DESLIZAMIENTO
Mis relaciones con Pat fueron mejorando constantemente durante aquel primer impulso, después que el Dr. Devereaux me tomó de la mano. Encontré que, después de haber admitido que lo despreciaba y estaba molesto con Pat, ya no sentía ni una cosa ni otra. Le curé de su costumbre de molestarme innecesariamente, molestándole yo a él sin necesidad; podía hacer callar un despertador, pero no me podía hacer callar a mí. Y entonces llegamos a una fórmula de acuerdo que nos permitía vivir y dejar vivir, y nos entendimos mejor. Pronto descubrí que esperaba con gusto la hora que habíamos fijado para entrar en contacto, y me di cuenta que me gustaba, no «otra vez», sino «por fin», pues nunca había tenido tal sentimiento por él.
Pero al mismo tiempo que nos aproximábamos, nos íbamos apartando; el «deslizamiento» nos iba alcanzando. Como cualquiera puede darse cuenta por las fórmulas de la relatividad, la relación no es rectilínea; al principio no es ni siquiera perceptible, sino que se acumula furiosamente al otro extremo de la escala.
A tres cuartos de la velocidad de la luz, se quejó porque yo arrastraba las palabras, mientras que a mí me pareció que empezaba a parlotear. A nueve décimas de la velocidad de la luz, era cerca de dos por uno, pero ahora ya sabíamos lo que iba mal, y él hablaba despacio mientras que yo hablaba de prisa.
A los noventa y nueve por ciento de c, era de siete a uno, y apenas si conseguíamos entendernos. Al atardecer de aquel día perdimos por completo el contacto.
Todos los demás tenían la misma dificultad. Sin duda la telepatía es instantánea, o por lo menos los trillones de kilómetros que nos separaban no ocasionaban ningún retraso, ni siquiera la vacilación que se percibe al telefonear de la Tierra a la Luna, ni tampoco se debilitaba la fuerza de la señal. Pero los cerebros son carne y sangre, y el pensar lleva tiempo…, y nuestras velocidades de tiempo estaban desencajadas. Yo pensaba tan lentamente (desde el punto de vista de Pat) que no le era posible retardarse y quedarse conmigo; y en cuanto a él, yo me daba cuenta de vez en cuando que estaba tratando de alcanzarme, pero no era sino un chirrido en los auriculares por lo que a tener sentido alguno se refiere.
Ni siquiera Dusty Rhodes podía conseguirlo. Su gemelo no podía concentrarse en una imagen todas las horas necesarias para que Dusty pudiese «verla».
Era perturbador, por no decir otra cosa, para todos nosotros. Está bien oír voces, pero no cuando no es posible entender lo que dicen y no se puede hacerlas callar. Quizá algunos de los más antiguos casos de la psiquiatría no estaban locos ni mucho menos; tal vez los desgraciados estaban sintonizados a una longitud de onda errónea.
El tío fue quien lo pasó peor al principio, y yo estuve sentado a su lado toda una noche intentándolo juntos. Luego recobró repentinamente la serenidad; Sugar Pie estaba pensando en él, eso lo sabía; y siendo así, las palabras no eran realmente necesarias.
Pru era la única que prosperaba; ya no estaba bajo el poder despótico de su hermana. La besaron de veras, probablemente por vez primera en su vida. No, no fui yo; dio la casualidad que yo bajaba a beber un trago a la cantina, y retrocedí sin hacer ruido, y el trago tuvo que esperar. No vale la pena decir quién fue, pues no tuvo ninguna importancia; me figuro que en aquellos momentos Pru hubiese besado al capitán si se le hubiese presentado la oportunidad. ¡Pobrecita Pru!
Nos tuvimos que resignar a esperar hasta que hubiésemos retrocedido nuevamente, acercándonos en fase. Seguíamos estando unidos entre las naves, puesto que las naves aceleraban según el mismo horario, y discutía mucho sobre aquel dilema, que era algo que por lo visto había previsto. En cierto sentido era importante, puesto que no íbamos a tener nada sobre qué informar hasta que decelerásemos y comenzásemos a explorar las estrellas hacia las cuales nos dirigíamos, pero en cierto sentido sí lo era: el tiempo que la Elsie pasó a la velocidad de la luz (menos que la patilla de un mosquito) nos iba a parecer muy corto a nosotros, pero iba a ser un poco más de diez años para los que se habían quedado en la Tierra. Según nos enteramos más tarde, el Dr. Devereaux y sus colegas en las demás naves y en la FLP, se preguntaban cuántos pares telepáticos estarían aún funcionando (si es que quedaba aún alguno) al cabo de unos cuantos años. Tenían razón para estar preocupados. Se había demostrado ya que los gemelos idénticos casi nunca eran telepares si habían vivido separados durante años; ésa era otra de las razones por las cuales la mayor parte de los gemelos se separan al llegar a la edad adulta.
Pero hasta entonces no habíamos estado «separados» en el Proyecto Lebensraum. Cierto que estábamos a una distancia increíblemente grande, pero todos los pares habían estado en contacto diario y en práctica constante, puesto que se les había hecho estar regularmente de guardia, incluso cuando no había nada que transmitir sino las noticias.
Pero, ¿cuál sería el efecto en las relaciones entre los telepares con unos cuantos años fuera de contacto?
Aquello no me preocupaba; no lo sabía. Obtuve algo parecido a una respuesta por parte del señor O’Toole, que me hizo pensar que un par de semanas del tiempo de la nave nos volverían a aproximar lo suficientemente para que pudiésemos entendernos. Entretanto, no había guardias que hacer, de modo que aquello no estaba nada mal. Me fui a la cama, tratando de no hacer caso de los chirridos que oía en mi cabeza.
Me despertó Pat:
- Tom…, contéstame, Tom. ¿Puedes oírme, Tom? Contéstame.
(-¡Hola, Pat! Aquí estoy.)
Me encontraba completamente despierto, y había saltado de la cama y estaba de pie sobre el suelo, tan excitado que apenas si podía hablar.
- ¡Tom! ¡Oh, Tom! Qué bueno es oírte, muchacho…; hace dos años desde la última vez que conseguí alcanzarte.
(-Pero…)
Comencé a discutir, pero me callé. Para mí había sido menos de una semana. Pero hubiese tenido que mirar al calendario de Greenwich y comprobarlo en la oficina de cálculos antes de poder ni siquiera adivinar cuánto tiempo había sido para Pat.
- Déjame hablar, Tom. No puedo seguir mucho tiempo. Me han mantenido bajo hipnosis profunda y drogas durante las últimas seis semanas y ése es el tiempo que he tardado en ponerme en contacto contigo. No se atreven a mantenerme así durante mucho más tiempo.
(-¿Quieres decir que te tienen hipnotizado, ahora?)
- Claro; de no ser así, no podría hablarte. Ahora… Perdón. Tuvieron que parar para darme otra inyección y una dosis intravenosa. Ahora escucha y registra lo siguiente: Van Houten… -Y transmitió horas y fechas precisas de Greenwich, con la exactitud de un segundo, para cada uno de nosotros y se desvaneció mientras se las estaba repitiendo. Alcancé a oír un profundo suspiro y después silencio.
Me puse los pantalones antes de ir a despertar al capitán, pero no me detuve a ponerme los zapatos. Pronto todo el mundo se levantó, y se encendieron todas las luces de día, a pesar que era oficialmente de noche, y mamá O’Toole se puso a hacer café, y todo el mundo se puso a hablar. Los relativistas se apretujaban en la sala de cálculos y Janet Meers estaba determinando la hora de la nave para la cita de Bernie van Houten con su gemelo, sin molestarse en hacerlo pasar por el calculador, puesto que era el primero de la lista.
Van no consiguió conectar con su hermano, todo el mundo se puso nervioso y Janet Meers empezó a llorar porque alguien dijo que se había equivocado en las horas locales al hacer el cálculo mental. Pero el Dr. Babcock en persona hizo pasar su solución por el calculador y la comprobó hasta la novena decimal. Y luego anunció en un tono glacial que agradecería a todos que se abstuviesen de criticar a su personal, lo cual era privilegio suyo.
Gloria estableció contacto con su hermana poco después de ocurrir aquello, y todo el mundo se sintió mejor. El capitán envió un mensaje a la nave almirante por medio de la señorita Gamma y recibió la respuesta asegurando que otras dos naves habían vuelto a establecer contacto, el Nautilus y el Cristóbal Colón.
Nadie se rezagaba al ir a relevar la guardia ni se detenía a tomar un bocadillo al pasar por la despensa. Si el tiempo recalculado indicaba que el oponente de uno estaría a punto de transmitir a las 3:17:06 y un poco más, según la hora de la nave, estabas ya esperándole a partir de las tres en punto, y nada de tonterías, con el registrador en marcha y el micrófono frente a tus labios. Era fácil para nosotros, en la nave, pero todos sabíamos que la telepareja correspondiente tenía que ser sometida a hipnosis y a la acción de potentes drogas a fin de conseguir que permaneciese entre nosotros; al doctor Devereaux no le gustaba mucho aquello.
Tampoco quedaba tiempo de sobra para charlar, puesto que tu gemelo perdía quizá una hora de vida por cada palabra. Uno registraba lo que enviaba, exactamente a la primera, sin equivocarse; luego se transmitía lo que había aprobado el capitán. Si eso dejaba algunos instantes para hablar, tanto mejor. Generalmente no era así…, y fue por eso que me confundí acerca de la boda de Pat.
Lo que ocurrió fue que las dos semanas que duró nuestro cambio de impulso a deceleración, durante cuyo período alcanzamos nuestra velocidad máxima, correspondieron a unos diez años en la Tierra. Eso corresponde a un 250 a 1, de promedio. Pero no todo fue promedio; en medio de aquel período el deslizamiento fue mucho mayor. Pregunté al señor O’Toole cuál había sido el máximo, y no hizo más que menear la cabeza. Me dijo que no había manera de medirlo, y los errores probables eran mayores que las cantidades infinitesimales con que trabajaban.
- Digámoslo así -dijo para terminar-. Me alegro que no haya fiebre del heno a bordo, porque un solo estornudo un poco fuerte nos haría rebasar el borde.
Claro que bromeaba, pues, según Janet Meers indicó, a medida que nuestra velocidad se aproximaba a la de la luz, nuestra masa se acercaba al infinito.
Pero nuevamente nos sentimos desfasados durante un día entero.
Al final de una de aquellas guardias en la cumbre (nunca duraban más de un par de minutos, tiempo-E) Pat me dijo que él y Maudie se iban a casar. Y luego se esfumó antes que hubiese podido felicitarle. Había empezado a decirle que creía que Maudie era algo joven aún, y que no se precipitase, pero perdí mi oportunidad; se había salido de nuestra banda.
No es que estuviese precisamente celoso. Me examiné a mí mismo y llegué a la conclusión que no lo estaba cuando me di cuenta que no podía recordar qué cara tenía Maudie. Oh, sí sabía qué aspecto tenía…: rubia y con una nariz respingona que tenía una tendencia a adquirir pecas durante el verano. Pero no podría recordar su cara de la misma manera que podía recordar la de Pru o la de Janet. Lo único que sentía es que estaba un poco al margen de todo aquello.
Lo que sí recordé fue comprobar el Greenwich, haciendo que Janet lo relacionase con el tiempo exacto de mi última guardia. Entonces me di cuenta que había sido un necio al criticar. Pat tenía veintitrés años y Maudie veintiuno, casi veintidós.
Conseguir decir: «Felicidades», en mi siguiente conexión, pero Pat no tuvo la posibilidad de contestar. Pero contestó a la próxima:
- Gracias por la felicitación. Le hemos puesto el nombre de mamá, pero me parece que se va a parecer a Maudie.
Aquello me dejó perplejo. Tuve que solicitar nuevamente la ayuda de Janet, y encontré que no había nada extraño; quiero decir que cuando una pareja ha estado casada durante dos años, apenas si una chiquilla puede ser algo sorprendente, ¿verdad? Salvo para mí.
En conjunto, tuve que hacer cierto número de reajustes durante aquellas dos semanas. Al principio, Pat y yo teníamos la misma edad, salvo por un deslizamiento sin trascendencia. Al final de aquel período (considero el final aquel momento en que no fue ya necesario tomar medidas extremas para que los telepares pudiésemos hablar) mi gemelo tenía once años más que yo, y una hija de siete años.
Dejé de pensar en Maudie como en una muchacha; desde luego, como una que me había gustado mucho. Me imaginé que probablemente se estaba engordando y se había vuelto muy, pero que muy doméstica…; nunca podría resistir aquel segundo pastelillo de chocolate. La verdad era que Pat y yo nos habíamos distanciado mucho, pues ahora teníamos muy poca cosa en común. Los pequeños chismes de la nave, tan importantes para mí, le aburrían; y, por otra parte, yo no conseguía entusiasmarme con sus unidades flexibles de construcción y sus fechas de penalización. Todavía nos telecomunicábamos satisfactoriamente, pero era algo así como dos extraños que se llamasen por teléfono. Yo lo sentía, pues había llegado a cobrarle afecto antes que hubiese comenzado a deslizarse alejándose de mí.
Pero tenía ganas de ver a mi sobrina. El haber conocido a Sugar Pie me había enseñado que las niñas son más divertidas que los perritos y más listas que los gatitos. Recordé la idea que había tenido acerca de Sugar Pie y abordé a Dusty sobre ella.
Consintió en hacerlo; Dusty no podía resistir una oportunidad de mostrar lo bien que sabía dibujar. Además, por ser él, se había ablandado; ya no enseñaba los dientes cuando tratabas de acariciarle, si bien tardaría aún años en aprender a sentarse sobre las patas traseras y a pedir.
Dusty produjo un cuadro hermosísimo. Todo lo que faltaba a Baby Molly para ser un querubín eran las alas. Podía ver que se parecía a mí, es decir, a su padre.
- Dusty, este cuadro es muy hermoso; ¿es muy parecido?
Se encolerizó:
- ¿Y cómo quieres que lo sepa? Pero si hay una diferencia de una micra, o una de tono o de matiz que pueda observarse con un espectrofotómetro entre éste y el que tu hermano envió al mío, ¡me lo como! Pero, ¿cómo voy a saber si los ufanos padres la embellecieron?
- Lo siento, lo siento. Es un cuadro magnífico. Me alegraría que hubiese alguna manera de recompensarte.
- No te desveles por eso; ya pensaré en ello. Mis servicios salen caros.
Quité mi cuadro de Lucille LaVonne y puse a Molly en su lugar. Pero no tiré el de Lucille.
Fue un par de meses después cuando me enteré que el Dr. Devereaux había visto en el hecho que yo fuese capaz de utilizar la «longitud de onda» de tío Alf y de Sugar Pie unas posibilidades enteramente diferentes de las obvias que yo había visto. Había continuado hablando como al principio. Sugar Pie era ya una señorita de casi dieciocho años, iba a la escuela normal de Witwatersrand y había comenzado la enseñanza de prueba. Nadie más que tío Alf y yo la llamábamos «Sugar Pie», y la idea que algún día pudiese yo sustituir al tío había sido olvidada; a la velocidad a que íbamos, ella pronto sería la que me podría educar a mí.
Pero el Dr. Devereaux no se había olvidado del asunto. No obstante, las negociaciones habían sido llevadas por él con la FLP sin consultarme. Según parece, le habían dicho a Pat que guardara el secreto hasta que estuviesen a punto de probarlo, pues la primera vez que me enteré de ello fue cuando le dije que estuviese a punto para algún tráfico de rutina (entonces ya habíamos vuelto a las guardias normales).
- Déjalo correr, muchacho -dijo-. Pasa el tráfico la víctima más próxima. Tú y yo vamos a probar algo nuevo.
(-¿Qué?)
- Son órdenes de la FLP y de lo más alto. Molly tiene un contrato de investigación temporal, por cuenta propia, lo mismo que tú y yo tuvimos.
(-¿Cómo? Si no es un gemelo.)
- Deja que la mire. Pues no, no hay más que una…, aunque a veces parece toda una manada de elefantes salvajes. Pero aquí está y quiere saludar al tío Tom.
(-Estupendo. Hola, Molly.)
- Hola, tío Tom.
Casi me desmayé. La había captado perfectamente, sin vacilaciones.
(-¡Eh! ¿Quién fue? ¡Dilo otra vez!)
- ¡Hola, tío Tom! -dijo, riéndose-. Tengo un nuevo lazo para el pelo.
Tragué saliva.
(-Y estoy seguro que estás muy guapa con él, cariño. Me gustaría poder verte. ¡Pat! ¿Cuándo ha sucedido esto?)
- A ratos, durante las últimas diez semanas. Se necesitaron algunas sesiones bastante difíciles con la doctora Mabel para que resultase. Y, de paso, se necesitaron algunas sesiones más difíciles aún con, ¡ah!, con la ex señorita Kauric, antes que consintiese en que lo probásemos.
- Quiere decir con mamá -me dijo Molly en un susurro de tono conspirativo-. No le gustaba. Pero a mí si me gusta, tío Tom. Me gusta mucho.
- No puedo tener secretos para ninguna de las dos -se quejó Pat-. Mira, Tom, esto no es sino un ensayo, y voy a cortar. Tengo que devolver este diablillo a su madre.
- Me va a hacer dormir una siesta -asintió Molly con voz resignada-, y yo soy ya demasiado mayor para siestas. Adiós, tío Tom. Te quiero.
(-Yo también, Molly.)
Me volví y encontré que el Dr. Devereaux y el capitán estaban detrás de mí, oído atento.
- ¿Cómo fue? -preguntó el Dr. Devereaux, ansiosamente…
Traté de permanecer indiferente.
- Satisfactoriamente. Recepción perfecta.
- ¿Con la niña también?
- Pues claro que sí, señor. ¿Es que esperaba usted otra cosa?
Lanzó un resoplido.
- Chico, si no fueses tan necesario, te haría saltar los sesos con un anuario telefónico.
Creo que Baby Molly y yo fuimos el primer equipo de comunicación secundaria de la flota. No fuimos los últimos. La FLP, partiendo de una hipótesis sugerida por el caso de tío Alfred y de Sugar Pie, supuso que era posible formar un nuevo equipo en casos en que el nuevo miembro potencial fuese muy joven y estuviese íntimamente asociado con un miembro adulto de un viejo equipo. En algunos casos dio resultado. En otros ni siquiera fue posible probarlo porque no había niño disponible.
Pat y Maudie tuvieron una segunda niña poco antes que llegásemos al sistema de Tau Ceti. Maudie se puso firme en el caso de Lynette; dijo que dos fenómenos en su familia eran suficientes.