15
La promesa

Verano del 333 d. R.

–¿Para qué tantas balsas si hay un puente magnífico? —preguntó Renna mientras hacía un gesto hacia la indescriptible agrupación de cabañas, muy escasas en número como para constituir ni siquiera una aldea. Cada diminuta estructura tenía una balsa amarrada en el agua rodeada de postes con grafos grabados en la orilla del Entretierras.

Unos cuantos demonios merodeaban por allí y ponían a prueba los grafos de las cabañas, pero Renna iba envuelta en su capa protegida y Arlen irradiaba tal poder que un siseo ocasional o un mero contacto ocular eran suficiente para alejar a los abismales mientras caminaban a lo largo de la orilla.

—Algunos mercaderes que no quieren que los guardias del puente rebusquen entre sus mercancías pagan a los balseros para que los lleven al otro lado del río —explicó Arlen—. Generalmente, cuando llevan algo o a alguien que no deberían.

—¿Y nosotros podemos alquilar una? —preguntó ella.

—Podríamos —repuso él—, pero eso significaría que tendríamos que esperar hasta el amanecer y generar más rumores. No puedo ni mover un dedo por aquí sin que me caiga encima algún imbécil haciendo el idiota porque cree que soy el Liberador.

—No te conocen como yo —sonrió de manera petulante la chica.

—Allí —señaló el Protegido hacia una balsa lo suficientemente grande para transportar cómodamente a Rondador Nocturno, atracada a un gran muelle en la orilla del río donde cargaban y descargaban a diario. Le dio a Renna una de sus antiguas monedas de oro—. Déjala en el escalón de la puerta.

—¿Por qué? —inquirió ella—. Es luna nueva. No podrán ver cómo nos la llevamos y, aunque nos oigan, como hay sol que no van a cruzar los grafos para salir en nuestra persecución.

—No somos ladrones, Ren. Contrabandistas o no, esa gente se gana el pan con esa balsa. —La chica asintió, cogió la moneda y fue a dejarla en el escalón de la cabaña.

Arlen examinó la balsa.

—¡Ni un maldito grafo de agua! —exclamó y luego escupió contra la orilla.

Renna acudió a su lado y dio una patada a una de las estacas.

—Tampoco estas valen un escupitajo. Sólo la suerte protege estas balsas.

El Protegido sacudió la cabeza.

—No me lo puedo explicar, Ren. Cualquier crío de diez años de Arroyo supera en capacidad de protección a la mayoría de la gente de las Ciudades Libres, a los que han acostumbrado a no confiar en nadie que no lleve una licencia del gremio para proteger un mísero alféizar.

—¿Puedes grabar los grafos ahora? —preguntó ella e hizo un gesto con la barbilla en dirección a la balsa.

Arlen sacudió la cabeza.

—No, si no se seca antes del amanecer.

Renna miró hacia la gran extensión de agua. No podía ver la otra orilla, ni siquiera con sus ojos protegidos.

—¿Qué pasará si no cruzamos con protección?

—Suele haber creadores escondidos en las orillas —explicó el Protegido—. Si matamos a los de este lado primero… —Se encogió de hombros—. Es luna nueva. No hay luz que pueda iluminarnos desde arriba y mostrar nuestra posición a los demonios del río, con lo cual tenemos muchas probabilidades de cruzar sanos y salvos la parte más profunda. Y para cuando hayamos llegado a la otra orilla, el cielo estará más claro y la mayoría de los creadores habrán regresado al Abismo.

—¿Croadores?

—Demonios de las orillas de los ríos —repuso Arlen—. La gente los llama croadores porque parecen grandes ranas globo salvo por el hecho de que son lo bastante grandes para comerte como si fueras una mosca. Saltan fuera del agua y te atrapan con la lengua; luego tiran de ti hasta que te tragan. Si ofreces mucha resistencia, se sumergen en el río para ahogarte.

Renna asintió y sacó el cuchillo. Llevaba grafos recién pintados con roya en los nudillos.

—¿Cuál es la mejor manera de matarlos?

—Con una lanza —indicó Arlen y cogió dos, de las cuales le alargó una—. Observa.

Se movió despacio a lo largo del borde del agua, mientras emitía un silbido agudo. Durante un momento todo pareció en calma, hasta que el agua justo al lado de la orilla pareció estallar cuando un abismal gigante saltó con la enorme boca abierta. Puso dos pies pequeños y fuertes, de dedos palmeados, en la orilla y avanzó con rapidez la cabeza, de donde surgió disparada una lengua gruesa y viscosa.

Pero Arlen era rápido y se hizo a un lado con agilidad. El demonio croó y saltó fuera de la orilla, cubriendo tres metros de un solo salto. Disparó la lengua de nuevo pero el Protegido volvió a apartarse a un lado, pero esta vez se acercó al abismal antes de que la lengua se retrajera. Con un envite preciso y rápido, clavó la lanza en los pliegues de áspera piel bajo la barbilla y empujó hasta alcanzar el cerebro, tras lo cual la retorció con fuerza. La magia chisporroteó iluminando la noche mientras liberaba el arma y, cuando el demonio cayó al suelo, lo alanceó una vez más para asegurarse de que estaba muerto.

—El truco está en atraerlos hacia la orilla —explicó Arlen cuando regresó al lado de Renna—. Elude la lengua la primera vez y saltarán fuera del agua para intentarlo de nuevo. Son buenos saltadores, pero sus patas delanteras no tienen el alcance de una lanza, de modo que puedes alancearlos desde una distancia segura.

—Eso no es muy divertido —comentó Renna, pero agarró fuerte la lanza y se dirigió al agua, mientras intentaba imitar su silbido.

Esperaba tener que esperar un rato para obtener una respuesta, pero el agua explotó al instante y un demonio de la orilla lanzó la lengua en su dirección desde más de cuatro metros de distancia. Renna giró para salir de su trayectoria, pero no fue lo bastante rápida y la lengua le dio un golpe de refilón que la envió al suelo.

Antes de que pudiera recobrarse, el demonio saltó fuera del agua y aterrizó en la orilla para intentarlo de nuevo. Ella rodó hacia un lado, pero la lengua la atrapó por el muslo y la arrastró consigo. Renna dejó caer la lanza para agarrarse con las manos a la orilla, pero era imposible. La boca del abismal, tan grande que podría comérsela entera, tenía las mandíbulas cubiertas de varias filas de cortos dientes aguzados.

Renna no les prestó atención y se volvió hacia el Protegido, que ya se preparaba para auxiliarla.

—¡Mantente al margen de esto, Arlen Bales! —bramó ella y el hombre se detuvo al instante.

La muchacha estaba ya casi al alcance de los dientes del demonio cuando se volvió hacia ellos. Se quitó la sandalia del pie libre y lo golpeó con la planta, lo que provocó un estallido mágico. La presa de la lengua del demonio se debilitó un poco y ella consiguió retorcerse y cortarla con el cuchillo. Cuando el demonio retrocedió, Renna se puso en pie de un salto y le atravesó un ojo. Después se apartó con rapidez para evitar sus golpes mortales y a continuación le apuñaló el otro ojo para rematarlo.

Luego, miró de nuevo a Arlen en un claro desafío a que criticara su método. Él no dijo nada, pero un amago de sonrisa se dibujó en la esquina de su boca y los ojos le brillaron.

Escucharon unos gritos en la cabaña y la luz de la lámpara asomó por una de las ventanas, alertada por la conmoción.

—Es hora de irnos —anunció él.

El solitario estaba en marcha. El príncipe abismal siseó de frustración pero saltó sobre la espalda del mimetizador y se elevó en el aire a los cielos para seguir su rastro.

Había corrido un riesgo dejando vivir al humano un ciclo más, pero estaba dispuesto a asumirlo con la esperanza de descubrir cómo había recuperado el solitario aquellos poderes perdidos para los humanos hacía tanto tiempo. Mataba demonios menores todas las noches, pero su número era insignificante, como las armas que había dispersado por los criaderos. No era un unificador, como el otro que habitaba en el sur, mucho más peligroso.

Pero tenía poder para serlo. Si los llamaba, los esclavos humanos acudirían a él y, si eso ocurría, se convertirían en una amenaza para el enjambre.

Y ahora el solitario volvía a visitar los criaderos humanos. El príncipe abismal estaba seguro de que empezaría a convocar a los humanos esclavos y en breve comenzaría la unificación. Y eso no podía tolerarse.

El mentalista empleó lo que quedaba de la primera noche en rastrear al solitario. Justo antes del amanecer llegó al río y siseó cuando la presa apareció ante su vista. No se podía hacer nada con el sol a punto de salir, pero los encontraría con facilidad la noche siguiente.

El mimetizador aterrizó con agilidad en la orilla del río y se inclinó para que el príncipe abismal pudiera desmontar. Cuando comenzaron a desmaterializarse, el mimetizador rugió con suavidad, presintiendo la emoción de su señor ante la matanza.

Unas cuantas horas después, Renna y Arlen continuaban la marcha a caballo cuando el sol se alzó y pasaron al lado de un viejo poste de señales en el camino.

—¿No vamos a parar en la ciudad? —preguntó ella.

El hombre la miró.

—¿Sabes leer?

—Claro que no —repuso la chica—. Pero no es necesario saber leer para comprender para qué sirven esos postes en los caminos.

—Llevas razón —admitió el Protegido y ella imaginó su sonrisa bajo la capucha—. Ahora no podemos detenernos en una ciudad. Necesito llegar a Hoya cuanto antes.

—¿Por qué?

Él la miró un buen rato, mientras reflexionaba.

—Una amiga está en problemas —dijo al final—, y creo que en parte es culpa mía por haber estado lejos tanto tiempo.

Renna sintió como una mano fría le estrujaba el corazón.

—¿Qué amiga? ¿Quién es?

—Leesha Paper. La Herborista de Hoya del Liberador.

La muchacha tragó saliva.

—¿Es guapa? —Se maldijo en el mismo momento en que las palabras abandonaron sus labios.

Él volvió la cabeza hacia ella y le dedicó una mirada en la que se mezclaban el fastidio y la diversión.

—¿Por qué parece que aún tenemos diez años?

Renna sonrió.

—Porque yo no soy como esa gente que cree que eres el Liberador. Ellos no vieron la expresión de tu rostro cuando tus dientes chocaron con los de Beni en el pajar.

—Tu beso fue mejor —admitió Arlen. La chica apretó los brazos en torno a su cintura, pero él se removió, incómodo.

»Pronto saldremos del camino. Hay demasiada gente en él últimamente. Conozco un sendero que nos llevará a uno de mis escondites; allí nos proveeremos con armas nuevas y otras cosas. Desde allí llegaremos al río Angiers y estaremos en Hoya en un par de noches.

Renna asintió y disimuló un bostezo. Se había sentido llena de energía después de matar al demonio de la orilla pero, como siempre, esa fuerza extra había desaparecido con el sol. Dormitó un poco en la montura hasta que él la despertó con suavidad.

—Será mejor que desmontes y te pongas la capa. Oscurece y nos quedan unas cuantas horas antes de llegar al lugar donde vamos.

Renna asintió y él se bajó del caballo. Estaban en una zona escasamente arbolada, las altas coníferas se situaban lejos unas de otras de modo que podían andar uno a cada lado de Rondador. Renna se dejó caer de la montura y sus sandalias hicieron crujir el suelo del bosque.

Después cogió su morral y sacó la capa protegida.

—Odio tener que ponerme esto.

—No me importa que te fastidie —replicó él—. Los abismales son más numerosos en este lado del Entretierras, ya que hay más ciudades y ruinas donde alojarse. Las copas de estos árboles están llenas de leñositos, que saltan de rama en rama y te atacan desde arriba.

Ella alzó la vista de pronto, esperando ver un demonio caer sobre ella en cualquier momento, pero aún no habían emergido. El sol se estaba poniendo.

Cuando las sombras crecieron, observó cómo la niebla surgía lentamente entre los desechos de agujas y piñas que alfombraban el suelo entre los árboles. Se enroscaba en torno a los troncos de los árboles como si fuera el humo que sube por una chimenea.

—¿Qué están haciendo? —preguntó.

—Algunos prefieren materializarse en la parte alta de los árboles, fuera de la vista, de modo que no los veas venir —comentó él—. Generalmente esperan a que pases por debajo y caen sobre tu espalda.

Renna pensó en el demonio de la roca que había matado de manera similar y se arrebujó más aún en la capa, mirando en todas direcciones.

—Hay uno allá arriba —señaló Arlen—. Obsérvalo detenidamente. —Hizo que cogiera las riendas de Rondador y caminó unos cuantos metros delante de ellos.

—¿No te vas a quitar la ropa? —preguntó ella, pero el hombre sacudió la cabeza.

—Te voy a enseñar un truco. Para ello no necesitas llevar la piel protegida, si lo haces bien.

Renna asintió y observó con atención. Caminaron un poco más y entonces, como él había predicho, se oyó un rumor que venía de arriba y un demonio de piel parecida a la corteza cayó desde los árboles y sobre la espalda del Protegido.

Pero él estaba preparado. Arlen se retorció y pasó la cabeza por debajo de una de las axilas del demonio, para luego pasar el brazo libre por el cuello del abismal desde atrás, tras lo cual lo sujetó del morro. Con un giro brusco se volvió hacia un lado y dejó que la propia fuerza del demonio le rompiera el cuello.

—Por el dulce día —exclamó la muchacha.

—Hay varias maneras de hacerlo —explicó él, y apretó uno de sus dedos protegidos contra el ojo del demonio caído para cerciorarse de su muerte—, pero el principio es el mismo. La sharusahk consiste en volver la fuerza contra tu atacante, como hacen los grafos. Así es como los krasianos han sobrevivido los últimos siglos, emprendiendo la alagai’sharak todas las noches.

—Si son tan buenos matando demonios, ¿por qué los odias tanto? —preguntó ella.

—Yo no odio a los krasianos —replicó él y después hizo una pausa—. Bueno, no a todos ellos, por lo menos. Pero su modo de vida… no es correcto, pues convierten en esclavos a todos los hombres que no sean guerreros. Y no soporto que hagan esclavos a los thesanos a punta de lanza.

—¿Quiénes son los thesanos?

Arlen la miró sorprendido.

—Nosotros. Todos los que pertenecemos a las Ciudades Libres. Y quiero que sigamos siendo libres.

El solitario había recorrido una larga distancia mientras el príncipe abismal esperaba en el Abismo a que finalizara el día, pero el mimetizador era rápido y no pasó mucho tiempo antes de que el mentalista captara a su presa, que caminaba al lado de su montura a través de un bosquecillo ralo de árboles. El mimetizador lo sobrevoló en círculos y observó cómo los demonios menores del bosque atacaban al humano. El solitario los mató con rápida eficacia sin apenas frenar el paso.

El cráneo del mentalista latió y el mimetizador planeó hacia un lado y se sumergió entre los árboles, a la vez que sus alas se fundían para tomar la forma de un gigantesco demonio del bosque. Después se posó sobre una gruesa rama antes de alejarse más, y de esa manera suavizó el aterrizaje y pudo seguir avanzando de rama en rama, con el mentalista a cuestas.

Se detuvieron en una posición estratégica para observar cómo se acercaba el solitario. No había señal de la hembra, aunque el mentalista no había descubierto donde terminaba su pista. Olisqueó el aire, buscando su rastro. Había estado por allí, y hacía poco, pero no podía localizarla.

Qué pena. Habría sido un instrumento útil contra el solitario y su mente estaba deliciosamente vacía, aunque aromatizada con una ira poderosa. Era una comida que merecía la pena rastrear, una vez hubiera consumido la mente del solitario.

—Otro leñosito ahí delante —suspiró Arlen señalando hacia el octavo demonio del bosque que aparecía ante su vista en la última hora. Era más grande que la mayoría, quizá demasiado grande para que lo sostuvieran las tres ramas en las que se apoyaba. Era casi del tamaño de un demonio de las rocas.

—¿Puedo intentar matar a ese? —preguntó Renna.

El Protegido sacudió la cabeza. La miró de nuevo pero le costó un momento localizarla. La capa protegida le provocaba mareos y sus ojos se deslizaban por encima de ella sin advertirla a no ser que se concentrara mucho.

—Tendrás que dormir cuando lleguemos a mi escondrijo —le advirtió— y no podrás hacerlo si estás sobrecargada de magia.

—¿Y tú qué?

—Tengo protecciones que hacer esta noche. Dormiré cuando lleguemos a Hoya —contestó y observó al abismal por el rabillo del ojo para intentar localizar dónde se había emboscado.

Pero el demonio del bosque no hizo ademán de esperar a que pasaran, pues tomó impulso y se plantó justo delante de él. Era un movimiento inesperado pero Arlen tuvo tiempo suficiente para apartarse a un lado y alargar la mano para sujetar su garra, con la intención de retorcerla y volver su fuerza contra él.

Pero debió de haber juzgado mal la longitud de los miembros del demonio, porque de algún modo falló al intentar atrapar su garra, que hizo presa en su pierna y lo derribó al suelo. Ambos cayeron con un fuerte golpe y el abismal rodó hacia un lado, y se puso en pie a la vez que él.

Ambos se miraron y el Protegido comprendió en seguida que había algo diferente en ese abismal. Se movía en círculos a su alrededor con cautela, esperando su oportunidad. Unas cuantas veces el Protegido bajó los ojos o hizo amago de volverse para invitarle al ataque, pero el abismal no mordió el cebo y no dejó de observarle con gran atención.

—Un listillo —musitó entre dientes.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Renna que movió la mano a la búsqueda del cuchillo.

Él se echó a reír.

—El Abismo se enfriará antes de que necesite ayuda para matar a un demonio del bosque. —Y luego se inclinó para abrirse las ropas.

El abismal rugió y se lanzó contra él antes de que pudiera siquiera desabrocharse la ropa y lo placó contra el suelo. El Protegido cayó de espaldas y le dio una patada, un golpe aún más fuerte que los de Rondador, pero los brazos del demonio se convirtieron en los tentáculos de un demonio del lago y lo envolvieron con fuerza. Arlen se vio sumergido en un mar de protuberancias mientras las ventosas se pegaban a su ropa y la apretaban con fuerza en torno a su cuerpo para mantener los grafos tapados. El morro del abismal creció ante sus ojos para convertirse en el de un demonio de la orilla, lo suficientemente grande para tragarse toda su cabeza, incluidos los hombros.

Arlen echó la cabeza hacia atrás y golpeó la mandíbula inferior del demonio con el grafo de choque que llevaba en la parte superior de la cabeza. Estalló una brillante descarga y el demonio aulló. Unos cuantos dientes se le desprendieron, pero le quedaban cientos y no le soltó. El Protegido había expulsado el aire de los pulmones al realizar el golpe y se encontró con que no podía inhalar de nuevo.

Con la última pizca de aire que le quedaba emitió un silbido agudo y Rondador alzó su enorme cabeza, arrancó las riendas de manos de Renna y atacó con los cuernos bajos. Estos entraron por el hombro del demonio en una explosión de icor y magia y el abismal chilló de pura agonía. Al fin le soltó y el Protegido rodó hacia un lado y jadeó a la búsqueda de aire.

Él abismal se derritió para liberarse de los cuernos de Rondador y creció de nuevo con la coraza cambiando de diseño y color hasta tomar la forma de un demonio de las rocas. Le dio un golpe de revés al semental sin apartar los ojos en ningún momento del Protegido.

Sin contar las bardas y alforjas, Rondador Nocturno pesaba cerca de una tonelada, pero el poderoso demonio lo lanzó por los aires. El animal impactó contra un árbol y él no supo en ese momento si el crujido que se oyó se debía a la rotura del tronco o de la espina dorsal del caballo.

¡Rondador! —gritó mientras se arrancaba la ropa del cuerpo y se arrojaba contra el demonio. Renna corrió hacia el caballo.

Los golpes de Arlen hicieron retroceder al abismal que retrocedió ante el ataque, pero la herida que Rondador había abierto con los cuernos estaba ya casi cerrada y los puñetazos y patadas del Protegido parecían no tener demasiado efecto. La carne latía en torno a los puntos que Arlen había quemado con sus grafos y se curaban casi al instante.

Consiguió alcanzarle en un brazo pero él clavó las grandes garras en el suelo y le lanzó un gran puñado de tierra y hojas mojadas contra él. El Protegido no tuvo tiempo de esquivarlo y recibió el impacto de lleno. Recobró rápidamente el equilibrio y se limpió la tierra de encima pero comprendió que los grafos se habían debilitado en los puntos que aún estaban cubiertos de suciedad, si es que aún funcionaban.

Pero Arlen no estaba más herido que el abismal y bajo ningún concepto iba a dejar que aquel poderoso demonio se marchara. Caminaron en círculos uno en torno al otro, mientras mostraban los dientes y rugían. Uno de los brazos del demonio se transformó en media docena de tentáculos, cada uno de más de tres metros de longitud y rematado en un cuerno aguzado.

—¡Por la Noche!, ¿de qué parte del Abismo vienes tú? —preguntó. El mimetizador no respondió, pero sus nuevas extremidades restallaron como un látigo.

El Protegido se echó hacia un lado para evitarlas, rodó y se levantó de nuevo para correr hasta el demonio. Había un hueco en las placas de la coraza de su axila y allí llevó sus dedos rígidos, pintados con grafos de penetración, directos hacia la grieta con la idea de llegar a alguna parte vital y causar una herida mortal.

El abismal chilló y se retorció mientras la carne se disolvía en torno a sus dedos. Fue entonces, al entrar en contacto con él mientras se transformaba cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se desmaterializaba y se volvía a materializar del mismo modo que hacía él o hacía cualquier abismal. La diferencia era, simplemente, que este demonio podía rematerializarse en diferentes formas. Al darse cuenta de esto, un millar de posibilidades acudieron a la mente de Arlen, demasiadas para poder considerarlas todas. Apartó a un lado el descubrimiento, como si fuera una mosca irritante, y se concentró en su adversario.

En el instante justo en que el demonio estaba en plena transformación, el hombre tatuado se desmaterializó a su vez y se mezcló con él para impedir que se solidificara de nuevo. El demonio le siguió pareciendo un ente sólido pero el grito de Renna sonó como si estuviera muy lejos de allí. Sabía que ella los habría visto a ambos desvanecerse, como si fueran fantasmas, pero era algo sencillo.

Arlen ya había luchado con un demonio de esa manera y sabía que, en ese estado, la fuerza y los grafos no servían para nada. Lo que realmente importaba era la voluntad y él sabía que la suya era más poderosa que la de cualquier demonio.

Se adhirió a las mismísimas moléculas del mimetizador y las mantuvo dispersas, en un estado inmaterial, bajo su control. Sintió el repentino terror de la criatura y lo acrecentó con su cólera y su rabia, dominando su voluntad del mismo modo que haría un padre con un niño desobediente.

Pero justo en el momento en que sintió cómo se rompía la voluntad del mimetizador, otra llegó hasta él, una mil veces más fuerte.

El príncipe abismal supervisaba el combate desde la alta copa de un árbol, pero su mente se había situado detrás de los ojos del mimetizador, desde donde daba órdenes a su siervo.

La batalla habría terminado con rapidez contra cualquier otro enemigo, ya que el mentalista se habría limitado a leer los pensamientos de su oponente y a planear los contraataques antes de que hubieran llegado a ejecutarse los movimientos. Pero los pensamientos del humano se hallaban protegidos por grafos, de modo que no podía averiguar nada de sus planes. Aun así, el mimetizador debería haberle vencido, pero el humano hizo algo que el mentalista no hubiera esperado jamás.

Se desmaterializó.

El príncipe abismal nunca había visto nada parecido ni se había imaginado que eso fuera posible en una criatura de la superficie. Durante un momento, incluso sintió temor ante el poder del humano.

Pero sólo durante un momento, porque cuando el humano quebró la voluntad del mimetizador, el príncipe abismal rozó su mente. En ese estado de suspensión, los grafos no tenían poder alguno, cosa que sabía cualquier príncipe recién salido del cascarón. El solitario se había vuelto vulnerable de la manera más tonta.

El mentalista se introdujo en su mente antes de que el humano pudiera recobrarse de la sorpresa y, por fin, conoció en profundidad a su enemigo, al bucear en el río de sus recuerdos. El humano estaba horrorizado ante la invasión, pero era incapaz de detenerla. Su rabia impotente era embriagadora.

Pero entonces el solitario le sorprendió de nuevo. Un ser menor se habría dado por vencido, sin embargo, el humano dejó atrás sus recuerdos, desprotegidos, y lanzó su propia voluntad hacia la mismísima corriente vital del mentalista, la esencia de su ser. Reventó las defensas de la mente demoníaca, que no estaba preparada para un ataque de esa ferocidad, y estuvieron conectados durante un momento antes de que el príncipe abismal consiguiera reunir la fuerza de voluntad suficiente para cortar la conexión.

En el momento en que sintió que su mente se liberaba, el solitario se solidificó y obligó al mimetizador a hacer lo mismo.

—¡Renna! —gritó el humano y el príncipe abismal observó sorprendido una ondulación en el aire y cómo la hembra humana salía como de la nada y atravesaba al mimetizador con su cuchillo protegido.

El mentalista ignoró los aullidos del mimetizador y estudió la distorsión del aire que había en torno a la hembra, pues el ropaje la seguía mientras atacaba. Era una protección de lo más poderosa, ya que la había escondido hasta de los ojos de un príncipe.

En el momento en que el solitario se solidificó, sus grafos mentales volvieron a funcionar, pero también perdió el control sobre el mimetizador. El mentalista hizo que este se retirara y después él mismo arrojó su mente contra la hembra, le arrancó la ropa protegida y la tiró al suelo de un golpe.

Para cuando el solitario se puso en pie, había dos hembras ante él, idénticas en apariencia y movimientos. El mentalista había conectado sus pensamientos de modo que el mimetizador podía imitarlos a la perfección. Después soltó las garras que lo mantenían sujeto al tronco del árbol, dio un paso en el aire y planeó hasta el suelo con tanta suavidad como si fuera una hoja caída de un árbol.

El Protegido pestañeó, pues veía dos Rennas Tanner ante él, idénticas hasta en el desteñimiento de las manchas de roya que llevaban en la piel. Lo miraban con los mismos ojos, llevaban las mismas ropas harapientas y el mismo cuchillo. Incluso la magia que irradiaban parecía igual.

Corrió hasta llegar al lado de Rondador Nocturno y se obligó a ignorar la respiración fatigosa del animal mientras se hacía con su arco largo y colocaba una flecha en posición. Vaciló entre una y otra, sin saber muy bien a quien apuntar.

—¡Arlen, ella es el demonio! —gritaron al unísono y se señalaron la una a la otra. Ambas se miraron asombradas y después se volvieron hacia él—. Arlen Bales —dijeron, y pusieron los brazos en jarras como Renna solía hacer cuando estaba enfadada—, ¡no me digas que no puedes distinguirme de un abismal!

El Protegido las miró y se encogió de hombros en un gesto de disculpa y dos pares de ojos marrones idénticos le miraron con mala cara.

Él frunció el ceño.

—¿Por qué jugamos a los besos aquella noche?

Los ojos de ambas Rennas se iluminaron al escuchar la pregunta.

—Perdiste al jugar al refugio —respondieron a la vez y se volvieron para mirarse, horrorizadas.

Arlen se concentró y las observó.

—¿Cómo perdí?

Las dos chicas vacilaron y después le miraron.

—Beni hizo trampa —admitieron. Un brillo asesino relumbró en los ojos de ambas y se volvieron una vez más la una hacia la otra y alzaron los cuchillos.

—¡No lo hagas! —las detuvo Arlen, y alzó el arco—. Dame un momento.

Ambas le dedicaron una mirada irritada.

—¡Maldita sea, Arlen, déjame que mate a esta cosa horrible y terminemos de una vez!

—No podrás con él, Ren —le avisó el Protegido y le miraron con mala cara—. La Renna auténtica me escucharía.

Las mujeres echaron la cabeza hacia atrás y se rieron, pero no hicieron movimiento alguno para atacarse la una a la otra. El hombre tatuado asintió.

—¡Será mejor que salgas de una vez! —gritó con fuerza a la noche—. ¡Sé que estás ahí! ¡Ese demonio cambiaformas no es lo bastante listo para hacer esto!

Se oyó un rumor a un lado y el otro demonio apareció. Era pequeño y delgado, con una gran y esbelta cabeza cubierta de protuberancias. Sus ojos eran como grandes charcos negros y sólo le mostró una fila de dientes aguzados. Las garras que remataban sus dedos delicados eran como las uñas pintadas de una dama angiersina.

—Me preguntaba cuándo me encontraría con un bastardo como tú —dijo el Protegido. Se dio un golpecito con el dedo en el gran grafo que llevaba tatuado en el centro de la frente—. Me he protegido especialmente para esta ocasión.

El demonio inclinó la cabeza y lo estudió. A su lado, las dos Rennas se envararon ligeramente.

—Puede que tu mente esté acorazada, pero la de la hembra no —dijeron las dos Rennas a la vez, sin que el demonio apartara la vista de él—. Podemos matarla cuando queramos.

Arlen apuntó y disparó al instante, pero el demonio trazó un grafo rápido en el aire y un gran relámpago de magia estalló y redujo la flecha a cenizas antes de que alcanzara su objetivo. Arlen acercó otra flecha a su oreja para apuntar, pero sabía que era un gesto inútil contra ese nuevo abismal. Bajó el arco y aflojó la tensión de la cuerda.

—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó.

—¿Qué quiere tu corcel de los insectos que espanta con la cola? —preguntaron las dos Rennas—. Sólo eres una molestia que hay que eliminar, nada más.

—Pues ven a por mí —respondió el Protegido con sorna.

Pero las mujeres sacudieron la cabeza negativamente.

—A su debido tiempo. No tienes ningún esclavo que pueda defenderte, mientras que yo tengo muchos. Pronto abriré tu cráneo y consumiré tu mente, pero primero me divertiré obligándote a regatear por la hembra.

—Decías que no tengo nada que quieras —respondió él.

—No lo tienes —afirmaron las muchachas—. Pero renunciar a algo que ocultar te hará sufrir y eso endulzará el festín que nos daremos con tu mente. —Los ojos del Protegido se entrecerraron—. ¿Dónde supiste de nosotros? —preguntaron las chicas.

Arlen las miró y luego al mentalista.

—¿Para qué te lo voy a decir? No podrás sacarlo de mi mente y ella no lo sabe.

Las muchachas sonrieron.

—Vosotros los humanos sois débiles con vuestras hembras. Es un error cuidadosamente favorecido en vuestros antecesores. Dínoslo o ella morirá. —Mientras hablaba, las dos Rennas alzaron los cuchillos idénticamente protegidos y dieron un paso hacia delante, sujetándose la una a la otra por la garganta.

El Protegido alzó el arco y lo movió de una mujer a la otra.

—Puedo dispararle a una. Tengo la mitad de oportunidades de matar a tu cambiaformas.

Las mujeres se encogieron de hombros.

—Es sólo un esclavo. La mujer, sin embargo, tiene gran importancia para ti. Sufrirás mucho si muere.

—¿Gran importancia? —preguntaron las Rennas y el Protegido se volvió a mirarlas con atención. Había miedo en sus ojos, y desesperación.

—Lo siento, Ren —se disculpó él—. No quería que pasara esto. Ya te lo advertí.

Ambas asintieron.

—Lo sé, no es culpa tuya.

Arlen alzó el arco en su dirección.

—Esta vez no voy a poder salvarte, Ren —le dijo y se tragó el nudo que tenía en la garganta—. Ni siquiera sé cuál de las dos eres tú. —Renna reprimió un sollozo y él casi pudo saborear el placer del mentalista.

—Así que vas a tener que ser fuerte y salvarte a ti misma, porque ese monstruo es el rostro del mal y no puedo dejarlo marchar.

El mentalista se envaró cuando comprendió lo que quería decir, pero fue un segundo demasiado tarde, pues el Protegido dejó caer el arco y saltó hacia él, cubriendo la distancia entre ellos en un instante. Antes de que pudiera ordenar a Renna y al mimetizador que se mataran el uno a la otra, el puño protegido impactó sobre la cabeza bulbosa del príncipe abismal y hubo una explosión de magia.

El demonio esbelto cayó a varios metros de distancia debido a la fuerza del impacto y aterrizó de espaldas, siseando de rabia. Su cráneo latía y Arlen percibió el repiqueteo del poder que emitía, pero no podía hacerle daño.

Detrás de él, el mimetizador chilló, pero el Protegido le ignoró, pues se arrojó de nuevo contra el mentalista, lo sujetó y empezó a descargar sus puños contra él. Cada golpe sanaba al instante, pero Arlen no cesó en su ataque y lo mantuvo sujeto mientras buscaba la forma de matarlo. Si se desmaterializaba, ahora estaba preparado para enfrentarse a él en una lucha de voluntades.

Pero el mentalista permaneció en estado sólido, quizá precisamente por miedo a eso. Con cada golpe parecía más aturdido y tardaba un poco más en recuperarse. Arlen atrapó al demonio con una presa sharusahk de estrangulamiento. Los grafos de presión de sus antebrazos llamearon al contacto con la garganta del demonio; Arlen los notó calentarse mientras absorbían poder. Todo terminaría en segundos.

Pero un demonio del viento cayó sobre él, rompió la presa y los separó. El Protegido saltó sobre el demonio del viento y le dio un fuerte golpe en la garganta que lo dejó aturdido, pero entonces fue un demonio del bosque el que cayó sobre él desde lo alto de los árboles. A ambos les siguieron varios más.

El mentalista sintió que perdía la conexión con su mimetizador cuando el golpe del solitario estalló en su cráneo. Nunca había conocido un dolor como ese. En los diez mil años pasados desde que eclosionó, no había habido criatura alguna que osara golpear a un príncipe abismal. Era impensable.

El demonio se estampó contra el suelo y de forma inmediata envió una angustiada llamada de auxilio general. Los demonios menores vendrían de todas partes en respuesta. El mimetizador respondió con un grito, incapaz de acudir a la llamada. El humano saltó sobre el mentalista aporreándole la cabeza con sus grafos.

Acostumbrado a luchar a través de su mimetizador, el mentalista no estaba preparado para el dolor y la confusión de un combate físico. El humano no le daba tiempo a recobrarse y se sintió incapaz, en su indefensión, de evitar que el solitario realizara una primitiva presa de dominio. Sus grafos se activaron y absorbieron la magia del príncipe abismal, quien a cambio recibió un dolor enorme.

Ese podría haber sido su final pero pronto un demonio menor aéreo respondió a la llamada y cayó sobre el solitario, de modo que este tuvo que romper la presa. Le siguieron otros esclavos, que se agruparon para defender al príncipe abismal. En el momento en que consiguieron sacarle de encima al humano, el mentalista curó sus heridas y siseó de rabia debido a la afrenta. Envió una nueva llamada, con la que cubriría al solitario de demonios menores. Localizó docenas de ellos por la zona, y corrieron para unirse a la pelea tumultuosa, pero el mimetizador estaba extrañamente ausente.

El humano apartó a los demonios del bosque de su camino y atacó de nuevo al príncipe abismal, pero ahora él estaba preparado y dibujó un grafo que envió una ventisca de aire contra el solitario. El impacto lo mandó dando tumbos por el claro. Para cuando se levantó, estaba rodeado de nuevo de demonios del bosque. A la orden del mentalista, las criaturas rompieron ramas de los árboles para usarlas como armas, de modo que pudieran evitar incluso los embarrados grafos de bloqueo de la piel del humano.

La imitación de sus palabras y actos le pareció horrible, pero lo que realmente le causó repulsión a Renna fue cuando el mentalista tomó el control de su voz y ella comprendió que había estado oculto en su interior durante mucho tiempo, como un polizón que se hiciera al fin con el mando del carro.

Era una violación que la dejó sin palabras, peor aún de lo que Harl le había hecho. Fue peor que la noche que pasó en la letrina y que la ataran a la estaca durante la noche. Sentía al demonio hurgando en sus pensamientos como un ratón a la búsqueda de sus recuerdos más queridos y privados para usarlos como armas contra Arlen.

El pensamiento la llenó de rabia y sintió el placer del demonio ante su respuesta. «Ya te he tomado antes —le susurraba en su mente—, muchas veces».

Renna miró al Protegido y se desesperó ante la resignación que veía en sus ojos. Ella se había creído lo bastante fuerte para seguir su camino, había pensado que podía hacer todo lo que quisiera, pero ahora quedaba claro que eso no era cierto. Todo lo que iba a conseguir era que lo mataran a él.

Renna ahogó un sollozo e intentó alzar el cuchillo para enterrarlo en su propia garganta, pero el mentalista controlaba su cuerpo como si fuera la marioneta de un Juglar y no podía actuar contra su voluntad. Incluso aunque Arlen acertara y matara con su disparo al mimetizador, el mentalista podía conseguir que ella misma le atravesara el corazón con la misma facilidad. Quería advertirle, pero las palabras no salían de su boca.

Pero entonces algo cambió en la expresión de los ojos de Arlen, como si hubiera tomado alguna decisión y la miró con una confianza que nadie había puesto en ella hasta ese momento.

—Así que vas a tener que ser fuerte y salvarte a ti misma, porque ese monstruo es el rostro del mal y no puedo dejarlo marchar —le dijo.

Dejó de tener miedo ante esa mirada y sus propios ojos se endurecieron. Asintió y sintió un repentino respingo en el mentalista, pues este comprendió lo que él quería decir en el mismo momento que ella. Intentó reaccionar pero no fue lo bastante rápido y el Protegido le dio un golpe en la cabeza que iluminó la noche con la magia.

La presencia del demonio en su mente se desvaneció y la dejó aturdida y desorientada. Echó una ojeada al mimetizador, que aún mantenía su forma, pero lo vio tambalearse de la misma manera que ella, al perder el contacto con la mente del otro demonio.

Renna apretó la mano en torno al cuchillo de su padre y con un rugido saltó hacia la criatura y le clavó la hoja en el estómago desnudo. Luego pasó el brazo libre alrededor del demonio y los grafos pintados con roya en su piel se activaron. La magia fluyó por los músculos y la llenó de fuerza mientras empujaba con el cuchillo hacia arriba, hasta que abrió a la criatura en canal.

El cuerpo del mimetizador parecía igual al suyo en cuanto a su aspecto exterior, pero el pestilente icor negro que brotó de la herida no pertenecía al mundo de la superficie.

Renna lo miró a la cara, al mismo rostro que había visto miles de veces en la superficie del agua. Casi se echó a llorar por la pena y confusión que percibió en sus propios ojos, pero entonces el rostro le rugió como si fuera un perro y los dientes comenzaron a crecer mientras le siseaba.

Renna se retorció cuando el mimetizador embistió contra ella y volvió su energía contra él, tal como Arlen le había enseñado. Aferró su gruesa trenza con la mano libre y tiró de ella hacia arriba para descubrir la nuca. El movimiento le dio tanto impulso a su giro que el cuchillo atravesó el cuello sin esfuerzo.

Y así fue como terminó la lucha. El cuerpo del demonio cayó al suelo sin vida y ella se quedó con su propia cabeza en la mano sujeta por el pelo, con los ojos en blanco y el negro icor goteando del cuello. Inhaló profundamente como si no hubiera respirado en horas.

Alzó la mirada con la esperanza de ver la cabeza del mentalista a los pies de Arlen, pero en su lugar lo encontró rodeado de demonios del bosque que aferraban ramas entre las garras mientras el mentalista huía. Los abismales aún no se habían dado cuenta de su presencia, pues estaban concentrados en el Protegido.

Renna miró a su alrededor y dejó caer la cabeza al suelo; luego buscó la capa protegida. El mimetizador había roto los lazos que la sujetaban al cuello, pero el resto de la tela estaba intacto. Guardó el cuchillo y se la echó por los hombros, se subió la capucha y usó las dos manos para cerrarla desde dentro.

Después se puso en pie con mucho cuidado y caminó hacia la escena del combate al paso monótono y lento que daba a los grafos todo su poder. Uno de los demonios del bosque golpeó al Protegido sobre los hombros mientras ella se aproximaba. Él gritó y cayó al suelo escupiendo sangre. Los otros demonios estaban muy cerca y él rodó de manera desesperada de un lado a otro para evitar sus golpes, aunque no siempre con éxito.

Ella no deseaba otra cosa que apresurarse a ayudar a Arlen, pero sabía en lo más profundo de su corazón que él no querría que ella hiciera eso. El mentalista permanecía por allí cerca con descaro, sin intentar escapar. Mostrarle el sol, bien merecería sus dos vidas.

El Protegido sintió cómo se le rompían las costillas cuando la rama le golpeó y lo arrojó al suelo. Le vino a la boca una bocanada mezcla de bilis y sangre, y escupió al suelo.

Antes de que pudiera recuperarse, otra rama cayó sobre él. Rodó para evitar la tercera y la cuarta, pero ya no podía ponerse en pie y la quinta le dio de lleno en la cara. Le arrancó parte de la piel y le sacó un ojo de la órbita, que quedó colgando de un trozo de músculo. El impacto hacía eco en su cabeza, ahogando el resto de los sonidos.

Arlen alzó la mirada con el ojo bueno y descubrió a varios demonios que balanceaban las ramas a la vez. Durante un momento pensó que había llegado el momento de su muerte, pero recuperó los sentidos durante un segundo y se maldijo a sí mismo por ser tan idiota.

Cuando las ramas se abatieron de nuevo sobre él, sólo encontraron una neblina. El Protegido se deslizó fuera del centro del grupo y se solidificó detrás de uno de los demonios del bosque, completamente curado. Le dio una patada a una de las extremidades del demonio, lo agarró por los cuernos cuando caía y usó su propio peso para girarle bruscamente el cuello y rompérselo. Después saltó hacia el siguiente y le metió los pulgares en los ojos. Un tercero lanzó una rama hacia él, pero el Protegido se desmaterializó de nuevo y el abismal sólo consiguió golpear al demonio cegado. Arlen se solidificó de nuevo y clavó sus dedos engarfiados en un hueco de la coraza de corteza de árbol del demonio atacante, de modo que le reventó el corazón como si fuera una castaña asada.

Sabía que no había arma mortal que pudiera dañarle si veía venir el ataque, pero ahora se dio cuenta de que en realidad era mucho más que eso. Cualquier circunstancia que le pusiera al borde de la muerte o el desmembramiento quedaría subsanada al instante. Los abismales que le rodeaban eran sólo moscas que debía apartar de su camino. No eran lo bastante listos para desmaterializarse ellos mismos y atacarle y el mentalista tendría buen cuidado de hacerlo a través de ellos, y mucho menos de encontrarse con él en el plano mental.

Ignoró a los demonios del bosque que quedaban, pasó a través de ellos como si fuera un fantasma y sólo se solidificó cuando el camino hacia el príncipe abismal estuvo libre. Miró al demonio y le sobrevino un mareo. La confianza que había tenido en sí mismo unos momentos antes le abandonó cuando comprendió que comenzaba a descubrir poderes que ese demonio conocía desde hacía miles de años. Él desnudó sus colmillos y alzó una garra para dibujar un grafo en el aire.

Pero en ese momento, la punta de una hoja emergió de su pecho y relució con una magia brillante. El mareo desapareció cuando la capa de Renna cayó al suelo y mostró a la chica sujetando al demonio por el cuello con el brazo libre mientras los grafos de contacto de la hoja aumentaban de poder.

El príncipe abismal chilló por el dolor y la sorpresa, pero el Protegido no dudó y se arrojó hacia delante para propinarle una serie de fuertes golpes destinados a hacerle perder el equilibrio. Renna soltó el cuchillo y pasó el collar de guijarros en torno al cuello del demonio. Los grafos flamearon y el mentalista abrió la boca como si fuera a gritar pero no salió sonido alguno. En vez de eso, su cráneo comenzó a latir y la vibración resultante golpeó al hombre tatuado como si fuera un fuerte viento, hasta el punto de derribarle.

Renna no pareció notar lo que había ocurrido, pero los demonios chillaron de pura agonía entre los árboles y en lo que parecían kilómetros a la redonda. Un demonio del viento cayó del cielo, se estampó contra las ramas de un árbol y aterrizó sobre el suelo, muerto. Los demonios del bosque que le habían atacado antes se desplomaron, también aniquilados por el grito psíquico del demonio.

Y en ese momento, el mentalista escapó.

El príncipe abismal jamás había conocido el miedo, ni el dolor. Estaba por encima de esas cosas y las saboreaba de manera indirecta a través de las mentes de sus esclavos o de sus presas, como bocados delicados.

Pero no había nada indirecto en la muerte de su mimetizador o en la hoja que atravesaba su pecho. Tampoco en el cordón que estrangulaba su cuello o en los golpes que le impedían utilizar su poder. El príncipe abismal gritó y sintió como las mentes de los demonios menores que había a su alrededor estallaban de dolor.

Pero entonces el solitario se distrajo un momento y el príncipe abismal aprovechó la oportunidad para desmaterializarse y huir en dirección al Abismo. Se conectaría a un nuevo mimetizador y se fortalecería para el próximo ciclo. Y entonces volvería con una hueste de esclavos como la superficie no había visto en milenios.

Renna chilló y el Protegido se volvió para comprobar cómo el mentalista escapaba de su presa, se disolvía en una neblina y huía en dirección a un camino cercano que conducía al Abismo.

Le siguió de forma instintiva.

—¡Arlen, no! —gritó Renna, pero él la oyó muy lejos.

El camino al Abismo era como seguir la corriente de un arroyo en la oscuridad. Sentía el camino, pero la vista no tenía ninguna utilidad. Simplemente percibía el fluido de la magia que surgía del centro del mundo y lo siguió como si fuera una corriente. El Protegido mantenía su voluntad concentrada en el rastro maligno que dejaba el príncipe abismal y tuvo la sensación de haber corrido kilómetros y kilómetros antes de acercarse lo suficiente para cogerle.

No tenía manos con las que sujetarle, pero deseó que su esencia se adhiriera a la suya y, como dos hombres que soplaran humo en la misma nube, ambos se mezclaron hasta que sus voluntades chocaron.

Arlen esperaba que la del demonio se hubiera debilitado, pero no había perdido fuerza y ambos clavaron sus garras en la mente del otro, intentando introducir sus dedos mentales en cualquier delicada grieta que pudieran encontrar. El príncipe abismal dejó al descubierto todos los errores que Arlen había cometido en su vida y se burló de él por el destino al que había condenado a Renna y por lo que había permitido que les sucediera a los rizonianos. Se mofó de él con imágenes de Jardir violando a la pobre e inocente Leesha.

Aquello fue demasiado, pero el dolor lo reanimó y se precipitó a través de las defensas mentales del mentalista. En ese momento vio un atisbo del Abismo, un lugar de oscuridad eterna, pero iluminado por el resplandor de la magia con más fulgor que las extensiones desérticas bajo la luz del sol.

Al momento, la voluntad del demonio se retiró y frenó el ataque para proteger su mente. El Protegido percibió la ventaja y presionó aún más. El príncipe abismal chilló en su mente cuando el humano supo del Enjambre.

Quizá habría podido vencerle en ese momento si el horror de la visión que se abrió ante sus ojos no le hubiera aturdido. Los abismales que subían a la superficie de caza eran apenas una mínima parte de lo que el Abismo era capaz de arrojar de su interior. Había millones de demonios, miles de millones… Por primera vez desde que encontró los grafos antiguos, le venció la desesperación, la certeza de que finalmente serían derrotados.

La voluntad del mentalista le avasalló y su lucha descendió a un nivel más básico, el simple deseo de supervivencia. Pero en eso Arlen tenía ventaja, pues no tenía miedo de morir y no miraría sobre su hombro cuando sintiera la muerte aproximarse.

El demonio sí estaba asustado y en ese instante su voluntad se quebró y el hombre pudo absorber la magia de su misma esencia. Al final sólo quedaron unos restos consumidos que arrojó hacia el Abismo para que desaparecieran para siempre.

Una vez solo en el camino, el Protegido escuchó por fin la auténtica llamada del Abismo, y era realmente hermosa. En ella había poder, un poder que en sí mismo, no era maligno. Al igual que el fuego, se hallaba más allá del bien y del mal. Era un poder desnudo y le atraía como el pecho materno a un bebé hambriento. Alargó las manos hacia ella, preparado para saborearla.

Pero entonces percibió una nueva llamada.

—¡Arlen! —La voz era un eco distante que reverberaba a lo largo del camino—. ¡Arlen Bales, vuelve conmigo!

Arlen Bales. Un nombre que no había usado durante años y que había muerto en el desierto de Krasia. La voz apelaba a un fantasma. Se volvió hacia el Abismo, dispuesto a entregarse a él.

—¡No me dejes otra vez, Arlen Bales!

Renna. Ya la había abandonado en una situación desesperada dos veces, pero la tercera sería la más dolorosa pues, después de todo lo que Renna había hecho para salvar su vida, la condenaría a la misma vida de la que él había querido escapar.

¿Qué podía ofrecerle el abrazo del Abismo que no pudiera darle ella?

A Renna ya le dolía la garganta de tanto gritar cuando la neblina comenzó a emerger del suelo y tomó la forma del Protegido. Ella se echó a reír entre lágrimas y casi se ahogó. Parecía que sólo había pasado un momento desde que estuvieron a punto de vaciarlo y ella no esperaba ya otra cosa, cuando de repente todos los demonios de la zona cayeron muertos. La noche quedó misteriosamente serena mientras ellos se miraban el uno al otro. Renna había absorbido una gran cantidad de magia del mentalista y por ello sus sentidos estaban mucho más alerta de lo que habían estado en toda su vida. Prácticamente crepitaba de energía y su corazón latía como los tamboriles de un Juglar. Arlen relucía con tanta intensidad que casi dolía mirarlo.

Rondador —recordó él súbitamente y así rompió el silencio. Corrió hacia donde se encontraba el caballo.

—Tiene varios huesos rotos —comentó ella con tristeza—. No creo que vuelva a correr jamás, incluso aunque sobreviva. Mi padre diría que es mejor sacrificarlo.

—¡Al Abismo con lo que tu padre hubiera hecho! —rugió Arlen. Renna sintió su pena como una bofetada en el rostro y comprendió en ese momento cuánto amaba a su caballo. Ella sabía muy bien lo que era tener un animal por único amigo en el mundo. Ojalá la amara a ella aunque fuera sólo la mitad.

—Las heridas han dejado de sangrar —constató—. Debe de haber absorbido parte de la magia de ese demonio cambiaformas antes de que le golpeara.

—Mimetizador —anotó él—. Les llaman mimetizadores.

—¿Cómo lo sabes?

—He aprendido mucho al entrar en contacto con la mente del príncipe abismal —comentó él. Alargó una mano y cogió una de las patas rotas del semental para alinear los huesos correctamente. Los sujetó en su lugar con una mano llena de poder y dibujó un grafo en el aire con la otra.

Gruñó de dolor, pero el grafo se activó y los huesos se unieron ante la mirada perpleja de Renna. Arlen atendió las heridas del caballo una por una y cuando Rondador comenzó a respirar con normalidad, él también recobró el aliento. Su magia, que había brillado con tanta intensidad un momento antes, se oscurecía con rapidez; de hecho, era mucho más oscura de lo que ella había visto jamás.

Renna le tocó el hombro y sintió una descarga de dolor cuando parte de su propia magia fluyó hacia él. Él dejó escapar un jadeo y luego alzó la mirada hacia ella.

—Es suficiente —susurró ella y él asintió.

Arlen miró a Renna y sintió una gran culpabilidad.

—Lo siento, Ren.

Ella le miró con curiosidad.

—¿Qué es lo que sientes?

—Te di la espalda una vez cuando éramos niños, dejándote en manos de Harl para irme a cazar demonios. Y esta noche, lo he vuelto a hacer.

Ella sacudió la cabeza.

—Sentí a ese demonio en mi cabeza. Se deslizó en mi interior de un modo que me hizo mucho más daño que mi padre. Era pura maldad, venía directa del Abismo. Matar a ese monstruo valía mucho más que mil Rennas Tanner.

—Eso pensaba yo antes, pero ahora no estoy tan seguro.

—No pienso retirar mi promesa. Si esta es tu vida, quiero compartirla contigo como haría una buena esposa. No importa lo que pase.

Se acercaba el amanecer y el Abismo seguía llamando al Protegido, pero ahora era algo lejano, fácil de ignorar. Gracias a ella, porque Renna le había hecho recordar quién era él en realidad. Las palabras acudieron con facilidad a sus labios.

—Yo, Arlen Bales, me prometo a ti, Renna Tanner.