Prefacio
El problema de discutir por cuánto tiempo puede permitirse a un autor relatar las aventuras de un personaje o personajes determinados, es cosa que ha ocupado frecuentemente la atención de los pensadores. La publicación de este libro sitúa de nuevo esa cuestión en el primer plano de los asuntos nacionales.
Hace ahora cosa de catorce años, siendo yo un vehemente muchacho de algo más de treinta, empecé a escribir las aventuras de Jeeves, y mucha gente opina que debería dejar ya de seguir tomándome semejante molestia. Carpers dice que con lo hecho basta. Cavillers juzga lo mismo. Ambos miran la perspectiva de los años venideros, y el prever que en ellos se multiplicarán estas crónicas como conejos, les abruma. Pero contra eso puede alegarse el hecho de que el componer relatos sobre Jeeves me causa intenso placer; y, además, mientras los escribo no ando por las tabernas.
¿A qué conclusión vamos, pues, a llegar? El asunto es indudablemente muy discutible.
De entre la turbamulta de los detalles y recriminaciones, emerge un hecho: el de que ya tenemos aquí un volumen más de la serie. Y yo profeso la arraigada creencia de que, si una cosa vale la pena de hacerla, debe hacerse a conciencia y del todo. Es perfectamente posible, sin duda, leer ¡Muy bien, Jeeves!, efectuando un supremo esfuerzo, y no menos posible, desde luego, no leerlo; pero prefiero pensar que nuestro país contiene seres de enérgico espíritu absolutamente capaces de revolver el fondo del viejo arcón de roble hasta encontrar la suma necesaria para adquirir los volúmenes anteriores de la serie de «Jeeves». Sólo así podrían obtenerse los máximos resultados. Sólo así las alusiones incluidas en este libro a propósito de incidentes sucedidos en los anteriores se harán inteligibles, en lugar de ser enigmáticas y brumosas.
Podemos ofrecer a usted esos previos libros al irrisorio precio de 25 pesetas cada uno, y el método de obtenerlos es, puedo decirlo, la sencillez misma.
No tiene usted que hacer otra cosa sino dirigirse a la librería más cercana, donde se desarrollará el diálogo siguiente:
USTED: Buenos días, señor LIBRERO.
LIBRERO: Buenos días, señor Fulano.
USTED: Deseo comprar los volúmenes publicados de la serie de «Jeeves».
LIBRERO: Muy bien, señor Fulano. Efectúe usted el módico pago de 25 pesetas por volumen, y los tomos le serán entregados a su comodidad.
USTED: Buenos días, señor LIBRERO.
LIBRERO: Buenos días, señor Fulano.
Supongamos el caso de un viajero francés, de tránsito en nuestra capital, y, para mejor comprensión, llamemos a ese viajero Jules St. Xavier POPINOT. En ese caso, la escena transcurrirá como sigue:
AU COIN DE LIVRES
POPINOT: Bonjour, Monsieur le MARCHAND de livres.
MARCHAND: Bonjour, Monsieur. Quel beau temps aujourd’hui, n’est-ce-pas?
POPINOT: Absolument. Eskervous la collection de «Jeeves» du maitre Vodeouse?
MARCHAND: Mais certainement, Monsieur.
POPINOT: Donnez-moi touts les volumes, s’il vous plait.
MARCHAND: Oui, par exemple, morbleu. Et aussi la plume, l’encre, et la tante du jardinière?
POPINOT: Je m’en fiche de cela. Je désire seulement le Vodeouse.
MARCHAND: Pas de chemises, de cravats, ou le tonic par les cheveux?
POPINOT: Seulemente le Vodeouse, je vous assure.
MARCHAND: Parfaitement, Monsieur, 25 pesetas pour chaqué bibelot, Monsieur.
POPINOT: Bonjour, Monsieur.
MARCHAND: Bonjour Monsieur.
¿Ven qué sencillo es?
¡Ah! Exijan el nombre «Wodehouse» en todas las cubiertas.
P. G. W.