19.900 COMBINACIONES
La primera cosa que ocurrió en el L. C., me hizo creer que estaba soñando; me encontré con tío Steve.
Estaba yo caminando por el pasillo circular que unía las cabinas de mi cubierta, y buscaba la entrada hacia el interior, en dirección al eje de la nave. Al volver una esquina choqué con alguien, y dije:
- Perdón -y comenzaba ya a pasar de largo cuando la otra persona me agarró por el brazo y me dio un manotazo en el hombro. Miré y allí estaba tío Steve sonriendo de oreja a oreja y diciendo a gritos:
- ¡Hola, camarada! ¡Bien venido a bordo!
- ¡Tío Steve! ¿Qué haces tú aquí?
- Misión especial del Cuartel General…, para velar por ti.
- ¿Eh?
No había ningún misterio, una vez me lo explicó. Hacía un mes que tío Steve sabía que su solicitud de licencia especial para servir en la FLP en el Proyecto Lebensraum había sido aprobada; no se lo había dicho a la familia, pero había empleado su tiempo en tratar de conseguir una permuta que le permitiese estar en la misma nave que Pat, o sea, según fueron las cosas, aquella en que estaba yo.
- Me figuré que tu madre lo soportaría mejor si sabía que yo vigilaría por su hijo. Se lo puedes decir la próxima vez que estés en contacto con tu gemelo.
- Se lo diré ahora -respondí. Y llamé mentalmente a Pat de un grito. No pareció que le interesase mucho; quizá había comenzado ya a reaccionar y estaba resentido conmigo porque yo estaba donde él había esperado estar. Pero mamá estaba presente, y dijo que se lo diría.
- Está bien; ya se lo he dicho.
Tío Steve me miró extrañado:
- ¿Es tan fácil como todo eso?
Le expliqué que era algo así como hablar…, quizá un poco más rápido, puesto que una vez que uno se ha acostumbrado, resulta posible pensar palabras más de prisa de lo que se puede hablar. Pero me interrumpió:
- No importa. Estás tratando de explicar lo que es el color a un ciego. Sólo quería que mi hermana lo supiese.
- Está bien. -Y entonces me di cuenta que su uniforme era diferente. Las cintas eran las mismas, y era un uniforme de la compañía FLP, como el mío, lo cual no me sorprendió, pero sus galones habían desaparecido.
- ¡Tío…, llevas hojas de comandante!
Asintió.
- El provinciano ha llegado a la meta. Mucho trabajo, una vida austera, etc.
- ¡Estupendo!
- Me transfirieron con mi rango de reserva, más un ascenso por unas oposiciones excepcionalmente buenas. La verdad es que, si me hubiese quedado en el Cuerpo, me hubiese retirado como sargento, todo lo más; no hay ascensos en tiempos de paz. Pero el Proyecto buscaba a hombres decididos y no graduaciones determinadas, y dio la casualidad que yo tenía las manos y los pies necesarios para el empleo.
- Y, exactamente, ¿cuál es tu empleo, tío?
- Comandante de la guardia de la nave.
- ¿Cómo? ¿Qué tenemos que guardar?
- Buena pregunta. Pregúntamelo dentro de uno o dos años, y te podré dar mejor respuesta. En realidad, «Comandante de la Fuerza de Desembarco» sería un título mejor. Cuando localicemos un planeta que parezca viable, si es que lo conseguimos, yo soy el guapo que sale y comprueba cómo andan las cosas, y si los indígenas son amigos mientras que ustedes, los tipos de valor, se quedan tranquilos y contentos en la nave. -Miró su reloj-. Vamos a comer.
Yo no tenía hambre y quería echar un vistazo por la nave, pero tío Steve me tomó firmemente por el brazo y se dirigió al comedor.
- Cuando hayas sido soldado tanto tiempo como yo, habrás aprendido a dormir cuando puedas y a no llegar nunca a la cola de la comida.
Era en realidad una cola de comida, estilo cafetería. El L. C. no gastaba camareros en la mesa, ni servicio personal ninguno, salvo para el capitán y los que estaban de guardia. Atravesamos la cola y descubrí que, después de todo, tenía hambre. Por aquella comida solamente, tío Steve me llevó a la mesa de los jefes de departamento.
- Señoras y señores: éste es mi sobrino, el que tiene dos cabezas, Tom Bartlett. Ha dejado su otra cabeza allá abajo; es un gemelo de un telepar. Si hace algo que no debiera, no me lo digan; duro y a la cabeza -se volvió a mirarme; yo me estaba sonrojando-. Di «hola», chico…, o si es que no puedes hablar, saluda con la cabeza.
Saludé y me senté. Junto a mí estaba sentada una amable señora de esas que gustan a los niños falderos para que les hagan compañía. Sonrió, y me dijo:
- Me alegro de tenerte entre nosotros, Tom. -Me enteré que ella era el Ecólogo en Jefe, la Dra. O’Toole, pero nadie la llamaba así, y estaba casada con uno de los relativistas.
Tío Steve dio la vuelta a la mesa, indicando quién era cada uno y lo que hacían: el Jefe de Máquinas, el relativista (tío Steve) le llamaba «astronavegador» que es el nombre que aquel empleo tendría en una nave ordinaria), jefe paleontólogo Harry Gates, el xenólogo del personal, y así sucesivamente -entonces no pude recordar los nombres-, y el capitán de la reserva Urqhardt. No alcancé a oír la palabra «reserva» y me sorprendió lo joven que era. Pero tío Steve me corrigió:
- No, no es el capitán. Es el que hará de capitán si resulta que necesitamos un recambio. Frente a ti está el cirujano, y no te confundas por el nombre, pues nunca hace cirugía. El Dr. Devereaux es el jefe de los cazadores de cabezas.
Me quedé perplejo, y tío Steve prosiguió:
- ¿No sabes? Psiquatría. El doc Dev observa todos los movimientos que hacemos, y trata de decidir cuándo tiene que intervenir con la camisa de fuerza y la aguja. ¿No es así, doc?
El Dr. Devereaux untó de mantequilla un panecillo.
- Poco más o menos, comandante. Pero termine de comer; no le iremos a buscar hasta más tarde.
Era una especie de sapo, gordo, de una fealdad imponente, y de una calma plácida e imperturbable. Y prosiguió:
- Se me ha ocurrido una idea perturbadora, comandante.
- Yo creía que las ideas nunca le perturbaban, doctor.
- Imagínese. Heme aquí encargado de conservar cuerdos a tipos extraños como usted mismo…, pero se olvidaron de nombrar a alguien que me conserve cuerdo a mí. ¿Qué debería hacer?
- Pues… -Tío Steve pareció pensarlo-. No sabía que los cazadores de cabezas tuviesen que estar cuerdos…
El Dr. Devereaux asintió:
- Ha puesto el dedo en la llaga. Lo mismo que en la profesión de usted, Comandante, ser loco es una ventaja. La sal, por favor.
Tío Steve se calló e hizo como si se enjugase sangre.
Llegó un hombre y se sentó; tío Steve me presentó, y dijo:
- Comandante de personal Frick, oficial de comunicaciones. Tu jefe, Tom.
El comandante Frick asintió, y dijo:
- ¿No es usted de la tercera sección, joven?
- ¡Ah! Pues no lo sé, señor.
- Yo sí lo sé…, y usted debería haberlo sabido. Preséntese en la oficina de comunicaciones.
- ¡Ah! ¿Quiere usted decir ahora, señor?
- Ahora mismo. Lleva ya media hora de retraso.
Dije:
- Perdón -y me levanté apresuradamente, sintiéndome estúpido. Eché una mirada a tío Steve, pero él estaba mirando en otra dirección y pareció no haberlo oído.
La oficina de comunicaciones estaba dos cubiertas más arriba; me costó trabajo encontrarla. Van Houten estaba allí, y también Mei-Ling y un hombre llamado Travers, que era el comunicador de guardia. Mei-Ling estaba leyendo un fajo de papeles y no alzó la vista; me di cuenta que estaba comunicando. Van dijo:
- ¿Dónde diablos has estado? Tengo hambre.
- No lo sabía -protesté.
- Deberías haberlo sabido.
Se fue y yo me volví al señor Travers.
- ¿Qué quiere usted que haga?
Estaba metiendo un carrete de cinta en un autotransmisor y terminó antes de contestarme.
- Tome aquel montón de notas cuando ella acabe, y haga lo que sea con ello. No es que importe.
- ¿Quiere decir que se lo lea a mi gemelo?
- Eso es lo que dije.
- ¿Quiere usted que lo registre?
- Siempre se registra el tráfico. ¿Es que no le enseñaron a usted nada?
Pensé en explicar que la verdad era que no me habían enseñado nada porque no había habido tiempo, pero luego pensé que no serviría de nada. Probablemente se figuraba que yo era Pat y que había seguido el curso completo. Tomé los papeles que había dejado Mei-Ling y me senté.
Pero Travers siguió hablando:
- Y además, no sé para qué están ahora aquí arriba los fenómenos. No son necesarios; estamos todavía al alcance de la radio.
Dejé los papeles y me levanté.
- No nos llame «fenómenos».
Me echó una ojeada, y dijo:
- ¡Caramba! ¡Cómo ha crecido usted! Siéntese y trabaje.
Teníamos aproximadamente la misma estatura, pero él tenía diez años más que yo y pesaba quizá unos quince kilos más. Si yo hubiese estado solo quizá lo hubiese dejado, pero no me era posible hacerlo estando presente Mei-Ling.
- Le dije que no nos llame «fenómenos». No es correcto.
Parecía estar cansado y nada divertido, pero no se levantó. Pensé que no quería pelear, y me alegré.
- Está bien, está bien -respondió-. No sea tan sensible. Ocúpese de ese tráfico.
Me senté y miré lo que tenía que enviar, luego llamé a Pat y le dije que pusiese en marcha su registrador; ahora no se trataba de una transmisión de adiestramiento.
Respondió:
- Llama dentro de media hora. Estoy cenando.
(-Yo estaba almorzando, pero no llegué a acabarlo. No hagas te el tonto, Pat. Echa una ojeada a aquel contrato que tanta prisa tuviste por firmar.)
- Tú también tuviste la misma prisa. ¿Qué te pasa, chico? ¿Te estás acobardando ya?
(-Quizá sí, quizá no. Empiezo a sospechar que esto no será solamente una larga y feliz vacación. Pero ya me he enterado de una cosa; cuando el capitán manda a buscar un cubo de pintura, quiere que el cubo esté lleno, y no admite excusas. De modo que pon en marcha el registrador y prepárate a recibir números.)
Pat gruñó y cedió, y finalmente anunció que estaba a punto, tras una demora casi con seguridad debida a que mamá insistía para que acabase de cenar.
- A punto.
El dictado lo componían casi exclusivamente números (que supongo hacían referencia a la partida) y en código. Por ser tales, tuve que hacer que Pat me lo repitiese todo. No era difícil, pero sí pesado. El único mensaje abierto era uno del capitán, encargando el envío de unas rosas a una tal Señora Detweiler en Brisbane, a cargo de su cuenta en la FLP, con un mensaje: «Gracias por la maravillosa cena de despedida.»
Nadie más envió mensajes personales; me imagino que no habían dejado cabos por atar en la Tierra.
Yo pensé en enviar algunas rosas a Maudie, pero no quería hacerlo a través de Pat. Se me ocurrió que podría hacerlo por medio de Mei-Ling, pero luego recordé que, si bien tenía dinero en el Banco, había nombrado a Pat apoderado mío, lo cual significaba que si las encargaba, Pat tendría que aprobar la cuenta.
Y decidí no cruzar puentes que había ya quemado tras de mí.