DEBERES DEL MATRIMONIO138A

De Plutarco a Poliano y Eurídice, salud[417].

Después de la ley patria[418], que la sacerdotisa de DeméBter[419] os aplicó a puertas cerradas, creo que un escrito que os aconseje por igual a los dos y se una al himno nupcial, podría tener algún provecho y estar acorde con la tradición.

Entre los músicos se le llamaba a uno de los temas convencionales para flauta, hippóthoron[420], una melodía que, al parecer, despertaba un vivo deseo en los caballos, incitándolos al apareamiento. De las muchas y hermosas consideraciones de las que se ocupa la filosofía, ésta que trata del matrimonio no es, en modo alguno, la que merece menos atención, pues con ella la filosofía ejerce un atractivo sobre los que se han unido en una vida común y los hace afables y afectuosos unos con otros. CPor esto, de aquellas cosas que oísteis con frecuencia vosotros que os habéis criado en un ambiente filosófico, habiendo hecho un compendio en forma de breves comparaciones, para que pueda ser recordado más fácilmente, os lo envío a los dos como un regalo común, con el deseo de que las Musas asistan y cooperen con Afrodita[421]. En efecto, no es más propio de ellas proporcionar el acorde afinado de una lira o de una cítara, que proporcionar armonía ajustada en el matrimonio y en la casa a través del discurso, la filosofía y la concordia[422]. Los antiguos colocaban por cierto las estatuas de Hermes[423] junto a las de Afrodita, en la idea de que el placer en el matrimonio necesita sobre todo de la razón; y colocaron también a la Persuasión y a las Gracias[424], para que los esposos obtengan uno del otro las cosas que deseen por medio de la persuasión, sin luchar ni porfiar.D

1

Solón mandaba que la esposa no se acostara con el esposo antes de comerse un membrillo[425], queriendo decir, al parecer, que es necesario que de la boca y de la voz nazca el primer placer armonioso y agradable.

2

En Beocia[426], después de cubrir a la novia, la coronaban con una guirnalda de espárragos, ya que, así como éstos producen sobre un tallo erizado de espinas el fruto más dulce, del mismo modo la esposa proporcionará al marido, que no la rechaza ni se enfada por la primera dificultad y disgusto de ella, una unión pacífica y dulce. En cambio, los que no soportan los primeros recatos de las doncellas en nada se diferencian de aquellos que por una uva Everde ceden a otros el racimo. A muchas recién casadas, al enfadarse con su marido por su primera experiencia con él, les ocurre lo mismo que a aquellos que, por haber sufrido el aguijón de la abeja, abandonan el panal.

3

Al principio es necesario, sobre todo, que los recién casados se guarden de discordias y enojos, al observar que algunos recipientes caseros por estar hechos de piezas sueltas en un primer momento se hacen pedazos a la primera ocasión que hay, pero, con el tiempo, cuando las junturas se han armado bien, apenas pueden ser separadas con el fuego y el hierro.

4F

Así como el fuego prende con facilidad en la paja, en las mechas y en los pelos de la liebre, y éstos se apagan con más rapidez, si no se los cubre con alguna otra cosa, que los anime a la vez que se cuide de alimentarlos[427], del mismo modo es necesario pensar que el ardiente amor de los recién casados, que se enciende por la hermosura del cuerpo, no es duradero ni constante a menos que, estando asentado firmemente en la moral y sujeto a la razón, adquiera una animada disposición.

5139A

La pesca con veneno es un método fácil y rápido para coger peces, pero los hace incomestibles y los echa a perder. Así, las mujeres que idean filtros y hechizos para los maridos y los conquistan por medio del placer viven con ellos trastornados, necios y corrompidos. En efecto, ni a Circe[428] le aprovecharon los hombres que había encantado ni pudo servirse de ellos para nada después de haberlos convertido en cerdos y en asnos, en cambio a Odiseo, que tenía juicio y vivía con ella con discreción, lo amó de manera extraordinaria[429].

6

Las mujeres que prefieren dominar a maridos necios, antes que escuchar a maridos sensatos, se parecen a aquellas personas que prefieren guiar en su camino a ciegos, que seguir a aquellas personas que conocen y ven el camino.

7

Las mujeres no creen que Pasífae[430], que vivía con un rey se enamorara de un toro, a pesar de que ven que algunas Bmujeres están descontentas con sus severos y sensatos maridos, y, en cambio, se unen con más placer con aquellos que, como perros o machos cabríos, son una mezcla de incontinencia y sensualidad.

8

Los que por debilidad o blandura no pueden saltar sobre los caballos enseñan a aquéllos a inclinarse y a echarse a sus pies. Del mismo modo, algunos de los que han tomado mujeres nobles o ricas no se hacen a sí mismos mejores, sino que las humillan para poder dominarlas mejor, siendo humildes. Conviene, pues, teniendo en cuenta el honor de la mujer, como se tiene en cuenta el tamaño del caballo, saber emplear el freno.

9C

A la luna, cuando se aleja del sol, la vemos más luminosa y brillante, pero desaparece y se oculta, cuando se encuentra cerca de él. En cambio, conviene que, al contrario, la mujer sensata sea vista, sobre todo, en compañía de su esposo, pero que guarde la casa y se oculte cuando esté él ausente.

10

Heródoto[431] no tenía razón cuando dijo que la mujer se despoja del pudor al mismo tiempo que del vestido, antes al contrario, la mujer prudente se pone en su lugar el pudor y ambos, [marido y mujer], usan como símbolo de su gran amor un gran respeto mutuo.

11

Así como, si se escuchan dos voces que cantan juntas, domina la melodía de la más grave, así, en una casa donde reina la prudencia, toda acción se realiza siendo los dos, Dmarido y mujer, del mismo parecer, pero ella pone de manifiesto el mando y la inteligencia del marido.

12

El Sol venció a Bóreas[432], ya que, aunque el hombre, cuando el viento soplaba con violencia para arrebatarle el manto, se apretaba y retenía el vestido, sin embargo, tras el viento, cuando el sol volvió a calentar, el hombre, fatigado primero por el sol y quemándose después, se despojó primero del manto y, después, de la túnica. La mayoría de las mujeres hacen esto: disputan y se enfadan con los maridos que las quieren privar por la fuerza del lujo y del despilfarro. Si se las convence con la razón, los evitan con gusto y se acostumbran a la moderación.

13E

Catón[433] expulsó del senado a un hombre que besaba a su mujer delante de su hija. En verdad esta postura es, quizá, demasiado severa. Pero, si es vergonzoso, como lo es, besarse, amarse y abrazarse delante de otros, ¿cuánto más vergonzoso no será reñir y discutir unos con otros, estando otras personas presentes? Y ¿no es mejor que las relaciones sexuales y las caricias de la mujer sean secretas, y que la amonestación y el reproche se hagan con clara y abierta libertad?

14

Así como un espejo, aunque esté hecho con oro y piedras preciosas, no tiene ninguna utilidad si no refleja una figura semejante, del mismo modo no se saca ganancia alFguna de una mujer rica, si ella no hace su vida semejante a la de su marido y es acorde con él en las costumbres. Ya que, si el espejo devuelve una imagen sombría de un hombre alegre, o una imagen risueña y limpia de un hombre afligido y triste, también es falso y engañoso. En verdad, también una mujer es negligente e inoportuna si pone una cara triste, cuando su marido intenta bromear y ser cariñoso; y se pone a bromear y a reír, cuando él está serio. Lo uno es una prueba de antipatía y lo otro de desprecio. 140AY conviene que, así como los matemáticos dicen que las líneas y las superficies no se mueven por sí solas, sino que se mueven juntamente con los cuerpos[434], del mismo modo la mujer no ha de tener ningún placer particular, sino que debe tener en común con su marido su seriedad y sus bromas, sus preocupaciones y sus risas.

15

Los que no ven con gusto que sus mujeres coman con ellos las enseñan a que se harten cuando están solas. Del mismo modo los que no quieren vivir con sus mujeres sus alegrías, ni hacerlas partícipes de sus diversiones y risas, las enseñan a buscar sin ellos sus propios placeres.

16

Las mujeres legítimas de los reyes persas se sientan, comen y participan de los banquetes juntamente con ellos. BPero, cuando ellos quieren divertirse y emborracharse, las mandan retirarse y llaman a las mujeres cantoras y a las concubinas[435], y esto lo hacen muy bien, porque no permiten que sus mujeres sean partícipes de su libertinaje y su embriaguez. Por tanto, si algún hombre en su vida particular, licencioso y disoluto en relación con los placeres, comete alguna falta con alguna concubina o sirvienta joven, conviene que su mujer no se enoje ni se irrite, considerando que su marido, porque siente respeto por ella, hace partícipe a la otra de su embriaguez, libertinaje y desenfreno.

17

Los reyes que son amigos de la música hacen que muchos amen la música; los que son amigos de las letras Cconsiguen que muchos amen la elocuencia, y los que son aficionados a los deportes hacen que muchos amen el deporte. Así el hombre que se cuida de su cuerpo hace que su mujer ame los adornos; el que ama los placeres, la hace concubina y disoluta; mientras que el que ama lo bueno y honrado la hace prudente y ordenada.

18

Una joven espartana, al preguntarle alguien si ya se había acercado a su marido, dijo: «Yo no, pero él a mí sí[436]». Este comportamiento, creo yo, es el propio de la dueña de la casa: no debe huir ni disgustarse con tales cosas, si las comienza su marido, y no debe tomar ella la iniciativa; pues lo uno es propio de concubinas y desvergonzadas, y lo otro, arrogancia y falta de cariño natural.

19

No conviene que la mujer tenga amigos particulares, sino que disfrute con los de su marido juntamente con él. Los dioses son los primeros amigos y los más importantes. DPor ello conviene a la mujer adorar y conocer sólo a los dioses en los que cree su marido y cerrar la puerta principal de su casa a cultos mágicos y a supersticiones extranjeras[437], pues no agradan a ninguno de los dioses las prácticas religiosas hechas por una mujer de forma oculta y secreta.

20

Platón dice[438] que es feliz y dichosa la ciudad en la que rara vez se oye pronunciar; «esto es mío y eso no es mío»; porque los ciudadanos usan en común, en la medida que les es posible, las cosas que son dignas de alguna importancia. Con mayor razón conviene desterrar del matrimonio tales expresiones, salvo que, así como dicen los médicos que los golpes en la parte izquierda del cuerpo se sienten en la parte derecha del mismo, de igual modo es hermoso que la mujer simpatice con las cosas del marido Ey el marido con las de la mujer, para que, así como los nudos se refuerzan mutuamente entrelazándose, del mismo modo, dándose cada uno de los esposos afecto en correspondencia, se salve a través de ambos su unión. La naturaleza, en efecto, nos mezcla a través de los cuerpos, para producir el fruto común, tomando y mezclando una parte de cada uno, de tal forma que ninguno de los dos pueda separar ni distinguir lo que es suyo o lo que es del otro. Así pues, también es conveniente, sobre todo, que sea de esta clase la comunidad de bienes de los esposos, para que, poniéndolos y mezclándolos en una única propiedad, no crean que una parte es suya y otra del otro, sino que Ftodo es común y nada del otro. En efecto, así como a la mezcla, aunque tenga mayor parte de agua, la seguimos llamando vino, así conviene que las propiedades y la casa se diga que son del marido, aun cuando la mujer haya aportado la mayor parte.

21

Helena era aficionada a la riqueza y Paris al placer; Odiseo era sagaz y Penélope prudente. Por eso, el matrimonio de éstos[439] fue feliz y envidiado, en cambio el de 141Aaquéllos[440] produjo a griegos y bárbaros una Ilíada de males.

22

El romano[441], al ser censurado por sus amigos, porque había repudiado a una mujer prudente, rica y hermosa, extendiendo hacia ellos su calzado, dijo: «También éste es hermoso a la vista y nuevo, pero nadie sabe dónde me aprieta». Así pues, es necesario que la mujer no confíe en su dote matrimonial ni en su linaje ni en su hermosura, sino en aquellas cosas con las que pueda adueñarse mejor de su marido, esto es, su conversación, su carácter y su complacencia, y éstas cosas no ofrecérselas cada día con dificultad y que le molesten, sino de forma armoniosa, que no le causen dolor y que estén llenas de afecto. Ya que, así como los médicos temen más las fiebres que surgen por causas desconocidas y que aparecen poco a poco que Blas que tienen motivos evidentes y grandes, así los pequeños, continuos y diarios disgustos entre marido y mujer, que pasan desapercibidos a la mayoría, dividen y perjudican la vida matrimonial.

23

El rey Filipo amaba a una mujer tésala que era acusada de emplear hechizos con él. Por ello, Olimpias[442] intentó apoderarse de esta concubina. Mas, como, al llegar a su presencia, se mostrase hermosa en su figura y que no conversaba de una forma vulgar y torpe: «Adiós a las acusaciones —dijo Olimpia—, pues tú tienes en tu persona los hechizos[443]». Así pues, una cosa invencible es una esposa legítima, si, teniendo depositadas en su persona todas las Ccosas, la dote matrimonial, el linaje, los hechizos y el mismo cinturón de Afrodita[444], procura el afecto de su marido con su moral y su virtud.

24

En otra ocasión, Olimpias, habiendo tomado por esposa[445] un joven tocador de flauta a una mujer hermosa, pero que tenía mala fama, dijo: «Éste no debe ser inteligente, pues no se hubiera casado por los ojos». No conviene casarse por los ojos ni por los dedos, como hacen algunos que toman esposa, calculando cuánta riqueza trae al matrimonio, sin pensar cómo vivirá con él.

25

Sócrates[446] mandaba que, de los jóvenes que tienen la costumbre de mirarse al espejo, los feos se corrigiesen con la virtud y los hermosos no estropeasen su belleza con el Dvicio. Es hermoso, por tanto, que la señora de la casa, cuando tenga un espejo en sus manos, hable consigo misma y diga, si es fea: «¿Y qué sería, si no fuera prudente?», y si es hermosa: «¿Qué llegaré a ser, si además soy prudente?». Ya que para la mujer fea es un orgullo, si es querida más por sus costumbres que por su belleza.

26

A las hijas de Lisandro[447] les envió vestidos y joyas de gran valor el tirano de Sicilia[448]. Pero Lisandro no los aceptó, diciendo: «Estos adornos avergonzarán a mis hijas más que las adornarán». Pero Sófocles[449], antes que Lisandro, había dicho esto:

Ningún adorno, no, oh infortunado, sino desorden Eparecería que es la locura de tu mente.

«Pues adorno es —como decía Crates— lo que adorna». Y adornará aquello que hace a la mujer más hermosa. Y no es el oro ni la esmeralda ni la púrpura, los que la hacen así, sino cuantas cosas la rodean con la apariencia externa de la dignidad, la moderación y el recato.

27

Los que sacrifican a Hera, protectora del matrimonio[450], no sacrifican la hiel junto con las demás partes del sacrificio, sino que, arrancándola, la tiran junto al altar, queriendo decir con ello el legislador que nunca deberá haber cólera ni odio en el matrimonio. La aspereza de la señora de la casa, por tanto, debe ser como la del vino provechoFsa y suave, no amarga como la de la aloes[451] ni como una medicina.

28

A Jenócrates que era muy rudo en su carácter, aunque en lo demás era un hombre de bien, Platón le exhortaba a que sacrificara a las Gracias[452]. Efectivamente, según mi opinión, también a la mujer prudente le hacen falta, sobre todo, gracias para la relación con su marido, para que, 142Acomo decía Metrodoro[453], viva él con ella agradablemente y «sin estar airada, porque es prudente». Pues conviene que la mujer sencilla no se despreocupe de la limpieza; ni la que ama a su esposo de la amabilidad, ya que la severidad hace desagradable la moderación de la mujer, como la suciedad la sencillez.

29

La mujer que teme reírse delante de su marido y hacer alguna broma, para no parecer atrevida y disoluta, en nada se diferencia de aquella que, para no parecer que se perfuma la cabeza, ni siquiera se la unge, y para no parecer que colorea su cara, ni siquiera se la lava. Vemos que también los poetas y oradores, aquellos que quieren evitar lo vulgar, lo bajo y el mal gusto en su estilo, atraen y estimulan al oyente, cuidando su arte en los temas, en las Bcomposiciones y en los caracteres. Por ello, conviene también que la señora de la casa, porque huye, y hace muy bien, de lo superficial, ilícito y ostentoso y lo rechaza, con las gracias de su carácter y en su vida diaria use más todos sus artes para con su marido, acostumbrándole a lo que es honroso y, a la vez, placentero. Por tanto, si una mujer es antipática, violenta y desagradable por naturaleza, el marido debe de tener paciencia con ella y hacer como hizo Foción, quien, cuando Antípatro le ordenó una acción deshonesta e inconveniente, le respondió: «No me podrás usar como amigo y como adulador[454]». Del mismo modo debe pensar el marido de su prudente pero antipática mujer: «No puedo tener relaciones con ella como esposa y como Camante a la vez».

30

A las mujeres egipcias una costumbre heredada de sus antepasados les impedía usar calzado[455], para que permanecieran en casa. Si le quitas a la mayoría de las mujeres el calzado dorado, las pulseras, las ajorcas, los vestidos de púrpura y las perlas, se quedan en casa.

31

Téano[456], colocándose el manto alrededor de su cuerpo, enseñaba el brazo. Cuando alguien le dijo: «Hermoso brazo», ella le respondió: «Pero no público». Conviene que no sólo el brazo sino también el discurso de la mujer prudente no sean públicos; que ella sienta respeto y tenga cuidado de desnudar su palabra ante personas de fuera, ya que en la palabra se descubren los sentimientos, caracDteres y disposiciones de la que habla.

32

Fidias[457] representó a la Afrodita de los Eleatas[458] con un pie sobre una tortuga, queriendo decir que las mujeres deben cuidar la casa y guardar silencio. En verdad, conviene o bien que hable a su marido o bien a través de su marido, no molestándose si a través de una lengua extraña produce, como el tocador de flauta, un sonido más digno.

33

Los hombres ricos y los reyes, si honran a los filósofos, se adornan a sí mismos y a los filósofos; pero éstos, halagando a los ricos, no los hacen ilustres, sino que se hacen a sí mismos más despreciables. Esto sucede también en relación con las mujeres. Si se someten a sus maridos, son Ealabadas, en cambio, si quieren gobernarlos, caen en la ignominia más que los que son gobernados. Es justo, pues, que el hombre gobierne a la mujer, no como un señor sobre sus posesiones, sino como el alma al cuerpo, compartiendo sus sentimientos y uniéndose a ella con afecto. Porque, así como es preciso cuidar del cuerpo sin ser esclavos de sus placeres y deseos, así se debe mandar en la mujer, halagándola y agradándola.

34

Los filósofos[459] dicen que, de los cuerpos, unos están compuestos de elementos separados como una flota y un ejército, otros de elementos juntos como una casa o una nave, y otros están unidos y forman una sola naturaleza como ocurre con cada uno de los seres vivos. Casi del mismo modo el matrimonio de dos personas que se quieren está unido y forma una sola naturaleza; el de los que se Fcasan por la dote o por los hijos, está compuesto de personas unidas; el de los que duermen juntos por placer, lo es de personas separadas, de las que uno podría pensar que cohabitan no que viven juntas. Es necesario que, así como los filósofos de la naturaleza dicen de los Jíquidos que la mezcla se debe extender a través de toda la totalidad, del mismo modo conviene que los cuerpos, las propieda143Ades, los amigos y los parientes de los casados se mezclen entre ellos. En realidad también el legislador romano[460] prohibió que los casados dieran y tomaran presentes unos de otros, no para prohibir su participación, sino para que sintieran que todas las cosas eran comunes.

35

En Leptis, ciudad de Libia, es costumbre del país[461] que, un día después de la boda, la novia envíe a pedir una olla a la madre del novio, pero ésta no se la da y contesta que no tiene ninguna, para que aquélla, conociendo desde un principio los sentimientos de madrastra de la suegra, si más tarde le sucede algo más penoso, no se enoje ni se enfade. Conviene que la mujer, sabiendo esto, evite los pretextos. Los celos de la madre del marido por el amor de su hijo hacia la nuera son una realidad. La única medicina para este estado del alma es ganarse, particularBmente, el afecto del marido hacia ella sin apartarlo de su madre y sin menoscabar el cariño que siente hacia ella.

36

Parece que las madres quieren más a los hijos, en la idea de que ellos las pueden ayudar, y los padres a las hijas, porque piensan que ellas necesitan de su auxilio. Probablemente, es por la mutua estima que se tienen entre sí. El uno quiere demostrar claramente que acoge con más cariño y desea lo que es más característico del otro. Quizá también esto es indiferente, pero es agradable si la mujer se muestra más inclinada al respeto hacia los padres de su marido que a los suyos propios y si, afligida por alguna cosa, se lo cuenta a aquéllos y lo oculta a sus propios Cpadres. Efectivamente, el mostrar confianza supone conseguir confianza, y el mostrar amor ser amado.

37

Los generales ordenaban a los griegos que servían en el ejército de Ciro[462] que recibiesen en silencio a los enemigos, si éstos los atacaban gritando, y si guardaban silencio, que ellos los atacasen con gritos. Así las mujeres sensatas, cuando los maridos están airados y dan voces, ellas se mantienen tranquilas, pero tan pronto como se han callado, intentan calmarlos hablándoles y animándolos.

38

Eurípides[463] acusa con razón a los que usan la lira en los banquetes. Convenía más, en verdad, servirse de la múDsica en los enojos y en los sufrimientos, que relajar aún más a los que están disfrutando de los placeres. Así pues, pensad vosotros que están en un error aquellos que por placer duermen juntos, pero cuando se irritan o surge alguna diferencia, se acuestan separados y no llaman entonces, sobre todo, a Afrodita que es el mejor médico de tales males. Como también enseña el poeta en cierto lugar cuando hace decir a Hera:

Y anularé vuestras innumerables rencillas

llevándoos hacia el lecho para que os unáis en el amor[464].

39

Siempre y en todo lugar es necesario que la mujer evite enojarse con el marido y el marido con la mujer y, sobre Etodo, deben cuidarse de hacer esto cuando duermen y descansan juntos. Así una mujer, que sufría de dolores de parto y se encontraba mal, decía a los que querían acostarla en la cama: «¿Cómo va poder curar la cama aquellos males que contraje en la cama?». Las diferencias, ultrajes y odios, que engendra la cama, no es fácil que puedan ser destruidos en otro tiempo y lugar.

40

Hermíone parece que dice la verdad, cuando exclama:

Las visitas de malas mujeres me han matado[465].

Esto no sucede de una manera tan simple, sino cuando las diferencias y celos hacia sus maridos abren a tales muFjeres no sólo las puertas sino también los oídos. Por tanto, conviene entonces, sobre todo, que la mujer sensata cierre sus oídos y se guarde de la murmuración, para no añadir fuego al fuego[466], y tenga presente aquel dicho de Filipo[467]. En efecto, se dice que éste, animado por sus amigos contra los griegos, porque, a pesar de ser bien tratados, hablaban aún mal de él, les respondió: «¿Qué sucedería entonces si los tratásemos mal?». Así pues, cuando las amigas chismosas le digan: «Tu marido te hace sufrir, aunque tú lo amas y eres una mujer honrada». Ella les debe res144Aponder: «¿Qué sucedería, entonces, si yo lo odiara y me portase mal con él?».

41

El amo de un esclavo fugitivo, al verlo al cabo de algún tiempo, se puso a perseguirlo. Como se le escapase y se refugiara en un molino, exclamó: «¿Dónde habría querido yo encontrarte mejor que aquí?»[468]. Así pues, la mujer que por celos vaya a proponer por escrito la separación y se sienta muy enfadada, que se diga a sí misma: «¿De qué manera se alegraría más dé verme mi rival y haciendo qué cosa, que si me ve que estoy triste y peleada con mi marido y que he abandonado mi propia casa y mi lecho?».

42

BLos atenienses celebran tres fiestas de la labranza: la primera en Esciro[469], en recuerdo de la más antigua de las siembras; la segunda en Raria[470], y la tercera al pie de la ciudad[471], en un lugar llamado Busigio[472]. Pero lo más sagrada de todas es la siembra y la labranza matrimonial para la procreación de los hijos. Muy bellamente Sófocles[473] llamó a Afrodita «fértil Citerea[474]». Por ello conviene que el marido y la mujer usen de esto, sobre todo, con cuidado, manteniéndose puros de compañías impías e ilegítimas, a fin de no derramar simiente de la que no sólo no desean que les nazca nada[475], sino que, incluso, si nace algún fruto, se avergüenzan de él y lo ocultan.

43

Cuando el orador Gorgias estaba leyendo a los griegos en Olimpia un discurso sobre la concordia, un tal Melando dijo: «Nos da consejos sobre la concordia este hombre que no ha sido capaz en su casa de persuadirse a sí mismo, a su mujer y a su criada, a pesar de ser tres personas, Cpara mantener esa concordia[476]». Al parecer. Gorgias amaba a la criada, y su mujer estaba celosa de ésta. Es necesario, por tanto, que tenga su casa en buena armonía el que pretenda mantener unida una ciudad, una asamblea o unos amigos. Pues, por lo que parece, las faltas de las mujeres más que las faltas contra las mujeres pasan más desapercibidas a la mayoría de la gente.

44

Si, igual que el gato se irrita y enloquece, según se dice, con el olor de los perfumes, sucediera del mismo modo que las mujeres se irritasen y enloquecieran a causa de los perfumes, sería terrible que los hombres no quisieran privarse del perfume, sino que, por un breve placer suyo, las dejaran sufrir de esa manera. Así pues, cuando les suceden estas cosas a las mujeres, no porque sus maridos se den Dperfumes, sino porque se unen con otras, es injusto que, por un pequeño placer, se haga sufrir y se turbe con esto a las mujeres y que, como a las abejas[477] (que se cree que se irritan y luchan con los hombres que han tenido tratos con mujeres), no se acerquen los hombres a sus mujeres puros y limpios de compañías con otras mujeres.

45

Los que se acercan a los elefantes no se ponen vestiduras brillantes, ni rojas los que se acercan a los toros[478]. En efecto, los animales se enfurecen, sobre todo, con estos colores. Se dice que las hembras de los tigres, cuando son rodeadas de ruidos de tambores, enloquecen y se despedazan a sí mismas[479]. Así pues, puesto que de los hombres, algunos, si ven vestiduras escarlata o púrpura, lo soEportan muy mal, y otros se disgustan con los címbalos y tambores[480], ¿sería muy difícil que las mujeres se abstuvieran de estas cosas y no perturbasen e irritasen a sus maridos, sino que vivieran con ellos tranquila y agradablemente?

46

Una mujer le dijo a Filipo[481], que la intentaba atraer hacia él contra su voluntad: «Déjame. Todas las mujeres, cuando la lámpara se ha apagado, son iguales». Ésta es una respuesta adecuada a adúlteros y licenciosos, pero conviene que la mujer casada, sobre todo cuando se ha apagado la luz, no sea igual que las mujeres licenciosas, sino que resplandezcan la virtud de su cuerpo, aunque no se vea, y la fidelidad exclusiva a su marido, su entrega y su amor.

47F

Platón[482] aconsejaba a los ancianos, especialmente, que mostrasen pudor ante los jóvenes, para que también éstos se comportaran de una manera respetuosa ante ellos. Ciertamente allí donde los ancianos obran sin pudor, ningún respeto ni pudor crece en los jóvenes. Es preciso que el marido, teniendo presente esto, a nadie respete más que 145Aa su mujer, ya que el lecho será para ella escuela de moderación o desenfreno. El que disfruta de los placeres, de los mismos de los que él trata de apartar a su mujer, en nada se diferencia de aquel que la ordene luchar contra enemigos a los que él mismo se rindió.

48

Sobre el amor a los adornos, trata tú, Eurídice[483], de recordar, después de leerlos, los consejos escritos por Timóxena[484] a Aristila[485]. Y tú, Poliano, no pienses que tu mujer va a suprimir lo superfluo y el lujo, si ve que tú no los desprecias en otras cosas, sino que disfrutas con los adornos de oro de los vasos, con las pinturas de las habitaciones, con los costosos adornos de las mulas y con Blas colleras de los caballos; pues no es posible desterrar el lujo de los aposentos de las mujeres, mientras permanece en los de los hombres.

Además, tú, Poliano, puesto que estás en una edad propicia para practicar la filosofía, adorna tu carácter con los discursos que se acompañan de demostraciones y deliberaciones, frecuentando y buscando la compañía de aquellas personas que puedan ayudarte. Reuniendo de todas las partes, como las abejas, lo provechoso y llevándolo tú mismo en ti mismo, haz a tu mujer partícipe de ello y discútelo con ella, para que le sean familiares y de su uso los discursos mejores. Porque para ella «eres» el padre «y la venerada madre así como el hermano[486]». Y no es menos honroso oír a tu mujer que diga: «Esposo, tú eres para mí[487] Cguía, filósofo y maestro de las cosas más bellas y divinas». Tales enseñanzas, principalmente, alejan a las mujeres de una conducta indecorosa. En efecto, una mujer que está aprendiendo geometría se avergonzará de bailar y no admitirá los encantamientos de los filtros, si está hechizada con los escritos de Platón y Jenofonte. Y si alguna maga le promete que hará bajar la luna, se reirá de la ignorancia y necedad de las mujeres que se creen estas cosas, pues ella no desconoce la astrología y ha oído que Aglaonice, la hija de Hegétor de Tesalia, por ser experta en eclipses de luna llena y por conocer de antemano el tiempo en que Dsucede que la luna es obscurecida por la sombra de la tierra, engañaba y convencía a las mujeres de que ella hacía bajar la luna[488]. Se dice que ninguna mujer ha dado jamás a luz un niño sin la participación de un hombre, y a los nacimientos deformes y monstruosos y que reciben su naturaleza por sí mismos a partir de una corrupción, los llaman molas[489]. Se tendrá cuidado para que esto no surja en las almas de las mujeres. En efecto, si ellas no reciben las simientes de discursos provechosos, ni participan con los maridos de la educación, ellas mismas, solas, engendran multitud de proyectos y pasiones extraños y pernicioEsos. Tú, Eurídice, intenta sobre todo familiarizarte con las máximas de las personas sabias y buenas y tener siempre en la boca aquellas enseñanzas que, cuando todavía eras joven, aprendiste a nuestro lado, para que alegres a tu marido y seas admirada por las demás mujeres, adornada sin costarte nada de manera tan preciosa y digna. Realmente, las perlas de la mujer rica y los vestidos de seda de la mujer extranjera no se pueden tener ni se pueden llevar sin comprarlos a un alto precio. En cambio, los adornos de Téano[490], de Cleobulina[491], de Gorgo[492], la mujer de Leónidas, de Timoclea[493], la hermana de Teágenes, de aquella antigua Claudia[494] y de Cornelia[495], hija de Escipión, y cuantas fueron admiradas y famosas, estos adorFnos puedes tú llevarlos sin costarte nada y, adornada con ellos, vivir digna y felizmente. Porque, si Safo, a causa de sus bellas composiciones poéticas, estaba tan orgullosa, que escribió a una dama muy rica:146A

Después de muerte yacerás en tu tumba y nadie

se acordará de ti, pues no participas de las

rosas de Pieria[496],

¿cómo no vas a tener tú un motivo mayor para estar orgullosa de ti misma y radiante, si participas no sólo de las rosas, sino también de los frutos que las Musas producen y regalan a los que admiran la educación y la filosofía?