TAU CETI

Cuando llegamos a unas cuantas horas de luz de Tau Ceti, pudimos comprobar que no habíamos errado el blanco; gracias al estéreo y al Doppler-estéreo, Harry Gates había fotografiado una media docena de planetas. Harry era no solamente un planetólogo experimentado, sino el jefe del departamento de investigación. Me imagino que tenía suficientes títulos como para ensartarlos como cuentas de un collar, pero yo le llamaba «Harry» porque todos los demás también lo hacían. No era del tipo que uno llamaría «doctor»; era activo y parecía más joven de lo que era en realidad.

Para Harry el universo era un complicado juguete que alguien le había regalado; quería hacerlo pedazos y ver qué era lo que le hacía andar. Le entusiasmaba y siempre estaba dispuesto a discutirlo con cualquiera, en cualquier momento. Le conocí durante aquel asunto del lavado de botellas, porque Harry no trataba a los ayudantes de laboratorio como autómatas; los trataba como a personas y no le importaba el hecho que supiese mucho más que ellos; hasta le parecía que podía aprender algo con su trato.

No sé cómo se las arregló para encontrar tiempo de casarse con Bárbara Kuiper, pero Bárbara era una vigilante de tobera, de modo que probablemente comenzó con una discusión sobre Física y fue luego derivando hacia la Biología y la Sociología; a Harry le interesaba todo. Pero no tuvo tiempo de estar presente la noche en que nació su primer niño, pues aquella fue la noche en que fotografió el planeta que llamó Constance, por la niña. Se hicieron objeciones a eso, pues todos querían darle un nombre, pero el capitán decidió que se aplicase la antigua regla: los que descubrían objetos astronómicos tenían derecho a bautizarlos.

El hallazgo de Constance no se hizo por casualidad (me refiero al planeta y no a la niña; la niña no se había perdido). Harry quería un planeta a una distancia de entre ochenta y noventa millones de kilómetros de Tau, o quizá debería decir que era la FLP la que lo quería a aquella distancia. Tau Ceti es un pariente cercano del Sol, por lo que al tipo espectral se refiere; Tau es más pequeña y solamente emite unas tres décimas de la radiación solar, de modo que en virtud de la vieja ley del inverso del cuadrado que se utiliza para proyectar la iluminación de una sala de estar, o para planear una fotografía con flash, un planeta a ochenta millones de kilómetros de Tau captaría la misma cantidad de luz solar que un planeta a unos ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol, que es donde está situada la Tierra. No tratábamos de encontrar sencillamente un planeta cualquiera, pues para ello nos hubiésemos quedado en el Sistema Solar; queríamos un facsímil bastante bueno de la Tierra, pues de lo contrario no hubiese valido la pena colonizarlo.

Si suben a vuestro terrado una noche clara, las estrellas parecen ser tan abundantes que podría pensarse que los planetas muy semejantes a la Tierra deberían ser tan corrientes como huevos en un gallinero. Pues bien, así es; Harry calcula que debe haber cien mil cien millones de ellos en nuestra propia Vía Láctea, y para todo el universo pueden multiplicar aquel número por lo que quieran.

La dificultad estriba en que no están muy a mano. Tau Ceti no está más que a once años luz de la Tierra, pero la mayor parte de las estrellas de nuestra propia Galaxia están a un promedio de unos cincuenta mil años luz de la Tierra. Ni siquiera la Fundación a Largo Plazo pensaba en términos tan amplios; a menos que una estrella estuviese a unos cien años luz, era una tontería pensar en colonizarla, incluso con las naves iónicas. Desde luego que una nave iónica puede ir tan lejos como sea necesario, incluso a través de la Galaxia, pero, ¿a quién puede interesarle recibir informes sobre sus fincas, después que hayan pasado un par de períodos glaciales? El problema de la población habría sido ya resuelto de una manera u otra mucho antes de entonces…, quizá de la misma manera que los gatos de Kilkenny resolvieron el suyo.

Pero no hay sino unas mil quinientas estrellas a menos de cien años luz de la Tierra, y solamente unas ciento sesenta de éstas son del mismo tipo espectral que el Sol. El Proyecto Lebensraum no confiaba en explorar sino la mitad de ellas, quizá unas setenta y cinco, o menos, desde que se había perdido el Vasco de Gama.

De modo que aunque solamente se encontrase un planeta del verdadero tipo de la Tierra, el proyecto ya habría justificado su costo. Pero no había seguridad en que fuese así. Una estrella tipo Sol podría no tener un planeta tipo Tierra; podría suceder que un planeta estuviese demasiado cerca o demasiado lejos del astro, o ser demasiado pequeño para retener una atmósfera, o demasiado pesado para los pies de la humanidad, o sencillamente no tener H2O suficiente para nuestras necesidades.

O quizá estuviese poblado por individuos que tuviesen sus ideas sobre el derecho de posesión de los que llegaban primero.

El Vasco de Gama había tenido la mejor ocasión de encontrar el primer planeta del tipo de la Tierra, puesto que la estrella hacia la cual se dirigía, la Able de Alfa del Centauro, es la única estrella por aquella parte del Universo que es realmente un gemelo del Sol. (La compañera de Able, la Alfa Centauri B, es diferente, de tipo espectral K.) Nosotros éramos los que seguíamos en cuanto a probabilidades de encuentro, a pesar que Tau Ceti se parece menos al Sol que la Alfa Centauri-B, pues la siguiente del tipo G más cercana está a unos trece años luz de la Tierra…, lo cual nos daba una ventaja de un par de años sobre el Magallanes, y cerca de cuatro años sobre el Nautilus.

Eso suponiendo que encontrásemos algo. Ya se pueden ustedes imaginar cómo nos alegramos cuando resultó que Tau Ceti tenía algo que ofrecer.

Harry estaba jubiloso también, pero por otras razones. Yo había llegado hasta el observatorio con la esperanza de echar un vistazo al cielo -uno de los fallos de la Elsie era que resultaba casi imposible mirar al exterior- cuando me agarró y me dijo:

- ¡Mira eso, compañero!

Lo miré. Era una hoja de papel cubierta de números; podía muy bien haber sido la tabla de rotación de cosechas de mamá O’Toole:

- ¿Qué es esto?

- ¿Es que no sabes leer? ¡Es la Ley de Bode! De eso se trata.

Lo pensé… Veamos…, no, eso es la Ley de Ohm. Luego lo recordé, la Ley de Bode era una sencilla progresión geométrica que definía la distancia de los planetas al Sol. Nadie había podido nunca encontrar una razón de ella, y en algunos casos no se podía aplicar, a pesar que me parecía que Neptuno, o quizá fuese Plutón, habían sido descubiertos gracias a cálculos que la utilizaban. Parecía una relación casual.

- Bueno, ¿y qué? -pregunté.

- ¿Y qué?, dices. ¡Dios Santo! Esto es lo más importante desde que a Newton le cayó la manzana encima.

- Quizá sí, Harry, pero hoy estoy un poco lento. Creía que la Ley de Bode no era sino una pura casualidad. ¿Por qué no podría ser una casualidad aquí también?

- ¡Casualidad! Mira, Tom; si te sale un siete una vez, eso es casualidad. Pero si te sale un siete ochocientas veces seguidas, eso es señal que alguien ha cargado el dado.

- Pero no es más que dos veces.

- No es lo mismo. Dame un pedazo de papel lo suficientemente grande y te escribiré el número de ceros que se necesitan para describir hasta qué punto esta «casualidad» es poco probable. -Pareció pensativo-. Tommie, mi querido amigo; esto va a ser la llave que descubra cómo se hacen los planetas. Por esto nos enterrarán junto a Galileo. Bueno…, Tom, no podemos permitirnos mucho tiempo por esta vecindad; tenemos que ir al sistema de Beta Hydri y asegurarnos que se comprueba de la misma manera, aunque solamente sea para convencer a los fósiles de la Tierra…, porque, ¡lo comprobaré, lo comprobaré! Voy a decir al capitán que tiene que cambiar el rumbo. -Se metió el papel en el bolsillo, y se marchó apresuradamente. Eché una ojeada en derredor, pero los postigos contra la radiación estaban sobre las ventanillas de observación, y no conseguía ver el exterior.

Como es natural, el capitán no cambió el rumbo; estábamos allí en busca de tierra de labranza, y no para ver modo de desentrañar lo inescrutable. Unas cuantas semanas después estábamos en órbita alrededor de Constance. Nos puso en caída libre por vez primera desde que habíamos comenzado el viaje, pues ni siquiera lo habíamos estado durante el proceso de cambio entre aceleración y deceleración, sino que lo habíamos hecho por un camino tortuoso; a los ingenieros no les gusta parar un motor de plasma a menos que haya tiempo para una revisión antes de ponerlo nuevamente en marcha; se había dado el caso de Pedro el Grande, que apagó el suyo, no lo pudo volver a poner en marcha y cayó en el Sol.

La caída libre no me gustaba. Pero no está mal si no sobrecargas el estómago.

Harry no pareció decepcionado. Tenía todo un nuevo planeta para entretenerse, de modo que archivó la Ley de Bode y se puso a trabajar. Permanecimos en órbita, a unos mil quinientos kilómetros de altura, mientras que los de Investigación averiguaban todo lo posible de Constance sin realmente tocarlo; investigación visual directa, inspección radiactiva, espectros de absorción de su atmósfera. Tenía dos lunas, una de buen tamaño, algo menor que la Luna, de modo que pudieron medir exactamente la gravedad de su superficie.

Verdaderamente, parecía un hogar como el nuestro. El comandante Frick hizo que sus chicos montasen un aparato de retransmisión en el comedor, con color y estéreo exagerado, para que todos lo pudiésemos ver. Constance tenía el mismo aspecto que presentan las imágenes de la Tierra desde las estaciones espaciales, verde azul y castaño, medio cubierta de nubes y con casquetes polares de hielo. Su presión atmosférica era menor que la nuestra, pero la proporción de oxígeno era más elevada; resultaba posible respirarla. Los espectros de absorción mostraban más anhídrido carbónico, pero no tanto como la Tierra había tenido durante el Carbonífero.

Era más pequeño, pero tenía algo más de tierra emergida que la Tierra; sus océanos eran más pequeños. Todos los despachos comunicados a la Tierra contenían buenas noticias, e incluso conseguí apartar de la cabeza de Pat, por un rato, sus pérdidas y ganancias… Había creado una sociedad bajo el nombre de «Bartlett Brothers, Inc.» y parecía esperar que yo me interesase en la contabilidad, sencillamente porque mi salario de la FLP acumulado había entrado en la capitalización. Hacía tanto tiempo que no había tocado dinero, que me había olvidado que había quien lo usaba.

Naturalmente, lo primero que intentamos fue averiguar si había ya alguien en ocupación…, quiero decir, algún ser inteligente capaz de utilizar herramientas, de construir cosas y de organizar. Si lo había, nuestras órdenes eran de marcharnos de allí sin aterrizar, encontrar combustible en cualquier otro lugar del sistema, e intentar más tarde que una partida estableciese relaciones amistosas; la FLP no quería repetir el espantoso error que habían cometido en Marte.

Pero el espectro electromagnético no reveló nada absolutamente, desde las radiaciones gamma hasta las más largas ondas de radio. Si allá había gente, no utilizaban radio, ni mostraban luces en las ciudades, ni tenían energía atómica. Tampoco tenían aviones, ni carreteras, ni tránsito por la superficie de los océanos, ni nada que tuviese aspecto de ciudades. Y así fuimos descendiendo justo por encima de la atmósfera, en una órbita de polo a polo del tipo de «peladura de naranja», que nos permitió patrullar toda la superficie, un nuevo sector a cada media vuelta.

Luego exploramos visualmente, por fotografía, y por radar. Estoy seguro que no se nos escapó nada más conspicuo que un embalse de castor. No había ni ciudades, ni casas, ni carreteras, ni puentes, ni naves, ni nadie en casa. Animales, sin duda, pues podíamos ver manadas que pacían en las llanuras y pudimos entrever otras cosas. Pero en conjunto, parecía un paraíso para invasores.

El capitán envió un mensaje:

- Me dispongo a aterrizar.

Inmediatamente me presenté voluntario para la partida de desembarco. Primeramente traté de convencer a mi tío el comandante Lucas para que me dejase unirme a su guardia. Pero me envió a freír espárragos:

- Si crees que un recluta sin adiestrar me sirve de algo, estás aún más loco de lo que por lo visto crees que estoy yo. Si querías ser soldado, debías haberlo pensado tan pronto como empezamos a navegar.

- Pero tienes en tu guardia hombres de todos los demás departamentos.

- Todos ellos son soldados adiestrados. En serio, Tom, no lo puedo permitir. Necesito hombres que me puedan proteger, y no a alguien tan inexperto que yo tenga que protegerle a él; lo siento.

Entonces me dirigí a Harry Gates para que me permitiese unirme a la partida científica, que sería protegida por la guardia de la nave. Me contestó:

- Desde luego, ¿por qué no? Hay mucho trabajo desagradable que mi colección de primas donnas no querrán hacer. Puedes empezar por comprobar este inventario.

Comencé a comprobar mientras él iba contando. Al cabo de un momento, dijo:

- ¿Y qué tal te parecerá eso de ser un hombrecillo verde en un platillo volante?

- ¿Qué?

- Un ONI. Nosotros somos un ONI; ¿no te has dado cuenta?

Acabé por comprenderle; un ONI: «un objeto no identificado». En todas las relaciones de los vuelos espaciales había historias de ONI.

- Me figuro que nosotros somos una especie de ONI.

- Es exactamente lo que somos. Nos miraron, no les gustó lo que vieron, y desaparecieron. Si no hubiesen encontrado a la Tierra llena de indígenas hostiles, hubiesen desembarcado e instalado, como haremos nosotros.

- Harry, ¿es que realmente se figura usted que los ONI eran algo más que productos de la imaginación o errores de información? Me figuraba que esa teoría hacía tiempo que había sido desacreditada.

- Vuelve a examinar las pruebas, Tom. Algo ocurría en nuestros cielos poco antes que nosotros comenzásemos a viajar por el espacio. Sin duda que la mayor parte de las informaciones eran falsas. Pero algunas no lo eran. Cuando tienes la evidencia frente a tus ojos, es preciso creerla, pues de lo contrario el universo resulta demasiado fantástico. ¡No te vas a imaginar que los seres humanos son los únicos que hayan construido naves estelares!

- Pues…, quizá no. Pero si otros lo han hecho, ¿por qué no hace ya tiempo que nos han visitado?

- Sencilla cuestión de aritmética, amigo; el universo es muy grande y nosotros no somos sino uno de sus rincones. O quizá sí nos han visitado, y encontraron que la Tierra no era lo que querían, quizá no les gustamos, quizá fue nuestro clima. Y así fue que los ONI se marcharon -lo pensó un momento-. O quizá aterrizaron solamente el tiempo suficiente para repostar combustible.

Eso fue todo lo que saqué de mi ocupación como miembro de la partida científica; cuando Harry propuso mi nombre en la lista, el capitán lo tachó.

- Ningún comunicador especial saldrá de la nave.

Aquello fue definitivo; el capitán era inflexible. Van consiguió ir, ya que su hermano había muerto en un accidente cuando estábamos en la cumbre, de modo que llamé a Pat y le dije lo ocurrido con Van, y propuse que Pat se muriese. No le hizo gracia el chiste.

La Elsie aterrizó en un océano suficientemente profundo, y luego utilizaron los auxiliares para acercarla a la orilla. Flotaba muy por encima del agua, puesto que dos tercios de sus tanques estaban vacíos, se habían quemado, el agua se había desintegrado por completo; primeramente al acelerar hasta alcanzar la velocidad de la luz, y luego al frenar. Los ingenieros se pusieron a revisar el motor antes que llegásemos al punto final de anclaje. Que yo sepa, ninguno de ellos se presentó voluntario para la partida de desembarco; me imagino que para la mayoría de los ingenieros, la parada en Constance no era sino una oportunidad de cargar más masa de eyección y de efectuar reparaciones y ajustes que no habían podido efectuar sobre la marcha. No les importaba dónde estaban ni adónde iban, con tal que el motor funcionase y toda la maquinaria estuviese en orden. El Dr. Devereaux me dijo que el Metalúrgico Principal había estado en Plutón seis veces, pero que nunca había puesto los pies en ningún otro planeta más que en la Tierra.

- ¿Es eso normal? -pregunté, pensando lo curioso que el psiquiatra se había mostrado respecto a todo el mundo, yo mismo inclusive.

- Para esa clase de bicho, denota una salud mental robusta. A cualquier otra especie la encerraría y le daría de comer por el agujero de la cerradura.

Sam Rojas estaba tan molesto como yo ante la discriminación contra nosotros, los telépatas; había confiado en poner el pie en tierra extraña, como Balboa y Colón y Lundy. Vino a verme para hablarme de ello.

- Tom, ¿es que vas a tolerarlo?

- Pues no quisiera, pero, ¿qué podemos hacer?

- He estado hablando con algunos de los otros. Es sencillo. No lo hacemos.

- ¿No hacemos, qué?

- Hum… Pues, sencillamente, no lo hacemos. Tom, desde que comenzamos a retardar, he observado una disminución en mi habilidad telepática. Parece que nos afecta a todos, a todos aquellos con quienes he hablado. ¿Y qué me dices de ti?

- Pues yo he…

- Piénsalo bien -me interrumpió-. Sin duda lo habrás notado. La verdad es que dudo que consiguiese activar a mi gemelo en este momento. Debe tener algo que ver con el lugar donde estamos…; quizá haya algo raro en la radiación de Tau Ceti, o algo así. O quizá se desprende de Constance. ¿Quién sabe? Y, puestos a pensarlo, ¿quién nos puede comprobar?

Comencé a entenderlo. No respondí, porque la idea era tentadora.

- Si no podemos comunicar -prosiguió-, deberíamos ser de utilidad en alguna otra cosa…, como en la partida de desembarco, por ejemplo. Una vez que estemos fuera del alcance de esta misteriosa influencia, es probable que podamos volver a dar nuestros informes a la Tierra. O quizá pudiera darse el caso que algunas de las muchachas que no quieran ir con la partida de desembarco se las arreglasen para entrar en contacto con la Tierra y transmitir los informes…, en el caso que no se discriminase en contra de nosotros, los fenómenos.

- No deja de ser una idea -admití.

- Piénsalo. Encontrarás que tu talento especial está cada vez más débil. Por lo que a mí se refiere, ya estoy sordo como una tapia. -Y se fue.

Me entretuve pensando en ello. Sabía bien que el capitán reconocería una huelga cuando se diese de narices con ella…, pero, ¿qué podría hacer? ¿Llamarnos embusteros y colgarnos de los pulgares hasta que cediésemos? ¿Cómo podría tener la seguridad que no nos habíamos echado a perder todos como telépatas? La respuesta era que no podía tener la seguridad de ello; nadie que no sea un lector de pensamiento sabe si lo está haciendo. Cuando perdimos contacto en la cumbre, no había dudado de nosotros, sino que lo había aceptado. Tendría que aceptarlo ahora, pensase lo que pensase.

Porque nos necesitaba; éramos indispensables.

Papá había sido representante de los árbitros en su sindicato local, y recuerdo que decía que la única huelga que valía la pena declarar era aquella en que los trabajadores eran tan necesarios, que se podría ganar la huelga sin necesidad de abandonar el trabajo. Y era precisamente así como teníamos atrapado al capitán. No había ningún esquirol más cerca de once años de luz. No se atrevería a ponerse duro con nosotros.

Salvo que cualquiera de nosotros podría quebrantar la huelga. Veamos: Van ya no contaba, lo mismo que Cas Warner, y no eran parte de telepares, pues sus gemelos habían muerto. Patience, la hermana de Pru, vivía, pero aquel telepar nunca había vuelto a funcionar bien después de la cumbre; su hermana se había negado a aceptar las peligrosas drogas y la hipnosis, y nunca habían vuelto a estar en contacto. La señorita Gamma no contaba, porque las dos naves en que estaban sus hermanas se encontraban todavía acelerando, de modo que estábamos fuera de contacto lateral con la Tierra hasta que una de ellas decelerase. Dejando aparte a Sam y a mí, ¿quiénes quedaban? ¿Y podía uno fiarse de ellos? Estaba Rupe, Gloria, Anna y Dusty…, y el tío, naturalmente. Y Mei-Ling.

Sí, era un bloque compacto. Aquello de hacernos sentir que éramos unos fenómenos cuando embarcamos nos había consolidado. Incluso si uno o dos de ellos no lo acababan de aprobar, no nos dejarían a los demás en la estacada. Saldría bien, si es que Sam conseguía alistarlos.

Yo quería ir a tierra, aunque fuese de la peor manera…, y quizá ésa fuese la peor manera, pero a pesar de todo, quería ir.

No obstante, había algo desagradable en aquello, algo así como cuando un chico se gasta el dinero que le han dado para la colecta del domingo.

Sam tenía hasta mediodía del día siguiente para organizarlo, pues solamente hacíamos una guardia por día. No era tan necesaria una guardia de comunicación continua, y ahora había más trabajo en la nave, pues nos estábamos preparando para explorar. Me olvidé del asunto y bajé para marcar las ratas que iban a ser utilizadas en la exploración científica.

Pero no tuve que esperar al día siguiente; el tío nos llamó aquella noche, y nos reunimos todos en su cuarto; todos menos la señorita Gamma, y Van, y Pru, y Cas. El tío nos miró a todos, con cara triste y alargada, y dijo que sentía que no nos pudiésemos sentar todos, y que no nos entretendría mucho. Luego comenzó un largo discurso, diciendo que pensaba en todos nosotros como si fuésemos sus propios hijos, y que había llegado a querernos, y que siempre seríamos sus hijos para él, pasase lo que pasase. Luego comenzó a hablar sobre la dignidad del ser humano.

- El hombre paga sus cuentas, se conserva limpio, respeta a los demás, y mantiene su palabra. Nadie le agradece todo eso; le es necesario hacerlo para estar en paz consigo mismo. El billete para el cielo es algo que cuesta un poco más.

Hizo una pausa y añadió:

- Y en particular, mantiene sus promesas. -Miró en derredor y continuó-: Eso es todo lo que tengo que decir. Ah, y ya que están aquí, tengo algo que anunciarles. Rupe ha tenido que modificar un poco la lista de guardia. -Miró fijamente a Sam Rojas-. Sam, quisiera que hicieses la próxima guardia, mañana a mediodía. ¿Quieres hacerla?

No se oyó nada por espacio de tres latidos. Luego Sam dijo lentamente:

- Pues, supongo que sí, tío, si es que quieres que lo haga.

- Te lo agradeceré mucho, Sam. Por lo que sea, no quiero poner a ningún otro en esa guardia…, y yo no tendría ganas de hacerla, si tú no pudieses. Supongo que me vería obligado a decir al capitán que no había nadie disponible. De modo que me alegra que tú la hagas.

- Desde luego, tío, no te preocupes por ello.

Y aquello fue el fin de la huelga.

El Tío no dejó aún que nos marchásemos:

- Pensé en que lo mejor era decirles lo del cambio de lista mientras estaban aquí, y ahorrar a Rupe el trabajo de hacerla circular para que pusiesen las iniciales. Pero les llamé para preguntarles sobre otra cosa. La partida de desembarco saldrá de la nave dentro de poco. A pesar de lo bonito que parece ser Constance, creo que será algo peligroso; enfermedades que ignoramos, animales que pueden ser peligrosos en forma que no esperamos, y quién sabe qué otras cosas más. Se me ocurre que quizá podamos ayudar. Podríamos enviar a uno de nosotros con la partida de desembarco y dejar uno de guardia en la nave, y al mismo tiempo disponer que sus telepares estuviesen en contacto por teléfono. De esa manera estaríamos siempre en contacto con la partida de desembarco, incluso si fallasen las radios, u ocurriese cualquier otra cosa. Representará mucho trabajo extra, y nada de gloria…, pero valdría la pena hacerlo, si pudiese salvar la vida de un solo compañero a bordo.

De repente, Sam dijo:

- ¿Y a quién piensas enviar en la partida de desembarco, tío?

- Pues, no lo sé. No se espera que nosotros vayamos y no contamos para la paga especial por riesgos especiales, de modo que no tendría ganas de mandárselo a nadie…; dudo que el capitán me apoyase. Pero confiaba en conseguir los suficientes voluntarios para establecer la rotación de la guardia de tierra. -Parpadeó y pareció poco seguro de sí mismo-: No espero que nadie se presente voluntario; me imagino que valdrá más que me lo hagan saber en privado.

No tuvo que esperar; todos nos adelantamos a ofrecernos. Incluso Mei-Ling lo hizo, y luego se enfureció y se puso a llorar cuando el tío le hizo observar que tendría que obtener el consentimiento de su marido, lo cual no iba a conseguir; la familia Travers esperaba un tercer retoño.

El tío se entrevistó con el capitán a la mañana siguiente. Yo tenía ganas de estar por allí cerca y enterarme del resultado, pero había demasiado trabajo que hacer. Me sorprendió, media hora después, oírme llamar por el altavoz del laboratorio; me lavé las manos y me apresuré a subir a la cabina del Viejo.

El tío estaba allá, con cara triste, y el capitán tenía un aire severo. Traté de llamar al tío por la banda de Sugar Pie, para enterarme de cómo estaban las cosas, pero esta vez no me hizo caso. El capitán me miró fríamente y dijo:

- Bartlett, el señor McNeil ha propuesto un plan en virtud del cual los de vuestro departamento quieren ayudar en la exploración terrestre. Quiero decir, desde ahora, que lo he rechazado. Agradezco la oferta, pero no tengo más intención de arriesgar a gentes de vuestra categoría en un trabajo tal, que aprobar la modificación del motor de la nave para esterilizar platos. ¡Lo primero es lo primero!

Tamborileó sobre su escritorio.

- No obstante, la sugerencia tiene su mérito. No voy a arriesgar a todo vuestro departamento…, pero podría arriesgar a un solo comunicador para aumentar la seguridad de la partida de desembarco. Y se me ha ocurrido que tenemos un par lateral, aquí a bordo de esa misma nave, sin tener que conectar a través de la Tierra. Usted y el señor McNeil. Bien. ¿Qué tiene usted que decir?

Comencé a decir:

- ¡Sin duda! -pero me puse a pensar frenéticamente. Si por fin iba, después de todo lo ocurrido, lo que es a Sam no le iba a hacer mucha gracia…, y lo mismo los demás. Podrían imaginarse que lo había organizado todo yo.

- ¿Bien? ¡Hable!

Pues bien, pensasen lo que pensasen, no era cosa de rehusar:

- Capitán, usted sabe perfectamente que hace días me ofrecí como voluntario para la partida de desembarco.

- Es cierto. Está bien. Doy por acordado su consentimiento. Pero no me ha entendido. Usted no va; será el señor McNeil quien irá. Usted se quedará aquí y se mantendrá en contacto con él.

Me quedé tan sorprendido, que casi no me enteré de lo que el capitán dijo a continuación. Lancé privadamente una observación al tío:

(-¿Qué es eso, tío? ¿Es que no sabes que todos los demás se figurarán que les has estafado?)

Esta vez me contestó, con voz acongojada:

Lo sé, hijo mío. Me pilló por sorpresa.

(-Y bien, ¿qué vas a hacer?)

No lo sé. Estoy en falso de las dos maneras.

Sugar Pie intervino de improviso:

¡Eh! ¿De qué están hablando, ustedes dos?

El tío dijo con suavidad:

No te metas, cariño. Esto es cosa de hombres.

¡Bueno!

No volvió a interrumpir; quizá se quedó escuchando.

El capitán estaba diciendo:

- … En todas las posiciones para las cuales hay dos personas, no debemos nunca arriesgar al más joven, cuando se pueda utilizar al mayor. Eso es general, y se refiere tanto al capitán Urqhardt y a mí, como a cualquier otro. La misión es lo primero. Bartlett, esperamos que usted vivirá por lo menos cuarenta años más que el señor McNeil. Por lo tanto, hay que preferirle a él para una tarea peligrosa. Muy bien, caballeros. Recibirán sus instrucciones más tarde.

(-Tío…, ¿qué le vas a decir a Sam? ¡Quizá tú estés de acuerdo, pero yo no!)

No me des con el codo, hijo -y prosiguió en voz alta:

- No, capitán.

El capitán le miró fijamente:

- Y entonces, ¡desvergonzado! ¿Tanto cariño tienes a tu pellejo?

El tío aguantó su mirada.

- Es el único que tengo, capitán. Pero esto no tiene nada que ver con la cuestión. Y quizá se apresuró usted un poco en insultarme.

- ¿Cómo? -el capitán enrojeció-. Lo siento, señor McNeil. Lo retiro. Pero creo que usted me debe una explicación por su actitud.

- Voy a dársela, señor. Tanto usted como yo somos ya viejos. Yo puedo arreglármelas sin poner los pies en este planeta, y lo mismo usted. Pero para los jóvenes es diferente. Usted sabe perfectamente que los míos se ofrecieron voluntarios para la partida de desembarco, no porque fuesen ángeles, ni científicos, ni filántropos…, sino porque están rabiando por bajar a tierra. Usted lo sabe; usted mismo me lo dijo hace diez minutos. Si es usted sincero consigo mismo, reconocerá que la mayor parte de esos niños no se hubiesen nunca alistado para este viaje si hubiesen sospechado que se les iba a encerrar, que no se les iba a permitir nunca lo que ellos llaman una «aventura». No se alistaron por el dinero; se alistaron por los horizontes lejanos. Y ahora usted les quita sus legítimas aspiraciones.

El capitán seguía firme. Abrió y cerró la mano, y finalmente dijo:

- Es posible que tenga usted algo de razón. Pero soy yo quien tiene que tomar decisiones; eso no puedo delegarlo. Y mi decisión sigue en pie. Usted va y Bartlett se queda.

Yo dije entonces:

(-Dile que no conseguirá que le transmitan ni un solo mensaje.)

El tío no me respondió.

- Me temo que no, capitán. Este trabajo es voluntario…, y yo no voy de voluntario.

El capitán dijo lentamente:

- No estoy seguro que sea necesario ofrecerse de voluntario. Mi autoridad para definir las obligaciones de una persona es amplia. Me parece que está usted rehusando a cumplir su obligación.

- No es así, capitán. No dije que no fuese a acatar sus órdenes; dije que no iba voluntariamente. Pero solicito órdenes escritas, y las endosaré «Aceptado con protesta», y solicitaré que se transmita una copia a la Fundación. No iré de voluntario.

- Pero…, ¡hombre! Usted se presentó voluntario con los demás. Es para eso para lo que vino usted aquí. Y yo le elegí a usted.

El tío meneó la cabeza:

- No fue así exactamente, capitán. Nos presentamos voluntarios en grupo, y usted nos rechazó en grupo. Si le di a usted la impresión que yo me presentaba voluntario en cualquier forma, lo siento…, pero ésa es la verdad. Y ahora, si usted me lo permite, señor, iré a decir a los míos que usted no nos acepta.

El capitán volvió a enrojecerse. Luego comenzó a reírse a carcajadas. Se levantó y puso las manos sobre los estrechos hombros del tío:

- ¡Viejo sinvergüenza! ¡Porque es usted un sinvergüenza rebelde y amotinado! Me hace pensar con nostalgia en los días del pan y agua y de la cuerda de cáñamo. Y ahora siéntese y lo arreglaremos; Bartlett, puede usted retirarse.

Me marché, con desgana, y me mantuve alejado de los demás fenómenos porque no quería tener que contestar preguntas. Pero el tío se acordó de mí, y me llamó, de mente a mente, en cuanto hubo salido de la cabina del capitán, y me comunicó el resultado. Era un término medio. Él y yo y Rupe y Sam entraríamos en rotación, yendo él en primer lugar (que era el considerado más peligroso). Las muchachas harían la guardia de la nave, y Dusty entraba entre ellas, por su edad. Pero se les echó un hueso; una vez que la medicina y la investigación hubiesen declarado seguro al planeta, se les permitiría visitarlo, de una en una.

Para lograrlo tuve que retorcerle el brazo -admitió el tío-. Pero lo aceptó.