14
La elección del demonio
Verano del 333 d. R.
Jardir regresó a su palacio en las horas más oscuras de la noche. No estaba cansado. Jamás se había sentido realmente cansado desde que tenía en su poder la Lanza de Kaji, pero a pesar de eso ansiaba llegar a su cama, aunque sólo fuera para cerrar los ojos y soñar con ella, y hacer así que las horas pasaran más deprisa antes de poder visitarla de nuevo.
Leesha Paper era realmente un regalo de Everam. Estaba seguro de que aceptaría su proposición y con ello tendría un pie firmemente asentado en el norte. Sin embargo, se había dado cuenta de que ahora eso le importaba menos que tenerla a su lado. Era brillante, hermosa, y lo bastante joven para darle muchos hijos, además de esconder en su interior una pasión sin límites que dejaba salir en sus estallidos de cólera y también cuando hacía el amor. Era una novia merecedora del Liberador y un valioso contrapeso frente al poder en ascenso de la Damajah. Inevera intentaría evitar el matrimonio, por supuesto, pero ya se preocuparía de eso en otro momento.
Frunció el ceño al ver luz en sus habitaciones. Don de Everam no tenía una Ciudad Subterránea para albergar a las mujeres y los niños, incluso durante el Creciente. En vez de eso, sus esposas hacían turnos para aguardarle en sus habitaciones privadas, prepararle un baño y ofrecerle un cuerpo dispuesto, aunque en ese momento no deseaba ninguna de las dos cosas. Sólo una persona podía saciar su lujuria y su aroma lo llevaba impregnado en la piel, bajo las ropas. Quería conservarlo un poco más.
—No quiero nada —dijo conforme entró—. Dejadme.
Pero las mujeres que se encontraban allí no eran sus esposas menores y no hicieron el menor esfuerzo por marcharse.
—Tenemos que hablar —dijo Leesha y, a su lado, Inevera asintió.
—Por una vez, estoy de acuerdo con la puta norteña —comentó.
Se hizo un momento de silencio. A Jardir le pareció que pasaban varios minutos mientras intentaba comprender la situación y recuperar la calma.
Miró con más atención a las mujeres. Tenían las ropas rasgadas y rotas. La Damajah llevaba un chal empapado de sangre atado a un muslo y Leesha lucía el hombro de la misma guisa. La nariz de Inevera estaba torcida y triplicaba su tamaño normal, mientras que la garganta de la Herborista estaba cubierta de cardenales y arañazos. Además, se apoyaba más en una pierna que en otra.
—¿Qué ha ocurrido? —exigió saber Jardir.
—Tu Primera Esposa y yo hemos estado hablando —explicó Leesha.
—Y hemos decidido que no queremos compartirte —añadió Inevera.
El krasiano hizo el gesto de acercarse a ellas pero la Herborista alzó un dedo que le hizo sentirse como un niño regañado.
—Mantén las distancias. No nos tocarás a ninguna de las dos hasta que hayas hecho tu elección.
—¿Elección?
—Ella o yo —insistió la mujer—. No puedes tenernos a las dos.
—La que escojas será tu Jiwah Ka —dijo la Damajah— y la otra recibirá una muerte rápida a tus propias manos en la plaza circular de la ciudad.
Leesha le dedicó a Inevera una mirada de asco, pero no la contradijo.
—¿Tú estás de acuerdo con eso? —preguntó Jardir, sorprendido—. ¿No va eso contra tus votos de Herborista?
La norteña sonrió.
—Desnúdala y échala a las calles para que todos la vean, si lo prefieres.
—Eres débil, como todos los norteños —se burló Inevera—, al dejar a tus enemigos con vida para que ataquen en otro momento.
La Herborista se encogió de hombros.
—Lo que tú llamas debilidad, para mí es señal de fortaleza.
Jardir miró a una y otra, incapaz de creer que las cosas pudieran haber llegado hasta allí, pero sus miradas eran decididas y comprendió que creían totalmente en lo que estaban diciendo.
La elección era imposible. ¿Matar a Leesha? Eso era impensable. Incluso aunque eso no supusiera destruir cualquier alianza potencial en el norte, preferiría arrancarse el corazón antes que hacerle daño.
Pero la alternativa era igualmente imposible. Las dama’ting no seguirían a Leesha y si apartaba a Inevera del poder, más si era a favor de una norteña, preferirían seguir a la Damajah con lo que causarían un cisma en su imperio que jamás se podría superar.
Y ella era su Primera Esposa, la madre de sus hijos, la que había orquestado su ascenso al poder y le había dado los instrumentos necesarios para ganar la Sharak Ka. A pesar del sufrimiento que le causaba a menudo, al mirarla comprendía que aún la amaba.
—No puedo elegir.
—Tienes que hacerlo —insistió Inevera y sacó el cuchillo protegido—, o yo misma le cortaré el cuello a esta puta.
Leesha sacó su propio cuchillo.
—No si yo te corto el tuyo primero.
—¡No! —exclamó Jardir y arrojó la Lanza de Kaji que impactó contra la pared donde quedó profundamente clavada, vibrando, entre las dos mujeres. Se abalanzó sobre ellas con la agilidad de un gato, las cogió de las muñecas y las apartó a una de la otra.
Pero cuando lo hizo los grafos de su corona se activaron de repente e iluminaron a las dos mujeres, de modo que ambas sacudieron la cabeza como si despertaran de un sueño.
Leesha fue la primera en recuperar la conciencia.
—¡Detrás de ti! —gritó y señaló un lugar a su espalda.
—¡El Alagai Ka! —chilló Inevera a su vez.
Alagai Ka. Ese era el nombre que Jardir y sus hombres habían dado en son de burla al demonio de las rocas que había seguido al Par’chin, pero en realidad se trataba de un nombre antiguo, uno que llevaba consigo un aura de poder inmenso. El Alagai Ka era el consorte de la Madre de los Demonios y se decía que él y sus hijos eran los más poderosos entre los señores de los demonios, los generales de las fuerzas de Nie.
Jardir se volvió para enfrentarse al demonio, pero no parecía haber nada a la vista. Pero luego, al concentrarse, la Corona de Kaji se caldeó de nuevo y pudo descubrir que parte de la habitación estaba nublada por la magia. Había una ondulación en la nube y desde allí saltó hacia él el demonio de aspecto más temible que había visto en su vida.
Jardir intentó coger la lanza, pero estaba demasiado hundida en la pared y no pudo sacarla en el instante escaso que le llevó al demonio cruzar la habitación y atacarle. Cayeron sobre la cama, rodaron y luego aterrizaron con un gran golpe en el otro lado, mientras el demonio le clavaba las garras con furia. Jardir sintió cómo las placas cerámicas de su armadura se rompían con los golpes, pero frenaron el ataque inicial. El demonio pareció darse cuenta de eso y su boca se abrió de un modo imposible; ante sus ojos parecieron crecer filas y más filas de nuevos dientes hasta convertirse en unas fauces capaces de tragarse toda su cabeza.
El guerrero rodó y le empujó con los brazos, con lo que consiguió suficiente espacio para pasar una pierna entre los dos y propinarle una patada que lo arrojó hacia atrás. Al salir disparado hacia atrás, el demonio desgarró las ropas de Jardir y dejó al descubierto las cicatrices en forma de grafos que Inevera había marcado sobre su piel. Estas llamearon con fiereza cuando el demonio se arrojó de cabeza contra él.
Leesha no se había dado cuenta de que el demonio estaba en el interior de su mente hasta que Jardir la tocó y los grafos de la corona se activaron. Entonces escuchó los susurros de la criatura y supo lo que eran. El demonio estaba allí en la habitación con ellos.
Inevera también se dio cuenta. Ambas tuvieron apenas el tiempo justo para gritar una advertencia cuando el guardaespaldas del demonio se lanzó contra Jardir. Al estar de nuevo lejos del aura de poder de la corona, la Herborista percibió cómo el mentalista intentaba entrar de nuevo en su mente.
Se resistió, al igual que la Damajah, y ambas se debatieron con fiereza para escapar a su control, aunque era evidente que él no tardaría en vencer su resistencia. La Herborista sentía ya un peso enorme en las extremidades pues el demonio le ordenaba que se tirase al suelo, indefensa y débil, mientras observaba cómo su guardaespaldas mataba a Jardir.
Leesha buscó a su alrededor, frenética, hasta que descubrió una bandeja con incienso quemado en la mesilla. Se lanzó a por ella al caer al suelo, y simuló un accidente cuando dejó caer la mano sobre las cenizas derribó la bandeja al suelo en una nube polvorienta.
Inevera también cayó y Leesha rodó en su dirección y empleó la poca energía que le quedaba en pintar un grafo en su frente, el mismo que había en el centro de la corona de Jardir.
Inmediatamente el grafo adquirió vida con una llamarada y, cuando ella cayó con los miembros flácidos, la Damajah se sentó en el suelo. El demonio no pareció darse cuenta, ya que su atención se centraba en Jardir, que luchaba por su vida.
Inevera frunció el ceño y agarró a Leesha del pelo.
—Para mí sigues siendo una puta —le gruñó y escupió en el rostro de la mujer. Llevaba unos largos velos que arrancaban del corpiño sin mangas hasta los brazaletes de oro de sus muñecas. Usó uno y saliva para limpiar el hollín de la frente de la Herborista y después mojó el dedo en las cenizas para trazar también sobre su piel el grafo mental.
La Herborista se incorporó y buscó el cuchillo protegido. Inevera cogió lo que parecía un trozo de carbón protegido de la bolsita negra que llevaba a la cintura y lo sostuvo en dirección al demonio mentalista. Después susurró una palabra y un relámpago saltó de la piedra para cruzar la habitación y golpear al demonio. Este gritó cuando el rayo lo lanzó por la habitación hasta estamparse contra la pared con un crujido antes de caer inerme al suelo.
El demonio cambiaba de forma continuamente, pero Jardir presionó más en su ataque; los grafos siseaban cuando golpeaba a la criatura con los codos y rodillas, los puños y los pies. Mantuvo a raya los ataques salvajes del demonio con la furia de un guerrero nacido para el Laberinto. Los grafos de la corona llameaban con una luz intensa y se sentía tan lleno de poder que las heridas que le había infligido el demonio comenzaron a curarse antes incluso de que hubiera percibido el daño.
«Estoy luchando con el Alagai Ka —pensó—, y estoy ganando».
El pensamiento le insufló nuevas fuerzas, pero entonces el demonio alzó una pesada mesa con una de aquellas garras gigantes y le golpeó con ella como un martillo cae contra un clavo.
Los grafos de su piel no ofrecían protección alguna contra la madera y fue sólo la magia que corría por su cuerpo la que evitó que lo matara. Aun así los huesos se astillaron ante el impacto, y sobresalieron de su pierna para clavársele en las tripas. Sintió cómo la magia aceleraba el proceso de curación natural de su cuerpo a una velocidad increíble, pero no podía recomponer los huesos rotos y sintió que se curaban pero en ángulos extraños.
De todas formas, importaba poco, pues el demonio alzó la mesa de nuevo para rematar el trabajo. Jardir, sin armas, no podía hacer nada salvo observar.
Pero antes de que pudiera arrojarla, la bestia chilló y se agarró la cabeza, con lo que dejó caer la mesa. Jardir lo pateó con la pierna buena para apartarlo de su trayectoria, pero la carne del demonio parecía derretirse como la cera y cayó dando tumbos a un lado, entre violentas sacudidas.
El krasiano alzó la vista y comprendió el porqué. No había estado luchando en absoluto con el Alagai Ka. Leesha e Inevera estaban en pie al lado del cuerpo humeante de un esbelto demonio con una cabeza gigantesca. A pesar de estar al otro extremo de la habitación Jardir percibió el poder y la maldad que irradiaba la criatura. El demonio con el que él había luchado era su Hasik, todo músculo pero sin cerebro, útil para abrirse camino y romper los cráneos que su maestro no quisiera molestarse en aplastar personalmente.
El demonio delgado alzó la cabeza. La Damajah gritó y envió otra descarga de rayos hacia él, pero la bestia dibujó un grafo en el aire y dispersó la energía. Después alargó la mano y el hueso de demonio salió despedido de la mano de Inevera. El hueso relució con fuerza en su palma antes de que absorbiera la magia y se convirtiera en polvo.
El demonio alargó la mano de nuevo y la bolsita que contenía los hora de Inevera voló hasta él. Ella gritó de nuevo cuando la volcó sobre su mano engarfiada para extraer los preciosos dados.
Las dos mujeres le atacaron con los cuchillos protegidos, pero la criatura trazó otro grafo en el aire que flameó y las arrojó dando tumbos por toda la habitación como si las azotara un fuerte viento.
Los alagai hora relumbraron cuando el demonio absorbió su poder. Jardir sintió una extraña mezcla de miedo y alivio cuando los dados que habían controlado su vida durante más de veinte años se transformaron en polvo. Inevera aulló como si la visión de su destrucción le causara un dolor físico.
El mimetizador recuperó las fuerzas tan pronto como se recobró su maestro, pero Jardir ya estaba en movimiento y saltó sobre la cama rota apoyándose en la pierna buena. Cogió la Lanza de Kaji mientras rodaba hacia el lado opuesto para que su peso la arrancara de la pared.
Cuando cayó sobre sus pies, un dolor espantoso subió por su pierna herida, pero lo aceptó y no interfirió en la precisión y puntería de sus movimientos cuando se echó hacia atrás y lanzó su arma.
La lucha había acabado antes de que el demonio pudiera reaccionar. La lanza atravesó el cráneo del mentalista con una llamarada, donde dejó un agujero grande y humeante, para seguir luego avanzando hasta que se clavó con un temblor en la pared opuesta. El mentalista cayó muerto y sin él, el mimetizador se desplomó en el suelo, chillando y debatiéndose como si le hubieran prendido fuego. Finalmente se quedó quieto, convertido en un montón fundido de escamas y garras.
Leesha recobró la conciencia al escuchar un fuerte crujido y abrió los ojos para ver a Jardir con los ojos cerrados y el rostro sereno mientras Inevera tiraba con fuerza del pie para intentar recolocar el hueso roto.
Ignorando sus propios dolores, la Herborista se arrastró hasta llegar a su lado, cogió el hueso con la mano y lo guio de nuevo hacia la incisión que había abierto Inevera. La herida comenzó a cerrarse de forma casi inmediata, como sucedía con Arlen, pero aun así, buscó aguja e hilo para cerrarla de manera más precisa.
—No es necesario —dijo la Damajah al ponerse en pie; luego se acercó al cuerpo del mentalista. Sacó el cuchillo protegido y cortó uno de los cuernos vestigiales. Volvió con aquella cosa horrible, manchada de icor y abrió su bolsita para extraer de allí un pincel y una botella. Pintó unos grafos muy definidos a lo largo de la herida de Jardir y después pasó el cuerno por encima. Los grafos llamearon y cerraron la incisión sin necesidad de puntos.
Hizo lo mismo con su propia herida y después tendió los objetos a la Herborista sin decir una palabra, evitando su mirada. Ella la observó en silencio y memorizó los grafos que había usado y la manera en que los había entrelazado.
Miró el cuerno cuando hubo terminado. Todavía estaba intacto e Inevera gruñó.
—De todos modos, haré mejores dados con los huesos de este.
Leesha se acercó al cuerpo del mentalista y cortó el otro cuerno y uno de los brazos, que luego envolvió en un tapiz para estudiarlos más tarde. Los ojos de la Damajah se entrecerraron pero no dijo nada.
—¿Cómo es que nadie ha venido a investigar los sonidos de la batalla? —preguntó Jardir.
—Supongo que al Alagai Ka no le habrá resultado difícil trazar grafos de silencio alrededor de nuestras habitaciones —comentó su esposa—. Continuarán activos hasta que la luz del sol caiga sobre los muros.
El krasiano las miró fijamente.
—¿Controlaba todo lo que decíais y hacíais?
Inevera asintió.
—Él… ah, bueno, incluso nos hizo luchar la una contra la otra sólo para su diversión. —Y se tocó la nariz hinchada con gesto amargo.
Leesha se ruborizó y tosió.
—Sí —admitió—, eso nos hizo.
—¿Por qué jugar a un juego tan cruel? —preguntó él—. ¿Por qué no simplemente ordenaros a alguna de las dos que me cortara la garganta mientras estábamos en la cama?
—Porque no quería matarte —repuso la sacerdotisa—. Temía más tu poder para inspirar que para luchar y nadie inspira más que un mártir.
—Era mejor desacreditarte y desunir tus fuerzas —aclaró la Herborista.
—Porque tú eres el Shar’Dama Ka —finalizó Inevera—. No hay mayor prueba ahora, cuando has matado al mismísimo Alagai Ka.
Jardir sacudió la cabeza.
—Ese no era el Alagai Ka. Ha sido demasiado fácil. Más bien parecía uno de sus príncipes menores. Debe de haber más de estos y más poderosos.
—Yo también lo creo así —comentó Leesha y miró al hombre—. Ese es el motivo por el cual te voy a pedir que cumplas tu promesa, Ahmann. Ya he estado en Don de Everam y ahora quiero regresar a casa. Debo preparar a mi gente.
—No tienes por qué irte —repuso Inevera y Leesha comprendió cuánto le costaba pronunciar esas palabras—. Te aceptaré como una de las Jiwah Sen de mi marido.
—¿Una esposa menor? —La Herborista se echó a reír—. No, no quiero eso.
—Aún puedo convertirte en mi Jiwah Ka del norte, si lo deseas —apuntó Jardir mientras la Damajah fruncía el ceño.
Ella sonrió con tristeza.
—Seguiría siendo una entre muchas, Ahmann. El hombre con el que me case será sólo para mí. —El rostro del krasiano se llenó de pesar pero ella se mantuvo firme y al final, él asintió.
—La tribu de Hoya recibirá honores especiales, a pesar de todo. No prohibiré a las tribus que intenten robaros unos cuantos de vuestros pozos, pero sabrán que mi ira caerá sobre ellos si luchan contra vosotros.
Leesha bajó los ojos pues temía echarse a llorar si seguía viendo aquel dolor en su mirada.
—Gracias —repuso con cierto envaramiento.
Jardir alargó los brazos, colocó las manos sobre sus hombros y los acarició con dulzura.
—Y yo… siento mucho si lo que ocurrió en el Palacio de los Espejos no fue por tu propia voluntad.
La Herborista se echó a reír, sin miedo ya a las lágrimas. Se arrojó sobre él, lo abrazó con fuerza y le besó en la mejilla.
—Aquello lo hicimos a la luz del día, Ahmann —le dijo con un guiño.
—Me entristece vuestra marcha, señora —confesó Abban unos cuantos días más tarde, mientras sus esposas empaquetaban los últimos regalos de los muchos que Jardir le había hecho—. Echaré de menos nuestras conversaciones.
—Y también echaréis de menos el Palacio de los Espejos para refugiar aquí a vuestras esposas e hijas más hermosas de los dal’Sharum —tanteó Leesha.
El mercader la miró sorprendido y luego hizo una reverencia, sonriente.
—Habéis aprendido más de mi lengua de lo que habéis demostrado.
—¿Por qué no se lo habéis contado a Ahmann? —preguntó ella—. Permitidle que discipline a Hasik y a los otros. No pueden ir por ahí violando a quien les dé la gana.
—Con vuestro permiso, señora, pero según la ley pueden hacerlo —repuso Abban y Leesha abrió la boca para replicar, pero él alzó una mano—. El poder de Ahmann no es tan absoluto como él cree. Castigar a sus propios hombres por unas cuantas mujeres khaffit extendería la discordia entre sus soldados, los mismos en los que debe confiar ya que portan lanzas a su espalda.
—¿Y eso es más importante para vos que la seguridad de vuestra familia? —insistió ella.
Los ojos del tullido se endurecieron.
—No se puede pretender que comprendáis todas nuestras costumbres después de vivir entre nosotros sólo unas cuantas semanas. Encontraré un medio para proteger a mi familia que no ponga en riesgo a mi señor.
Leesha se inclinó.
—Lo siento.
Abban sonrió.
—Compensadme dejándome construir un puesto comercial en vuestra ciudad. Mi familia tiene uno en cada una de las tribus para comerciar con mercancías y ganado. Don de Everam produce más grano del que necesita y sé que habrá bocas hambrientas en el norte.
—Es muy amable por vuestra parte —comentó la Herborista.
—Comprenderéis que no lo es cuando veáis a mis mujeres regatear con vuestra gente —le respondió Abban y ella le dedicó una sonrisa.
Se oyó una llamada de fuera y el mercader cojeó hasta la ventana y miró hacia el patio.
—Vuestra escolta está preparada. Venid y os acompañaré abajo.
—¿Qué sucedió entre Ahmann y el Par’chin, Abban? —le preguntó ella, incapaz de contenerse más tiempo. Si no conocía la respuesta entonces, probablemente no lo haría nunca—. ¿Por qué Ahmann parecía tan enfadado de que lo hubierais mencionado? ¿Por qué os asustasteis cuando os dije que lo había nombrado ante él?
El mercader la miró y suspiró.
—No pondría a mi señor en riesgo por el bien de mi familia, así que, ¿qué os hace pensar que lo haría por el Par’chin?
—Contestar a mi pregunta no pondrá a Jardir en riesgo alguno, lo juro —repuso ella.
—Quizá sí, quizá no.
—No entiendo nada —replicó ella—. Ambos decís que era vuestro amigo.
Abban se inclinó.
—Y lo fue, señora, y porque es así os diré algo más: si conocéis al hijo de Jeph y podéis hacerle llegar el recado, decidle que corra hasta el fin del mundo y más allá si puede, porque hasta ahí será hasta adónde irá Jardir para matarle.
—Pero ¿por qué? —insistió ella.
—Porque sólo uno de ellos puede ser el Liberador, y el Par’chin y Ahmann han tenido… algunas desavenencias en el pasado, como tenía que ser.
Abban se dirigió derecho hacia la sala del trono de Jardir desde el Palacio de los Espejos. En el momento en que él lo vio, despidió a sus consejeros y ambos hombres se quedaron a solas.
—¿Ya se ha ido? —preguntó él.
El mercader asintió.
—La señora Leesha ha estado de acuerdo en permitirme establecer un puesto comercial en Hoya. Facilitará su integración en el imperio y nos dará contactos valiosos en el norte.
El líder krasiano asintió.
—Bien hecho.
—Necesitaré hombres para proteger las caravanas y las tiendas del establecimiento —comentó el mercader—. Antes tenía siervos para hacer el trabajo más pesado. Puede que fueran khaffit, pero eran hombres fuertes.
—Y todos esos hombres son ahora kha’Sharum —apuntó Jardir.
Abban hizo una reverencia.
—Ya veo que comprendéis mi problema. Ningún dal’Sharum aceptará órdenes de un khaffit en las circunstancias que fuesen, pero si me permitierais seleccionar a unos cuantos kha’Sharum para que me sirvan en este asunto, sería de lo más satisfactorio.
—¿Cuántos? —preguntó.
El tullido se encogió de hombros.
—Me apañaré con cien. Una minucia.
—Ningún guerrero, ni siquiera un kha’Sharum, es una minucia, Abban.
El mercader se inclinó.
—Pagaré los estipendios de sus familias de mis propios cofres, por supuesto.
Jardir reflexionó un poco más y después se encogió de hombros.
—Llévate a esos cien.
El tullido se inclinó tan profundamente como le permitió la muleta.
—¿Alterarán vuestros planes las promesas que le habéis hecho a la señora de Hoya?
Jardir sacudió la cabeza negativamente.
—Mis promesas nada tienen que ver. Sigue siendo un deber para mí unir a la gente del norte para la Sharak Ka. Marcharemos contra Lakton en la primavera.