28
Había algo malo en el ambiente. Sam lo percibía. Era más que el calor abrasador, más que el aspecto tenebroso del cielo. Lo preocupaba el huracán Carla, que arrasaba las Bahamas. Los meteorólogos afirmaban que se dirigía hacia el océano, pero Sam sabía que los huracanes eran esencialmente femeninos. Y las mujeres eran imprevisibles por naturaleza.
Probablemente no atacaría Desire y descargaría su furia en Florida. Con todo, la atmósfera le resultaba inquietante; demasiado cargada, consideró.
Se encaminó hacia la casa con la intención de oír las noticias en la radio que Kate le había regalado la Navidad anterior. No cabía duda de que se avecinaba una tormenta, y convenía saber cuándo llegaría.
Desde lo alto de la colina observó que había una pareja en el borde del jardín del este de Sanctuary. Los rayos del sol convertían el pelo de Jo en llamas resplandecientes. Tenía el cuerpo inclinado, apoyado contra el del hombre. El chico de los Delaney, pensó Sam, ya convertido en un hombre. Tenía las manos sobre las nalgas de su hija. Sam exhaló una bocanada de aire y se preguntó cómo debía sentirse ante esa escena.
Los jóvenes se miraban a los ojos con fijeza y se unieron en un beso apasionado e íntimo. ¿Cómo debía sentirse al ver eso?, se preguntó Sam de nuevo. Antes las parejas no se acariciaban a la vista de todo el mundo. Recordó que cuando cortejaba a Annabelle, se alejaban como ladrones para disfrutar de cierta intimidad. Si el padre de Belle los hubiera sorprendido besándose, habría convertido sus vidas en un infierno.
Siguió caminando, asegurándose de que sus pasos fuesen lo bastante sonoros para despertar a los muertos y a los que soñaban. Ni siquiera tienen la decencia de separarse y adoptar una expresión de culpabilidad, pensó Sam. Jo y Nathan se apartaron con tranquilidad, se cogieron de la mano y se volvieron hacia él.
—Hay huéspedes en la casa, Jo Ellen, y no pagan para que les ofrezcáis un espectáculo.
La muchacha parpadeó con sorpresa.
—Lo siento, papá.
—Si queréis demostraros vuestro cariño con entera libertad, os sugiero que busquéis un lugar apartado.
Jo reprimió la risa, bajó la cabeza para que él no percibiera su expresión divertida y asintió.
—Sí, señor.
Sam miró a Nathan.
—Supongo que eres lo bastante mayorcito para dominar tus impulsos en lugares públicos.
Siguiendo el ejemplo de Jo, Nathan habló con respeto.
—Sí, señor.
Satisfecho, aunque dudaba de que su reprimenda les hubiera causado algún efecto, Sam miró al cielo con el entrecejo fruncido.
—Se acerca una tormenta —murmuró—, y descargará aquí a pesar de lo que digan los meteorólogos.
Intentaba entablar conversación, comprendió Jo.
—Carla se dirige hacia Cuba —dijo—, y sospechan que se desviará hacia el mar.
—Al huracán le trae sin cuidado lo que digan. Hará lo que le venga en gana. —Escrutó a Nathan—. Supongo que en Nueva York sufrís el embate de los huracanes.
—No. De todos modos presencié los destrozos que provocó el Gilbert en Cozumel, porque estaba allí. —Se abstuvo de mencionar que había visto cómo un tornado barrió Oklahoma y la avalancha que se originó en un paso de montaña cercano al chalet donde trabajaba en Suiza.
—Bueno, entonces ya sabes qué es —repuso Sam—. Me han contado que tú y Giff os encargaréis de llevar a cabo la ampliación de Sanctuary que tanto desea Kate.
—El proyecto es de Giff. Me limito a aportar algunas ideas.
—¿Por qué no me enseñas qué pensáis hacer con mi casa?
—Por supuesto, se lo explicaré a grandes rasgos.
—Muy bien. Jo Ellen, sospecho que tu amigo se quedará a comer. Di a Brian que tendrá otra boca que alimentar.
Jo se disponía a hablar, pero al ver que su padre ya se alejaba se encogió de hombros y se dirigió a la casa.
Entró en la cocina, donde Brian cortaba la cabeza a unos camarones mientras cantaba, lo que sorprendió a Jo.
—¿Qué diablos ha sucedido en este lugar? Papá se ha animado a mantener una conversación y ha pedido ver los planos de la ampliación y tú cantas mientras trabajas.
—No estaba cantando.
—¡Te he oído!
—¿Y qué? Es mi cocina.
—Así me gusta más. —Se acercó a la nevera—. ¿Te apetece una cerveza?
—Sí, gracias. —Se pasó la mano por la frente sudorosa y tomó el botellín que ella había abierto. Bebió un largo trago antes de preguntar—: ¿De modo que no propinaste una buena paliza a Nathan?
—No. Sólo le partí el labio. —Introdujo la mano en el bol de cerámica para coger un bombón—. Un hermano como Dios manda le hubiera molido a palos.
—Siempre has afirmado que prefieres librar sola tus propias batallas. ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo puedes combinar los dulces con la cerveza? ¡Qué asco!
—A mí me gusta. ¿Necesitas ayuda?
Brian quedó impresionado.
—Define la palabra «ayuda».
—Me refiero a si quieres que corte algunas verduras…
Brian tomó otro trago de cerveza mientras la observaba.
—Puedes pelar y rallar algunas zanahorias.
—¿Cuántas?
—El equivalente a veinte dólares. Eso es lo que me has costado.
—¿Por qué?
—Lexy y yo hicimos una apuesta. Una docena —le agregó mientras reanudaba su tarea.
Ella sacó las hortalizas y comenzó a pelarlas con movimientos lentos y precisos.
—Brian, si durante toda tu vida hubieras creído algo, te hubieras resignado a ello, y luego descubrieras que estabas equivocado, ¿preferirías seguir engañado o conocer la verdad, aunque fuera terrible?
—No puedes sentirte tranquilo al pasar ante un perro dormido, porque ignoras cuándo despertará y tratará de morderte. —Rebozó los camarones con una mezcla de agua, cerveza y especias—. Por otra parte, si el perro permanece largo tiempo dormido, envejece y se le caen los dientes.
—No me has ayudado demasiado.
—Tu pregunta tampoco fue muy clara. Estás manchando el suelo con las peladuras de las zanahorias.
—No te preocupes, las barreré. —Junto con ellas le hubiera gustado barrer las palabras y esconderlas debajo de la primera alfombra que encontrara a mano. Con todo, ella siempre sabría que estaban allí—. ¿Crees que un hombre normal, con una familia, un trabajo y una casa en una zona residencial, que juega a la pelota con su hijo los sábados por la tarde y regala rosas a su mujer puede llevar una doble vida? ¿Es posible que una faceta enfermiza de su personalidad le impulse a cometer un acto inconcebible y después reunirse con su familia como si nada hubiera sucedido?
Brian dejó el colador donde había lavado los camarones en el fregadero.
—Planteas unas preguntas muy extrañas, Jo Ellen. ¿Te propones escribir un libro?
—¿Por qué no me das tu opinión de una vez?
—Está bien. El tema de Jekyll y Hyde, la doble personalidad, siempre ha fascinado a todo el mundo. Todos poseemos una parte perversa. No existe ninguna persona que no tenga sombras en su carácter.
—No me refiero a un hombre, que un día cede a la tentación y es infiel a su mujer en el motel del pueblo, o que roba un poco de dinero de la caja de la empresa donde trabaja. Hablo de alguien que comete una atrocidad sin que luego le remuerda la conciencia y sin que las personas que lo rodean sospechen nada de él.
—Considero que la maldad más fácil de esconder es la que no provoca ningún sentimiento de culpa. Si uno no siente remordimientos, no hay espejo donde se refleje la maldad.
—No hay espejo donde se refleje la maldad —repitió Jo—. Sería como un vidrio negro, opaco, ¿verdad?
—¿Deseas plantear alguna otra conjetura?
—¿Qué te parece esto? ¿Qué ocurre cuando una manzana cae del árbol?
Con unas carcajadas, Brian vertió los camarones en una cacerola.
—Creo que depende de la manzana. Si aún está verde, rodará. En cambio una demasiado madura caerá con un ruido sordo y quedará junto al árbol. —Se volvió en busca de la cerveza mientras se enjugaba la frente y su mirada se cruzó con la de Jo—. ¿Qué sucede? —preguntó al ver que lo miraba con fijeza, los ojos muy abiertos y la cara pálida.
—Tienes razón —susurró Jo.
—Soy muy hábil cuando recurro a las parábolas.
—Después de comer, hemos de hablar, todos —le anunció Jo—. Avisaré a los demás. Nos reuniremos en la sala de estar.
—¿Todos? ¿A quién quieres castigar?
—Es muy importante, Brian, para todos.
—No sé qué hago aquí. Tengo una cita —declaró Lexy mientras se arreglaba el pelo ante el espejo del bar—. Ya son casi las once. Giff es capaz de no esperarme e irse a la cama.
—Jo dijo que era importante —le recordó Kate, que se esforzaba por conseguir que las agujas de tejer se movieran de forma rítmica en lugar de engancharse. Hacía diez años que trabajaba en ese cubrecamas y estaba decidida a terminarlo antes de que transcurriera otra década.
—Entonces ¿dónde esta Jo? —preguntó Lexy con impaciencia—. Aquí sólo estamos tú y yo. Lo más probable es que Brian haya ido a casa de Kirby y que papá esté oyendo la radio, preocupado por ese huracán que ni siquiera pasará cerca de la isla.
—Ya llegarán. ¿Por qué no sirves un par de vasos de vino? —Kate siempre había soñado con ver a toda la familia reunida, comentando los acontecimientos del día.
—Está claro que mi destino es servir a la gente. Cuando vuelva a Nueva York, jamás se me ocurrirá trabajar de camarera.
Sam se asomó y al entrar miró con expresión divertida a Kate. No avanza con el cubrecamas, pensó; además, cada vez que lo saca, parece más feo.
—¿Sabes qué se propone esa chica? —preguntó.
—No tengo ni idea —contestó Kate—. Siéntate. Lexy nos ofrecerá un vaso de vino.
—Prefiero una cerveza.
—Bien, pedid lo que deseéis —intervino Lexy—. No olvidéis que he nacido para servir.
—Tranquila, yo cogeré la cerveza —repuso Sam.
—No, siéntate —ordenó su hija—. Te la traeré.
Obediente, Sam tomó asiento en el sofá, junto a Kate, e hizo tamborilear los dedos sobre las rodillas. Levantó la vista cuando Lexy le tendió la bebida.
—Supongo que querrás una propina.
Kate detuvo las agujas, Lexy lo miró de hito en hito. Ruborizado Sam clavó la vista en la cerveza.
—¡Caramba, Sam! Acabas de hacer un chiste. Lexy, recuérdame que lo anote en mi diario.
—Lo que me impulsa a mantener la boca cerrada son las mujeres sarcásticas —replicó él.
Kate prorrumpió en carcajadas y le dio una palmada en la rodilla mientras Lexy los miraba sonriente.
Esa fue la escena que encontró Jo al entrar. Se sintió conmovida al verlos tan felices y se le encogió el corazón al pensar que ella y el hombre que estaba a su espalda tal vez destruirían esa imagen familiar.
—Aquí está —dijo Kate, todavía sonriente. Al ver a Nathan imaginó a Jo enfundada en un traje de novia. Dejó a un lado la labor.
—Estábamos bebiendo un poco de vino. Tal vez convenga que lo cambiemos por champán.
—No, está bien. —Jo tenía los nervios de punta—. No te levantes, Kate, yo lo serviré.
—Espero que no nos entretengas demasiado, Jo. Tengo una cita.
—Lo siento, Lexy.
—Siéntate —dijo Kate. Se volvió hacia Lexy y arqueó las cejas—. Ponte cómodo, Nathan. Estoy segura de que Brian llegará enseguida. ¡Ah! Aquí está. Brian, da más potencia al ventilador de techo, por favor. Hace tanto calor que uno se derrite. Tu cabaña junto al río debe de ser más fresca, Nathan.
—Tal vez. —Tomó asiento y miró a Sam; esa tarde habían pasado veinte minutos juntos, estudiando los planos, y durante ese rato Nathan había paladeado el gusto amargo de la decepción. Había llegado la hora de revelar la verdad y aceptar las consecuencias—. ¿Qué? —dijo al advertir que Kate le hablaba.
—Te preguntaba si te resulta tan fácil trabajar aquí como en Nueva York.
—Representa un cambio agradable. —Intercambió una mirada con Jo cuando ella le tendió el vino. Termina con esto, le suplicó en silencio. Termina con esto de una vez.
—¿Quieres sentarte, Brian? —murmuró ella.
—Hummm. —Brian, que estaba pensando en ir a casa de Kirby en cuanto acabara la reunión, respondió—: Por supuesto.
Se instaló en un sillón. Jamás se había sentido tan relajado y feliz. Incluso dedicó un guiño a Lexy cuando ella se acomodó en el brazo de su sillón.
—No sé cómo empezar, cómo decirlo. —Jo respiró hondo—. Ojalá pudiera dejar que los perros durmieran tranquilos. —Advirtió la perplejidad que mostraba Brian—. Sin embargo, no puedo. Ignoro si es lo mejor, pero creo que es lo que debo hacer. —Se acercó a la mesa auxiliar que había delante de Sam y se sentó en ella—. Papá, se trata de mamá.
Notó que su padre apretaba los labios.
—No vale la pena remover el pasado, Jo Ellen. Después de tanto tiempo todos hemos aprendido a aceptar lo que ocurrió.
—Está muerta, papá. Murió hace veinte años. —Posó una mano sobre la de él—. No nos abandonó ni a ti ni a nosotros. No se marchó de Sanctuary. La asesinaron.
—¿Cómo puedes decir semejante barbaridad? —le preguntó Lexy al tiempo que se ponía de pie.
—Alexa —terció Sam con la mirada fija en Jo—, cállate. —Necesitaba unos minutos para recuperarse del golpe que su hija acababa de asestarle. Deseaba olvidar el asunto, pero no había manera de eludir la mirada apenada de su hija—. Supongo que tendrás un motivo para decirlo, para creerlo.
—Sí.
Le contó con calma la historia de la fotografía que había recibido; el impacto que sufrió al reconocerla y tener la certeza absoluta de que se trataba de Annabelle.
—Intenté convencerme de que se había hecho años después, que no era más que un montaje, una broma horrible; luego pensé que no eran más que imaginaciones mías. Sin embargo, era mamá, y la foto se tomó aquí, en la isla, la noche en que nosotros creíamos que se había marchado.
—¿Dónde está la fotografía? —preguntó Sam—. ¿Dónde está?
—Desapareció. La persona que me la mandó entró en mi apartamento y se la llevó mientras yo estaba internada en el hospital. Te aseguro que la vi, y era mamá.
—¿Por qué estas tan segura?
—Porque yo también la he visto —intervino Nathan—. La tomó mi padre después de asesinarla.
Un tanto aturdido, Sam se levantó con lentitud.
—¿Te quedas tan tranquilo después de afirmar que tu padre mató a Belle? ¿Que asesinó a una mujer que no le había hecho ningún daño y que luego le hizo fotografías y te las enseñó?
—Nathan no sabía nada, papá. —Jo le cogió del brazo—. No era más que un chiquillo. No sabía nada.
—Ahora ya no es un chiquillo.
—Tras la muerte de mi padre encontré las fotografías y su diario. Todo cuanto Jo ha explicado es cierto. Mi padre acabó con la vida de su esposa. Lo describió con todo detalle en un diario que guardó junto con las fotografías y los negativos en una caja de seguridad. Los hallé después de que él y mi madre fallecieran.
Se produjo un silencio que sólo fue roto por el chirrido del ventilador de techo, el llanto de Lexy y la respiración trabajosa de Sam, que en esos momentos recordaba a su esposa, a quien tanto había amado y maldecido después.
—Durante veinte años tu padre nos lo ocultó. —Sam cerró los puños con furia—. Y ahora te presentas aquí, después de averiguarlo, y seduces a mi hija, y tú se lo permites, Jo. —La fulminó con la mirada—. Lo sabías y se lo permitiste.
—Cuando me lo contó sentí lo mismo que tú ahora. Sin embargo, reflexioné y comprendí que… Nathan no es responsable de lo que sucedió.
—Su sangre lo es.
—Tiene razón. —Nathan se levantó—. Decidí volver con la intención de afrontar el pasado, olvidarlo o enterrarlo, y me enamoré de quien no debía.
Brian apartó a Lexy para que dejara de llorar sobre su hombro.
—¿Por qué? —preguntó con voz quebrada—. ¿Por qué lo hizo?
—No existe ninguna razón que justifique su atrocidad —contestó Nathan—. Tu madre no hizo nada. La… eligió. Para él formaba parte de un proyecto, una investigación. No actuó por despecho, ni siquiera por pasión. Ni yo mismo logro explicármelo.
—Será mejor que te marches, Nathan —susurró Kate mientras se ponía en pie—. Necesitamos estar solos para asimilarlo.
—No puedo irme hasta que lo haya explicado todo.
—No te quiero en mi casa —masculló Sam con tono amenazador—. No te quiero en mis tierras.
—No me iré hasta asegurarme de que Jo está a salvo, porque quienquiera que haya matado a Susan Peters y a Ginny Pendleton, se propone acabar con ella también.
—¡Ginny! —Kate se aferró al brazo de Sam para no perder el equilibrio.
—No dispongo de ninguna prueba que demuestre que han asesinado a Ginny, pero lo sé. No me iré hasta que escuchéis lo que he venido a decir.
—Dejadlo terminar. —Lexy se tragó las lágrimas y habló con una firmeza sorprendente—. Ginny no se fue por voluntad propia, siempre lo he sospechado. Le ocurrió lo mismo que a mamá, ¿no es cierto, Nathan? Y a Susan Peters también. —Cruzó las manos sobre el regazo y se volvió hacia Jo—. A ti te mandaron fotografías que se tomaron aquí, en la isla. La historia se repite…
—Tú sabes manejar bien una cámara, Nathan. —Los ojos de Brian eran dos ranuras de un azul intenso.
A Nathan le dolió oír esas palabras en boca de su amigo de la infancia.
—No tenéis motivos para confiar en mí, pero sí para escucharme.
—Trataré de explicárselo, Nathan. —Jo tomó un trago de vino antes de iniciar la narración.
No omitió ningún detalle, y enumeró todos los pasos que Nathan y ella habían decidido tomar para encontrar las respuestas.
—Así pues, tu padre asesinó a nuestra madre —interrumpió Brian con amargura—, y ahora tu hermano, a quien creías muerto, es el responsable de lo que está ocurriendo.
—No lo sabemos con certeza. En todo caso, aunque fuese su hermano, Nathan no es culpable de nada. Hace un rato me explicaste una parábola sobre la manzana que cae del árbol. Algunas son lo bastante fuertes para rodar y quedar enteras, mientras que las que están podridas permanecen al lado del árbol.
—¿A qué viene esto? —exclamó Brian con furia—. Su padre mató a mamá, nos destrozó la vida a todos. Ahora hay otra mujer muerta, tal vez dos. ¿Esperas que le demos una palmada en la espalda y digamos que está todo perdonado? ¡Y una mierda! —concluyó antes de salir.
—Iré con él. —Lexy se detuvo ante Nathan—. Es el mayor y sin duda la quería mucho. Sin embargo, se equivoca. Nathan; no tenemos nada que perdonarte. Eres una víctima, como nosotros.
Cuando Lexy salió, Kate dijo con asombro y admiración:
—En ocasiones esta muchacha me sorprende por su sensatez. Necesitamos un poco de tiempo, Nathan. Algunas heridas deben curarse en la intimidad.
—Voy contigo —dij ojo.
Nathan negó con la cabeza.
—No, debes quedarte con tu familia. Todos necesitamos tiempo. —Se volvió hacia Sam—. Si tiene algo más que decirme…
—No dudes que te encontraré.
Nathan asintió antes de marcharse.
—Papá…
—No tengo nada que decirte, Jo Ellen. Te pido que te vayas a tu habitación y me dejes solo.
—Está bien. Sé cómo te sientes y cuánto sufres. Necesitas tiempo para asimilar la realidad. —No apartó la mirada de la de su padre—. Sin embargo, si pasado ese tiempo mantienes esta actitud, me avergonzaré de ti por culpar a Nathan de lo que hizo su padre.
Sin pronunciar palabra, Sam salió de la sala.
—Ve a tu habitación, Jo. —Kate le puso la mano en el hombro—. Intentaré hablar con él.
—¿Tú también le culpas, Kate?
—Ahora mismo no sé muy bien qué pensar. Comprendo que Nathan sufre, y Sam también, pero es a tu padre a quien debo lealtad. Vete y no me hagas más preguntas hasta que haya analizado la situación.
Kate encontró a Sam en el porche delantero, apoyado contra la barandilla. Las nubes cubrían la luna y las estrellas. Sin encender la luz, se acercó a él en silencio.
—Es terrible volver a llorar por ella —susurró Sam mientras deslizaba las manos por la balaustrada.
—Sí, lo es.
—¿Me consuela saber que no nos abandonó? ¿Podré retractarme de los improperios que le he dirigido durante veinte años, de las veces que la he tachado de egoísta y desalmada?
—Es lógico que la maldijeras, Sam. Pensabas que te había dejado. No es mala la persona que cree una mentira, sino quien la inventa.
Él se puso más tenso.
—Si has salido para defender a ese muchacho, más vale que vuelvas a casa.
—No he salido por ese motivo, pero lo cierto es que tu sufrimiento es equiparable al de él, porque tú creías que Belle te había abandonado, y Nathan que su padre era una buena persona. Ahora los dos habéis descubierto que os equivocabais, y él debe aceptar que su padre era una persona egoísta y desalmada.
—¡Te he dicho que entres en casa!
—Está bien, testarudo. Estate aquí solo, regodéate en tu desgracia. —Dio media vuelta y quedó petrificada cuando Sam le tomó la mano.
—No te vayas. —Las palabras le quemaban en la garganta—. ¡No te vayas!
—No sé qué hacer para ayudaros. Me resulta insoportable ver sufrir a las personas a quienes quiero y no poder hacer nada para consolarlas.
—No puedo llorarla como debería, Kate. Veinte años es mucho tiempo. Ya no soy el mismo que era cuando la perdí.
—Estabas enamorado de ella.
—Siempre la he querido, aun en los momentos en que pensaba lo peor de ella. ¿Recuerdas cómo era, Kate? ¡Tan alegre!
—Envidiaba su capacidad para iluminar a todos cuantos la rodeaban.
—Una luz suave también tiene su atractivo. —Miró las manos unidas de ambos sin advertir que Kate se estremecía—. Tú siempre has mantenido esa luz encendida —añadió Sam con cariño—. Ella te habría agradecido la manera en que educaste a sus hijos y cuidaste de la familia. Yo debería haberte dado las gracias por ello hace mucho tiempo.
—Al principio me quedé aquí por ella, luego porque no deseaba marcharme. Y, Sam, no creo que Belle hubiera querido que volvieras a llorarla. Por otro lado, recuerda que no solía alimentar rencores. Jamás habría culpado a un chico de diez años de los actos de su padre.
—Acabo de acordarme de que cuando Belle desapareció, David Delaney participó en la búsqueda. —Cerró los ojos al notar que la furia volvía a arder en ellos—. Ese hijo de puta recorrió la isla conmigo después de haber cometido semejante atrocidad con mi mujer. Y su esposa llevó a los chicos a su cabaña y cuidó de ellos todo el día. Yo le estuve agradecido por eso.
—Te engañó —musitó Kate— tanto como a su familia.
—Nada de lo que hacía delataba su maldad. ¡Si entonces hubiera sospechado siquiera lo que ahora sé, le habría hecho pagar por la barbaridad que cometió!
—¿Y harás que el hijo pague en su lugar?
—No lo sé.
—¿Y si tuvieran razón, Sam? ¿Si alguien quiere hacer a Jo lo que hicieron a Annabelle? Debemos proteger lo que nos queda, y si no me equivoco a Nathan Delaney no le importaría colocarse delante de un tren en marcha para salvar a Jo.
—Yo protegeré a los míos. Esta vez estoy preparado.
En una noche sin luna, el límite del bosque era un lugar excelente, pero no pudo resistir la tentación de aproximarse un poco más al amparo de la oscuridad.
Resultaba emocionante estar tan cerca de la casa, oír con tanta claridad las palabras del viejo. El hecho de que todo hubiera salido a la luz aumentaba aún más su excitación. Creían saberlo todo, comprenderlo todo, y posiblemente pensaban que por ello se encontraban a salvo.
Sin embargo se equivocaban.
Palpó el arma que llevaba introducida en la bota. Podría utilizarla en ese mismo momento para eliminar a la pareja; sería como disparar a un par de patos dormidos. De esa manera las dos mujeres quedarán solas en la casa, porque Brian se había marchado en un ataque de furia.
Podría disfrutar de las dos hijas de Annabelle, una después de la otra, o las dos al mismo tiempo. Un delicioso ménage à trois.
Sin embargo eso significaría apartarse del plan que había trazado. Atenerse a él demostraba su disciplina, su habilidad para concebir y ejecutar. Además, si deseaba repetir la experiencia que había vivido con Annabelle, debía tener paciencia.
No obstante, eso no implicaba abstenerse de agitar un poco el agua turbia. Es mucho más fácil atrapar conejos asustados, pensó.
Se adentró en el bosque y pasó una hora agradable contemplando la luz de la ventana del dormitorio dejo.