EL BANQUETE DE LOS SIETE SABIOS146B

1

Sin duda, Nicarco, el transcurso del tiempo producirá, respecto a los acontecimientos actuales, gran obscuridad y una total confusión, si, ahora, en relación con sucesos tan nuevos y recientes, hallan crédito relatos urdidos falsaCmente. En efecto, el banquete no fue de sólo siete[518], como vosotros habéis oído, sino del doble de esas personas (entre las cuales me encontraba yo mismo, por ser amigo de Periandro por mi profesión[519] y por haber hospedado en mi casa a Tales, ya que éste por indicación de Periandro se alojaba en mi casa), ni tampoco, cualquiera que haya sido vuestro informante, os contó con fidelidad la conversación[520], al parecer, no era ninguno de los que habían estado presentes. Mas, puesto que disponemos de mucho tiempo libre y mi avanzada edad no es digna de confianza para garantizar el aplazamiento del relato, os contaré a vosotros, que lo deseáis vivamente, todo desde el principio.

2

Periandro había dispuesto la recepción no en la ciuDdad[521], sino en un lugar apropiado para celebrar banquetes[522] en los alrededores del Lequeón[523], junto al templo de Afrodita[524], en cuyo honor se celebraba también la fiesta sacrificial. Pues Periandro, tras sus relaciones incestuosas con su madre[525], que habían impulsado a ésta al suicidio, no había ofrecido sacrificios a Afrodita. A causa de unos sueños de Melisa[526], se decidió entonces por primera vez a dar culto a la diosa. A cada uno de los invitados les había sido enviado un carruaje tirado por dos caballos, lujosamente adornado, pues era verano y el polvo y el alboroto invadían todo el camino hasta el mar a causa de la multitud de carros y de gente. Sin embargo, Tales, al ver ante su puerta el carruaje, sonriéndose lo despidió. Por tanto, fuimos caminando tranquilamente, apartándonos del camino, a través de los campos, y con nosotros se vino una tercera persona, Nilóxeno de Náucratis[527], hombre ilustre, que Ehabía tenido relación, ya en Egipto, con Solón y con Tales. Daba la casualidad de que había sido enviado de nuevo junto a Bías; sin embargo, el porqué ni siquiera él mismo lo sabía, aun cuando sospechaba que le traía un segundo problema en un escrito cerrado. Además se le había dicho que, si Bías renunciaba a responder, mostrara el escrito a los más sabios de entre los griegos. «Ha sido un feliz encuentro[528] para mí —dijo Nilóxeno— el coincicir aquí con todos vosotros, y, como ves, traigo el escrito al banquete». Al mismo tiempo nos lo mostraba. Tales, echándose a reír, dijo: «Si es algo difícil, marcha de nuevo a Priene[529]. Pues Bías resolverá el problema del mismo modo que resolvió el primero». «¿Cuál fue —pregunté yo— el primero?». «El Frey[530] —dijo— le envió un animal para el sacrificio, pidiéndole que, después de cortarle el trozo de carne más dañino y más beneficioso, se lo enviara de nuevo. Y nuestro amigo, con gran acierto, después de cortarle la lengua, se la envió[531]; por lo que es evidente que se ganó fama 147Ay admiración». «No por estas cosas sólo —dijo Nilóxeno—, sino también porque no evita, como vosotros, el ser amigo de reyes y que se diga que lo es[532]. También a ti te admira[533] por otras cosas, pero sobre todo se sintió profundamente complacido con tu manera de medir la pirámide[534], ya que sin ningún trabajo y sin utilizar instrumento alguno, sino colocando de pie un bastón en el límite de la sombra que proyectaba la pirámide, habiéndose formado dos triángulos con la intersección de los rayos del sol, demostraste que la sombra guardaba con la otra sombra la misma relación que la pirámide con el bastón[535]. Pero, como Bte decía antes, se te acusa de odiar a los reyes y algunas de tus afirmaciones insolentes sobre los tiranos han llegado hasta sus oídos, como cuando, al ser preguntado por el jonio Molpágoras[536] cuál era la cosa más extraordinaria que habías contemplado, respondiste: ‘Un tirano viejo’[537], y en otra ocasión, en un banquete, al surgir una conversación sobre los animales, dijiste que el tirano era el peor de los animales salvajes, y el adulador, el de los domésticos[538]. Tales afirmaciones, en efecto, aunque los reyes pretenden ser muy diferentes de los tiranos, no las escuchan con agrado». «Sin embargo, eso —dijo Tales— es de Pitaco[539], que se lo dijo en broma, en cierta ocasión, a Mírsilo[540]. Yo, en cambio —agregó—, me asombraría, no de ver a un tirano, sino a un timonel que haya llegado a viejo».

«En relación con este cambio, me ha sucedido a mí Clo mismo que a aquel joven que, estando lanzando piedras contra un perro y habiéndole dado a su suegra, exclamó: ‘Tampoco así está mal’[541]. Por eso, también juzgué muy sabio a Solón, por no haber aceptado ser tirano[542]. Y este Pitaco, si no hubiera sido rey, no hubiera dicho que: ‘es difícil ser honrado’[543]. Periandro, parece que, a pesar de haberse visto atrapado en la tiranía como en un mal paterno[544], no se comportó de una manera vil, gracias a las sanas compañías que ha tenido, al menos hasta el momento presente[545], y por haber logrado mantener relaciones con hombres inteligentes, rechazando, en cambio, el acabar con aquellos que le aventajaban, como aconsejaba mi compatriota Trasíbulo[546]. Un tirano que prefiera gobernar a esclavos más que a hombres libres en nada se diferencia de un agricultor que prefiera recolectar cizaña y pájaros[547] en Dlugar de trigo y cebada. En efecto, a cambio de muchos males, sólo una cosa buena tiene el poder, el honor y la gloria si los gobernantes gobiernan a hombres buenos, siendo mejores que ellos, y entre los grandes parecen ser ellos más grandes. Es preciso que los que prefieren la tranquilidad sin gloria gobiernen sobre rebaños de corderos, caballos y bueyes, pero no a hombres. Pero este extranjero —continuó— nos ha llevado a una conversación que no nos interesa nada, mientras hemos descuidado decir y buscar algo que sea apropiado a personas que se dirigen a un banquete. En efecto, ¿no crees que así como existe una preparación del que invita a comer, también la hay del Eque va a ir a comer[548]?. Los sibaritas[549] hacían, al parecer, las invitaciones a las mujeres con un año de antelación, a fin de que tuvieran tiempo de preparar sus vestidos y adornos para ir al banquete[550]. Pero yo creo que la adecuada preparación del que quiere tomar parte debidamente en un banquete requiere más tiempo, puesto que es más difícil encontrar el adorno conveniente al carácter, que el adorno superfluo e inútil para el cuerpo. Efectivamente, un hombre inteligente no va a un banquete encaminándose hacia allí como si fuera un vaso vacío dispuesto a ser llenado, sino que va para hablar en serio o en broma, para escuchar y decir aquellas cosas que la ocasión exige a lps asistentes, si es que ellos quieren encontrarse a gusto junFtos[551]. Sin duda un plato poco apetitoso[552] puede ser rechazado, y si el vino es de mala calidad, se puede recurrir al agua, pero un comensal que produce dolor de cabeza, que es pesado y grosero, es capaz de destruir y estropear el placer de cualquier vino, de cualquier clase de comida y de cualquier mujer cantante[553], y ni siquiera es posible vo148Amitar tal desagrado, sino que para algunas personas la mutua antipatía puede durar toda la vida y quedar como un mal sabor de boca, cuando la insolencia o el enfado han surgido por causa del vino.

»Por ello, muy acertadamente, Quilón, cuando fue ayer invitado, no quiso aceptar hasta conocer los nombres de cada uno de los invitados, pues dijo que los que están obligados a navegar o hacer la guerra tienen que soportar al compañero de navegación o de campana insensato; pero que el aceptar compartir el banquete con unos comensales elegidos al azar es propio de un hombre poco inteligente. La momia, que los egipcios solían, con buen juicio, colocar y mostrar a los comensales en los banquetes para recordarles que pronto ellos serían como ella[554], a pesar de que llega como un invitado desagradable e intempestivo, sin embargo aporta alguna ventaja, si impulsa a los coBmensales no a la bebida y al placer, sino a la amistad y al afecto mutuo y los exhorta a no hacer una vida, que es muy corta por el tiempo, larga por sus malas acciones».

3

Ocupados, en el camino, en estas conversaciones, llegamos a la casa[555]. Tales no quiso bañarse, pues nos habíamos untado el cuerpo de aceite. Por eso, saliendo, contemplaba las pistas, las palestras[556] y el parque, profusamente decorado, a lo largo del litoral; no porque estuviera impresionado de semejantes cosas, sino para que no pareciera que él desdeñaba y despreciaba las muestras de ostenCtación de Periandro. De los otros, al que se había untado ya de aceite o lavado, los criados lo conducían a través del pórtico a la sala reservada a los hombres[557]. Anacarsis estaba sentado en el pórtico y, delante de él, de pie, estaba una jovencita que con sus manos le peinaba los cabellos. A ésta, que se dirigió corriendo hacia él con toda libertad, la abrazó Tales y, riéndose, dijo: «Embellece de tal forma a nuestro huésped, para que no parezca, a pesar de ser muy civilizado, un hombre terrible y salvaje».

Al preguntarle yo quién era aquella niña, me respondió: «¿No conoces a la sabia y famosa Eumetis? En realidad, ése es el nombre que le dio su padre pero la mayoría de la gente la llama Cleobulina por su padre[558]». Y Nilóxeno dijo: «Sin duda, tú alabas de la muchacha su sagacidad Dpara los enigmas y su sabiduría —añadió—, pues algunos de los problemas por ella planteados han llegado hasta Egipto». «No, yo al menos no lo creo así —dijo Tales—, pues ella los emplea, cuando se le ocurre, jugando con ellos, como si fueran tabas, y los lanza a aquéllos con los que se encuentra. Pero también posee una admirable sensatez, una inteligencia política y una forma de pensar filantrópica y ha hecho de su padre un gobernante más amable y solidario con sus súbditos». «Ciertamente —dijo Nilóxeno—, uno lo nota cuando ve su sencillez y su franqueza. Mas ¿por qué causa cuida con tanto cariño de Anacarsis?». «Porque es un hombre prudente y sabio —contestó Tales—, y le ha enseñado generosa y animosamente el modo de viEvir y los ritos purificadores que usan los escitas con sus enfermos. Y ahora creo que ella lo cuida y trata con cariño porque mientras conversa con él está adquiriendo nuevos conocimientos».

Cuando ya estábamos cerca de la sala del banquete, nos encontramos a Alexídemo[559] el milesio (era hijo natural del tirano Trasíbulo). Salía en un estado de gran agitación y hablando con gesto airado consigo mismo, sin que pudiéramos entender lo que decía. Cuando vio a Tales, reponiéndose un poco y recobrando la calma, dijo: «¡Qué injuria ha cometido Periandro contra nosotros[560]! FPues no me permitió embarcarme, cuando estaba a punto de hacerlo, pidiéndome que me quedara para el banquete; pero, cuando llegué, me asignó un lugar deshonroso, prefiriendo a eolios e insulares (¿y a quiénes no?) antes que a Trasíbulo, pues es evidente que ha querido insultar y humillar en mi persona a Trasíbulo, que ha sido el que 149Ame ha enviado, para mostrar su desdén hacia él». «Entonces —dijo Tales—, ¿así como los egipcios dicen que los astros[561] según ocupen un lugar muy alto o uno muy bajo en sus revoluciones se hacen mejores o peores de lo que ellos eran antes, del mismo modo tú también temes que el obscurecimiento o una situación de inferioridad se producirán a causa del lugar que te asignaron? También tú serás peor que aquel lacedemonio[562] que, colocado por el director en el último lugar del coro, dijo: ‘Muy bien, has encontrado cómo convertir este lugar en un sitio honroso’. Cuando ocupamos un sitio —continuó Tales— no debemos fijarnos detrás de quiénes estamos sentado, sino cómo podemos compenetrarnos con los que están sentados a nuestro lado, buscando o, más bien, encontrando en seguida en nosotros mismos un comienzo y una coyuntura para la amistad: el no mostrarnos disconformes, sino manifesBtar satisfacción por estar sentados junto a personas como éstas, pues quien se queja del lugar que le ha sido adjudicado, se queja más del compañero de mesa que del que lo ha invitado, y se enemista con ambos». «Eso son palabras —dijo Alexídemo— y nada más que palabras. En realidad, observo que también vosotros, los sabios, buscáis el ser honrados», y, pasando delante de nosotros, se marchó. Entonces, Tales, dirigiéndose a nosotros que estábamos admirados de la conducta extraña de aquel hombre, nos dijo: «Es un raro y un extravagante por naturaleza, ya que, cuando todavía era un adolescente, un perfume muy caro que le habían llevado a Trasíbulo, echándolo en un gran recipiente y mezclándolo además con vino, se lo bebió todo, ganándose el odio en lugar de la amistad de Trasíbulo».C

Después de esto, acercándose un sirviente nos dijo: «Periandro te ruega a ti y también a Tales que, tomando a ese amigo vuestro[563], examinéis algo que acaban de traerle por ver si su nacimiento ha sido en vano o es un presagio y un prodigio. Él, en verdad, parece estar muy aturdido, ya que piensa que es una impureza y una infamia para su fiesta». Y, al mismo tiempo, nos conducía hacia un edificio de los que rodeaban el jardín. Allí, un joven, un pastor por las apariencias, todavía imberbe, pero de aspecto distinguido, abriendo su zurrón, nos enseñó una criatura nacida, según él, de una yegua. En la parte de arriba, hasta el cuello y los brazos, era de forma humana, y el Dresto del cuerpo el de un caballo, llorando con una voz parecida a la de los niños recién nacidos. Entonces, Nilóxeno volvió la mirada exclamando: «¡Dios nos valga[564]!». Tales contempló al joven durante largo tiempo, y después, sonriéndose (siempre acostumbraba a gastarme bromas a causa de mi profesión), me dijo: «Sin duda, Diocles, estás pensando organizar los ritos de purificación y dar ocupación a los dioses que preservan de los males, como si hubiera ocurrido algo terrible e importante». «¿Y por qué no? —le contesté—. En verdad se trata de un presagio de querella y discordia, y temo que alcance al matrimonio y a la descendencia[565], pues la diosa, antes de que se le haya podido aplacar la primera ofensa contra ella, nos la ha mostrado, como ves, por segunda vez». Sin dar ninguna resEpuesta, Tales se marchó riéndose. Al salimos al encuentro en la puerta Periandro y preguntarnos por lo que habíamos visto, Tales, dejándome y cogiéndolo de la mano, dijo: «Lo que ordena Diocles lo harás cuando tengas tiempo, pero mi consejo es que o no emplees a hombres tan jóvenes para guardar tus caballos, o proporciónales mujeres». Me pareció que Periandro, al escuchar sus palabras, disfrutó mucho, pues se echó a reír y, cogiendo a Tales entre sus brazos, lo abrazó cordialmente. Y aquél dijo: «Creo, Diocles, que el presagio se ha cumplido, pues ya Fves qué desgracia nos ha sucedido: Alexídemo no quiere comer con nosotros».

4

Cuando ya habíamos entrado, Tales hablando en voz más alta de lo habitual dijo: «¿Dónde está el lugar en donde aquel hombre, porque le habían colocado en él, se lamentaba?». Habiéndole sido mostrado el sitio y yendo hacia allí se reclinó[566] y nosotros a su lado, mientras él decía: «Yo hubiera incluso pagado por compartir la mesa con Árdalo». Árdalo era de Trecén[567], tocador de flauta y sa150Acerdote de las Musas Ardalias, a las que Árdalo, el Viejo, también de Trecén, había consagrado un templo. Pero Esopo (pues, casualmente, había sido enviado hacía poco por Creso con una misión para Periandro, a la vez que al templo del dios en Delfos[568] y se hallaba presente, sentado en un asiento muy bajo[569], junto a Solón, que estaba situado en la parte de arriba) dijo: «Un mulo de Lidia[570], al ver la imagen de su figura en un río y admirado de la belleza y la grandeza de su cuerpo, deseó correr como un caballo, echando hacia atrás sus crines. Mas, en seguida, al darse cuenta de que era hijo de un asno, detuvo rápidamente su galope y abandonó sus relinchos y su fogoBsidad[571]». Y Quilón con su lenguaje lacónico[572] dijo: «También tú eres lento y sigues los pasos del mulo[573]».

Después de esto, entró Melisa y se recostó[574] junto a Periandro, y Eumetis se sentó junto a ***[575] para cenar. Y Tales, dirigiéndose a mí, que estaba situado más arriba de Bías, dijo: «¿Por qué, Diocles, no le dijiste a Bías que había llegado el extranjero de Náucratis con nuevas cuestiones del faraón para él, para que, mientras está sobrio y con juicio, pueda comprender lo que diga?». Y Bías dijo: «Éste hace tiempo que me atemoriza, anunciándome esas cosas, pero yo sé que Dioniso no sólo es formidable en otras cosas, sino que también es llamado Lysios[576] por su sabiCduría, de tal forma que no temo, estando lleno de dios[577], no tener ánimo para enfrentarme a esa lucha». Tales cosas se decían aquellos hombres, bromeando unos con otros, mientras cenaban. Y a mí, al ver que la cena era más frugal que de costumbre, me vino a la mente pensar que la hospitalidad y la invitación a hombres sabios y buenos no añadía ningún gasto, sino que mas bien los restringía, al suprimir la excesiva elaboración de los alimentos, los ungüentos extranjeros, las golosinas y el derroche de vinos caros, de los cuales regularmente hacía uso Periandro por su posición de tirano, por su riqueza y sus circunstancias[578]. Sin embargo, en aquella ocasión, ante aquellos hombres, hizo alarde de frugalidad y moderación en los alimentos. En efecto, no sólo eliminaba y ocultaba el adorno de las Dotras cosas, sino también el adorno de su mujer, y hacía que se mostrara adornada con sencillez y moderación.

5

Después de haber sido levantadas las mesas y haber sido repartidas las coronas por Melisa, nosotros hicimos las libaciones, y la flautista, tras tocar brevemente para nuestras libaciones[579], se retiró de en medio. Árdalo, entonces, dirigiéndose a Anacarsis, le preguntó si había flautistas entre los escitas[580]. Él al momento respondió: «Ni tampoco viñedos[581]». Y cuando Ardalo dijo de nuevo: «Pero dioses al menos tienen los escitas». «Ciertamente —contestó—, dioses que entienden la lengua de los hombres, no como los griegos, que, aunque creen que hablan mejor que los Eescitas, sin embargo piensan que los dioses escuchan con más placer los sonidos de los huesos y de la madera». Entonces dijo Esopo: «¡Si supieras, amigo, que ahora los que hacen flautas, tras haber abandonado los huesos de los cervatillos, emplean los de los asnos y dicen que suenan mejor!». Por eso, también Cleobulina habló en enigmas refiriéndose a la flauta frigia:

Un asno muerto me golpeó los oídos con una tibia huesuda[582],

de tal forma que nos admiramos de que un asno, que por lo demás es el animal más obtuso y menos musical, proporcione el hueso más fino y musical[583]. Y Nilóxeno dijo: «Estas cosas, en verdad, también nos las echan en cara Fa nosotros en Náucratis[584] los busiritas[585], pues nosotros usamos ya los huesos de asno para las flautas. Pero para ellos resulta también un acto impío escuchar la trompeta, porque suena igual que el rebuzno de un asno. Y sabéis, por cierto, que el asno es despreciado por los egipcios a causa de Tifón[586]».

6

Habiéndose hecho el silencio, Periandro, viendo que Nilóxeno quería comenzar su discurso, pero que no se atrevía, dijo: «Yo, en verdad, amigos, alabo las ciudades y 151Agobiernos que, en primer lugar, atienden a los extranjeros y, después, a sus ciudadanos; también ahora soy del parecer de que dominemos por un poco tiempo nuestras palabras, puesto que están, por así decirlo, en su país y son bien conocidas, y demos entrada, como en una asamblea, a aquellas noticias reales de Egipto que nuestro gran amigo Nilóxeno ha venido a traer a Bías y que Bías quiere examinar en común con nosotros». Y Bías dijo: «¿Dónde y con quiénes podría uno arriesgarse más resueltamente, si es que es necesario, a tales respuestas, sobre todo si el rey ha ordenado empezar por mí y que la pregunta pase a todos vosotros?». Así pues, Nilóxeno le fue a entregar la carta, pero él le rogaba que, abriéndola, la leyera delanBte de todos. El escrito tenía el contenido siguiente: «AMASIS, REY DE LOS EGIPCIOS[587], LE DICE A BÍAS, EL MÁS SABIO DE LOS GRIEGOS: El rey de los etíopes está haciendo conmigo un concurso de sabiduría[588]588. Habiendo sido vencido en todas las demás pruebas, me ha propuesto una tarea extraordinaria y terrible, ya que me ha ordenado beber el mar hasta la última gota[589]. Si la soluciono, recibiré muchas ciudades y pueblos de su reino y si no la soluciono me tendré que retirar de las que hay alrededor de Elefantina[590]. Así pues, examinada la pregunta, envíame al punto de vuelta a Nilóxeno. Y las cosas que deban recibir de mí tus amigos o tus conciudadanos, no encontrarán impedimento alguno por mi parte». Después de haber sido leído Ceste escrito, no se tomó Bías mucho tiempo, sino que, tras hacer unas breves reflexiones consigo mismo y después de dirigirle unas breves palabras a Cleóbulo, que estaba sentado a su lado, dijo: «¿Qué dices, ciudadano de Náucratis, reinando Amasis sobre tantos hombres y siendo dueño de un país tan hermoso, estaría dispuesto a beberse todo el mar a cambio de unos pueblos insignificantes y pobres?». Nilóxeno, riéndose, le contestó: «Ya que está decidido a ello, oh Bías, examina tú la posibilidad de realizarlo». Entonces, Bías le respondió que le dijera al rey etíope que contuviera los ríos que van a parar al océano, hasta que Dél se hubiera bebido el mar, tal como está ahora, pues la prueba se refiere a este mar y no al que habrá después.

Cuando Bías hubo dicho estas palabras, Nilóxeno, lleno de alegría, se abalanzó a abrazar y besar a Bías y, habiendo alabado la respuesta los demás y habiéndola aceptado, Quilón, riéndose, dijo: «Ciudadano de Náucratis, antes de que el mar desaparezca, por haber sido bebido hasta la última gota, haciéndote a la mar, comunica a Amasis que no busque cómo terminar con tan gran cantidad de agua salada, sino, más bien, cómo hacer su gobierno potable y dulce[591] para sus súbditos, pues Bías es el más hábil y el mejor maestro sobre estos asuntos, los cuales, si Amasis los aprende, no necesitará ya una jofaina dorada para lavarse los pies[592] frente a los egipcios, sino que todos Ele servirán y amarán, porque es bueno, aunque fuera de origen diez mil veces más humilde que lo es ahora». «En efecto, sería justo —dijo Periandro— que todos nosotros, ‘hombre por hombre’, como dijo Homero[593], trajéramos para enviárselos al rey regalos de esa clase, pues para él lo accesorio del cargamento sería de más valor que la mercancía[594] y para nosotros extraordinariamente provechoso».

7

Así pues, después que Quilón dijera que era justo que Solón comenzara la disertación, no sólo porque aventajaba a todos por la edad[595] y estaba casualmente sentado el primero, sino porque ejercía el poder más elevado y perfecto por haberles dado a los atenienses sus leyes, FNilóxeno quedamente me dijo: «Diocles, es frecuente que relatos completamente falsos sean creídos, y el pueblo se alegra inventando él mismo historias desagradables sobre los sabios y recibiéndolas de buena gana de otros. Así, por ejemplo, nos llegó a nosotros a Egipto la noticia de que Quilón había roto su amistad y hospitalidad con So152Alón, porque Solón había dicho que las leyes son cambiables». Yo le contesté: «Esa historia es ridícula, ya que, entonces, sería necesario rechazar en primer lugar a Licurgo y sus leyes, por haber cambiado toda la constitución de los lacedemonios[596]». En ese momento, Solón, tras una breve pausa, dijo: «A mí me parece que un rey y un tirano serían, sobre todo, famosos si establecieran para sus ciudadanos una democracia en sustitución de una monarquía». Y Bías, en segundo lugar dijo: «Si adaptara su conducta a las leyes de su patria». Y, a continuación, Tales dijo que él pensaba que la felicidad de un gobernante residía en esto, en morir anciano de muerte natural. En cuarto lugar, Anacarsis dijo: «Si no fuera el único sabio». El quinto, Cleobulo: «Si no confiaba en ninguno de los Bque le rodeasen», y, en sexto lugar, Pitaco: «Si el gobernante conseguía que sus súbditos sintiesen miedo no de él, sino por él[597]». Después de éste, Quilón dijo que el gobernante no debe tener pensamientos mortales, sino todos inmortales[598]. Tras haber sido expuestas estas opiniones, le pedimos nosotros a Periandro que también él dijera algo[599]. Y él, algo disgustado y frunciendo el ceño, dijo: «En verdad yo encuentro que casi todas las opiniones expuestas apartan al hombre sensato del gobierno». Y Esopo, como en tono de reproche, dijo: «Deberíais, realmente, cumplir estas cosas en vosotros mismos y no convertiros, mientras decís que sois consejeros y amigos, en censores Cde los gobernantes». Solón, tocándole la cabeza con la mano y sonriendo, le preguntó: «¿No te parece que uno haría al gobernante más moderado y al tirano más razonable si les convenciera de que es mejor no gobernar que gobernar?».

«Mas, ¿quién te iba a obedecer, contestó Esopo, en esto más que a la divinidad, que dijo, según el oráculo que te dirigió:

Bienaventurada la ciudad que sólo escucha a un solo heraldo[600]?».

«Realmente —dijo Solón—, ahora los atenienses escuchan a un solo heraldo y a un solo gobernante, la ley, ya que tienen un régimen democrático. Tú eres diestro para entender a los cuervos y a los grajos[601], pero no comprendes Dbien la voz de la divinidad, sino que crees que, según la divinidad, obra mejor la ciudad que escucha a un solo gobernante, en cambio piensas que la virtud de un banquete estriba en que todos discutan y sobre todos los temas». «En verdad —dijo Esopo—, tú no has dado todavía ninguna ley que prohíba que los siervos se emborrachen, del mismo modo que has escrito una ley que dice que, en Atenas, los esclavos no deben amar[602] ni frotarse en seco con aceite[603]». Entonces, Solón se echó a reír, y Cleodoro, el médico, dijo: «Pero el frotarse en seco con aceite es semejante a hablar empapado en vino, ya que ambas cosas resultan muy agradables». Y Quilón, respondiéndole, dijo: «Por eso, precisamente, uno se ha de alejar de ello[604]». Y de nuevo dijo Esopo: «Por cierto, Tales pareció decir que él desearía[605] envejecer lo más rápidamente posible».

8E

Periandro, echándose a reír, dijo: «Nosotros estamos sufriendo el castigo merecido, porque, antes de haber terminado con todos los temas propuestos por Amasis, hemos venido a hablar de otros. Lee, Nilóxeno, el resto de la carta y aprovéchate de estos hombres que están aquí reunidos». Nilóxeno dijo:

«En verdad, a la cuestión del etíope no se la podría llamar de otra manera que ‘mensaje lamentable’[606], como dice Arquíloco[607], pero tu amigo Amasis es más civilizado en tales temas y más culto, pues le ordenó al rey etíope que le nombrara la cosa más vieja, la más hermosa, la más granFde, la más sabia y la más común y, por Zeus, además de éstas, la más útil, la más perjudicial, la más poderosa y la más fácil». «¿Acaso dio el rey etíope una respuesta y una solución a cada una de estas preguntas?». «A su manera —contestó Nilóxeno—, mas, después de escucharlas, juzgad vosotros mismos. El rey, en efecto, pone mucho cuidado para no ser cogido impugnando falsamente las res153Apuestas, pero si el que responde de alguna manera se equivoca en éstas, no lo deja pasar sin refutarlo. Os voy a leer a vosotros cómo contestó. ¿Qué es lo más viejo? ‘El tiempo.’ ¿Qué es lo más grande? ‘El mundo.’ ¿Qué es lo más sabio? ‘La verdad.’ ¿Qué es lo más hermoso? ‘La luz.’ ¿Qué es lo más común? ‘La muerte.’ ¿Qué es lo más útil? ‘La divinidad.’ ¿Qué es lo más perjudicial? ‘El espíritu del mal’[608]. ¿Qué es lo más poderoso? ‘El destino.’ ¿Qué es lo más fácil? ‘El placer’.»

9

Tras ser leídas estas respuestas, oh Nicarco[609], habiéndose producido de nuevo un silencio, Tales preguntó a Nilóxeno si Amasis había admitido las respuestas. Habiéndole contestado aquél que había aceptado algunas y que con Botras se había enojado, dijo Tales: «En verdad, ninguna hay que sea irrefutable, sino que todas contienen grandes errores y muestras de ignorancia. Por ejemplo, el tiempo, ¿cómo puede ser el más viejo, si una parte suya es pasado, otra presente y otra futuro[610]?. Efectivamente, el tiempo que vendrá después de nosotros parecerá más joven que las cosas y hombres de ahora. Y pensar que la verdad es sabiduría, en nada se diferencia, en mi opinión, de declarar que la luz es el ojo[611]. Si pensaba que la luz es bella, como lo es, ¿cómo pasó por alto al propio sol? De las otras respuestas, la relativa a los dioses y a los espíritus Cdel mal es arriesgada y peligrosa, y la relativa al destino es absurda, ya que no cambiaría tan rápidamente si fuera el más poderoso y el más fuerte de todas las cosas. Ni tampoco la muerte es lo más común, pues no lo es para los vivos[612]. Mas para que no parezca que estamos criticando las respuestas de los otros, pongamos nuestras propias opiniones junto a las de aquél. Yo me ofrezco a que, si quiere Nilóxeno, me pregunten a mí primero por cada una de ellas».

Así pues, tal y como se produjeron entonces, también yo ahora expondré minuciosamente las preguntas y las respuestas[613]: «‘¿Qué es lo más viejo?’ ‘La divinidad —dijo Tales—, pues no tiene principio.’ ‘¿Qué es lo más grande?’ ‘El espacio, pues el universo contiene todas las otras cosas, pero aquél contiene al universo.’ ‘¿Qué es lo más Dhermoso?’ ‘El universo, pues todo lo que existe según un orden[614] es parte de él.’ ‘¿Qué es lo más sabio?’ ‘El tiempo, pues él ha encontrado ya unas cosas y otras las encontrará.’ ‘¿Qué es lo más común?’ ‘La esperanza, pues incluso en los que nada tienen ella está presente.’ ‘¿Qué es lo más útil?’ ‘La virtud, pues a través de un uso correcto de las demás cosas las hace también útiles.’ ‘¿Qué es lo más perjudicial?’ ‘La maldad, pues con su presencia hace daño también a lo bueno.’ ‘¿Qué es lo más poderoso?’ ‘La necesidad, pues es invencible.’ ‘¿Qué es lo más fácil?’ ‘Lo que es conforme a la naturaleza, porque muchas veces la gente se cansa de los placeres’.»

10

Después que todos estuvieron de acuerdo con Tales, Cleodoro dijo: «Semejantes preguntas y respuestas son Eadecuadas a los reyes, pero el bárbaro que exhortó a Amasis a beber el mar merecería recibir aquella breve respuesta que Pítaco[615] dio a Aliates, cuando éste les escribió y mandó a los lesbios una orden orgullosa. No le respondió nada, sino que le aconsejaba que comiera cebollas y pan caliente[616]». Interrumpiéndole, entonces, Periandro, dijo: «Sin embargo también los antiguos griegos tenían la costumbre, oh Cleodoro, de plantearse cuestiones de esa clase unos a otros. Así, se dice que los más famosos sabios de entonces se reunieron en Calcis[617] para los funerales de AnfidaFmante[618]. Era Anfidamante un guerrero, que, tras haber causado muchas dificultades a los eretrios[619], había muerto en las luchas por Lelanto[620]. Pero, como los poemas compuestos por los poetas hacían difícil y dudosa la resolución por su rivalidad, y la fama de los contendientes, [Homero y Hesíodo,] causaba a los jueces gran perplejidad, a la vez que les infundían respeto, se refugiaron en 154Apreguntas de este tipo, y Lesques[621], según se cuenta, propuso ésta:

‘Canta, oh Musa, aquellas cosas que no han sucedido antes ni sucederán después’».

Y Hesíodo contestó improvisando:

‘Cuando alrededor de la tumba de Zeus los caballos de retumbantes cascos

rompieron los carros, ansiosos por la victoria’[622]».

Y se dice que por esta respuesta, habiendo causado una gran admiración, ganó[623] el trípode[624]». «¿En qué se diferencian estas cosas —dijo Cleodoro— de los enigmas de Eumetis? Quizás no es vergonzoso que ésta, mientras juega y trenza, como otras muchachas, cinturones y redecillas, Bproponga esos enigmas [a las mujeres], pero es ridículo que hombres sensatos los tomen en serio». Eumetis, que seguramente le hubiera contestado algo gustosamente, según parecía, se contuvo por vergüenza y sus mejillas se colorearon de rubor. Pero Esopo, como queriéndola defender, dijo: «¿No es acaso más ridículo no saber resolverlas? Examinad, por ejemplo, el enigma que nos propuso antes de la cena:

‘He visto a un hombre echando bronce con fuego sobre un hombre[625].

¿Podrías decirnos qué es esto?». «No lo sé ni necesito saCberlo», respondió Cleodoro. «Y, sin embargo, nadie —dijo Esopo— sabe esto más perfectamente que tú ni lo hace mejor, y si lo niegas, tengo como testigos a las sicionias[626]». Entonces, Cleodoro se echó a reír; en efecto, de los médicos de su tiempo era el que más usaba las ventosas, y este remedio adquirió fama gracias a él.

11

Mnesífilo[627], el ateniense, que era compañero y admirador de Solón, dijo: «Yo creo conveniente, oh Periandro, que la conversación no debe repartirse, como el vino, de acuerdo con la riqueza o el linaje, sino a todos a partes iguales, como en la democracia, y debe ser un bien común. De las cosas que se han dicho hace un momento sobre el poder y la realeza no participamos nosotros que vivimos en un régimen democrático. Por lo cual creemos que es Dnecesario que, de nuevo, cada uno de vosotros dé también su opinión sobre el gobierno igualitario[628], empezando una vez más por Solón». Y se resolvió hacer esto. Solón, en primer lugar, dijo: «Pero tú, oh Mnesífilo, como todos los atenienses, has oído la opinión que yo tengo sobre la forma de gobierno, mas, si quieres oírla de nuevo, aquí la tienes: ‘Me parece que obra perfectamente y conserva mejor que nada la democracia la ciudad en la que las personas que no han sufrido injusticia alguna no menos que el que la ha sufrido persiguen al malhechor y lo castigan’[629]». En segundo lugar, Bías dijo que la mejor democracia es aquella en la que todos temen a la ley como a un tirano. Después de éste, Tales dijo que la que no tiene Eciudadanos ni demasiado ricos ni demasiado pobres. A continuación de éste, Anacarsis dijo que aquélla en la que, siendo consideradas las demás cosas iguales, lo mejor se define por la virtud y lo malo por el vicio. Cleóbulo, en quinto lugar, dijo que es sensato un pueblo donde los gobernados temen más la censura que la ley. El sexto, Pitaco, donde no es posible a los malos gobernar y a los buenos no gobernar.

Quilón[630], dándose la vuelta, opinó que la mejor forma de gobierno es aquella que escucha, principalmente, la leyes y, mínimamente, a los oradores. El último, Periandro, de nuevo, con una observación final, dijo que a él le parecía que todos alababan una democracia Fque se parecía mucho a una aristocracia[631].

12

Cuando también esta discusión había llegado a su fin, yo les pedí a estos hombres que nos dijeran de qué forma se ha de gobernar una casa. Ya que, en efecto, pocos tienen la ocasión de gobernar reinos y estados, pero todos nosotros tenemos un hogar y una casa. Entonces, Esopo, riéndose, dijo: «No todos, si entre ese todos incluyes a 155AAnacarsis[632], pues éste no sólo no tiene casa, sino que se enorgullece de no tenerla y de usar un carro, de la misma manera que el sol, según dicen, recorre su órbita, ocupando unas veces una región del cielo y otras veces otra». «Y precisamente por esto —dijo Anacarsis—, él es, sólo o en mayor grado, entre los dioses libre y autónomo[633], y lo gobierna todo y no es gobernado por nadie, sino que reina y lleva las riendas. Tú te has olvidado de cuán maravilloso y admirable es su carro por su hermosura y por su tamaño, ya que, de lo contrario, no lo habrías comparado, bromeando entre risas, con los nuestros. Pero me parece, Esopo, que tú piensas que una casa son estos techos de barro, de madera y de arcilla, como si creyeras Bque el caracol es la envoltura y no el animal que vive dentro[634].

»Así pues, con toda razón te hizo reír Solón, cuando, después de contemplar la morada de Creso, adornada lujosamente, no decidió, al punto, que su dueño llevaba una vida feliz y bienaventurada, ya que deseaba contemplar los bienes que había dentro de él más que los bienes que lo rodeaban[635]. Pero tú parece que no te acuerdas de la zorra de tu fábula[636]. Ella, en efecto, habiéndose puesto a discutir sobre la variedad de los colores de su piel con una pantera, pidió al juez que mirase con cuidado en su interior, Cpues allí ella se le mostraría más ingeniosa[637]. Tú vas inspeccionando los trabajos de los carpinteros y canteros, pensando que son como una casa, y no el interior de cada uno y sus propiedades, sus hijos, su matrimonio, sus amigos y sus criados, con los que, aunque sea en un hormiguero o en un nido, si son sensatos y prudentes en la participación de las cosas que tienen, habitan una casa honrada y feliz. Así pues, yo —dijo— le contesto estas cosas a Esopo y le hago esta contribución a Diocles. Es conveniente que cada uno de los otros manifieste su propia opinión». Solón, entonces, dijo que, según su opinión, la casa mejor era aquella donde las riquezas se adquirían sin injusticia, se guardaban sin desconfianza y se gastaban sin arrepentiDmiento[638] Bías dijo: «Aquélla en la que el dueño de la casa es por sí mismo del mismo carácter que lo es fuera por causa de la ley», y Tales: «Aquélla en la que le sea posible al dueño de la casa disfrutar del mayor descanso», y Cleobulo: «Si el dueño de la casa tiene más gente que lo quiera que que lo tema». Y Pitaco dijo: «La casa mejor es la que no necesita nada de lo superfluo ni le falta nada de lo necesario». Y Quilón dijo que es necesario, sobre todo, que una casa se parezca a un Estado gobernado por un rey. A continuación añadió que también Licurgo, a uno que le aconsejaba establecer una democracia en la ciudad, le dijo: «Primero establece en tu casa una democracia[639]».

13

Cuando también esta discusión había llegado a su fin, salió Eumetis con Melisa y, habiéndose bebido Periandro una gran copa, que pasó a Quilón y éste a Bías[640], ÁrdaElo, levantándose y dirigiéndose a Esopo, le dijo: «¿No podrías pasarnos hacia aquí tu cubilete, ya que estás viendo que éstos se están pasando entre ellos su copa como si fuera la copa de Baticles[641] y no permiten que otro participe?». Y Esopo contestó: «Esta copa no parece que sea democrática, pues permanece todo el tiempo únicamente con Solón». Entonces, Pitaco, dirigiéndose a Mnesífilo, le preguntó por qué no bebía Solón, ya que estaba contradiciendo aquellos versos suyos, en los que ha escrito:

Ahora me son queridas las obras de Cipris[642], de DioFniso y de las Musas, que proporcionan alegría a los hombres[643].

Adelantándose a los otros, Anacarsis dijo: «Te tiene miedo, a ti y a aquella ley severa[644], en la que decretaste: ‘Si uno en estado de embriaguez comete algún delito, su castigo será el doble del que lo cometa estando sobrio’.» Y Pitaco dijo: «Tú te insolentaste tanto contra su ley que el año pasado en casa de Labis de Delfos[645], después de emborracharte, pediste también como premio una corona.». 156A«Si habían sido ofrecidos premios —dijo Anacarsis— para aquel que tomara mayor cantidad de bebida, ¿por qué no iba a pedir yo la recompensa, habiéndome emborrachado el primero? O explicadme vosotros cuál puede ser el fin de beber mucho vino que no sea el de emborracharse». Habiéndose reído Pitaco, Esopo contó la siguiente fábula[646]: «Un lobo, al ver a unos pastores que estaban comiendo una oveja en su cabaña, acercándose dijo: ‘¡Qué grande sería vuestra turbación, si yo hiciera esto!’». Y Quilón dijo: «Se ha vengado muy bien Esopo, al que poco antes no le hemos dejado hablar, viendo ahora, a continuación, que los otros han dejado con la palabra en la boca a Mnesífilo». A Mnesífilo, en efecto, se le había pedido una respuesta a favor de Solón, y Mnesífilo dijo: «Yo afirmo, porque lo sé, que a Solón le parece que el objeto Bde todo arte y actividad, tanto humana como divina, es más lo que se ha producido que aquello a través de lo cual algo se produce y el fin antes que las cosas que han llevado a ese fin[647]. En realidad, un tejedor, creo yo, tendrá por obra suya más el vestido y el manto que la disposición de la trama sobre los rodillos y la tensión de los contrapesos[648]; un herrero, la soldadura del hierro y el temple de un hacha, antes que las cosas que son necesarias para eso, como el encendido de los carbones o la preparación del polvo de mármol[649]. Y aún más se enfadaría con nosotros un arquitecto, si afirmásemos que el objeto de su trabajo no es una nave o una casa, sino el perforar maderas y el amasar el barro. Y las Musas mucho más, si creyéCramos que su trabajo son la cítara y las flautas, y no el educar los caracteres y apaciguar las pasiones de aquellos que usan de sus melodías y armonías[650].

»Ni por la misma razón son obra de Afrodita el trato y la unión carnal, ni de Dioniso la embriaguez y el vino, sino la bondad, el amor, el trato y las relaciones de unos con otros, que ellos infunden en nosotros a través de esas cosas. En efecto, a estas obras las llama Solón divinas y estas cosas, dice, son las que él ama y persigue sobre todo ahora que ha llegado a viejo. Afrodita es la autora de la concordia y de la amistad entre los hombres y las mujeres, pues con sus cuerpos, a través del placer, junta a la vez y une sus almas[651]. Y a muchos, que no son amigos ni Ddemasiado conocidos, Dioniso, suavizando y templando sus caracteres con el vino[652] como en el fuego, les procura el comienzo de una unión y una amistad entre ellos. Pero, cuando unos hombres como vosotros, a los que Periandro ha invitado, se reúnen, no hay necesidad, creo yo, de copa ni de cazo, sino que las Musas, poniendo en medio de vosotros la palabra como una cratera de sobrio contenido, en la que hay gran cantidad de placer, a la vez que broma y seriedad[653], suscitan, fomentan y reparten con ello amabilidad, dejando que el cazo permanezca quieto la mayor parte del tiempo ‘en la parte superior de la cratera’, Ealgo que Hesíodo[654] hubiera prohibido en reuniones de hombres más capaces de beber que de dialogar. En efecto, yo sé, dijo que a las plegarias antes de beber llamaban***[655] entre los antiguos hacer libaciones, bebiendo cada uno, como dijo Homero[656], vino ‘repartido’ y medido, así como dando después al vecino una porción de carne[657]». Después que Mnesífilo hubo dicho estas cosas, el poeta Quersias[658] (hacía poco, en efecto, que había conseguido el perdón y se había reconciliado con Periandro por mediación de Quilón) dijo: «¿Entonces les daba Zeus a los dioses, Fcomo Agamenón a los nobles, la bebida medida cuando, banqueteándose junto a él, bebían unos junto a otros?». Cleodoro entonces le contestó: «Oh Quersias, si como decís vosotros[659], ciertas palomas le proporcionan a Zeus la ambrosía[660], volando peligrosamente y con fatiga sobre las Rocas Errantes[661], ¿no crees que para él también el néctar es escaso y difícil de adquirir, de tal forma que, 157Aadministrándolo, es ahorrativo y lo reparte a cada uno con cuidado?».

14

«Quizá —dijo Quersias—, pero, ya que la discusión versa de nuevo sobre el gobierno de la casa, ¿quién de vosotros nos querría hablar de algo que ha sido pasado por alto? Resta, según mi opinión, el adquirir una cierta medida de la propiedad, que sea adecuada y suficiente en sí misma». «Pero a los sabios —dijo Cleobulo— la ley les proporciona ya la medida, en cambio a los insensatos les contaré una historia que mi hija contaba a su hermano. Decía que la luna pedía a su madre que le tejiese una túnica a su medida. Pero ella le dijo: ‘¿Cómo te la voy a tejer a tu medida? Ahora te estoy viendo llena, pero en otro momento en cuarto creciente y más tarde en cuarto menBguante’. Del mismo modo, querido Quersias, para el hombre imprudente y malo no existe medida alguna de la propiedad, pues para sus necesidades unas veces es una, otras veces es otra, según los deseos y las ocasiones, como el perro de la fábula de Esopo[662], el cual, cuenta éste que, en invierno, encogido y tiritando de frío, pensaba hacerse una casa, pero, al llegar de nuevo el verano y al dormir otra vez extendido, se veía demasiado grande y, por tanto, no creía que fuera una tarea necesaria ni tampoco pequeña construirse alrededor una casa tan grande. Pues ¿no ves —dijo—, oh Quersias, que también los pobres, unas veces, se limitan perfectamente a sí mismos a las cosas humildes, como para vivir estrechamente y a la manera espartana, Cy, otras veces, creen que se van a morir de hambre si no tienen las riquezas de todas las personas privadas y las de todos los reyes?». Como Quersias guardaba silencio, Cleodoro respondiéndole dijo: «Pero también vemos que vosotros, los sabios, tenéis repartidas las riquezas unos con respecto a los otros en proporciones desiguales». A esto contestó Cleobulo: «La ley, en verdad, oh el mejor de los hombres, como un sastre, proporciona a cada uno de nosotros lo que le conviene, lo apropiado y lo que le corresponde[663]. También tú, alimentando, tratando y dando medicamentos con tus prescripciones, igual que la ley, a tus enfermos no les recetas lo mismo a todos, sino a cada uno lo que le conviene[664]». Contestándole, dijo Árdalo: «¿AcaDso también a Epiménides[665], vuestro compañero y huésped de Solón, le prohíbe alguna ley apartarse de los otros alimentos y, llevándose a la boca un pequeño trozo de ese producto contra el hambre que él mismo fabrica, estar todo el día sin comer ni cenar?». Como la discusión llamase la atención de los comensales, Tales, en son de burla, dijo que Epiménides era una persona sensata, ya que no quería tener trabajo moliendo y cociendo el grano para él mismo, como Pitaco. «Yo —dijo—, estando en Éreso[666], oí a la mujer, en cuya casa me hospedaba, que cantaba junto al molino:

Muele, molino, muele,

pues también muele Pítaco,E

que es rey de la poderosa Mitilene[667]».

Solón dijo que le causaba admiración que Árdalo no hubiera leído la ley de la dieta de Epiménides, escrita en los versos de Hesíodo: «Es aquél, en efecto, el que en primer lugar le ha proporcionado a Epiménides los gérmenes para esa clase de alimentación, enseñándole a investigar

cuán grande utilidad hay en la malva y en el asfódelo[668]».

«¿Crees de verdad —dijo Periandro— que Hesíodo tuvo, alguna vez, en su mente algo parecido? ¿No crees que, por ser siempre un hombre que alababa la frugalidad, Fnos estaba recomendando los platos más sencillos y los más agradables? En efecto, la malva es buena para comérsela y dulce el tallo florido del asfódelo, pero esas cosas que quitan el hambre y la sed son más drogas que alimentos, y, según yo sé, están compuestas de miel, cierta clase de queso extranjero y toda clase de semillas de plantas difíciles de encontrar. ¿Cómo no decir, entonces, que en Hesíodo el ‘timón sobre el humo’ se encuentra y

que ojalá sean abolidas las labores de los bueyes

y de las mulas capaces de trabajar[669],

si fuera necesaria tanta preparación? Yo, Solón, me admi158Aro de que tu amigo extranjero, cuando hizo, hace poco, para los habitantes de Délos[670] una gran purificación, no haya notado que, junto a otras plantas sencillas y silvestres, llevadas al templo como recuerdo y señal del alimento primitivo, había malva y tallos floridos de asfódelo, cuya simplicidad y sencillez es probable que Hesíodo nos recomiende». «No solamente eso —dijo Anacarsis—, sino que también entre las otras plantas se las alaba a ambas sobre todo por su poder curativo». «Tienes toda la razón —dijo Cleodoro—, Hesíodo tenía, sin duda, conocimientos de medicina, pues es evidente que no habla con negligencia y sin experiencia sobre la dieta[671], de la mezcla del vino[672], Bdel valor del agua[673], del baño[674], de las mujeres[675], del tiempo propicio para la relación sexual[676] y del modo como se han de sentar a los recién nacidos[677]. Pero a mí me parece que Esopo se puede llamar a sí mismo discípulo de Hesíodo con más derecho que Epiménides. En efecto, su fábula del halcón y el ruiseñor[678] le ha proporcionado a aquél el origen de esa hermosa y variada sabiduría, expresada por múltiples lenguas. Mas yo escucharía con agrado a Solón, ya que es natural que él, habiendo estado viviendo con Epiménides en Atenas durante mucho tiempo, sepa por qué causa o empleando qué razonamientos llegó a un régimen tal».

15

Y Solón dijo: «¿Qué necesidad tenía yo de preguntarle eso a él? En realidad estaba claro que, de los bienes mayores y más importantes, el segundo es necesitar muy poco Calimento, ¿o no te parece a ti que el más grande y primero es no necesitar en absoluto alimento alguno[679]?». «De ningún modo —dijo Cleodoro—, a mí al menos no me lo parece, si puedo decir mi opinión, y sobre todo cuando tenemos aquí puesta una mesa, que, cuando se llevan la comida, la retiran a ella también, que es un altar de los dioses de la amistad y de la hospitalidad. Y así como Tales dice que, si se retira la tierra, la confusión se apoderará de todo el universo[680], del mismo modo la supresión de la comida es la destrucción de la casa, ya que con ella se destruirían el fuego sagrado, el hogar, las crateras, las recepciones de huéspedes, la comunicación más humana y la primera entre unos y otros, y, más aún, la vida entera, si realmente ésta es un paso del hombre por el tiempo, que se consume en una serie de trabajos[681], la mayoría Dde los cuales los provoca la necesidad y la preparación de la comida.

»Ciertamente sería terrible, amigo mío, también el hecho de que la agricultura, destruida juntamente con ella, nos dejase de nuevo la tierra fea y sucia, llena de bosque estéril y de ríos conducidos desordenadamente a causa de la inactividad del hombre. Desaparecerán juntamente con la agricultura todas las artes y los oficios, de los cuales es la iniciadora y la que proporciona a todos las bases y la materia, y no serán nada si ésta desaparece. Y se acabarán también las honras a los dioses, ya que los hombres se sentirán poco agradecidos hacia el Sol y aún menos hacia la Luna, si sólo es por su luz y su calor. ¿Dónde habrá un altar, dónde un sacrificio a Zeus, que envía la lluvia, a Démeter, que protege la labranza y a Posidón Nutricio? ¿Y cómo Dioniso será el Dispensador de favoEres, si no tenemos necesidad de ninguno de los que proporciona? ¿Qué sacrificios haremos o cuál será nuestra libación? ¿Qué primicias ofreceremos? Todo esto traerá la desaparición y la confusión de nuestros actos más importantes. Perseguir toda clase de placeres es tan completamente irracional como es totalmente estúpido huir de ellos. En efecto, el alma debe buscar otra clase de placeres más elevados, y para el cuerpo no hay otro placer más conveniente que el que procede de ser alimentado, lo cual ningún hombre ignora. Pues, sacándolo a la luz pública, todos los hombres participan unos con otros de las cenas y de la mesa, en cambio a los placeres de Afrodita se Ies pone Fdelante la noche y la profunda obscuridad, creyendo que participar de éstos abiertamente es vergonzoso y bestial[682], como el no participar de ellos»***[683]. Cuando Cleodoro dejó de hablar, contestándole dijo[684]: «No dices aquello de que también suprimimos el sueño, si eliminamos la co159Amida. Si no hay sueño, tampoco habrá sueños y se desvanecerá nuestra más antigua forma de adivinación. La vida será monótona y, en cierto modo, el cuerpo rodeará en vano al alma, pues la mayoría y las más importantes partes del cuerpo: lengua, dientes, estómago e hígado, proporcionan instrumentos para la nutrición. Ninguno, en efecto, es inactivo ni está ordenado a satisfacer ninguna otra necesidad, de tal forma que el que no necesita alimento tampoco necesita el cuerpo y esto sería lo mismo que no tener necesidad de sí mismo. Pues cada uno de nosotros vive con su cuerpo». «Nosotros, por tanto —dije yo—, hacemos estas contribuciones a la defensa del estómago, y si Solón o algún otro tiene algo por lo que criticarlas, lo escucharemos».

16B

»En efecto —dijo Solón—, no vayamos a parecer menos sensatos que los egipcios, los cuales, después de abrir el cadáver y de sacarle el estómago, lo exponen al sol; a continuación, arrojan ese órgano al río y dirigen sus atenciones hacia el resto del cuerpo, en la idea de que ya está purificado. En realidad, en él reside nuestra impureza de la carne[685] y su Tártaro, lleno, como el Hades[686], de terribles corrientes y de viento mezclado con fuego ardiente y con cadáveres. Ningún ser viviente se alimenta de otro ser viviente, sino que, al matar y destruir lo que vive y crece, que participa de la vida al alimentarse y crecer, estamos cometiendo una injusticia. Ya que lo que se transforma en otro es destruido por aquello de lo que él surge, y produce todo tipo de destrucción, para convertirse en Calimento del otro. El abstenerse de comer carne, como cuentan que hacía Orfeo[687], el antiguo, es más bien un sofisma que una forma de evitar las injusticias en relación con el alimento. La única huida y purificación es llegar a ser uno completamente autosuficiente y no necesitar de nada ni de nadie. Pero para los seres para los que la divinidad ha hecho imposible la salvación de uno sin el daño del otro, para ésos ha puesto en su naturaleza como un principio de injusticia. ¿Acaso no sería justo, amigo mío, con el fin de cortar la injusticia, cortar también los intestinos, el estómago y el hígado, que nunca nos proporcionan una sensación o deseo alguno de nada noble, sino que se parecen a los utensilios de cocina, a cuchillos y calderos y, por otra parte, a los instrumentos que utilizan los molineros, Dlos poceros, los que trabajan en un horno y los que amasan.

»Realmente se puede ver que, en la mayoría de la gente, el alma está encerrada siempre en el cuerpo como en un molino, dando vueltas continuamente alrededor de su necesidad de alimento[688]?. Igual que nos pasaba también a nosotros hace un momento, que ni nos veíamos ni nos escuchábamos unos a los otros, sino que cada uno, inclinada su cabeza, era esclavo de su necesidad de alimentarse; mas ahora, cuando las mesas han sido retiradas, somos libres, como ves, y, coronados de guirnaldas, pasamos el tiempo conversando, nos relacionamos unos con otros y descansamos, después de que hemos llegado a no necesitar más alimentos. Así pues, si el estado en que ahora nos Eencontramos, se prolongara sin interrupción a lo largo de toda la vida, ¿acaso no tendríamos siempre tiempo para relacionarnos unos con otros, sin temor a la pobreza y sin conocer la riqueza? Efectivamente, el deseo de las cosas superfluas sigue al punto y cohabita con la exigencia por las cosas necesarias. Pero Cleodoro piensa que son necesarios los alimentos para que existan mesas y crateras, y para que podamos hacer sacrificios a Deméter y a Core. En este sentido se podría pedir también que haya batallas y guerras, para que podamos tener fortificaciones, muelles y arsenales, y para que podamos hacer sacrificios para celebrar la muerte de cien enemigos, como se dice que es costumbre entre los mesenios[689]. Otro se irritará, imagino, contra la buena salud. ‘En efecto, será que, porque Fno haya nadie enfermo, no se necesiten ya cobertores o lechos blandos; no haremos sacrificios a Asclepio[690] o a las divinidades tutelares, y la medicina con tantos instrumentos y remedios yacerá sin gloria y despreciada’, ¿o acaso existe alguna diferencia entre estas dos clases de argumentos? En realidad, los alimentos se toman como un remedio del hambre y se dice que todos los que se alimentan se cuidan de sí mismos y siguen un régimen de vida, haciéndolo, no como algo agradable y placentero, sino en la idea 160Ade que eso es una necesidad natural. Es posible, en verdad, enumerar muchas más penas que placeres derivados de la nutrición, más aún, el placer ocupa un lugar muy reducido y permanece poco tiempo en el cuerpo y, en cambio, ¿qué se debe decir de los malestares y dolores con que nos llenan el engorro y la molestia de la digestión? Pienso que Homero, teniendo efectivamente a la vista este tipo de cosas, usaba de este argumento para demostrar que los dioses no morían porque no se alimentaban:

Pues no comen pan, no beben el brillante vino,

Bpor eso no tienen sangre y son llamados inmortales[691],

»como si el alimento fuera el viático no sólo para vivir sino también para morir. En efecto, por su causa se originan las enfermedades en los cuerpos, que no sufren menos por la hartura que por la necesidad, pues con frecuencia cuesta más trabajo digerir y evacuar de nuevo el alimento introducido en el cuerpo que procurarlo y reunirlo. Pero, así como las Danaides[692] dudarían sobre qué vida habrían de llevar y qué podrían hacer si se vieran libres de la servidumbre de llenar la tinaja, del mismo modo nosotros duCdamos sobre lo que haríamos, si pudiéramos dejar de llevar a nuestro cuerpo insaciable tantos productos de la tierra y del mar, ya que por falta de conocimiento de las cosas bellas, nos contentamos con una vida basada en las cosas necesarias. Pues, así como los hombres que han sido esclavos, cuando son puestos en libertad, hacen ellos mismos para ellos mismos aquellas cosas que antes, cuando eran esclavos, hacían para sus dueños, del mismo modo el alma ahora alimenta al cuerpo con muchos trabajos y dificultades, pero si fuera liberada de esa servidumbre, sin duda se alimentaría a sí misma, después de conseguir la libertad y viviría mirando hacia sí misma y hacia la verdad, sin que nada la distrajera y apartara». He aquí, pues, Nicarco, las cosas que se dijeron sobre la alimentación.

17D

Cuando todavía estaba hablando Solón, entró Gorgo, hermano de Periandro; casualmente, con motivo de ciertos oráculos había sido enviado a Ténaro[693] con la misión de conducir una theoria[694] y hacer sacrificios a Posidón[695]. Tras recibir nuestro saludo, y después de que Periandro lo abrazara y besara, sentándose junto a él en el lecho, le contó ciertas cosas a él solo, que las escuchaba y parecía muy conmovido por la narración. Unas veces se mostraba, en efecto, afligido y otras indignado, y, la mayoría de las veces, incrédulo y, a continuación, admirado. Al fin, riéndose nos dijo: «Deseo, en esta ocasión, comunicaros lo que acabo de oír, pero me siento indeciso, después de haEber oído a Tales que manifestaba que es necesario decir las cosas verosímiles, pero callar las que no son posibles». Entonces, Bías, contestándole, dijo: «Pero también es de Tales esta máxima: ‘Es necesario desconfiar de los enemigos incluso en las cosas creíbles, y creer a los amigos incluso en las increíbles’, ya que él llamaba, yo al menos lo creo así, enemigos a los malvados e insensatos, y amigos a los buenos y prudentes». «Sin duda, oh Gorgo —respondió Periandro—, se deben decir a todos, o, más bien, se deben cantar estos nuevos ditirambos[696], pronunciando en alta voz el discurso con el que has llegado hasta nosotros».

18

Entonces, Gorgo nos contó cómo realizó sacrificios durante tres días. El último día, mientras celebraban un festival nocturno con danzas y juegos junto a la playa y la Fluna brillaba en el mar, no habiendo viento alguno, sino calma y mar tranquilo, desde lejos observaron un encrespamiento del mar, que avanzaba hacia el promontorio, produciendo alguna espuma y mucho ruido con el oleaje, de tal forma que todos corrieron admirados hacia el lugar adonde se dirigía. Antes de poder adivinar lo que se acercaba por su rapidez, se vieron unos delfines, unos agrupados, dando vueltas en derredor, otros iban delante en 161Adirección a la parte más abordable de la playa y otros detrás como si fueran su escolta. Y en medio se levantaba sobre el mar una masa incierta y confusa de un cuerpo que era llevado por los delfines, hasta que ellos, reuniéndose en un mismo sitio y poniéndose juntos en la playa, colocaron sobre la tierra a un hombre que respiraba y se movía, mientras, regresando de nuevo hacia el promontorio, saltaban más alto que antes, jugando y brincando, al parecer, de alegría. «Muchos —continuó Gorgo—, asustados, huyeron de la playa, pero unos pocos, entre los que estaba yo, armándonos de valor, nos acercamos y reconocimos a Arión[697], el citaredo; él mismo pronunció su nombre y lo reconocimos fácilmente por el vestido, pues casualmente llevaba el atuendo ceremonial[698], que él usaba Bcuando cantaba, acompañándose con la cítara[699]. Así pues, después de llevarlo a una tienda, como no le pasaba nada, sino que a causa de la velocidad y del ruido estrepitoso del viaje parecía débil y cansado, escuchamos una historia increíble para todos, excepto para nosotros que habíamos sido testigos de su final: Arión decía que, tiempo atrás, habiendo decidido dejar Italia[700] y habiéndole escrito una carta Periandro, se animó más y, al presentarse en el puerto una nave corintia, subiendo al punto, se hizo a la mar. Tras navegar durante tres días con viento favorable, se dio cuenta de que los marineros estaban tramando su muerte. Después supo también por el piloto, que se lo reveló en Csecreto, que ellos habían decidido llevar a cabo su acción esa noche. Así pues, indefenso como estaba y no sabiendo qué hacer, tuvo una especie de inspiración divina, adornó su cuerpo y se puso a modo de sudario, estando aún vivo, atavíos que solía llevar en los concursos, para cantar a la vida cuando iba a morir y para no ser más vil en esto que los cisnes[701]. Por tanto, cuando estuvo preparado y después de decir que tenía deseos de cantar entera una de sus canciones, la Pítica[702], por su salvación, por la de la nave y por la de los que iban a bordo, tras colocarse junto al costado de la nave, en la popa, y tras hacer un preludio, invocando a los dioses del mar, comenzó a cantar su canción. Cuando todavía no iba por la mitad, se hundió el sol en el mar y apareció el Peloponeso. Entonces, los mariDneros, sin esperar la noche, se decidieron a realizar el crimen. Arión, al ver las espadas desenvainadas y que el piloto se había cubierto ya la cana, tomando impulso, se arrojó al mar lo más lejos posible de la nave. Pero, antes de que todo su cuerpo se sumergiera, unos delfines saltando se lo llevaron, con lo que al principio se llenó de dudas, angustia y turbación. Pero, tras sentir el bienestar del viaje y ver a gran cantidad de delfines agrupados amistosamente a su alrededor, que se iban relevando de forma alternativa como en una misión especial y que a todos interesara, y la nave, dejada atrás, le daba una idea de la velocidad, nos contó que entonces el temor ante la muerte y el deseo Ede vivir ya no eran para él tan grandes como el deseo por salvarse, ya que, si lo lograba, aparecería como un hombre amado de los dioses y se ganaría de parte de los dioses una gloria segura. Al mismo tiempo, viendo el cielo lleno de estrellas y la luna que se levantaba brillante y clara, mientras el mar estaba completamente sin una ola, como un camino que se abría para su marcha, pensó para sus adentros que el ojo de la Justicia[703] no es uno, sino que a través de todos estos ojos la divinidad contempla en todas direcciones lo que sucede en la tierra y en el mar. Con Festos razonamientos, prosiguió contándonos, se iban reponiendo ya el cansancio y el sufrimiento de su cuerpo. Finalmente, cuando, al encontrarse con el promontorio escarpado y elevado, poniendo mucho cuidado, lo doblaron rozándolo y lo depositaron a él en tierra, como si estuvieran conduciendo con toda seguridad una nave al puerto, 162Asintió ya, sin duda alguna, que su rescate había sido realizado bajo la dirección de una divinidad. Después que Arión nos hubo contado estas cosas —dijo Gorgo—, yo le pregunté dónde creía él que arribaría la nave. Él contestó que sin duda en Corinto, pero mucho más tarde. Pues él, después de arrojarse, por la tarde, de la nave, creía que había hecho un recorrido no inferior a quinientos estadios[704] y que, al punto, sobrevino una calma en el mar[705]. Sin embargo —continuó Gorgo—, él, tras informarse del nombre del capitán de la nave, del piloto y de la enseña de la nave, envió naves y soldados para que vigilaran los desembarcaderos; y se llevó con él a Arión, ocultándolo cuidadosaBmente para que aquéllos no huyeran si se enteraban de su salvación. En realidad, el episodio parecía, en efecto, obra de una voluntad divina, pues, además, cuando él llegó allí, se enteró de que, capturada la nave por los soldados, los comerciantes y marineros habían sido apresados».

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En efecto, Periandro ordenó, al punto, a Gorgo que, marchándose, metiera a los hombres en prisión, donde nadie pudiera acercárseles y contarles que Arión se había salvado. Entonces, Esopo dijo: «Vosotros os burláis de mis grajos y cuervos porque hablan unos con otros, pero vuestros delfines se han comportado de forma jactanciosa en estos acontecimientos». Y yo le contesté: «Hablemos de otra cosa, Esopo. Más de mil años han transcurrido desde que se creyó en un relato semejante y se puso por escrito Centre nosotros desde los tiempos de Ino y Atamante[706]». Solón contestándole dijo: «Pero, Diocles, reconoce que estas cosas están más cerca de los dioses y nos sobrepasan. Mas lo que le sucedió a Hesíodo es humano y asequible a nosotros; quizá has oído la historia». «Yo no —le contesté—.» «Pues vale la pena que la oigas[707]. Un hombre, al parecer, de Mileto, con el que Hesíodo compartía la hospitalidad y la forma de vida en Lócride, mantenía relaciones secretas con la hija de su huésped, pero, habiendo sido descubierto, Hesíodo cayó en la sospecha de que conocía desde el principio el hecho vergonzoso y que había ayudado a ocultarlo, aunque no era culpable de nada, convirtiéndose en la víctima inocente de un ataque de odio y calumnia. Los hermanos de la joven, en efecto, lo mataDron, tendiéndole una emboscada junto al santuario de Zeus Nemeo, en Lócride, y con él a su sirviente, cuyo nombre era Troilo. Arrojados los cuerpos al mar, el de Troilo, arrastrado fuera hacia el río Dafno, se detuvo en un arrecife bañado por las olas, que sobresalía un poco sobre el mar. Todavía hoy el arrecife se llama Troilo. Pero el cadáver de Hesíodo, habiéndolo recogido, al punto, una manada de delfines lo llevó hasta Rión, en la tierra de Molicría[708]. Casualmente, los locrios estaban celebrando el sacrificio y la fiesta anual de Ria[709], la cual todavía ahora celebran Ebrillantemente en aquel lugar. Mas, cuando el cuerpo, que había sido transportado hasta allí, fue divisado, admirados, como es natural, bajaron corriendo a la playa y, al reconocer el cadáver, que estaba aún fresco, dejaron todo para después, con el fin de buscar al asesino, tal era la fama de Hesíodo. Y esto lo hicieron con rapidez y encontraron a los asesinos. A ellos los arrojaron al mar vivos y sus casas las destruyeron. Hesíodo fue sepultado junto al santuario de Zeus Nemeo. La mayoría de los extranjeros no conocen su tumba, sino que es mantenida en secreto, porque, según se dice, es buscada por los de Orcómeno, que quieren llevarse sus restos, siguiendo las órdenes de un oráculo, y enterrarlos en su país[710]. Por tanto, si los Fdelfines son tan amigos y bondadosos con los muertos es natural que socorran aún más a los vivos y, sobre todo, a los que los fascinan con flautas o con canciones. Sin duda ya sabemos todos que estos animales se alegran con la música y la buscan, y que van nadando junto a los que navegan con buen tiempo al son de la canción y de la flauta, alegrándose con las danzas[711]. También se alegran de 163Aver nadar a los niños y compiten con ellos en hacer zambullidas. Por eso, ellos disfrutan de una ley no escrita[712] de inmunidad, pues nadie los caza ni les causa daño, excepto cuando, habiendo caído en las redes, causan destrozos en la pesca, siendo castigados entonces con golpes como niños que han cometido una falta. Y me acuerdo también de haber oído a algunos lesbios, cómo una joven habla sido rescatada del mar por un delfín[713], mas Pitaco, que conoce muy bien la historia, es justo que nos hable de esas cosas».

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Pitaco dijo que la historia era, en verdad, muy famosa y recordada por muchos[714]. Los colonos que iban a fundar Lesbos habían recibido un oráculo que les ordenaba que, cuando en su navegar llegaran a una roca llamada Mesógeion[715], dejasen caer en el mar un toro para PosiBdón y una doncella viva para Anfitrite y las Nereidas[716]. Los capitanes eran siete y todos ellos reyes y el octavo era Equelao, nombrado jefe de la colonia por el oráculo[717], pero estaba todavía soltero. Echáronlo a suerte los siete, cuantos tenían hijas sin casar y le tocó la suerte a la hija de Esminteo. A ésta, tras adornarla con vestidos y joyas, cuando llegaron al lugar, se dispusieron a arrojarla al mar, después de haber hecho las plegarias. Mas casualmente entre los que iban a bordo se encontraba un joven que estaba enamorado de ella, un noble, al parecer, cuyo nombre, según recuerda la tradición, era Énalo. Éste, sintiendo un invencible deseo de ayudar a la doncella en la dolorosa Csituación en que se encontraba, se lanzó en el preciso momento hacia ella y, cogiéndola entre sus brazos, se arrojó con ella al mar. Al punto se difundió un rumor, que no tenía fundamento, aunque sí convenció a muchos en el campamento sobre la salvación de los dos y sobre su rescate. Algún tiempo después, se dice, Énalo apareció en Lesbos y relató cómo, transportados los dos por delfines a través del mar, los dejaron caer sin daño alguno en tierra firme; también contó otras cosas aún más maravillosas que éstas, que turbaban y fascinaban a la multitud y se ganó la confianza de todos con su conducta. En efecto, al alzarse una ola gigantesca sobre la isla y sintiendo el pueblo temor, salió él solo al enfrentarse con el mar***[718] le siguieron Dpulpos hasta el templo de Posidón. Transportando el más grande de ellos una piedra[719], Énalo la cogió y la consagró al dios y a esta piedra la llamamos Énalo[720]. «En resumen —dijo—, si alguien conociera la diferencia entre lo imposible y lo desacostumbrado, entre lo irracional y lo paradójico, un hombre tal, oh Quilón, sin creer ni desconfiar al azar, sería el más capacitado para observar, como tú recomendaste, la máxima: ‘nada en demasía’[721]».

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Después de éste, Anacarsis dijo que si, según ha supuesto muy bien Tales, en todas las partes más grandes y más importantes del Universo[722] existe un alma, no es justo admirarse si las cosas mas hermosas se realizan por voluntad de la divinidad. «Pues el cuerpo es el instrumenEto del alma y el alma lo es de la divinidad[723]; y así como el cuerpo tiene muchos movimientos, cuyo origen está en el mismo, pero la mayoría y los más excelentes son producidos por el alma, del mismo modo también el alma obra una veces movida por sí misma, pero otras se ofrece a sí misma a la divinidad para que, utilizándola, la dirija y vuelva hacia donde ella quiera, ya que el alma es el más dócil de todos los instrumentos. Sería extraño —dijo— pensar que el fuego es un instrumento de la divinidad, y también el aire y el agua, las nubes y la lluvia, a través de los cuales salva y alimenta a muchos seres y mata y destruye a otros muchos, pero, en cambio, no hace simplemente nunca uso de los seres vivos para ninguna de las cosas que realiza. Es más verosímil que ellos, los seres vivos, Fque dependen del poder de la divinidad, le sirvan y se adapten a los movimientos de la divinidad aún más que los arcos se adaptan a los escitas[724], y las liras y las flautas a los griegos». Después de esto, el poeta Quersias recordó entre las personas que habían sido salvadas milagrosamente a Cípselo[725], padre de Periandro. Los que habían sido enviados para matarlo, poco después de su nacimiento, abandonaron su empresa porque les había sonreído. Des164Apués lo buscaron, porque habían cambiado de opinión, pero no lo encontraron, pues su madre lo había escondido en un cofre[726]. Por este motivo también hizo construir Cípselo su capilla[727] en Delfos, pensando que la divinidad había contenido su llanto para que no lo encontraran los que lo buscaban. Pitaco, dirigiéndose a Periandro dijo: «Periandro, ha hecho bien Quersias mencionando esa capilla, pues he querido yo muchas veces preguntarte cuál era la razón de aquellas ranas, qué significan tantas ranas esculpidas en la base de la palmera[728] y qué relación guardan con el dios y con el que ha hecho la ofrenda». Habiéndole Baconsejado Periandro que hiciera la pregunta a Quersias, ya que él lo sabía y acompañaba a Cípselo cuando éste consagró la capilla, Quersias, sonriéndose, dijo: «Eso yo no lo diré hasta que no averigüe por estos amigos el significado que ellos dan a las máximas: ‘nada en demasía’ y ‘conócete a ti mismo’, y aquella otra máxima famosa que ha apartado a muchos del matrimonio, que ha hecho a muchos desconfiados y a algunos incluso mudos: ‘comprometerse trae desgracia’»[729]. «¿Por qué —dijo Pítaco— nos pides que te expliquemos esas cosas? Desde hace tiempo, en verdad, vienes alabando las fábulas compuestas por Esopo, referentes, según parece, a cada una de esas máximas». Esopo, entonces, respondió: «Sólo cuando Quersias se burla Cde mí, pero, cuando se pone serio, presenta a Homero como su inventor, y dice que Héctor ‘se conoce a sí mismo’, ya que, aunque atacaba a los demás,

rehuía el combate con Ayante Telamonio[730],

y que Odiseo era partidario de ‘nada en demasía’, al aconsejar a Diomedes:

Tidida, no me alabes demasiado ni me reprendas[731].

Y en relación con ‘el comprometerse’, otros piensan que Homero lo censuraba como un hecho despreciable e inútil cuando dice:

Despreciables son también las garantías de hombres despreciables[732].

Pero nuestro Quersias afirma que la Desgracia[733] fue arrojada por Zeus, porque fue testigo de la garantía que Zeus dio cuando fue engañado en relación con el nacimiento de Heracles[734]». Solón, tomando la palabra, dijo: «Sin duda debemos creer al gran sabio Homero, que dice:D

La noche ya se acerca: es bueno también obedecer a la noche[735].

Así pues, tras hacer las libaciones a las Musas y a Posidón y a Anfitrite, demos por terminado, si os parece, el banquete».

Y este fin tuvo, oh Nicarco, aquella reunión.