VII

Como éramos hombres, temíamos a la muerte.

Bernal Díaz del Castillo

Por seguir las aventuras trágicas del mayor Bonnet, dejamos a Teach casado y viviendo tranquilamente en Bathtown como un hombre respetable, a pesar de las murmuraciones del pueblo relativas a sus mujeres anteriores y a la actual. Anclado en el río estaba el Queen Ann’s Revenge y en su casa todos sus antiguos compañeros, más de treinta, que lo animaban a que volviera a su vida de aventuras, a lo que él se negaba, viéndose ya rico y casado. Por fin, tanto supieron decirle e importunarle, que en junio de 1718, bajo los auspicios de sus amigos cómplices, Mr. Charles Eden y Mr. Tobías Knight, se embarcó con toda su gente.

Al principio se ocupó en cobrar alcabalas a todos los barcos que entraban o salían del río pretendiendo que los defendía contra los ataques de Vane, Bellamy y Edwards. Pero todos estos señores operaban muy lejos de allí, así que la protección, tan caramente pagada, era inútil. Solamente Vane llegó a acercarse un día, cuando fue perseguido por Rhett, y encontrándose a Teach, se saludaron mutuamente con salvas de artillería y estuvieron dos días bebiendo y divirtiéndose en una cala cercana al río.

Por las noches Teach bajaba a tierra con su gente para celebrar verdaderas orgías a costa de los hosteleros que nunca se atrevían a cobrarle el consumo, pues tenía la costumbre de contestar tales requerimientos a balazos. Del dinero que percibía por las alcabalas y otros métodos, daba parte al gobernador y al secretario, con lo cual gozaba de completa inmunidad y todas las innumerables quejas de los vecinos se estrellaban en la calma de Eden y Knight.

En octubre las cosas llegaron a su cúspide, pues Teach, no contento con el dinero de las alcabalas, tomó y saqueó un barco en la mitad del río y a la vista de multitud de personas. Esto colmó la medida y los sufridos colonos se dirigieron a Mr. Spotswood, gobernador de Virginia que ya algunas veces los había ayudado, pidiéndole que los sacara de tal apuro. Spotswood no se hizo el sordo y comisionó al teniente de navío Robert Maynard del barco de su majestad Pearl para que tomando el sloop Ranger fuera en persecución de Teach. El día 17 de noviembre, dos días después de la ejecución de Bonnet, zarpó Maynard y el 21 llegó a Okerecock Inlet, donde encontró lo que buscaba.

Barbanegra no tenía a bordo más que veinticinco hombres, pero ya estaba sobre aviso por una carta de su amigo el secretario Knight que le comunicaba todo lo que Spotswood había hecho. Esta carta, que fue encontrada en la cabina de Teach, metió a Knight en grandes dificultades, escapando éste por milagro de la horca.

Cuando Teach vio aparecer el Ranger supo de lo que se trataba; pero no obstante eso pasó la noche como de costumbre, bebiendo y cantando con sus hombres. Maynard había anclado a un cuarto de milla del pirata y pudo oír todo lo que a bordo pasaba.

Casi al amanecer Richards, viendo la fuerza de Maynard, dijo a Teach:

—Barbanegra, posiblemente mañana te suceda una desgracia. ¿Qué tu mujer sabe dónde tienes escondido el dinero?

—Sólo el diablo y yo lo sabemos —fue la respuesta— y el que viva más de los dos lo tendrá.

Todos los hombres de a bordo de los dos buques oyeron esta frase y, como corría la leyenda del pacto con el diablo, sintieron un escalofrío de terror. Varios días antes habían sentido la presencia de un ser invisible a bordo que, en las noches, paseaba sobre cubierta y platicaba con el capitán y todos estaban seguros de que se trataba de Satanás y no se atrevían a asomarse al castillo de proa. Cuando Teach dijo lo del dinero, desapareció el invisible personaje y no se le volvió a sentir en el barco. Los marinos tomaron esto como una mala señal, pues creyeron que su capitán había perdido la protección del demonio.

Amaneció y Maynard avanzó resueltamente sobre el Queen Ann’s Revenge, ayudándose con unos remos por ser poca la brisa. Llegados a tiro recibieron la primera andanada de Teach que Maynard contestó con mosquetes por carecer de cañones. Barbanegra cortó sus amarras y navegó hacia el fondo de la bahía, pues se había dado cuenta de que el Ranger tenía más calado y pensaba hacerlo encallar para cañonearlo luego a su salvo. La estratagema era buena, pero el primero en encallar fue Teach, que trató de contener el avance de su enemigo con sus ocho cañones. Pero Maynard siguió avanzando hasta encallar a menos de treinta metros del pirata.

Viendo esto Maynard, ordenó echar sobre la borda todo lo que pesara y no fuera estrictamente necesario, como barriles de agua, instrumentos de fierro y el lastre de piedras. Mientras tanto el fuego se suspendió de ambas partes y Teach y Maynard platicaron:

—¿Quiénes son ustedes, ladrones malditos? —preguntó Barbanegra—. ¿De dónde demonios salen?

—¿Por qué disparas sobre nosotros? —preguntó a su vez Maynard—. Por nuestra bandera ves bien que no somos piratas como tú.

—Entonces mándame una canoa para que vea yo quiénes son ustedes.

—Eso no —respondió el oficial—; espera un poco y estaremos junto a ti con todo y barco.

Barbanegra aparecía terrorífico sobre su puente de mando, con su acostumbrada indumentaria y las mechas de cañón encendidas bajo el ala del sombrero. En la mano llevaba un inmenso vaso de ron que se tomó de un trago y luego estrelló contra el suelo, soltando una andanada de insultos:

—¡Que el diablo se los lleve, abortos del infierno, cobardes, yo no acepto cuartel ni se los daré!

Con esto ordenó que se reanudara el fuego, pero el barco de Maynard, ya a flote, avanzaba sobre él. Los cañones del pirata tronaron y la carnicería fue tremenda, quedando el puente del Ranger cubierto de muertos y heridos. Maynard pensó un momento en retirarse, pero estaban en juego su prestigio de oficial y el de la marina de guerra. Para evitar otra matanza ordenó que todos sus hombres se ocultaran bajo el puente y quedó él solo sobre cubierta con el timonel hasta chocar con el enemigo.

Inmediatamente llovieron sobre el Ranger granadas, botellas llenas de explosivos, botes de estopa y aceite ardiendo y balas de plomo. Por un instante todo se perdió entre el humo y las explosiones y sobre el ruiderío se oyó la voz de Barbanegra que ordenaba saltar al abordaje, viendo la cubierta del enemigo vacía.

—¡Al abordaje, al abordaje, mátenme esos perros y échenlos por la borda!

Todos se lanzaron, Teach a la cabeza, entre gritos y maldiciones, pero Maynard estaba pendiente y dio la señal con lo cual salieron sus hombres cayendo sobre los piratas por sorpresa. Maynard y Teach se buscaron entre los combatientes, el estoque en la diestra y la pistola en la siniestra hasta que se encontraron y dispararon a un tiempo. Teach falló el tiro pero el tiro de Maynard le dio en la cara que se le cubrió de sangre, hasta escurrirle por las barbas. Pero esto no pareció afectarlo, pues riendo sacó su puñal más largo y se arrojó sobre Maynard. El duelo fue terrible, la fuerza bruta contra la agilidad y la destreza, recorriendo todo el puente, saltando sobre muertos y heridos, entre gritos y blasfemias. Como un tigre Teach avanzaba sobre el oficial, éste retrocedía hasta que lograba dominar por su destreza y herir, haciendo que Teach sangrara ya por seis heridas.

De pronto la espada de Maynard se rompió quedando desarmado. Teach, riendo salvajemente avanzó sobre él y le tiró un tajo furibundo, que Maynard logró esquivar pero perdiendo dos dedos de la mano izquierda. Teach seguía avanzando sobre él, los dientes relampagueantes bajo el ancho sombrero, la cara alumbrada por las mechas; el oficial estaba a su merced, cuando uno de los marinos descargó un golpe con su machete sobre el hombro del pirata que casi le despegó el brazo derecho.

Un momento Barbanegra quedó en el suelo, pero se levantó pronto buscando un apoyo en la borda. Para no resbalar en las tablas cubiertas de sangre, se sacó de un empujón los zapatones y requirió su puñal con el brazo izquierdo. Todos los hombres de Maynard lo rodearon y empezaron a herirlo a balazos y estocadas. Él se defendía como un león acorralado, repartiendo tajos con su puñal, sin tratar de evitar las heridas, que ya eran más de veinte; y le escurría tal cantidad de sangre que tenía las barbas y la ropa empapadas. Viendo que no caía, Maynard avanzó para rogarle se rindiera. Al verlo Teach tomó uno de sus pistolones, lo armó, pero nunca llegó a disparar. Con un gruñido se desplomó, muerto sobre el puente.

Cuando cayó sus hombres se rindieron y otros, echándose al agua, se escaparon por la costa. Entre los muertos se contaban Richards, el amigo fiel, y Morton el artillero.

A bordo del Queen Ann’s Revenge aprehendieron al negro César que tenía órdenes de Teach de volar el barco, cosa que no hizo por habérselo impedido dos prisioneros que estaban en la cala.

Maynard llevó a Charleston a todos sus prisioneros y la cabeza de Barbanegra clavada en el bauprés. Los prisioneros cayeron en manos del juez Trott y fueron debidamente ahorcados.

Así acabó uno de los piratas más célebres que ha habido, a la vez el más cruel y bajo de todos. Por sus hechos recibió el nombre de Archipirata y es uno de los pocos aventureros del que no conocemos ni un solo rasgo decente. Su tesoro aún está escondido en los bancos de arena de la Carolina si no es que Satanás se lo ha llevado ya, según lo dicho por Teach.