10 - Mi turno, Smirnov
DMITRI BORISOVICH SMIRNOV colocó cuidadosamente el tablero en el centro de la mesa y amorosamente depositó cada una de las treinta y dos talladas piezas de ajedrez en su casilla. El juego, o más bien, el ejercicio mental, le ayudaba a pensar. Y lo mismo bacía el vodka.
Cuando hubo colocado cada pieza en su correspondiente lugar, alargó el brazo para alcanzar una caja y sacó la botella y las copas. Su siguiente movimiento fue alcanzar una caja cerrada con llave y después de abrirla, puso su contenido metódicamente sobre la mesa, junto al tablero de ajedrez; una pistola, un abultado sobre, un bolígrafo, una cartera que contenía notas diplomáticas americanas y rusas, y algunos papeles de identificación pertenecientes a un tal John Goldblatt, periodista americano.
Miró a su huésped de reojo y alisó su frondoso bigote.
«¡Bien!», —se dijo—. «El método ante todo. Es una fortuna tener colaboradores tan eficientes. Un momento más, y hablaremos. Mientras tanto…».
Llenó una copa con vodka y se la echó al coleto rápidamente, mientras sentía que una ardiente sensación se extendía a lo largo de su garganta.
Nick se estiró y escuchó los pequeños, y casi domésticos ruidos. Las ventanas de su nariz palpitaban de un modo inquisitivo. El olor de antiséptico había desaparecido. No había acalladas voces. Ni repentinos pinchazos, ni firmes manos que tentasen su dolorido cuerpo. Abrió los ojos con aprensión.
Una blancura se deslizó a través de su visión y lentamente se situó en foco. Era un techo, salpicado de luz. Se relajó. Le dolían los músculos, pero no desagradablemente; era más bien como si se hubiera fatigado en algún desacostumbrado ejercicio y después le hubiesen dado, masaje unas manos expertas. Se tocó la cabeza. No había vendaje, pero sí un persistente dolor sordo. Su cara estaba bien rasurada. Una risita llegó a sus oídos. La escuchó y trató de situar a la persona que la emitía; no lo logró. Se incorporó y parpadeó: La cabeza le daba vueltas de un modo vertiginoso y la visión se le hacía de nuevo borrosa. Pero la pesadilla había terminado y ahora Nick sabía Quién era.
—¡Bien, señor Slade! —rugió la caudalosa voz—. ¡Ya está usted con nosotros, al fin!
Nick giró las piernas hacia un lado del sofá y fijó la vista en el que hablaba.
El repentino movimiento le hizo gemir involuntariamente. Un millar de demonios con horquillas estaban pinchando su cabeza, y Su vientre estaba como si…, como si hubiese sido usado como saco de entrenamiento para boxeo. Y lo había sido, podía recordarlo, mirando al rostro que le observaba desde el otro lado de la mesa. Reconoció la cara. No mucha gente podía hacerlo, pero él había observado su imagen en los legajos de papeles y publicaciones de la AXE, en la oficina principal.
—Bravo, camarada Smirnov —dijo, y su voz sonó ronca y desusada—. Parece que sí estoy realmente aquí. Siempre pensé que nos veríamos en el infierno. ¿No estamos en él?
Dmitri Smirnov rio.
—Su opinión es muy aventurada —dijo suavemente, alisándose el bigote—. Estamos en lo que podemos llamar antesala de la Oficina de Información. El Purgatorio, diría yo. Pero antes de que continuemos con nuestra conversación, quiero decirle algo: usted ha estado en un hospital durante los últimos tres días, Un hospital muy especial y ha charlado de un modo muy significativo.
—¡Tres días! —resolló Nick.
Smirnov arqueó sus espesas cejas.
—Su reacción es fascinante —dijo—. Parece interesarle más el elemento tiempo que lo que yo llamo Su verborrea. ¿Tiene el tiempo, pues, tanta importancia?
—Siempre me gusta saber qué hora es —dijo Nick—. ¿Y la tiene el vodka que veo juntó a las piezas de ajedrez?
—Sí, realmente —respondió Smirnov. Escanció licor en una segunda copa—. Para la cabeza es recomendable el vodka. A su salud, Slade. Y le doy la enhorabuena por estar entre los vivos… Y para el interrogatorio, le recomiendo una partida de ajedrez. ¿Qué le parece? ¿Acepta?
Nick tomó el ardiente líquido agradecidamente.
—Estoy un poco torpe por falta de práctica —dijo a modo de disculpa, y arrastró hacia la mesa una silla de respaldo recto—… Y hace mucho tiempo que no he jugado al ajedrez en un pijama prestado. ¿Puedo preguntar qué han hecho ustedes con mi ropa? No quisiera salir de aquí en calzoncillos.
—Ah, bien, no tendrá que hacerlo —dijo afablemente Smirnov—. La han planchado y está lista para ponérsela. Sin embargo, la verdad, hemos encontrado varias cosas que usted llevaba, que necesariamente precisan una pequeña explicación. Eso, por ejemplo —abrió el abultado sobre y deslizó su contenido a través de la mesa—. Supongo que usted me dirá que nunca antes de ahora ha visto esos papeles y que no tiene idea del por qué fueron hallados sobre su persona.
Nick los cogió y los examinó atentamente. Cada uno era una hoja de papel de la Embajada americana, con el membrete cortado. Cada una contenía un informe tan sumamente secreto que ningún ruso que estuviese cuerdo lo habría mostrado a otro hombre sin un buen motivo. Nick hojeó los mensajes cuidadosamente. Esto era exactamente lo que había sido encontrado sobre la persona de Anderson, excepto que eran informes más recientes.
—Juegue —dijo graciosamente Smirnov.
Nick contempló el tablero de ajedrez y cuidadosamente movió el peón de rey.
—Su suposición es cierta —dijo—. Es la primera vez que los veo.
Smirnov rio entre dientes.
—Sin embargo fueron quitados de su ropa, después que fue recogido cerca de la Embajada americana. También encontramos esta pistola, y estas otras cosas —pasó rápidamente su vigorosa mano de largos dedos por los otros artículos de la mesa. Nick los miró de soslayo.
—Sólo el bolígrafo es mío —dijo.
—Sólo el bolígrafo. ¡Ah! —repitió Smirnov. Miró al tablero y cuidadosamente movió su peón de rey—. Los papeles de identificación… ¿no son suyos?
—No, por supuesto —dijo Nick—. Usted me ha llamado Slade. Me pregunto cómo sabe mi nombre. Pero he de decirle que usted tiene razón.
Movió su caballo de rey prontamente, atacando el peón contrario, y devolvió a Smirnov los papeles de John Goldblatt.
—Usted sabe que estos papeles no son míos.
—Sí, lo sé —dijo tranquilamente Smirnov—. Eso fue una pequeña equivocación, y me complace decir que ha habido una cantidad de ellas. De otro modo, usted no estaría con vida para jugar esta partida conmigo —su mano se cernió sobre las piezas del tablero y arqueó sus espesas cejas—. En verdad, estamos informados sobre este Goldblatt. Era un agente al servicio de los ingleses y los americanos. Por algún tiempo estuvo trabajando en Johannesburgo, y después, por algún motivo, se marchó de repente. Luego apareció aquí en Rusia, como un autorizado periodista. Pero, déjeme ver…
Movió su caballo de dama defendiendo su peón y se reclinó en la silla, mirándolo con atención, como si esperase que retrocediera de un brinco a su primitiva posición.
—Sí, Goldblatt. Sabemos por casualidad que dejó su trabajo en el periódico y está ahora trabajando en una agencia de publicidad de Londres. Da lecciones de fotografía como ocupación secundaria y entiendo que está alcanzando cierta distinción con sus exposiciones. Un joven de mucho talento, ese Goldblatt. Un poco más joven que usted, y con una magnífica barba, lo cual, temo, usted jamás logrará. Es también, sensiblemente, un poquito más delgado, pelado como un monje, diría. ¿Le admira que sepamos todo esto? Bueno… tenemos nuestros espías, ¿sabe?
—Comprendo —susurró Nick y movió el alfil de rey, amenazando el caballo de Smirnov—. Un poquito más de vodka, por favor. Muchas gracias. ¿Y qué descubrieron ustedes en cuanto a la pistola? ¿Era de Goldblatt, también?
—No. —Smirnov meneó la cabeza—. Si bien era un espía, Goldblatt nunca llevaba encima algo más mortífero que una cámara. Espero que usted aprecie cuán afortunado es, por el hecho de que sepamos estas cosas. No, la pistola pudo haber sido recogida en cualquier parte, quitada a algún abandonado americano en Vietnam o en algún lugar semejante. Y luego… cedida a usted. Junto con el primoroso traje americano. A menos que el traje y la pistola sean suyos. A pesar de lo que sé, quizá formen parte de usted, igual que el tatuaje de la AXE que lleva en el codo derecho.
—Eso es razonable —convino Nick—. A pesar de lo que usted sabe, quizá lo sean. Su turno, creo.
Smirnov fijó la vista en Nick, al otro lado del tablero. Sus ojos brillaban con algo que estaba muy cerca de la admiración.
—Usted es frío, Slade, considerando las circunstancias.
—Es porque no tengo ni idea de cuáles son las circunstancias —aclaró Nick sinceramente—. Probablemente la verdad de todo es que estoy muerto y soñando. Poco antes de que muriese sentí terribles dolores a causa de un balazo en la cabeza. Por supuesto, me alegro de mi resurrección. Pero debo confesar que estoy sorprendido y complacido por la acogida. Y por el hecho de que ni siquiera haya una venda dónde debiera haberla. ¿Podría usted, explicarme esto? Ayudaría a establecer la base para una fecunda discusión
Echó un confortante tragó de vodka y miró seriamente a Smirnov.
—Es todavía su turno —añadió.
—No hay prisa, señor Slade. —Smirnov rio a carcajadas—. En un juego de habilidad, las jugadas se hacen con cuidado. Sin embargo, quizá podamos adelantar más si le explico cómo fue que usted vino a parar aquí.
Movió su peón de torre dama amenazando el alfil y se reclinó.
—Recibí un aviso —continuó—, de la Embajada China. Y encontré que era una comunicación muy singular. Como resultado de ello, hable al embajador chino y a un pulcro y algo desagradable hombrecillo llamado Chou Tso-Lin. ¿Lo conoce usted?
—No estoy seguro —dijo Nick, examinando la última jugada de Smirnov—. La descripción parece familiar, pero el nombre no me suena —un pequeño fogonazo de reminiscencia fulguró en su mente—. Un momento… ¡sí! Es el jefe de los Doce Hermanos.
—Usted se empeña en hablar de ellos, ¿no? —Smirnov arqueó sus frondosas cejas—. Eso fue todo lo que oímos mientras usted estaba delirando. Infortunadamente, no existe tal grupo. Sin embargo, volveremos a eso. No, Chou es el oficial de seguridad de la Embajada, bajo cuyo distintivo entró en este país hace un año. Y no hay duda en absoluto de que desempeña alguna especie de función dentro del Cuerpo de Seguridad, aun cuando yo diría que ellos no han sido tan completamente francos y abiertos para conmigo como podría desear.
Su tono era áspero y una maliciosa sonrisa torció un esconce de su boca.
—Estos dos caballeros me hicieron un relato muy alarmante. Parece ser que desde unos meses atrás la Embajada había estado recibiendo misteriosas comunicaciones por correo, consistentes en información rusa del máximo secreto. (No dijeron cómo Sabían que era del máximo secreto), escrita a máquina en ruso fonético, en papel americano de superior calidad. De hecho, encabezamientos de la Embajada de Estados Unidos, con el membrete quitado. La Inmediata reacción de nuestros aliados chinos fue por supuesto devolvernos el material con amplias satisfacciones y ofrecimientos de cooperación. No obstante, fueron dándose cuenta de que la información era realmente de gran importancia para ellos y que debía de haber algo muy siniestro detrás de la entrega.
Hizo una pausa y tomó un sorbo de vodka.
—Fueron muy perspicaces —observó Nick—, no mencionando cuánto mayor provecho podían sacar del material manteniendo secreta su entrega —reculó su amenazado alfil—. ¿De dónde creían que estaba viniendo el material, de cualquier modo? ¿Creían que lo estaba trayendo la cigüeña?
—Quizás, al principio, Al menos no podían haber estado más sorprendidos de lo que dicen que estaban. —Smirnov sé alisó el bigote y miró al tablero—. Pero a medida que pasaban los meses y ellos continuaban recibiendo los informes, el remitente se hacía más osado y pedía la devolución de los papeles a una dirección, después de que los lectores chinos hubiesen reproducido los mensajes en microfilms. También pedía un intercambio de información, y haciéndolo así se identificaba como un americano que estaba ansioso de poseerla para su propio provecho, o para el de su país.
—Es ridículo-dijo Nick.
—Sí —convino Smirnov—. Posiblemente otra equivocación. Pero errar es humano, al fin y al cabo. Bien, nuestros camaradas chinos, ansiosos de descubrir a este subversivo ser que les estaba enviando toda esa fea información sobre los proyectos y planes soviéticos, vieron entonces la oportunidad para averiguar quién era su misterioso corresponsal. De modo que cooperaron con el hombre; devolvieron el material; después de reproducirlo, y empezaron a hacer lo posible para fijar una entrevista entre uno de sus hombres y el espía americano.
—¿Cuándo cree usted que empezó esta tentativa? —preguntó Nick—. ¿Acaso fue después que su agente Fedorenko viese cierto material en los archivos chinos?
Smirnov le miró de soslayo, con aire de aprobación.
—Creo que su cabeza está mejorando, camarada Slade. Tome un poco más de vodka. Produce un saludable efecto. Sí, sería aproximadamente en ese tiempo. Porque poco después tuvieron un contacto personal con un tal señor Anderson de la C.I.A. —Sus largos dedos movieron su otro caballo lenta pero decisivamente—. Después de la entrevista inicial, en cuya ocasión devolvieron al hombre el último material recibido y le expusieron ciertos planes secretos para cogerlo en su propia… trampa de duplicidad, perdieron su rastro por completo. Poco después oyeron decir que había resultado muerto en un accidente automovilístico.
—¿Un accidente? Usted sabe que eso no es cierto —dijo claramente Nick.
—¿Lo sé yo? Tal vez. No obstante, pronto empezaron otra vez a recibir las útiles comunicaciones por correo. Y de nuevo formaron planes para conocer al nuevo hombre que les estaba enviando la información. Esta vez estaban resueltos a llevar todo el asunto a buen término. Déjeme citarle lo que el embajador chino dijo como explicación. —Smirnov sonrió ligeramente y formó una cúpula con las puntas de sus dedos. Su gruesa voz tomó un agudo y alto tono, y sus ojos se estrecharon levemente—. El embajador dijo:
Entonces ya se había hecho evidente para nosotros que esto era un premeditado paso por parte del Gobierno americano. Usted observará, Smirnov, que virtualmente toda la información enviada concierne a manejos rusos que son de particular interés para nosotros, y lamento decir que encontramos parte de ella extremadamente aflictiva. ¡Ah, así es!
Smirnov frunció los labios ligeramente y levantó la voz otro poquito.
Pero estamos dispuestos a pasarlo por alto, porque apreciamos que la transferencia de esta información no es más que un paso americano malignamente hábil para causar roces entre nuestros países. Era nuestra intención informarles de esto, hace tiempo pero queríamos tener pruebas suficientes. En esta ocasión estábamos seguros de que podríamos atrapar al informante, pero infortunadamente logró zafarse. A nosotros nos es imposible gestionar una búsqueda del hombre, pero si ustedes actúan prontamente con todos sus recursos, pueden todavía hallarlo. Es posible que intente buscar refugio en la Embajada americana. Pero debo advertirles que levantó el vuelo cuando intentamos prenderlo, y sin duda hará cualquier cosa para impedir su captura. Va armado, y es peligroso.
—¡Embustes! —dijo rudamente Nick.
—Oh, enteramente —dijo Smirnov en su voz normal—. Pero el peso de la evidencia queda. Juega usted, ¿no?
—Así es. Y hay, como usted mismo ha señalado, muchas pruebas en mi favor. Parece que los errores de esos hombres, y son muchos, tienden a desacreditar su historia sin ningún esfuerzo por mi parte. —Nick movió su peón de dama a la cuarta casilla, con una repentina y audaz jugada que hizo que las cejas de Smirnov se arqueasen hacia el techo—. Debieran haberme matado mientras tenían la ocasión.
—Eso debieran haber hecho. Ellos creen que lo hicieron. —Smirnov sonrió ampliamente—. Naturalmente, no tenían la intención de que usted cayese vivo en nuestras manos y ahora usted puede servimos. Por supuesto, si usted no tiene éxito en la empresa, puede ser que no lo necesitemos al fin y al cabo… Pero veremos. De cualquier modo, ellos creen ciertamente que usted murió. Después de recibir el mensaje y, podría decir, sus instrucciones, apostamos a nuestros hombres en puntos estratégicos de la ciudad, con una especial concentración en las cercanías de la Embajada americana. Fueron suficientemente sutiles, para llamar nuestra atención hacia esa posibilidad.
Smirnov rellenó su copa y la de Nick. Parecía estar gozando.
—Nos dieron una descripción notablemente exacta de usted e insistieron en que era terriblemente peligroso. Tomé las debidas precauciones. Con mayor efectividad, supongo, de lo que nuestros amigos consideraron. Por tanto, cuando usted llegó, le estábamos Esperando. Mí lugarteniente Leonidov me informó que usted disparó al aire. ¡Al aire, recuerde! ¡Difícilmente la acción de un hombre realmente desesperado y sanguinario! —su bigote se contrajo—. Ésa fue la señal para cercarle y disparar. Sé que usted, finalmente, trabó una magnífica batalla. Pero, por supuesto, le excedían en número de tal manera, que no tenía escape. Leonidov y uno o dos hombres refirieron también haber oído disparos hechos con silenciador. Mis hombres no los usan. Eso es interesante, ¿no?
Sus ojos escudriñaron de repente los de Nick.
—Fascinante —convino Nick—. Pero torpe otra vez. No por su parte, sin embargo. Supongo que sus hombres dispararon sobre mí; rápidamente, antes de que pudiesen alcanzarme los otros disparos.
—Exactamente —asintió Smirnov, pero había un destello de gozo en sus vivos ojos mientras observaba a Nick, el cual se tocaba la sien de un modo pensativo—. Oh, puede mirarse luego en el espejo, si quiere, pero puedo asegurarle que no encontrará otra lesión que una magulladura. Y me complace decir que su propia puntería fue… bastante mala. Le hirieron varias veces en el cuerpo, y enseguida dos veces es la cabeza. Mis hombres usaron armas de tipo especial que empleamos sólo en circunstancias muy excepcionales, tales como cuando queremos dar la impresión de matar a un hombre sin, de hecho, dañarle en absoluto. O apenas muy poco. Las balas están hechas de un material plástico cóncavo, resistente al calor, las cuales, cuando chocan contra una parte vulnerable del cuerpo, son suficientemente potentes como para derribar a un hombre y dejarle sin sentido, pero no para lesionarle a un grado considerable. Después, por supuesto, cesó el tiroteo; lo llevamos a un hospital, lo registramos, examinamos su reciente corte de pelo y sus pertenencias con considerable atención, le hicimos un reconocimiento médico, y comprobamos que usted había sido drogado y estaba bajo una fuerte sugestión hipnótica.
»Ha estado usted diciendo disparates por varios días. Hace unas horas, los médicos me han hecho saber que habían logrado neutralizar los efectos de su anterior tratamiento y que cuando recobrase el sentido sería realmente consciente y podría conversar conmigo. Y, siendo excelentes médicos, tenían plena razón. Oh, sí… Otra cosa, ahora —se detuvo por un momento y fijó la atención en el tablero—. Hemos expedido una nota notificando haberlo matado, fatalmente, mientras trataba de escapar.
Tomó el peón rey contrario con su caballo.
Nick emitió un pequeño silbido.
—Muy habilidoso-dijo respetuosamente.
—Oh, hago lo posible —dijo modestamente Smirnov.
—¿Por qué? —preguntó Nick—. ¿Por qué se tomaron la molestia de simular matarme? Yo podía haber sido exactamente lo que ellos decían. Y ciertamente estuve oponiendo resistencia. Ustedes habrían estado en su perfecto derecho matándome, abiertamente.
Smirnov rio entre dientes.
—Le he dicho que lo queríamos vivo. A propósito, no creo que usted haya tenido mucho tiempo últimamente para trabajar en su libro… camarada Ivan Kokoschka.
Nick le miró de hito en hito. Lentamente, adelantó su peón de dama, amenazando el caballo de dama de su oponente.
—Todavía hay mucho que hacer —reconoció finalmente—. Pero ¿responde eso a su pregunta?
—Sí —dijo afablemente Smirnov—. Como usted sabe, mis ayudantes y yo hicimos algunos arreglos para que los americanos enviasen un hombre aquí para ocuparse de cierto pequeño problema en el cual todos nos interesamos especialmente. Las condiciones de su visita aquí, impuestas por mis colegas de una menos… comprensiva sección del Gobierno, eran que el hombre había de ser vigilado todo el tiempo. Por supuesto me avine a sus condiciones, y su compañero Harris fue vigilado implacablemente. Pero yo estaba seguro de que Hawk no sería tan ingenuo o poco práctico como para pensar que su hombre pudiese conseguir algo en estas condiciones. Por lo cual, razoné y llegué a la conclusión de que Hawk enviaría otro hombre para trabajar encubiertamente. Yo estaba, naturalmente, muy ansioso por localizarle. Supuse…, y la camarada Sichikova estuvo de acuerdo conmigo, que el segundo agente de la AXE aparecería secretamente en Moscú, en una forma relacionada con la presencia del técnico Thomas Slade.
Sonrió suavemente, y cuidadosamente movió su caballo de rey, amenazando el alfil blanco enemigo.
—Nos costó horrores hallarlo a usted, si me perdona la expresión, occidental. Mis hombres pasaron muchos días y perdieron un tiempo precioso interrogando a los recién llegados a la ciudad y a sus diversos Conocidos. Pero había algo anormal con respecto al elemento tiempo en cada coyuntura.
Hizo pausa y sorbió su vodka.
—Y entonces —continuó—, un joven escritor apellidado Kokoschka desapareció en misteriosas circunstancias, y una angustiada señorita llamada Sonya Dubinsky llamó a un número muy particular que le había dado un hombre de la MVD —sonrió de repente ante la expresión de Nick—. ¡Oh, tenemos nuestros métodos! Tarde o temprano, siempre llama alguien. La camarada Dubinsky tenía un doble motivo, creo. Dio voluntariamente su información, en parte por amor a la patria; pero sospecho que obró por otra clase de amor también. Y entonces, a la noche siguiente, la camarada Sichikova recibió una incompleta llamada telefónica de alguien que dio un nombre falso, pero en una voz que ella reconoció.
—Pues es una mujer portentosa —dijo entusiásticamente Nick, e hizo una cautelosa jugada con su alfil amenazado, reculándolo.
—Y una agente extremadamente eficaz —convino Smirnov, haciendo enfáticamente una seña afirmativa con la cabeza—. Yo diría que en el espacio de unos pocos minutos después de su llamada, ella había movilizado a toda nuestra organización y trazado un plan de acción para mí. Desde entonces estuvimos vigilando, entre otros locales, todas las casas comerciales chinas, centros de misiones comerciales, tiendas, lavanderías, oficinas del cuerpo diplomático, restaurantes y muchas más. El resultado fue que advertimos un considerable y muy interesante movimiento de idas y venidas en esa pequeña tienda de objetos para regalos y en el edificio en el cual está alojada. Hasta le vimos salir a usted de allí, pareciendo estar un poco aturdido. Y lo seguimos, pues ya habíamos sido informados de que usted había «escapado» y quizá se estuviese dirigiendo a su Embajada. Sospechando que ellos tenían la intención de matarlo para que usted no pudiese contar su parte de la historia, convenimos… matarlo nosotros mismos. No estábamos muy satisfechos con respecto a la tarea de Anderson —tomó el alfil con su caballo.
—Me alegro de saberlo —dijo Nick—. Nosotros tampoco lo estábamos. Pero, en lo tocante a la «Tienda de Objetos para Regalos Orientales»… ¿Ustedes la han registrado, por supuesto?
—Sí, claro —dijo suavemente Smirnov—. Y muy discretamente. Todo lo que encontramos fue una primorosa pequeña tienda de objetos para regalos con primorosos pequeños artículos para regalos. Arriba, unas cuantas oficinas comerciales casi desamuebladas ocupadas por cuatro hombres dedicados a la actividad de compra y venta, y un pequeño y desusado gimnasio que hace muchos años fue empleado como sala de práctica por un club deportivo llamado «Los Doce Hermanos». Hace muchos años. No existe ya ese club, camarada Slade. Parece ser que usted estaba desvariando. E igualmente que usted no pudo haber descubierto nada de valor para nosotros. El negocio de la tienda es completamente legal No hay señales de ninguno de los aparatos que habíamos esperado encontrar.
—No, claro —dijo acremente Nick—. Estarían bien escondidos.
—Probablemente —dijo Smirnov en voz suave—. Pero, como he dicho, el peso de la evidencia descansa sobre usted. Quiero saber una cosa, y nada más. ¿Cómo es que todas nuestras conversaciones están siendo oídas de algún modo?
Su grueso puño golpeo de repente la superficie de la mesa. Las piezas de ajedrez se zarandearon, pero permanecieron en su lugar.
—Si usted me hubiese traído una solución, podíamos haber hecho la paz con Estados Unidos, al menos en este asunto. ¡Pero todavía no tengo una solución, y he de tenerla! ¡Todas estas semanas, y todavía nada! Y usted, por supuesto, no tiene la solución, ¿me equivoco?
Nick se comió el osado caballo juiciosamente.
—Sí —dijo—. Tengo una solución. Y es ofrecerle un empate, Smirnov.