8
Regreso a Arroyo Tibbet
Verano del 333 d. R.
El estado de ánimo del Protegido era sombrío mientras veía perderse en la lejanía la ciudad de Fuerte Miln. La felicidad que le había producido el reencuentro con Ragen y Elissa se había desvanecido tras toparse con Jaik. La conversación se repetía una y otra vez en su mente y ahora se le ocurrían todas las palabras que debería haber dicho entonces, pero eso no le ayudaba a resolver la duda persistente respecto a si su amigo tenía razón o no.
Con el fin de distraerse, comenzó a leer el libro que Ronnell le había dado, pero tampoco encontró consuelo en él. Allí se explicaban con toda claridad los secretos del fuego que Leesha ocultaba tan celosamente, junto con diagramas de artefactos metálicos que convertirían su fuerza en instrumentos de precisión letal. Eran objetos diseñados para matar, no a demonios, sino a seres humanos.
«¿Fueron los abismales los que nos pusieron al borde de la extinción? —se preguntó el Protegido—, ¿o fuimos nosotros mismos los culpables?».
Cuando el sol comenzó a ponerse vio una torre en ruinas a un lado del camino. Uno de los predecesores de Euchor había mantenido una guarnición en ella pero, al final, cayó en poder de los demonios y no se volvió a reconstruir. La mayoría de los Enviados, convencidos de que estaba hechizada, procuraban evitarla.
Una puerta medio desprendida colgaba torcida de las bisagras destrozadas y la pared exterior mostraba grandes agujeros.
El Protegido cabalgó hacia el interior de la torre y maneó a Rondador Nocturno en el interior de un círculo protegido. Después se desnudó hasta quedarse sólo con el taparrabos y seleccionó una lanza y un arco. Cuando cayó la oscuridad, la niebla maloliente empezó a filtrarse por entre las piedras destrozadas del patio. Los abismales acudían en mayor número a las ruinas abandonadas, ya que el instinto les dictaba que los antiguos habitantes podrían regresar algún día a ellas. Cincuenta hombres habían muerto cuando fallaron los grafos de esa torre, probablemente asesinados por los mismos demonios que se alzaban en ese momento. Se merecían una venganza.
El Protegido esperó hasta que los demonios le descubrieron y entonces cargó su arco y lo alzó. Su primera flecha acabó con el demonio del fuego que iba a la cabeza. Sin embargo, necesitó varios disparos para abatir al siguiente, un demonio de las rocas.
Cuando este se desplomó, los demás se detuvieron, y algunos incluso comenzaron a retroceder con la intención de huir, pero el Protegido había colocado grafolitos en los agujeros del muro y la puerta y, por tanto, estaban atrapados en la torre con él. Cuando se quedó sin flechas, los atacó con la lanza y el escudo, y finalmente también los abandonó para luchar con las manos y los pies desnudos.
Se fortalecía conforme avanzaba la noche pues absorbía cada vez más y más magia. Inmerso en el frenesí de la matanza no pensó en nada más hasta que, cubierto del icor de los demonios que crepitaba al entrar en contacto con los grafos tatuados, no encontró más enemigos que matar. El cielo comenzó a iluminarse poco después y los pocos abismales que quedaban se desvanecieron convertidos en neblina para huir del sol que ya comenzaba a eliminar la mancha de su corrupción de la superficie del mundo.
Pero entonces la luz también le alcanzó a él y sintió como si su piel estuviera ardiendo. El resplandor le hirió los ojos, y se sintió mareado; le ardía la garganta. Permanecer allí era una pura agonía.
No era la primera vez que le pasaba algo así. Leesha opinaba que se debía a que la luz del sol quemaba el exceso de magia que había absorbido, pero una parte de sí mismo, una parte instintiva, sabía la verdad.
El sol le rechazaba. Se estaba convirtiendo en un demonio y ya no pertenecía a la superficie del mundo.
El Abismo le llamaba, le atraía con promesas de refugio. Los caminos, como conductos de magia que emanaban del suelo, eran inconfundibles a sus ojos protegidos y todos le cantaban la misma canción. Ningún sol le quemaría al amparo del Abismo.
Comenzó a desmaterializarse y dejó que una pequeña parte de su esencia descendiera por uno de aquellos caminos.
«Sólo una vez —se dijo—, para poner a prueba mis fuerzas y ver si puedo luchar allí». Era un pensamiento noble, aunque no completamente honesto, porque lo más probable era que el intento terminara destruyéndole.
«De todos modos, el mundo estaría mejor sin mí».
Pero antes de que pudiera diluirse escuchó un chasquido acompañado de un relámpago de luz cuando un rayo de sol cayó sobre uno de los cadáveres y estalló en llamas. Comprobó cómo se inflamaban uno tras otro, como si se tratara de una exhibición de fuegos artificiales.
Mientras los abismales se quemaban, su dolor empezó a disminuir. El sol lo debilitó como hacía siempre, pero no lo destruyó.
«Todavía —pensó—, pero lo hará pronto. Será mejor que entregue los grafos, mientras pueda, a la gente de Arroyo».
Mientras se acercaba a Arroyo, el Protegido comenzó a encontrarse con más lugares que le resultaban familiares, de modo que su mente, ocupada hasta hacía poco con pensamientos relativos al Abismo, regresó al presente. Se encontró con la cueva del Enviado donde se había refugiado con Ragen y Keerin. También halló las ruinas donde les conoció, lugar que ahora, al menos, estaba libre de demonios. Una manada de lobos nocturnos residía allí y, por prudencia, los evitó. Hasta los abismales se lo pensaban dos veces antes de molestar a una manada de estos animales. El hecho de que los demonios se hubieran pasado siglos sacrificando de forma selectiva las presas más pequeñas y débiles, había hecho que los pocos depredadores que quedaban en estado salvaje fueran realmente formidables. Recibían ese nombre por su pelaje negro azabache y los adultos podían llegar a pesar ciento cincuenta kilos. Una manada podía abatir incluso a un demonio del bosque si lo acorralaban.
Un poco más adelante en el camino se encontró con el pequeño claro donde había cercenado el brazo del Manco. Había esperado encontrarlo como lo dejó: el terreno chamuscado y ennegrecido alrededor de la zona despejada donde había construido su círculo.
Pero habían pasado sus buenos catorce años y aquel lugar yermo ahora florecía con una vida más espléndida aún que la del resto del lugar. Debía ser un buen presagio, aunque él no creía en esas cosas.
En un lugar remoto como Arroyo Tibbet, un Enviado o cualquier otro extraño, incluso aunque procediera de Pastos al Sol, la ciudad más próxima, era algo raro y solía atraer la atención. Como había llegado al pueblo antes de lo que había planeado, el Protegido se detuvo y esperó. Era mejor cruzar las cercanías y el pueblo propiamente dicho al final del día, cuando la gente estuviera ocupada comprobando los grafos y no vigilando el camino. Llegaría a Ciudad Central a una hora cercana al crepúsculo, justo a tiempo de alquilar una habitación en la posada del Jabalí. A la mañana siguiente, todo lo que tendría que hacer sería buscar al Portavoz del pueblo y darle a él o ella el grimorio con los grafos de combate y entregarles algunas armas a aquellos que las quisieran. Luego se marcharía, antes de que la mitad de la gente se hubiese enterado siquiera de que había estado allí. Se preguntó si Selia sería aún la representante del pueblo, como cuando él era joven.
La primera granja por la que pasó era la de Mack Pasture, pero aunque oyó el sonido de los animales en el establo, no vio a nadie. No tardó mucho en llegar a la de Harl. La granja de Tanner estaba completamente desierta y parecía no llevar así demasiado tiempo, pues los grafos aún estaban intactos y los campos no habían sido incendiados por los abismales. Sin embargo, no había ganado a la vista, y los campos estaban descuidados, como si no les hubieran prestado la atención adecuada durante un tiempo. Como no había signos de ataques de los demonios, se preguntó qué podría haber pasado.
La granja de Harl tenía un significado especial para él. Durante once años, aquella granja había sido lo más lejos que había estado de su casa, pero más que por eso, la razón era que allí había besado a Beni y Renna la noche anterior a la muerte de su madre. Era irónico. Apenas podía recordar el rostro de su madre, sin embargo, recordaba aquellos besos a la perfección. También le vinieron a la memoria el modo en que sus dientes habían chocado torpemente con los de Beni y cómo ambos se habían retirado con brusquedad debido a la sorpresa, así como la suavidad y calidez de la boca de Renna y el sabor de su aliento.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pensó en Renna Tanner. Sus padres les habían prometido y, si Arlen no hubiera huido, ahora probablemente estarían casados, criando a sus hijos y atendiendo la granja de Jeph. Se preguntó qué habría sido de ella.
Conforme avanzaba, las cosas le parecieron aún más extrañas. No había motivos para que tomara ningún tipo de precaución al aproximarse a la ciudad, pues no vio una sola alma mientras atravesaba Arroyo; sin embargo, era muy raro que todos los hogares estuvieran cerrados a cal y canto. Comprobó la fecha mentalmente, pero era demasiado pronto para la feria del solsticio de verano. Debían de haber sido convocados por el Gran Cuerno.
El Gran Cuerno se guardaba en Ciudad Central y sólo se usaba cuando tenía lugar un ataque, pues servía para indicar el lugar, de modo que los habitantes más cercanos pudieran ir en busca de supervivientes y reconstruir la zona, si era posible. Cuando eso sucedía, la gente encerraba el ganado, pues solían estar fuera más de una noche.
Sabía que había juzgado a la gente con demasiada dureza cuando abandonó su hogar. No eran muy diferentes de los pobladores de Hoya de Leñadores o cualquier otra de las docenas de aldeas que había visto. Puede que la gente de Arroyo no se enfrentara a los abismales como los krasianos, pero resistían a su manera, y también solían reunirse de vez en cuando para reafirmar sus lazos mutuos. Cuando peleaban entre ellos, solía ser por cosas de poca importancia. Nadie en Arroyo permitiría que un vecino pasara hambre o quedara sin refugio, como solía pasar con tanta frecuencia en las ciudades.
El Protegido olisqueó el aire y examinó el cielo, pero no había rastro de humo, el indicador más fiable de que había habido un ataque. Aguzó sus oídos, pero no había nada que le guiara hacia el lugar. Después de intentar rastrear alguna pista más sin éxito, enfiló de nuevo el camino hacia Ciudad Central. Seguro de que allí encontraría a alguien que le informara sobre el ataque.
Ya casi había oscurecido cuando llegó a Ciudad Central y el rumor de las voces llegó a sus oídos. Se relajó, al darse cuenta de que sus temores eran infundados y se preguntó qué habría sido lo que habría atraído a todo Arroyo a pasar la noche en la ciudad. ¿Se habría casado por fin alguna de las hijas del Jabalí?
Las calles estaban desiertas, pero parecía que toda la gente de la zona se hallaba allí. Todos los porches, puertas y ventanas que daban a la plaza estaban llenos de gente. Algunos, como los Watch, incluso habían instalado sus propios círculos y se mantenían apartados de los demás, aferrados a sus libros del Canon, mientras rezaban con fervor. Hacían un abierto contraste con la gente de la Colina de la Turba, que se abrazaban unos a otros a la vez que sollozaban. Entre ellos, captó por un momento la imagen de la hermana de Renna, Beni, que estrechaba con fuerza a Lucik Boggin.
Siguió la dirección de sus miradas hasta el centro de la plaza, donde una hermosa joven estaba atada a una estaca plantada en el suelo.
Mientras, el sol se ocultaba en el horizonte.
Tardó sólo un instante en reconocer a Renna Tanner. Quizá la rapidez se debió a que la tenía presente en su mente en ese momento, o a que acababa de ver a su hermana, pero el rostro redondo de la muchacha le resultó inconfundible, incluso a pesar de todo el tiempo pasado, al igual que el largo cabello castaño que le llegaba casi hasta la cintura.
La muchacha colgaba desmayadamente, sostenida por las cuerdas que envolvían su pecho y sus brazos, más que por sus propias fuerzas. Tenía los ojos abiertos pero su mirada permanecía vacía, perdida, ausente de expresión.
—¿Qué Abismos está pasando aquí? —rugió, clavando los talones en los flancos de Rondador Nocturno. El gigantesco semental salió disparado hacia la plaza y sus cascos hollaron la hierba al galopar ante la multitud atónita. La plaza estaba iluminada por el resplandor titilante de antorchas y faroles, pero por encima de ella, el cielo estaba teñido de un intenso color púrpura. Sólo faltaban unos segundos para que empezaran a emerger los abismales.
El Protegido se dejó caer del lomo del caballo y se apresuró a llegar al lado de la estaca para deshacer los nudos que ataban a la chica. Un anciano se le acercó a grandes zancadas, agitando un gran cuchillo de caza con la hoja ensangrentada. La aguda nariz del Protegido captó el olor a sangre seca y en ese momento reconoció al Legista Raddock, el Portavoz de Hoya de Pescadores.
—¡Esto no es asunto tuyo, Enviado! —exclamó mientras le señalaba con el cuchillo—. ¡Esta chica ha matado a uno de mis parientes y a su propio padre y exigimos verla vaciada por ese motivo!
El hombre tatuado se quedó mirando a Renna, sorprendido, y el pasado le golpeó como una bofetada. Los juegos de marido y mujer que ella y Beni habían querido jugar con él en el pajar, juegos que decían haber aprendido observando a su padre con Ilain. Las palabras de súplica, dichas en secreto por la muchacha a su padre, cuando le rogaba que la llevara consigo. Recordó también aquel sordo gruñido en la habitación de Harl en lo más profundo de la noche.
Otros recuerdos invadieron su mente pero esta vez los miró con los ojos de un adulto y no con la ingenuidad de un niño. El horror de lo sucedido le golpeó, seguido inmediatamente de un acceso de furia. Se acercó al hombre con tanta rapidez que este no pudo reaccionar, le cogió la muñeca y la retorció en un movimiento sharusahk que lo lanzó al suelo al mismo tiempo que el cuchillo caía de sus manos.
El Protegido alzó la hoja para que todos la vieran.
—Si Renna Tanner ha matado a su padre —gritó—, entonces, ¡os digo que él lo merecía!
Después se acercó a Renna para cortar sus ataduras, pero varios Fisher, con Garric a la cabeza, le atacaron con sus lanzas. Él clavó el cuchillo en la estaca y se volvió para enfrentarse a los hombres.
Llamar lucha a aquello habría sido ser muy amable con los Fisher. Eran hombres fuertes, pero no guerreros, y él era un luchador entrenado y más fuerte que todos ellos juntos. El único motivo de que ninguno quedara herido de forma irreparable fue su misericordia.
—Nadie va a ser vaciado mientras yo esté aquí —ladró a la multitud—. ¡Me la voy a llevar y me importa un engendro del Abismo lo que hagáis al respecto!
Se oyó un golpe sordo y, cuando alzó la mirada, sus ojos se abrieron de pura incredulidad. Jeorje Watch estaba allí ante él, con la misma apariencia de cuando le vio por última vez, aunque habían pasado unos dieciséis años y ahora su edad debía sobrepasar holgadamente los noventa.
—Puede que no podamos hacer nada —dijo con un asentimiento y luego lo señaló con su bastón—, pero créeme si te digo que no es con nosotros con quien tienes que luchar, muchacho. ¡Que la Plaga os lleve a los dos!
Arlen siguió la dirección que mostraba el bastón y vio que estaba en lo cierto. La niebla comenzaba a alzarse por toda la plaza y algunos abismales ya estaban solidificándose. Los Fisher que yacían en el suelo chillaron y se arrastraron para protegerse tras los grafos.
Jeorje Watch tenía una lúgubre sonrisa en el rostro, una de beatífica satisfacción, pero el Protegido no se inmutó. En vez de eso, echó hacia atrás la capucha y miró a los ojos al Pastor de Centinela Meridional.
—Me he enfrentado a cosas peores, anciano —rugió mientras se arrancaba la ropa. La multitud jadeó de sorpresa a la vista de su piel tatuada.
Como siempre, los primeros en llegar fueron los demonios del fuego. Uno saltó en dirección a Renna, pero el Protegido lo agarró de la cola y lo lanzó a través de la plaza. Otro más se precipitó sobre él, pero los grafos de su piel estallaron en llamas y las garras no consiguieron su objetivo. El hombre tatuado sujetó con fuerza las mandíbulas del abismal, antes de que este pudiera morderle o escupirle fuego en los ojos.
Los grafos de su rostro relucieron mientras absorbían el ataque y convirtieron el hálito ardiente del demonio en poco menos que una brisa fresca. Mientras tanto, los grafos que lucía en las palmas de sus manos aumentaron la intensidad de su brillo hasta que aplastó el morro del demonio y lo arrojó hacia un lado.
El siguiente en formarse fue un demonio del bosque que se arrojó contra Rondador, pero el semental se encabritó, lo pisoteó y las chispas estallaron en los cascos protegidos.
Se oyó un chillido procedente de arriba y Arlen se volvió sobre sí mismo a tiempo de aferrar a un demonio del viento que pasaba a su lado y volver su velocidad contra él, para estrellarle contra el suelo; una vez derribado, le aplastó la garganta con un fuerte golpe del pie y un estallido de magia.
Dos demonios más fueron a por él, pateó al primero en el estómago hasta derribarlo con un relámpago mágico antes de enzarzarse con el otro. A este último le cogió un brazo en una presa sharusahk, tiró con todas sus fuerzas, y le arrancó el miembro de cuajo, limpiamente. Luego se lo arrojó a Jeorje Watch aunque el brazo del demonio salió rebotado por los grafos del círculo del Pastor de Centinela Meridional.
Tres demonios del fuego se ensañaron con el abismal mutilado y pronto el herido chillaba mientras era consumido por las llamas. El otro demonio del bosque se recuperó e hizo el intento de ir a por el Protegido, pero este le rugió y el demonio decidió que era mejor mantenerse a cierta distancia.
—¡Es el Liberador! —gritó alguien entre la multitud y otros muchos más se hicieron eco del grito, algunos incluso cayeron de rodillas a pesar de la mirada irritada que les dedicó el hombre tatuado.
—¡No estoy aquí para liberar a la gente que es capaz de entregar a una chiquilla a la noche! —bramó. Se volvió hacia Renna, sacó el cuchillo de la estaca y cortó las ligaduras. Ella cayó desmayada entre sus brazos y sus ojos se encontraron durante un momento. La vida regresó a la mirada de la chica, que sacudió la cabeza como si intentara aclarársela. Él la subió sobre el lomo de Rondador.
—¡Esa bruja mató a mi hijo! —gritó Garric.
El Protegido se volvió y recordó con gran claridad las muchas palizas que se había llevado de parte de Cobie siendo niño.
—Tu hijo era un fanfarrón y no valía ni el meado de un abismal —le espetó y se subió a la montura tras Renna. Ella se acurrucó contra su cuerpo como si fuera una niña y se echó a temblar pese a la calidez de la noche.
Echó una ojeada hacia la multitud y escrutó las caras aterrorizadas. Vio allí a su padre, abrazando a Ilain Tanner y sintió otro ataque de ira. Nada había cambiado, si Jeph se había quedado allí quieto mientras contemplaba a Renna atada a la estaca, sabiendo lo que ambos sabían de Harl.
—¡He venido a enseñaros a luchar contra los abismales! —gritó a la gente—. ¡Pero veo que Arroyo Tibbet no cría más que cobardes e idiotas!
Volvió el caballo para marcharse pero algo le roía por dentro y echó una mirada hacia atrás para darle a la multitud una ojeada, la última.
—Cualquier hombre, mujer o niño que prefiera matar abismales antes que alimentarlos con su vecino, que se reúna aquí conmigo mañana, al caer el crepúsculo —rugió—. Y si no, ¡que el Abismo os devore a todos!
Sus ojos se encontraron en ese momento con los de Jeph, pero él no pareció reconocerle.
—¡Renna Tanner es pariente mía! —exclamó este a su vez, con lo que atrajo las miradas de la gente que le rodeaba—. ¡Refugiaos en mi granja, la encontraréis si seguís la carretera hacia el norte! ¡Renna conoce el camino! —Él no necesitaba la dirección de la granja, pero asintió y condujo a Rondador hacia donde le había indicado.
—¡Escúchame, Jeph Bales, no puedes acoger a esa bruja asesina! —bramó Raddock—. ¡El concejo lo ha votado!
—Pues me alegro entonces de no estar en el concejo —aulló Jeph en respuesta—, ¡porque te juro por la noche que si tú o algún otro viene a mi granja a buscarla, tendremos otro derramamiento de sangre!
Raddock abrió la boca para replicar pero un murmullo enfurecido recorrió a la multitud y el hombre miró a su alrededor con expresión inquieta, inseguro respecto al lado de quién se pondrían.
El Protegido gruñó y acicateó a Rondador que se puso al galope hasta salir de la plaza y luego, enfiló hacia la granja de su padre.
Renna no dijo una palabra en todo el trayecto, apoyada contra él y aferrada a sus ropas. Unos cuantos demonios se les acercaron, pero Rondador agachó la cabeza y aceleró, de modo que los rebasaron. Un par de veces, simplemente los arrolló sin disminuir siquiera el galope.
La granja de su padre no había cambiado demasiado desde la última vez que la vio, aunque habían hecho una ampliación en la parte trasera de la casa. Algunos de los postes de protección de los campos de cebada eran aún los que él mismo había tallado, aunque los habían cubierto de varias capas de laca a lo largo de los años. Jeph cuidaba sus grafos con un fervor casi religioso, un hábito que había inculcado a su hijo, y que había salvado la vida de Arlen muchas veces desde entonces y que definía en buena parte el camino que había tomado.
Había una gran cantidad de abismales en el patio, cerca de la casa, poniendo a prueba los grafos. El Protegido disparó a dos para abrirse camino hacia el establo y, una vez a salvo tras sus grafos, acomodó a Rondador Nocturno. Luego, de pie en la entrada, eliminó uno por uno a los demás con ayuda del arco. Pronto el camino estuvo libre y escoltó a Renna hasta la casa.
El Protegido estaba temblando cuando depositó a la chica en el salón principal, encendió los faroles y prendió la chimenea. Todo le era tan familiar que se le encogía el corazón. Incluso olía igual. Casi esperaba ver salir a su madre de la fresquera y decirle que se lavara las manos para cenar. Un gato viejo se le acercó y le olisqueó, ronroneando y restregándose contra su pierna. Lo cogió y le rascó las orejas, y recordó cómo su madre había dado a luz a la carnada detrás del carro roto que había en el establo.
Se acercó a Renna, que estaba sentada donde la había dejado, y jugueteaba de modo distraído con la tela de su falda.
—¿Te encuentras bien?
La muchacha sacudió la cabeza, con los ojos fijos en el suelo.
—No sé si volveré a estar bien alguna vez.
—Sé lo que sientes. ¿Tienes hambre?
Como ella asintió, dejó al gato en el suelo y se dirigió a la fresquera; no le sorprendió encontrar todo tal como lo recordaba. Había jamón ahumado, hortalizas frescas y pan en la panera. Lo llevó todo a la tabla de cortar y llenó una olla con agua del barril. Pronto había un estofado hirviendo a fuego lento sobre el hogar y el aroma invadía toda la casa. Después abrió el armario de la cocina y colocó los cuencos y las cucharas sobre la mesa. Fue a buscar a la chica y la encontró acariciando al gato, que se había enroscado en su regazo, con expresión ausente, mientras sollozaba y las lágrimas caían sobre la piel del animal.
Renna no habló mucho mientras comieron y él se sorprendió a sí mismo mirándola, con el vivo deseo de conocer las palabras apropiadas para devolver la vida a sus ojos.
—¿Está bueno el estofado? —le preguntó cuando ella cogió un trozo de pan para rebañar lo que quedaba en el cuenco—. Hay más, si quieres. —Ella asintió y él llevó la olla del fuego para servirle un poco más.
—Gracias —respondió la chica—. Me siento como si no hubiera comido durante días. Y la verdad es que no lo he hecho. No tenía hambre.
—Has pasado una semana muy difícil, supongo.
Ella buscó sus ojos.
—Habéis matado a todos esos demonios y lo habéis hecho con las manos desnudas. —Él asintió—. ¿Por qué?
El Protegido alzó una ceja.
—¿Hace falta alguna razón para matar demonios?
—Pero ellos os han dicho lo que he hecho. Y llevan razón. Si yo hubiera obedecido a mi padre nada de esto habría pasado. Quizá me merezco que me vacíen. —Apartó la mirada, pero él la cogió de los hombros con fuerza y la obligó a mirarle a la cara. Sus ojos relucían con fiereza y los de Renna se abrieron asustados.
—Escúchame, Renna Tanner. Tu padre no merecía que te preocupes por él. Sé lo que os hizo a ti y a tus hermanas en aquella granja. Esa clase de hombres no merece que nadie se preocupe por ellos. Ha sido él quien ha provocado todos estos problemas, no tú. Jamás ha sido culpa tuya.
Como ella sólo se le quedó mirando, él le dio una sacudida.
—¿Me has oído?
Durante un momento, ella continuó mirándole y después asintió despacio. Y luego una vez más, con decisión.
—No estuvo bien lo que hizo con nosotras.
—Eso es poco decir —gruñó él.
—Y el pobre Cobie no hizo nada malo —continuó la joven y mientras las palabras fluían cada vez más deprisa. Elevó la mirada hacia él—. Él no era un acosador, al menos no que yo supiera. Todo lo que quería era casarse conmigo y papá…
—Lo mató por eso —finalizó él por ella, cuando la vio dudar.
La muchacha hizo un gesto de asentimiento.
—Los hombres como él son peores que los mismos demonios.
El Protegido cabeceó aprobando la idea.
—Por eso tienes que aprender a luchar contra los demonios, Renna Tanner. Es la única manera de vivir con la cabeza alta. No puedes confiar en que nadie más haga por ti lo que tú misma no haces.
Renna estaba acurrucada al lado del fuego, profundamente dormida, cuando el carro de Jeph apareció a la mañana siguiente. El Protegido miraba por la ventana, intentando tragarse el nudo que se le había formado en la garganta al ver saltar a cuatro chiquillos de la parte trasera, los hermanos y hermanas que no había llegado a conocer.
Detrás de ellos bajó la vieja y dura Norine seguida de Ilain. Le belleza de Ilain lo había deslumbrado cuando era pequeño y ella todavía era hermosa, pero al ver a su padre ayudarla a descender del asiento delantero de la misma manera que antes hacía con su madre, algo le royó por dentro. No culpaba a Ilain por intentar escapar de Harl, no ahora al menos, pero eso no le hacía más fácil ni más tolerable la rapidez con la que ella había ocupado el lugar de su madre.
Observó el camino pero no se veía señal alguna de que les hubiesen seguido. Abrió la puerta y salió a su encuentro. Los niños se detuvieron de pronto y se le quedaron mirando mientras él se acercaba a Jeph.
—Está dormida al lado del fuego.
—Gracias, Enviado —repuso su padre.
—Espero que mantengas tu promesa de protegerla de cualquiera que desee hacerle daño —le espetó apuntando con un dedo tatuado al hombre.
Jeph tragó saliva, pero asintió.
—Así lo haré.
Los ojos del Protegido se entrecerraron. Su padre siempre tenía promesas sinceras en los labios, como él sabía muy bien, pero cuando llegaba el momento de entrar en acción solía fallar.
Pero como no tenía ninguna otra opción, asintió.
—Cogeré mi caballo y me marcharé.
—Esperad, por favor —rogó el hombre, tras cogerle del brazo. Arlen miró su mano como si le ofendiera y él la retiró con rapidez.
—Yo sólo… —dudó—. Nos gustaría que os quedarais a desayunar. Es lo menos que podemos hacer. Toda la ciudad estará en la plaza esta tarde, como habéis dicho. Podéis descansar aquí mientras tanto.
El Protegido le miró, deseoso de marcharse del lugar, pero una parte de sí mismo ansiaba conocer a sus hermanos y su estómago rugía ante la perspectiva de un auténtico desayuno al estilo de Arroyo. Esas eran cosas que habían significado muy poco para él cuando era niño, pero ahora eran recuerdos muy queridos.
—Supongo que puedo quedarme un rato —claudicó al fin y permitió que lo condujeran de nuevo al interior mientras los chicos corrían a realizar sus tareas y Norine e Ilain se dirigían a la fresquera.
—Este es el joven Jeph —indicó su padre al presentarle a su hijo mayor cuando se reunieron en torno a la mesa del desayuno. El chico le dedicó un cabeceo, pero su mirada no se apartó de las manos tatuadas e intentó echar una ojeada dentro de las sombras de su capucha—. La que está a su lado es Jeni Tailor —continuó el hombre—. Se prometieron hace dos estaciones. Y allí en el extremo están los más pequeños, Sylvie y Cholie.
Arlen, sentado frente a los chicos y al lado de Renna y Norine, tosió al oír los nombres de su madre y su tío. Tomó un sorbo del vaso de agua para disimular la sorpresa.
—Tienes unos hijos muy guapos.
—El Pastor Harral dice que sois el Liberador reencarnado —le espetó la pequeña Sylvie.
—Bueno, pues no lo soy —contestó él—. Sólo soy un Enviado que ha venido a traer buenas noticias.
—Entonces, ¿los Enviados son todos como vos, con todos esos tatuajes? —preguntó Jeph.
Él sonrió.
—Sólo yo soy así —admitió—. Pero no soy más que un hombre, nada más. Y no he venido a liberar a nadie.
—Pues sí que lo hicisteis con nuestra Renna —intervino Ilain—. Jamás os lo agradeceremos suficiente.
—No deberíais estar haciéndolo —replicó él.
Jeph se quedó inmóvil un momento, ante la reprimenda que encubrían sus palabras.
—Lleváis razón en eso —dijo al fin—, pero algunas veces cuando uno está entre mucha gente y toda esa gente toma una decisión…
—Deja de poner excusas, Jeph Bales —le increpó Norine—. El hombre tiene razón. ¿Qué otra cosa tenemos en el mundo salvo nuestros parientes y allegados? No hay nada que pueda apartarnos del deber que tenemos para con ellos.
El Protegido la miró. Esa no era la Norine que él recordaba, la que se había quedado en el porche la noche que habían vaciado a su madre. Estaba allí y no hizo nada, excepto intentar contener a Arlen para que no fuera a ayudarla. Asintió y sus ojos se movieron para buscar los de Jeph.
—Ella tiene razón —afirmó el Protegido—. Tenemos que enfrentarnos a los que quieran hacernos daño, a nosotros y a los nuestros.
—Sonáis como mi hijo —dijo Jeph, con una mirada distante.
—¿Qué? —preguntó él y sintió que la garganta se le cerraba.
—¿Yo? —inquirió el hijo mayor.
El padre sacudió la cabeza.
—No, tu hermano mayor —le aclaró a su hijo; todo el mundo en la mesa, menos Renna y el Protegido, dibujaron un grafo con rapidez en el aire—. Tuve otro hijo, de nombre Arlen, hace muchos años —explicó e Ilain le cogió una mano entre las suyas para darle fuerzas—. De hecho, estuvo prometido con Renna. La madre de Arlen fue vaciada y él huyó. —Bajó la mirada a la mesa y su voz se tensó—. Nuestro Arlen siempre hablaba de las Ciudades Libres. Me gusta pensar que consiguió llegar allí… —La voz se le quebró y sacudió la cabeza como si con eso pudiera aclararla.
—Pero ahora tienes una familia estupenda —intervino el Protegido, con la esperanza de hacer que la conversación derivara hacia algo más positivo.
Jeph asintió y cubrió las manos de Ilain con las suyas y se las acarició.
—Le doy gracias al Creador por ellos todos los días, pero eso no quiere decir que no me pesen aquellos que ya no están.
Después del desayuno, Arlen se dirigió hacia el establo para comprobar cómo estaba Rondador Nocturno, aunque era más por escapar de allí durante un rato que por verdadera necesidad. Acababa de comenzar a cepillar al caballo cuando se abrió la puerta y entró Renna. La muchacha cortó una manzana y le ofreció las dos mitades al caballo. Luego le acarició los flancos y el animal relinchó con suavidad.
—Hace unas cuantas noches llegué corriendo a la granja —comenzó—. De no ser por Jeph los demonios me habrían atrapado.
—¿De verdad? —le preguntó y sintió un nudo en la garganta cuando ella asintió.
—No vas a decírselo, ¿no?
—Decirle, ¿qué?
—Que eres su hijo —afirmó ella—. Que estás vivo y que le has perdonado. Ha esperado mucho tiempo. ¿Por qué le sigues castigando cuando puedo leer el perdón en tus ojos?
—¿Sabes quién soy? —la interpeló él, sorprendido.
—¡Pues claro que lo sé! —le increpó ella—. No soy estúpida, no importa lo que piensen los demás. ¿Cómo podrías saber quién era mi padre y lo que nos había hecho a mis hermanas y a mí si no fueras Arlen Bales? ¿Cómo podías saber que Cobie era un fanfarrón o cuál era la granja de Jeph? ¡Por la Noche, si te fuiste hacia los armarios como si aún fuera tu casa!
—No pretendía que nadie se enterase —afirmó el Protegido y se dio cuenta de repente de que había vuelto su acento de Arroyo, el que había perdido durante su temporada en Miln. Era un viejo truco de los Enviados cambiar el acento para adaptarse al de la gente de las aldeas con el fin de facilitar su tarea. Lo había hecho cientos de veces, pero esta era diferente, porque entonces era un simple truco y, ahora, al fin, hablaba con su auténtica voz.
Renna le dio una fuerte patada en la espinilla y él aulló de dolor.
—¡Eso es por pensar que no lo sabía y aun así no decirme nada! —le gritó, y luego le empujó con tanta fuerza que el hombre cayó sobre una pila de heno que había en la parte posterior del compartimento—. ¡Te esperé durante catorce veranos! Siempre pensé que regresarías a buscarme. Estábamos prometidos. Pero no has vuelto a por mí, ¿a que no? ¡Ni siquiera ahora! ¡Pensabas hacer aquí un alto en el camino y luego marcharte sin que nadie lo supiera! —Le dio otra patada pero él se puso en pie con rapidez, e interpuso a Rondador entre ambos.
Ella tenía razón, sin duda. Era igual que su visita a Miln; había pensado que podía echar un vistazo rápido a su vida pasada sin que eso le afectara, como cuando uno retira una venda durante un momento para ver si la herida ha curado. Pero lo cierto era que había dejado que esas heridas se infectaran y ya era hora de sangrarlas.
—Una conversación de cinco minutos entre nuestros padres no nos convierte en prometidos, Ren.
—Yo le pedí a mi padre que hablara con Jeph —aclaró Renna—. Entonces te dije que estábamos prometidos y pronuncié las palabras en el porche aquel día al anochecer, cuando te fuiste. Eso nos convierte en prometidos.
Pero él sacudió la cabeza.
—Decir algo al anochecer no nos convierte en nada. Jamás me prometí contigo, Renna. Todos tomasteis las decisiones que os parecieron oportunas esa noche, todos menos yo.
Ella le miró y había lágrimas en sus ojos.
—Quizá no lo hiciste —concedió—, pero yo sí. Es la única cosa que he hecho en la vida por mí misma y no me voy a echar atrás. Supe cuando nos besamos que eso era lo que tenía que pasar.
—Pero tú ibas a casarte con Cobie Fisher —le echó él en cara y no pudo evitar que algo de amargura se colara en su voz—, a pesar de que solía pegarme junto con sus amigos.
—Y ya les hiciste pagar por eso. Cobie siempre fue bueno conmigo… —Sorbió por la nariz y tocó el collar que llevaba puesto—. Ni siquiera sabía que estabas vivo y necesitaba escapar de allí…
Él le puso una mano en el hombro.
—Ya lo sé, Ren. No quería decir eso. No te culpo por hacer lo que hiciste. Sólo quería decir que nada está decidido de antemano. Todos hacemos lo que creemos que es mejor.
Ella le miró fijamente.
—Quiero irme contigo cuando te vayas. Creo que eso es lo mejor.
—¿Sabes lo que eso significa, Ren? Yo no me escondo detrás de un círculo de protección cuando se pone el sol. No es una vida segura.
—¿Y es que estoy segura aquí? Incluso aunque no me aten a la estaca tan pronto como te vayas, ¿quién me queda aquí? ¿Quién que no esté dispuesto a quedarse quieto y mirar mientras me vacían?
El Protegido la miró durante un buen rato e intentó encontrar las palabras apropiadas para rechazarla. Los Fisher no eran diferentes de otros pendencieros cualesquiera, así que podría intimidarlos cuando vinieran al caer la noche, si no lo había conseguido ya. Renna estaría a salvo en Arroyo. Se merecía estarlo.
Pero ¿estar bien en un lugar era cuestión sólo de seguridad? Si para él no lo era, ¿por qué tenía que serlo para ella? Él siempre había mirado con desdén a los que se pasaban la vida temiendo a la noche.
Pero tener cerca a Renna era como echar sal en una herida, un recuerdo de todo lo que había perdido cuando había comenzado a cubrirse la piel de grafos. Ya era bastante duro cuando los que le rodeaban eran desconocidos. Renna le hacía sentir como si aún tuviera once años.
Pero ella le necesitaba y eso apartaba de él la llamada del Abismo. Ese había sido el primer amanecer que no había deseado ceder a la tentación desde que partiera de Miln. En su interior, él sabía que jamás sobreviviría si intentaba entrar en el mundo de los demonios, pero ver cómo su propia gente había expuesto a Renna a la noche, le hacía desear dejar atrás a la humanidad para siempre. Y si abandonaba Arroyo Tibbet solo, lo haría.
—Está bien —dijo al final—, siempre que seas capaz de mantener el ritmo. Si me retrasas, te dejaré en la primera ciudad a la que lleguemos.
Renna miró a su alrededor y buscó el rayo de sol que entraba a través del techo del pajar. Después se puso debajo de la luz solar y buscó los ojos del Protegido.
—No te retrasaré —le prometió y sacó el cuchillo de Harl—, el sol es mi testigo.
—Te agarras a ese cuchillo como si pudiera ayudarte contra un abismal —le advirtió él—. Déjame que lo proteja. —La chica pestañeó, miró el cuchillo y luego se lo alargó. Él extendió el brazo pero ella lo retiró súbitamente, y se lo llevó al pecho como si pensara que él iba romperlo.
—El cuchillo es la única cosa en el mundo que es mía. Prefiero protegerlo yo misma, si tú me enseñas a hacerlo.
Él la miró, dudando y recordó su tosco estilo de protección cuando era niña. Renna interpretó la mirada y frunció el ceño.
—Ya no tengo nueve años, Arlen Bales —le recriminó—. Llevo diez años protegiendo mi propiedad y no ha entrado ningún demonio, así que ya puedes cambiar esa expresión. Creo que puedo hacer un círculo estupendo o un grafo de calor mejor que tú.
Atónito, el Protegido sacudió la cabeza.
—Lo siento. Los Protectores de las Ciudades Libres me trataron del mismo modo cuando salí de Arroyo y llegué allí. Había olvidado lo insultante que es que duden de tus conocimientos.
Renna fue hacia donde él tenía guardado el equipo y sacó un cuchillo protegido de la vaina de la montura.
—Este —dijo, acercándose de nuevo a su lado—. ¿Cómo se hace este? —Señaló un grafo solitario que había en la punta—. ¿Y por qué todos los que hay a lo largo de la hoja repiten ese grafo sólo que vuelto del revés? ¿Cómo puede hacerse una red si no hay conectores? —Renna le dio vueltas al arma en las manos mientras pasaba el dedo por las docenas de grafos que había en la parte plana de la hoja.
El hombre señaló la punta.
—Este es un grafo de penetración, que sirve para romper la coraza. Estos del borde son grafos de filo que sirven para que la hoja corte una vez que ha entrado en el cuerpo del demonio. Los grafos de filo se unen solos, si los giras de la manera apropiada.
Renna asintió y sus ojos se pasearon por las líneas.
—¿Y estos? —Señaló a los símbolos dentro del filo de la hoja.
Después de la cena, Jeph preparó el carro y toda la familia se subió en él para dirigirse hacia Ciudad Central. Renna cabalgaba con el Protegido, sentada detrás de él a lomos de Rondador Nocturno.
Llegaron unos cuantos minutos antes de que se pusiera el sol. Si la plaza había estado atestada el día anterior, ahora parecía a punto de reventar. Estaban presentes todos los distritos de Arroyo Tibbet al completo, hombres, mujeres y niños. Llenaban las calles y la mayor parte de la plaza y en total vendrían a ser en torno a mil almas, cuyo único refugio lo constituían unos cuantos grafolitos que habían llevado hasta allí y pintado de forma apresurada.
Todo el mundo les miró cuando entraron. Ignoraron por completo a Jeph y su familia y se concentraron en el extranjero encapuchado y la chica que cabalgaba a su espalda. La multitud se apartó al paso del Protegido y él hizo girarse a Rondador varias veces de un lado y de otro para que todo el mundo pudiera verlos bien. Luego alzó la mano y se bajó la capucha, lo que arrancó un jadeo de sorpresa en la multitud.
—¡He venido de las Ciudades Libres a enseñar a la buena gente de Arroyo Tibbet a luchar contra los demonios! —gritó—. Pero me temo que no he visto «buena gente» aquí. ¡La buena gente no entrega a chicas indefensas a los abismales! ¡La buena gente no se queda inmóvil mientras vacían a alguien! —Mientras hablaba, el Protegido continuó moviendo el caballo de un lado para otro, buscando los ojos de la mayor cantidad de gente posible.
—¡Ella no es una chica indefensa, Enviado! —gritó a su vez Raddock, y se adentró entre los aldeanos de Hoya de Pescadores—. Es una asesina desalmada y el concejo votó que tenía que ser atada a la estaca por eso.
—Ay, estoy seguro de que lo hicisteis —asintió el Protegido en voz alta—. Y nadie se opuso a ello.
—El pueblo habla a través de sus Portavoces —replicó Raddock.
—¿Es eso verdad? —preguntó él a la multitud—. ¿Vosotros, aldeanos, confiáis en vuestros Portavoces?
Se alzó un coro de apasionadas exclamaciones por todos lados. La gente de Arroyo Tibbet estaba orgullosa de sus distritos y de los apellidos que compartían.
El Protegido asintió.
—Entonces creo que será a vuestros Portavoces a los que pondré a prueba. —Saltó del caballo y sacó de los arneses de la montura diez lanzas ligeras que clavó en el suelo, donde quedaron temblando—. Todos los hombres y mujeres que se enfrenten a la noche y luchen a mi lado, o sus herederos si resultan muertos, ganarán una lanza con grafos de combate —explicó, a la vez que alzaba una de las armas—, así como los secretos de estos grafos, de modo que puedan construir las suyas propias.
Se extendió un silencio asombrado y todos volvieron los ojos hacia sus propios Portavoces.
—¿No podéis concedernos un poco de tiempo para que lo pensemos? —inquirió Mack Pasture—. Esto es algo precipitado.
—Por supuesto —concedió el Protegido mirando hacia el cielo—. Yo diría que tenéis… diez minutos. Mi intención es estar en camino hacia las Ciudades Libres mañana a esta misma hora.
Selia la Yerma salió de entre la multitud.
—¿Esperáis que los ancianos de Arroyo nos enfrentemos a la noche con la única defensa de unas lanzas?
Arlen la contempló, aún era alta y aterradora después de todos aquellos años. Aquella mujer le había calentado las posaderas más de una vez, aunque siempre por su propio bien. La idea de enfrentarse a Selia la Yerma le era más extraña que mirar por encima a un demonio de las rocas, pero esta vez era ella la que necesitaba que la pusieran en su sitio.
—Es más de lo que le habéis ofrecido a Renna Tanner —repuso él.
—No todos votamos a favor de eso, Enviado —replicó ella.
Él se encogió de hombros.
—Dejasteis que sucediera, que es lo mismo.
—Nadie está por encima de la ley —explicó ella—. Cuando el concejo vota, tenemos que poner por delante a la ciudad, sin tener en cuenta cómo nos sentimos al respecto.
Arlen escupió a sus pies.
—¡Al Abismo con vuestra ley, si dice que hay que arrojar a uno de vuestros vecinos a la noche! Si queréis poner la ciudad por delante de cualquier otra cosa, venid aquí fuera y demostrad que sois capaces de recibid lo mismo que dais. De otro modo, cogeré mis lanzas y me iré.
Selia entrecerró los ojos, se recogió las faldas y avanzó a paso firme hacia el centro de la plaza. Se oyeron exclamaciones de asombro de la multitud, pero ella las ignoró y cogió una de las armas. Inmediatamente la siguieron el Pastor Harral y Brine el fornido. El gigantesco Leñador agarró la lanza con una mirada hambrienta en los ojos. Los Square y los Cutter le ovacionaron.
—¿Alguien tiene alguna pregunta más? —preguntó el Protegido, paseando la mirada a su alrededor. Cuando era niño en Arroyo Tibbet no tenía posibilidad de opinar, pero ahora por fin podía decir lo que deseaba. La gente se había animado de repente, pero identificó a los Portavoces con claridad, como islas en una corriente de agua.
—Creo que yo sí —dijo Jeorje.
El Protegido se enfrentó a él.
—Pregunta y te contestaré con toda sinceridad.
—¿Cómo podemos saber si sois realmente el Liberador? —inquirió.
—Como ya he dicho antes, Pastor, no lo soy. Sólo soy un Enviado.
—¿El Enviado de quién?
Él dudó, al ver la trampa. Si decía que de nadie, muchos asumirían que se debía a que era el Enviado del Creador. La mejor opción era mencionar a Euchor como su patrón. Arroyo Tibbet era técnicamente parte de Miln y la gente podría pensar que los grafos de combate eran un regalo suyo. Pero había prometido ser sincero.
—Este mensaje no procede de nadie —admitió—. Encontré los grafos en unas ruinas del mundo antiguo y las tomé para llevarlas a todas las buenas gentes, de modo que podamos comenzar a luchar contra los demonios.
—La Plaga no terminará hasta que no llegue el Liberador —dijo Jeorje, como si hubiera hecho caer al Protegido en una trampa lógica.
Pero él se limitó a encogerse de hombros y le dio al Pastor una lanza protegida.
—Podrías ser tú. Mata un demonio y ya veremos.
El hombre dejó caer su bastón y cogió el arma con los ojos brillantes.
—He visto más de cien años de Plaga. He visto morir a todos los que conozco, incluidos mis propios nietos. Siempre me he preguntado por qué era así, cuál era el motivo de que el Creador me mantuviera vivo tanto tiempo cuando llamaba a tantos otros a su lado. Creo que era porque aún me quedaba algo más por hacer.
—En Krasia se dice que un hombre no puede entrar en el Cielo a menos que lleve consigo a un abismal.
El anciano asintió.
—Gente sabia —afirmó y luego avanzó para situarse junto a Selia; a su paso, los Watch dibujaron grafos en el aire.
Rusco el Jabalí fue el siguiente en entrar en la plaza y lo hizo armando ruido, remangándose y mostrando a la gente unos brazos gruesos y carnosos. Cogió una de las lanzas que quedaban libres.
—Padre, ¿qué estás haciendo? —gritó su hija Catrin que corrió a agarrarle del brazo.
—¡Usa tu cabeza, chica! —la increpó él—. ¡Cualquiera que venda armas protegidas va a hacer una fortuna! —Se liberó de un tirón y se situó al lado de los demás Portavoces.
Se percibió algo de movimiento entre los Marsh donde Coran estaba sentado en una silla de respaldo duro.
—Mi padre ni siquiera puede ponerse en pie sin el bastón, dejadme luchar en su lugar —exclamó Keven Marsh.
Arlen sacudió la cabeza.
—Una lanza es tan buena como un bastón para un hombre que se sienta en el concejo y juega a ser el Creador. —Los Marsh comenzaron a sacudir los puños y a gritarle de forma amenazadora, pero él los ignoró y mantuvo los ojos fijos en Coran, retándole a dar un paso adelante. El viejo Portavoz de los Marsh frunció el ceño pero se levantó de la silla y cojeó hasta coger una de las lanzas. Dejó su bastón al lado del de Jeorje.
Los ojos del Protegido se detuvieron entonces en Meara Boggin, que se desprendió del abrazo de su hijo y avanzó a zancadas fuera del grupo de gente de la Colina de la Turba. Miró a Coline cuando pasó a su lado, pero la Herborista sacudió la cabeza.
—Tengo enfermos que atender, eso por no mencionar que tendréis suerte de salir vivos de ahí.
Mack Pasture también sacudió la cabeza.
—No estoy tan loco como para salir fuera del perímetro de las protecciones. Hay gente y ganado que depende de mí. Y no he venido aquí a que me vacíen. —Dio un paso hacia atrás y se oyó un rugido de descontento tanto entre los Bales como entre los Pasture.
—¡Déjanos nombrar a un nuevo Portavoz si este no tiene lo que hay que tener! —gritó alguien.
—¿Por qué habríais de hacer eso? —replicó el Protegido—. ¡Ninguno de vosotros tuvo los redaños necesarios para defender a Renna Tanner!
—¡Eso no es verdad! —exclamó Renna y él se volvió hacia ella, que lo miraba con expresión dura—. Jeph Bales se enfrentó a un demonio del fuego para defenderme no hace más de cinco noches.
Todos los ojos se volvieron hacia el hombre, que se encogió ante las miradas de sus vecinos. El Protegido se sintió como si ella le hubiera dado una patada en la boca, pero el que ahora se encontraba a prueba era su padre y él tenía más interés que nadie en saber si era digno de empuñar una de las lanzas.
—¿Es eso verdad, Bales? —le preguntó—. ¿Luchaste contra un demonio en tu patio?
Jeph miró el suelo durante un buen rato y luego dirigió los ojos hacia sus hijos. Pareció tomar fuerzas tras verlos y enderezó la espalda.
—Sí, así es.
El Protegido miró a los Bales y los Pasture, granjeros y pastores procedentes de todos los lados de Arroyo.
—Si convertís a Jeph Bales en Portavoz antes de que caiga el sol, permitiré que sea él quien se enfrente a los demonios.
El rugido de aprobación fue inmediato y Norine le dio un empujón para ponerle en marcha. Finalmente, el Protegido se volvió para encararse con Raddock.
—¡No hay prueba alguna de que las lanzas funcionen! —gritó el Legista.
Él se encogió de hombros.
—Si no confías en mí, no aceptes la prueba.
—No os conozco, Enviado —repuso él—. No sé de dónde venís ni en qué creéis. ¡No sé nada de vos más que lo que sale por vuestra boca y lo que decís es que los Fisher no obtendrán justicia! —Muchos de ellos asintieron y gruñeron de acuerdo con sus palabras—. Así que perdonadme —continuó él, dando un paso adelante hacia la plaza sin mirar no sólo a los suyos, sino a la otra gente de Arroyo también—, si no confío en vos por completo.
El Protegido asintió.
—Te perdono. —Señaló hacia la niebla que se alzaba a los pies del Portavoz—. Ahora, te advierto que será mejor que cojas una lanza o regreses a protegerte tras los grafos.
Raddock hizo un sonido muy poco digno y correteó de regreso al amparo de los grafos de los Fisher a la mayor velocidad que le permitieron sus viejas piernas.
El Protegido se dio la vuelta para contemplar a los Portavoces que habían osado presentarse. Agarraban sus lanzas de forma torpe, más como se sujeta un instrumento que un arma, pero mostraban una sorprendente carencia de miedo. A excepción de Jeph, que estaba más blanco que las escamas de un demonio de la nieve, los demás parecían serenos. Los Portavoces no cuestionaban sus decisiones una vez las habían tomado.
—Los demonios son más vulnerables ahora, cuando están a medio formar —les explicó—. Si sois rápidos…
Antes incluso de que hubiera terminado de hablar, el Jabalí gruñó y se acercó a grandes zancadas a un demonio del bosque que se estaba formando. El Protegido recordó en ese momento la feria del solsticio de verano que se celebraba cada año cuando era niño. El Jabalí solía poner cerdos enteros en grandes espetones al fuego y pagaba a los chicos para que les dieran vueltas. Ahora alzó la lanza y la clavó en el pecho del abismal con la misma serena eficacia con la que ensartaba aquellos cerdos.
Los grafos de la punta de la lanza flamearon y el abismal chilló. La gente rugió al ver cómo la magia se ramificaba por el cuerpo semitraslúcido del demonio como si fuera un relámpago. El hombre aguantó mientras el demonio se debatía y la magia bailoteó por sus brazos como si la lanza hubiera cobrado vida con aquellos grafos relucientes. Finalmente, los meneos del abismal se detuvieron y el Jabalí sacó la lanza. El demonio, ahora sólido, cayó al suelo.
—Podría acostumbrarme a esta sensación —gruñó Rusco y escupió sobre el cadáver.
Selia fue la siguiente en moverse y eligió un demonio del fuego que comenzaba a tomar forma. Lo pinchó repetidas veces como si estuviera batiendo mantequilla y la magia llameó, formando arcos mortales.
Coran intentó ensartar a otro demonio del fuego en formación de la misma manera que hubiera hecho para pinchar un sapo en una charca, pero la pierna le cedió y perdió el equilibrio, de modo que falló. El demonio hizo un sonido parecido a un gorgoteo y escupió fuego.
—¡Padre! —gritó Keven Marsh al correr hacia la plaza. Agarró una de las dos lanzas que aún quedaban clavadas en el suelo, la enarboló como un hacha y golpeó el escupitajo en el momento en que salía de la boca del demonio. Luego siguió la misma trayectoria del escupitajo y le clavó la lanza al demonio de la misma manera que su padre pretendía hacer.
Keven alzó la mirada hacia el Protegido con una expresión dura en los ojos.
—No voy a permitir que vacíen a mi padre —dijo, mostrando los dientes como si esperara alguna protesta. Su hijo Fil cogió a Coran y le ayudó a refugiarse tras los grafos.
En vez de acusarle, el Protegido se inclinó ante él.
—Bien hecho.
Jeph se apresuró a atravesar a un demonio del fuego casi sólido, pero no fue lo bastante rápido y la criatura le escupió. El hombre gritó y cruzó la lanza en diagonal como si intentara de esa manera bloquear las llamas.
La multitud gritó aterrorizada, pero los grafos a lo largo de la empuñadura de la lanza relumbraron y el fuego se transformó en una brisa fresca. Jeph se recobró con rapidez y ensartó al abismal como si estuviera clavando el azadón en una raíz testaruda. Después apoyó el pie en el lomo humeante del demonio para sacar la lanza de la misma manera que lo haría sobre una bala de heno enganchada en los dientes de un rastrillo.
Un demonio del viento se solidificó y el Protegido se desprendió de sus ropas. Después agarró a la criatura y la dirigió hacia los grafolitos de los Boggin, donde se convulsionó contra la red de protección antes de caer aturdida al suelo.
—Meara Boggin —la llamó y señaló al demonio abatido e indefenso.
Mientras tanto, un demonio del bosque lanzó un brazo grueso como una rama hacia él, pero el Protegido le cogió de la muñeca y volvió su fuerza contra él, y lo hizo caer de espaldas ante Jeorje Watch, que le clavó la lanza como si estuviera golpeando el suelo con su bastón. La magia le recorrió el cuerpo y sus ojos adquirieron un brillo fanático.
El Pastor Harral y Brine, el fornido escoltaron a Meara hasta su víctima, con las lanzas listas por si se recobraba antes de que ella pudiera clavarle la suya. Pero no tenían de qué preocuparse porque la mujer se lanzó a ensartar al abismal como si estuviera clavando una palanca para abrir un barril de cerveza.
Otro demonio del bosque se formó y lo destruyeron entre Brine y Harral.
Ahora todos los demonios eran sólidos. Se había formado un buen número de ellos en la plaza, pero más de la mitad estaban muertos y los grafolitos impedían que aparecieran refuerzos.
Un demonio del fuego se acercó a Renna y esta chilló, pero todavía se encontraba sobre la grupa de Rondador y el semental se alzó de manos y lo coceó.
—¡Cerrad el grupo! —ordenó el Protegido a los Portavoces—. ¡Las lanzas ante vosotros! —Los Portavoces siguieron sus órdenes. Arrinconaron a dos demonios del viento y acabaron con ellos entre todos. El Protegido les guio con calma alrededor de la plaza, dirigiendo los ataques y preparado para intervenir en caso de ser necesario.
Pero nadie le pidió que lo hiciera y el grupo despachó con rapidez los demonios que quedaban. Los Portavoces pasearon la mirada a su alrededor, aferrando la lanza ahora de un modo bastante diferente.
—No me había sentido tan fuerte en veinte años, cuando solía partir mi propia leña —comentó Selia. Los demás mostraron su acuerdo con un gruñido.
El Protegido paseó la mirada por la multitud reunida.
—¡Vuestros mayores lo han conseguido! —les gritó—. ¡Recordad esto la próxima vez que encontréis un demonio en vuestro patio!
—Ya no quedan abismales en la plaza —constató el Jabalí—. Hemos cumplido nuestra parte del trato, así que ahora nos debéis la segunda parte del pago.
El Protegido se inclinó.
—¿Ahora?
Rusco asintió.
—Tengo una pila de pergaminos blancos en la trastienda que podemos usar.
—De acuerdo —concedió él y el Jabalí hizo una reverencia y señaló en dirección a la tienda. Los otros Portavoces y el Protegido empezaron a dirigirse hacia aquel lugar pero, antes de seguirlos, Rusco se volvió para encarar a la multitud.
—Venid mañana —gritó—. Tomaré los pedidos para lanzas protegidas en el almacén y ¡estoy dispuesto a contratar a los que tengan buena mano con la protección para grabarlas! ¡Serviré por orden de llegada! —Un zumbido se extendió entre la gente ante las nuevas.
El Protegido sacudió la cabeza. El Jabalí haría un buen negocio con aquello. Aquel hombre siempre encontraba una manera de sacar beneficio de las cosas que la gente podía hacer por sí misma.