INTRODUCCIÓN
No figura este tratado en el llamado «Catálogo de Lamprias», y sobre su autenticidad hay planteada una polémica en la que las distintas posiciones no logran imponer mayoritariamente sus criterios, al basar sus apreciaciones en datos que escapan a una estricta objetividad.
Se enmarca este tratado en el llamado paramythetikos lógos[67], y Plutarco lo habría dirigido a un tal Apolonio, de quien no tenemos más noticias, tras la muerte prematura de un hijo del mismo nombre. El análisis de la obra descubre sin dificultad los rasgos característicos de este género consolatorio, por lo que ha sido considerado incluso como un plagio[68] de la obra Peri pénthous de Crántor de Solos, considerada en la Antigüedad como el prototipo del paramythetikos logos.
Las dudas sobre la autoría plutarquea se plantean a partir del estilo y la estructura de la obra[69], así como de la forma en que las numerosas citas de los autores griegos se insertan en la trama general del texto, siendo, además, de una extensión poco habitual en el resto de las obras de Plutarco.
A partir de estas diferencias, los estudiosos se han situado en dos posiciones antagónicas, por y contra la autenticidad, siguiendo y, en gran parte, repitiendo, para defender su posición, las razones expuestas ya en el siglo XIX por dos grandes conocedores de la obra de Plutarco: D. Wyttenbach[70] y R. Volkmann[71].
El texto de la Consolación presenta, sin duda, una serie de peculiaridades, mejor que defectos[72], que se encuadran dentro de los dos motivos anteriormente señalados. Sin dificultad, en efecto, se pueden señalar en él repeticiones innecesarias, contradicciones, ruptura de la exposición, citas demasiado extensas y difíciles de encajar en el tema general e, incluso, en el lugar donde aparecen, etc. Para unos[73], para los que defienden la autenticidad, estos llamados defectos, por los demás, pueden explicarse, por ejemplo, considerando esta obra un trabajo de juventud[74] o, quizá, un resumen o borrador, cuyo texto final no conocemos e, incluso, dudan de si fue escrito. Aquellos estudiosos[75], en cambio, que han negado que con este escrito estemos ante una obra de Plutarco, señalan que, frente a las otras obras plutarqueas sobre las que no existe duda alguna en torno a su autenticidad, la Consolación carece del colorido, emoción y entusiasmo que encontramos en el otro tratado de Plutarco de contenido parecido, es decir, en su Consolatio ad uxorem; las citas se agolpan en forma y extensión tales que difícilmente se insertan en el tema general de la obra; ciertas peculiaridades del lenguaje que se detectan aquí no las encontramos en las otras obras de Plutarco: se trataría de que aquí no se evita el hiato, se encuentran usos especiales del subjuntivo, artículo, negación, optativo, etc., e incluso tampoco las cláusulas rítmicas de este tratado se ajustarían a las empleadas por Plutarco en sus otras obras.
A todos estos ataques y, en general, a todas las causas por las que se ha dudado de la autenticidad de esta obra ha respondido J. Hani[76], negando la singularidad de esos llamados defectos, que, según él, se hallan igualmente en otras obras sobre las que no existe duda en torno a la autoría de Plutarco. Este estudioso francés reclama, además, entre otras virtudes del tratado, la existencia de una estructura, reconocida incluso por Volkmann[77], que estaría distribuida en los siguientes apartados: «Exordio». (102A-103A); «Parte I» (103B-106A), sobre las miserias de la vida; «Parte II». (106B-119F), sobre la muerte, y una «Parte III». (120A-122A), sobre la inmortalidad del alma. Esta ordenación de ideas, continúa Hani, se conformaría con las reglas del género consolatorio, señaladas, por ejemplo, por Dionisio de Halicarnaso en su Ars Rhet. VI 5-263R. Por otro lado, la mayoría de los autores destacan la fidelidad y precisión con que las citas, a pesar de todo, nos transmiten los textos de los autores citados, de tal forma que, en casos como los de Eurípides (Suplicantes 1110 y 1112), su lectura es preferible a la transmitida por la tradición manuscrita y, por ello, es admitida por los editores de Eurípides[78].
Por lo demás, la evidente alineación de este tratado en el llamado paramythétikós lógos ha llevado a más de un estudioso a dudar no ya de su autenticidad, sino también de la originalidad de esta obra. En este sentido, y resumiendo mucho el problema, las posturas van desde la de aquellos que, llevados de un análisis hipercrítico, piensan que es un plagio, como decíamos al principio de esta introducción, y que se puede reconstruir la obra de Crántor de Solos a partir de la Consolación[79], hasta la de los que, ante la verdadera amalgama de pensamientos, que revela el tratado y del cúmulo de ideas sobre todo platónicas y de la Academia, cínicas, epicúreas, órfico-pitagóricas y estoicas, postulan un autor intermedio que podría ser Posidonio, Crisipo o una antología gnomológica, salida de su escuela y usada en círculos estoicos, que explicaría perfectamente la criticada falta de inserción de las numerosas y largas citas de los autores en el contexto de la obra.
Terminaremos este breve acercamiento al problema diciendo que, en esta obra como en otras atribuidas a Plutarco, incluidas o no en el «Catálogo de Lamprias», de las que ha sido puesta en duda su autenticidad, la solución al problema deberá quedar abierta, a pesar del valioso trabajo realizado últimamente por J. Hani. Son muchas las obras de Plutarco que se han quedado en el camino de la transmisión y cuya recuperación aportaría, sin duda, nueva luz a los numerosos problemas que la extensa obra del polígrafo de Queronea plantea y seguirá planteando a los estudiosos que se acerquen a su obra. De todas formas, en este caso como en el de los otros tratados que hemos traducido en esta misma colección, la inclusión en el Corpus de Plutarco lo ha sido porque eran obras que respondían, como muy acertadamente escribe Hani[80], aplicándolo a la Consolación, al género literario que le va al médico del alma que fue Plutarco, con lo que el problema quedaría, creemos, bastante atenuado.