La amenaza de la tierra
Mi nombre es Holly Jones, y tengo quince años. Soy muy inteligente, pero no lo parece, porque tengo el aspecto de un ángel a medio terminar. Insípido.
Nací aquí mismo, en Luna City, lo cual parece sorprender a los tipos de la Tierra. En realidad, soy la tercera generación; mis abuelos fueron los pioneros de Emplazamiento Uno, donde está el Monumento. Vivo con mis padres en los Apartamentos Artemisa, la nueva cooperativa en Presión Cinco, a doscientos cincuenta metros de profundidad, cerca de la Alcaldía. Pero no me encontrarán allí mucho tiempo; estoy demasiado ocupada.
Por las mañanas voy a la Escuela Superior Técnica, y por las tardes estudio o voy a volar con Jeff Hardesty ―es mi compañero― o, cuando llega una nave de turistas, me dedico a guiar marmotas. Aquel día la Gripsholm alunizó al mediodía, así que me fui directamente de la escuela a la American Express.
El primer grupo de turistas estaba saliendo de la Cuarentena, pero no me adelanté, pues el señor Dorcas, el gerente, sabe que soy la mejor. Eso de guiar es sólo temporal (en realidad soy una diseñadora de espacionaves), pero si estás haciendo un trabajo tienes que hacerlo bien.
El señor Dorcas me vio.
―¡Holly! Ven aquí, por favor. Señorita Brentwood, Holly Jones será su guía.
―Holly ―repitió ella―. Vaya nombre curioso. ¿Eres realmente una guía, querida?
Soy tolerante con las marmotas... algunos de mis mejores amigos son de la Tierra. Como dice papá, haber nacido en la Luna es una suerte, no una elección, y la mayor parte de la gente de la Tierra no tiene la culpa de ser terrestre. Después de todo, Jesús y Gautama Buda y el doctor Einstein fueron todos marmotas.
Pero pueden llegar a ser irritantes. Si los chicos de la escuela superior no trabajásemos como guías, ¿a quiénes iban a contratar?
―Mi licencia así lo dice ―contesté secamente, y la miré de la misma forma en que ella me estaba mirando.
Su rostro me parecía ligeramente familiar, y pensé que quizás había visto su foto en esas secciones de sociedad que salen en las revistas de la Tierra... una de esas chicas ricas que por desgracia vienen tan a menudo. Era casi repugnantemente encantadora: piel de nylon, un suave y ondulado cabello rubio plata, medidas sobre los 89-61-86, lo bastante de eso y de aquello como para hacerme sentir como un palillo con piernas, una voz baja e íntima, y todo lo necesario para hacer que las mujeres menos espectaculares empezáramos a pensar en pactos con el Diablo. Pero no sentí aprensión; era una marmota, y las marmotas no cuentan.
―Todas las guías ciudadanas son chicas ―explicó el señor Dorcas―. Holly es muy competente.
―Oh, estoy segura de ello ―respondió rápidamente, y pasó a la rutina turística número uno: sorpresa de que se necesitara un guía tan sólo para encontrar su hotel, sorpresa al descubrir que no había taxis ni mozos de cuerda, y alzamiento de cejas ante la perspectiva de dos chicas solas andando a través de «una ciudad subterránea».
El señor Dorcas fue paciente, terminando con un:
―Señorita Brentwood, Luna City es la única metrópoli en el Sistema Solar donde una mujer está realmente a salvo... no hay callejones oscuros, ni barrios desiertos, ni elementos criminales.
Yo no escuché; simplemente tendí mi tarjeta de tarifas para que el señor Dorcas la sellara, y tomé sus maletas. Los guías no deberían acarrear equipaje, y la mayoría de turistas se sienten encantados de experimentar el hecho de que sus doce kilos de equipaje autorizado pesan aquí tan sólo dos. Pero yo deseaba ponerme en marcha.
Estábamos en el túnel exterior y yo tenía ya un pie en la cinta rodante cuando ella se detuvo.
―¡Lo olvidaba! Quiero un mapa de la ciudad.
―No hay ninguno disponible.
―¿Realmente?
―Sólo existe uno. Por eso necesita usted un guía.
―¿Pero por qué no hacen copias? ¿Acaso porque entonces vosotros los guías os quedaríais sin trabajo?
¿Ven lo que les decía?
―¿Cree usted que el trabajo de guía es superfluo? Señorita Brentwood, hay tanto trabajo por hacer que si pudiéramos haríamos que éste lo hicieran los monos.
―Entonces, ¿por qué no imprimen mapas?
―Porque Luna City no es plana como... ―estuve a punto de decir «...las ciudades de las marmotas», pero me contuve a tiempo―...como las ciudades de la Tierra. ―Eché a andar―. Todo lo que usted vio desde el espacio es la pantalla protectora contra meteoritos. Por debajo de ella, la ciudad se extiende y baja por kilómetros y kilómetros en doce zonas de presión.
―Sí, ya lo sé, ¿pero por qué no un mapa para cada nivel? Las marmotas siempre dicen: «Sí, ya lo sé, pero...»
―Puedo mostrarle el único mapa de la ciudad. Es un tanque estéreo de seis metros de alto, y aun así todo lo que podrá ver usted claramente son las cosas grandes como la Sala del Rey de la Montaña y las granjas hidropónicas y la Cueva de los Murciélagos.
―La Cueva de los Murciélagos ―repitió―. Ahí es donde voláis, ¿no?
―Sí, ahí es donde volamos.
―¡Oh, quiero verla!
―De acuerdo. ¿Primero... o antes el mapa de la ciudad? Decidió ir primero al hotel. El camino regular hasta el Zurich es deslizarse hacia arriba y al oeste a través del Túnel de Gray hasta pasar la Embajada Marciana, bajar en el Templo Mormón, y tomar una esclusa a presión para bajar hasta el Boulevard Diana. Pero yo conozco todos los atajos; bajamos en los almacenes Macy’s Gimbel para tomar su elevador de personal. Pensé que le gustaría.
Pero cuando le dije que se agarrara a un asidero cuando este pasara bajando por un lado, miró hacia abajo del pozo y se echó hacia atrás.
―Estás bromeando.
Estaba a punto de llevarla de vuelta al camino regular cuando una vecina nuestra pasó hacia abajo por el elevador. Dije: ―Hola, señora Greenberg ―y ella me contestó: ―Hey, Holly. ¿Cómo está tu familia?
Susie Greenberg es más que gordita. Colgaba agarrada de una mano, con su hijo pequeño, David, sujetó con el otro brazo, y leyendo el Daily Lunatic, que mantenía en la mano libre mientras bajaban. La señorita Brentwood se la quedó mirando, se mordió el labio y dijo: ―¿Cómo lo hago?
―Oh, use ambas manos ―le dije―; yo llevaré las maletas. ―Uní las dos asas con mi pañuelo y bajé primero.
Ella estaba temblando cuando llegamos al fondo.
―Santo Dios, Holly, ¿cómo puedes resistirlo? ¿No sientes nunca añoranza?
La pregunta número seis de los turistas... Dije: ―He estado en la Tierra ―y lo dejé correr. Hace dos años madre me hizo visitar a mi tía en Omaha y me sentí miserable... calor y frío y suciedad y todo lleno de bichos que corrían y se arrastraban. Yo pesaba una tonelada y todo me dolía y mi tía siempre estaba pinchándome para que saliera de casa e hiciese ejercicio, cuando todo lo que yo deseaba era arrastrarme hasta una bañera y sumergirme en ella y no moverme de allí. Y tuve la fiebre del heno. Probablemente ustedes nunca habrán oído hablar de la fiebre del heno... no te mueres de ella, pero lo desearías.
Se suponía que tenía que ir a una escuela para chicas, pero telefoneé a papá y le dije que estaba desesperada, y él me dejó volver a casa. Lo que las marmotas no pueden comprender es que son ellos quienes viven en el salvajismo. Pero las marmotas son las marmotas y los lunáticos son los lunáticos, y nunca nos hemos comprendido los unos a los otros.
Como todos los mejores hoteles, el Zurich está en Presión Uno, en el lado oeste, de modo que pueda tener una vista de la Tierra. Ayudé a la señorita Brentwood a registrarse en el robo-rrecepcionista y a encontrar su habitación; tenía su propia portilla de observación. Fue directa hacia allí, y se puso a mirar la Tierra y soltar los consabidos ¡oooh! y ¡aaah!
Miré por encima de su hombro y vi que eran las trece y unos pocos minutos; el atardecer se deslizaba justo a lo largo de la punta de India... lo suficientemente pronto como para pescar otro cliente.
―¿Deseará usted alguna otra cosa, señorita Brentwood?
En vez de contestar, dijo con voz admirada:
―Holly, ¿no es la cosa más maravillosa que hayas visto nunca?
―Es hermoso ―admití. La vista por este lado es monótona, excepto por la Tierra colgando en el espacio... pero la Tierra es lo que siempre miran los turistas, pese a que apenas acaban de abandonarla. De acuerdo, la Tierra es hermosa. Los cambios de clima son interesantes si no tienes que soportarlos. ¿Han tenido que soportar ustedes alguna vez un verano en Omaha?
―Es espléndido ―susurró.
―Seguro ―admití―. ¿Desea ir usted a algún sitio? ¿O firmará mi tarjeta?
―¿Qué? Perdona, estaba soñando. No, ahora no... ¡Sí, sí! ¡Holly, quiero ir afuera! ¡Debo hacerlo! ¿Hay tiempo? ¿Cuánto queda de luz?
―¿En? Faltan dos días para el anochecer. Pareció sorprendida.
―Qué extraño. Holly, ¿puedes conseguir trajes espaciales? Debo ir afuera.
No me sobresalté... estoy acostumbrada a la forma como hablan los turistas. Supongo que un traje de presión les parece igual que un traje espacial. Simplemente dije:
―Las chicas no tenemos permiso para salir fuera. Pero puedo telefonear a un amigo.
Jeff Hardesty es mi colega en el diseño de espacionaves, así que procuro hacerle favores. Jeff tiene dieciocho años y ya está en el Instituto Goddard, pero estoy trabajando duro para alcanzarle, de modo que podamos poner nuestras oficinas en nuestra propia empresa: «Jones & Hardesty, Ingenieros de Espacionaves». Soy muy brillante en matemáticas, que lo es todo en ingeniería espacial, así que conseguiré muy pronto mi título. Mientras tanto, de todos modos, diseñamos ya astronaves.
No le dije esto a la señorita Brentwood, puesto que los turistas piensan que una chica de mi edad no puede ser diseñadora de astronaves.
Jeff ha arreglado sus clases de modo que le permitan hacer de guía los martes y los jueves; espera en la Compuerta Oeste de la ciudad y estudia entre cliente y cliente. Lo localicé a través del teléfono del encargado de la compuerta. Jeff sonrió y dijo:
―Hola, Modelo a Escala.
―Hola, Penalización de Peso. ¿Libre para tomar un cliente? ―Bueno, se suponía que debía guiar una excursión familiar, pero se están retrasando.
―Cancélalo. Señorita Brentwood... entre en pantalla, por favor. Éste es el señor Hardesty.
Los ojos de Jeff se abrieron mucho, y me sentí inquieta. Pero nunca se me hubiera ocurrido que Jeff pudiera sentirse atraído por una marmota... aun sabiendo que los hombres son robots esclavos de la química de sus cuerpos en estos asuntos. Sabía que ella era excepcionalmente decorativa, pero era inimaginable que Jeff pudiera sentirse cautivado por alguna marmota, sin importar lo bien diseñada que estuviera. ¡Ellas no hablan nuestro lenguaje! No me siento romántica acerca de Jeff; simplemente somos socios. Pero cualquier cosa que afecte a Jones & Hardesty me afecta a mí.
Cuando nos reunimos con él en la Compuerta Oeste casi se pisó la lengua en una repugnante demostración de celo adolescente. Me sentí avergonzada de él y, por primera vez, aprensiva. ¿Por qué serán tan críos los hombres?
A la señorita Brentwood no pareció importarle su comportamiento. Jeff es un hombretón; vestido para salir fuera parece como uno de los Gigantes de Hielo de El oro del Rin; ella le sonrió y le dio las gracias por haber cambiado sus planes. Él pareció aún más tonto y le dijo que era un placer.
Yo tengo mi traje de presión en la Compuerta Oeste, de modo que cuando le paso un cliente a Jeff él puede invitarme a ir con ellos al paseo. Esta vez apenas si me habló después de haber visto a aquella amenaza de platino. Pero la ayudé a encontrar un traje de su medida y la llevé hasta el vestuario y la ayudé a ponérselo. Esos trajes de alquiler deben ajustarse cuidadosamente o te dan pellizcos en las partes más sensibles cuando estás en el vacío... aparte de que hay algunas cosas con respecto a ellos que debe ser una chica quien se las explique a otra.
Cuando salí de nuevo con ella, sin llevar puesto el mío, Jeff ni siquiera me preguntó por qué no me había vestido... tomó su brazo y echó a andar hacia la compuerta. Tuve que cortarles el paso para que ella me firmara mi tarjeta de tarifas.
Los días que siguieron fueron los más largos de mi vida. Vi a Jeff tan sólo una vez... en la cinta rodante del Boulevard Diana, yendo en la otra dirección. Ella iba con él.
Aunque sólo los vi esta vez, sabía lo que estaba pasando. Estaba faltando a clase, y durante tres noches seguidas la llevó al Mirador de la Tierra del Duncan Hiñes. Claro que nada de esto era asunto mío... Esperaba que ella tuviera más suerte enseñándole a bailar de la que había tenido yo. Jeff es un ciudadano libre, y si él deseaba comportarse como un estúpido imbécil olvidando la escuela y perdiéndose de dormir sólo por una marmota bien acolchada, era asunto suyo.
¡Pero no debería haber arrinconado los trabajos de nuestra firma!
Jones & Hardesty tenía un tremendo trabajo porque estábamos diseñando la nave estelar Prometeo. Este proyecto nos había tenido esclavizados durante un año, no volando más que un par de veces por semana a fin de dedicarle tiempo... y eso es un auténtico sacrificio.
Por supuesto, no se puede construir una nave estelar en la actualidad debido a la planta de energía. Pero papá piensa que muy pronto tendremos un salto tecnológico y podremos construir plantas de energía de conversión de masa... lo cual significa naves estelares. Papá sabe lo que dice... es el Ingeniero Jefe en la Luna de Rutas del Espacio y es catedrático en el Instituto Goddard. Así que Jeff y yo estamos diseñando una nave interestelar autónoma basándonos en esta premisa: habitaciones, espacios auxiliares, cirugía, laboratorios... todo.
Papa piensa que sólo estamos practicando, pero madre lo sabe mejor... madre es quimicomatemática en la Sintéticos Generales de la Luna, y casi es tan lista como yo. Se da cuenta de que Jones & Hardesty planea tener listo un proyecto completamente terminado mientras los demás diseñadores aún se lo están pensando. Era por eso por lo que estaba furiosa con Jeff por perder su tiempo con aquella individua. Habíamos estado trabajando en cada momento libre que teníamos. Jeff aparecía siempre después de cenar, terminábamos nuestros deberes, y luego nos dedicábamos al auténtico trabajo, al Prometeo... comprobándonos los cálculos mutuamente, luchando duramente con los detalles, y pasándonos un rato estupendo. Pero el mismo día en que le presenté a Ariel Brentwood no apareció. Yo había terminado mis lecciones y estaba preguntándome si empezar o esperarle ―estábamos realizando un cambio radical en el blindaje de la planta de energía― cuando su madre me telefoneó.
―Jeff me ha pedido que te llame, querida. Está cenando con un cliente turista y no podrá ir.
La señora Hardesty me miraba fijamente, así que puse cara sorprendida y dije:
―¿Jeff pensó que lo estaba esperando? Debe haberse confundido de día. ―Imagino que no me creyó; lo aceptó demasiado rápidamente.
Durante toda aquella semana me fui convenciendo lentamente contra mi propia voluntad de que Jones & Hardesty estaba siendo liquidada. Jeff no rompió ninguna otra cita conmigo ―¿cómo puedes romper una cita que ni siquiera has hecho?―, pero siempre íbamos a volar los jueves por la tarde a menos que uno de los dos estuviera de guía. No llamó. Oh, sé dónde estaba; se la había llevado a patinar a la Cueva de Fingal.
Me quedé en casa y trabajé con el Prometeo, recalculando masas y soportes para los hidropónicos y los almacenes sobre bases del cambio de blindaje. Pero cometí errores, y en un par de ocasiones tuve que buscar los logaritmos en lugar de recordarlos... Estaba tan acostumbrada a pelearme con Jeff sobre cada cosa que no sabía trabajar sola.
Finalmente miré la identificación del plano que estaba revisando. Decía: «Jones & Hardesty», como todos los demás. Me dije a mí misma:
―Holly Jones, deja de engañarte; esto puede ser El Final. Sabías que algún día Jeff podría enamorarse de alguien.
―Por supuesto... pero no de una marmota.
―Pero lo ha hecho. ¿Qué tipo de ingeniero eres si no puedes enfrentarte a la realidad? Ella es hermosa y rica... hará que su padre le dé un trabajo allá en la Tierra. ¿Me has oído? ¡En la Tierra! Así que búscate otro socio... o dedícate tú sola a los negocios.
Borré «Jones & Hardesty» y escribí en su lugar «Jones & Compañía», y me quedé mirándolo. Luego empecé a borrar eso también... pero se me emborronó; había dejado caer una lágrima encima. ¡Lo cual era ridículo!
El martes siguiente tanto papá como madre estaban en casa a la hora de la comida, lo cual es poco común, ya que papá come en el espaciopuerto. Normalmente papá ni siquiera te ve a menos que seas una espacionave, pero aquel día se dio cuenta de que yo había discado tan sólo una ensalada y ni siquiera me la había terminado.
―A esa comida le faltan unas ochocientas calorías ―dijo, mirándola―. No puedes despegar sin combustible... ¿no te encuentras bien?
―Muy bien, gracias ―respondí dignamente.
―Hummm... ahora que recuerdo, has estado de mal humor durante varios días. Quizá necesites un chequeo. ―Miró a madre.
―¡No necesito ningún chequeo! ―No había estado de mal humor... ¿acaso una mujer no tiene derecho a dejar de charlotear?
Pero odio que los doctores me hurguen, así que añadí:
―Ocurre que como poco porque voy a ir a volar esta tarde. ¡Pero si insistes, pediré un asado con patatas y luego me iré a dormir en vez de ir a volar!
―Tranquila, deportista ―respondió suavemente―. No quería meterme en tus cosas. Ve a un snack cuando hayas terminado... y saluda a Jeff de mi parte.
Respondí simplemente «de acuerdo», y pedí que me disculpara; me sentía humillada por la suposición de que no podía volar sin el señor Jefferson Hardesty, pero no deseaba discutir sobre el tema.
Papá me llamó cuando ya me iba:
―Pero no vengas tarde a cenar. ―Y madre dijo:
―Vamos, Jacob... ―y dirigiéndose a mí―: Vuela hasta que estés agotada, querida; últimamente no has hecho mucho ejercicio. Te dejaré la cena en el calentador. ¿Hay algo que prefieras?
―No, disca lo mismo que pidas para ti. ―Simplemente no me interesaba la comida, cosa que no es habitual en mí. Mientras me dirigía hacia la Cueva de los Murciélagos me pregunté si no habría pillado algo. Pero mis mejillas no estaban calientes y mi estómago no estaba alterado aunque no sintiera hambre.
Luego tuve un terrible pensamiento. ¿Podía ser que estuviese celosa? ¿Yo?
Era algo impensable. Yo no soy romántica; soy una mujer de carrera. Jeff había sido mi socio y mi amigo, y bajo mi guía podría haber llegado a ser un gran diseñador de espacionaves, pero nuestra relación era clarísima... un respeto mutuo hacia las habilidades del otro, sin ninguna de estas tonterías amorosas. Una mujer de carrera no puede permitirse tales cosas... ¡sólo miren todo el tiempo profesional que perdió madre teniéndome!
No, no podía estar celosa; simplemente estaba preocupada porque mi socio tenía un lío con una marmota. Jeff no es muy brillante con las mujeres y, además, nunca ha estado en la Tierra y se hace ilusiones al respecto. Si ella se lo llevaba engañado a la Tierra, Jones & Hardesty estaba acabada.
Y de algún modo, «Jones & Compañía» no era un sustituto; quizás el Prometeo nunca llegara a construirse.
Estaba ya en la Cueva de los Murciélagos cuando llegué a esta deprimente conclusión. No me sentía con ganas de volar, pero fui de todos modos a mi armario y tomé mis alas.
La mayoría de las cosas que se han escrito acerca de la Cueva de los Murciélagos dan una falsa impresión. Es el tanque de almacenamiento de aire de la ciudad, algo que tienen todas las colonias... el lugar a donde las bombas-recicladoras, allá abajo, envían el aire hasta que es necesitado. Simplemente lo que ocurre es que somos lo suficientemente afortunados como para tener uno lo bastante grande, de modo que podemos volar en él. Pero nunca fue construido ni nada semejante; es tan sólo una enorme burbuja volcánica, de unos tres kilómetros de anchura, y si hubiera llegado a estallar, quién sabe en qué remoto tiempo, simplemente hubiera producido otro cráter.
A veces los turistas se compadecen de nosotros los lunáticos debido a que no tenemos la oportunidad de nadar. Bueno, yo lo intenté en Omaha, y tragué agua por la nariz, y me puse enferma de miedo. El agua es para beber, no para jugar en ella; yo prefiero volar. He oído a las marmotas decir que oh sí, ellos también «vuelan» muchas veces. Pero eso no es volar. Lo hice, tal como ellos dicen, entre White Sands y Omaha. Me sentí terriblemente mal, me puse enferma. Esas cosas no son seguras.
Dejé mis zapatos y mi falda en el armario y deslicé mis superficies de cola en mis pies, luego me metí en mis alas e hice que alguien me sujetara las fijaciones de los hombros. Mis alas no son de cóndor prefabricadas; son de gaviota, hechas a la medida según mi distribución de peso y dimensiones. Papá se ha gastado un buen montón de dinero en alas, pues yo he ido creciendo muy aprisa, pero estas últimas me las compré yo misma con lo que iba ganando como guía.
¡Son maravillosas!... Varillas de aleación de titanio tan ligeras y fuertes como los huesos de un pájaro, tensión compensada en el piñón de muñeca y en las fijaciones de los hombros, acción natural en las ranuras de las álulas, y acción de zap automática en el frenado. El armazón de las alas está recubierto por laminillas de estireno imitando plumas con nervaduras individuales en los escapulares y primarios. Casi vuelan por sí mismas.
Doblé mis alas y fui a la compuerta. Mientras esperaba el ciclo abrí mi ala izquierda y comprobé el control del álula... había observado una tendencia a deslizarme hacia un lado la última vez que estuve en el aire. Pero el álula se abrió correctamente y decidí que debí haberme excedido en los controles, cosa que es muy fácil con las alas de gaviota, que son extremadamente maniobrables. Luego la puerta me indicó verde y doblé el ala y me apresuré a salir, mientras miraba el barómetro. Siete sesenta y cinco... cuarenta y cinco más que en la Tierra al nivel del mar y casi dos veces lo que utilizamos en la ciudad; incluso un avestruz podría volar allí. Eché una ojeada hacia arriba y sentí pena por todas las marmotas, ancladas por seis veces el peso adecuado y que nunca, nunca, nunca podrán volar.
Yo tampoco podría hacerlo, en la Tierra. El peso de mis alas es de menos de medio kilo por metro cuadrado, de modo que con alas incluidas peso menos de nueve kilos. En la Tierra pesaría más de cincuenta y podría pasarme toda la vida aleteando sin llegar a despegarme jamás del suelo.
Me sentía tan bien allí que olvidé a Jeff y su debilidad. Desplegué mis alas, corrí unos pocos pasos, me incliné para el despegue y tomé aire... alcé los pies y estaba volando.
Di un viraje suave y me dejé deslizar hacia la salida de aire en mitad del suelo... la Escalera del Niño, la llamamos, porque con ella puedes alzarte aprovechando la corriente de aire hasta el mismo techo, a unos ochocientos metros, sin tener que mover siquiera un ala. Cuando la sentí me incliné hacia la derecha, moviendo equivocadamente las primarias, hice la corrección, y me preparé para un planeo de subida en sentido contrario a las agujas del reloj que me llevara hasta el techo.
Cuando estaba a unos cincuenta metros de altura, miré a mi alrededor. La cueva estaba casi vacía, no habría más de doscientas personas en el aire, y al menos la mitad estaban perchadas o en el suelo... había bastante sitio como para hacer virguerías. Apenas llegué a los ciento cincuenta metros abandoné la corriente ascendente y empecé a aletear. Planear no requiere ningún esfuerzo, pero volar es un trabajo de los más pesados. En el planeo sostengo apenas cuatro kilos y medio en cada brazo... y en la Tierra tienes que aguantar más peso aunque sólo te quedes quieta tendida en la cama. La fuerte corriente ascendente que te mantiene en el aire no te exige ningún trabajo; la consigues gratis de la forma de tus alas, siempre que haya aire pasando por debajo de ellas.
Incluso sin una corriente ascendente, todo lo que necesitas para planear en vuelo horizontal es un suave movimiento de los dedos para mantener la velocidad del aire; una viejecita de lo más débil podría hacerlo. La ascensión se deriva de las presiones de aire diferenciales, pero una no tiene por qué comprenderlo; simplemente te mueves un poco, y el aire te sostiene, como si estuvieras yaciendo en una cama absolutamente perfecta. Los virajes permiten seguir moviéndote hacia adelante, como pasa cuando cinglas con un bote de remos... o al menos eso es lo que me han dicho; nunca he ido en un bote de remos. Tuve la oportunidad de hacerlo en una ocasión en Nebraska, pero no soy ni tan atrevida ni tan estúpida.
Pero cuando estás volando realmente, viras con los antebrazos tanto como con las manos, y añades energía con los músculos de tus hombros. En lugar de ser tan sólo las plumas exteriores de tus primarias las que cambian de orientación (como en el planeo), ahora son tus primarias y secundarias las que se inclinan fuertemente hacia atrás en cada aleteo y luego se recuperan; ya no elevan, sino que te fuerzan hacia adelante... mientras tu peso es arrastrado por tus escapulares, a partir de debajo de los sobacos.
Así que vuelas más aprisa, o subes, o ambas cosas a la vez, a base de controlar el ángulo de ataque con tus pies... con las superficies de cola que llevas en los pies, quiero decir.
Oh, sí, suena complicado, pero no lo es... simplemente lo haces. Vuelas exactamente como vuela un pájaro. Los pajarillos pequeños pueden aprenderlo, y no son muy inteligentes. De todos modos, es tan fácil como respirar una vez lo has aprendido... ¡y mucho más divertido de lo que una puede imaginar!
Subí hasta el techo con poderosos aleteos, incrementando mi ángulo de ataque y haciendo virar mis ahilas para elevarme sin la menor pausa... subiendo en un ángulo que hubiera hecho entrar en barrena a muchos voladores. Soy pequeña, pero todo músculos, y llevo volando desde los seis años. Una vez arriba planeé y miré a mi alrededor. Abajo en el suelo, cerca de la pared sur, unos turistas estaban probándose alas de planeo... si una puede llamar a esas cosas «alas». A lo largo de la pared oeste, la galería de visitantes estaba llena de turistas con ojos desorbitados. Me pregunté si Jeff y su tipa Circe estarían allí, y decidí bajar y echar una ojeada.
Así que me sumergí en un brusco picado y me dejé caer hacia la galería, nivelándome y volando muy aprisa a lo largo de ella. No descubrí a Jeff ni a su marmota, pero no me fijé por donde iba y me metí en la ruta de otro volador, estando a punto de chocar con él. Lo vi justo a tiempo para frenar y deslizarme bajo él, y caí quince metros antes de recuperar el control. Ninguno de los dos estábamos en peligro, puesto que la galería está tan sólo a sesenta metros de altura, pero quedé como una tonta y era culpa mía; había violado una de las reglas de seguridad.
No hay muchas reglas, pero son necesarias; la primera es que las alas naranja siempre tienen prioridad... son los principiantes. Aquel volador no llevaba alas naranjas, pero era yo quien estaba alcanzándolo. El volador que está debajo, o está siendo alcanzado, o está más cerca de la pared, o girando en sentido contrario a las agujas del reloj, por ese orden, tiene prioridad.
Me sentí tonta, y me pregunté quién me habría visto, así que subí de nuevo, me aseguré de que tenía aire despejado, y luego me detuve como un halcón sobre la galería, abriendo las alas, levantando la cola, y dejándome caer como una roca.
Completé mi maniobra frente a la galería, descendiendo y extendiendo mi cola con tal fuerza que pude sentir los músculos de mis piernas agarrotarse, y tomando aire con ambas alas, con las ahilas abiertas, me nivelé en un planeo extremadamente rápido a lo largo de la galería. Pude ver cómo los ojos de los espectadores se desorbitaban, y pensé orgullosamente: «¡Tomad! ¡Para que aprendáis!»
¡Y entonces que me zurzan si alguien no cayó sobre mí! El golpe de aire de un volador frenando exactamente encima de mí estuvo a punto de hacerme perder el control. Tomé aire y detuve, un deslizamiento hacia un lado, utilicé algunas palabrotas propias de un estibador, y miré a mi alrededor para ver quién me había atacado de aquel modo. Reconocí aquel dibujo de alas negro-y-dorado: Mary Muhlenburg, mi mejor amiga. Giró hacia mí, pivotando sobre la punta de un ala.
―¡Hola, Holly! Te he asustado, ¿eh?
―¡En absoluto! Pero será mejor que vayas con cuidado; el jefe de vuelos puede dejarte en el suelo por un mes.
―¡Difícil! Ha bajado a tomarse un café.
Volé alejándome, aún irritada, y empecé a subir. Mary me llamó, pero la ignoré, pensando: «Mary, muchacha, voy a ir a por ti y a sacarte del aire.»
Era una locura, pues Mary vuela cada día y tiene unos hombros y unos músculos pectorales como Mister Hércules. Pero cuando me alcanzó ya me había enfriado, y volamos lado a lado, sin dejar de subir.
―¿Nos perchamos? ―me gritó.
―Nos perchamos ―asentí. Mary es una chismosa encantadora, y yo podía aprovechar un respiro. Nos dirigimos a nuestra percha habitual, uno de los soportes de los focos del techo... se supone que no es un lugar para percharse, pero el jefe de vuelos raramente sube hasta allá arriba.
Mary voló delante de mí, frenó, y se posó en un aterrizaje perfecto. Yo me deslicé un poco, pero Mary tendió un ala y me retuvo. No es fácil percharse, especialmente cuando tienes que acercarte desde el mismo nivel. Hacía dos años un chico que apenas acababa de graduarse y dejar las alas naranja lo intentó... perdió su ahila y sus primarias izquierdas con el golpe... cayendo en barrena y estrellándose desde una altura de seiscientos metros. Hubiera podido salvarse, puedes bajar sin peligro con un ala terriblemente estropeada si frenas el aire con la otra y aceptas el bajar deslizándote hacia un lado, y luego abres todas las plumas al aterrizar. Pero aquel pobre chico no sabía cómo; se rompió el cuello, matándose como Ícaro. Desde entonces no he utilizado aquella percha. Doblamos las alas, y Mary se inclinó hacia mí.
―Jeff te anda buscando ―dijo con una sonrisa socarrona.
Se me revolvieron las tripas, pero respondí fríamente:
―¿Sí? No sabía que estuviera aquí.
―Seguro. Ahí abajo ―añadió, señalando con su ala izquierda―. ¿Lo ves?
Jeff utiliza unas alas estriadas en rojo y plata, pero ella estaba señalando hacia la ladera de planeo de los turistas, a mil quinientos metros de distancia.
―No.
―Pues está ahí. ―Me miró de soslayo―. Aunque yo no iría a verle si fuera tú.
―¿Por qué no? O puestos a decir, ¿por qué sí? ―Mary puede llegar a ser exasperante.
―¿Eh? Oh, tú siempre corres cuando él silba. Pero hoy lleva a esa sirena de la Tierra a remolque; te podría resultar un tanto embarazoso.
―Mary, ¿de qué demonios me estás hablando?
―¿Eh? No intentes engañarme, Holly Jones; sabes lo que quiero decir.
―Seguro que no ―respondí, con una fría dignidad.
―¡Uf! Entonces eres la única persona en Luna City que no lo sabe. Todos saben que estás loca por Jeff; todos saben que te ha echado a un lado... y que simplemente estás hirviendo de celos.
Mary es mi mejor amiga, pero algún día le voy a arrancar la piel para hacerme una alfombra con ella.
―¡Mary, esto es perfectamente ridículo! ¿Cómo puede ocurrírsete una cosa así?
―Mira, querida, no tienes que disimular. Estoy de tu lado. ―Palmeó mis hombros con sus secundarias.
Así que la empujé hacia atrás. Cayó una treintena de metros, se enderezó, trazó un círculo y subió, volviendo a colocarse a mi lado, aún sonriente. Esto me dio tiempo a decidir lo que tenía que decir.
―Mary Muhlenburg, en primer lugar no estoy loca por nadie, y menos por Jeff Hardesty. Él y yo somos simplemente amigos. Así que es una completa estupidez hablar de que estoy «celosa». En segundo lugar, la señorita Brentwood es una dama, y no va por ahí «suplantando» a nadie, y menos que a todos a mí. En tercer lugar, es simplemente una turista a la que Jeff está guiando... simplemente negocios.
―Seguro, seguro ―admitió plácidamente Mary―. Estaba equivocada. De todos modos... ―se alzó de alas y calló.
―«De todos modos», ¿qué? Mary, no seas mal bicho.
―Hummm... Me estaba preguntando cómo sabías que yo estaba refiriéndome a Ariel Brentwood... puesto que no hay nada de lo que he dicho.
―Bueno, tú mencionaste su nombre.
―No lo hice.
―Oh, quizá no. Pero es muy sencillo. La señorita Brentwood es una cliente que yo misma le pasé a Jeff, así que supuse que debía ser ella la turista a la que te referías.
―¿Sí? No recuerdo haber dicho siquiera que se trataba de una turista. Pero puesto que es tan sólo una turista que estás compartiendo, ¿cómo es que tú no haces la guía interna mientras Jeff se dedica a la guía externa? Creía que vosotros los guías teníais un acuerdo.
―¿Eh? Si ha estado guiándola por dentro de la ciudad, yo no estaba enterada...
―Eres la única que no lo está.
―...y tampoco me interesa; en todo caso será asunto del comité de quejas. Pero Jeff no podrá cobrar ni un céntimo de sus guías por dentro de la ciudad.
―¡Oh, seguro!... Nada que pueda ingresar en el banco. Bueno, Holly, visto que estaba equivocada, ¿por qué no vas a echarle una mano con ella? Desea aprender a planear.
Encontrarme con aquella pareja era lo que menos deseaba en aquellos momentos.
―Si el señor Hardesty desea mi ayuda, me la pedirá. Mientras tanto me ocuparé de mis propios asuntos... ¡una práctica que también te recomiendo a ti!
―Tranquila, compañera ―respondió ella, sin darse por ofendida―. Te estaba haciendo un favor.
―Gracias, no lo necesito.
―Entonces voy a seguir con lo mío... debo practicar para la gymkhana. ―Se inclinó hacia adelante y se dejó caer. Pero no practicó acrobacias; se dirigió directamente hacia la ladera de los turistas.
La miré hasta perderla de vista, luego liberé mi mano izquierda de la ranura de control y tomé mi pañuelo... es una operación complicada cuando una lleva las alas puestas, pero las luces me habían hecho lagrimear. Me sequé los ojos y me soné, y volví a guardar mi pañuelo, y metí otra vez mi mano en su lugar, y luego lo comprobé todo, pulgares, dedos de los pies, dedos de las manos, preparándome para dejarme caer de nuevo.
Pero no lo hice. Simplemente me quedé sentada allí, las alas dobladas, pensativa. Tenía que admitir que Mary tenía parcialmente razón; Jeff había perdido completamente la cabeza... con una marmota. Así que más pronto o más tarde se iría a la Tierra, y Jones & Hardesty estaría acabada.
Entonces me recordé a mí misma que había estado planeando ser diseñadora de espacionaves como papá mucho antes de que Jeff y yo formáramos equipo. No dependía de nadie; podía arreglármelas sola, como Juana de Arco o Lise Meitner.
Me sentí mejor... con un orgullo frío y decidido como el de Lucifer en el Paraíso Perdido.
Reconocí el rojo y plata de las alas de Jeff mientras él estaba aún muy lejos, y pensé en alejarme silenciosamente. Pero Jeff puede alcanzarme si lo desea, así que decidí: «Holly, no seas estúpida. No tienes ninguna razón para echar a correr... simplemente muéstrate fríamente educada.»
―Hola, Coma Decimal.
―Hola, Cero. Esto, ¿has robado mucho últimamente?
―Sólo el City Bank, pero me hicieron devolverlo. ―Frunció el ceño y preguntó―: Holly, ¿estás enfadada conmigo?
―Vaya, Jeff, ¿qué es lo que te ha hecho pensar esta estupidez?
―Bueno... Algo que me dijo Mary Bocazas.
―¿Ésa? Ni prestes atención a lo que ella diga. La mitad estará equivocado, y con respecto a la otra mitad no sabe lo que dice.
―Sí, tiene un cortocircuito entre sus orejas. ¿Entonces no estás enfadada?
―Por supuesto que no estoy enfadada. ¿Por qué habría de estarlo?
―Por nada, que yo sepa. No he ido a trabajar en la nave en unos cuantos días... pero es que he estado terriblemente ocupado.
―No te preocupes por ello. Yo también he estado terriblemente ocupada.
―Oh, esto está bien. Muestra al Azar, hazme un favor. Ayúdame con una amiga... con una cliente, quiero decir... bueno, es también una amiga. Desea aprender a utilizar las alas de planeo.
Hice como que me lo pensaba.
―¿Alguien a quien conozco?
―Oh, sí. De hecho, tú nos presentaste. Ariel Brentwood.
―¿Brentwood? Jeff, hay demasiados turistas. Déjame pensar. ¿Una chica alta? ¿Rubia? ¿Extremadamente atractiva?
Sonrió como un papanatas, y estuve a punto de echarlo al aire.
―¡Ésa es Ariel!
―La recuerdo... esperaba que yo le llevase el equipaje. Pero no necesitas ayuda, Jeff. Parecía muy lista. Con un buen sentido del equilibrio.
―Oh, sí, seguro, claro que sí. Bueno, la verdad es que desearía que las dos os conocierais. Ella es... bueno, simplemente maravillosa, Holly. Una auténtica persona, en todos los sentidos. Te encantará cuando la conozcas mejor. Esto... parece que es una buena oportunidad.
Me sentí mareada.
―Bueno, es muy amable por tu parte, Jeff, pero dudo que ella desee conocerme mejor. Yo tan sólo soy una empleada a la que contrató... ya conoces a las marmotas.
―Pero ella no es como las demás marmotas. Y desea conocerte mejor... ¡me lo ha dicho!
¡Después de que tú se lo sugeriste!, murmuré. Pero estaba entre la espada y la pared. Si no me hubiera sentido obstaculizada por mi educación, le hubiera dicho: «¡Lárgate, cráneo vacío! No estoy interesada en tus amigas marmotas»... pero lo que dije fue:
―De acuerdo, Jeff. ―Luego hice de tripas corazón y me dejé caer planeando.
Así que enseñé a Ariel Brentwood a «volar». Bueno, miren, eso que llaman alas y que dejan llevar a los turistas tienen casi cinco metros cuadrados de superficie elevadora, ningún control excepto mover las primarias, un diedro, preparado para convertirlas en algo tan estable como una mesa, y unos pocos grados de angulación para permitir hacer creer a su portador que está «volando» cuando agita los brazos. La cola es rígida, e inclinada de tal modo que si caes (lo cual es casi imposible) aterrizas siempre de pie. Todo lo que hace un turista es correr unos pocos metros, levantar los pies (no puede evitar el hacerlo) y deslizarse sobre una manta de aire. Luego podrá contarle a sus nietos cómo voló, realmente voló, «exactamente como un pájaro».
Un mono podría aprender a «volar» de este modo.
Pasé por la humillación de colocarme una de esas estúpidas cosas, e hice que Ariel me observara mientras subía a la Escalera del Niño y dejaba que me arrastrase hacia arriba hasta unos treinta metros para demostrarle que realmente se podía «volar» con ellas. Luego me las quité con mi más profundo agradecimiento, busqué un juego más grande para ella, y me volví a poner mis hermosas alas de gaviota. Había hecho largarse a Jeff (dos instructores es demasiado), pero cuando vio que ella llevaba ya las alas bajó y aterrizó junto a nosotros.
Miré hacia arriba.
―Tú otra vez.
―Hola, Ariel. Hola, Blip. Escucha, le has ajustado las sujeciones de los hombros demasiado apretadas.
―Hey ―dije―. Los entrenadores de uno en uno, ¿recuerdas? Si deseas ayudar, quítate esas plumas tan espectaculares y ponte unas alas de planeo... así podré utilizarte para mostrarle lo que no hay que hacer. De otro modo sube a cincuenta metros y quédate allí; no necesitamos ningún piloto de sobremesa.
Jeff puso cara de mocoso malcriado, pero Ariel se puso de mi lado.
―Haz lo que dice la profesora, Jeff. Sé buen chico.
Él no quería ponerse las alas de planeo, pero tampoco quería quedarse lejos. Dio vueltas a nuestro alrededor, observando, hasta que fue echado a gritos por el jefe de vuelo por molestar en el área de turistas.
Admito que Ariel era una buena alumna. Ni siquiera se enfadó cuando le sugerí que estaba un poco demasiado maciza en la zona de las caderas como para mantener un buen equilibrio; simplemente dijo que ya se había dado cuenta de que yo tenía el trasero más estilizado de aquellos contornos y que me envidiaba por ello. Así que dejé de tomarle el pelo, y descubrí que casi me caía bien si me preocupaba tan sólo en enseñarle. Se esforzaba y aprendía con rapidez... tenía buenos reflejos y (pese a mi broma de mal gusto) un buen sentido del equilibrio. Se lo hice notar, y admitió como sin darle importancia que había estudiado ballet.
Hacia media tarde dijo:
―¿Sería posible probar con unas auténticas alas?
―¿En? Bueno, Ariel, no te lo aconsejo.
―¿Por qué no?
Me había cogido. Ya había hecho todo lo que se podía hacer con aquellas horribles alas de planeo. Si deseaba aprender algo más, debería ser con auténticas alas.
―Ariel, es peligroso. No es lo mismo que has estado haciendo hasta ahora, créeme. Puedes hacerte daño, incluso matarte.
―¿Te harían responsable?
―No. Firmaste una nota de descargo cuando entraste aquí.
―Entonces me gustaría probarlo.
Me mordí el labio. Si se hubiera dado un tortazo sin mi ayuda ni siquiera hubiera derramado una lágrima... pero dejarle hacer algo demasiado peligroso mientras era mi pupila... bueno, no me hacía ninguna gracia.
―Ariel, no puedo impedírtelo... pero creo que debería devolver mis alas a mi armario y olvidarme de todo este asunto.
Fue su turno de morderse el labio.
―Si piensas así, no puedo pedirte que me enseñes. Pero sigo deseándolo. Quizá Jeff pueda ayudarme.
―¡Probablemente lo hará ―restallé―, si es tan inmensamente tonto como creo que es!
Su expresión amistosa se borró, pero no dijo nada porque Jeff acababa de posarse detrás de nosotras.
―¿Qué estáis discutiendo?
Ambas intentamos decírselo, y lo confundimos de tal modo que se quedó con la idea de que yo lo había sugerido todo, y empezó a chillarme. ¿Me había vuelto loca? ¿Estaba intentando que Ariel se hiciera daño? ¿Acaso no tenía el menor sentido?
―¡Cállate! ―le chillé, y luego añadí tranquila pero firmemente―: Jefferson Hardesty, deseabas que enseñara a tu amiguita, así que acepté. Pero no sigas entrometiéndote, y no pienses que vas a poder seguir hablándome de este modo. ¡Ahora lárgate! ¡Extiende tus alas! ¡Vuela!
Se hinchó, y dijo lentamente:
―Lo prohíbo absolutamente.
Hubo un largo silencio. Luego Ariel dijo suavemente:
―Vamos, Holly. Búscame unas alas.
―De acuerdo, Ariel.
Pero no alquilan auténticas alas. Cada volador tiene las suyas propias; es preciso. Sin embargo, se pueden comprar algunas de segunda mano debido a que los chicos crecen, o la gente se compra otras hechas a la medida o algo así. Encontré al señor Schultz, que es quien tiene la llave, y le dije que Ariel estaba pensando en comprarse unas, pero que yo no iba a dejarle hacerlo sin que las probara primero. Tras revolver más de cuarenta pares encontré unas que había dejado Johnny Queveras porque se le habían quedado pequeñas y que sabía iban bien. Pese a todo las inspeccioné cuidadosamente. Yo apenas conseguía alcanzar los controles de los dedos, pero eran la medida de Ariel.
Mientras la estaba ayudando con las superficies de cola dije:
―¿Ariel? Sigue siendo una mala idea.
―Lo sé. Pero no podemos dejar que los hombres piensen que son nuestros dueños.
―Supongo que no.
―Lo son, por supuesto. Pero no debemos dejar que se enteren. ―Estaba probando los controles de cola―. ¿Se abren con los dedos pulgares de los pies?
―Sí. Pero no lo hagas. Simplemente mantén los pies juntos y los dedos unidos. Mira, Ariel, realmente no estás preparada. Todo lo que vas a hacer hoy es planear, como hemos estado haciendo hasta ahora. ¿Prometido?
Me miró directamente a los ojos.
―Haré exactamente lo que tú digas... ni siquiera emprenderé el vuelo hasta que tú me digas adelante.
―De acuerdo. ¿Lista?
―Lista.
―Pues empecemos. ¡Hey, espera! He metido la pata. No son naranja.
―¿Y eso qué importa?
―Claro que importa. ―Siguió una acalorada discusión porque el señor Schultz no deseaba pintar las alas de naranja para una simple prueba. Ariel lo arregló simplemente comprándolas, y luego tuvimos que esperar un poco mientras se secaba la pintura del spray.
Regresamos a la ladera de los turistas y la dejé que planeara, advirtiéndole que mantuviera ambas álulas abiertas con los pulgares para conseguir una mayor ascensión a poca velocidad, con poca maniobra de los dedos. Ella lo hizo muy bien, y aterrizó mal tan sólo una vez. Jeff rondaba los alrededores, trazando ochos en el aire sobre nosotras, pero lo ignoramos. Pronto le enseñé a girar con una suave y amplia inclinación... puedes hacerlo también con esas horribles alas de planeo, pero se necesita mucha habilidad; sólo están pensadas para un planeo en línea recta.
Finalmente aterricé junto a ella y dije:
―¿Has tenido bastante?
―¡Nunca tendré bastante! Pero me quitaré las alas si tú lo dices.
―¿Cansada?
―No. ―Miró por encima de su ala a la Escalera del Niño; una docena de voladores estaban subiendo, las alas inmóviles, remontando cansinamente―. Me gustaría hacer esto una sola vez. Tiene que ser divino.
―Realmente, cuanto más alta, más segura estás.
―Entonces, ¿por qué no?
―Hummm... más segura a condición de que sepas lo que estás haciendo. Trepar por esa corriente es lo mismo que planear tal como has estado haciendo. Te mantienes quieta y dejas que te suba hasta los ochocientos metros. Luego desciendes del mismo modo, dando círculos junto a la pared en un planeo suave. Pero vas a sentirte tentada a hacer algo que aún no comprendes... aletear, o dar alguna cabriola.
Agitó su cabeza solemnemente.
―No haré nada que no me hayas enseñado.
Yo seguía estando preocupada.
―Mira, sólo son ochocientos metros hacia arriba, pero cubres unos ocho kilómetros subiendo, y aún más al bajar. Media hora como mínimo. ¿Lo aguantarán tus brazos?
―Estoy segura de que sí.
―Bien... puedes empezar a bajar en cualquier momento; no tienes por qué recorrer todo el camino. Flexiona un poco los brazos de vez en cuando, para que no se te agarroten. Lo único que debes tener en cuenta es no aletear.
―No lo haré.
―De acuerdo. ―Abrí mis alas―. Sígueme.
La guié hacia la corriente ascendente, me incliné con suavidad hacia la derecha, luego hacia la izquierda para iniciar la subida en dirección contraria a las agujas del reloj, todo ello mientras frenaba lentamente para que ella pudiera seguirme. Cuando ya estábamos girando, le grité:
―¡Sigue tal como vas! ―e hice un viraje cerrado, subiendo y situándome a unos diez metros por encima y por detrás de ella―. ¿Ariel?
―¿Sí, Holly?
―Estaré encima de ti. No vuelvas la cabeza; no tienes que observarme a mí. Yo tengo que observarte a ti. Lo estás haciendo muy bien.
―¡Me siento muy bien!
―Muévete un poco. No te envares. Hay un largo camino hasta el techo. Puedes virar un poco si lo deseas.
―¡A sus órdenes, capitán!
―¿No estás cansada?
―¡Cielos, no! ¡Muchacha, esto es vida! ―Se echó a reír―. ¡Y mamá dijo que yo nunca llegaría a ser un ángel!
No contesté debido a que unas alas rojas y plata cargaron contra mí, frenaron súbitamente y empezaron a volar en círculos entre Ariel y yo. El rostro de Jeff estaba casi tan rojo como sus alas.
―¿Qué infiernos pensáis que estáis haciendo?
―¡Alas naranja! ―grité―. ¡Deja paso!
―¡Bajad inmediatamente de aquí! ¡Las dos!
―Sal de entre mi pupila y yo. Conoces las reglas.
―¡Ariel! ―gritó Jeff―. Sal del círculo y planea hacia abajo. Yo estaré contigo.
―Jeff Hardesty ―dije furiosamente―, te doy tres segundos para salir de entre nosotras... luego te denunciaré por violación de la Regla Uno. Por tercera vez... ¡Alas Naranja!
Jeff gruñó algo, inclinó su ala derecha y se dejó caer fuera de la formación. El muy idiota se deslizó a menos de metro y medio de la punta del ala de Ariel. Hubiera debido denunciarle por ello; todo el espacio que puedas dejarle a un principiante nunca es demasiado.
Dije:
―¿Todo bien, Ariel?
―Todo bien, Holly. Lamento que Jeff esté enfadado.
―Ya se le pasará. Dime cuando te sientas cansada.
―No lo estoy. Quiero ir hasta arriba del todo. ¿A qué altura estamos?
―A unos ciento veinte metros quizá.
Jeff voló detrás de nosotras durante un rato, luego trepó y voló por encima de nosotras... probablemente por la misma razón que lo hice yo: para ver mejor. Era preferible que los dos estuviéramos vigilándola, siempre que él no interfiriera; empezaba a darme cuenta de que Ariel quizá no pensara en que el camino de bajada iba a ser tan largo y agotador como el de subida. Estaba esperando que en cualquier momento dijera ya basta. Sabía que yo podía planear hasta quedar muerta de agotamiento, pero un principiante suele ponerse muy nervioso.
Jeff estuvo generalmente encima de nosotros, yendo de un lado para otro ―es demasiado activo como para planear mucho rato seguido―, mientras Ariel y yo seguíamos subiendo, planeando lentamente hacia el techo. Finalmente se me ocurrió, cuando estábamos aproximadamente a mitad del camino, que también podía ser yo quien dijera basta; no tenía que esperar a que Ariel se agotase. Así que le grité:
―¿Ariel? ¿Estás cansada?
―No.
―Bueno, pues yo sí. ¿Bajamos, por favor?
No discutió, simplemente dijo:
―De acuerdo. ¿Qué es lo que he de hacer?
―Inclínate hacia la derecha y sal del círculo. ―Pretendía hacer que se desplazara unos cien a ciento cincuenta metros para meterla en la corriente descendente, para que pudiera seguir planeando dando vueltas a la cueva hacia abajo en lugar de hacia arriba. Miré hacia las alturas, buscando a Jeff. Finalmente lo descubrí a una cierta distancia, mucho más alto, pero viniendo hacia nosotras. Le grité:
―¡Jeff! ¡Nos veremos en el suelo! ―Probablemente no me oyó, pero sí me vio; miré hacia abajo en busca de Ariel.
Finalmente la descubrí, treinta metros más abajo... agitando sus alas y cayendo, fuera de control.
No sabía lo que había ocurrido. Quizá se inclinó demasiado, dio una voltereta y empezó a debatirse. Pero no intenté imaginármelo; simplemente estaba demasiado aterrada. Parecí colgar allí, helada, durante más de una hora, mientras la veía caer.
Pero al parecer lo que hice fue gritar muy fuerte: «¡Jeff!», y lanzarme tras ella en picado.
Aunque no parecía estar cayendo, no podía alcanzarla. Junté completamente mis alas... pero no conseguía caer; ella seguía siempre a la misma distancia.
Por supuesto, siempre empiezas a caer lentamente; nuestra poca gravedad es lo único que hace posible el vuelo humano. Incluso una piedra cae a tan sólo unos noventa centímetros en el primer segundo. Pero este primer segundo parecía interminable.
Luego supe que estaba cayendo. Podía notar el silbido del aire... pero seguía sin parecer acercarme a ella. Sus esfuerzos debían haberla frenado algo, mientras que yo me encontraba en una caída libre intencionada, con las alas extendidas verticalmente por encima de mi cabeza, cayendo tan rápidamente como me era posible. Tenía la alocada idea de que si conseguía ponerme a su altura, podría gritarle algo que pusiera un poco de buen sentido a su cabeza, que la obligara a salir de su caída y conducirla a un planeo. Pero no podía alcanzarla.
Aquella pesadilla se arrastró durante horas.
En realidad, no teníamos espacio para caer durante más de unos veinte segundos; éste es todo el tiempo que necesitas para recorrer cayendo trescientos metros. Pero veinte segundos puede ser un tiempo terriblemente largo... lo suficientemente largo como para lamentar todas las tonterías que has hecho o dicho en tu vida, lo suficientemente largo como para rezar por las dos... y para decirle adiós a Jeff con todo mi corazón. Lo suficientemente largo como para ver el suelo subir hacia nosotras y saber que las dos íbamos a estrellarnos contra él si no conseguía alcanzarla rápidamente.
Miré hacia arriba, y Jeff estaba picando directamente sobre nosotras, pero aún demasiado lejos. Bajé de nuevo la vista... y estaba alcanzándola... estaba pasándola... ¡estaba bajo ella!
Entonces frené con todas mis fuerzas, casi arrancándome las alas en el intento. Tomé aire, lo mantuve, y empecé a aletear sin preocuparme de nivelar mi vuelo. Batí las alas una vez, dos, tres... y choqué contra ella desde abajo, con todas mi fuerzas.
Luego el suelo nos golpeó.
Me sentía débil y soñadoramente contenta. Estaba tendida de espaldas en una habitación en penumbra. Creo que madre estaba conmigo, y sé que papá estaba. Me picaba la nariz e intenté rascármela, pero mis brazos no me obedecían. Me dormí de nuevo.
Me desperté hambrienta y completamente despejada. Estaba en una cama de hospital, y mis brazos seguían sin obedecerme. Lo cual no resultaba sorprendente, pues ambos estaban escayolados. Una enfermera llegó con una bandeja.
―¿Hambrienta? ―preguntó.
―Muerta de hambre ―admití.
―Arreglaremos eso. ―Empezó a darme de comer, como si fuera un bebé.
Evité la tercera cucharada y pregunté:
―¿Qué le ocurrió a mis brazos?
―Silencio ―dijo, y me amordazó con una cucharada.
Pero luego llegó un médico muy agradable y respondió a mi pregunta.
―No mucho. Tres fracturas simples. A tu edad se curarán en un periquete. Pero nos gusta tu compañía, así que te vamos a hacer quedar aquí durante un tiempo para observar cualquier posible herida interna.
―No tengo heridas internas ―dije―. Al menos, no me duelen.
―Ya te he dicho que tan sólo era una excusa.
―Esto, doctor...
―¿Sí?
―¿Podré volar de nuevo? ―Aguardé, asustada.
―Por supuesto. He visto a hombres mucho más maltratados que tú levantarse y aguantar tres asaltos más.
―Oh. Bueno, gracias. Doctor... ¿Qué le ocurrió a la otra chica? ¿Está...?
―¿Brentwood? Está aquí.
―Exactamente aquí ―confirmó Ariel desde la puerta―. ¿Puedo entrar?
Se me cayó la mandíbula. Luego dije:
―Claro que sí. Desde luego, entra.
―No esté mucho tiempo ―dijo el doctor, y se fue.
Yo dije:
―Bueno, siéntate.
―Gracias. ―Daba saltitos en vez de caminar, y vi que llevaba un pie vendado. Se sentó a los pies de la cama.
―Te hiciste daño en un pie.
Se alzó de hombros.
―No es nada. Un esguince y una rotura de ligamento. Dos costillas astilladas. Pero podría estar muerta. ¿Sabes por qué no lo estoy?
No respondí. Tocó uno de mis enyesados brazos.
―Por esto. Cortaste mi caída, y aterricé encima de ti. Me salvaste la vida, y yo te rompí los dos brazos.
―No tienes que darme las gracias por ello. Lo hubiera hecho por cualquiera.
―Te creo, y no te estaba dando las gracias. Una no puede darle las gracias a nadie por haberle salvado la vida. Sólo quería asegurarme de que tú sabías que yo lo sabía.
No tenía ninguna respuesta a eso, así que dije:
―¿Dónde está Jeff? ¿Se encuentra bien?
―Vendrá pronto. Jeff no se hizo daño... aunque me sorprende que no se rompiera los dos tobillos. Se dejó caer al lado nuestro con tal fuerza que debería habérselos roto. Pero Holly... Holly querida... he venido antes para que tú y yo podamos hablar un poco acerca de él antes de que llegue.
Cambié rápidamente de tema. Lo que me hubieran dado me hacía sentir soñadora y bien, pero no lo suficiente como para no sentirme algo azarada.
―¿Qué ocurrió, Ariel? Lo estabas haciendo muy bien... y de repente te metiste en problemas.
Parecía avergonzada.
―Fue culpa mía. Dijiste que íbamos a bajar, así que miré hacia abajo. Quiero decir que miré realmente. Hasta entonces todos mis pensamientos habían estado centrados en subir hasta el techo; ni siquiera había pensado en lo lejos que estaba el suelo. Luego miré hacia abajo... y me mareé, y me asaltó el pánico, y me desmoroné. ―Se alzó de hombros―. Tenías razón. No estaba preparada.
Pensé en ello, y asentí con la cabeza.
―Entiendo. Pero no te preocupes... cuando mis brazos estén bien te llevaré de nuevo allá arriba.
Tocó mi pie.
―Eres estupenda, Holly. Pero no voy a volar de nuevo; regresaré a donde pertenezco.
―¿A la Tierra?
―Sí. Tomaré la Billy Mitchell el miércoles.
―Oh. Lo siento.
Frunció ligeramente el ceño.
―¿Realmente? Holly, no te caigo bien, ¿verdad?
Me quedé anonadada. ¿Qué podía decir? ¿Especialmente cuando era cierto?
―Bueno ―dije lentamente―, no me caes mal. Sólo que no te conozco lo suficiente.
Asintió.
―Y yo tampoco te conozco lo suficiente... aunque pienso que voy a conocerte mucho mejor dentro de unos pocos segundos.
Pero Holly... escúchame, por favor, y no te enfades. Es acerca de Jeff. No te ha tratado muy bien estos últimos días... desde que yo estoy aquí, quiero decir. Pero no te enfades con él. Yo me voy, y todo volverá a ser como antes.
Aquello puso las cartas sobre la mesa y no pude seguir ignorándolas, porque si lo hacía ello supondría todo tipo de cosas que no eran ciertas. Así que tuve que explicarle... acerca de mí convirtiéndome en una mujer de carrera... de cómo, si había parecido preocupada, era simplemente por la posibilidad de que la firma Jones & Hardesty se fuera al garete antes incluso de haber terminado su primera nave estelar... de que no estaba enamorada de Jeff, sino simplemente lo apreciaba como amigo y socio... pero si Jones & Hardesty no podía continuar, entonces lo haría Jones & Compañía.
―Así que, Ariel, como puedes ver, no es necesario que dejes a Jeff. Si crees que me debes algo por lo que ha sucedido, simplemente olvídalo. No es necesario.
Parpadeó, y vi con asombro que estaba conteniendo las lágrimas.
―Holly, Holly... no comprendes en absoluto.
―Lo entiendo perfectamente. No soy una niña.
―No, eres toda una mujer... pero aún no te has dado cuenta. ―Alzó un dedo―. Uno... Jeff no está enamorado de mí.
―No me lo creo.
―Dos... yo no estoy enamorada de él.
―Tampoco me lo creo.
―Tres... tú dices que no estás enamorada de él... pero ya hablaremos de eso en su momento. Holly, ¿soy bonita?
Cambiar de tema es un rasgo muy femenino, pero yo nunca aprenderé a hacerlo con tanta rapidez.
―¿En?
―He dicho: ¿soy bonita?
―¡Sabes malditamente bien que lo eres!
―Sí. También puedo cantar un poco y bailar, pero no podría hacer gran cosa si no fuera así, porque apenas soy una actriz de tercera fila. Así que tengo que ser bonita. ¿Cuál crees que es mi edad?
Conseguí no desorbitar los ojos.
―¿Eh? Más de la que Jeff piensa que tienes. Veintiuno como mínimo. Quizá veintidós.
Suspiró.
―Holly, soy lo suficientemente mayor como para ser tu madre.
―¿Eh? Tampoco me creo eso.
―Me halaga que no se me note. Pero así es, y aunque Jeff es un encanto, nunca hubo ninguna posibilidad de que yo me enamorara de él. Pero lo que yo sienta por él no importa; lo importante es que él está enamorado de ti.
―¿Qué? ¡Ésa es la cosa más tonta que has dicho hasta ahora! Oh, sé que le gusto... o le gustaba. Pero eso es todo. ―Tragué saliva―. Y con eso tengo bastante. Bueno, sólo tendrías que oír la forma en que me habla.
―La he oído. Pero los chicos a esa edad no saben decir lo que piensan; se sienten azarados.
―Pero...
―Espera, Holly. Vi algo que tú no pudiste ver porque habías perdido el conocimiento. Cuando las dos caímos, ¿sabes lo que ocurrió?
―Esto, no.
―Jeff llegó como un ángel vengador, apenas un segundo después que nosotras. Estaba arrancándose las alas apenas tocar el suelo, liberando sus brazos. Ni siquiera me echó una mirada. Simplemente pasó por encima de mí, te recogió, y te acunó entre sus brazos, mientras las lágrimas caían a chorros de sus ojos.
―¿Lo hizo?
―Lo hizo.
Pensé en aquello. Quizás aquel gran estúpido sintiera algo de afecto hacia mí, después de todo.
―Así que ya lo ves, Holly ―insistió Ariel―; aunque no le quieras, deberás ser muy gentil con él, porque él te ama y podrías hacerle un daño terrible.
Intenté pensar. El amor seguía siendo algo que una mujer de carrera debería evitar, pero si Jeff pensaba realmente así, bueno... ¿comprometería mis ideales casándome con él sólo para hacerle feliz? ¿Para mantener unida la firma? ¿Sólo para eso?
Pero si lo hacía, ya no sería la Jones & Hardesty; sería la Hardesty & Hardesty.
Ariel seguía hablando:
―...incluso podrías acabar enamorándote de él. Es algo que suele ocurrir, cariño, y si así fuera, lamentarías el haberle apartado de ti. Alguna otra chica podría atraparlo; y él es un gran chico.
―Pero... ―me callé, pues acababa de oír los pasos de Jeff: son inconfundibles. Se detuvo en la puerta y nos miró a las dos, con el ceño fruncido.
―Hola, Ariel.
―Hola, Jeff.
―Hola, Fracción. ―Me miró detenidamente―. Hey, estás hecha una birria.
―Tú no estás mucho mejor. He oído decir que tienes pies planos.
―Para siempre. ¿Cómo te las arreglas para limpiarte los dientes con estas cosas en los brazos?
―No me los limpio.
Ariel se levantó de la cama, quedándose en equilibrio sobre una pierna.
―Tengo que irme. Nos veremos luego, chicos.
―Hasta luego, Ariel.
―Adiós, Ariel. Esto... gracias.
Jeff cerró la puerta después de que ella se hubo marchado, volvió junto a la cama y dijo hoscamente:
―Estáte quieta.
Luego me rodeó con sus brazos y me besó.
Bueno, no podía impedírselo, ¿no? ¿Con los dos brazos rotos? Además, aquello estaba en consonancia con la nueva política para la firma. Me quedé sin habla porque Jeff nunca me había besado, excepto en los cumpleaños, pero eso no cuenta. Pero intenté devolverle el beso y demostrarle que se lo agradecía. No sé qué maldita cosa me habrían estado dando, pero empezaron a tintinearme los oídos y me sentí flotando de nuevo.
Luego él se inclinó sobre mí.
―Renacuajo ―me dijo apesadumbrado―, me has hecho sufrir mucho.
―Pues tú no eres ningún saldo, pies planos ―respondí con dignidad.
―Supongo que no. ―Me miró tristemente―. ¿Por qué estás llorando?
No sabía que lo estuviera haciendo. Entonces recordé el porqué.
―Oh, Jeff... ¡he destrozado mis hermosas alas!
―Conseguiremos otras. Esto, prepárate. Voy a repetirlo.
―De acuerdo. ―Lo hizo.
Supongo que Hardesty & Hardesty queda más rítmico que Jones & Hardesty.
Realmente, suena mejor.