3.
Estamos fuera, Amal y yo, para despedir a Omar. Enciende otro cigarrillo.
— Espera, antes de que me olvide — dice, acercándome un teléfono móvil, más pequeño y más complicado que el que me dio durante mi última visita. Se palpa los bolsillos, un tic que ha tenido desde que lo conozco, y levanta la mano señalando hacia su chófer, que conduce colina abajo hasta donde estamos nosotros— . Tengo que irme. Te mandaré el coche esta noche.
El coche se detiene junto al bordillo. Lo beso en la mejilla antes de que entre.
— Gracias.
— Habla con tu hijo, ¿quieres?
— No le voy a decir nada del tatuaje. Ya me ha hablado de él y está intentando convencerme de que me haga uno. — Sonrío.
— No se trata del tatuaje — me dice— . Eso me da igual. Es su mal gusto con la ropa. Todos esos colores chillones. Anoche llevaba unos pantalones rojos brillantes y una horrorosa camisa verde de cachemir de los años setenta. Es vergonzoso.
Amal me coge del brazo cuando el coche se aleja.
— Vamos a dar un paseo y a tomarnos un café. — Apoyo la cabeza sobre su jersey de angora color tierra. Le encantan los jerséis de angora.