2 - El segundo Mr. Slade

EL BIEN ACONDICIONADO coche deportivo rojo rugía triunfalmente a lo largo de la calzada, de vuelta a la ciudad de Nueva York. Había muy poco tránsito en esta hora del día. En todo caso, las personas de profesión igual a la del dueño del coche no están obligadas a observar las regulares horas de ocupación como hace la mayoría de la gente. El conductor, y su pasajera, habían iniciado temprano el viaje, de propósito, de suerte que pudieran tener una larga tarde para ellos solos.

Nick quitó una mano del volante y acarició la bien formada rodilla al lado del él.

—Creo que hemos dado con ello, Robyn, querida —dijo agradablemente—. Una cabaña para dos, y un par de semanas para pasarlas en ella. ¿Podría un individuo pedir más?

La joven le devolvió la sonrisa y puso su mano, delgada e irritada por el sol, sobre la de su compañero.

—Parece demasiado bueno para ser cierto —susurró—. Apuesto tres a uno que Hawk está ahora mismo buscando alguna manera de tenerte activo. Por tanto, aprovechemos el tiempo mientras que podemos hacerlo ventajosamente. Firma el contrato para la cabaña tan pronto como puedas y no hagas caso de todos los teléfonos, timbres de llamada, telegramas y furtivos hombrezuelos con mensajes hasta que estemos fuera, en la isla, con la arena y los peces. ¿Me lo prometes?

—Nick apretó la rodilla de la joven y sonrió.

—Quizás —dijo.

Y Dios sabía que quería hacerlo. Pero era penoso para un hombre al cual sus colegas espías llamaban Killmaster, prometer algo, hasta a una de las muchachas más hermosas del mundo. La miraba mientras guiaba el volante, y esperaba que esta vez sus planes fueran más que vanas ilusiones. Durante un apacible día habían pescado lejos del ruido y haraganeado dentro de la lancha, sacando tiempo para inspeccionar la casucha que ostentaba el letrero «para alquiler», y parecía, al fin, como si pudieran convertir el sueño en realidad. Dos semanas en la isla, pescando con Robyn contemplando su rostro que parecía nata, viéndolo ponerse pecoso y pelarse y tostarse lentamente… catorce días y quizá más, si tuviese suerte, cogiendo los peces con anzuelo y friéndolos sobre un preparado fuego, haraganeando y amando y acumulando nueva energía después de los desapacibles meses de trabajo en Surabaja…

—Quizá —repitió.

Y se sentía tan seguro en el momento en que lo dijo que empezó a cantar mientras hacía girar el volante y lanzaba al resistente cochecito hacia el interior del atajo que conducía al túnel, a la carretera, y enseguida a casa. La morada de él, y la de la muchacha siempre que ella quisiera estar con Nick; y ahora tenían tiempo para compartirla, la cabaña de pesca, y cualquier otra cosa que desearan compartir.

La letra de la canción que estaba cantando Nick hizo reír a la muchacha. Su risa, y la manera en que el viento jugueteaba con su cabello y lo hacía aún más precioso, y el modo en que ella le miraba, hicieron a Nick quererla más. Poco después olvidó que ellos no eran las únicas dos personas del mundo con días y semanas de paraíso de que gozar anticipadamente. Hasta olvidó, y rara vez lo hacía, que era el agente número 3 de la AXE, y que su vida no era suya. Si alguna vez fue un hombre libre y feliz, era ahora.

Habían llegado a la calzada cuando funcionó la señal del tablero de instrumentos. Nick miró a Robyn por el rabillo del ojo y vio helarse la felicidad de la muchacha. La risa se extinguió en sus labios y la luz se oscureció en sus ojos.

Nick vacilaba. La señal del tablero de instrumentos funcionó otra vez.

—Tendré que llamar —dijo.

—Lo sé —respondió simplemente la muchacha. Pero suspiró.

Nick apretó un botón debajo del disco graduado de la radio y siguió conduciendo en silencio, hacia el teléfono público más cercano.

Le contestaron prontamente en el número que marcó, y el mensaje fue breve. Cuando regresó al coche, Robyn estaba empolvando su nariz brillante del sol y procurando parecer no tener interés por lo que podía significar la llamada.

El coche deportivo se puso en movimiento rugiendo y bajó por una calle transversal, metiéndose en la West End Avenue. Robyn miró de soslayo a Nick, Él le devolvió la mirada.

—Bien, ¿qué es? —demandó Robyn, de repente—. ¿Es algo tan secreto que ni siquiera a mí me lo puedes decir?

—Creía que no preguntarías. —Nick le sonrió—. Pero no sé lo que es. Tengo que volver al despacho y llamar a Washington, eso es todo lo que sé. No debe ser nada terriblemente importante.

—Hum… —hizo Robyn—. Me parece que he conocido algo de esto antes, aunque no recuerdo dónde o cuándo…

Y emitió un breve sonido de resignación, o de contrariedad —era difícil determinarlo— y se acercó más a Nick en el asiento.

—Eso no es verdad. Ciertamente que lo recuerdo. Era en tu apartamento. Hace unos dieciocho meses. Kruschev venía a Nueva York, y pasamos una tarde juntos por vez primera durante meses. Estuvimos proyectando toda clase de cosas maravillosas para los próximos días. ¿Te acuerdas?

Nick miró a los ojos azul oscuro de Robyn y rememoró una docena de asignadas tareas y por lo menos otras tantas lindas muchachas. Pocas de ellas, sin embargo, podían competir con su Robyn, la cual conocía el peligro tan bien como él y era igualmente probable que, como a él, la llamaran de repente para una nueva asignación. Estaban en el mismo arriesgado trabajo.

—Sí, me acuerdo —dijo—. Sonó el teléfono. Y la inmediata cosa que supe fue que yo estaba dentro de una casa de baños japonesa con un gigante y una muñeca… Pero esto no debe de ser más que una llamada rutinaria. No estoy en línea para nada ahora mismo.

—¡Ah! —dijo Robyn, sin elegancia—. Veremos.

Lo vieron, demasiado pronto.

—¡Pero eso es fantástico! —Nick miró otra vez a la imagen de Hawk en el cuadro visual del teléfono y rio con incredulidad—. No pueden honestamente creer que hubiésemos revelado secretos rusos a los rojos chinos. ¿Después de todos los sinsabores que tuvimos para hurtarlos para nosotros mismos? ¡Hasta un ruso tendría que haber perdido el juicio para creer una historia como ésa! Y todo este extraño asunto del coche, es una conspiración tan obvia como jamás se haya visto.

Levantó sus largas piernas, extendiéndolas sobre la silla que tenía delante, en la sala de audiovisión de la oficina de Nueva York, y esperó a que el jefe de la AXE le contradijera.

Hawk estaba sentado detrás de su mesa escritorio en la oficina principal de Washington y miró con ceño a la transmitida imagen de la figura de Carter.

—Claro que es una conspiración —dijo con irritabilidad—. Lo sabemos, ellos lo saben, y saben que nosotros lo sabernos. Y un poquito menos de ese «hurtar para nosotros mismos», si no te acuerdas —añadió más bien fríamente, desviando sus nudosos pero delicados dedos inconscientemente hacia la pila de documentos de la mesa escritorio. No había necesidad de que recurriera a ellos; se sabía todas las palabras de su extraño contenido de memoria—. Ésta es información que por casualidad no recogimos por nuestros propios esfuerzos. En verdad, la única razón por la cual se dejó que la obtuviésemos fue porque los soviets querían mostrarnos lo que ellos llamaban… prueba de nuestra perfidia. Sólo desearía que pudiéramos haber tenido acceso a ella mientras todavía era de valor. Pero, por supuesto, ahora es inservible para nosotros.

Una tenue sonrisa tembló en una comisura de su boca.

—Yo diría que ha habido algún considerable trastorno en los planes rusos desde que la carpeta llegó a sus manos. De cualquier modo, lo cierto es que ellos lo están presentando como prueba de que nosotros tenemos micrófonos secretos en sus edificios, y hasta en su propia oficina de Información, e insisten en que hagamos algo sobre ello.

Nick arqueó una ceja y miró de un modo pensativo, a través de la distancia, al terco viejo sentado en su despacho de Washington.

—Parece —dijo de un modo meditativo— como si ellos nos pusieran en situación de tener que negociar unas condiciones, y quisieran servirse de nosotros para que les saquemos las castañas del fuego. —La imagen del áspero rostro de Hawk en la pantalla mostró algo parecido a un gesto de aprobación, pero el hombre no ofreció otra indicación de que estuviese de acuerdo—. Exactamente —preguntó Nick—, ¿cuál es esta información por la que están tan excitados? ¿Merece realmente el alboroto que están haciendo?

Hawk inclinó la cabeza decisivamente y desgajó de un mordisco la punta de un nuevo cigarro.

—Yo lo afirmaría. Nuestro Gobierno ciertamente lo creería, suponiendo que fuese nuestra información la que hubiera estado filtrándose. Por supuesto, es difícil determinar lo que les preocupa más: si el hecho de que un material clasificado esté cayendo en manos chinas, o el conocimiento de que sus edificios oficiales hayan sido tan eficazmente contaminados por una potencia extranjera. En todo caso, tienen perfecto derecho a estar inquietos. Hasta diría, exasperados —prendió fuego al cigarro y escogió las palabras—. He visto los documentos. Hay, en junto, unas treinta páginas, cada una de ellas en papel de la Embajada americana, y cada una conteniendo un mensaje diferente. Incidentalmente, no hay duda que es nuestro papel. Los documentos y la redacción han pasado por exámenes minuciosos.

Soltó una nube de picante humo azulado en la densa atmósfera de su despacho de Washington. Nick podía casi percibir el familiar acre olor mi Nueva York.

—Cada mensaje —continuó Hawk— es un detallado informe de la actividad rusa, de tal clase, que nosotros mismos habríamos dado nuestros colmillos por haber tenido conocimiento de ello con anticipación. Pero hubiera sido —y probablemente lo ha sido— aún de mayor interés para los chinos rojos.

Nick puso sus largas piernas en una más cómoda postura y pensó fugazmente en Robyn. Ésto, estaba resultando serlo todo, menos una llamada rutinaria.

—¿Por qué —preguntó razonablemente— no llevan sus problemas a sus asociados rojos?

El jefe de la agencia de información súper-secreta de EE.UU. sonrió siniestramente.

—Tú conoces la respuesta tan bien como yo, y es algo compleja. Por ahora, digamos solamente que pueden conseguir mucho más acercándose a nosotros en su característica manera hostil, más bien que contendiendo con sus… aliados. De cualquier modo, y para continuar, cada una de esas hojas de papel lleva una fecha, así como un informe. Y juntas forman un fascinante cuadro. Poniendo los papeles en orden cronológico encontramos que los mensajes contienen anticipada noticia de todos los movimientos de las tropas y flotas rusas en los últimos meses y hasta en los inmediatos siguientes, así como información de alto nivel sobre los recién lanzados vehículos espaciales rusos y sobre vehículos que todavía han de ser lanzados. Y otra cosa muy interesante, es que las evoluciones militares que fueron referidas con la mayor amplitud y con muchos detalles, eran las que muy bien podían ser interpretadas como hostiles a los chinos. Ahora bien, antes de ir más lejos, quiero saber tu opinión. ¿Qué te sugiere todo esto?

—Demasiado —dijo Nick—. Demasiadas cosas en conflicto. Pero primero de todo, Anderson. El improbable territorio de Cambodia para un americano. ¿Estuvo realmente Anderson allá? ¿Podría haber usado el lugar como una base y descubierto algo en la China roja que no tenía cómo saberlo? No sé cabalmente qué quiero averiguar con esto, pero supongamos que Anderson se las hubiese arreglado para descubrir algo sobre una conspiración china… —Se detuvo por un momento y trató de entresacar algún sentido de todas las teorías que se arremolinaban en su cabeza—… y se hubiesen sorprendido en ello. Quizá no lograsen descubrir cuánto o cuán poco nos había entregado Anderson. Y acaso debido a eso fueron obligados a dejar que la conspiración apareciera a la superficie de repente, con Anderson como el bueno y el Gobierno de Estados Unidos como el malo… para no incorporar una metáfora demasiado sutil.

Hawk mascó la húmeda punta del cigarro y miró a su primer agente otra vez.

—Para decirte la verdad —dijo—, ésa es la última cosa en que pensé. Bien, Carter. Ahora mismo, revisemos todos los hechos a la mano y consideremos todas las posibilidades. Vamos a creer, primero de todo, que hay un traidor trabajando, entre los rusos o entre nosotros mismos…

Humo azul de un hediondo cigarro y humo blanco de un cigarrillo «Players» parecían mezclarse en las pantallas audiovisuales que enlazaban a Washington y Nueva York. Y, cosa bastante extraña, las palabras que pasaron entre los dos hombres eran muy parecidas a las que habían cruzado un grupo de rusos unos días antes, y las posibilidades sugeridas eran casi las mismas. La principal diferencia era que la conversación fue ahora mucho más libre. Hablaron del papel con corondeles de fabricación americana y del modo que podía haber sido robado. Ponderaron las probabilidades de un traidor, americano o ruso, y las descartaron como incompatibles con la evidencia. Discutieron las circunstancias que rodeaban la muerte de Anderson, y convinieron en que la tosquedad del accidente era desconcertante y revelador. Se espaciaron en las posibilidades de una conspiración china y una trampa rusa; y finalmente llegaron a algo parecido a una comprensión del cuadro general. Pero había aún algunas cosas que se resistían a la explicación lógica.

—¿Hemos de preocuparnos tanto —preguntó Nick— por lo que claramente es un problema puramente ruso?

Hawk hizo una seña afirmativa.

—Temo que sí. Un momento; quiero que escuches algo que puede hacértelo comprender —empujó un conmutador de la caja plana encima de su mesa escritorio—. Éste es el delegado ruso Grabov, ensayando el discurso que pronto hará en el Consejo de Seguridad a menos que tomemos medidas inmediatas para…

—«¡Quiten las narices y las orejas de nuestros locales privados!» —rugió una desaforada voz, con fuerte acento extranjero. La cinta de la mesa de Hawk continuó girando mientras la voz rusa hacía pausa para tomar aliento.

—Una repugnante idea, ¿no es verdad? —susurró Hawk—. Como quiera que sea, escucha a Yuri Grabov, dirigiendo la palabra al Departamento de Estado y a mí mismo, con antelación a adicionales ataques públicos, con frases como «los corrientes perros del Imperialismo», y otras por el estilo.

Nick sonrió y bajó el volumen del audífono. Grabov se estaba haciendo oír con voz fuerte y clara.

—«¡El hongo del capitalismo!» —rugía enérgicamente Grabov, animándose para su tarea—. «Una maligna excrecencia que se ha pegado a nosotros, ¡agotando nuestra sangre y envenenando el mismo aire que respiramos! ¿Es ésta la recompensa por nuestra confianza? ¿Es ésta la manera en que Wall Street compensa a la honradez y la generosidad? Puedo recordarles…».

La estridente voz decayó, quedando reducida a tul bajo y maravillosamente melodramático siseo.

… «Puedo recordarles que la Unión Soviética ha adoptado a modo de ensayo una política de pacífica coexistencia con Estados Unidos; una política de prueba, amigos míos, si he de llamarles amigos, que puede ser alterada en el corto plazo de apenas un momento. ¡En el corto plazo de apenas un momento!» —la voz se elevó de nuevo a su gutural rugido, parecido más bien al mugido de un toro—. «¿Y cómo, les pregunto, pueden ustedes esperar que continuemos con esta generosa, demasiado generosa, política nuestra, si ustedes nos espían? No sólo nos espían, sino que revelan nuestras actividades estratégicas a… a… a nuestros amigables rivales de la República Popular China. ¿Pueden explicarme eso? ¡Ah…! ¡Conozco su pregunta antes de que lleguen a hacerla! ¡Hay una respuesta, falsos amigos míos!».

Nick tenía ganas de aplaudir. Este Grabov tenía algo. Una buena voz para hablar, una especial manera de manejar una frase, y un envidiable talento histriónico.

—«Ustedes preguntarán» —inquirió ferozmente Grabov—, «cuáles podrían ser sus motivos tratando de este modo con sus enemigos jurados, nuestros camaradas los chinos. Les respondo. ¡Les respondo de esta manera!».

Hizo una nueva pausa para tomar aliento.

Hawk sonrió ásperamente y soltó un anillo de purpúreo humo.

—Te gustará esto —dijo—. Escucha cuidadosamente.

Nick estaba escuchando, fascinado.

—«¡Es que ustedes están haciendo un doble juego!» —rugió Grabov—. «Por un lado fingiendo abierta amistad con la U.R.R.S., pues eso, efectivamente, es lo que ustedes han estado haciendo, y por el otro, practicando una secreta pero igualmente fingida amistad con los chinos. En su astuta manera, ustedes están sacando partido de las pequeñas áreas de desavenencia que existen entre nosotros y nuestros camaradas chinos. De este modo ustedes tratan de que las grandes potencias comunistas de este mundo se enfrenten unas a otras para sus propios fines tortuosos y sanguinarios. ¡Para sus propios fines tortuosos y sanguinarios!».

Hawk empujó un conmutador y la voz de Grabov se extinguió gradualmente con una airada queja de deformado sonido.

—¡Para nuestros propios fines tortuosos y sanguinarios! ¿Qué me dice usted a esto? —comentó admirativamente Nick—. La mente rusa obra de extrañas maneras, para efectuar sus maravillas. ¿Y a qué atribuye Grabov nuestra notable falta de buen éxito en alcanzar estos alarmantes fines?

—A la honradez y la buena camaradería innatas de las naciones comunistas —dijo Hawk—, y por supuesto a nuestra propia desmaña, estupidez, codicia, y otros defectos demasiado numerosos para mencionarlos. Como quiera que sea, dejemos a Grabov. Eso fue simplemente una muestra. Que te baste saber que el hombre terminó con una retumbante acusación contra nosotros y la amenaza de romper las relaciones diplomáticas a menos que pusiéramos fin sin más demora a nuestra acción de escuchar a escondidas y de revelar secretos.

—Bien, bien, bien —dijo Nick de un modo pensativo, aunque no muy positivamente. Escarbó en el bolsillo buscando un nuevo «Players» y lo dejó bambolear, no encendido, entre los dedos—. He visto al amigo Yuri una o dos veces, aun cuando él no caería, en ello si me viera. Y creo que lo puse bastante bien.

Hawk observaba a su primer agente en la pantalla del audiovisual y estuvo esperando pacientemente.

—En esa cinta —dijo Nick—. Estaba actuando como un loco, Grabov. Haciendo una gran tarea. Pero estaba desempeñando un papel.

—¡Ah! —exclamó Hawk, y soltó el cigarro de la red de los dientes. El suave tono de su usualmente áspera voz reflejaba una pizca de satisfacción—. Tú lo crees así, ¿no es verdad? Ésa es mi impresión, exactamente.

Y eso puede afectar a nuestros planes considerablemente. Sin embargo, tenemos que proceder de un modo que los satisfaga. Vamos a tener que poner fin a esta tarea, ya sea que la empezásemos o no. Lo cual, por supuesto, no hicimos.

Nick se permitió una sonrisa más bien cínica.

—Esperaría que no, porque no parece que esté resultando demasiado bien. Confío en que han descubierto nuestra fuente de fresca información en su Embajada de Washington.

—Ciertamente, no —dijo Hawk, agraviado por la indicación—. Tan pronto como empezamos a recibir sus quejas sobre supuestos micrófonos escondidos, tomamos inmediatas medidas para protegernos. Pero no nos las arreglamos para encontrar alguna prueba de que algunos otros estuvieran escuchando.

—Quizá nadie lo esté haciendo. —Nick retrocedió a un orden de ideas que había estado considerando horas antes—. Grabov estaba representando; quizá toda la cosa sea una representación. ¿Qué motivo real tenemos para creer que en modo alguno haya secretos aparatos acechantes? ¡Y en sus propias oficinas principales, de todos los lugares! A mi parecer, creo que están mintiendo solapadamente.

—No es imposible. Convengo en que hemos de tenerlo bien presente. Pero por diplomacia —o cualquier cosa que quede de ella— hemos de proceder partiendo de la suposición de que están diciendo la verdad —una expresión ligeramente apenada se extendió par el semblante de Hawk—. Sé que es una idea poco agradable, pero nos conviene. Hasta puede ser quizás una oportunidad, ¿quién sabe? Si lo manejamos bien, tal vez podamos servirnos de este incidente con considerable provecho.

Nick emitió un sonido de escepticismo.

—Apuesto a que eso exactamente es lo que ellos están diciendo, si suponemos que no urdieron todo el asunto desde el principio. Pero aun cuando sean sinceros, aun cuando realmente crean que esto es alguna conspiración extraña que nosotros hemos tramado, ¿no se les ha ocurrido que si tuviéramos acceso a esta misma información esencial, la guardaríamos para nosotros mismos y no la pasaríamos a nadie? Quiero decir, ni siquiera a nuestro amigos más queridos, los comunistas chinos, por muy apacibles que sean. Ciertamente han de darse cuenta de que esta información sobre los asuntos rusos valdría mucho más para nosotros que ninguna especie de disensión que pudiésemos ocasionar entregándola, por muy tortuosos y sanguinarios que seamos.

—Parece habérseles ocurrido. —Hawk miró al apagado cigarro con ligera sorpresa—. Y ésa puede quizá ser la razón, o una de las razones, por la cual han accedido a dejamos enviar un hombre a Moscú para hacer investigaciones allí mismo. Un hombre de la AXE, por supuesto. Les gusta ver que tenemos bastante cuidado de enviar a los mejores.

—Yo —dijo modestamente Nick.

—No. —Hawk sonrió tenuemente y observó a Carter, que trataba, casi con buen éxito, de mantener la expresión de sorpresa fuera de su rostro—. Enviará a Sam Harris.

«¡Qué diablos!». —Nick sintió la ola de enfado ascender y casi cruzar el cuello de su camisa—. «No importaba quién fuera allá, pero después de dejar a Robyn esperando y escuchar toda esta palabrería… ¡por Dios!».

—¿Sam Harris? —dijo llanamente—; Un hombre experto. No los hay mejores. Pero ¿por qué llamarme a mí, si él es el que va?

—Un hombre muy experto —repitió Hawk, mascando el cigarro—. Un poquito ostentoso, pero eso es lo que ellos estarán suponiendo y hemos de darles lo que están esperando. Van a permitirle residir en nuestra Embajada y dirigir investigaciones entre nuestra propia gente allí y hasta entre los suyos, con el entendimiento de que uno de sus propios agentes será destinado a trabajar con él. Hemos acordado que su agente acompañará a Harris todas las veces que él salga de la Embajada para hacer indagaciones o seguir cualquier indicio.

Si el jefe de la AXE vio el gesto de disgusto de Carter, prefirió no hacer caso de él.

—Naturalmente, no quieren tener un hombre de la AXE suelto por Moscú, por tanto está entendido que su agente lo recogerá en el momento en que salga de la Embajada y permanecerá con él adondequiera que vaya. Si no hay estricta adhesión a esto, el convenio quedará deshecho. Y eso será el fin de todo —se detuvo para avivar el apagado cigarro.

—¡Bien, mucha suerte para Sam Harris! —dijo Nick—. El hombre es experto, pero ninguno vale tanto. Si descubre algo bajo esas condiciones, es doblemente lo listó que yo podría jamás esperar ser. Y no sólo eso; con un agente de la SIN siguiendo sus pasos en cada centímetro del camino, va a ser casi tan discreto como una bailarina de Can-Can en el mausoleo de Lenin. ¡Harris no tiene una oportunidad en absoluto!

—Así es —dijo Hawk, echando bocanadas diligentemente—. Pero ése es el acuerdo y nos atendremos a él. «Atenernos a él…, no apegarnos a él». Por tanto, enviaremos dos hombres. Tú, por supuesto, serás el segundo hombre. Y las condiciones no se aplicarán a ti.

—Comprendo —dijo Nick, sosegándose—. Los rusos ni siquiera sabrán que estoy allí, ¿no es eso?

—Más o menos… —Hawk miró el flojo cigarro, como si éste le estuviese revelando algo de la más seria importancia—. Lo sabrán al principio, pero no después. Nos las hemos arreglado para sacarles una concesión. Podemos meterte a ti en el país por unos cuantos días como un técnico en electrónica…, en tanto que te portes bien mientras estés allí y salgas quietamente cuando se espera que lo hagas. Con la reclamación de que a nosotros también se nos está escuchando secretamente con adecuados aparatos, hemos logrado que accedan a dejar que examines nuestra Embajada en Moscú en busca de señales de aparatos registradores. No fue muy difícil; nosotros hemos consentido en que un técnico electrónico ruso examine su Embajada en Washington, por tanto el protocolo prácticamente persiste para que procuremos que un hombre registre nuestra Embajada en Moscú. Por lo cual, tú acompañarás a Harris. Más tarde, cuando hayas «salido» de Moscú, serás completamente independiente, por supuesto. Harris no te conocerá. Nadie te conocerá. Tú no tendrás protección, ni certeza de seguridad, y sí… todas las probabilidades de encontrarte con dificultades. Y bajo esas condiciones espero que descubras tan pronto como sea posible cuál es la solución de nuestro problema. ¿Entendido?

—Por completo —dijo alegremente Nick—. Se parece a todas las tareas que he hecho siempre para la AXE.

Hawk le escudriñaba con estrechados ojos, y negligentemente tiró de un pellejudo lóbulo de la oreja.

—Eso debiera hacerte sentir en tu elemento —dijo secamente—. Ahora bien. Cuando hayas arreglado tus asuntos en Nueva York —y Hawk tenía una idea bastante clara de lo que usualmente eran—, quiero que vengas aquí tan aprisa como sea posible y examinaremos cuidadosamente todos los datos. La redacción te proveerá del necesario expediente de la personalidad y el medio de cambiar rápidamente de aspecto. Harás tu posterior y no oficial tarea en Moscú bajo el disfraz de Ivan Alexandrovitch Kokoschka. Pero llegarás allí como Tom Slade, técnico en electrónica.

Las cejas de Nick se elevaron rápidamente hacia la línea de su cabello. No era con frecuencia que se le pedía que usase la identidad de otro agente de la AXE como una cubierta para una misión.

—Pero Tom Slade está ya en Moscú —dijo lentamente.

—En efecto —dijo Hawk, pareciendo estar satisfecho de sí mismo—. Pero los rusos no lo saben. Ahora bien. ¿Alguna observación antes de que nos reunamos con Harris?

Había una docena de cosas que Nick quería decir y otras tantas preguntas que hacer. Casi la totalidad de ellas quedarían pendientes hasta que él hubiese revuelto toda la rara trama en la mente y colocado los puntos de discusión en orden lógico. Pero había una cosa que le fastidiaba más que ninguna otra. Se movió inquietamente y aplastó el cigarrillo.

—Todavía creo que se nos está llevando en coche a dar un paseíto para asesinarnos luego. No me gusta ceder a los atractivos de una conspiración. Y «es una conspiración».

—Hawk inclinó la cabeza vivamente y empezó a amontonar los papeles de encima de la mesa escritorio en pilas aún más ordenadas.

—¡Claro qué lo es!, por supuesto —dijo—. Pero ¿una conspiración de quiénes?