RACHEL
Jueves, 15 de agosto de 2013
Mañana
Cathy me ha conseguido una entrevista de trabajo. Una amiga suya ha montado su propia empresa de relaciones públicas y necesita una asistente. Básicamente, se trata de un empleo de secretaria y el sueldo es ridículo, pero me da igual. Esta mujer está dispuesta a verme sin referencias (Cathy le ha contado que sufrí una crisis nerviosa, pero que ya estoy recuperada del todo). La entrevista es mañana por la tarde en su casa (en el jardín trasero de su casa ha instalado uno de esos cobertizos pensados para emplearlos como oficina), y resulta que está en Witney. Así pues, pensaba pasarme el día puliendo mi currículo y practicando la entrevista. Eso era lo que pensaba hacer, pero entonces Scott me ha llamado.
—Me gustaría hablar contigo —ha dicho.
—No hace falta… Es decir, no tienes por qué decir nada. Ambos sabemos que fue un error.
—Sí, lo sé —ha respondido. El tono de su voz era extremadamente triste, no como el Scott enfadado de mis pesadillas, sino más bien como el tipo desconsolado que se sentó en mi cama y me contó lo del embarazo de su esposa asesinada—. Pero me gustaría hablar contigo de todos modos.
—Claro —he dicho—. Claro que podemos hablar.
—Quiero decir en persona.
—¡Ah! —he exclamado. Lo último que quería era tener que ir a esa casa—. Lo siento, hoy no puedo.
—Por favor, Rachel. Es importante. —Parecía desesperado y, a mi pesar, me he sentido mal por él. Estaba intentando pensar en una excusa cuando ha vuelto a decirlo—: Por favor. —De modo que al final he accedido. Y nada más hacerlo me he arrepentido de ello.
En los periódicos hay una noticia sobre la hija de Megan —su primera hija, la que mató—. Bueno, en realidad es sobre el padre. Han descubierto quién era. Se llamaba Craig McKenzie, y murió en España hace cuatro años por una sobredosis de heroína. Eso lo descarta como asesino y, en cualquier caso, a mí nunca me pareció que tuviera un motivo plausible. Si alguien hubiera querido castigarla por lo que hizo, lo habría hecho hace años.
Así pues, ¿quién queda ahora? Los sospechosos habituales: el marido y el amante. Scott y Kamal. Aunque también existe la posibilidad de que el asesinato de Megan lo llevara a cabo un hombre cualquiera que la asaltara por la calle. Puede que lo llevara a cabo un asesino en serie que está comenzando y ella fuera su primera víctima, como Wilma McCann, o Pauline Reade. ¿Y quién dice que el asesino tenga que ser un hombre? Megan Hipwell era una mujer pequeña. Tenía la constitución de un pajarillo. No haría falta mucha fuerza para reducirla.
Tarde
Lo primero que advierto cuando Scott abre la puerta es su olor rancio y amargo. Huele a sudor y cerveza. Y, por debajo, a otra cosa, algo peor. Algo podrido. Va vestido con unos pantalones de chándal y una camiseta gris manchada y tiene el pelo grasiento y la piel aceitosa, como si tuviera fiebre.
—¿Estás bien? —le pregunto, y él me sonríe. Ha estado bebiendo.
—Sí, sí. Estoy bien. Pasa, pasa. —No quiero, pero lo hago.
Las cortinas de las ventanas que dan a la calle están echadas y el salón está teñido de un tono rojizo acorde con el calor y el olor del lugar.
Scott va a la cocina, abre la nevera y coge una cerveza.
—Entra y siéntate —ofrece—. Tómate algo. —La sonrisa de su cara es una mueca estática y triste. Detecto cierta animosidad en su expresión. El desprecio que vi el sábado por la mañana, después de que nos hubiéramos acostado, sigue ahí.
—No puedo quedarme mucho rato —le digo—. Mañana tengo una entrevista de trabajo y necesito prepararme.
—¿De verdad? —Enarca las cejas y luego se sienta y empuja una silla hacia mí con el pie—. Siéntate y tómate algo —sugiere.
Se trata de una orden, no de una invitación. Yo hago lo que me dice y él empuja hacia mí su botella de cerveza. La cojo y le doy un trago. Fuera se oyen gritos —unos niños que juegan en el jardín trasero de otra casa— y, más allá, el leve y familiar murmullo del tren.
—Ayer la policía recibió los resultados del ADN —me cuenta Scott—, y la sargento Riley vino a verme por la noche. —Se queda un momento callado, a la espera de que yo diga alguna cosa, pero temo decir algo equivocado, de modo que opto por guardar silencio—. No era mío. El niño no era mío. Lo curioso es que tampoco era de Kamal. —Se ríe—. Al parecer, Megan tenía otro amante más. ¿Te lo puedes creer? —En su rostro vuelve a dibujarse esa horrible sonrisa—. Tú no sabías nada de esto, ¿verdad? Ella no te confió que había ningún otro hombre, ¿no?
La sonrisa desaparece de su cara y todo esto comienza a darme mala espina. Muy mala espina. Me pongo en pie y doy un paso en dirección a la puerta, pero él se interpone, me coge del brazo y me empuja hacia la silla.
—Siéntate, joder. —Coge mi bolso y lo tira a un rincón del salón.
—Scott, no entiendo qué está pasando…
—¡Vamos! —exclama, inclinándose hacia mí—. ¿Megan y tú no erais tan buenas amigas? ¡Seguro que estabas al tanto de todos sus amantes!
Se ha enterado. Y, en cuanto lo pienso, debe de notármelo en la cara porque se acerca todavía más a mí hasta que puedo oler su aliento rancio y me dice:
—Vamos, Rachel. Cuéntamelo.
Niego con la cabeza y él extiende el brazo y le da un golpe a la botella que tengo delante. Rueda por la mesa y cae al suelo de baldosas.
—¡Ni siquiera la llegaste a conocer! —exclama—. ¡Todo lo que me contaste era una puta mentira!
Me pongo de pie y, con la cabeza gacha, mascullo:
—Lo siento, lo siento. —Trato de rodear la mesa para recoger mi bolso y mi móvil, pero él me vuelve a agarrar del brazo.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunta—. ¿Qué te impulsó a hacer esto? ¿Se puede saber qué es lo que te pasa?
Scott me mira fijamente a los ojos y siento pánico. Al mismo tiempo, sin embargo, su pregunta es razonable. Le debo una explicación. Así pues, no tiro del brazo y, mientras sus dedos se me clavan en la piel, intento hablar con calma y claridad. Intento no llorar. Intento no entrar en pánico.
—Quería que supieras lo de Kamal —le explico—. Como te dije, los vi juntos, pero no me habrías tomado en serio si yo sólo era una chica del tren. Necesitaba…
—¿Necesitabas? —Me suelta y se aparta—. ¿Me estás diciendo lo que tú necesitabas…? —Su tono de voz es ahora más suave, se está tranquilizando. Yo respiro hondo y procuro ralentizar los latidos de mi corazón.
—Quería ayudarte —le digo—. Sabía que la policía siempre sospecha del marido y quería que supieras que había otra persona…
—¿Y decidiste inventarte la historia de que conocías a mi esposa? ¿Tienes idea de lo chiflada que pareces?
—Sí.
Me dirijo a la encimera de la cocina para coger una bayeta y luego me agacho para limpiar la cerveza que se ha derramado. Mientras tanto, Scott se sienta, coloca los codos en las rodillas y agacha la cabeza.
—Ella no era quien yo pensaba —dice—. La verdad es que no tengo ni idea de quién era.
Escurro la bayeta en el fregadero y luego me limpio las manos con agua fría. Mi bolso está a apenas medio metro, en un rincón del salón. Justo cuando voy a ir a por él, Scott levanta la mirada hacia mí, de modo que me quedo quieta. Con la espalda contra la encimera y agarrada a su borde para mantener el equilibrio.
—Me lo contó la sargento Riley. Me estuvo preguntando por ti. Quería saber si tú y yo teníamos una relación. —Scott se ríe—. ¡Una relación! ¡Por el amor de Dios! Le pregunté si había visto el aspecto de mi mujer. Mis estándares no han caído tan rápido. —Yo me sonrojo y noto un sudor frío en las axilas y en la base de la columna vertebral—. Al parecer, Anna se ha estado quejando de ti. Te ha visto rondando por aquí. Así es como salió todo. Yo le dije a Riley que tú y yo no teníamos ninguna relación y que no eras más que una vieja amiga de Megan que me estaba ayudando… —suelta una risita triste—, y entonces ella me dijo que no conocías a Megan y que no eras más que una mentirosa sin vida propia. —La sonrisa desaparece de su rostro—. Sois todas unas mentirosas. Todas y cada una de vosotras.
De repente, suena mi móvil. Doy un paso hacia el bolso, pero Scott llega antes.
—Espera un momento. Todavía no hemos terminado —dice y, tras coger el bolso, vuelca su contenido en la mesa: móvil, monedero, llaves, pintalabios, Tampax, recibos de la tarjeta de crédito—. Quiero saber exactamente cuántas de las cosas que me has contado son patrañas. —Entonces coge el móvil y le echa un vistazo a la pantalla. Luego vuelve a levantar la mirada hacia mí y se me hiela la sangre. Lee en voz alta—: «Este mensaje es para confirmar su cita con el doctor Abdic el lunes 19 de agosto a las 16.30. En caso de que no pueda acudir a la cita, le agradeceríamos que nos avisara con veinticuatro horas de antelación».
—Scott…
—¿Qué demonios está pasando? —pregunta en un tono de voz apenas más alto que un carraspeo—. ¿Qué has estado haciendo? ¿Qué has estado contándole?
—No he estado contándole nada… —Deja caer el móvil en la mesa y se acerca a mí con las manos cerradas. Yo retrocedo hasta que mi espalda queda arrinconada en el ángulo que forman la pared y la puerta corredera de cristal.
Él levanta la mano y yo me encojo y agacho la cabeza a la espera del dolor y de repente tengo la sensación de que esto ya lo he hecho antes, lo he sentido antes, pero no puedo recordar cuándo y ahora tampoco tengo tiempo para pensarlo porque aunque no me pega, sí me agarra de los hombros con fuerza y me clava los pulgares en las clavículas. Duele tanto que suelto un grito.
—Todo este tiempo —dice entre dientes—, todo este tiempo he creído que estabas de mi lado, pero en realidad has estado actuando en mi contra. Le has estado pasando información, ¿verdad? Le has estado diciendo cosas sobre mí y sobre Megs. Has sido tú quien ha hecho que la policía sospechara de mí. Has sido tú…
—¡No! ¡Por favor, no! ¡No ha sido así! ¡Yo quería ayudarte! —Me suelta los hombros, desliza una mano hasta mi nuca y me agarra del pelo con fuerza—. ¡Scott, por favor, no! ¡Por favor! ¡Me estás haciendo daño! ¡Por favor!
Entonces comienza a arrastrarme hacia la puerta de entrada y me invade una sensación de alivio. Va a echarme a la calle. Gracias a Dios.
Pero no lo hace. Sin dejar de escupir y maldecir, sigue arrastrándome y me lleva al piso de arriba y yo intento resistirme, pero él es demasiado fuerte y no puedo. Empiezo a llorar.
—¡Por favor, no! ¡Por favor! —Sé que está a punto de suceder algo terrible. Intento gritar, pero no puedo. De mi boca no sale sonido alguno.
Las lágrimas y el pánico me ciegan. Scott me mete a empujones en una habitación y cierra la puerta de golpe tras de mí. Luego oigo cómo la llave gira en la cerradura. La bilis caliente asciende entonces por mi garganta y vomito en la moqueta. Espero con los oídos aguzados. No sucede nada y no aparece nadie.
Me encuentro en una habitación de sobra. En mi casa, esta habitación era el estudio de Tom. Ahora, es la habitación del bebé, la que tiene la persiana de color rosa claro. En casa de Scott, es un cuarto trastero repleto de papeles y archivos, una cinta para correr plegable y un ordenador Apple antiguo. También hay una caja de papeles con números —tal vez contabilidad del negocio— y otra llena de viejas postales —en blanco y con restos de masilla adhesiva en el dorso, como si antaño hubieran estado pegadas a una pared: los tejados de París, niños que están patinando en un callejón, viejas traviesas cubiertas de musgo, una vista del mar desde una cueva—. Rebusco entre todas las postales. No sé qué estoy buscando, sólo intento mantener a raya el pánico. Intento no pensar en el cuerpo de Megan siendo arrastrado por el barro. Intento no pensar en sus heridas, en lo asustada que debía de estar cuando comprendió lo que le iba a pasar.
Mientras rebusco en la caja, noto una punzada de dolor en un dedo y retrocedo de un salto. Al sacar la mano, descubro que me he hecho un corte en la punta del dedo índice y unas gotas de sangre caen sobre mis pantalones vaqueros. Detengo la hemorragia con el dobladillo de la camiseta y sigo rebuscando entre las postales con más cuidado. Al instante, descubro la causa de la herida que me he hecho: una fotografía enmarcada con el cristal hecho añicos. En la parte superior falta un trozo y se puede ver la mancha de sangre en el borde afilado.
No había visto nunca esta fotografía. Es un retrato de Megan y Scott. Sus rostros están cerca de la cámara. Ella se está riendo y él la mira a ella con veneración. ¿O son celos? Las grietas del cristal forman una estrella que irradia desde el rabillo del ojo de Scott, de modo que es difícil interpretar su expresión. Mientras estoy sentada en el suelo contemplando la fotografía, pienso en que continuamente se rompen cosas de manera accidental y a veces nunca llegamos a arreglarlas. Pienso en todos los platos que rompí en mis peleas con Tom, o en el agujero en el yeso de la pared del pasillo.
Al otro lado de la puerta cerrada, oigo reír a Scott y se me hiela la sangre. Me dirijo entonces a la ventana, la abro y, tras ponerme de puntillas para poder asomarme, pido ayuda. Llamo a Tom a gritos. Es inútil. Patético. Aunque por casualidad estuviera en su jardín, éste se encuentra a varias casas de distancia y no me oiría, está demasiado lejos. Miro hacia abajo y pierdo el equilibrio, de modo que me vuelvo a meter dentro, devuelvo y comienzo a sollozar entrecortadamente.
—¡Por favor, Scott! —exclamo—. ¡Por favor!
Odio el sonido de mi voz, su tono engatusador, su desesperación. Bajo la mirada a mi camiseta manchada de sangre y me digo a mí misma que todavía tengo opciones. Cojo la fotografía enmarcada y la tiro al suelo. Luego cojo el trozo de cristal más largo y me lo guardo con cuidado en el bolsillo trasero de los pantalones.
Oigo unos pasos subiendo la escalera y retrocedo hasta que mi espalda toca la pared opuesta a la puerta. Una llave gira en la cerradura.
Scott tiene mi bolso en una mano y lo arroja a mis pies. En la otra mano sujeta un trozo de papel.
—¡Pero si está aquí Nancy Drew![3] —dice con una sonrisa, luego pone voz de chica y comienza a leer en voz alta—: «Megan ha huido con su novio, a quien a partir de ahora me referiré como N… —Suelta una risita burlona—. N le ha hecho daño… Scott le ha hecho daño…». —Arruga el papel y me lo tira a los pies—. ¡Por Dios! ¡Eres realmente patética! —Entonces mira a su alrededor y, al ver el vómito en el suelo y la sangre en mi camiseta, pregunta—: Pero ¿qué cojones has hecho? ¿Acaso has intentado suicidarte? ¿Es que quieres ahorrarme el trabajo? —Se vuelve a reír—. Debería romperte el puto cuello, pero ¿sabes qué? No mereces el esfuerzo. —Se hace a un lado—. Sal de mi casa.
Recojo el bolso del suelo y me dirijo hacia la puerta. Al pasar a su lado, Scott hace un amago de boxeador y por un momento pienso que me va a detener y a agarrar otra vez. Él debe de percibir el terror en mis ojos porque, en vez de eso, suelta una sonora carcajada. Cuando cierro la puerta detrás de mí todavía se está riendo.
Viernes, 16 de agosto de 2013
Mañana
Apenas he dormido. Antes de ir a dormir, me bebí una botella y media de vino para ver si así conseguía calmar mis nervios y que me dejaran de temblar las manos, pero no sirvió de nada. Cada vez que comenzaba a quedarme dormida, me volvía a despertar de golpe con la sensación de que Scott estaba en mi dormitorio. En un momento dado, encendí la luz y, tras incorporarme, agucé el oído pero sólo oí ruidos en la calle y la gente del edificio deambulando por sus apartamentos. Hasta que ha empezado a clarear no me he sentido lo bastante relajada para dormir. He vuelto a soñar que estaba en el bosque. Tom estaba conmigo, pero yo seguía asustada.
Ayer le dejé una nota. Cuando salí de casa de Scott, fui corriendo al número 23 y comencé a aporrear la puerta para que me abrieran. Me encontraba en tal estado de pánico que ni siquiera me importó que Anna pudiera estar en casa o que le molestara mi aparición. Como no abrió nadie, al final escribí una nota en un trozo de papel y la metí en el buzón. No me importa que ella la pueda ver; de hecho, creo que una parte de mí lo desea. La nota no entraba en detalles, sólo le decía que teníamos que hablar sobre lo del otro día. No mencionaba a Scott porque no quería que Tom fuera a su casa y se encarara con él (sólo Dios sabe qué podría pasar).
Cuando llegué a casa, me tomé un par de vasos de vino para tranquilizarme y a continuación llamé a la policía. Pregunté por el inspector Gaskill, pero me dijeron que no estaba disponible y terminé hablando con Riley. No era lo que quería, sé que Gaskill habría sido más amable.
—Me ha encerrado en su casa —le expliqué—. Me ha amenazado.
Ella me preguntó cuánto tiempo había estado «encerrada». Casi pude oír cómo hacía el gesto de comillas en el aire con las manos.
—No lo sé —dije—. Media hora, quizá.
Hubo un largo silencio.
—Y dice que la ha amenazado. ¿Podría detallarme la naturaleza exacta de la amenaza?
—Ha dicho que me rompería el cuello. Ha dicho… ha dicho que debería romperme el cuello…
—¿Que debería romperle el cuello?
—Ha dicho que lo haría, si mereciera la pena molestarse.
Silencio. Luego:
—¿Le ha pegado o herido de algún modo?
—Moratones. Sólo tengo moratones.
—¿Y le ha pegado?
—No, me ha agarrado.
Más silencio. Y luego:
—Señorita Watson, ¿por qué estaba usted en la casa de Scott Hipwell?
—Me había pedido que fuera a verlo. Me había dicho que necesitaba hablar conmigo.
Riley exhaló un largo suspiro.
—Le pedimos que no se entrometiera en todo esto. Aun así, se ha puesto usted en contacto con Scott Hipwell y ha estado mintiéndole, diciéndole que era usted amiga de su esposa y contándole todo tipo de historias cuando, déjeme terminar, se trata de una persona que, en el mejor de los casos, está bajo una gran tensión y se encuentra extremadamente afligida. Eso en el mejor de los casos. En el peor, puede que sea peligroso.
—Es que es peligroso, eso es justo lo que estoy diciéndole, por el amor de Dios.
—Lo que está haciendo (ir a su casa, mentirle, provocarle) no es de ninguna ayuda. Estamos en plena investigación por asesinato. Tiene que comprenderlo. Podría poner en peligro nuestros avances. Podría…
—¿Qué avances? —solté—. No han hecho ni un solo avance. Hágame caso, Scott asesinó a su esposa. Hay una fotografía rota, un retrato de ellos dos. Está enfadado, es inestable.
—Sí, ya hemos visto la fotografía. En su momento registramos la casa. No es ninguna prueba de que haya cometido un asesinato.
—Entonces ¿no va a arrestarlo?
Ella volvió a exhalar un largo suspiro.
—Venga mañana a la comisaría. Le tomaremos declaración y a partir de ahí ya nos haremos cargo nosotros. Mientras tanto, señorita Watson, manténgase alejada de Scott Hipwell.
Cuando Cathy llegó a casa me pilló bebiendo. No le hizo mucha ilusión pero ¿qué podía decirle? No tenía modo alguno de explicárselo. Me limité a farfullar que lo sentía y subí a mi habitación como si fuera una adolescente enfurruñada. Ya en mi dormitorio, me tumbé en la cama e intenté quedarme dormida mientras esperaba que Tom me llamara. No lo hizo.
Esta mañana me he despertado temprano, he mirado a ver si había recibido alguna llamada en el móvil (ninguna) y luego me he lavado el pelo y me he vestido para la entrevista de trabajo con las manos trémulas y un nudo en el estómago. He salido pronto de casa porque antes tenía que pasar por la comisaría para que me tomaran declaración. No servirá de nada. Nunca me han tomado en serio y no creo que vayan a empezar a hacerlo ahora. Me pregunto qué hace falta para que me consideren algo más que una mitómana.
De camino a la estación, no puedo evitar ir mirando por encima del hombro; el repentino aullido de una sirena de policía hace que —literalmente— dé un bote. En el andén, ando tan cerca de la verja como puedo y arrastrando los dedos por sus barrotes metálicos por si acaso necesito agarrarme a ella. Sé que es ridículo, pero me siento extremadamente vulnerable ahora que he visto cómo es en realidad Scott, ahora que entre nosotros ya no hay secretos.
Tarde
Debería olvidarme de una vez de este asunto. Durante todo este tiempo, no he dejado de pensar que había algo que no conseguía recordar, algo que se me escapaba. Pero no es así. Aquella noche no vi nada importante ni hice nada terrible. Simplemente, estuve en la misma calle en la que vivía Megan. Gracias al tipo pelirrojo, ahora ya lo sé. Y sin embargo, hay algo que sigue dándome mala espina.
Ni Gaskill ni Riley se encontraban en la comisaría de policía. La declaración me la ha tomado un aburrido agente de uniforme. Supongo que la archivarán y se olvidarán de ella a no ser que aparezca muerta en alguna zanja. La entrevista la tenía en el extremo opuesto de la zona de Witney en la que vive Scott, pero aun así he cogido un taxi. No quería arriesgarme. Por lo demás, la cosa ha ido tan bien como podía ir: el puesto está por debajo de mi cualificación, pero yo misma también lo estoy desde hace uno o dos años. He de volver a comenzar de cero. El gran inconveniente (además de la mierda de sueldo y lo humilde del puesto mismo) será tener que venir a Witney y caminar por estas calles con el consiguiente riesgo de toparme con Scott o Anna y su hija.
Puesto que toparme con personas es lo único que parece ser que hago por estos lares. Antes era precisamente una de las cosas que me gustaban de este lugar: la sensación de que era algo parecido a un pueblo en la periferia de Londres. Puede que no conozcas a todo el mundo, pero los rostros de la gente resultan familiares.
Justo cuando paso por delante del pub Crown y ya casi he llegado a la estación noto una mano en el brazo. Al darme la vuelta de golpe, resbalo en la acera y casi me caigo a la calzada.
—¡Hey, hey! ¡Lo siento! ¡Lo siento! —Es él otra vez. El tipo pelirrojo. En una mano tiene una pinta y alza la otra como pidiendo perdón—. ¡Qué asustadiza eres! —Está sonriendo, pero debo de tener un aspecto verdaderamente aterrorizado porque su sonrisa desaparece al instante—. ¿Estás bien? No quería asustarte.
Me dice que ha salido temprano de trabajar y que me invita a tomar algo con él. Le digo que no, pero luego cambio de idea.
—Te debo una disculpa por cómo me comporté en el tren —le digo a Andy (pues así se llama el pelirrojo) cuando me trae un gin-tonic—. La última vez, quiero decir. Tenía un mal día.
—No pasa nada —contesta Andy. Sonríe de un modo lento y perezoso: debe de llevar ya varias pintas. Nos hemos sentado en la terraza interior del pub; aquí me siento más segura que en la de la calle. Puede que sea esta sensación de seguridad lo que me envalentona. Decido aprovechar la oportunidad.
—Quería preguntarte por lo que sucedió la noche en la que te conocí —le digo—. La noche en la que Meg, esa mujer de las noticias, desapareció.
—Ah, sí. ¿Por qué? ¿A qué te refieres?
Respiro hondo. Noto que mi rostro se sonroja. No importa cuántas veces lo admita, siempre resulta vergonzoso y al decirlo no puedo evitar encogerme.
—Estaba muy borracha y no lo recuerdo. Hay algunas cosas que no tengo del todo claras. Sólo quiero saber si tú sabes algo, si me viste hablar con alguien, cualquier cosa que… —Bajo la mirada a la mesa, no puedo mirarlo a los ojos.
Él me da un golpecito en el pie con el suyo.
—No pasa nada, no hiciste nada malo. —Levanto la mirada y veo que está sonriendo—. Yo también iba borracho. Estuvimos un rato charlando en el tren, no recuerdo sobre qué. Luego bajamos en Witney. Tu paso era algo inestable y resbalaste en la escalera. ¿Lo recuerdas? Yo te ayudé y tú te sonrojaste como ahora. —Se ríe—. Salimos juntos de la estación y te pregunté si querías venir al pub, pero tú me dijiste que habías quedado con tu marido.
—¿Eso es todo?
—No. ¿De verdad no te acuerdas? Nos volvimos a ver un poco más tarde (no sé, ¿media hora, quizá?). Yo había ido al Crown, pero me llamó un amigo y me dijo que estaba en un bar que hay al otro lado de las vías, de modo que me dirigí al paso subterráneo y te vi allí. Te habías caído y no tenías muy buen aspecto. Te habías hecho un corte. Me preocupé y te pregunté si querías que te acompañara a casa, pero no quisiste saber nada al respecto. Estabas… bueno, estabas muy contrariada. Creo que habías discutido con tu pareja. Iba alejándose calle abajo y te pregunté si querías que fuera a buscarlo, pero me dijiste que no. Él entonces se metió en un coche y se marchó. Iba con… esto… iba con alguien.
—¿Una mujer?
Andy asiente y agacha ligeramente la cabeza.
—Sí, se metieron en un coche juntos. Supuse que la discusión se había debido a eso.
—¿Y luego?
—Luego te largaste. Parecías un poco… confundida o algo así y te largaste. No dejabas de decir que no necesitabas ayuda. Como te he dicho, yo también estaba un poco borracho, así que lo dejé estar. Seguí mi camino y me encontré con mi amigo en el pub. Eso fue todo.
Mientras subo la escalera del apartamento creo ver sombras sobre mí y oír pasos por delante, como si alguien me estuviera esperando en el siguiente rellano. Por supuesto, ahí no hay nadie y el piso también está vacío: todo parece intacto y el lugar huele a vacío, pero eso no impide que mire en todas las habitaciones (incluso debajo de mi cama y la de Cathy o en los armarios de los dormitorios y en el de la cocina, donde no cabe ni un niño).
Finalmente, tras dar tres vueltas enteras al apartamento, me relajo. Subo al piso de arriba, me siento en la cama y pienso en la conversación que he tenido con Andy y el hecho de que su relato concuerde con lo que yo recuerdo. No ha habido grandes revelaciones: Tom y yo discutimos en la calle, me hice daño al caerme y luego él se metió en el coche con Anna. Más tarde, vino a buscarme pero yo ya me había ido. Supongo que yo habría cogido un taxi o un tren de vuelta.
Sentada en la cama, me pongo a mirar por la ventana y me pregunto por qué no me siento mejor. Puede que simplemente se deba a que no tengo ninguna respuesta. Puede que se deba a que, si bien mis recuerdos concuerdan con los de Andy, algo sigue sin encajar. Y entonces caigo en ello: Anna. No es sólo que Tom nunca mencionara que ella fuera con él, sino que cuando la vi a ella, alejándose y metiéndose en el coche, no iba con el bebé. ¿Dónde estaba Evie?
Sábado, 17 de agosto de 2013
Tarde
Necesito hablar con Tom para aclararme la cabeza. Cuantas más vueltas le doy a todo este asunto, menos sentido le encuentro y no puedo evitar seguir pensando en él. Además, estoy preocupada. Hace más de dos días que le dejé la nota y todavía no se ha puesto en contacto conmigo. Anoche no contestó al teléfono cuando lo llamé, y hoy tampoco lo ha hecho. Algo no va bien, y estoy convencida que está relacionado con Anna.
Sé que él también querrá hablar conmigo cuando sepa lo que sucedió con Scott. Sé que querrá ayudarme. No puedo dejar de pensar en cómo se comportó aquel día en el coche y en las buenas sensaciones que hubo entre ambos. Así pues, cojo una vez más el móvil y, como antaño, al marcar su número siento mariposas en el estómago; la expectación de oír su voz sigue siendo tan intensa ahora como años atrás.
—¿Diga?
—Hola, Tom. Soy yo.
—Sí.
Anna debe de estar a su lado y por eso no dice mi nombre. Espero un momento para darle tiempo a que se vaya a otra habitación donde ella no lo pueda oír. Él exhala un suspiro.
—¿Qué pasa?
—Esto… Quería hablar contigo… Como te decía en mi nota, yo…
—¿Qué? —Suena irritado.
—Hace un par de días te dejé una nota. Pensaba que debíamos hablar…
—No he recibido ninguna nota. —Exhala otro sonoro suspiro—. ¡Joder! ¡Por eso está cabreada conmigo! —Anna debió de verla y no se la ha dado—. ¿Qué es lo que necesitas?
Me gustaría colgar, llamar otra vez y volver a comenzar. Decirle lo mucho que me gustó verlo el lunes, cuando fuimos al lago.
—Sólo quiero preguntarte algo.
—¿Qué? —dice en tono hosco. Parece realmente molesto.
—¿Va todo bien?
—¿Qué quieres, Rachel? —La ternura de hace una semana ha desaparecido por completo. Me maldigo a mí misma por haberle dejado esa nota. Obviamente, le ha causado más problemas en casa.
—Quería preguntarte por esa noche, la noche en la que Megan Hipwell desapareció.
—Oh, Dios mío. Ya hemos hablado sobre eso. ¿No puedes dejarlo estar de una vez?
—Yo sólo…
—Estabas borracha —dice en un tono de voz alto y severo—. Te dije que te fueras a casa. No querías escucharme y te largaste. Luego cogí el coche y estuve buscándote, pero no pude encontrarte.
—¿Dónde estaba Anna?
—En casa.
—¿Con el bebé?
—Con Evie, sí.
—¿No iba contigo en el coche?
—No.
—Pero…
—Oh, por el amor de Dios. Anna había quedado con unas amigas y yo iba a quedarme con la niña. Entonces te vio en la calle, así que canceló sus planes y volvió a casa. Y yo me vi obligado a perder todavía más horas de mi vida buscándote.
Desearía no haber llamado. Ver aplastadas así las ilusiones que me había hecho después de nuestro último encuentro es como si me retorcieran las entrañas con el frío acero de un puñal.
—Está bien —digo—. Es sólo que yo lo recuerdo de otro modo… Tom, cuando me viste, ¿estaba herida? ¿Estaba…? ¿Tenía un corte en la cabeza?
Otro sonoro suspiro.
—Me sorprende que puedas recordar algo, Rachel. Estabas completamente borracha. Asquerosa y apestosamente borracha. Incapaz de mantenerte en pie. —Al oírlo pronunciar esas palabras se me comienza a hacer un nudo en la garganta. Le había oído decir este tipo de cosas antes, en nuestros peores días, cuando él ya no podía más de mí. Con cierto tono de desgana, Tom prosigue—: Te habías caído en la calle, estabas llorando y tenías un aspecto lamentable. ¿Por qué es tan importante? —No se me ocurre qué explicarle y tardo mucho en contestar, de modo que él prosigue—: Mira, tengo cosas que hacer. No me llames más, por favor. Ya hemos pasado por esto. ¿Cuántas veces he de decírtelo? No me llames, no me dejes notas, no vengas a casa. Molestas a Anna. ¿De acuerdo?
Y cuelga.
Domingo, 18 de agosto de 2013
Primera hora de la mañana
Me he pasado toda la noche en el salón de la planta baja con el televisor encendido. Sintiendo el flujo y reflujo del miedo. El flujo y reflujo de mi fortaleza. Tengo la sensación de que he retrocedido en el tiempo. La herida que Tom me hizo años atrás vuelve a estar abierta. Es una tontería, ya lo sé. He sido una idiota por creer que tenía posibilidades de volver a estar con él basándome en una mera conversación, en unos pocos momentos que tomé por ternura y que probablemente no eran nada más que sentimentalismo y culpabilidad. Aun así, duele. Y he de permitirme sentir este dolor porque si no, si sigo enterrándolo en mi interior, nunca conseguiré que se marche del todo.
Y he sido una idiota por creer que entre Scott y yo se había establecido una conexión y podía ayudarlo. Así pues, soy una idiota. Ya estoy acostumbrada. Pero no tengo por qué seguir siéndolo, ¿no? Me quedo aquí toda la noche y me prometo a mí misma ponerme las pilas. Me iré lejos de aquí. Encontraré un nuevo trabajo. Volveré a utilizar mi nombre de soltera, cortaré todo vínculo con Tom, haré que sea difícil encontrarme. Si es que alguien decide buscarme.
No he dormido demasiado. Me he pasado la noche tumbada en el sofá, haciendo planes. Cada vez que comenzaba a quedarme dormida oía la voz de Tom en mi cabeza, tan clara como si estuviera aquí mismo, a mi lado, hablándome al oído —«Estabas completamente borracha. Asquerosa y apestosamente borracha»— hasta que me despertaba de golpe sintiendo una oleada de vergüenza. También una fuerte sensación de déjà vu, pues ya había oído esas palabras antes. Justo esas mismas palabras.
Y entonces he comenzado a darle vueltas a una escena: yo despertándome con sangre en la almohada, sintiendo un intenso dolor en el interior de la boca como si me hubiera mordido los carrillos, con las uñas sucias, un dolor de cabeza terrible, Tom saliendo del cuarto de baño, su expresión —medio herido, medio enojado— y el miedo creciendo como una riada en mi interior.
—¿Qué ha sucedido?
Tom me muestra entonces los moratones que le he hecho en el brazo y en el pecho.
—No me lo creo, Tom. Yo nunca te he pegado. No he pegado a nadie en mi vida.
—Estabas completamente borracha, Rachel. ¿Recuerdas algo de lo que hiciste anoche? ¿Algo de lo que dijiste?
Y entonces me lo cuenta, pero yo sigo sin creérmelo. Nada de lo que dice parece propio de mí. Ni por asomo. Y luego está lo del palo de golf, ese agujero en el yeso de la pared, gris y vacío como un ojo ciego que no deja de mirarme cada vez que paso por delante. O mi incapacidad para reconciliar la violencia de la que él me habla con el miedo que yo recordaba.
O que creía recordar. Al cabo de un tiempo, aprendí a no preguntar qué había hecho ni a discutir al respecto cuando era él quien me lo contaba directamente. No quería conocer los detalles, no quería oír lo peor, las cosas que había dicho cuando estaba asquerosa y apestosamente borracha. A veces él amenazaba con grabarme y luego ponérmelo para que me oyera. Por suerte, nunca lo hizo.
Al cabo de un tiempo, aprendí que cuando te despiertas así, no preguntas lo que ha pasado, tan sólo dices que lo lamentas: lamentas lo que has hecho y la persona que eres y nunca nunca más te volverás a comportar así.
Y ahora ya no lo hago. De verdad que no. Esto puedo agradecérselo a Scott: ahora tengo demasiado miedo para salir en mitad de la noche a comprar alcohol. Tengo demasiado miedo de cometer un desliz, porque entonces me vuelvo vulnerable.
Voy a tener que ser fuerte, no me queda otro remedio.
Mis párpados vuelven a pesar y comienzo a cabecear de nuevo. Bajo el volumen de la televisión hasta que prácticamente no se oye y me doy la vuelta para quedar de cara al respaldo del sofá, me acurruco y me tapo bien con el edredón. Estoy quedándome dormida, puedo sentirlo, voy a dormir y entonces… ¡Bang! El suelo tiembla y me incorporo de golpe con el corazón en la garganta. Lo he visto. Lo he visto.
Estoy en el paso subterráneo y él viene hacia mí. Me da una bofetada en la boca y luego alza el puño con las llaves en la mano. Siento un intenso dolor cuando el metal dentado impacta contra mi cráneo.