4 - Doble confusion
ERA UNA NUEVA MEJORA en el Aeropuerto de Moscú.
El recién estrenado aditamento a los servicios de los hombres, era un compartimiento que constaba de particulares cuartitos suficientemente espaciosos para afeitarse y mudarse uno la camisa y los calcetines antes de seguir viaje. El hombre al cual Nick estaba remedando, el verdadero Tom Slade, alias Ivan Kokoschka, había recibido, varios días antes, instrucciones por conductos muy secretos que sólo eran usados para asuntos de la mayor urgencia, y en este momento, él tenía que estar en el tercer cuartito de la izquierda, en ropa interior, después de haberlo inspeccionado a fondo en busca de ocultos micrófonos.
Ahora el anexo parecía menos perfecto de lo que pareciera serlo antes de que la sala estuviese llena. Ciertamente, no había una compacta fila de hombres esperando para entrar en cualquiera de los cuartitos, pero había bastante movimiento de aquí para allá para hacer difícil que un hombre escogiese el cuartito que quisiera.
Nick hizo una rápida inspección a lo largo de la hilera de puertas, como si estuviese buscando un letrero que dijera LIBRE. Cuando llegó a la tercera puerta de la izquierda se detuvo en frente de ella y miró a la cerradura con vacilación, como si no estuviese seguro de si el pequeño letrero decía OCUPADO o LIBRE. Una rápida mirada alrededor le mostró que los otros estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos para prestarle atención. Rápidamente, dio la señal llamando a la puerta —tum-ti-tum-ti-tum-ti-tum— y esperó a que el pasador se corriese.
La voz que contestó no era ciertamente la de Tom Slade. Era una voz rusa, exasperada.
Nick blasfemó para sí. Se había preocupado por aquella eventualidad y hubiera querido que Tom llegara allí temprano. Pero, —pensaba amargamente— mentes más juiciosas que la suya habían prevalecido, sustentando la teoría de que cualquiera que rondase demasiado por un lavabo ruso, forzosamente habría de llamar la atención. Ahora era él el que iba a llamar la atención. Difícilmente podía recorrer toda la hilera de puertas golpeando con esos golpes rítmicos mientras Valentina estaba esperando y extrañándose, y todos los hombres allí en el lavabo se volvían y miraban con curiosidad…
Anduvo despacio hasta más allá de las puertas, silbando la canción no oficial de la AXE. «Lizzie Borden cogió un hacha», trinó impaciente, dando un vistazo al reloj, «…y dio a su madre cuarenta golpes…».
Cada puerta que se abría con un golpe seco mientras Nick pasaba, soltaba un hombre. Ninguno de ellos era Tom.
Nick era el segundo que había llegado a la última puerta cuando un ruido adentro les advirtió que iban a desocupar el cuartito. Un zapato cayó al suelo y un pasador sonó con golpe seco. Pero la puerta no se abrió. El hombre que estaba delante de Nick se volvió con esperanza y esperó a que saliera alguien. Nadie salió… Estuvo esperando. Nick también… Pasó un minuto entero… El hombre desistió y se fue…
Nick aguardó unos segundos más para asegurarse de que no le estaban observando. Si éste resultase no ser Tom…
Echó mano al pequeño tirador de metal, empujó la puerta, y se introdujo de prisa.
Sí, era Tom; estaba desvestido, con sólo su ropa interior rusa, y parecía nervioso.
—Lo siento —susurró—. El gabinete estaba tomado y yo no podía esperar más…
—Faltan nueve minutos para la salida del avión —siseó ferozmente Nick, quitándose la chaqueta de un tirón y desabrochándose los pantalones.
Observó que Tom había cubierto el espejo con su chaqueta y desenroscado la bombilla de la luz principal. Probablemente no era necesario, pero era bueno tener cuidado.
—¿Dónde está el resto de sus cosas? —preguntó confusamente, alargando a Tom su camisa.
Tom empezó a vestirse furiosamente.
—Los chismes de maquillaje, en los bolsillos de la chaqueta. La cartera, ahí en el suelo. En ella están los apuntes para mi manuscrito —«el manuscrito de Ivan Kokoschka»— y toda la información de última hora en que pude pensar. También una llave de mi habitación —se puso los pantalones de Nick—. Encontrará otra ropa en el local, ropa interior y mis pobres pertenencias. También libros, que tendrá que leer —echó mano a la chaqueta de Nick y metió los brazos en ella—. Oh… y tengo una pequeña sorpresa para usted.
—¿Sí? ¿Qué? —Nick se puso los holgados pantalones rusos de Ivan Kokoschka.
—Conocí… a una muchacha —dijo Tom, jadeando—. No pude… evitar… comprometerme un poquito. Puede complicar algo las cosas. Toda la información sobre ella está en la cartera. No vaya al aposento hasta que la lea. Tiene que estar informado sobre la muchacha primero.
—¡Dios! Bien, yo también tengo una pequeña sorpresa para usted, Tommy. —Nick metió la mano en los bolsillos de la chaqueta de Ivan para coger los chismes de maquillaje con que mudar su rostro y su pelo.
—¿Qué? —Tom hojeó rápidamente los papeles para revisar el billete, el pasaporte, la cartera.
—Viene a despedirle una pomposa, enorme y corpulenta mujer por la cual he llegado a sentir una especie de afecto aun cuando es la hembra de más bulto que haya visto jamás, y es una rueda bastante importante en el engranaje del Servicio de Información ruso. Se llama Valentina Sichikova y le está esperando junto al puesto de venta de recuerdos…
Brevemente, en el muy escaso tiempo que tenía a su disposición, explicó a Tom lo que pudo acerca de la camarada Valentina e indicó de qué modo Tom podía despedirla.
—Pero póngase en marcha ya —susurró urgentemente—. Tiene menos de cinco minutos antes de que salga el avión o la mujer estará aquí dentro para sacarlo a rastras, si usted no se da prisa. La conozco bien.
—¡Bueno! —Tom pasó el peine por su nuevo corte de pelo y echó mano al pasador de la puerta.
—¡Una pregunta! —siseó Nick de repente.
Tom se volvió impacientemente.
—¿Qué?
—¿Es linda la muchacha?
Tom le miró de hito en hito. Luego su rostro se animó con la atractiva sonrisa que la camarada Sichikova había encontrado tan contagiosa en el hombre al que tenía por el camarada Tom.
—Mucho —dijo.
Y abrió la puerta con un vivo movimiento de la muñeca. Nick captó la silueta de alguien que pasaba por allí fuera en ese momento.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento terriblemente! —profirió Tom con ira, mientras retrocedía hacia fuera nerviosamente—. ¡Oh… camarada, señor, pensé que esta casilla estaba desocupada…!
—¡Bien, no lo está! —rugió Nick en ruso, y cerró la puerta de golpe frente a su compañero.
El hombre que se dirigió a rápido galope hacia la camarada Valentina Sichikova se parecía, en su traza, su aspecto y su modo de andar, exactamente a Tom Slade, seguramente porque él era el original Tom Slade.
Sonrió a la mujer y sopesó la maleta ligeramente con una mano mientras su otra mano se dirigía hacia la maciza garra de la camarada y la apretaba.
—¡Ya estoy mejor, camarada! —anunció alegremente—. Siento haber tardado tanto, pero el local estaba lleno. Todavía lo cogeremos, ¿no es verdad?
—¡Ahí Muy justo!, camarada Tom —dijo dichosamente Valentina—. Me alegro muchísimo de que se haya repuesto.
Empezó a andar por delante de Tom y se abrió camino a través de los arremolinados grupos, guiándole expertamente hacia la salida a las pistas.
—Me quedo aquí —dijo, después que el permiso de embarque de Tom hubo sido revisado y el campo estuvo casi libre de gente—. Pero espero que nos volveremos a ver algún día.
—Yo también lo espero, camarada Valya —dijo afectuosamente Tom—. Y, por favor, perdóneme si hago algo que mucho deseo hacer —bajó la cabeza unos diez centímetros escasos y puso un afectuoso teso en la coriácea mejilla de la campesina rusa—. Gracias por todo, camarada —añadió. Cogió la mano de ella otra vez y la apretó fuertemente. Valentina devolvió el apretón y ofreció su dorada sonrisa.
Luego Tom se volvió. Momentos después, estaba fuera del alcance de la vista.
La camarada Valentina permaneció allí y miró con atención a la portezuela del avión de retropropulsión mientras se cerraba de golpe, después que hubo subido el último pasajero. Se tocó la mejilla, acarició el recuerdo de un beso juvenil, y sonrió de nuevo… esta vez un poco tristemente.
Tom Slade ajustó el cinturón de su asiento y se preguntó cuán importante podía ser la abrumadora camarada Valentina.
Nick terminó los preparativos relámpago en el cuarto de aseo, enroscó de nuevo la bombilla de la lámpara, quitó la chaqueta de Ivan Kokoschka del espejo, y salió del lavabo aún más de prisa de lo que había entrado en él.
Mientras tanto, la sonrisa de la camarada Valentina se transformó en un gesto de preocupación, y la mujer retrocedió de propósito hacia el puesto de venta de recuerdos para ver quién podía aún estar saliendo del lavabo. No podía comprender que hubiera perdido a Tom en menos de treinta segundos, y estuvo esperando larga y pacientemente antes de desistir. Y entonces, por si acaso no había acertado a ver algún ardid, llamó a un hombre de la MVD allí en el aeropuerto para que averiguara si había ocurrido algo anormal en el lavabo.
Le gustaba Tom Slade. Le había gustado desde el principio hasta el mismísimo fin, y había saboreado su amistoso beso. Podía comprender la repentina carrera hacia el interior del lavabo, aun cuando había sido un poquito rara; y pudo apreciar que el local estaba lleno. Ninguna de estas circunstancias la habría incomodado en modo alguno, especialmente porque el Tom que se había despedido de ella de una manera tan afectuosa era casi exacto al Tom que ella conocía y que le gustaba, si no hubiese sido por algo indefiniblemente diferente en el fuerte apretón de manos. Era quizás el modo en que él había mantenido su mano, o la de ella; o tal vez era algo en el tejido de su piel. No estaba cabalmente segura de lo que había sido. Pero ciertamente había sido algo.
Era una mujer muy perspicaz, la camarada Sichikova. Y era por eso que era primer comisario auxiliar del Servicio de Información Ruso, sólo inferior en categoría al comisario Dmitri Borisovich Smirnov.
Era tan perspicaz que, mientras estaba allí esperando las noticias del hombre de la MVD del aeropuerto, empezó a hacer retroceder su pensamiento para ver si podía recordar quién había entrado en el lavabo mientras ella estaba esperando al camarada Tom y aun antes de que hubiese entrado él. Debiera haber sido una desesperanzada tarea, pero la mujer estaba adiestrada para mirar con ojos escrutadores y registrar impresiones sin saberlo, hasta que eran llamadas a aparecer.
Sin embargo, Tom había tenido toda la razón. Él local había estado muy lleno.
Y quizá fue la agitación de la partida lo que había hecho que el fuerte apretón de manos de Tom pareciese Un poco diferente.
O quizá no.
Una hora después, Nicholas Carter, alias Ivan Kokoschka, estaba sentado en el parque Sokolniki bajo el sol estival y leía los apuntes de Tom Slade. Mucho de lo que Tom había de hacerle saber emparejaba con la información de Hawk, y sabía, sin necesidad de leerlo, que Tom había estado haciéndose pasar por Ivan Kokoschka, un escritor y supuesto intelectual, que residía actualmente en Moscú tomando apuntes y efectuando investigación para la novela que casi con seguridad nunca terminaría. Ivan era un estudiante de Leningrado que hablaba el inglés tan bien como el ruso y sabía escribir en ambas lenguas con facilidad. En su tiempo libre, Ivan andaba con el grupo «avanzado» ruso, y entre ellos, había conocido a Boris, a Sonya, a Yuri, a Feodor, y Antón, Galina e Igor… Pero Carter no había de preocuparse por ellos, porque sólo se ocupaban de discusiones filosóficas y poéticas y nunca recordaban de un día para otro lo que habían dicho la noche antes o dónde habían estado, excepto por… Sonya.
Nick se enderezó y siguió leyendo con creciente interés, recordándose a sí mismo de vez en cuando que ahora era Ivan Kokoschka y que era su vida la que estaba leyendo:
… Si yo hubiera sabido que iba a ser sustituido, nunca habría dejado que se produjera esta situación. Podría ser peor, pero es bastante mala. Parecía que era una buena idea. Cuanta más buena acogida pudiese obtener y cuanto más pudiera acercarme a cualquiera de ellos, mejor sería mi cobertura. Al principio se suponía que mi tarea era de largo plazo, si usted recuerda; por tanto parecía bueno animar a Sonya un poco. De cualquier modo, no tengo, es decir, Ivan no lo tenía, mucho dinero con que recrearme por ahí, por lo cual Sonya resultaba como una conveniencia.
Su nombre completo es Sonya Marya Dubinsky y es una bailarina, pero lo que realmente quiere hacer es escribir. Ya ha escrito un libro de historietas y cree que puede encontrar un mercado en los países de habla inglesa si puede conseguir que se lo traduzcan. Fue por eso que nos conocimos. Feodor Zagoskin, uno de los miembros del grupo que cree que sabe componer, o hacer versos, nos juntó después de decirle a Sonya que yo podría hacer la traducción para ella. ¿Usted ve la instantánea que he marcado con el número tres? Sonya es la del medio. (Los nombres de todos ellos están al dorso). No es una fotografía muy clara y Sonya no ha salido muy bien, pero es bastante buena para que usted reconozca a la muchacha cuando la vea.
Nick la miró. La gente al enseñarle a uno sus instantáneas, siempre dice que las fotografías no son claras y que ellos no han salido bien. Pero ésta realmente no era muy mala y Nick pensó que probablemente reconocería a la muchacha sin demasiada dificultad. Sonya tenía la vehemencia y viva presencia de todas las bailarinas, y su cuerpo parecía ser flexible y bien formado. Las piernas y la posición eran características de la genuina danzarina, si bien menos exagerada que muchas que no viven más que para el ballet, y parecía ser bastante alta. ¡Humm…! No estaba mal. Debiera ser fácil fingir interés por esta muchacha… Por supuesto, el exacto grado de intimidad entre ella y el primer Ivan Kokoschka iba a ser la parte intrincada…
Carter continuó con la lectura. Tom debió de haber velado muchas noches haciendo el informe. Era extenso y detallado, y describía toda mirada que habían cruzado y literalmente todo fragmento de conversación.
Le gusta la idea de que ella está ayudando a subvencionar mi novela, pagándome por las traducciones. Y le gusta estar conmigo mientras trabajo. Dice que siente que, de esa manera, podré estar más cerca del espíritu, o verdadero sentido, del original. Bien, he estado cerca, sí. En verdad…
Nick terminó el párrafo y dio un suspiro de alivio mientras leía las palabras finales. Los dos realmente se habían hecho íntimos. Pero no habían sido amantes.
Cuando el avión de retropropulsión de la Aeroflot aterrizó en Copenhague, Tom Slade tomó una rápida comida danesa, compró la edición parisiense del Tribune, y embarcó en su avión para Nueva York. El hombre de la MVD que había estado sentado a su lado en el «TU-104» salió de prisa hacia el puesto cablegráfico para enviar un rápido y reservado mensaje a cierta dirección de Moscú, escrita en clave. El contenido especificaba que no había quitado los ojos de Slade desde el momento en que había embarcado en el avión ruso hasta que había desaparecido en el interior del avión de retropropulsión americano. Slade, posteriormente, no había intentado salir del avión y ciertamente no podía hacerlo ahora, pues el aparato en aquel momento estaba ascendiendo rápida e invariablemente hacia el claro cielo sobre Copenhague. En cuanto a la cuestión de una posible sustitución en route, no había habido oportunidad para ello. En todo caso, el hombre de la MVD había estado siguiendo a Slade y a la camarada Sichikova durante días, de conformidad con las propias órdenes de la comisario auxiliar, y había podido averiguar por la observación de los amaneramientos del hombre, que el Thomas Slade que ahora estaba volando hacia Nueva York era realmente el Thomas Slade que había llegado con Harris a Moscú.
Esto, sin él saberlo, era un tributo no sólo a la habilidad representativa del hombre conocido por sus colegas como Killmaster sino también a los sumamente desarrollados conocimientos prácticos y métodos de instrucción del Departamento de Redacción de la AXE. Afortunadamente, el hombre de la MVD nunca había oído hablar de la AXE, ni de un departamento especial, que no se ocupaba en preparar copias o filmes, sino en describir los aspectos y las peculiaridades de los hombres.
Por otra parte, la AXE nunca había oído hablar de la camarada Valentina Sichikova. Posteriormente Tom Slade les informaría, pero no podría decirles gran cosa.
Era un día largo, pero había mucho que averiguar. Nick Carter salió del parque y pasó unas horas en la Biblioteca Lenin. Seguro en un tranquilo rincón, releyó las notas de Tom Slade hasta que su contenido se combinó con la anterior instrucción recibida y llegó a ser una parte de él. Luego leyó el bosquejo del manuscrito de Ivan Kokoschka; y finalmente examinó las historietas de Sonya Dubinsky, versiones sin fecha de cuentos populares rusos. «Cañones para otra revolución», llamaba Sonya a su pequeña colección… Bien, algunas personas debieran persistir en la danza.
Finalmente no pudo diferirlo más. Hizo otro viaje a un lavabo para inspeccionar su aspecto personal y enseguida se agregó a la muchedumbre que descendía hacia el interior del metro. Era hora de que Ivan se fuera a su casa, a la habitación llena de libros del viejo edificio de Pereulok Leo Tolstoy.
Sabía exactamente a dónde iba y cómo llegar allí. Sabía cómo sería el aposento y con cuántas personas tendría que compartir el cuarto de baño. Conocía sus nombres, sus trazas, y sus costumbres. Estaba seguro que se parecía tanto a Ivan Kokoschka como Tom Slade hubiera sido jamás tan semejante. Él y Tom habían empezado con una superficial semejanza que los magníficos conocimientos prácticos del Departamento especial habían transformado en la traza de un único hombre, el estudiante-escritor Ivan Kokoschka, y estaba seguro que podría arrostrar el cambio bajo todo lo que fuesen circunstancias normales.
«Su único problema inmediato era…: Sonya… ¡Maldito Slade…!».
Pero él había dicho que la muchacha era linda. Y la fotografía, tal como era, no lo desmentía.
Sonya tenía una llave de la habitación de él, le había dicho Tom, porque últimamente la muchacha se dedicaba a ponerle las cosas en orden mientras él estaba fuera y algunas veces a preparar una olla de té, esperando su regreso. Por tanto Sonya podía estar allí ahora mismo, o podía no estar. Cuanto más se acercaba a la desmoronada vieja casa que había sido transformada en apartamentos que fueron divididos en pequeñas habitaciones, más irresoluto se volvía.
La cabal réplica, se dijo severamente, era ser frío, resuelto, y un poquito rudo. Ivan siempre fue de ese modo. No quería equivocarse. No podía equivocarse.
Alegremente, balanceando la cartera, como Ivan siempre lo hacía, pasó por la puerta de entrada. Osadamente, subió aprisa la escalera, dos y tres peldaños a la vez, como Tom Slade decía que Ivan siempre lo hacía. Ruidosamente, voceó un saludo a un anciano que asomó la cabeza por una abierta puerta en el rellano del tercer piso. El anciano le contestó con un grito y chachareó alguna cosa favorable y un poco lasciva tocante a la muchacha que le esperaba arriba. Nick se animó y se apresuró.
Asi que…, Sonya estaba allí.
«Un momento. ¿Qué había dicho el viejo? Tom le había advertido que el viejo Golovin siempre tenía alguna especie de desdentado comentario que ofrecer, usualmente incomprensible. Pero… ¿No había dicho algo tocante a que la muchacha no estaba sola? ¿Qué alguien se había adelantado allí a Ivan, y a Sonya?».
«Sí, eso era lo que había dicho».
Nick aflojó el paso momentáneamente y se preguntó si debía trepar sin ruido y sorprender a Sonya y su visitante o si era mejor seguir subiendo la escalera estruendosamente como el vehemente Ivan. Resolvió permanecer en su papel, y llegó al quinto piso todavía galopando enérgicamente.
Cruzó a grandes y rápidos trancos el estrecho rellano del quinto piso. Varios metros por delante de él, a su derecha, se abrió una puerta. Su propia puerta, según Tom Slade.
Una muchacha salió y le miró. Su paso era ligero, su vivo meneo expectante, y sus ojos estaban dilatados, con una expresión de bienvenida. Era alta y sus piernas delicadamente musculosas, las pantorrillas sólidas y redondas y los pies casi conscientemente primorosos aunque no especialmente pequeños. Sus pómulos eran altos y sus ojos tan opacos como su oscuro cabello. Una cintura increíblemente pequeña se ensanchaba para formar bien redondeadas y donairosas caderas, y el espacio arriba de la cintura era tan suntuoso como cualquier hombre podría desear.
Nick embebió esta vista en un relámpago de tiempo.
«Tenía que ser Sonya, pero… de medio perfil su nariz era inesperadamente inclinada, la punta en declive repentino, y a medida que Nick se acercaba a ella podía ver que su particular aire era mucho más vivo de lo que lo había descrito Tom. Y en vez de las largas y tupidas trenzas de que le había hablado Tom, esta muchacha llevaba su cabello negro azulado parecido a felpa en un delicado borbollón que enmarcaba su rostro como la montura de una piedra preciosa».
Otra fracción de segundo pasó como un relámpago. Nick pensó:
«¡Oh, Dios mío! Ésa no es Sonya. ¿Quién es? ¡Pero ésa es mi habitación!» —dudó fugazmente.
El momento acabó. Nick había llegado hasta la muchacha, y la sonrisa que había estado en sus labios mientras ella salía de la puerta se disipó de repente. Desaparecida la sonrisa y los atentos ojos examinando los suyos, Nick reconoció a la muchacha de la fotografía. Era Sonya. Nick esbozó la radiante sonrisa de Ivan y abrió la boca para hablar.
La muchacha le ganó la mano.
—¡Oh! —dijo—. Pensé que era Ivan. Soy Sonya Dubinsky. Ivan aún no ha vuelto a casa; ¿puedo, quizás, ayudarle en algo…?