Capítulo XLV
“La Madre Bengalí y Su Inefable Gozo”
— Por favor, señor, no deje usted la India sin conocer antes a Nirmala Devi. Su santidad es intensa; se le conoce en todas partes como Ananda Moyi Ma (Madre saturada de gozo). —Esto me decía mi sobrina Amiyo Bose, mientras me miraba con sincero aire de súplica.
— ¡Por supuesto! Tengo mucho empeño en ver a esa santa mujer. —Y agregué—: He leído sobre su gran desenvolvimiento espiritual. Un pequeño artículo en donde se la menciona apareció hace años en la revista "East-West”.
Visitó mi pueblo, Jamshedpur. Antes las súplicas de un discípulo, Ananda Moyi Ma fué a la casa de un moribundo. Permaneció al lado de la cama del agonizante, y cuando tocó su frente, el estertor de la muerte cesó. La enfermedad desapareció inmediatamente; con gran sorpresa y regocijo, el hombre se encontró sano.
Pocos días después supe que la Bendita Madre estaba hospedada en la casa de un discípulo en la sección de Bhowanipur en Calcuta. El señor Wright y yo dejamos inmediatamente la casa de mi padre en Calcuta. Según el Ford se acercaba a la casa de Bhowanipur, mi compañero y yo observamos una desusada escena callejera.
Ananda Moyi Ma se encontraba de pie en un automóvil abierto, bendiciendo a un grupo de unos cien discípulos. Evidentemente, estaba a punto de partir. El señor Wright estacionó el Ford a cierta distancia y se dirigió conmigo, a pie, hasta la silenciosa asamblea. La santa dirigió la mirada hacia nosotros; salió del auto y vino a nuestro encuentro.
— Padre, has venido. —Con estas fervorosas palabras puso los brazos alrededor de mi cuello y su cabeza en mi hombro. El señor Wright, a quien yo acababa de decirle que no conocía a la santa, disfrutaba, asombrado, de esta extraordinaria demostración de bienvenida. Los ojos de los cien chelas también se fijaron, no sin sorpresa, en la afectuosa escena.
Instantáneamente me había dado cuenta de que la santa estaba en un profundo estado de Samadhi. Completamente olvidada de su compostura externa como mujer, tenía sólo conciencia de su alma inmutable; desde ese plano, ella saludaba gozosamente a otro devoto de Dios. Me condujo de la mano a su automóvil.
— Ananda Moyi Ma, estoy retardando tu partida —protesté.
— ¡Padre, es nuestro primer encuentro en esta vida! —dijo—. Por favor, no se vaya todavía.
Nos acomodamos en el asiento trasero del automóvil. La bienaventurada Madre entró pronto en un estado de inmóvil éxtasis. Sus hermosos ojos miraban el cielo, e inmóviles sondeaban el siempre lejano paraíso interno. Los discípulos clamaron suavemente:
— ¡Victoria a la Madre Divina!
Yo me había encontrado en la India con muchos hombres de Realización Espiritual, pero nunca con una mujer santa de tan alta y elevada exaltación. Su gentil rostro estaba iluminado con el gozo inefable que le había valido el nombre de Madre Bendita. largas y negras trenzas colgaban sueltas tras su cabeza descubierta. .Un punto rojo de pasta de sándalo, colocado en su frente, simbolizaba el ojo espiritual, siempre abierto en su interior. Rostro pequeño, manos pequeñas, pies pequeños, ¡que contraste con su magnitud espiritual!
Hice algunas preguntas a una mujer chela que estaba cerca, mientras Ananda Moyi Ma seguía en su trance.
— La Bendita Madre viaja constantemente al través de la India. En muchas partes tiene cientos de discípulos —me dijo la mujer—. Sus valerosos esfuerzos han provocado reformas sociales muy deseables. Aunque es Brahmin, la santa no reconoce ninguna distinción de castas321. Un grupo de nosotros viaja siempre con ella, velando por su comodidad. Tenemos que cuidarla, pues ella casi no cuida de su cuerpo. Si no se le ofrece los alimentos, no come ni trata de hacerlo. Aun cuando los alimentos se le pongan enfrente, ni siquiera los toca. Para evitar su desaparición de este mundo, nosotros, sus discípulos, la alimentamos con nuestras propias manos. Durante días enteros permanece en éxtasis, respirando apenas y con la mirada fija. Uno de sus principales discípulos es su esposo. Hace muchos años, poco después del matrimonio, él hizo voto de silencio.
La discípula me señaló a un hombre de anchas espaldas, de muy buenas facciones, de cabello largo y de barba canosa. Se encontraba de pie en medio del grupo, silencioso, con las manos trenzadas en la actitud reverente de los discípulos.
Refrescada por su inmersión en el Infinito, Ananda Moyi Ma dirigía ahora su conciencia al mundo material.
— Padre, por favor, dígame, ¿dónde radica usted? —Su voz era clara y melodiosa.
— Por ahora, en Calcuta o Ranchi; pero pronto volveré a América.
— ¿América?
— Sí; una mujer santa de la India sería sinceramente estimada allá por los buscadores de lo espiritual. ¿le gustaría a usted ir?
— Si el Padre me lleva, voy.
Esta contestación causó cierta alarma entre los discípulos que nos rodeaban.
— Veinte de nosotros o más, viajamos con la Bendecida Madre —me dijo uno de ellos—. No podemos vivir sin ella; adonde quiera que vaya iremos nosotros.
De mala gana tuve que abandonar el plan, en vista de lo impracticable que resultaba una resolución que implicaba el aumento de viajeros.
— Cuando menos, venga usted con sus discípulos a Ranchi —dije a la Santa al despedirme—. como niña divina que es usted, gozará intensamente con los pequeños de mi escuela.
— Cuando el Padre me lleve, yo iré gustosa.
Poco tiempo después, la Vidyalaya de Ranchi estaba engalanada por la anunciada visita de la Santa. ¡Los chiquillos, ansiosos, veían venir un día de asueto, sin lecciones, sin horas de música y, para colmo, una fiesta!
— ¡Victoria! ¡Ananda Moyi Ma, Ki Jai! —Este canto, repetido por las entusiastas y alegres gargantas de los niños, daba la bienvenida a la Santa cuando ella y su comitiva llegaron a las puertas de la escuela. la bendita Madre caminaba sonriente sobre los apacibles terrenos de la Vidyalaya, llevando siempre consigo su paraíso portátil. Pasó por entre lluvias de amapolas, retumbar de címbalos, el ronco sonido de los caracoles y el batir de los tambores, mridanga.
— ¡Es esto hermoso, muy hermoso! —dijo graciosamente Ananda Moyi Ma, cuando la conduje al edificio principal. Tomó asiento a mi lado, con su dulce y graciosa sonrisa de niña. Lo hacía sentirse a uno como en presencia de la más antigua y buena amiga; sin embargo, una aura de lejanía y aislamiento flotaba siempre en torno de ella; ¡el paradójico aislamiento de la Omnipresencia!
— Por favor, cuénteme algo acerca de su vida.
— El Padre lo conoce todo; ¿para qué repetirla? —Evidentemente sentía que los hechos actuales y físicos de una encarnación no tenían ninguna importancia.
Yo sonreí ligeramente, volviendo a repetir nuevamente mi pregunta.
— Padre, hay poco que decir. —Extendió sus graciosos y pálidas manos en un gracioso ademán de desenfado—. Mi conciencia nunca se ha asociado o mezclado con mi cuerpo material, temporal. Antes de que yo viniera a este mundo, era la misma. Cuando pequeña, era la misma. Llegué a la pubertad y seguí siendo la misma. Cuando la familia donde he nacido hizo arreglos para que este cuerpo se casara, seguí siendo la misma. Y cuando mi esposo, embriagado de pasión vino hacia mí con tiernas palabras y tocó mi cuerpo, recibió un violento choque, como si hubiera recibido una descarga eléctrica; pero hasta en ese caso, yo seguí siendo la misma.
"Mi esposo se arrodilló ante mí, juntó las manos e imploró mi perdón.
"Madre —me dijo—, a causa de haber profanado tu templo temporal, tocándolo con la idea lasciva, sin saber que dentro de él mora, no mi esposa, sino la Madre Divina, hago este juramente solemne: "yo seré tu discípulo, seré tu feligrés célibe, velando por ti siempre, en silencio, como un sirviente; nunca volveré a hablar a nadie mientras viva, y que esto me reconcilíe contigo y se lave el pecado que hoy he cometido contra ti, mi gurú”.
"Aun cuando acepté tranquilamente este ofrecimiento de mi esposo, "era la misma”. Y, Padre, ahora, frente a ti, soy la misma. Y de aquí en adelante, aun cuando la danza de la creación cambie mi alrededor en las salas de la eternidad, "Yo seguiré siendo la misma”.
Ananda Moyi Ma se sumió en profundo éxtasis; su forma era la de una estatua. Había volado, obedeciendo el continuo llamado del cielo. Los oscuros estanques de sus ojos aparecían sin vida y estaban vidriosos. Esta expresión se presenta con frecuencia, cuando los santos retiran la conciencia del cuerpo físico, que es entonces más parecido que nunca a una pieza de arcilla. Permanecimos juntos durante una hora, en ese trance extático. Ella volvió a este mundo con una graciosa sonrisa.
— Por favor, Ananda Moyi Ma —le dije—: Venga conmigo al jardín, en donde el señor Wright tomará una fotografía.
— Por supuesto, Padre. Su voluntad es la mía. —Sus preciosos ojos retenían aún su brillo divino cuando posaba para que le tomasen algunas fotografías.
¡La hora de la fiesta! Ananda Moyi Ma se acomodó sobre la manta que le servía de asiento; un discípulo estaba a su lado para alimentarla como si se tratara de un niño; obedientemente, la santa tomaba el alimento, después de que su chela se lo ponía en los labios. Era evidente que la madre no distinguía entre los curries y los dulces, frutas secas, etcétera.
Cuando cayó la tarde, la Divina madre se marchó con su comitiva, en medio de una lluvia de pétalos de rosas, con las manos elevadas en signo de bendición para todos los pequeñuelos que la rodeaban, y cuyos rostros estaban iluminados por el efecto que, sin esfuerzo, había la santa despertado en ellos.
"Amarás, pues, al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas. Cristo dijo: éste es el principal mandamiento”322.
Habiendo desechado todo apego inferior, Ananda Moyi Ma ofrecía su alianza única al Señor. No por las distinciones de los eruditos, sino por el seguro y largo sendero de la fe, la santa, pura como un niño, había resuelto el único problema de la vida, estableciendo su Unidad con Dios. El hombre ha olvidado esta rígida simplicidad, ahora oscurecida por un millón de obstáculos. Rehusando el amor monoteísta a Dios, las naciones disfrazan su infidelidad con el acendrado respeto hacia los cultos externos de la caridad. Estos actos humanitarios son virtuosos, porque por un momento distraen la atención del hombre de sí mismo, pero no lo liberan de su única responsabilidad de la vida y a la cual se refiere Jesús como su primer mandamiento. La altísima obligación de amar a Dios es asumida por el hombre desde su primer aliento, concedido libre ampliamente por su único Benefactor.
Después de la visita de la santa a Ranchi, tuve la oportunidad de ver de nuevo a Ananda Moyi Ma. Unos meses más tarde, en efecto, la hallé rodeada de sus discípulos, en el andén de la estación de Serampore, esperando la llegada del tren.
— Padre, me voy a los Himalayas —me dijo—. Discípulos generosos me han construido una ermita en Dehra Dun.
Cuando ella subió al tren, me maravillé de ver que, aún en medio de la multitud, en un tren, caminando, o sentada en silencio, sus ojos no se separaban jamás de Dios. Aun sigo oyendo su voz dentro de mí, con eco de inconmensurable dulzura:
— Contempla; ahora y siempre una con el Eterno. "Soy siempre la misma”.