VII
ANDABAN PUES POR ÁI onde anduvieron. Toviera temprano. Noábian hecho nombre y fama. Y cayeron comóy un día con otro en el rancho de don Paz Treviño. Hombre derecho don Paz Treviño. Ah queómbre bueno, tú ¿vieras? con decirte queanque biera sabido los biera cobijado. Estés mi pan, estés tu pan; estés mi techo, estés tu techo. ¡Dese tamaño! Nubotro como don Paz. Grande él, colorao colorao, de muchos dientes. No, luego luego trabajo sí hay, qué sabes hacer, huerco. Porque saber sí sabían, y al rato yastaban trabajando. Ái se acomodan con los otros. Sí cómo no. Y lego lego don Paz puso el ojo en Reinaldo. Tú vente conmigo, huerco, amos pacá vamos pallá. Ganao de carne muy buen ganado. Y allá nuáy queacér. Trabajar y dormir. ¿Ya trabajastes? ya duérmete. ¿Ya te despertastes? ya ponte a trabajar. Porque ¿cuál diotra? ¿Quiáces? Así armaron la del gallo. Comora tú ¿qué hacemos? Os vamos armando una de gallo. Tú imagínate un domingo en esos ranchos. ¡No pus vamos, que sirva de domingo pa la diversión! Ya le fueron avisar a las mujeres; ya delinearon la carrerita: que diacá pallá, de allá pacá, en lo plano, la tierra dura más que piedra; ya les dijieron a los hombres. ¡Amos, cómo de no! Y salieron seis o siete a rifársela, huercos carajos si cuándo se van a dejar ganar. Y la fregadera estuvo en questaba allá con Paz un Tejeda de Torreón, muy hecho al caballo y no le alzó pelo a Martín. Reinaldo andaba cerca, si no andaba lejos Reinaldo, Reinaldo andaba con don Paz mirando los del lunes día siguiente. Si Reinaldo a poco y llega cuando están pasando las cosas. Si el Tejeda no se acababa de morir cuando don Paz le dijo a Reinaldo ¡pícale huerco! Qué desdicha de domingo aquel cabrón domingo, álgame Dios. Yostuve allá, si allá estaba, yo nostaba parotro lao ni andaba. Yaciendo cuentas yo fui el primero que vio y que dijo, porque de antes yo no sabía nada ¿quién estaba enterao? ¡nadien! pero nomás de ver cómo y por qué yo fui el primero que vio y que dijo, digo yaciendo cuentas yo: cuidao diaquí en delante porquese huerco mata por necesidá.
En la explanada, sí, en la explanadita de to lo ranchos, allí nomás, pa qué quieres ir más lejos. Le amarraron unos trapos de colores a las trancas, comora tú si las adornas de fiesta y unas banderas de papel, y ya la gente encaramada en las trancas, y una bailadora tenía la guitarra, una guitarra nueva que sabe ónde sencontraron, era el premio, le pusieron moños a la guitarra. ¡Y una gritería y una boruca, cállate la boca! Cualquier pretexto era bueno pa laburrición. Tráiba el gallo Miro el de Burgos, montaba un zaino de buen encuentro, haciéndose faceto el Miro, el brazo bien levantao y arriba el gallo encabronao de sol, picoteándole la mano, gallo de pelea sí señor, gallo grande, americano, pero ni aletiar podía, nomás reguiletiaba y picotiaba, mano de hombre la de Miro que siba pallá que se venía pacá, haciendo las payasadas de esas veces, ponerle sabor al caldo, y los cuatro o cinco pelaos pegados al Miro no se le despegaban y todo era la diversión pa cuando el ái nos vemos. Entrestos taba Martín, Martín montaba un bayo dorado ¡pero de verse, señor!, luego se vio que era un viento ese caballo ¡y lo montaba Martín! toooda esa gente dominaba las bestias ya tú ves cómo, ¡no sí no y era bonito tú!, sechaban pacá, ya siban ya se venían en fuerza de carrera en unos metros no pidas más, y chacotiando siempre. Y Miro que lo sabía hacer muy bien.
—Nooo —les dijo—. si nadien lo quiere, por eso me vuá quedar con él. ¡Dicen ques gallo flaco!
Ya lestán gritando de las trancas: —¡Flaco sí está, pero no te va durar mucho!
Y lueguno de los jinetes, tú, que se arrima a una huerca:
—Acércate pa platicar ora que tengo tiempo.
Pero pajariando al Miro ¿te fijas? Sin perderlo porqueande lo pierdes ya no lo alcanzas nunca. No y ya la huerca le contesta: —¿Qué no vas a correr?
—¿Correr? ¡Nombre quién va correr por esa gallina hervida, y luego la guitarra que ni suena!
Y que le gritan, tú, diotro lado: —¡Tonce salte porque ya se van!
Y ónde se revuelve aquel sonso como si le hubieran metido lumbre al culo y se da el encontronazo con el caballo del Tejeda que por poco y no lo saca de la sía. Y no, la gente a risa y risa. Porque así era ¿ves tú?, que se hacen tontos, que no van, que ya se van, que no se dan cuenta, que ni les importa pues el asunto parel questán. Serían las 11 de la mañana, 11 y minutos.
—¡Bueno —les grita Miro—, nomás vine a enseñárselos, yamvóy!
Y el Martín acá revisando la guitarra y le contesta:
—¡Pérese, no sea mala gente, con suerte no lo alcanzo!
Pero pendiente del gallo el Martín ¡ah sí, no veas! y sigue acá con la guitarra y ¡ah, cómo festeja la gente estas…! pues pendejadas, tú, porque quiotra cosa son ¿verdá? Gente de trabajo que le busca al domingo entretención.
—¿Sabes pa qué la quiero? —le dice Martín a la bailadora—. Pa tocarte ora queaiga luna y te canto una canción de amores muy queridos. Cómo ves.
—¡A poco! —le dice ella.
—Por eso me la vuá ganar —le dice él.
—A poco le sabes buscar —lestá diciendo ella, y le rasgonea ái las cuerdas, a la guitarra, pues, porque la bailadora tiene la guitarra.
Perónde oye Martín en la boruca un grito y se revuelve parando de manos su bestia y se revuelven todos arrinconados como guajolotes, ya se cáin ya no se cáin y las carcajadas de Miro pendejiándolos porquera falsa alarma. ¡Si la carrera duraba cinco minutos, si la fiesta era toda esta sonsera!
Y en mientras acá en el breñal que allá llamamos monte ya venían camino del rancho Reinaldo y don Paz Treviño. Al paso del caballo el viejo lo viene haciendo cabeza del rancho y Reinaldo se viene asombrando mucho, igual que si pensara yo deónde o por qué.
—Tonce mira, Reinaldo, tiaces cargo del rodeo y ya que las tengas juntas ya no te pases pacá, te vas derecho a Reynosa. ¿Cuánto crés quiarás para Reynosa?
Reinaldo lo piensa y le contesta despacio: —Tengo tres… cuatro… seis aguajes hastallá… Tardiando y de noches… tamos allá en diez 15 días… No cansar los animales… que se mueran los menos. Cómo ve, señor.
—Así lo veo, diez 15 días. Bueno. Y ya se los llevas derecho a Velasco Garza, le das recado y ya él te paga y ya te pasas palotro lao por las herramientas y las mugres que nostán haciendo falta, ya sé que no se te olvida…
—No señor —le decía pensando Reinaldo ¿bueno y por qué yo con tantísimo de su dinero?, pero nomás repitió de vuelta: —No señor.
—Y ya luego te regresas con lo que te sobre. ¿Qué te sobran? Deja ver… con lo hablado con Velasco Garza tentrega 12, 13 mil pesos si se te mueren los menos… Tonce… ¡Ái tú verás lo que te sobra!
—¿Por qué yo, don Paz Treviño? Digo por qué me pone esa confianza. Digo no me conoce, señor.
—¿Me equivoco, huerco?
Taba pensando Reinaldo. Iban al paso del caballo. Lo miraba don Paz Treviño. Se atrancó Reinaldo. Se ladió mirando a don Paz. Huerco diatiro Reinaldo, pero labrado ya. Se miraron.
—No señor —dijo Reinaldo. Y el viejo se rió y le da un manotón aquí en la espalda y le dice:
—¡Mejor le picamos a ver el gallo, huerco!
Y sueltan las riendas y ya van al trote y ya van galopiando y ya se oye la gritería del gallo, ya llegan, ya llegan y en derepente seis balazos retumban en la enormísima llanura.
Y fue esto, o sea que la cosa fue de esta manera: que antes apenas que llegaron al gallo Reinaldo y don Paz Treviño, Miro pegó un grito grande y paró de manos su bestia y arrancó, mil metros de carrera y Miro era jinetazo nuábia tiempo que perder, y en el instante Martín pegó un grito grande y paró de manos su bestia y se echó sobre el pescuezo de su bestia y se alzó de los estribos pa no pesarle a su bestia y salió disparado pegándosele a las ancas a la bestia de Miro, y los otros cuatro pegaron gritos grandes y pararon de manos sus bestias y con saltos grandes salieron disparados pegándosele a las ancas a la bestia de Martín. Con una escandalera muy grande la gente corría por las orillas de la explanada. Se achicaban los jinetes, iban achicándose en distancia. Repiqueteaban los galopes, los cascos achicándose. Tierra dura más que de piedra. Era una lumbre el sol.
A lo que daba el zaino venía Miro, se me acaba la bestia pero tú dirás si me alcanzas, pelao, que al cabo questá fácil, así galopiaba, reventaba su zaino aquel domingo el Miro, el brazo arriba arriba y el gallo arriba del brazo, un gallo cárdeno, se le zarandiaba con desesperación como si ora lostoy viendo, cárdeno de cresta chiquía, les llamamos cresta mocha, gallo ¡gallo! aquel gallo, sí señor, lo biéramos visto en alguna peleyita, listao de amarillo el gallo aquél, lastimá que no lo vimos, digo yo, murieron dos gallos en aquella mañana.
Se lempareja el Martín ya se lemparejaba ¡oye nomás aquella gritería! Ya vienen juntos el Miro y el Martín. Y ónde rayaba el Miro raya el Martín mucha pieza pa que le rayen un caballo con ventaja, y rayando levantó Miro el caballo y lo levanta Martín encontrándose al Miro, sentreveran tú las manos de las bestias, pegaos el uno y otro, sosteniéndose uno con otro allá arriba, giraba el Miro gira Martín encontrándosele, metiéndosele, bailando haz de cuenta aquellas grandes bestias sobre las patas traseras, y los otros llegan rayando y se mueven en redor en fuerza de mucha violencia, esperando, ya no hallaba el Miro y si la bestia le cái encima ya no lo contó, lo contarán en el entierro, y Martín se para en los estribos, el caballo derecho parriba a punto de costalazo, y le arrebata el gallo y onde lo arrebató hace un remolino, manotea la bestia buscando el apoyo del suelo, y el huerco lavienta padelante, es un viento esa bestia y la manda Martín del Hierro, y ya lo esperaba el Tejeda, los otros sonsos buscando desenredarse y el Tejeda ya esperaba el paso de Martín, Martín raya y quiebra, se le escapa, el Tejeda manda el caballo sin rienda, con las puras piernas, ya vienen los otros tres, y Miro allá lejos saliéndose de la explanada porque has de ver que quien pierde el gallo se va saliendo y el que se lo queda dicen no sí tú ganastes se acabó el carbón, raya y quiebra el Tejeda, eran mucho esos dos para los tres pendejos que se tardaban diaquíastallá pa saber qué estaba sucediendo, parejos y juntos y apretados uno con otro el Tejeda y Martín del Hierro, tamién es que lo vistes y lo recuerdas como siora lostás mirando porque no es cosa de que se te olvide, eran hombres ¡hombres! esos hombres, ¡cuántos se murieron en las explanadas del gallo, por una guitarra, por una bailadora, por un por qué chingao por qué miás de quitar el gallo, o por andar un tiempo en los versos pareste o paraquel gallo!, gallo que acaba en una pata y un montoncito de plumas y los pobrecitos sonsos aquellos chorreando sangre desde el sombrero hasta las ancas del caballo, el Tejeda sabe, y el que sabe, sabe, así el Tejeda ques más alto y su brazo sube por el de Martín, la mano del Tejeda ¡mira poco a poco, tan poco a poco que centímetro a centímetro no te das una idea!, ya derechos a la meta, a la salida, zarandean al animal, el gallo pues, lo parten en dos ya la mano del Tejeda sobre el gallo, los chorreros de sangre tinkin tinkin tinkin tinkin ¡déjalooo! grita Martín, el Tejeda como que lo mira tantitito así de un instante y hace grandisísima fuerza para arrebatarle el gallo, ¡dejalooó!, aquella maldita tremolina de castos, gritos y pájaros y aquellas balas que anidaban en la cabeza del Martín, ora sí que como se dice que las tráiba en la cabeza estallando ora o mañana ¿quién sabía? tinkin tiji tiji tiji tiji tari tacarí tacarí llorar como de loco aquel llorar ¡déejalooó! y en fuerza de carrera está desenfundando, yastá disparando a bocajarro todas las balas del revólver, ya el Tejeda sale como volando, tú, como volando con los brazos, despacio sacado a balazos de su montura el Tejeda, ya se aleja Martín se va de la explanada, se borra en la neblina del sol del chaparral, tóvia resuena el tamborcito del galope.
¡Nombre calla boca siarmó una gritadera y una trifulca del carajo! ¡Quién los sofrenaba! Ya venían unos corriendo a donde había quedao el Tejeda, ya siban otros corriendo onde llegaban Reinaldo y don Paz Treviño. El Tejeda vomitaba la sangre como haciendo por hablar. Miraba y miraba pareste y parestotro y se veía hermosa su sangre, tú, saliendo roja, negra, rebrillaba, se le salía la juventud, siba apagando, largo y ancho el Tejeda ¿qué quedría decir?
—¡Hay que agarrarlo!
—¡Lo mató a la mala!
—¡Asesinos los dos!
—¡Agarren a éste!
—¡Suéltenos éste, don Pache!
Ya sujetaron la montura de Reinaldo, ya le tiran pescozones, ya se le prendieron a las botas, lostán bajando, yastá echando tiros al aire don Paz.
—¡Qué pasa! ¡Qué quieren ustedes! ¡Qué ha pasado! ¡Vamos tos patrás!
Ya se callan. Ya sechan patrás.
—¡A ver tú, Lencho, qué pasa!
Ya lestá diciendo Lencho, Lencho el de Agualeguas, a grito herido:
—¡Lo mató, don Pache, el hermano déste, nomás así, el tal Martín, así por nada, se peliaban por el gallo y lo mató!
El viejo, de vuelta, ya le pregunta al Miro.
—¡Tú Miro, a ver!
Ya Miro le está contestando.
—Na más, don Pache. Ya dijo Lencho.
Y se vienen los otros diotra vuelta.
—¡Son unos asesinos!
—¡Agarren éste!
—¡Que pague por el otro!
—¡Raterones!
—¡Hijos de puta!
—¡Bájalo, bájalo!
—¡Arrástralo!
Y diotra vuelta el viejo moviendo su montura en redor de Reinaldo, Reinaldo nunca con arma, cuérdate, nunca con arma y no con miedo, pajariando sí, con ansia sí, plomazo en una desas te lo suelta cualquiera ¿y quién fue, quién sería?, ¡sabe quien haya sido!, y buscándole la mirada a don Paz Treviño. Que don Paz Treviño tá echando más plomazos al aire.
—¡Yaaa! ¡Yo respondo por éste! ¡Y ustedes también! ¡Ustedes lo conocen! ¡Él qué! ¡Díme tú y dime tú y dime tú: él qué, él qué, ¿él estaba aquí?, ¿él disparó?, ¿él estaba con el gallo? ¡Él estaba conmigo! ¿Pa quién no es buena mi palabra? ¡Mi palabra pa quién! ¿Quién me responde?
Pero quién le respondiera, ái todos eran testigos. Y al silencio que se hizo ya se destocaba ladiándose don Paz Treviño, y luego todos uno por uno y ladiándose ya. Ya pasaban aquellos cuatro cargando al muerto. Era El Zambo, era El Chicón, era El Meme, era El Valente. El Tejeda verde ya. Se descubría Reinaldo, un puro dolor Reinaldo, o así como se dice, tú, destupefacto, que no podía creerlo, era el Tejeda, el más cabal de cuantos había en este rancho, en esta y otras regiones de Tamaulipas, cabal el hombre así era, sosiego y bullidor; un puro dolor Reinaldo. Y ya pasaban y yastaba gritando el viejo, que pensó: sinora cuándo, ¿ves tú?
—¡Tú te vas por tu hermano, Reinaldo! ¡Tú sabes ónde hallarlo y tú mismo me lo tráis! ¡Y ya testás moviendo si no te mato yo aquí diuna vez!
Le agarra la rienda y se lo va llevando aprisa, a griti griti lo saca de la gente.
—¡Te mato yo aquí diuna vez, Reinaldo! ¡Te mato yo aquí mismo! ¡Aquí te mato yo en persona, cómo rechingados no! ¡Yo te mato aquí mismo y ora ya!
—¡Don Paz Treviño, por Dios Santo, espérese, don Paz Treviño, espéreme!
Y ái fue donde agachó la voz don Pache.
—Lárgate huerco, lárgate antes que despierten, lárgate orita, pícale huerco.
—¡Don Paz Treviño…! —alcanzó a decir Reinaldo al modo que uno da las gracias porque en ese momento tú dirás, y como era hombre que volaba a caballo haz tú de cuenta, no supo si don Paz se lo escuchó o lo dijo él cuando ya iba tendido sorteando los huizaches que ni las balas lo alcanzaron.