INTRODUCCIÓN
Se enmarca este tratado dentro del género literario del sympósion[497], que tiene, en las obras de Platón y Jenofonte, sus dos representantes más destacados, y cuya temática abarca desde una discusión filosófica (Banquete de Platón) hasta una colección de saberes y conocimientos muy variados (Banquete de Jenofonte, Deipnosofistas de Ateneo, etcétera).
Esta obra, que aparece en el «Catálogo de Lamprias» con el núm. 110, ha sido sometida a una crítica, a veces excesiva, desde el siglo XVIII, que niega la autoría de Plutarco[498]. Resumiendo mucho la problemática, diremos que los que niegan la autenticidad (por ej., Meiners[499], Benseler[500], Doehner[501], Volkmann[502] y Croiset[503]) han basado su argumentación en los, según ellos, aspectos negativos siguientes: 1) el empleo de anacronismos, que el autor de las Vidas, un historiador, no habría introducido; 2) la aparición de mujeres en un banquete de hombres, que resulta un hecho inconcebible; 3) la falta de plan y de unidad en la obra, y 5) su lenguaje y estilo mediocres. Por todos estos defectos, los estudiosos antes mencionados piensan que nos hallamos ante el trabajo escolar de un sofista contemporáneo[504] de nuestro autor, pero nunca ante una obra digna de las cualidades filosóficas que adornaban a Plutarco.
Otros estudiosos, en cambio, empleando casi los mismos argumentos, creen que este tratado es de Plutarco. Wyttenbach[505], por ejemplo, escribe sobre él: «hunc librum a Plutarcho esse scriptum et oratio et ratio et doctrina ostendunt». Wilamowitz[506] afirma, por su parte, que no se toma en serio la no autenticidad del tratado, según la tesis defendida por autores como Volkmann, y añade que esta obra, a la que llama Novelle, es una de las más curiosas de Plutarco y que, aunque la tradición no la atribuyera a Plutarco, habría que pensar en él como su autor, pues contiene todos los rasgos propios de sus obras. A este juicio se une Ziegler[507], que no ve (contra Weissenberger y Hein[508]) que existan argumentos, desde el punto de vista de la lengua, para negar la autoría de Plutarco, y sí muchos rasgos que la unen, sin duda alguna, a los otros trabajos plutarqueos. Por último, Defradas[509], que ha estudiado esta problemática en la introducción a su traducción de este tratado, defiende su autenticidad y piensa, como otros autores, que las dificultades sobre hechos o personajes históricos que se mencionan en el Banquete de los Siete Sabios con anacronismos y en contradicción con otras obras de Plutarco, así como el hecho de que los Sabios nombrados aquí no sean los mismos que los que aparecen en el diálogo Sobre la E de Delfos, se pueden solucionar sin mayor dificultad y, sobre todo, que en la lengua y en el estilo del Banquete no hay nada que no se encuentre en el resto de la producción plutarquea: se evita el hiato, y se emplean frases largas y confusas, características del estilo de Plutarco; el uso de las negaciones, así como del optativo es el suyo, al igual que lo es el empleo de citas, imágenes y comparaciones, todo con las redundancias propias de su forma de escribir.
También se ha puesto de relieve, con razón, el hecho de que esta obra no aparezca mencionada bajo el nombre de Plutarco en los escritores de la Antigüedad, a pesar de que fue uno de los autores del neoplatonismo más conocidos. Así, no mencionan esta obra ni Ateneo ni Proclo, grandes conocedores de Plutarco, y que mencionan y citan sus obras con frecuencia; Estobeo que la menciona tres veces no dice que sea de Plutarco. La explicación a esto último estaría, cree Hauck[510], en el hecho de que Estobeo no tuviera a Plutarco como fuente única de sus citas, de las que, como tampoco en otras ocasiones, no nos da el autor de quién las toma, además de que en ellas se descubren ciertas diferencias con respecto al texto de Plutarco, lo cual corroboraría las fuentes diversas de sus citas.
Precisamente, en torno al problema que plantea la pregunta sobre las fuentes que pudo tener Plutarco a la hora de escribir esta obra no se puede afirmar nada con seguridad. Así, no sabemos si Plutarco tuvo presente algún trabajo de algún autor anterior que adoptara como tema central el encuentro de los Siete Sabios. No obstante, sabemos por Diógenes Laercio que la literatura griega se había ocupado de las reuniones de los Siete Sabios y nos informa de que Arquetimo de Siracusa fue el autor de un relato sobre un encuentro de los Siete Sabios en la corte de Cipselo de Corinto; que Éforo habla de otro encuentro de los mismos Sabios en la corte de Creso en Sardes, y que otros autores, sigue diciendo Diogenes Laercio, hablan de reuniones de estos célebres personajes en Corinto y en el Paniónion, lugar donde las doce ciudades jónicas celebraban su festival en Priene, en el Asia Menor jónica. Por último, Platón, nuestra fuente más antigua a este respecto, los presenta reunidos en Delfos, a donde han ido a ofrecer a Apolo las primicias de su sabiduría.
Aunque a propósito de la originalidad o primacía de Plutarco en relación con otros tratados del mismo o parecido contenido que el de su obra no podamos decir nada con seguridad, como ya anunciábamos anteriormente, sin embargo, sí es cierto que, lo mismo que en lo tocante a la forma, contaba Plutarco para el tema de su tratado con una rica tradición: la leyenda de los Siete Sabios, como individuos y como colectividad, fue centro, desde la época arcaica, de numerosas leyendas y cuentos que produjeron biografías, máximas y cartas atribuidas a los distintos miembros de este grupo. Plutarco pudo, por tanto, acceder a estas fuentes anónimas y populares sin necesidad de atenerse a un modelo determinado, agregando, claro está, no poco material de su propia invención, entre el cual estaría el multiplicar el número de personas asistentes al encuentro y banquete (hasta 17), de modo que éste quedaba, sin duda, enriquecido. Por lo demás, estos Siete Sabios representaban en esta tradición secular el ideal arcaico griego de la sophía, esto es, una combinación de sabiduría práctica y sabiduría intelectual, y su leyenda adquirió una popularidad renovada con el pensamiento cínico y estoico, bien conocidos por Plutarco.
Sobre los personajes que intervienen en el Banquete de los Siete Sabios, podemos empezar diciendo, con Auné[511], que esta obra es en realidad, un trabajo escrito por Plutarco bajo el pseudónimo de Diocles, adivino de la corte de Periandro y dirigida a un tal Nicarco, contemporáneo de aquél, siendo ambos personajes ficticios, sin relación histórica posible y desconocidos en el resto de la obra plutarquea. Junto a Diocles, Plutarco pone en escena a 16 personajes más, entre los cuales los Siete Sabios (Tales, Solón, Bías, Pitaco, Quilón, Cleobulo y Anacarsis) están muy bien delimitados, y son reconocidos y respetados por su sabiduría por parte de los demás (Periandro, Nilóxeno, Árdalo, Esopo, Cleodoro, Mnesífilo, Quersias, Melisa y Eumetis). Entre aquéllos, Anacarsis es el verdadero director de la discusión, ocupando Solón y Tales un lugar destacado en la misma. La primera lista de los Siete Sabios nos la trasmite Platón (Protágoras 343a) con Misón en lugar de Anacarsis. De todas formas, los seis primeros aparecen en todas las listas y sólo el séptimo cambia. Demetrio Falereo nos da la relación más conocida con Periandro como séptimo sabio.
Entre los demás personajes es de resaltar el papel de contrapunto que juega Esopo frente a los Sabios. Ellos son aristócratas e intelectuales, él, en cambio, está del lado del pueblo y representa la sabiduría práctica. El enfrentamiento entre estas dos concepciones de la vida permite a Plutarco introducir escenas llenas de un fuerte elemento cómico. Los otros protagonistas del diálogo ofrecen posturas menos interesantes, aunque sí sirven a Plutarco para presentar, en el contraste con ellos, el carácter de los principales actores de esta verdadera obra escénica. Así ocurre con el personaje mudo de Eumetis (o Cleobulina), creadora de enigmas y consejera de su padre Periandro; el médico Cleodoro, materialista y defensor del alimento; el ateniense Mnesífilo, compañero y admirador de Solón; Alexídemo de Mileto, personaje perturbador y puramente episódico; Gorgo, hermano de Periandro, que cuenta el bello relato de Arión; el poeta Quersias; Nilóxeno, emisario del rey egipcio Amasis, y, por último, Árdalo.
El contenido de este tratado, que, como hemos dicho más arriba, señala a fuentes enraizadas en una larga tradición, ha sido considerado por algún autor[512] como una imagen coherente de la filosofía griega arcaica, y por algún otro[513] simplemente como el desarrollo libre, por parte de Plutarco, de discusiones filosóficas, sin pretender ofrecer un tratado seguido de filosofía, dentro de un cuadro cómodo y tradicional como es el del género simposíaco. Desde luego, lo que sí se puede decir es que Plutarco no pretende, en este tratado, reproducir con exactitud la filosofía de los Siete Sabios, lo cual lo convertiría en algo que él no pretende ser: un historiador del pensamiento griego a través de estos célebres personajes. En este diálogo, efectivamente, en el que algunos encuentran rasgos de inspiración cínica, no se puede señalar nada que no pertenezca a la filosofía platónica y aparezca, igualmente, en otros tratados de los Moralia, con su filosofía propiamente platónica[514], aunque en algún personaje nos encontremos con ideas estoicas.
Por último, toda la riqueza temática de este diálogo aparece inserta en una composición en cuya estructura, desordenada en su apariencia, se puede descubrir no sólo un tema dominante[515], que sería el dominio del espíritu sobre la materia y del alma sobre el cuerpo, que conferiría unidad al tratado, sino también, en contra de los que sólo han visto defectos formales en él, una estructura, que según Auné[516], sería la que ahora resumimos aquí, dado su interés y, creemos, su acierto:
I. «Prooímion» histórico (cap. 1 146B-C).
II. Composición narrativa introductoria (cap. 2 146D-148B).
A. Diálogo con narración secundaria (cap. 2 146F-148B).
B. Llegada al lugar del banquete (cap. 3 148B-149F).
C. El banquete (caps. 4-5 149F-150F).
III. El «sympósion»: conversación principal (caps. 6-21 150F-164D).
A. El gobierno de los Estados (caps. 6-11).
B. El gobierno de la casa (caps. 12-16).
C. El gobierno del universo (caps. 17-21).
D. Discusión última sobre las máximas de Delfos y la libación final a las Musas, a Posidónya Anfitrite (cap. 21).
De este modo, termina Auné, Plutarco intenta ofrecer posiblemente un modelo de sympósion sin salirse de las pautas que le marcaba la tradición literaria del género, pero, a la vez, combinando un tema elevado como es la reflexión sobre el gobierno de los Estados con digresiones propias de los sympósia contemporáneos.
La fecha de la composición de este tratado la sitúa Ziegler[517] en el momento en que Plutarco se iba acercando a su madurez literaria, es decir, cuando había cumplido ya los 30 años.