Introducción
Según narran los Evangelios, durante el juicio de Cristo, Pilatos quiso liberar a un prisionero. Cambió de opinión bajo la amenaza de que podría perder el favor del César. Según algunas opiniones, Pilatos reconoció la amenaza. Cada gobernador romano se sometía al estrecho escrutinio de los agentes secretos del emperador, los Agentes in Rebus; literalmente, «los que hacían las cosas». El imperio romano contaba con una fuerza policial, de carácter tanto militar como civil, aunque con marcadas diferencias entre las distintas regiones. En cualquier caso, sería inexacto afirmar que el imperio recurriese a una figura parecida a un detective, o al actual Departamento de Investigación Criminal. En lugar de eso, el emperador y sus principales políticos pagaban grandes sumas a una legión de informadores y espías. Frecuentemente, éstos eran difíciles de controlar, como en cierta ocasión comentó irónicamente Walsingham, el espía principal de Isabel I: «No estaba completamente seguro de para quién trabajaban sus hombres, para él o para la oposición».
Los Agentes in Rebus eran una especie aparte entre esta horda de recolectores de chismes, contadores de historias y, en ocasiones, informadores extremadamente peligrosos. El emperador los utilizaba, y su testimonio podía dar al traste con una prometedora carrera. Esto se aplicaba fielmente al sangriento periodo bizantino, al comienzo del siglo cuarto de Nuestro Señor.
El emperador Diocleciano había dividido el imperio en dos mitades, la oriental y la occidental. Cada división contaba con su propio emperador, y, un gobernador, que recibía el título de César. El imperio se resentía por las dificultades económicas y las constantes incursiones de las tribus bárbaras. Su religión oficial se veía amenazada por la floreciente religión cristiana, que hacía sentir su presencia en todas las provincias y en todos los estratos sociales.
En el año 312 A. D, un joven general, Constantino, con el apoyo de su madre, Elena, mujer nacida en Britania, que coqueteaba ya con la iglesia cristiana, centró sus miras en el imperio de occidente. Desfiló hacia el sur de Italia para enfrentarse con su rival en el Puente Milviano. Según el relato de Eusebio, biógrafo de Constantino, el aspirante a emperador tuvo una visión de la cruz bajo las palabras In hoc signo Vinces («Con esta señal, conquistarás»). Como continúa la historia, Constantino instó a sus tropas a que adoptaran el símbolo cristiano, y consiguieron una aplastante victoria. Derrotó y dio muerte a Majencio y desfiló triunfalmente hasta Roma. Constantino era ahora el nuevo emperador de Occidente, y su único rival era Licinio, que gobernaba el imperio oriental. Fuertemente influenciado por su madre, Constantino tomó las riendas del gobierno y comenzó a negociar con la iglesia católica, dando así fin a siglos de persecución. Sin embargo, las intrigas y asesinatos seguían estando a la orden del día. Había multitud de asuntos pendientes en Roma, y los Agentes in Rebus tenían las arcas repletas…