18

Regresó avergonzado por lo que había hecho.

Se sentía miserable, se había convertido en lo que siempre había odiado; se estaba transformando en él, en su padre.

Esa mujer no le había dado alternativa.

De pronto, entendió cómo todo lo que había vivido en los últimos meses, le había llevado a perder el contacto con la realidad. Los ambientes hostiles por los que había transitado, no se parecían en nada a aquellos a los que solía frecuentar cuando era Ricardo Donoso. Puede ser que ese nombre solo fuera una muesca del pasado, un recuerdo perecedero que pertenecía a alguien ya enterrado. Se dio cuenta del riesgo que había cometido agrediendo a esa inocente señora.

Ahora, reconocería su rostro, y se preguntó por qué no había sido capaz de continuar con su ética hasta el final.

Uno de los principios que siempre habían regido su vida era el de acallar la sospecha, la suya propia y la ajena. Dar la alguien la oportunidad de hablar era sembrar el fracaso. Pero siempre sentenciaba a quien se lo merecía, no a una persona inocente que se cruzaba en su camino. Existían formas, métodos que había olvidado o pasado por alto.

De pronto, un fuerte dolor intestinal se apoderó de él.

Cuando salió de la boca de metro, pasó por delante de la cafetería en la que había visto a Marlena con ese abogado. Metió la mano en el bolsillo y palpó el teléfono móvil que había robado. La mesa que la ingeniera había ocupado horas antes, ahora estaba vacía.

Estaba perdiendo el control y Mariano lo manipulaba a su antojo.

¿Desde cuándo permitía que dictara las reglas del juego?, se preguntó.

El dolor se volvió más intenso.

Delante del cristal transparente, contempló también su imagen cambiada, deteriorada a causa de una alimentación desordenada, la falta de ejercicio diario que solía practicar y un quebradero de cabeza que arrastraba desde hacía meses. Solo reconoció sus ojos, todavía vivos, aunque tristes y casi sin brillo. El hombre que tenía frente a él era un desconocido para todos. Jamás había imaginado que el revés de sus actos tuviera tales consecuencias.

Entró en el portal y subió las escaleras para ejercitar las piernas y dejar que el bombeo de la sangre oxigenara su cuerpo. Eso le ayudaría a concentrarse y dejar marchar los pensamientos que mezclaban a Marlena con la persona a la que había visitado.

Abrió la puerta y sintió el humo de los cigarrillos de la cocina.

Comenzaba a ser una norma encontrar a Mariano fumando allí, consumiéndose lentamente. No lo había visto de esa manera hasta entonces y era un síntoma que le preocupaba. Como él, estaba perdiendo la compostura.

La radio sonaba más alta de lo habitual.

Cerró sin hacer ruido y cruzó el pasillo sin avisar de su llegada.

Oyó un murmullo. Era la voz del exagente. Cuando alcanzó la puerta, lo vio.

Mariano llevaba una camiseta interior blanca y los pantalones del traje. Conversaba por teléfono con alguien. La música de la radio impedía escuchar con claridad.

—Tengo que dejarte —dijo y colgó al verlo. Después volvió a meter el aparato en el microondas—. ¿En qué diablos andaba?

Furioso, Don se acercó a la radio y la apagó de un golpe.

—¿Con quien hablabas? —preguntó con el rostro tenso y los ojos abiertos de par en par.

—Eso no le incumbe, señor —dijo indiferente y dio un sorbo al café frío que había sobre la mesa.

Furioso, Don levantó la mesa por un lateral y la lanzó contra la pared.

Se escuchó un estruendo, la vajilla se hizo añicos y el líquido se desparramó por los azulejos del suelo. Desprevenido, Mariano reaccionó echándose a un lado de la habitación.

Don daba profundas respiraciones con los ojos encarnados y el rostro húmedo de sudor. El chófer lo miró con el semblante serio, aunque no parecía irritado por la respuesta del arquitecto.

—Empiezo a cansarme de que me ocultes información… —dijo Don recuperando la normalidad—. No juegues conmigo. Te lo advierto, Mariano.

Sus palabras agrietaban el suelo, haciendo más grande la distancia entre los dos.

—No lo hago, señor. Solo intentaba evitar…

—¿El qué?

—Esto que acaba de suceder —dijo señalando a la mesa—. ¿Se ha olvidado ya de quién es?

—No puedo olvidar algo que nunca existió.

Mariano se acercó a él y lo sujetó del rostro con ambas manos clavándole los ojos.

—No pienso permitir que se apodere de usted, ¿lo entiende? —preguntó. La respiración de Don volvía a la normalidad. Era la primera vez que lo miraba de ese modo, apenado, pero con esperanza—. No quiso recibir ayuda de especialista, ni ponerse en manos de un tratamiento especial… pero le prometí que conmigo estaría a salvo, siempre y cuando confiara en mi palabra… Se lo pido, escúcheme… y haré lo que tenga que hacer y lo que esté en mis manos para mantener la situación bajo control.

—Deja de tratarme como alguien que ha perdido la cabeza… ¡No estoy enfermo! ¿Me oyes?

El desmán apartó al chófer medio metro.

—Nunca lo he hecho, ni lo haré. Pero… ¿Se ha preguntado de dónde viene esa voz que le habla en ocasiones? ¿Se ha preguntado de dónde viene esa fuerza sobrenatural?

—No necesito preguntas. Sé que es su culpa. Mi padre…

—No toda la culpa es de su padre.

Al escuchar al chófer, su respiración volvió a acelerarse.

—Mira, no quiero hablar de esto ahora o me pondré de muy mala leche… —respondió, bajó la guardia, sacó el teléfono y lo puso sobre el mármol de la cocina—. No quiero cometer otro error. Ahí tienes lo que querías.

Mariano contempló el dispositivo como si fuera un metal precioso.

—¿Le ha costado conseguirlo? ¿Fue fácil interrogarla?

Don lo miró con desprecio.

—¿No ves mi cara? —preguntó señalándose el quemazón que había casi desaparecido—. Te dije que no tenía que ir a esa casa, te lo dije…

—¿Qué ha pasado?

El arquitecto pensó antes de responder.

—Nada.

—La ha herido.

—Ya te he dicho que nada. ¡Aquí tienes el maldito teléfono!

Mariano guardó silencio esperando a que se calmara.

—Le está pasando de nuevo, señor. Está distorsionando su realidad. El estrés, la mezcla de recuerdos pasados con los del presente. Tarde o temprano, volverá a tenderle una trampa, como hizo anteriormente…

—Pero… ¿De quién hablas, Mariano?

El exagente le mostró una sonrisa. Después acercó el índice de su mano a la cabeza de Don y le dio un toque.

—De su otro yo, señor… —dijo apuntando a la sien—. De la persona atrapada aquí que intenta engañarle.