SE TERMINÓ LA «LATA». EN EL CONGRESO
El cruel e inexorable diputado socialista independiente González Iramain se opone a que la gente pueda divertirse en el Congreso. ¿Y de qué modo se opone el inexorable y cruel diputado González Iramain? Pues de un modo muy sencillo. Anteayer hizo moción para que se suprimieran los discursos en la exposición de las opiniones.
¿Se dan cuenta ahora de que nuestro señor González Iramain nos resulta más cruel que un tigre de Hircania? Con su endiablada proposición viene a tirar abajo la más bella obra de la democracia argentina: la lata, la interminable, la vacua, la divertida, la absurda lata que recrea, asombra e instruye…, y hasta hace dormir.
ANALFABETISMO PARLAMENTARIO
¡Oh cruel González Iramain!… No, esto no se le puede perdonar.
¿Qué hacía uno antes, cuando estaba aburrido? Pues, concurrir al Congreso. El elemento recreativo del «salón de los pasos perdidos» eran los discursos. La literatura parlamentaria. La poética parlamentaria. La metáfora parlamentaria.
Cada señor diputado caía con su discursito escrito.
Por lo general el discurso no era suyo. Lo sé de buena fuente. Así, Roberto Mariani, escritor, estuvo mucho tiempo haciéndole discursos a un actual diputado de la Boca. «Me ganaba la vida» —decíame éste—. Y el otro ganaba popularidad.
Bueno, caían los diputados…, todos con su discursito en la faltriquera…, y para despistar escrito a máquina y en papel de seda. El mamotreto espantable regocijaba a la «barra». Había algunos de los concurrentes que acudían allí cuando sabían que hablaría un diputado de su predilección. Hay diputados con estilo. ¡Y qué estilol Por ejemplo, Oyhanarte es un admirable estilista. Cultiva la nueva sensibilidad en sus metáforas. Yo lo leo devotamente sin entenderlo. Se trata de un hombre tan superior que, precisamente, para que ustedes se den cuenta les contaré:
El día lunes, y 18, pensaba yo suicidarme, cuando comencé a leer el discurso de Oyhanarte. Al llegar a este párrafo: «el ojo de los grandes designios, con su pupila insomne, se clava obsedante…», me eché a reír y abandoné toda idea de mortandad. La literatura de floripondio me había salvado. Y el cruel e inexorable González Iramain quiere privarnos de este único placer que nos queda. Pero ¿se dan cuenta ustedes?
DE LA NECESIDAD DE LA LATA PARLAMENTARIA
¡Oh lacerados de nosotros, oh desdichados¡¿Cómo nos regocijaremos ahora? ¿Cómo alabaremos al creador en sus obras asnosas, en sus modelos graníticos? ¿De qué modo alegrarnos, si la felicidad consistía en el espectáculo que nos daban los diputados con su analfabetismo democrático, con su literatura a lo Vargas Vila (agarrate Catalina, quiero decir Catilina, orador romano) y sus metáforas oscuras, antidemocráticas? Ahora no hablarán. Oscuros y enormes permanecerán en silencio, mirándose la punta de los calcetines como ídolos bramánicos.
¿Se dan cuenta ustedes del daño irreparable que ha causado el diputado socialista González Iramain? ¿Abarcan ustedes la magnitud de él?
Antes, si usted quería buscar «cráneos con que pavimentar calles», no tenía nada más que dirigirse al Congreso, a una de esas retretas sección «oratoria».
Usted oía un discurso, y si tenía nociones de resistencia de materiales, podía establecer ipso facto:
—Con el cráneo de X se puede pavimentar una avenida de poco tráfico. Con el de X, se tiene un buen pedregullo para tráfico pesado.
Y estas reflexiones le aliviaban de angustias. Usted salía a la calle convencido de que el país estaba en buenas manos, pues es siempre una ventaja tener individuos que dicen tonterías. Los peligrosos son los silenciosos, los soturnos, esos que no hablan, pero los otros, los lateros, son pura literatura, y las cosas en literatura nunca acaban mal. Además, y esto es lo que no ha tenido en cuenta el señor González Iramain, el Congreso era un refugio de gente que padecía de insomnio. Iban allí a descabezar un sueño al amparo soporífero de los alaridos de los discursantes.
¿Y qué decir de los enfermos? Muchos que padecían de melancolía, de obsesiones suicidas, de frenesí hipocondríaco, concurrían a la «barra» y a la media hora de escuchar despropósitos e insensateces quedaban aliviados de sus malos humores. Hubo gentes que abandonaron pensamientos homicidas ante los chorros de miel que lanzaban los «garbanzos». Hubo hombres que se reconciliaron con sus enemigos ante un parrafito de esos que descubren cuán profunda e inconmensurable es la estupidez humana.
SILENCIO, SILENCIO
Ahora, lacerados de nosotros, asistiremos a una Cámara muda, a unas sesiones espiritadas, medio luz y silencio, un silencio sepulcral y encajonados en sus butacas, siniestros y meditativos, mirándose la punta de los calcetines, los señores diputados, grave, inabordables, pavorosos.
No hablarán. Los genios no hablan nunca. Se entenderán por señas, por misteriosas señas, y la campanilla será agitada por el fantasma de Katie King o de Alem.
Silencio, silencia. Ésa será la consigna que regirá la vida mental del salón de los pasos perdidos, y ya será imposible discernir «con qué cráneos» se pueden pavimentar las calles, y será, en cambio, asunto de repetir esas hermosas palabras del gringo ilusionado mucho cuando miraba su lechuzón que le habían pasado por loro:
—Non parla, ma se fica mucho.
Así harán en el futuro nuestros diputados. No hablarán…, pero se fijarán mucho… en las grietas del cielo raso.