). Nos volvimos seres preocupados por buenas razones: había mucho que temer.
Sensibilidad a la información negativa
Normalmente el cerebro detecta la información negativa más rápidamente que la positiva. Observa las expresiones faciales, por ejemplo, señal primaria de oportunidades y de amenazas para un animal social como nosotros: las caras de miedo se perciben con mucha más rapidez que las de alegría o las neutrales, probablemente detectadas rápidamente por la amígdala (Yang, Zald y Blake 2007). De hecho, hasta cuando los investigadores ocultan las caras de miedo a la consciencia, se enciende la amígdala (Jiang y He 2006). La mente está diseñada para las malas noticias.
Almacenamiento de alta prioridad
Cuando se marca un suceso como negativo, el hipocampo se asegura de que se guarde cuidadosamente para referencias futuras. Te quemas una vez, te asustas dos. Tu cerebro es como el velero para las experiencias negativas y como el teflón para las positivas, aunque la mayor parte de tus experiencias son neutrales o positivas.
Lo negativo triunfa sobre lo positivo
Los sucesos negativos tienen más impacto que los positivos. Por ejemplo, es fácil adquirir un sentido de inutilidad aprendida tras unos cuantos fallos, pero difícil revertir ese sentido, incluso con muchos éxitos (Seligman 2006). Las personas se esfuerzan más en evitar una pérdida que en adquirir una ganancia equiparable (Baumeister et al. 2001). Las víctimas de accidentes tardan más en recuperar su nivel de felicidad anterior que los acertantes de la lotería (Brickman, Coates y Janoff-Bulman 1978). La mala información sobre alguien pesa más que la buena (Peeters y Czapinski 1990), y en las relaciones normalmente se necesitan cinco interacciones positivas para superar los efectos de una negativa (Gottman 1995).
Restos perdurables
Incluso cuando has desaprendido una experiencia negativa, deja un rastro en tu cerebro (Quirk, Repa y LeDoux 1995).
Es un resto a la espera, preparado para reactivarse si encuentras un suceso que dé miedo parecido al anterior.
Círculos viciosos
Las experiencias negativas crean círculos viciosos al hacerte pesimista, exageradamente reactivo e inclinado a lo negativo.
Evitar implica sufrir
Como puedes ver, tu cerebro tiene un «sesgo de negatividad» incorporado (Vaish, Grossman y Woodward 2008) que te empuja a evitar. Este sesgo te hace sufrir de varias maneras. Como aperitivo genera un desagradable sentimiento de fondo de ansiedad, que puede ser muy intenso en algunas personas; esa ansiedad además dificulta centrar la atención en el interior para la autoconciencia o la práctica contemplativa, porque el cerebro sigue explorando para asegurarse de que no hay problemas. El sesgo negativo produce o intensifica otras emociones desagradables, como ira, pena, depresión, culpa y vergüenza. Destaca las pérdidas y los fallos pasados, minimiza las habilidades presentes y exagera los obstáculos del futuro. En consecuencia la mente tiende continuamente a hacer veredictos injustos sobre el carácter, la conducta y las posibilidades de una persona. El peso de estos veredictos puede agobiarte de veras.
En el simulador
En budismo se dice que el sufrimiento resulta de la ansiedad expresada a través de los Tres Venenos: la avidez, el odio y el engaño. Estas son palabras fuertes que cubren un amplio espectro de pensamientos, palabras y actos, incluso los más huidizos y sutiles. Avidez es aferrarse a las zanahorias, mientras que odio es aversión a los palos; ambos implican ansiar más placer y menos dolor. Engaño es mantenerse en la ignorancia acerca de cómo son las cosas de verdad, por ejemplo no viendo que están relacionadas y cambiando.
Realidad virtual
A veces estos venenos son muy visibles, pero la mayor parte del tiempo operan por debajo de tu consciencia, disparándose y «cableándose» calladamente. Para ello emplean la extraordinaria capacidad de tu mente de representar tanto la experiencia interior como el mundo exterior. Por ejemplo, los puntos ciegos de tus campos visuales izquierdo y derecho no parecen agujeros en el mundo, tu cerebro los llena de modo muy parecido a como el software fotográfico oscurece los ojos rojos de las personas que miraban hacia el flash. De hecho, mucho de lo que ves ahí afuera en realidad está fabricado aquí adentro por tu cerebro, que pinta como los gráficos de ordenador en una película. Solo una pequeña parte de los inputs de tu lóbulo occipital llega directamente del mundo exterior, el resto sale de los módulos procesadores de percepción y almacenes de memoria internos (Raichle 2006). Tu cerebro simula el mundo: todos vivimos en una realidad virtual que se parece lo suficiente al mundo real para que no tropecemos con el mobiliario.
En ese simulador —cuyo sustrato neuronal parece estar centrado en la mitad superior de tu CPF (Gusnard et al. 2001)— continuamente están pasando pequeñas películas. Estos clips son los elementos de mucha de la actividad mental consciente (Niedenthal 2007; Pitcher et al. 2008). Este pasar simulaciones de sucesos pasados ayudó a la supervivencia de nuestros ancestros, porque reforzaba el aprendizaje de conductas exitosas al repetir sus patrones de disparo neuronal. Simular sucesos futuros también ayudaba a la supervivencia, porque permitía comparar resultados posibles para elegir el mejor enfoque y preparar potenciales secuencias sensomotoras para la acción inmediata. Durante los últimos tres millones de años, el cerebro se ha triplicado en tamaño, y mucho de este crecimiento ha mejorado las capacidades del simulador, lo que da idea de lo útil que resultó para la supervivencia.
Las simulaciones te hacen sufrir
El cerebro sigue haciendo simulaciones hoy, aunque no tengan nada que ver con la supervivencia. Obsérvate y verás los clips en marcha, pequeñas películas de experiencias simuladas, normalmente de unos segundos. Si los miras con atención, detectarás varias cosas problemáticas:
• Por definición, el simulador te saca del momento presente. Estás viendo una presentación en el trabajo, haciendo un recado o meditando, y de pronto tu mente está a mil kilómetros, atrapada en una minipelícula. Pero solo en el momento presente encontramos felicidad, amor o sabiduría.
• En el simulador, los placeres suelen parecer maravillosos, lo mismo si piensas en otra ración de pastel o en la respuesta en el trabajo a un informe tuyo. Pero ¿qué es lo que sientes de verdad cuando vives la minipelícula en la realidad? ¿Era tan agradable como prometía en la pantalla? Normalmente no. La mayoría de las recompensas cotidianas no son tan intensas como hace esperar el simulador.
• Los clips del simulador tienen muchas suposiciones: «Por supuesto que dirá x si yo digo y... Es obvio que me decepcionan». A veces se verbalizan explícitamente, pero buena parte del tiempo están implícitas, incorporadas en el argumento. En realidad, ¿son verdaderas las suposiciones explícitas e implícitas de tus simulaciones? A veces sí, pero con frecuencia no. Las minipelículas nos tienen enganchados por su visión simplista del pasado y por su promesa de posibilidades irreales para el futuro, como nuevas maneras de llegar a los demás o soñar grandes sueños. Sus creencias son barrotes de una jaula invisible, que te encierran en una vida más pequeña de lo que podría ser. Como si fueras un animal del zoo a quien se suelta en un gran parque, pero no cruza los límites que imponía su vieja jaula.
• En el simulador pasan una y otra vez películas de sucesos molestos del pasado, lo que desgraciadamente refuerza las asociaciones neuronales entre un suceso y sus sensaciones penosas. El simulador también predice situaciones amenazadoras. Pero muchas de estas amenazas no se materializan nunca, y las que lo hacen suelen provocar un desagrado más suave y más breve de lo predicho. Por ejemplo, imagínate hablando con el corazón en la mano: esto puede disparar una minipelícula que acaba en rechazo y tú sintiéndote mal. Pero de hecho, cuando hablas con el corazón en la mano, ¿no suelen salir las cosas bien y acabas sintiéndote estupendamente?
En resumen, el simulador te saca del momento presente y te pone a perseguir zanahorias que no son tan buenas, a la vez que ignoras recompensas más importantes (como la satisfacción y la paz interior). Sus minipelículas están llenas de creencias limitadoras. Además de reforzar emociones dolorosas, amenazan con palos que en realidad nunca se cruzan en tu camino o no son tan malos. Y el simulador hace esto hora tras hora, un día y otro, incluso cuando sueñas —construyendo firmemente estructura neuronal, buena parte de la cual aumenta tu sufrimiento—.
Compasión hacia uno mismo
Todo el mundo sufre alguna vez y muchas personas sufren mucho. La compasión es una respuesta natural al sufrimiento, el tuyo incluido. La compasión hacia uno mismo no es lo mismo que la lástima de uno mismo, sino calor, preocupación y buenos sentimientos, igual que la compasión por otra persona. Como la compasión hacia uno mismo es más emocional que la autoestima, es verdaderamente más poderosa para reducir el impacto de condiciones difíciles, conservar la autoestima y construir resiliencia (Leary et al. 2007). Además abre tu corazón, porque cuando estás cerrado a tu propio sufrimiento es difícil ser receptivo al de los demás.
La raíz de la compasión es la compasión por uno mismo.
Pema Chödrön
Además del sufrimiento cotidiano de la vida, el camino del despertar incluye experiencias difíciles que piden compasión. Para ser más feliz, más sabio y más amante, a veces tienes que nadar contra corrientes muy antiguas de tu sistema nervioso.
Por ejemplo, los tres pilares de la práctica son en alguna medida antinaturales: la virtud frena reacciones emocionales que funcionaban bien en la selva, la atención plena reduce la vigilancia exterior, y la sabiduría elimina creencias que en otro tiempo nos ayudaron a sobrevivir. Eliminar las causas del sufrimiento, sentirse uno con todas las cosas, fluir con el momento cambiante y no emocionarse por lo agradable ni por lo desagradable va contra los planes evolutivos. Pero ¡eso no significa que no debamos hacerlo! Solo significa que deberíamos entender contra qué nos colocamos y tener algo de compasión por nosotros mismos.
Para cultivar la compasión y reforzar sus circuitos neuronales:
• Recuerda momentos en que estuviste con alguien que te quiere de verdad: la sensación de recibir atención activa los circuitos de tu cerebro de compromiso profundo, empujándolos a dar compasión.
• Recuerda a alguien por quien sientes compasión naturalmente, como un niño o alguien a quien quieres: este sencillo flujo de compasión excita su sustrato neuronal —que incluye la oxitocina, la ínsula (que siente el estado interno de tu cuerpo) y el CPF— calentándolos para la autocompasión.
• Extiende esa misma compasión a ti mismo: date cuenta de tu propio sufrimiento y amplía la preocupación y buenos sentimientos a ti mismo; siente la compasión asentándose en sitios doloridos interiores, como una lluvia suave que llega a todas partes. Las acciones relacionadas con un sentimiento lo refuerzan (Niedenthal 2007), así que pon la palma de la mano en tu mejilla o en el corazón con la ternura y el calor que darías a un niño herido. Di interiormente frases como «Que yo sea feliz de nuevo. Que pase el dolor de este momento».
• Sobre todo, ábrete a la sensación de que estás recibiendo compasión: muy en el interior de tu cerebro, la fuente real de los buenos sentimientos no importa mucho; tanto si la compasión viene de ti como si viene de otro, deja que te invada la sensación de ser cuidado y acariciado.
Capítulo 2: puntos clave
—Las estrategias evolutivas para ayudarnos a perpetuar nuestros genes son tres: crear separaciones, estabilizar sistemas y acercarse a las oportunidades evitando las amenazas.
—Estas estrategias son muy eficaces para sobrevivir, pero también te hacen sufrir.
—El esfuerzo de mantener separaciones choca con las muchísimas formas en que estás conectado con el mundo y dependiendo de él. Por eso te puedes sentir sutilmente aislado, alienado, abrumado o con la sensación de estar en lucha contra el mundo.
—Cuando los sistemas del interior de tu cuerpo, mente y cerebro se desestabilizan, tu cerebro produce señales de amenaza incómodas. Como todo cambia continuamente, estas señales llegan continuamente.
—Tu cerebro atribuye un tono sentimental —agradable, desagradable o neutral— a tus experiencias, así que te acercarás a lo agradable, rehuirás lo desagradable y pasarás de lo que es neutral.
—Hemos evolucionado especialmente para prestar mucha atención a las experiencias desagradables. Este sesgo negativo desestima las buenas noticias, se fija en las malas y crea ansiedad y pesimismo.
—El cerebro tiene una capacidad maravillosa para simular experiencias, pero esto tiene un precio: el simulador te saca del momento presente, te empuja a perseguir recompensas que no son tan buenas y a evitar peligros exagerados o ni siquiera reales.
—La compasión por ti mismo ayuda a reducir tu sufrimiento.